5.- Draco Malfoy lucha contra sus sentimientos
El aroma de los lobos
"The Scent of Wolves"
De Ymer
Alfabeteado por Bet
Comenzó a consultar para el Ministerio después de asistir a una subasta junto con Pansy, la cual fue dirigida por los Aurores. Draco y su amiga observaron cómo las reliquias de sangre pura, valoradas al azar, se subastaban a precios ofensivamente bajos.
Se rieron de eso durante el almuerzo, sólo para ser escuchados por un celoso trabajador del Ministerio que intentó reclutarlos. Parecía que el Ministerio no tenía suficiente personal y estaba sobrecargado de trabajo, eso sin contar con la escasez que tenían de sangre azul o cualquier persona con conocimiento de artefactos de sangre pura.
Pansy dijo que no con una mueca delicada, pero Draco accedió a ayudar. Se vería bien para el apellido Malfoy (que todavía estaba luchando por quitarse la suciedad), pero lo más importante, le daría algo que hacer.
No tenía credenciales útiles de las que hablar. Los puntajes EXTASIS obtenidos un año después de la guerra y una pequeña cantidad de estudios posteriores a la educación (había abandonado la especialidad en pociones una vez que quedó claro que nadie lo contrataría) eran las únicas certificaciones que podía adjuntar a su persona.
Pansy, Theo, Blaise, el grupo habitual de ricos Slytherins a los que llamaba amigos, estaban contentos de vivir una vida de ocio y extravagancia. Draco disfrutaba de esas cosas, pero se aburría por la falta de desafío o dirección.
—Me agotas, Draco —dijo Pansy una noche, sentada en una tumbona como si posara para un cuadro—. La sola idea de entrar al Ministerio para trabajar —susurró aquella palabra como si su existencia le resultara ofensiva.
—Apenas estoy trabajando. No soy considerado un verdadero empleado. —Le habían ofrecido un salario ridículamente pequeño que se negó a aceptar en aras de tener la libertad de un trabajo sin ataduras, pero con acceso al Ministerio. En cambio, le pagaron a Draco Malfoy por hora.
Puso los galeones que ganó en una pila separada que permaneció intacta hasta un casual encuentro con Neville Longbottom y una miniatura de un árbol vivo que le recordó a uno de su infancia.
Longbottom debió haber transmitido esta interacción a Potter, porque ni una semana después, el Auror le pidió ayuda. Draco se encontró en contacto semi-amable con más Gryffindors de los que jamás había creído posible.
El tiempo avanzó lineal durante algunos años, hasta que Hermione Granger reapareció y eclipsó todo lo demás.
La rutina trajo a la superficie el deseo, decidiendo por él, sin discutirlo, que aún en contra de su buen juicio, la omega Granger necesitaba ser suya: en mente, cuerpo y alma. Un vínculo completo y compartido entre los dos equivaldría al matrimonio, una idea que le provocó un escalofrío de pánico.
Su madre le había colocado innumerables hermosas brujas en su brazo, una cadena de omegas seguida de una larga línea de betas, todo con el afán de inducirlo a casarse. Impresionantes como eran, sus motivaciones radicaban en ser esposas de sangre pura, y justo en el momento en que Draco perdió el gusto por el elitismo de sangre pura, fue cuando Narcissa Malfoy decidió que él necesitaba casarse.
La belleza no era algo a lo que no estuviese acostumbrado, pero Granger era distinta: un reluciente rubí en un mar de diamantes. Su belleza era el menor de todos sus atributos frente a su aguda inteligencia e ingenio. Ella lo desafió; lo mantuvo curioso. Hermione Granger jamás fue aburrida y Draco no conocía a nadie que pensara tan mal de la cultura purasangre como esta bruja.
Estas incómodas revelaciones dejaron a Draco tambaleándose en medio de un complicado conjunto de circunstancias relacionadas con la comercialización ilegal de glándulas odoríferas de Alfas y omegas. La fotografía de Delphine permaneció clavada en la pared debajo de un encabezado totalmente negro que decía «Personas Desaparecidas». Imaginar a cualquier omega en su lugar fue demasiado simple.
