28 de abril de 1985
El suelo frío del baño parecía ser el único punto de contacto real que Eamon tenía con el mundo en ese momento. Las baldosas, frías y firmes bajo sus palmas temblorosas, ofrecían un contraste agudo con el torbellino de emociones que amenazaba con arrastrarlo a las profundidades del pánico.
La habitación, pobremente iluminada y silenciosa, se sentía asfixiante. Sus manos temblaban de manera descontrolada, y cada intento de estabilizar su respiración parecía ser en vano. Las sombras en el baño se movían y danzaban, proyectadas por la luz parpadeante del exterior. 'Estás atrapado', susurró una voz en el fondo de su mente, fría y punzante.
'No sirvo para nada.' El pensamiento surgió, claro y definido, entre el ruido ensordecedor del miedo. Las palabras resonaban, una y otra vez, como un eco persistente. El recuerdo de la noche anterior, de las sombras, de la traición de su propio cuerpo, lo llenó de vergüenza. 'No debería estar aquí,' las palabras surgieron como un lamento silencioso en su mente, '¿Por qué sigo aquí?'
La desesperación amenazaba con consumirlo, arrastrándolo más profundamente hacia la oscuridad de sus propias inseguridades. Cada segundo se sentía como una eternidad, y a pesar del frío del suelo, sentía calor, un calor abrasador en sus mejillas y frente.
Sin embargo, en medio de la cacofonía de sus pensamientos agitados, un murmullo suave emergió, ofreciendo un respiro, un punto de anclaje. 'Respira...' instó la voz, suavemente, como el susurro de una brisa nocturna. 'Controla...'
Eamon cerró los ojos, aferrándose a esa pequeña voz. Comenzó a contar mentalmente, tratando de encontrar un ritmo constante para su errática respiración. 'Uno... Dos... Tres...' Cada número era un recordatorio del aquí y ahora, un intento desesperado por anclarse al momento presente y alejarse del abismo de pánico.
Justo cuando sintió que empezaba a ganar terreno en su lucha interna, un toque suave en la puerta del baño lo sobresaltó. La voz amable y familiar de la señora Jenkins resonó desde el otro lado. "Eamon, ¿te estás escondiendo? Necesito tu ayuda con esta mancha intratable." Las palabras, aunque inocentes, trajeron una oleada de realidad que amenazó con romper la burbuja en la que Eamon se había encerrado.
Tomando una profunda respiración y limpiando las lágrimas de su rostro, trató de responder con la mayor normalidad que pudo reunir. "Sí, ya voy. Un momento." La simple acción de hablar, de interactuar, parecía ser la distracción que necesitaba para finalmente emerger del oscuro pozo del pánico.
El sol ya se había puesto y el pasillo del orfanato revelaba las huellas de la vida diaria: zapatos barrosos, manchas de tinta y el polvo acumulado. Eamon empujaba un trapeador con movimientos precisos y rítmicos. Cada pasada era una oportunidad para reflexionar, cada frotada un recordatorio de lo que había of Form
Sus días de limpieza comenzaron como un castigo. Había sido sorprendido por el severo Sr. Thompson, quien no había comprado sus excusas de insomnio y paseos nocturnos. Eamon no había tenido más opción que asentir y aceptar el castigo. Así comenzaron sus tardes con la Señora Jenkins. Pero lo que para otros podría haber sido una tediosa condena, para él resultó ser un refugio. Un escape que irónicamente lo anclaba a la realidad. Los pasillos del orfanato le ofrecían un espacio de tranquilidad, lejos del bullicio de la vida cotidiana. Y la señora Jenkins, con sus cuentos imaginativos y su cálida presencia, se había convertido en una amiga. 'Es raro cómo las cosas funcionan', reflexionaba Eamon, mientras frotaba una mancha particularmente rebelde.
Sus manos trabajaban mecánicamente, y así su mente regresaba al descubrimiento en la oficina de la Señora Collins. 'Tengo que saber más. Tengo que descubrir la verdad', se decía a sí mismo. El recuerdo de esa noche aún se mantenía fresco en la mente de Eamon, la tentación de descubrir la verdad lo acosaba día y noche. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de esa misteriosa mujer que posiblemente lo había dejado en el orfanato regresaba a él. Sin embargo, el deseo impulsivo inicial de correr hacia el hospital en busca de respuestas se vio obstaculizado por la realidad de su situación.
