De la visita al Olimpo
Dado que el mundo se supone que debía estar en calma ahora, Zeus había pensado que sería una buena idea hacer reuniones familiares en el Olimpo cada mes más o menos, para ver cómo iban las cosas entre ellos, en especial con los que mantenían Santuarios en sus dominios. Y tan mala idea no fue, algunos de los dioses al fin estaban recobrando sus amistades, aunque otros seguían sin querer darse la hora del día, por ejemplo Demeter y Hades, pero bueno, les daba algún par de miles de años más para solucionar las cosas o, si no, comenzaría a pensar en decir algo.
Sobra decir que la primera reunión familiar fue un tanto rara, en particular para Saori, porque fue esa la primera vez en que vio a Hades y Perséfone de frente después de la firma de los tratados de paz, y les tuvo que pedir las disculpas del caso. Bueno, se las ofreció a Perséfone porque Hades no le dirigía la palabra. La diosa no estaba para nada contenta, pero terminó aceptando las disculpas de Saori, y la adolescente agradeció que, en esa ocasión, llevó a Shion y a Mii con ella como apoyo moral.
Cada dios era libre de traer a la escolta que quisiera. Shion y Saori decidieron aprovechar la oportunidad para llevar a aquellos de mayor rango. Aioros, Dohko, y Shaka ya la habían acompañado. También la mitad de sus Saintias.
Y la fecha para la reunión familiar estaba cerca de nuevo. Esta vez Saori decidió llevarse con ella a Saga y a Alfa. A esta última no le fascinaba la idea, porque técnicamente seguía sin ser Saintia, aunque cada vez pasaba más tiempo en la Biblioteca Principal, y ya la consideraban una. Ya estaba bastante avanzada en sus estudios de la enorme cantidad de tomos sobre ellas lo cual también fue un poco raro porque en encontró algunos escritos sobre Antheia.
Cuando por fin el día llegó, los esposos fueron a reunirse con Saori al Salón del Trono. Cada uno llevaba una pequeña mochila con ellos, dado que la visita duraría un par de días. También iban perfectamente arreglados, el Santo con ropa de vestir y la chica con, bueno, la ropa que usualmente llevaban las Saintias, o sea un vestido blanco, estilo griego. Aunque Alfa decidió que aquello de las sandalias no era lo suyo así que se puso unos zapatos de tacón para sentirse al menos un poco como ella misma. Saori por fin los transportó al Olimpo, dado que los mortales no podían sencillamente aparecerse por ahí, y por lo tanto los portales no funcionaban.
En cuanto pusieron un pie dentro del Templo Principal, una escolta de doncellas llegó a recibirlos. Les dijeron que Zeus los vería un poco más tarde, pero mientras podían ir a acomodarse a las estancias de Saori. Los guiaron rápidamente a esa parte del templo, que era un lugar enorme que contenía una enorme sala, un enorme balcón, prácticamente un comedor para todo su ejército y, a cada lado, un par de igualmente enormes habitaciones. Una era la recámara de Saori, con su sala privada, baño, closet y balcón privado, y la otra era la habitación en donde se quedarían sus Santos. Tenía un par de camas, un baño y una salita. No era tan increíblemente lujosa como la que les prestara Julián en su Santuario, pero no era fea tampoco. Cabe decir que junto a esa se encontraba una habitación más, pero no entraron a verla, porque los esposos se quedarían juntos.
Apenas estaban terminando de dejar sus cosas cuando llamaron a la puerta. Alfa levantó la mirada y se dirigió a abrir. Todavía se le hacía muy extraño eso de actuar como Saintia y por lo tanto ser ella la encargada de ir a recibir y anunciar a los visitantes.
Se encontró de frente a Julián, quien la miró de arriba a abajo y le sonrió, pero no tardó en ponerse serio.
—Apenas sentí que llegaron, vine. Hay algo que tengo que decirles.
Alfa lo miró interrogante, pero no dijo nada, sólo abrió más para dejar al dios pasar, junto con Thetis y Sorrento, y cerró la puerta tras ellos. Julián fue a saludar rápidamente a su sobrina.
—¿Qué sucede Julián? —preguntó Saori.
—Supongo que no se han dado cuenta todavía porque acaban de llegar, pero Ares está aquí.
Silencio. Alfa volteó inmediatamente a ver a su marido, quien no tenía ninguna expresión en la cara, pero en cuanto el nombre del dios de la Guerra salió de labios de Julián, sintió que le sacaban el aire, que su estómago había caído al piso, que las manos comenzaban a sudarle y que, si no se sentaba pronto, iba a terminar en el suelo. Apretó el respaldo de la silla que tenía enfrente y notó de pronto que las miradas estaban sobre él. Volteó al piso, las náuseas comenzaban a llegar y sintió que su esposa le sujetaba del brazo y del hombro.
—Estoy bien —murmuró y la mujer asintió, pero no lo soltó.
—Eso no es posible, yo lo sellé —dijo Saori.
—No me preguntes detalles, los desconozco, nosotros también llegamos hace muy poco, pero está aquí.
—¿Lo viste? —preguntó esta vez la Saintia sin poder contenerse.
—Sí, de lejos, no fui a hablar con él.
Entonces Alfa se dio cuenta de que ese malestar que sintió desde que llegaran y que pretendió ignorar hasta ese momento, era el tenue cosmo de Ares a la distancia. Lo conocía, lo sintió fuerte y claro en las cuevas de Svalbard. El gemelo mayor también se daba cuenta, y sabía que era Ares, pero quiso creer que lo detectaba porque estaba sellado ahí, en el Olimpo, como lo había notado la vez en que fue con su hermano a que le regresaran sus recuerdos. Pero ahora era diferente. Ares en verdad estaba ahí.
—¿En su propio cuerpo? —preguntó Saori.
—Sí.
Saga por fin separó la silla de la mesa y se sentó en ella, con la mirada perdida a lo lejos, el índice pegado a los labios. La atención regresó a él, pero el de Géminis no lo notó. Alfa no le había soltado el hombro.
—Si está en su propio cuerpo no va a intentar nada contigo —le dijo Julián tratando de mejorar un poco la situación.
—Y seguro va a estar encantado de volver a verme —murmuró Saga —. Tanto como yo, me imagino.
—Zeus tuvo que haber dado su permiso para que le quitaran el sello, y seguramente fue él quien lo hizo —dijo Saori—. Y no me dijo nada porque sabía que me opondría.
—¿Crees que haya sido sólo idea suya? —preguntó Julián.
—No dudo que haya quien le diera la idea.
—¿Afrodita? —preguntó de nuevo Poseidón.
—No lo sé. Tengo que hablar con Zeus. —De pronto la diosa suspiró y sonrió con ironía. —Ahora entiendo por qué no vino a recibirme y me dijo que me vería más tarde. Siento mucho haberlos traído precisamente a ustedes dos esta vez —agregó compungida.
—No había manera de que supieras que él iba a estar aquí, Princesa —le contestó Saga, poniendo toda su fuerza de voluntad para sonar perfectamente normal, a pesar del apretado nudo que sentía en la garganta.
Unos nuevos golpes se escucharon en la puerta, lo que hizo que varios de ellos pegaran un brinco. Alfa cerró los ojos, respiró profundamente, le dio un apretón al hombro de su marido y fue a abrir. Vio a un par de doncellas.
—Nuestro señor Zeus está listo para recibir a la princesa Atenea —dijo una de ellas.
Alfa volteó hacia dentro, en donde Saori, con una mirada un tanto fiera, comenzó a caminar a la entrada.
—Quédense aquí, no tardaré en volver.
La Saintia asintió mientras observaba a Saori alejarse con ambas doncellas. Julián fue a la puerta, junto a ella.
—Voy a ver si logro enterarme de algo, chismes seguro hay corriendo por aquí. Nos veremos más tarde. —Le hizo una seña a sus Marinos para que salieran con él, y una vez que estuvieron fuera, Alfa tomó a Julián del brazo.
—Por favor, no nos dejes solos con él —le pidió mirándolo a los ojos.
Poseidón sabía que aquella chica tenía perfecta conciencia de lo que seguramente estaba sintiendo su marido en ese momento, porque había visto sus recuerdos. La voz le tembló ligeramente al hacer la petición. Asintió y le tomó la mano.
—No lo haré —contestó.
—Gracias. —Luego se soltaron y ella se quedó ahí por algunos segundos mientras salían.
Cerró la puerta al entrar. Fue directo hacia Saga. Lo rodeó con sus brazos mientras apoyaba el mentón en uno de sus hombros.
—No estás solo.
El joven le sujetó los brazos y se apoyó contra ella.
—Ares no está aquí para jugar a la familia feliz con el resto de los Olímpicos.
—No, pero evidentemente no fue idea suya regresar.