Hermione lo dejó ayudar con el caso, aunque no permitió que su colección de archivos saliera de su oficina. Los obligó a coexistir cuando todo lo que él quería hacer era enterrarse en algún proyecto personal y no relacionado con ella para escapar de sus sentimientos. Draco sintió que había retrocedido emocionalmente una década después de su rutina, pero no había tiempo para revolcarse en la angustia.
Con la distinción de clases como un escudo, Draco se consoló con la formalidad. Trajes de tres piezas, oxfords de piel de dragón, con cordones, abotonados, en capas y cerrados. Corbatas de seda meticulosamente arregladas en perfectos nudos Windsor apretadas contra su garganta. Solo cuando Granger se fue, pasó un dedo por debajo de su cuello, quitando la tela de su piel, húmeda por el sudor.
Las túnicas fueron la única capa que se quitó, que yacían colgadas en el perchero junto a las de Granger en un gancho cedido para su uso personal.
Draco dejó caer unos lápices al suelo y lo transformó en una simple mesa sobre la cual trabajar, y en los primeros días devoró los archivos que ella le presentó. Perfectamente organizado y ordenado en una línea de tiempo, Draco leyó cada trozo de información que la bruja había recopilado y finalmente se formó una imagen de lo que estaban tratando.
Los hombres lobo eran solo una pequeña pieza de un juego mucho más grande. La teoría de Granger, respaldada por evidencia significativa, sugería que usaban a los hombres lobo para rastrear y capturar. A partir de ahí, Granger pensó que las víctimas serían transportadas a un lugar no revelado para su «procesamiento».
Granger planteó la hipótesis de que, aunque habían encontrado varios Alfas y omegas muertos a los que se les extirparon las glándulas, el proceso no era sostenible y sospechaba que habían estado experimentando con repetidos raspados de glándulas. En los archivos se habían incluido documentos que describían el procedimiento de cómo se realizaba en animales. La redacción científica no hizo nada para evitar que su estómago se revolviera después de leer sobre la extracción de testículos o civetas enjauladas para ser brutalizadas.
Se hicieron tinturas del almizcle antes de combinarse con otros ingredientes de perfumería y liberarse para su distribución.
Cuando regresó a casa aquella noche, analizó su colonia en busca de cualquier contenido perturbador.
Tan sensible como era su nariz, los olores a menudo estaban en su mente. En la oficina de Granger, imaginó que podía oler a la omega escondida debajo de los inhibidores químicos. Era casi un sabor, ligero y tentador en la parte posterior de su lengua.
Una mañana, Draco colocó un vaso de papel en su escritorio. Hermione levantó la vista de su trabajo, sorprendida.
—¿Qué es esto?
Él le dio una mirada que decía claramente «eres una idiota» antes de responder.
—Es café, Granger.
Potter protestó por su presencia diaria en el departamento de Aurores, pero cuando Draco arengó a Granger para que tuviera almuerzos más regulares, creyó que el hombre se ablandó un poco. Después de solo una semana trabajando con ella, se dio cuenta de que, si ella podía saltearse el almuerzo, lo haría.
Draco tenía una actitud muy francesa hacia la hora de comer, le gustaban las horas largas y conscientes. Granger prefería la evitación total a cambio de hacer más trabajo. La calidad de la comida que ingirió rayaba en la ofensiva. Fue testigo de cómo devoró una barra de granola horriblemente seca y desmoronada el mismo día que la vio verter una taza del lodo negro y quemada de la cocina del Departamento de Aurores.
Acordaron que saldría dos veces a la semana (después de su rotunda negativa a ir todos los días con Draco) y tomaría algo en la cafetería del Ministerio durante la hora del almuerzo el resto del tiempo.
En general, el café fue una concesión fácil.