No era fácil ser un estudiante de la academia Fairbridge, menos aún intentar escabullirse. Eamon había estudiado meticulosamente cada posible escapatoria. La rigurosa rutina del colegio significaba que cada alumno era contado y recontado en diferentes momentos del día. El receso, la hora del almuerzo, incluso los cambios de clases; siempre había alguien vigilando. Suspiró ante la frustración, murmurando para sí mismo: "Si solo hubiera una ventana, una pequeña oportunidad..."
Y, de hecho, quizás la hubiera. Durante su doble turno de educación física, Eamon notó que el profesor tenía una tendencia a relajarse. Solo pasaba lista una vez durante las cuatro horas, y después de eso, parecía más interesado en su propio mundo que en lo que estaban haciendo sus alumnos. Era un rayo de esperanza, pero aun así, Eamon se daba cuenta de los desafíos. Aunque lograra evadir la mirada del profesor y escapar del recinto escolar, aún enfrentaba el obstáculo de ser un joven en un pueblo donde todos se conocían.
Los habitantes de Fairbridge no dudarían en señalar a un niño que claramente debería estar en clases. Podía imaginarse las miradas, los dedos señalando y el murmullo de las conversaciones. Sería cuestionado incluso antes de dar un paso fuera del colegio. Además, carecía de los recursos y el conocimiento para moverse con discreción.
Por más que quisiera, no podía negar los muchos agujeros en su plan. Eamon se mordió el labio, susurrando, "Necesito más que solo valentía. Necesito un plan sólido." La verdad estaba allá afuera, pero llegar a ella requeriría más astucia y estrategia de lo que inicialmente había pensado.
Mientras seguía frotando el suelo, el brillo reflejado le ofrecía un espejo temporal, mostrándole su propia expresión decidida. A pesar de los obstáculos, Eamon sabía que no podía simplemente abandonar la búsqueda de su pasado. El deseo ardiente de conocer la verdad lo alimentaba, le daba propósito.
Eamon se quedó mirando un rincón del pasillo, su mente dibujando escenarios. ¿Qué pasaría si fingiera una enfermedad? Pero no, eso probablemente solo lo confinaría a la enfermería del orfanato o, peor aún, a una cama en la Academia Fairbridge bajo la atenta mirada de alguna estricta enfermera. Además, mentir sobre algo así no se sentía bien; ya llevaba suficientes secretos como para agregar otro.
El joven desvió su atención hacia el armario de limpieza cercano. Había escuchado historias de estudiantes que se ocultaban en armarios o salas de almacenamiento durante horas, esperando que se oscureciera para moverse con libertad. Sin embargo, el riesgo de ser descubierto y las posibles represalias lo disuadían. Ya él estaba en la cuerda floja con el Sr Thompson, no era necesario agravarse con él.
Los rumores entre los niños hablaban de las represalias que enfrentaban los que rompían las reglas. Y la Señora Jenkins, a pesar de su carácter amable y sus historias fascinantes, no había dudado en confirmar esos rumores en algunas de sus charlas. Eamon podía oír su voz, su tono de advertencia: "Los niños que rompen las reglas aquí sufren las consecuencias, Eamon. Siempre hay ojos que observan."
Sus pensamientos iban y venían buscando una solución; una idea empezó a germinar en su mente. La magia. Aunque todavía estaba en las etapas iniciales de comprensión y práctica, Eamon sabía que era su carta bajo la manga. Sí, levitar objetos y abrir puertas eran habilidades útiles, pero tenía que haber más. ¿Había alguna forma en que la magia pudiera hacerlo invisible o al menos pasar desapercibido? Si pudiera perfeccionar ese tipo de habilidades, podría ser su boleto de salida.
A medida que deslizaba el trapo sobre el piso, el brillo del pulido se reflejaba con menos claridad que las reflexiones internas que dominaban la mente de Eamon. La magia, su compañera constante y a veces esquiva, había sido un área en la que había hecho progresos palpables, aunque también había conocido sus límites.
Desde que había descubierto sus habilidades, la magia había sido su refugio. Cada objeto que había logrado levitar, cada puerta que había abierto con un simple gesto, eran testimonios de su avance. "Lo estoy logrando", se susurraba a sí mismo, recordando los primeros días de lucha y la satisfacción que sentía ahora con esas pequeñas victorias. Era un recordatorio tangible de que no todo estaba fuera de su alcance, que con perseverancia podía superar barreras.