—No quiero verlo cerca de Saori, ni de ti, y mucho menos de mí, pero dudo que haya algo que podamos hacer para evitarlo, fuera de irnos en este momento, y no creo que eso sea posible tampoco.
—Quizá no lo veamos mucho.
—Quizá, pero eso no quita el hecho de que ahora está aquí y vamos a tener que cuidarnos de él de nuevo.
Alfa al fin lo soltó, recorrió una silla, se sentó junto a él y le tomó la mano.
—Entonces hay que asegurarnos de estar siempre los tres juntos. Poseidón tampoco nos va a dejar a la deriva. No estamos solos.
—Quisiera que eso me calmara, pero cuando se trata de Ares, no creo que haya algo que me haga sentir mejor al respecto.
—Ni a mí, y estoy segura de que Saori tampoco está tranquila.
Se quedaron en silencio varios minutos, pensando en las posibilidades e implicaciones que traía consigo el regreso de Ares. Ninguno confiaba en él, era obvio que seguro tendría sus propios planes, aunque fuera sólo increparlos a la menor oportunidad, pero no les parecía que eso sería suficiente para Ares. Habían cometido varias ofensas en su contra, al menos a ojos de él mismo, y por todos era sabido que Ares es un dios vengativo: no se quedaría de brazos cruzados. Por otro lado, al menos esperaban contar con un poco de la protección de Zeus. El mayor de los dioses quería mucho a la hija de su corazón, Atenea, pero, ¿qué podría hacer él cuando no estuvieran bajo su mirada?
No pasó mucho tiempo antes de que escucharan pasos acercándose, la puerta se abrió y por ahí entró Saori. Azotó la puerta cuando la cerró y los miró. Caminó directo hacia ellos, y se sentó a su lado.
—Fue mi padre. No me dijo muchos detalles, sólo que decidió que era una buena idea sacar a Ares, porque sería injusto que sólo él permaneciera encerrado. Le dije que si lo sellé fue por una buena razón, pero él dice que Ares es uno de nosotros también y que ya aprendió su lección, lo cual, obviamente, dudo. Total que no va dejar que lo vuelva a sellar y por lo tanto Ares es tan libre como el resto de mis divinos parientes. Zeus le pidió que no intentara nada en contra de nosotros pero, de nuevo, dudo de sus intenciones. También me advirtió que no le pusiera el ultimátum de Ares o yo, y que no puedo irme antes de tiempo, así que estamos atrapados en este lugar por los siguientes días. En serio siento mucho haberte traído hoy, Saga.
—No es culpa tuya, Princesa.
—Creemos que lo mejor que podemos hacer es no separarnos. No hay que darle oportunidad de hacer lo que sea que se le pueda ocurrir —dijo Alfa.
—Estoy de acuerdo —Saori suspiró—. Demeter quiere verme, en los jardines.
Los otros dos asintieron y se levantaron. Por supuesto los jardines eran un enorme y vasto terreno con campos, flores, ríos, templos y básicamente el paraíso idílico que uno esperaría del Olimpo. Por todos lados habían dioses y sus escoltas, al igual que ninfas, doncellas y animales. Finalmente se acercaron a unas ruinas, a la sombra de un enorme árbol de olivo. Una mujer se encontraba al centro, rodeada de varias doncellas. Saori sonrió y se le acercó, mientras Alfa y Saga se quedaban un poco a la distancia. Esa sería su tarea durante el tiempo que durara la visita: acompañar a Saori a cualquier lugar al que fuera, mientras se reunía con sus parientes.
Y a pesar de que estaban alerta, siempre rastreando el cosmo de Ares, el lugar tendía a tranquilizarlos. Se distrajeron mirando sus alrededores, y las diversas actividades de los moradores del Olimpo. Alfa divisó a Poseidón, quien hablaba con Hefesto. El dios de los Mares volteó a ver a la joven y asintió con la cabeza. Thetis y Sorrento no estaban lejos. Alfa vio de reojo a su marido, por el momento la tensión en su cosmo se sentía a kilómetros, así que le tomó una mano y lo sujetó del brazo. El contacto calmó ligeramente al hombre, quien suspiró.
Por fin Saori se despidió de Demeter y fue a reunirse con sus Santos. Poseidón también dejó de hablar con Hefesto y fue con ellos.
—¿Te enteraste de algo? —le preguntó Saori a Julián.
—Ares ya lleva un par de semanas de regreso y, dicen, se ha portado mejor de lo que ha hecho en mucho tiempo pero, por supuesto, Hefesto no está para nada complacido, y eso que parece que Afrodita y él no se han visto. O al menos no de muy cerca. Fuera de eso, nada. Nadie tiene qué decir al respecto. Hefesto me dijo que también lo ha estado vigilando, por las dudas. Los puntos que alguna vez llegaste a perder con él, los ganaste de regreso cuando lo sellaste.
—No debe ser fácil para él tampoco.
Caminaron un rato por el lugar, cambiando de temas. Alfa y Saga comenzaron a hablar con Sorrento y Thetis. Los Marinos se estaban esforzando en permanecer tranquilos y esperaban que eso ayudara a calmarlo un poco, dado que ellos también sentían en su cosmo que estaba como gato de espaldas.
Llegaron a una estructura similar a un templete, sin paredes, en donde Julián y Saori se acomodaron a seguir hablando. Invitaron a sus escoltas a estar cerca de ellos, así que los cuatro se sentaron juntos, un tanto alejados de los dioses.
No llevaban ni diez minutos ahí cuando el cosmo de Ares se hizo presente fuerte, claro y se estaba aproximando. Saga empezó a buscarlo con la mirada, mientras, de nuevo, la tensión en su cosmo subía y parecía que le sacaban el aire. Todos lo sintieron. Los dos Santos y Marinos se pusieron de pie. Saori y Julián levantaron la cabeza.
Ares venía caminando tranquilamente hacia ellos, con una sonrisa en la cara y un par de doncellas detrás de él.
—Atenea y Poseidón —les dijo una vez que se acercó—. Hace tiempo que no los veía, son ustedes los últimos que me hacía falta saludar.
—Fue toda una sorpresa enterarnos de tu regreso —le dijo Julián, aceptando la mano que le ofrecía el dios de la Guerra.
—Me imagino que sí, fue toda una sorpresa para mí el estar de regreso también. ¿Sigues molesta conmigo, Atenea?
—¿Tengo acaso motivos para estarlo?
—No, en realidad no. Es parte de los juegos de la guerra que tú y yo conocemos bien. Me contaron lo que ha sucedido en tus dominios mientras estuve sellado. Grandes historias las tuyas. También me dijeron que encontraron el último regalillo que pude dejarles. —Miró por sobre el hombro de Saori, directo a los ojos del de Géminis. —Y de que te regresaron a tus Santos.
—Ten cuidado con lo que haces, Ares —le dijo Saori muy seria.
Ares volteó a verla, sin quitar la sonrisa de su cara.
—Solamente voy a saludar a un viejo conocido —contestó y cerró los pocos metros que los separaban. El de Géminis tragó saliva, se irguió un poco más y cerró los puños. —Tanto tiempo sin verte, me han contado mucho sobre ti. Resulta que ya te enteraste de quién fuiste en una vida pasada. Elegí bien, ¿no te parece? —Saga le sostuvo la mirada, sin mover un solo músculo y sin hablar. —Solías ser menos callado. También, me informaron de tus recientes nupcias. Felicidades, debo decir que jamás pensé que el matrimonio estuviera en tu futuro. —Volteó a ver a Alfa, quien estaba junto a ellos, sin decir palabra. La miró de arriba a abajo y una sonrisa un tanto lasciva se formó en sus labios. —¿Es ella? Es tu tipo. —Le tomó la mano a la joven, y la levantó para mirar de cerca el anillo que llevaba puesto. —¿Cuál es tu nombre?
—Alfa —contestó secamente. Sentía el impulso de retirar la mano, no podía soportar el tener que tocar a ese hombre.
El gemelo mayor apretó más los puños y los dientes, pero no se movió, aunque comenzaba a sentir sus brazos temblar por el esfuerzo de mantenerse quieto.
—Qué apropiado. Y por esa mirada que me estás lanzando, supongo que conoces toda la historia. Tranquila, tengo mi propio cuerpo ahora, aunque no me hubiera molestado estar en el suyo cuando...
—¡Ares! —interrumpió Julián—. Es suficiente.
—Era una broma, Poseidón —respondió Ares y por fin soltó a la chica. —¡Será un placer volvernos a encontrar para la cena! —le dijo a la joven, luego le dirigió otra sonrisa cínica al resto y comenzó a alejarse.
El grupo se quedó en silencio mientras lo miraban. Alfa le tomó la mano a Saga.
—Yo que tú me desinfectaba con cloro —le dijo Poseidón a la Saintia.
—¿Es siempre así de encantador o me llevé el premio porque estamos casados? —preguntó.