Algo se sintió un poco fuera de lugar. Se le puso la piel de gallina en los brazos y se le formó una picazón en la nuca; el hedor a otro Alfa.
—¿Quién estuvo aquí?
—¿Mmm? —Granger evitó su mirada, sus ojos estaban ocupados con el rollo de pergamino en su escritorio. Draco se aclaró la garganta y permaneció en silencio hasta que ella suspiró y miró hacia arriba, inclinándose hacia atrás con un resoplido—. Ron está de visita.
Weasley obtuvo un puesto como Guardián en el equipo de Quidditch de las Arpías hacía algunos años. Una ventaja de ser un Alfa: la fuerza y el tamaño adicionales significaron que muchos se unieron al atletismo. Significaba que La Comadreja obtuvo su codiciada fama y Draco nunca tuvo que encontrarse con el hombre, incluso con todos sus tratos con Granger. Un vistazo a la gala de Navidad del Ministerio había sido aceptable. Weasley, con su repugnante olor flotando en el espacio que compartía con la bruja no lo fue. Esperaba que pudieran seguir evitándose hasta que la mordida de apareamiento se desvaneciera, pero eso habría sido demasiado fácil.
Draco tomó aliento y exhaló lentamente, tronándose el cuello.
—¿Cuánto tiempo estará Weasley en la ciudad?
Se entretuvo con lo que había en su escritorio. Recogió pergaminos y enderezó archivos, los volvió a colocar, apilados en un rincón. Examinó sus plumas, recortando innecesariamente la punta de una.
—Creo que un mes.
La punta se partió torpemente, obligándolo a hacer el corte de nuevo. Draco miró a Granger para encontrar sus ojos fijos en él.
—Él estará principalmente con Harry...
—Por supuesto.
Colocó la pluma junto a sus hermanas, la piel hormigueando bajo el examen de Granger. Draco mantuvo su mirada enfocada en su escritorio, apretando las manos bajo la superficie.
Draco renunció a combatir sus instintos más básicos por luchar contra Weasley.
Pelearon como luchaban los Alfas en la sociedad educada: los comentarios cortantes reemplazaron los golpes físicos, dando y devolviendo después de días de dar vueltas y evaluarse el uno al otro.
Los Alfas a menudo competían entre sí, aunque Draco jamás había entendido por qué se molestaban en competir con un mago por debajo suyo en todos los sentidos. Su odio por Weasley trascendió con creces su disgusto por Potter, y siempre había sido así.
La respuesta estaba en unos rizos desenfrenados y unos suaves ojos marrones.
Granger ciertamente era demasiado buena para Weasley. Cómo la había logrado seducir ese mago, seguía siendo un total misterio cuando todo lo que Draco podía ver era cabello anaranjado y afiladas pecas contra una paliducha tez... Por no hablar de su inexistente habilidad mágica y la torpeza general. Quizá Weasley era dueño de un pene perfecto, una idea aterradora.
Seguramente Draco trajo a la mesa más cosas en forma de dinero, apariencia e inteligencia básica, pero en lo profundo de su corazón también pensaba que ella estaba fuera de su alcance. Por lo menos, después de meses de estar medio vinculado y, podía admitirlo, fantaseando con Granger, Weasley lo puso en movimiento, metafóricamente.
En consecuencia, le trajo más que un café todas las mañanas. Cositas: un muffin o golosinas envueltas. Para cuando él le llevó un sándwich de desayuno completo inglés de una panadería a kilómetros del Ministerio, ella ya se había acostumbrado demasiado a sus regalos como para pensar que había algo extraño.
Justo al medio día, puntualmente, se puso de pie con una mano abrochándose sin pensar la chaqueta de su traje. Draco se cruzó de brazos y apoyó una cadera contra el escritorio de Granger, observándola.
30 segundos, un minuto, antes de que se diera cuenta.
—¿Qué? Estás... acechando.
—Vamos a comer.
—¿Ahora? —Sus ojos se clavaron en los suyos—. Estoy un poco ocupada con...