Sin embargo, esas mismas victorias le hacían aún más consciente de las montañas que aún no había escalado. Cada vez que intentaba ir más allá, intentando habilidades más complejas o avanzadas, se encontraba con un muro invisible. Era como si, más allá de cierto punto, la magia se volviera más reticente, más evasiva, como un animal salvaje que rehúye ser domesticado.
Los susurros de frustración se mezclaban con sus pensamientos, "Estoy tan cerca, pero a la vez tan lejos". Se encontraba atrapado en ese espacio intermedio, donde lo que había logrado ya no le satisfacía plenamente, pero lo que deseaba parecía estar a un paso inalcanzable. Eamon se sentía a veces como un niño en la orilla de un lago, viendo el reflejo de la luna en el agua, pero sin poder tocarla, sin importar cuánto se estirará.
Aun así, había una determinación inquebrantable en él. Sabía que había recorrido un largo camino y que, con el tiempo y la paciencia, eventualmente encontraría la forma de acercarse más a la magia, de entender sus misterios más profundos. "Sólo necesito más tiempo", pensó, mientras continuaba con su tarea, dejando que sus reflexiones fluyeran con la cadencia del movimiento de sus manos.
Mientras la bruma de sus pensamientos mágicos todavía nublaba la mente de Eamon, la voz risueña de la señora Jenkins lo trajo de vuelta a la realidad.
"Si sigues mirando ese cepillo con esa intensidad, estoy segura de que desaparecerá", observó la señora Jenkins, una sonrisa divertida jugando en los bordes de sus labios.
Eamon parpadeó, dándose cuenta de que se había perdido en sus propias reflexiones y que había estado mirando fijamente el cepillo en su mano. Sonrió, un poco avergonzado. "Disculpa, señora Jenkins. Estaba... reflexionando sobre algunas cosas".
La señora Jenkins se acercó con una expresión juguetona, "¿Te estás aburriendo de ayudarme con la limpieza? Tengo que admitir que me sorprendió que siguieras viniendo incluso después de que el castigo del Sr. Thompson terminara. Pero siempre has tenido esa cortesía encantadora, así que no quise cuestionarlo".
Eamon bajó la mirada hacia el cepillo en su mano y luego nuevamente hacia la señora Jenkins. "Disfruto de su compañía, señora Jenkins. Y, de alguna manera, la limpieza ha sido... terapéutica para mí".
La señora Jenkins se detuvo por un momento, su mirada se posó en Eamon con una mezcla de sorpresa y curiosidad. "¿Terapéutica, dices? No es una palabra que suelo escuchar de alguien de tu edad, especialmente en relación con la limpieza," respondió con un toque de humor.
Eamon sonrió con timidez, buscando las palabras adecuadas. "Supongo que me da tiempo para pensar, para reflexionar. En mi vida ha pasado tanto en tan poco tiempo, y estos momentos me ayudan a... digerirlo todo".
La señora Jenkins asintió, sentándose en una silla cercana. "Sí, puedo entender eso. A veces, los momentos más simples nos brindan la claridad que necesitamos. Aunque," añadió con una sonrisa cómplice, "la limpieza no es precisamente uno de mis momentos de claridad".
Eamon rió suavemente. "Bueno, quizás no es la limpieza en sí, sino la compañía con la que se comparte. Usted tiene muchas historias, señora Jenkins, y me gustaría escucharlas".
Ella se echó a reír. "Oh, ¡las historias que podría contarte! Pero, dime, ¿hay algo en particular que quisieras saber? He vivido en esta región durante mucho tiempo y he sido testigo de muchos cambios".
Los ojos de Eamon brillaron con interés. "Bueno, he escuchado rumores sobre la historia del orfanato, pero siempre son fragmentos y piezas dispersas. Me encantaría conocer la verdadera historia, si está dispuesta a compartirla".
La señora Jenkins se acomodó en su silla, una mirada lejana en sus ojos mientras comenzaba a sumergirse en recuerdos del pasado. "Muy bien," dijo finalmente. "Permíteme contarte la historia del Orfanato St. Elias, un lugar que ha sido hogar y misterio para tantos a lo largo de los años..."