—Ares nunca ha tenido problemas en conseguir mujeres, pero nunca he entendido qué le ven. Así que asumiré que te llevaste el premio con sus comentarios desagradables.
—¿Acaso es capaz de hacer comentarios agradables? —preguntó Thetis—. Porque no cualquiera dice ese tipo de guarradas.
—Van a ser un par de días increíblemente divertidos —dijo Alfa y se restregó la mano que le había tomado, en la ropa, en serio se sentía sucia. Además, ese perfume que estaba impregnado en el cuerpo de Ares, ahora estaba pegado en ella y le daba náuseas.
Exhalaron suspiros en acuerdo. Saga finalmente volvió a sentarse, necesitó usar todo su autocontrol para no soltarle un puñetazo en media cara al dios cuando lo vio tocar a su esposa. Pero en el lugar en el que estaban, el hacerlo nada más les traería problemas, y sabía que su esposa no se iba a dejar amedrentar por el dios. La muchacha le había sostenido la mirada, sin pestañear ni mostrar ninguna otra expresión fuera de la mirada asesina.
—Mejor vámonos de aquí, se le ha quitado el encanto a este lugar —dijo Saori.
Con cada hora que pasaba, se sentía más culpable por haberlos llevado a ellos al Olimpo. Ya bastante era con saber que Ares estaba presente como para tener que aguantar sus provocaciones, en especial unas del tono sexual que le hizo a su Saintia. Se las estaba contando y cualquier cosa que hiciera, se lo diría a Zeus para restregarle que había sido un error el traerlo de regreso.
Estuvieron paseando un rato, saludando más parientes y deteniéndose ocasionalmente a admirar los paisajes, pero toda la tranquilidad que habían llegado a sentir estaba ahora perdida. Mientras Saori y Julián se quedaban a hablar con Perséfone, Alfa divisó, no muy lejos, a Dicro con un chico que había visto un par de ocasiones antes, era también un Erota, aunque su nombre se le escapaba. La Erota de cabello vino volteó a verla, le dijo algo a su compañero, quien miró también en su dirección, y comenzó a acercarse.
—No estaba segura de si serían ustedes los que vendrían en esta ocasión —le dijo Dicro a su amiga mientras la tomaba de las manos—. Me temo que hay malas noticias.
—¿Ares está aquí? —preguntó Saga con ironía y Dicro volteó a verlo.
—Sí, ¿ya lo sabían?
—Nos otorgó el placer de venir a saludarnos personalmente —contestó Alfa.
Dicro enarcó ambas cejas.
—Lo siento mucho.
—Desgraciadamente no hay nada que nadie pueda hacer al respecto —dijo Saga quien, involuntariamente, apretó los puños.
—Tenlo en la mira, ¿quieres? —le dijo Alfa a su amiga—. A ninguno de nosotros nos da muy buena espina el que esté tan campante por la vida. Esperamos poder estar siempre al tanto de su ubicación para poder mantenernos del lado contrario.
—Por supuesto, Daka también lo vigilará, seguro, y hablaré con mi señor Eros a ver qué piensa él al respecto. No creo que esté muy complacido tampoco, aunque por el momento no nos ha dicho nada. ¿Qué opina Poseidón?
—Lo mismo que nosotros y se ofreció a mantenerlo vigilado también, pero es un dios y tiene sus propias ocupaciones aquí arriba, no puede estar siempre haciéndola de escolta con nosotros.
—No están solos, seguramente habrá más dioses que estén dispuestos a, al menos, mantenerlo en la mira. Tengo que irme, por favor, cualquier cosa, díganme.
Alfa y Saga asintieron, y Dicro fue de regreso con su compañero y dios. La vieron intercambiar algunas palabras con el hombre rubio a su lado, y luego Daka volteó a verlos de nuevo y asintió con la cabeza. Ambos correspondieron el gesto.
Lo mejor que podían hacer por el momento era conseguirse aliados, aunque bien sabían que serían muy pocos los dioses dispuestos a intervenir en caso de que algo sucediera. No esperaban que lo hicieran, lo único que necesitaban eran vigías para estar siempre preparados y, por supuesto, no bajar la guardia.
Cuando comenzó a caer la tarde, Saori y sus escoltas regresaron a las estancias de la diosa para prepararse para la cena. Alfa fue con la adolescente a la habitación junto con otro par de doncellas para ayudarla. Cuando terminaron, Alfa vio a Saga en el balcón, mirando a algún punto. Estaba preocupada por él. No podía siquiera imaginarse lo que sentía cada vez que Ares estaba cerca y admiraba la fuerza de voluntad de su marido para no agarrarse a golpes con el dios: ella misma tenía ganas de romperle la cara. Lo había visto apretar los puños y enterrarse las uñas en las palmas en más de una ocasión, lo sintió temblar de rabia y por supuesto no podía no notar lo preocupado que estaba con el asunto.
Corrió a la habitación, se bañó rápidamente y arregló, y en muy poco tiempo estuvo lista. Salió de nuevo, el gemelo no se había movido de su lugar. Se debatió entre ir con él o ir por Atenea, pero la adolescente ya iba caminando hacia ella.
—¿Te preocupa?
—Sí. Y el saber que estamos a punto de volver a verlo seguramente está acabando con sus nervios, porque está acabando con los míos.
—Y los míos también. Tengo que hablar con Zeus para convencerlo de que esto fue una pésima idea, pero mi padre es increíblemente testarudo.
—Por algo es el dios supremo. Lo que me tranquiliza es que Ares no va intentar absolutamente nada frente a él. Si es como creo, va a mantener las apariencias, así que, mientras Zeus esté presente, podemos bajar un poco la guardia.
—Sí, yo también creo lo mismo. Ve con él, dale un abrazo, lo necesita.
Alfa asintió, salió al balcón y se acercó a su marido, quien tenía las manos apoyadas en la baranda.
—Estamos listas —le dijo, y el hombre suspiró y volteó a verla.
—Te ves hermosa —contestó y una tenue sonrisa iluminó sus labios.
Alfa lo abrazó y Saga respondió el abrazo. Se quedaron ahí apenas un par de minutos.
—Deja de preocuparte por mí, el "preocupón" oficial soy yo.
—Es el trabajo que me diste en el momento en el que decidiste casarte conmigo, así que te aguantas. —Se miraron a los ojos y él finalmente se inclinó a besarla.
Saori sonrió, le gustaba mucho esa parejita. Alfa le había regresado a su Santo de Géminis. El hombre pasó a ser más alegre y abierto en el momento en que la mujer entró a su vida. Y no podía negar la gracia que le hacía el hecho de que la joven siguiera pensando que Saga era simplemente Saga, sin el rango pegado, y sin su historia a rastras, a pesar de que eso solía desconcertarlo. Los vio separarse y caminar hacia adentro. Suspiró: era hora de encontrarse de nuevo con Ares.
La cena se llevaría a cabo en dos salones: el primero era en donde estaban comenzando a reunirse. Tenía algunos bocadillos y copas para los presentes, eso incluía las escoltas de los dioses. Después se moverían a otro, en donde se serviría la cena. Y ese salón estaba conectado a uno más, de menor tamaño, en donde había una mesa para las escoltas. Es decir, en uno comerían los dioses solos, sin humanos presentes. Tanto los dioses como sus guardianes podrían verse unos a otros. Ese arreglo no ponía muy feliz al Santo, pero ellas tenían razón: Ares no iba a intentar nada raro frente a sus divinos parientes.
Cuando entraron al salón principal, por suerte, Ares todavía no llegaba. Pero tampoco Poseidón, así que Saori fue a refugiarse con Apolo y Artemisa. Si bien su relación con ellos no era precisamente la mejor luego de la guerra, tampoco estaban tan mal unos con otros. Por cierto, a Artemisa también le devolvieron a sus Ángeles, sin embargo Touma y Marín no habían vuelto a verse.
Alfa y Saga estaban no muy lejos de Saori, recargados contra una pared, copas en mano, cerca de, precisamente, uno de los Ángeles de Artemisa, aunque no se habían dirigido la palabra entre ellos. Menos de cinco minutos después, vieron a Ares entrar por la puerta. La reacción de el gemelo fue darle dos largos tragos a su copa.
—¿No tendrán algo más fuerte? —preguntó Alfa a su marido mientras miraba su copa vacía—. Porque si no, voy a necesitar como siete litros de esto.
—Y otros diez para mí —fue la respuesta del hombre.
—Fue una sorpresa la decisión del señor Zeus de traerlo de regreso —comentó Touma—. En especial después del revuelo que causó en el Santuario.
—Touma, ¿no es cierto? —preguntó Alfa y el muchacho asintió—. Mi nombre es Alfa de Retículo. Marín me ha hablado de ti.
Touma sonrió y bajó la mirada.
—Cosas buenas, espero.
—Por supuesto que sí. ¿La crees capaz de otra cosa?