—Ocupada con una pila de hojas sueltas de pergamino que, te aseguro, no se deteriorarán en la hora que nos hayamos ido.
Draco se levantó de su escritorio para ponerse su túnica, colocando la de ella sobre su brazo. Él esperó, su mirada fija, hasta que ella se puso demasiado inquieta para permanecer en su escritorio y se reunió con él. Él la ayudó a ponerse la túnica y sonrió.
—Buena chica.
Ella recompensó sus palabras con una cara roja llameante.
—No, Malfoy.
Draco hizo más bromas durante su viaje por el Ministerio y las calles del Callejón Diagon. Estaban de pie en un triste y amargo día de mediados de febrero bajo una densa capa de nubes y la amenaza de lluvia. Granger caminó rápidamente hacia Fortescue con Draco siguiéndola detrás.
Estaban a menos de 20 pasos de la puerta cuando ella se dio cuenta...
—Es el maldito día de San Valentín.
Repleto de un montón de parejas que desbordaban la calle, Fortescue era obviamente un lugar para no ir.
—Oh, cariño —dijo rotundamente Draco—. No lo sabía. —Una descarada mentira; por supuesto que sabía qué día era y lo dejó claro su amplia sonrisa en su rostro—. Eres sorprendentemente poco observadora. Pensé que seguramente te darías cuenta cuando pasamos junto a muchos escritorios repletos de flores y corazones en el Ministerio.
Granger pareció gruñir, luciendo bastante enfadada.
—Entonces no tenía sentido salir. Tendremos que comer en la cafetería...
Draco colocó una mano ofendida sobre su pecho.
—¿Yo? ¿Comer en la cafetería?
Las manos de Granger comenzaron a ascender hasta sus caderas, y supo que era hora de dejar de tentar a su suerte. Él soltó una carcajada y le ofreció su brazo, sorprendido de que ella lo tomara después de algunas dudas. Su bíceps se flexionó bajo su agarre mientras Draco los guiaba por una calle lateral.
Escondido en un segundo piso, se accedía a su destino por viejas escaleras de madera gastadas, curvas y chirriantes después de décadas de uso. Un portero los recibió y abrió la puerta del restaurante, sus invitados recibieron el olor a ajo asado y pan fresco. El espacio parecía una calle rústica en Italia, con techos altos encantados para reflejar el cielo exterior de la misma manera que el gran salón de Hogwarts. Parejas y grupos se sentaban en mesas de bistró a lo largo de las paredes. Draco observó a su acompañante mientras ella abría la boca con sorpresa, sus ojos marrones observaron la decoración.
Draco trajo a Granger de regreso al presente con un golpecito en su brazo, atrayendo su atención para quitarse la túnica. El portero aceptó las prendas y un camarero que sostenía los menús los sentó. Draco pidió vino.
—Es la mitad de un día de trabajo... —protestó ella.
—Un vaso solo lubricará las horas que quedan.
Por su falta de argumento, se preguntó si debería haberse arriesgado a pedir una botella. Fingió examinar su propio menú mientras, en cambio, examinaba a la bruja frente a él. Hermione rozó el suyo antes de volver a mirar el espacio. Draco nunca la había visto tan callada. El mesero vino a tomar sus órdenes y luego volvió a reinar el silencio.
—No sé si estoy vestido apropiadamente —murmuró ella después de un tiempo. Granger recogió su cabello hoy en un moño enrollado. Llevaba una blusa crema sedosa y una falda lápiz azul marino, en realidad, su favorita.
Draco miró a las otras mesas. Las otras mujeres quizás estaban más maquilladas y con joyas, pero no vio nada malo en el atuendo de Hermione.
—No hay necesidad de compararte con la chusma común, Granger.
—Dicho con toda la confianza de los obscenamente ricos.
