Capítulo 11
—¿Estás casado?
Draco parpadeó. Acababan de subir al coche cuando Hermione dejó caer la pregunta. No había podido pensar en otra cosa desde que se había levantado esa mañana. Y aunque sabía que debía de haberlo preguntado con más tacto, ignoraba cuánto tiempo tardarían en llegar a su destino y quería una respuesta lo antes posible. Obtuvo precisamente la que deseaba.
—¡Caray, no! —exclamó Draco—. Y no tengo intenciones de casarme en mucho tiempo. El alivio de Hermione fue inmediato y manifiesto, lo que le llevó a añadir—: No, querida. No estás robándome a nadie.
— ¿Ni siquiera hay otra amante?
—Ni mucho menos —repuso él—. Bueno, quiero decir... Diantres, tuve una amante una vez y no salió bien. No estaba en mis planes tener otra, pero las circunstancias me hicieron cambiar de idea.
—Las circunstancias? ¿Quieres decir que me compraste por una razón distinta de la obvia?
—Bueno, sí —respondió él con reticencia—. No podía permitir que Lord Riddle se quedara contigo, ¿no? Sobre todo sabiendo que es capaz de las más terribles perversiones.
Hermione comprendió a quién se refería y se estremeció. El tal Riddle parecía un hombre cruel. Era evidente que se había salvado de un destino peor del que imaginaba. Y tenía que agradecérselo a Draco. —Te estoy muy agradecida, muy agradecida, por lo que has hecho por mí.
—No me des las gracias, querida. Ha sido una buena inversión. Ahora lo sé.
Hermione se ruborizó y Draco lo escuchó. Pero la curiosidad de la joven aún no estaba satisfecha, así que dijo: —He notado que no quieres que la gente se entere de nuestra... relación. Al menos ésa fue la impresión que tuve en Bridgewater. Y habida cuenta de que no tienes esposa, dime , ¿es sólo una cuestión de formas?
—No, no es sólo eso —respondió él—. Verás, mis dos tíos más jóvenes eran propensos a crear escándalos. Provocaban uno tras otro y eso sacaba de quicio a mi padre. Crecí escuchando sus diatribas en contra de sus hermanos. Eso me ha enseñado prudencia. No quiero hacerlo sufrir con otro escándalo.
— ¿Y yo sería motivo de escándalo?
—No, en absoluto. Tener una amante no es nada inusual. Pero prefiero no dar razones para que mi nombre figure en los chismorrees de sociedad. A mi padre no le gusta que nadie se meta en nuestros asuntos, ni siquiera los criados, ¿entiendes?
Hermione asintió y sonrío , porque lo entendía muy bien. También a ella le habían enseñado a ser discreta. En incontables ocasiones sus padres habían guardado silencio en medio de una discusión, acalorada o no, sólo porque un criado acababa de entrar en la habitación.
—Lo siento si te parezco curiosa. Pero me preguntaba si esto podría influir en la frecuencia de tus visitas.
Draco frunció las cejas. Había olvidado que debía ser prudente en ese extremo, como lo había sido con su amante anterior. No sorprendería a nadie si iba a buscarla en pleno día, pero si aparecía repetidamente en la casa y permanecía allí varias horas, pronto empezarían a circular rumores. Sin embargo, no tenía intención de restringir su tiempo con Hermione a unas pocas horas furtivas.
Así que respondió con una evasiva: —Todavía no lo sé. No conozco a nadie en este barrio, así que tendremos que esperar. Pero no te disculpes por preguntar, querida. ¿Qué mejor manera para empezar a conocernos? De hecho, a mí también me gustaría hacerte algunas preguntas.
—Estaré encantada de responderlas... si puedo.
—Estupendo. Entonces dime, ¿por qué, con la espléndida educación que te dio tu madre, no sigue sus pasos y te hiciste institutriz? No es que lamente que hayas seguido el camino que elegiste, pero explícame por qué lo has hecho.
Hermione sospechó para sus adentros. Al interrogarlo a él, se había expuesto a preguntas como aquélla. Sin embargo, ya se figuraba que algún día le preguntaría algo así y estaba preparada. —Soy demasiado joven para ser institutriz. La mayoría de los padres prefieren confiar la educación de sus hijos a una mujer madura.
—¿Y no tenías alternativa?
—Ninguna que me permitiera ganar lo suficiente para pagar mis deudas.
Draco frunció el entrecejo. — ¿Cómo es posible que una mujer tan joven como tú haya contraído deudas por valor de veinticinco mil libras?
Ella esbozó una leve sonrisa. —La verdad es que las deudas no eran mías y no llegaban ni siquiera a la mitad de esa cifra.
—Entonces habrás sacado un buen pellizco.
-No; yo no recibí ni un penique. El propietario del lugar se embolsó una cantidad importante para organizar la subasta y el resto... Bueno, como ya he dicho, fue para pagar deudas.