—No. Lo cierto es que no.
—¿Podría pedirte un favor?
—¿De qué se trata? —Touma la miró interrogante.
—Que nos avises si te das cuenta de que Ares está cerca del lugar al que nos dirigimos con la señorita Atenea. Nada más. —Saga volteó a ver a su esposa. —Llámanos paranoicos, pero creo que sabes por qué te lo estoy pidiendo. Sin intervenir ni nada, obviamente, nada más nos gustaría tener al menos el aviso de que Ares va a estar cerca. Por favor.
El Ángel se les quedó mirando un momento, sin estar muy seguro de qué decir, pero los entendía. Probablemente, si su señora estuviera en el lugar de Atenea, y él en el lugar de los Santos, también estaría buscando vigías hasta por debajo de las piedras.
—Un "Ares está aquí" es más que suficiente —agregó el gemelo.
Touma finalmente asintió.
—Sí, puedo hacer eso —dijo.
—Gracias —sonrió Alfa, y los tres volvieron a prestarle atención a sus respectivos dioses.
No pasó mucho tiempo antes de que Theseus se uniera a ellos, Touma los presentó rápidamente, pero evitó hacer mención a su reciente trato. Como sus copas seguían vacías, la joven decidió que era momento de ir a rellenarlas, así que tomó la de su esposo y atravesó el salón, en dirección a una de las mesas en donde se encontraba la comida y bebida. Apenas estaba terminando de rellenar la primera cuando sintió una presencia a su lado, junto a ese horrendo perfume.
—Un placer encontrarte de nuevo, Alfa.
La mujer levantó la vista para mirarlo a los ojos, pero no dijo nada. Ares sonrió y le presentó su propia copa vacía, ella la tomó y procedió a llenarla.
—No llevas mucho tiempo en el Santuario, ¿no es así? Te recordaría.
—No.
—Ya veo. Dime, ¿Cassia sigue ahí?
Alfa le ofreció la copa llena al dios, mientras lo miraba a los ojos de nuevo.
—Así es.
—Me alegra saber que se encuentra bien, era muy interesante, seguro Saga te habrá hablado sobre ella —contestó mientras tomaba su copa, rozando la punta de los dedos de la Saintia con los suyos.
—Lo hizo, sí.
—Me sorprende que te lo haya contado, aunque supongo que seguirá guardándose algunos de sus secretos.
—Si son secretos, yo no tengo manera de conocerlos, ¿no?
Ares volvió a sonreír y le dio un trago a su vino.
—No me queda duda de qué te vio ese hombre. —Comenzó a retirarse, pasando por detrás de ella, luego le dijo al oído. —Lo que no hubiera hecho yo sí tan sólo te hubiera conocido antes. —Y le rozó la espalda ligeramente antes de alejarse.
Alfa levantó la cabeza, respirando profundamente, intentando no salir corriendo tras Ares para voltearle la jarra de vino en la cabeza. En su lugar respiró profundamente, sirvió su copa y le dio un par de tragos antes de rellenarla de nuevo, tomar la de su esposo y comenzar a alejarse. Notó inmediatamente que Touma le soltaba el brazo a Saga.
Cuando el Ángel vio que Ares se había acercado a Alfa, miró al hombre a su lado: por supuesto se dio cuenta de que apretaba los puños y que estaba a punto de salir en esa dirección, así que lo sostuvo firmemente del brazo, aunque de manera sutil, para que nadie lo notara. Le murmuró "cálmate" varias veces durante el intercambio entre la Saintia y el dios, y no se animó a soltarlo hasta que comenzó a caminar de regreso. El Santo finalmente respiró profundamente y aceptó la copa que su esposa le ofrecía.
—¿Qué te dijo?
—Que es un patán. Quería ponerme celosa, pensando que no sabía sobre Cassia.
Saga miró al techo, no sabía ni la mitad de las cosas que Ares hizo con la mujer, porque ella nunca se lo contó, pero obviamente no pensaba que fueran cosas especialmente buenas, varias veces le vio rasguños y moretones, aunque Cassia siempre intentaba ocultarlos y pretender que todo estaba en orden. Le dolía el estómago de pensar que, aunque hubiera sido Ares, fue su cuerpo el que hizo esas cosas.
—No pienses en eso —le dijo Alfa al ver las reacciones de su esposo, se imaginaba lo que cruzaba por su mente. Cassia tampoco le había contado mucho de cómo la trataba Ares, pero sí le dio a entender que muchas veces no salió indemne de aquellos encuentros.
Por suerte, no pudieron continuar el tema porque los dioses comenzaron a reunirse a la mesa, y las escoltas no tardaron en hacer lo mismo en la suya. Varios desfiles de doncellas aparecieron, presentando y sirviendo la comida y bebida. Dicro y Daka terminaron sentados frente a los Santos, y por suerte Minos y Radamanthys estaban alejados, cerca del extremo opuesto a ellos. Ninguno de los dos se veía especialmente complacido de ver ahí al gemelo, seguramente porque lo confundían con Kanon, pero no dijeron nada.
En el salón donde se encontraban los dioses, vieron que Saori tenía de un lado a Poseidón y del otro a Artemisa, con Ares a la distancia, junto a Zeus. Por el momento podrían respirar tranquilos.
Cuando la cena terminó, los dioses se movieron a un salón contiguo, un tanto más grande, en donde podrían quedarse a platicar y beber algo más de vino; las escoltas se quedaron en su salón. Dicro entonces se acercó a sus amigos, junto con Daka.
—¿Hay noticias? —le preguntó Alfa a su amiga.
—Hablamos brevemente con mi señor Eros, por el momento él cree que Ares se va a comportar, y por supuesto no está dispuesto a interponerse entre los problemas de Atenea y Ares, pero dice que mantendrá la mirada en él, porque no le gustaría que rompiera su palabra de mantenerse lejos de problemas.
—No esperábamos que fuera a intervenir de cualquier manera —dijo Saga—, lo que me pregunto es si estará del lado de Atenea en caso de que algo sucediera o si su lealtad está con Ares.
—Su lealtad está con la justicia —respondió Daka—. No le gustaría que algo malo pasara.
—Yo no estoy convencida de que Ares haya dado su palabra de que va a mantener la paz —dijo Alfa—. Sospecho que no aceptó nada, sencillamente se mantuvo callado. De mínimo va a buscar molestarnos a la menor oportunidad, aunque sea sólo con palabras.
—Vi que se acercó a tí antes de la cena. ¿Te dijo algo? —le preguntó Dicro.
—Sí, pero prefiero no repetirlo. Quiere molestarme a mi porque con eso quiere molestarlo a él.
—No le hagas caso —comentó Daka.
—No lo hago, pero es como el bully de la escuela que no deja en paz a nadie. Por el momento, al menos Touma aceptó también avisarnos si ve que Ares está cerca de nosotros.
—¿Qué hay del señor Dionisio?, ¿saben algo?
—No, por el momento creo que está bastante entretenido viendo cómo sus divinos parientes intentan pasar el tiempo sin asesinarse unos a otros. A su favor, Dionisio tiene en buena estima a Atenea, sin embargo, dudo que vaya a entrometerse —contestó Dicro.
—Con que se mantenga neutral es suficiente. Creo que tanto Artemisa como Apolo se mantendrán de la misma manera. Lo cual es sorprendente, dado la última Guerra Santa —dijo Saga.
—No creo que tengan que preocuparse de nadie más que de Ares —comentó Dicro.
—Y de quién le haya dado la idea al señor Zeus de traerlo de regreso —suspiró Alfa.
—¿No creen que haya sido idea de él? —preguntó Daka.
—Sí y no. Creo que alguien al menos se lo sugirió y si él ya tenía la idea, eso fue, digamos, el empujón que le hacía falta —respondió Alfa.
Volvieron a quedarse en silencio, cada quien contemplando a sus respectivos dioses y las interacciones que tenían con el resto. Era obvio que Atenea se mantenía lo más alejada posible de Ares, quien a su vez estaba lejos tanto de Hefesto como de Afrodita, y mejor charlaba con Dionisio, a veces con Poseidón o Hades. Hades, por su parte, no dejaba a Perséfone, pero ambos se mantenían bien separados de Demeter. Y Démeter estaba platicando con Hestia y Hera. Zeus, por su parte, se paseaba hablando con cada uno de ellos por igual.
Ares no volvió a acercarse a ninguno de ellos durante toda la noche, así que pudieron pasarla relativamente en paz. A menos, claro, de que los ojos del dios chocaran con los de Alfa, porque entonces le lanzaba sonrisas para nada castas, y la mujer debía pretender que no le daban ganas de vomitar cada que lo veía. Y Saga debía dejar de enterrarse la uñas en las palmas de las manos.