La miró a los ojos y levantó las cejas, observando fascinado cómo Granger apartaba la mirada de él y bebía su vino, las manzanas de sus mejillas y el puente de su nariz adquirieron un atractivo tono rosado. Notó que un rizo se escapaba de sus ataduras, como sucedía a menudo. La mano de Granger se levantó para girarlo alrededor de un dedo antes de dejar que volviera a su estado original. Ella exhaló rápidamente, sacándolo de su ensimismamiento.
—Me observas mucho.
Consideró eso, evocando las veces que recordaba haberla mirado durante quizás más de lo estrictamente cortés. El primer día que la vio en Inglaterra, la había observado fijamente, preguntándose qué estaba haciendo ella aquí. Incluso antes de que él la marcara, ella llamó su atención.
—En Hogwarts, habría culpado al animal que tenías en tu cabeza. ¿Ahora? —Sus grises ojos recorrieron su cabello—. He perdido mi chivo expiatorio.
—Eres un desvergonzado —Ella lo regañó, pero las palabras no tenían el veneno habitual.
Una hora más tarde, acompañó a una Granger suavizada por el vino de regreso a su escritorio, que tenía un ramo de una docena de rosas rojas que derramaban rocío sobre su trabajo. Ella le lanzó una mirada, pero no eran de él, demasiado trillado. Draco sospechó que conocía al donante antes de que encontrara la tarjeta.
—De Ron... —confirmó ella.
El almuerzo se sintió abruptamente como piedras en su estómago.
Nunca admitiría que se trataba de una competencia, pero lo era. Dos Alfas compitiendo por el dominio sobre una omega que ambos deseaban. Era animal, y era sucio, pero fue un instinto más antiguo que la sociedad. Draco sabía que Weasley estaba tan indefenso ante el impulso como él.
La presencia continua de Weasley finalmente enmascaró el delicado aroma que tanto disfrutaba en la oficina de Granger y, a pesar de todos sus esfuerzos por mantener el control, Draco perdió todo sentido del decoro.
—¿Se baja los pantalones y mea aquí?
No podía sentarse y se quedó cerca de la puerta abierta, el olor lo repelía.
Las mejillas de Granger se tiñeron de rojo y se mordió el labio.
—Entró con su equipo de Quidditch. Creo que... Eh... Por el partido que estaban jugando los Aurores...
Granger se interrumpió, luciendo incómoda. Draco no pudo recuperar el acero de su mirada y ella suspiró.
—Lo siento, sé que esto debe ser difícil...
Se fue antes de que ella pudiera terminar su pensamiento.
—¿De nuevo olvidaste bañarte, Comadreja?
Weasley estaba de pie en la estrecha cocina, charlando con dos Aurores jóvenes que estaban allí para rellenar su té. Todavía estaba vestido con su equipo de Quidditch, el pelirrojo lo miró con sorpresa antes de que sus cejas se juntaran en una mueca.
—Primero necesitaba un trago.
—Mhm, una ruta tan eficiente: un paseo sencillo desde el gimnasio dos pisos abajo, más allá de los vestidores, hacia arriba, a la oficina de Granger, para salpicar fluidos corporales por la habitación antes de hidratarte después de un entrenamiento con diuréticos.
Draco observó con cierto deleite cómo Weasley se volvía más manchado y mucho más feo, el hombre se giró para mirarlo de frente con los hombros rectos. Los Aurores compartieron una mirada detrás del ogro pecoso, sus ojos se dirigieron hacia la puerta en la que Draco se recostó casualmente.
—Deja a Hermione en paz, esto no es una competencia.
Esperaba algo así y chasqueó la lengua.
—Vienes aquí todos los días e intentas marcarla con tu olor y toda el área a su alrededor. Solo estoy tratando de trabajar en paz sin una nariz llena de Alfa posesivo.
—No tienes ningún derecho sobre ella —gruñó Weasley.
Draco abrió la boca para expresar que, de hecho, tenía un derecho bastante literal sobre ella, solo para descubrir que su lengua se pegó al paladar, lo que provocó que dejara escapar un sonido estrangulado que hizo que Weasley lo mirara de manera extraña. La maldita orden de mordaza. Después de toser, Draco redirigió.