Esperaba que Draco se conformara con esa información, pero no lo hizo. — ¿De quién eran las deudas que te sentiste obligada a pagar?
Podía mentir o eludir la pregunta, como había hecho en otra ocasión. Pero no quería mentirle más de lo que ya había hecho, de modo que volvió a recurrir a la misma excusa de antes. —Si no te importa, es un asunto privado y no me siento cómodo hablando de él.
La expresión de Draco indicaba con claridad que sí le importaba y que no tenía intención de cambiar de tema. —Vive aún tu madre?
-No.
— ¿Y tu padre?
—Tampoco.
— ¿Tienes otros parientes?
Hermione sabía lo que se proponía. Intentaba deducir por sí solo a quién le había dado el dinero, pero ella no podía proporcionarle esa información. —Draco, por favor, este tema me resulta muy desagradable. Preferiría no volver a tocarlo.
Draco suspiro y se dio por vencido... al menos por el momento. Luego se inclinó y le dio una palmadita en la mano. Aunque al punto pensó que no era suficiente consuelo, si lo que quería era consolarla, cosa que así pareció porque acto seguido la sentó sobre su regazo. Hermione se mantuvo rígida, recordando la última vez que la había tenido en esa posición. Pero Draco se limitó a rodearla con sus brazos ya apoyar la cabeza contra su frente, envolviéndola en su agradable aroma y en el ritmo regular y sereno de su corazón. —Tengo el presentimiento, cariño, de que tú y yo vamos a hacernos muy amigos —dijo en voz tan baja que era casi un murmullo—. Así que llegará el día en que te sientas cómoda contándome cualquier cosa. Soy muy paciente, ¿sabes? Pero pronto descubrirás que también soy muy perseverante.
¿Eso quería decir que volvería a interrogarla en un futuro próximo?
—¿Te he dado las gracias por el coche que me enviaste?
Draco río ante la ingenua táctica para cambiar de tema.
El local de modas adonde Draco llevó a Hermione no se parecía en nada a lo que ella había imaginado. Era un lugar muy elegante. El vestíbulo donde se exhibían las magníficas creaciones de la modista estaba lleno de sillas y sillones tapizados en seda, amén de docenas de libros con ilustraciones de los últimos diseños de moda. Era una habitación cómoda donde los hombres podían guardar, si así lo deseaban, mientras las damas escogían su vestuario. Y era una tienda frecuentada por muchas damas. Pero muy pronto Hermione descubrió que la señora Westbury tenía varios probadores privados, lo que le permitía mantener a su clientela noble separada de la menos noble. Estaba en el negocio para ganar dinero, y no para juzgar a nadie. No rechazaba a ninguna dienta sólo porque su profesión le disgustara.
Sin embargo, puesto que el establecimiento donde la había llevado parecía servir a la flor y nata de la sociedad de Londres, Hermione ya no estaba segura de cómo esperaba Draco que se vistiera. Claro que quizás la había llevado allí porque no conocía a otras modistas. Decidió dejar el asunto en sus manos, y así se lo hizo saber. Draco no se lo esperaba, pero aceptó la responsabilidad y fue a cambiar unas palabras en privado con la señora Westbury.
Cuando regresó, le dijo a Hermione que la dejaba en buenas manos y que volvería a recogerla en unas horas. Pero no le dio ninguna pista ni de la cantidad ni del estilo de ropa que quería que encargara. Con un poco de suerte, la modista tendría las respuestas, y con un poco más de suerte, Hermione no se sentiría deprimida por ellas.
Draco sólo parecía un poco avergonzado por la reunión, con las mejillas apenas sonrojadas. Claro que había huido rápidamente para evitar futuros bochornos. La señora Westbury volvió pronto y llevó a Hermione a la trastienda para tomarle las medidas. Su expresión no dejó entrever en ningún momento que sabía que Hermione era la amante de Draco y que debía vestirla de acuerdo con su papel.
No tardaron mucho en tomarle las medidas. Una de las dependientas desplegó la cinta métrica alrededor ya lo largo del cuerpo de Hermione y tomó notas en un cuaderno, sin dejar de hablar amistosamente durante todo el proceso. Sin embargo, la selección de telas, diseños y accesorios podría haberse llevado todo el día, pues la señora Westbury ofrecía una amplísima gama de modelos. Aunque Hermione no escogió gran cosa. La mujer hacía sugerencias y la joven se limitaba a asentir o negar con la cabeza. No era tan terrible como había pensado. La modista sugeriría siempre colores intensos y conjuntos que Hermione nunca habría elegido para sí, pero al menos los modelos terminados no serían tan llamativos como el vestido rojo.