Aún era temprano cuando Saori decidió retirarse a dormir. Lo hubiera hecho antes, pero obviamente a Zeus no le iba a hacer nada de gracia que no pasara un un rato con sus parientes, así que se quedó el tiempo necesario para no causar dramas y ya. Le hizo una seña a sus Santos, se despidió rápidamente de Julián, y los tres salieron de ahí.
Una vez en las estancias de Atenea, Alfa se encerró con ella y un par de doncellas más para ayudarla a prepararse para dormir. El gemelo mayor se quedó sentado en uno de los sillones de la sala, viendo al techo y sin muchos deseos de hacer absolutamente nada. Al menos habían sobrevivido al primer día, pero sus nervios no le iban a permitir mucho descanso esa noche.
Un rato después escuchó la puerta de la habitación de la diosa abrirse y luego los pasos de su esposa. No prestó más atención hasta que sintió la mano de la joven junto a su hombro, y cuando volteó, vio que le ofrecía un vaso con, probablemente, bourbon. Lo tomó y vio a su esposa sentarse a su lado.
—Porque llevas todo el día aguantando las ganas de romperle los dientes a Ares y porque yo no le volteé la jarra de vino en la cabeza antes de la cena —dijo la mujer antes de chocar su vaso con el de él y beber. Saga sonrió irónicamente y la imitó. —¿Cómo estás?
—He estado mejor, pero sobreviviré.
—No me queda duda, porque no pienso quedarme viuda antes de nuestro primer aniversario.
—¿Después sí?
—No, tampoco. Desgraciadamente para ti, estás atado a mi por las siguientes décadas.
Se quedaron en silencio, bebiendo. Obviamente ninguno de los dos tenía mucho sueño que digamos, pero al fin Alfa lo convenció de ir a acostarse, aunque fuera a dar vueltas o mirar el techo. Él aceptó, aunque estaba bastante seguro de que difícilmente iba a poder cerrar los ojos.
Y tuvo razón, porque no pudo dormir en toda la noche. Al menos la chica en sus brazos sí lo logró un rato, pero tampoco mucho, despertaba constantemente. Los primeros rayos de sol de la mañana los encontraron despiertos, aún abrazados, sin ganas de empezar un nuevo día, pero no tenían opción. Alfa se levantó de mala gana y fue a arreglarse mientras Saga salía a preparar un poco de café. Cuando la Saintia terminó de ponerse presentable por la diosa, quien ya estaba despierta. Al igual que sus acompañantes, no pudo dormir. La idea de que Ares estaba planeando algo no se le quitaba de la mente.
Desayunaron en las estancias de la diosa y después salieron porque, al parecer, Artemisa y Apolo querían hablar un rato con Saori, así que se dirigieron a las habitaciones de la primera. Los dioses se sentaron en la salita del balcón y los Santos se quedaron un poco atrás, junto a los Ángeles de Artemisa y los Apolíneos.
Algo bueno salió de aquella reunión: luego de discutir un rato, al fin los tres dioses decidieron dejar la guerra en el pasado y llevar las cosas en paz. A fin de cuentas tenían a sus ejércitos de regreso. Apolo fue especialmente indulgente con el Pegaso, y Artemisa solamente estaba haciendo lo que se esperaba de ella. Atenea pensó por un segundo poner algunas objeciones, pero tenía muy presente que no era buena idea poner "peros" en ese momento. Necesitaba conseguir aliados, así que le sonrió a sus hermanos, ofreció sus disculpas y aceptó las de ellos.
Finalmente salieron de ahí. Saori no debía reunirse con nadie por el momento, así que se dedicaron a sencillamente pasear por el lugar, manteniéndose bien lejos del rastro del cosmo de Ares, y de preferencia a relativa cercanía de otros dioses, aunque no lo suficiente cerca como para conversar con ellos.
No llevaban mucho tiempo en ese rincón cuando vieron que Julián, junto con sus Marinos, se acercaban. El dios de los Mares les sonrió.
—Justo a quienes esperaba ver. ¿Están ocupados? —le preguntó a Saori.
—No. Intentamos mantenernos alejados de ya sabes quién y de Hades, ya de paso. ¿Sucede algo?
—No. Pero me preguntaba si tu Saintia, aquí presente, quisiera practicar un rato conmigo con algunas armas.
—Julián, sabes lo que opino sobre las armas.
—Oh, lo sé, pero esto es nada más un deporte, además es uno que ella ya practicaba antes de unirse al Santuario.
La verdad es que no le había comentado a nadie, más que a Aldebarán, sobre los entrenamientos que tuvo con Julián usando arcos y lanzas, por lo tanto, la mirada interrogante que le lanzó Saori no le pareció extraña.
—Durante mi adolescencia entrené algún tiempo el tiro con arco, y Jul… el señor Poseidón y yo entrenamos un poco cuando fui a hacer ronda al Templo Submarino —explicó Alfa.
—No estaba enterada —respondió Saori enarcando una ceja y mirando a Julián, quien la veía con una sonrisa un tanto contrita, como de cachorro regañado. —No es que mis Santos tengan prohibido usar armas, sencillamente no es lo que quiero de los guerreros de mi Santuario, a menos de que sea necesario.
—Oh, lo sabemos, pero esto es un deporte, nada más, y si algún día necesita hacer uso de esas armas, es mejor que sepa cómo utilizarlas, y que tenga buena puntería, ya de paso —explicó Julián.
—Bueno, si ya lo hicieron antes, no veo razones para prohibirlo. Y no tenemos nada qué hacer en este momento.
Julián sonrió ampliamente e hizo una seña a algunas personas que estaban reunidas no muy lejos de ellos. Llegaron cargando blancos y procedieron a instalarlos; luego a darle las armas a Poseidón.
—Estas siguen siendo armas de entrenamiento, no las mejores, pero por supuesto son de mejor calidad que las que tengo en mi Santuario —dijo tomando un arco y ofreciéndoselo a Alfa. —¿Qué te parece?
—Definitivamente se siente mejor que los de allá. Me gusta.
—Bien, lista entonces, comenzamos como siempre. —Julián tomó también un arco y algunas flechas.
Quienes no iban a participar, fueron a sentarse no muy lejos, bajo la sombra de un olivo a observarlos. Y como tenía tiempo sin practicar, sus primeros tiros de la no fueron los mejores, así que requirió de un poco de los consejos de Julián para poder acertar. Estuvieron entretenidos en eso un buen rato, mientras los espectadores aplaudían los esfuerzos de Alfa, y tan concentrados estaban en la práctica que apenas si notaron que el cosmo de Artemisa, junto al de sus Ángeles, se aproximaba.
—Nunca has tenido la mejor de las técnicas, Poseidón, y le estás enseñando tus manías a esta joven —dijo en un tono un tanto burlón, lo que hizo que ambos voltearan a verla.
—Ah, bien sabes que el arco no es mi arma predilecta, Artemisa, ¿te gustaría hacernos algunas correcciones?
La diosa volteó a ver a la muchacha, enseguida a Saori, quien continuaba sentada junto a su Santo y los Marinos.
—No sabía que ya permitías las armas entre tus guerreros, hermana.
—Es tan sólo un deporte, y me parece que podría llegar a ser buena —contestó Atenea.
—Bien, si no te opones…
—Adelante.
Artemisa asintió, llamó a su propio arco y procedió a hacer algunos tiros de demostración, mientras sus Ángeles iban a reunirse con el resto de los espectadores. La diosa de la Caza no tardó en enseñarle una mejor técnica a la Saintia, quien, dicho sea de paso, estaba doblemente nerviosa ahora que se encontraba rodeada de tantos dioses.
Sin duda Artemisa la intimidaba un poco: para empezar era muy bella, y se manejaba con la propiedad que esperaba de los dioses. No que Saori o Julián no lo hicieran cuando se requería de ellos, pero ambos estaban usando cuerpos humanos, y eran aún bastante jóvenes, sencillamente sus presencias no imponían tanto como lo hacían aquellos que estaban usando sus propios cuerpos. Además ambos vivieron mucho tiempo entre humanos, y eso, a ojos de Alfa, los ponía en un nivel un tanto más cercano, y no con la etérea presencia que detectaba en Artemisa.
De cualquier manera se esforzó en escuchar cada una de las palabras que salían de la boca de la diosa para ponerlas en práctica, y Artemisa tenía razón, en poco tiempo ya estaba acertando en los blancos, por más pequeños que fueran. Julián prestaba atención y no tardó en mejorar también su técnica.
Cuando consideró que no tenía más que decirles por el momento, Artemisa fue a reunirse con Atenea, bajo la sombra del olivo, y comenzaron una amena charla. Julián y Alfa practicaron un rato más con los arcos, pero finalmente ambos se aburrieron y entonces el hombre pidió que les entregaran las lanzas. Volteó a ver fugazmente a Saori quien negó con la cabeza en un gesto irónico, porque evidentemente no le contaron sobre esa otra arma, pero ya era muy tarde para negarse.