La señora Jenkins respiró hondo antes de comenzar. "Pues bien, Eamon, este lugar tiene una larga y rica historia. Originalmente, este edificio no era un orfanato. Era la residencia de los Wentworth, una familia acaudalada que, en su tiempo, era conocida por su influencia en el comercio y la política local."
Eamon la interrumpió, su curiosidad puesta de manifiesto. "¿Los Wentworth? He escuchado ese nombre en alguna parte. ¿Eran famosos?"
La señora Jenkins asintió. "Oh, sí. Eran la comidilla de la región a finales del siglo XVIII. Construyeron esta majestuosa morada georgiana como símbolo de su riqueza y poder. Imagina grandes fiestas, bailes y banquetes en estos mismos salones en los que ahora jugamos y aprendemos."
El joven miró a su alrededor, tratando de imaginar la opulencia de esos tiempos. "Parece que hubiera sido una época increíble. ¿Qué pasó después? ¿Por qué dejaron la casa?"
La señora Jenkins suspiró. "La fortuna es esquiva, joven Eamon. Con la llegada del siglo XIX, los Wentworth enfrentaron desgracias una tras otra. Pérdidas financieras, muertes misteriosas... y así comenzaron los rumores de una maldición sobre la familia y la casa."
Eamon frunció el ceño, claramente intrigado. "¿Una maldición? ¿Por qué?"
Ella se encogió de hombros. "No lo sé con certeza. Hay muchas versiones, pero la verdad ha sido enterrada por el tiempo. Sin embargo, lo que sí sé es que para 1850, la grandiosa mansión quedó en el abandono."
"Pero, ¿cómo pasó de ser una casa abandonada a este orfanato?" Preguntó Eamon.
"Ah, esa es una de las partes más inspiradoras de la historia," comenzó la señora Jenkins con una sonrisa. "El padre Elias Morgan, un sacerdote con una visión y un gran corazón, vio el potencial del edificio. Con la ayuda de la comunidad, transformó este lugar en un refugio para niños sin hogar."
Eamon se inclinó hacia adelante, totalmente inmerso en la narración. "Debe haber sido un cambio radical, ¿no?"
Ella asintió. "Desde luego. Bajo la dirección del padre Elias, el orfanato se convirtió en un lugar de esperanza. Y aunque la administración ha cambiado varias veces, siempre ha mantenido su misión caritativa."
Eamon reflexionó un momento, y luego preguntó: "¿Y la comunidad sigue creyendo en la supuesta maldición?"
La señora Jenkins miró a su alrededor, como si temiera que las paredes pudieran escuchar. "Hay quienes creen que la maldición Wentworth todavía acecha estos pasillos. Pero, al final del día, este orfanato ha sido un hogar y refugio para muchos. A pesar de sus oscuros secretos, la comunidad sigue amándolo."
La señora Jenkins, mientras relataba la historia del orfanato, parecía perderse en la vastedad de sus recuerdos. Mientras Eamon escuchaba, no pudo evitar ser consciente del peculiar ambiente del orfanato. Era ese mismo matiz que había sentido al caminar por sus pasillos; algo que le hacía mantenerse alerta, como si cada sombra y eco le susurrara un secreto que aún no podía descifrar.
"¿Alguna vez ha notado algo... peculiar sobre este lugar, señora Jenkins?", preguntó Eamon, eligiendo sus palabras cuidadosamente.
La señora Jenkins se tomó un momento antes de responder, sus ojos barrían el pasillo, como si buscara respuestas en sus paredes. "Todo edificio viejo tiene sus peculiaridades, querido. Crepúsculos en los que juras ver sombras moverse, sonidos inexplicables que atribuyes a la antigüedad del edificio. Pero, si me preguntas, creo que el orfanato simplemente tiene... carácter".
Eamon asintió, aún con una sensación de inquietud. "Quizás sea eso", admitió, aunque sus sentimientos le decían que había más debajo de la superficie.
Después de un breve silencio, la señora Jenkins sonrió. "Bueno, parece que hemos hecho un trabajo excelente aquí. Estos pasillos están relucientes. ¿Qué opinas de ir a la cocina y disfrutar de una taza de té como recompensa?"
Eamon sonrió, agradecido por la distracción. "Me parece perfecto, señora Jenkins."
Mientras seguía a la amable anciana hacia la cocina, una sensación persistente le decía que el orfanato St. Elias tenía más enigmas por descubrir.