No habían terminado aún cuando entró otra clienta, una hermosa y joven dama que rechazó la ayuda de la señora Westbury y dijo que sólo pretendía cambiar la tela del modelo que acababa de encargar. Sin embargo, era lo bastante cordial para presentar a Hermione, que habría sido muy descortés si no se presentaba a su vez a sí misma, por mucho que eso incomodara a la modista. La mujer escogió la tela en unos minutos, pero no se marchó de inmediato. Hermione no se dio cuenta de que la miraba hasta que volvió a hablar.
-No no. Ese color no la favorece en absoluto. Es demasiado... bueno, demasiado verde, ¿no le parece? Esos platinados y azules de allí, incluso el zafiro, irían mejor con el color de sus ojos.
Hermione sonrio. Estaba completamente de acuerdo. Hacía rato que miraba con cierto añoranza la variedad de telas en distintos tonos de azul. Y la señora Westbury no pudo menos de darle la razón a la joven dama que esperaba una respuesta a su consejo. —Tiene razón, mi lady —dijo mientras iba a buscar varios rollos de tela de la pila, incluyendo el de tercio pelo color zafiro, que serviría para una chaqueta y un vestido magníficos, y un par de rollos de brocado gris y plata especialmente apropiados para trajes de noche.
Pero la joven señora no se marchó, esperando ver qué modelos ofrecían a Hermione para cada tela. Y gracias a ella, Hermione reunió su guardarropa con algunas creaciones de las que hasta su madre se habría enorgullecido. Le habría gustado volver y cambiar los modelos que había escogido con anterioridad, pero eso hubiera sido abusar de su suerte. Después de todo, la señora Westbury había recibido instrucciones del hombre que pagaría la factura.
Poco antes de marcharse, Hermione se enteró de que Draco también había encargado un conjunto ya confeccionado que pudiera llevar puesto al salir. Y sin duda había pagado un buen pellizco por eso, pues tuvieron que sacar las prendas del pedido de otra cliente y hacer los arreglos necesarios mientras ella escogía los demás modelos. Estaba claro que la dienta de cuyo pedido había sacado el traje nunca tendría que entrar por la puerta trasera de la tienda. Era un vestido de noche confeccionado en gruesa seda de color lavanda, con un ribete de puntilla púrpura en las mangas abullonadas, en el cuello, en la cinturilla alta y en el borde de la falda. Acompañaba el vestido una capa corta en el mismo tono de lavanda, aunque de terciopelo grueso.
Cuando la joven regresó a la puerta principal así vestida, volvió a sentirse la misma Hermione de antes. Draco aún no había llegado, pero había otros caballeros esperando en sus coches y todos la miraron con manifiesta admiración. La joven dama que le había dado consejos también estaba allí. Se puso los guantes, preparándose para partir, y dedicó una sonrisa cordial a Hermione.
—¿Ya ha terminado? —preguntó. Ella también había notado las miradas de admiración, y quizás por eso añadió—: ¿Puedo llevarla a algún sitio? Mi coche está ahí fuera.
Le hubiera gustado decir que sí. Aquella mujer parecía verdaderamente cordial, y sólo Dios sabía cuánto necesitaba una amiga en esa gran ciudad. Pero, naturalmente, no podía aceptar. Y tampoco podía arriesgarse a trabajar amistad con un miembro de la nobleza, que la despreciaría en cuanto descubriera quién era. De modo que se vio obligado a decir: —Es muy amable de su parte, pero mi acompañante llegará pronto.
La conversación debería haber terminado allí, pero la joven dama era demasiado curiosa. — ¿Nos hemos visto antes? —preguntó—. Su cara me resulta vagamente familiar.
Muy perspicaz. A Hermione le habían dicho muchas veces cuánto se parecía a su madre, y sus padres habían viajado a Londres con frecuencia para asistir a las fiestas de sociedad.
—Quizá sea una coincidencia —dijo Hermione—. No creo que nos hayamos visto nunca. Es la primera vez que vengo a Londres.
—En tal caso debe de estar muy emocionada.
—Intimidada sería una expresión más exacta.
La dama río. —Sí, es una ciudad muy grande. Y es fácil perderse en ella si una no ha venido varias veces. Pero tenga —sacó una tarjeta de visita que le entregó a Hermione—, si necesita ayuda, o simplemente le apetece conversar un poco, pase a visitarme. Vivo cerca de aquí, al otro lado de Park Lane, y me quedaré en Londres una semana más.
—Lo tendré en cuenta —dijo Hermione. No lo haría, naturalmente, y por un instante se sintió compungida por no poder visitarla. Era evidente que la joven dama hacía amistades con facilidad. Unas semanas antes, Hermione se habría comportado de la misma manera, pero ya no. Procuró sacudirse la tristeza. Era inútil lamentarse de su nuevo destino, pues había llegado a él con los ojos bien abiertos.