Poseidón por supuesto era mejor con las lanzas, así que, de nuevo, dedicó el rato a enseñarle su uso. Aunque ella ya conocía las bases, tampoco había practicado, y se sentía un tanto más torpe que con el arco. Pero en poco tiempo también ya estaba acertando en los blancos, y reconociendo las diferencias en el uso de los distintos tipos de lanzas que Poseidón le presentaba. Hasta Sorrento y Saga se unieron un rato a las prácticas.
Y como el día anterior, esa noche también hubo una cena con todos los dioses y sus comitivas. Al menos tanto Saori como sus Santos lograron mantenerse alejados de Ares. Saori prefería ponerle buena cara al buen tío Hades que a Ares, así que hizo su mejor esfuerzo por hacer las pases con él. Lo malo es que eso estaba llevando a algunas condiciones que no le encantaban, e iba a tener que mantener algunas reuniones con él y Persefone, seguramente, pronto. De hecho acordaron tener una por la mañana.
Así que al día siguiente desayunaron lo más tranquilamente que pudieron antes de alistarse. No tardaron mucho, dado que lo que menos querían en esos momentos era cometer cualquier falta que pudiera enturbiar las relaciones. Estaban a medio camino del lugar de reunión cuando dos doncellas se acercaron. Luego de hacer una venia a la diosa, una de ellas comenzó a hablar.
—Mi señora Atenea, me temo que tengo algunas malas noticias qué darle.
—¿Qué sucede?
—No estamos muy seguras aún de cómo sucedió, pero… esta mañana, fuimos a realizar nuestras labores, y nos llevamos una muy desagradable sorpresa. Su hermoso templo ha sido completamente profanado. Todo está hecho un caos, con las ofrendas de sus seguidores regadas por todo el lugar, pintas, es horrible, mi señora.
—¿Tienen alguna idea de quién es el culpable? —preguntó Saga y ambas muchachas negaron con la cabeza y bajaron la mirada.
—Es un templo muy importante para mis fieles, a las faldas del Olimpo. Tengo que ir a verlo.
—¿Y la reunión con el señor Hades? —preguntó Alfa.
—Saga, necesito que te hagas cargo de la reunión, sabes qué decir y qué hacer.
—No me gusta la idea de que vayan solas.
—Tenemos que ir solas de cualquier manera, ahí no están permitidos los hombres, ni siquiera guardianes o niños; está consagrado para mujeres. La única que puede acompañarme es Alfa. No te preocupes, no es lejos. Te veremos en los aposentos de Poseidón si es que tardamos más tiempo del que espero, si no, nos veremos con Hades. Por favor dales mis disculpas, pero estoy segura de que Persefone entenderá.
—Está bien. Así lo haré —contestó y luego le dijo a Alfa por medio de cosmo: —Mantenme al tanto —la joven asintió con la cabeza, y luego de eso, ambas comenzaron a caminar con las doncellas, mientras Saga se quedaba atrás, mirándolas alejarse. Un apretado nudo de ansiedad comenzó a formarse en su estómago.
Si bien el templo no estaba tan lejos, era una caminata de varios minutos la que les esperaba. Iban a paso rápido y por la mente de Saori no dejaban de desfilar nombres de los que podrían ser culpables. Ésta no era la primera vez que algo así sucedía, pero, la última, fue ya hace varios cientos de años, así que le preocupaba ahora la perspectiva de tener que enfrentarse a un nuevo enemigo.
—Tengo un vago recuerdo de ese lugar —dijo Alfa. —O mejor dicho, Antheia lo tiene, estoy segura de que la acompañó ahí en su anterior reencarnación.
—Así fue, algunas veces veníamos todas a estudiar y a dar consuelo a los habitantes de los pueblos cercanos. Me alegra que lo recuerdes. No ha cambiado mucho, más que por el paso del tiempo.
—Supongo que tendrá alguna idea de lo que sucedió.
—Si bien no pasa a menudo, tampoco es tan raro. Tengo muchos opositores, como te habrás dado cuenta. La mayor parte de las veces son humanos, en particular hombres. Y espero que esta vez también nos estemos enfrentando a otro enemigo humano porque francamente no me apetece una nueva pelea con alguno de mis parientes o alguna otra deidad. En especial ahora que ya estoy en mejores términos con Hades, Perséfone, Poseidón, Apolo y Artemisa.
—Sí, yo espero lo mismo.
Para cuando llegaron, no hizo falta mas que una simple mirada para notar que, efectivamente, el templo era un desastre. Los estandartes que aún colgaban de las paredes estaban desgarrados o a medio quemar. Había toscas fogatas cerca, algunas aún humeando. Las hermosas paredes de mármol estaban pintarrajeadas, los adornos quemados, rotos o ambos. Saori se llevó las manos a la cara y aguantó las lágrimas. Algunas doncellas se movían por el lugar, recogiendo cosas y en general intentando poner algo de orden, al menos para evitar algún accidente mientras la diosa recorría el templo. Por dentro no estaba mucho mejor, aunque al menos evitaron prender fuego al interior.
—¿Ares? —preguntó Alfa señalando un símbolo pintado en una de las paredes. Saori se acercó a ella.
—No necesariamente él, puede ser de alguno de sus seguidores. —Alfa asintió y Saori levantó la mirada a la comitiva de doncellas que la habían seguido y esperaban instrucciones. Se aclaró la garganta y a pasos decididos se acercó a ellas. —No es ésta la primera vez que ha sido profanado de así, y probablemente tampoco será la última, todas saben cómo son estas cosas. Les agradezco mucho que me hayan mandado llamar, tenía que ver por mi misma el daño y lo que se puede hacer al respecto. Les pido ahora su ayuda y colaboración para comenzar con la limpieza y restauración de nuestro templo. Les prometo también que llegaré al fondo de este asunto. Comencemos.
Y sin dudarlo, empezó a recoger cosas del suelo, lo que logró que todas las mujeres ahí presentes siguieran su ejemplo. Alfa asintió y se comunicó rápidamente con Saga para decirle las noticias.
El Santo de Géminis tenía muy en claro que no podría hacer nada al respecto, y su misión en ese instante era continuar las pláticas con Hades y Persefone, quienes se mostraron bastante comprensivos por el hecho de que Atenea no pudiera estar presente. Por supuesto ambos hubieran preferido hablar directamente con la diosa, pero tenían una muy buena idea de quién era y cuál era su rango y posición dentro del Santuario, así que no pusieron objeciones.
En realidad la reunión no se alargó TANTO pero tampoco fue corta. Una vez que terminó, Saga se comunicó con su esposa, quien le dijo que no tardarían en regresar. De hecho, ya estaban en camino; así que decidió ir a las estancias de Poseidón, aunque a medio camino se encontró con Dicro y Daka, quienes estaban un tanto alejados de su dios, esperando a que terminara de hablar con Asclepio. Se detuvo un momento a darles las últimas noticias. Para ese momento, ya era sabido por todos lo que sucediera en el Templo de Atenea.
Si por Saori fuera, se hubiera quedado más tiempo a seguir ayudando a limpiar su templo, pero sabía que tenía que regresar al Olimpo, hablar con Saga para enterarse de lo que discutieron en la reunión y con cualquier persona que pudiera darle información sobre lo que pasó. También le quedaba claro que sus doncellas podían hacerse cargo sin ningún problema y ya había hablado con algunos de sus seguidores que obviamente estaban preocupados y se dieron cita en el templo para ayudar. Fuera de barrer y limpiar, no había otra cosa que pudiera hacer ahí por el momento, así que decidió regresar al Olimpo.
Apenas llevaban un par de minutos de camino cuando una doncella se acercó corriendo a ellas.
—Mi señora Atenea —dijo, y ambas se detuvieron a esperar que les diera alcance. —Mi señora, hay algo que debe ver, creo que es una buena pista de lo que ha sucedido. Es una persona con la que debe hablar.
Alfa volteó a ver a Saori, quien asintió.
—Vamos —fue lo único que dijo, y aquella muchacha comenzó a guiar el camino.
Saga llamó a la puerta y los pasos de alguien no tardaron en sonar. Se encontró de frente con Thetis.
—Saga, ¿pasa algo? —preguntó la sirena.
—¿No están Alfa y Saori aquí? —respondió extrañado.
—No, ¿deberían? —preguntó Julián acercándose.
De pronto el gemelo sintió como si le sacaran el aire de los pulmones y su estómago se sintió vacío, se puso pálido y Julián de pronto entendió.
—¿Quién te dijo que estaban aquí?
—Nadie. Fueron a ver los daños en su templo y luego nos íbamos a reunir con ustedes, como planeamos ayer. Alfa me dijo que ya estaban en camino y deberían haber llegado para este momento.
—Ve a buscarlas, nosotros haremos lo mismo —ordenó Poseidón.