—Muy misógino de tu parte. Le haré saber a Granger que crees que ella es un objeto.
—Déjala decidir por sí misma. —Fue testigo de la tensión en el cuello de Weasley mientras el hombre trataba de no alterarse.
—Que gane el mejor hombre. ¿Es eso lo que quieres decir? —Qué Gryffindor de su parte ser honorable y asumir que Draco jugaría limpio.
Había tensión en su cuerpo también, pero Draco seguía apoyado en la puerta, bordes duros y ángulos fríos contra la espumosa y descomunal masa de Weasley. Sintió que estaba observando esta discusión desde la distancia, consciente de que no debería involucrarse, pero impotente por hacerlo. Sus ojos grises se encontraron con los azules de Weasley.
—Si ya terminaron.
La voz de Granger detrás de él provocó un parpadeo y un movimiento desde la puerta, sus ojos ardían por una batalla de miradas con Weasley. Los Aurores jóvenes se apresuraron a abandonar la cocina tan pronto como apareció Hermione.
Su entrada tuvo el efecto adicional de eliminar la tensión de la habitación, las extremidades de Draco se aflojaron mientras su cuerpo asumía un papel más servil para la bruja.
—¿Té, Granger? —preguntó Draco.
—¿Puedo traerte algo? —preguntó Weasley al mismo tiempo.
Los Alfas intercambiaron una mirada cuando sus voces se superpusieron, Granger los ignoró a ambos.
—Únicamente estoy aquí para dispersar algo de testosterona en la habitación.
Weasley no tenía motivos para demorarse, mientras que Draco siguió con aire de suficiencia a Granger de regreso a su oficina. Cuando ella cerró la puerta y se volvió para dirigirse a él, con los labios apretados en una línea sombría, él se llenó de pavor y suspiró.
—¿Por qué dejas que te moleste tanto? —preguntó ella.
—Se hace difícil de ignorar y parece pensar que soy una amenaza. —Lo cual era cierto, pero nada que él estaría confirmando frente a Granger.
Sus ojos lo recorrieron, deteniéndose en las mangas enrolladas de su camisa y los restos manchados de la marca oscura en su brazo izquierdo. Draco resistió el impulso de taparlo.
—Le pedí a Ron que fuera un poco más... —Luchó por encontrar una palabra, haciendo una mueca cuando no pudo encontrar una mejor—. Concienzudo.
Respondió con una fuerte exhalación por la nariz, una sola risa contenida. Hermione suspiró, sentándose en su escritorio.
—Ron tiene muchas cualidades maravillosas —dijo ella. Draco no ocultó el escepticismo en su rostro—. La conciencia emocional nunca ha sido su fuerte.
Habían encontrado una omega muerta esa mañana; se halló en su cuerpo agujeros abiertos e irregulares debido a la eliminación de las glándulas almizcleras. Granger tenía suficiente de qué preocuparse sin el drama adicional de un antiguo rival enamorado de ella. Fue solo por esta razón que Draco no se sinceró en ese momento. Declarar su atracción por ella, su interés en una relación que podría o no terminar en la culminación de su vínculo. Sus siguientes palabras lo alegraron de haberse quedado callado.
—Cuando la mordida de apareamiento se desvanezca, estoy segura de que se relajará. En algún nivel, debe poder sentirlo; trata y sé paciente durante unas cuantas semanas más.
Por supuesto, en varias semanas no tendría ningún vínculo con Granger. Febrero estaba llegando a su fin. A mediados de abril la conexión entre ellos se desvanecería de su piel. Draco trató de interpretar la sensación de hundimiento en su pecho como acidez estomacal cuando ella lo empeoró mucho más.
—Es posible que no estemos haciendo esto por mucho más tiempo de todos modos... Tengo una idea. —La determinación pétrea en su rostro le dijo dos cosas: una, odiaría esta idea, y dos, no sería capaz de disuadirla.