6 de mayo de 1985
Eamon estaba acostado en su estrecha cama, mirando fijamente el techo del orfanato. La tenue luz de la luna, que se filtraba a través de las delgadas cortinas de la ventana cerrada, proyectaba sombras titilantes que bailaban en el techo. Pero Eamon no estaba allí para verlas, su mente lo había transportado a otro lugar, a otro tiempo.
Un susurro silencioso, casi como un viento gélido, recorrió su mente. '¿Recuerdas?' Decía. Sus pensamientos oscuros, aquellos que había intentado esconder y olvidar, se aferraban a él con una fuerza renovada. Las imágenes, las sensaciones, los sonidos de su vida pasada comenzaban a aflorar, y con ellos, una angustia creciente. En esos momentos, la línea entre el pasado y el presente parecía volverse borrosa.
El orfanato, con su historia y misterio, debería haber sido un refugio, un lugar para comenzar de nuevo. Pero cada noche, cuando el mundo estaba en silencio y solo el murmullo del viento interrumpía el silencio, esos recuerdos regresaban, insistentes, implacables. Era como si algo, o alguien, estuviera tratando de recordarle algo, de sacar a la luz verdades que Eamon preferiría dejar enterradas.
Pensó en el orfanato, en sus pasillos y habitaciones, y en cómo estos parecían resonar con sus propios ecos del pasado. '¿Es el edificio? ¿O soy yo? 'Se preguntó. Las paredes, que antes le ofrecían seguridad, ahora parecían cerrarse sobre él, apretándolo, recordándole la opresión que sentía en su vida anterior.
Aunque luchaba por alejar esos pensamientos, había días, como ese, en los que la marea de su pasado lo arrastraba, hundiéndolo en las profundidades de su propia mente. Tienes que enfrentarlo, articuló en su cabeza, como un mantra para darse fuerzas. Pero, ¿cómo enfrentar algo que no comprendes del todo, algo que parece tan lejano y, a la vez, tan presente?
A medida que reflexionaba, un ruido proveniente de la litera superior lo sacó de su trance. El presentimiento de que algo no estaba bien creció en su interior, y fue entonces cuando Eamon, dejando atrás sus pensamientos oscuros, comenzó a concentrarse en el aquí y ahora.
En medio de sus propios torbellinos internos, Eamon había olvidado que no estaba solo en la habitación. Alzando la mirada, vio a Henry revolviéndose en su cama, las sábanas pegadas a su sudoroso cuerpo y su rostro enrojecido y agitado. Sus susurros entrecortados, casi delirantes, se perdían en el aire frío de la habitación, mientras el sonido de la cortina, mecida por una suave brisa, añadía un matiz melancólico a la escena.
Una sensación intensa, casi como un zumbido, resonaba por toda la habitación, agudizando los sentidos de Eamon. Una oleada de preocupación se apoderó de él. Los recuerdos oscuros y las sombras de su pasado se desvanecieron en el instante en que su atención se centró completamente en su compañero de habitación. "Henry", murmuró, extendiendo una mano temblorosa para tocar la frente del niño. El calor que emanaba de ella confirmó sus peores temores: Henry tenía fiebre, y no era una fiebre común, era antinaturalmente alta.
Eamon se puso de pie con urgencia, sus propias inquietudes olvidadas ante la situación inmediata. Sin perder tiempo, corrió por los oscuros pasillos del orfanato, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Cada segundo contaba, y tenía que encontrar ayuda. Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, halló a los encargados del orfanato. Les explicó rápidamente la situación y, al ver la seriedad en su rostro, no dudaron en seguirlo de regreso a la habitación.
Los adultos, al ver el estado de Henry, compartieron varias miradas entre ellos como si supieran que estaba pasando. Con rapidez, decidieron que era mejor llevar a Henry al hospital. Eamon, mientras tanto, se quedó paralizado por un momento, viendo cómo se llevaban a su amigo. Una sensación de impotencia lo envolvió, deseando poder hacer más por Henry.
Buscó algo que Henry pudiera necesitar en el hospital. Su mirada se posó en el oso de peluche, un viejo y gastado juguete que el niño atesoraba. Sin pensarlo dos veces, lo agarró y salió corriendo, siguiendo a los adultos y a su amigo hacia el exterior del orfanato.