Asintieron y no tardaron en dispersarse. Un dejo de pánico comenzó a sentirse en su mente, pero Saga luchó por alejar esos pensamientos. No hacía mucho que habló con su esposa, el templo no estaba lejos y, en caso de que cualquier cosa sucediera, seguro podría dar con ellas en cuanto encendieran sus cosmos.
Alfa no podía sacudirse la idea de que algo no estaba bien, sintió la necesidad de llamar por medio de su cosmo a su marido, como debió haber hecho en cuanto se cruzaron con esa doncella, y estaba a punto de hacerlo, pero justo en ese momento divisaron la figura de un hombre no muy lejos.
—Ares —murmuró Saori.
El dios de la Guerra giró para verlas y sonrió cínicamente.
—Saori, me alegra mucho que aceptaras mi invitación.
—De haber sabido que era una invitación tuya no hubiera venido, Ares. ¿Qué es lo que quieres?
—Tú y yo tenemos muchas cuentas qué ajustar, Atenea. Empezando por la razón por la cuál me sellaste: ¡por un vil humano!
—Te sellé porque usaste a un joven para tus propósitos, los cuales incluían hacerte de los dominios de Zeus, esos que fueron encomendados a mi. No iba a permitir que lo hicieras.
Alfa sentía cómo su corazón comenzaba a acelerarse, se puso delante de la diosa. Ares le sonrió ahora a ella.
—Desgraciadamente, creo que ya estoy harto de estas peleas idiotas que hemos llevado a lo largo de milenios, Atenea. Terminemos con esto ahora.
El cosmo del dios de la Guerra se incendió al máximo y ambas lo imitaron. La armadura cubrió el cuerpo de la chica al instante, y una lanza apareció en manos de Ares. La Saintia se dio cuenta enseguida de lo que intentaba hacer, así que sujetó protectoramente a Saori en un abrazo y le dio la espalda al dios, sabía que no iba a tardar en atacarlas. Cerró los ojos.
Pero no llegó ningún tipo de impacto, en su lugar sintió que alguien las rodeaba con su cosmo y sus brazos, luego, el fuerte empujón que les dio la lanza de Ares al chocar contra un blanco. Alfa abrió los ojos y volteó hacia atrás. Saga la estaba sujetando y la vio a los ojos. La mujer bajó la mirada, el arma del dios había atravesado el cuerpo del de Géminis, a pesar de la armadura que portaba.
—No —dijo ella en voz apenas audible.
Un hilo de sangre salió de los labios del Santo, pero él, sin dudarlo un segundo, tomó la lanza entre sus manos y la sacó de su cuerpo.
—Hazlo —le dijo, ofreciéndole el arma, que escurría sangre.
Alfa levantó la mirada al dios. Para ella sucedió en cámara lenta, pero apenas pasaron milésimas de segundos, y Ares aún mantenía la posición que había adoptado al atacarlas. Alfa tomó la lanza y, sin pensarlo más, la arrojó con todas sus fuerzas (y cosmo) al pecho de Ares.
El dios no se lo esperaba, pero de cualquier manera sus reflejos lograron detenerla apenas a pocos centímetros de su piel. Tampoco contaba con que la joven corrió contra él apenas la aventó, y llegó ahí un segundo después. Sujetó de nuevo la lanza y usó el impulso de su propio cuerpo para que terminara de llegar a su objetivo, mientras un grito salvaje salía de su garganta y su cosmo estallaba más allá de lo que alguna vez creyó posible.
Y funcionó.
El arma atravesó la piel y el esternón y se enterró profundamente en el pecho del dios. Alfa probablemente jamás olvidaría la mirada de incredulidad del hombre mientras sus manos se cerraban en sus brazos, y se sujetaba de ella por apenas unos segundos antes de caer.
La Saintia entonces giró hacia atrás y salió corriendo. Saori había logrado sostener a Saga antes de que terminara en el piso y rápidamente lo acostó. Le ordenó a la armadura desprenderse de él y, sin perder tiempo, comenzó a aplicar cosmo en la herida. Un enorme charco de sangre los rodeaba. Julián llegó corriendo, apenas antes que la muchacha y no tardó en ayudar a Saori. Alfa se dejó caer junto a ellos, ajustó la posición de la cabeza de Saga y lo miró a los ojos.
Saga casi no podía respirar, estaba en shock, y apenas distinguía la figura de su esposa a su lado, sabía que le hablaba, pero no tenía idea de lo que estaba diciendo. Sentía la sangre en su boca y nariz, y escuchaba un gorgoteo grotesco cada vez que inhalaba.
—Vas a estar bien, ¿me escuchas? —le dijo Alfa mientras lo obligaba a mirarla.
—Se está ahogando en su propia sangre —comentó Julián a Saori—. Necesita un hospital.
—Debemos detener las hemorragias y reparar lo que podamos antes de moverlo.
—Está perdiendo demasiada sangre.
—¡Entonces ayúdame a terminar rápido con esto!
—No te atrevas a cerrar los ojos —le dijo Alfa—. Y ustedes dos no se atrevan a darse por vencidos —le dijo a los dioses, con los ojos inundados en lágrimas.
Ambas deidades la miraron por un segundo antes de seguir trabajando, lo más rápido posible.
—¡Ares!
El grito resonó pero los tres lo ignoraron, y de pronto se vieron rodeados por la mayor parte de los Olímpicos, . Los dioses no tardaron en rodear el cuerpo de Ares, mientras llamaban con urgencia a Apolo y Asclepio para que lo ayudaran.
—Vámonos —dijo Julián, cuando cerró la última hemorragia.
Se levantó del suelo con Saga en brazos y las dos jóvenes a su lado. Los transportó a un hospital en Atenas, uno, por cierto, fundado por la familia Solo.
Un montón de sorprendidos médicos y enfermeras los miraron, pero la fuerza de la costumbre de su trabajo los hizo salir rápidamente del asombro al ver al cuarteto de recién llegados, bañados en sangre. Acercaron una camilla, en donde Julián depositó al Santo, quien ya estaba inconsciente. Un grupo de personas lo rodearon de inmediato y comenzaron a darse órdenes unos a otros mientras se lo llevaban. Julián se alejó con ellos, contándoles lo que había pasado.
—¿Él es el único herido? ¿Están ustedes bien? —les preguntó una enfermera con delicadeza.
—¿Tú estás bien? —le preguntó Saori a su Saintia.
—Sí —murmuró sin dejar de mirar el lugar por el cual se fueron con su marido, hasta que los perdió de vista.
De pronto la mujer bajó la mirada. Si bien cortaron la hemorragia antes de llegar al hospital, había gotas de sangre a sus pies. Sus manos estaban cubiertas en ella, las de la diosa también, al igual que su ropa, brazos, mejillas y hasta el cabello. Comenzó a hiperventilar mientras sus manos y toda ella temblaba. Saori la sujetó y la enfermera las guió a unas sillas cercanas. Alfa no estaba poniendo atención a lo que le decían, porque en su mente lo único que podía ver era a Saga, luchando por respirar, en un charco de su propia sangre.
No estaba segura de cuánto tiempo pasó, apenas se dio cuenta de cuando la llevaron a una habitación privada en donde la ayudaron a cambiarse de ropa y a lavarse. En algún momento Saori informó a Shion lo que sucedió y el Patriarca no tardó nada en llegar al hospital junto a Kanon, Aioria y Mii. Fue hasta ese momento que Julián puso atención al revuelo que se desató entre el resto de los dioses y decidió retirarse a ver qué es lo que podía hacer.
En cuanto llegó al Olimpo, Julián vio a sus dos Marinos esperándolo. Ambos pusieron cara de circunstancias al ver a su dios, dado que no se había cambiado, la sangre seca manchaba toda su ropa. Pero no se detuvo, se dirigió a donde podía sentir el cosmo de varios dioses, quienes también pusieron cara de sorpresa al verlo llegar en ese estado.
Ares seguía vivo. La pronta intervención de los dioses lo había salvado, aunque por el momento su cuerpo estaba separado de su alma, porque iba a requerir de muchos cuidados, así que, al menos de momento, el dios de la Guerra volvía a estar sellado.
—¿Qué fue lo que sucedió, Poseidón? —le preguntó Zeus a Julián luego de que el dios del Trueno le diera las noticias.
—Ares atacó a Atenea, y por supuesto sus Santos se interpusieron.
—Hicieron algo más que interponerse —refutó Afrodita—. Si no fuera por Apolo y Asclepio, Ares estaría muerto.
—Entonces Ares no debió intentar asesinar a su diosa. Sabes perfectamente que Ares no se iba a detener si no hacían algo drástico, y la Saintia hizo lo que debía hacer. Estamos en el Olimpo y ya quedó demostrado que difícilmente iba a poder matarlo. El error aquí estuvo en haberlo dejado libre de nuevo, a pesar de que Saori ya lo había sellado y por una buena razón.
—¿Cómo están ellos? —preguntó Zeus de nuevo, ignorando la crítica de su hermano.
—Atenea está bien, la dejé al cuidado de su Patriarca. Alfa, la Saintia, también está bien, pero Saga no sé. Perdió muchísima sangre y está en el hospital.
—Una vez más Atenea y compañía crean problemas en el Olimpo —dijo Hera.
—Yo diría que una vez más los dioses crean problemas con Atenea y sus Santos. Ya va siendo hora de que la dejen en paz y de que se den cuenta de que ellos no van a detenerse si está en peligro. Si me disculpan, regreso a mi Santuario y espero que hayan aprendido al fin algo de esto. Zeus, le debes una gran disculpa a tu hija. Sabíamos que el que trajeras de regreso a Ares no iba a terminar bien.
Con eso Julián llamó a sus Generales y se fueron de regreso al Templo Submarino a contarles las noticias.
Kanon estaba sentado junto a su cuñada, tomándole la mano. La chica había dejado de llorar, pero tenía la mirada perdida en el vacío. Físicamente no le pasaba nada, pero la falta de noticias sobre su marido estaba acabando con sus nervios. Shion también se encontraba en la habitación, junto a Saori. La diosa se había cambiado de ropa con ayuda de Mii y restregaba ansiosamente sus dedos mientras esperaban las noticias. Finalmente llamaron a la puerta, lo que hizo que dieran un brinco. Un doctor entró a la habitación, seguido de Aioria.
—Hemos sacado a Saga de cirugía —comenzó el médico—. Literalmente, gracias a los dioses pudo mantenerse con vida, y fue mucho el daño que repararon. Lo suficiente como para que nosotros sólo tuviéramos que reparar hemorragias menores y volver a unir múltiples desgarros, tanto en órganos como en músculos. Por lo que pudimos observar, la lanza entró, en ángulo, por el lado derecho, atravesó parte del hígado, intestino, páncreas, estómago y un pulmón, eso fue lo que causó la gran pérdida de sangre, pero esas heridas fueron cerradas con presteza. Tenía un pulmón colapsado, y debido a la cantidad de sangre no podía respirar. De nuevo, esa herida también fue reparada y nuestro trabajo sólo consistió en drenar la sangre. Si bien ninguna de esas lesiones son menores, la ayuda del cosmo que le proporcionaron logró repararlo casi por completo, así que eso no me preocupa. Sus órganos están bien y funcionando como deberían.
—¿Qué es lo que sí le preocupa entonces? —preguntó Kanon.
—Que la lanza también tocó parte de la columna, se llevó una gran cantidad de tendones y nervios. No la atravesó, lo cual es bueno, pero una herida tan grande y tan cerca de la columna va a provocar problemas.
—¿Está diciendo que no va a poder caminar? —preguntó Kanon.
—No lo sabemos —dijo esta vez Aioria—. Estuve ahí para asegurarme de que no hubiera daño en su columna, y técnicamente no lo hay, el problema son el resto de los nervios que unen la columna con el resto de su cuerpo. No sabremos qué tan extenso es el daño hasta que despierte y pueda decirnos lo que puede y no puede mover. No creemos que quede paralítico, pero va a tener dificultades para mover la pierna izquierda y seguramente falta de sensibilidad, en el mejor de los casos. En el peor de los casos perderá el uso de esa pierna. Podemos ayudarle con cosmo, y su propio cosmo va a ayudar también, pero le va a tomar varios meses poder levantarse y caminar.
—Pero está vivo —dijo Alfa y voltearon a verla.
—Va a salir de esta. Técnicamente ya salió de esta —dijo Aioria—. Va a despertar. Está delicado, evidentemente, pero estoy seguro de que va a despertar pronto, aunque nos gustaría mantenerlo sedado al menos esta noche, porque su cuerpo necesita descansar.
—Saga odia estar sedado —les dijo Alfa.
—Lo sé —contestó Aioria—. Pero por el momento es lo mejor para él. ¿Quieres ir a verlo?
La mujer asintió y Aioria fue con ella para llevarla a la unidad de cuidados intensivos mientras dejaba al cirujano la tarea de terminar de responder preguntas.
Era una habitación privada. Dado que lo tenían sedado, estaba conectado a un respirador, pero esperaban poder quitarle el tubo de la garganta pronto. Fuera de eso, tenía varias sondas conectadas. Alfa se acercó y lo miró. Aún tenía algo de sangre seca en las manos, el cabello y un poco en el cuello, pero lo habían limpiado bastante. La chica le tomó la mano con cuidado.
—¿Estás seguro de que va a despertar? —le preguntó al de Leo.
—Un humano común tendría pocas posibilidades luego de lo que le sucedió, pero él no es una persona común, lo sabes. Su cosmo lo sostuvo en pie, y el cosmo divino de los dioses lo mantuvo en este mundo. Tuvo más ayuda de la que cualquier persona hubiera podido tener. Va a despertar, te lo aseguro. Si lo quieres ver de esta manera: lo peor ya ha pasado. Su vida ya no corre peligro. No tiene heridas abiertas, ni siquiera la que le hicieron por la cirugía porque yo me encargué de cerrarlas. ¿Recuerdas la herida de tu pierna? Te dolió por algunos días, pero la herida ya no estaba ahí. Algo así va a pasar con él. Cuando despierte sentirá que lo atropelló un tren, pero va a estar bien.
Alfa exhaló algo parecido a una risa.
—Gracias, Aioria.
—También es mi hermano, Al. No iba a permitir que dejara de hacerte la vida difícil. Voy a estar afuera, si me necesitas.
Aioria le acercó una silla y la dejó sola. Fue a plantarse a la entrada de la sala, y poco tiempo después el resto de sus acompañantes llegaron. Tanto Kanon como Shion y Saori pasaron a verlo, y fueron Aioria y Mii quienes se encargaron de dar la noticia en el Santuario.
Decidieron que no saldrían del hospital esa noche, así que se acomodaron en la sala de espera y Mii se encargó de repartir mantas y cafés. De pronto, cerca de las dos de la mañana, pudieron sentir el cosmo del señor del Trueno acercándose. Se pusieron de pie cuando la puerta se abrió. Al distinguir la figura del dios, hincaron la rodilla en el piso, mientras Saori se mantenía de pie.
—¿Cómo estás, hija? —preguntó Zeus tomándole las manos.
—¿A qué has venido, padre? ¿Ha tomado el Olimpo una decisión? ¿Quieren castigar de nuevo a mis Santos por haberme salvado la vida?
—Atenea...
—¿Y lo vas a permitir? ¿Vas a dejar que castiguen al hombre que usó su cuerpo como escudo para protegerme y a la mujer que detuvo en seco el ataque del que fui víctima? —Dos lágrimas salieron de los ojos de Saori, las primeras que había derramado desde que todo comenzara.
—Los dioses están molestos, no es la primera vez que uno de tus guerreros osa tocar a un dios, y ya se le perdonó la vida a uno.
—Pues esta vez no voy a permitir que le hagan nada a estos dos. Ya dejé que hicieran su voluntad con Seiya y sus amigos, no más. La culpa no es de ellos, la culpa es de los dioses incapaces de dejarme a mí y a la Tierra en paz. Eso debería de ser lo importante para ti, estamos cuidando tus dominios, y fuiste tú quien despertó de nuevo a aquél que más problemas nos ha causado. Si quieren a un culpable...
—El culpable soy yo. Tienes razón, yo desperté a Ares y no debí hacerlo porque en milenios no ha dejado de buscar afrentas contra ti. Ese fue mi error, pero tus guerreros estuvieron a punto de matar a un dios.
—Pero no lo hicieron, así como Ares no logró matarme a mí ni a ellos, aunque no gracias a alguno de ustedes. Yo diría que estamos a mano. El cuerpo de Ares se recuperará a su debido tiempo y podrá volver a ocuparlo. A mi Santo le quedan meses de recuperación y quién sabe si pueda seguir portando a Géminis. Y ella, creo que el ver cómo casi matan a su marido frente a sus ojos es suficiente como para que no pueda quitárselo de la mente durante el resto de su vida. Así que a Ares le fue bien en comparación. Si su vida no hubiera estado pendiendo de un hilo, me hubiera asegurado de terminar con Ares con mis propias manos, padre. Y si lo encuentro, te aseguro que no dejaré, jamás, que vuelva a salir. Puedes decirle al resto. Estoy harta de que jueguen con nosotros. Esta fue la última vez.
Zeus, por supuesto, no se había esperado tal reacción y discurso por parte de su hija, la miró y luego a quienes seguían arrodillados a su lado.
—Dime una cosa, Atenea, ¿cómo es que tu Saintia logró herir el cuerpo de Ares? Porque la especulación es que no sólo fue ella quien lanzó el arma, tuvo ayuda seguramente del Santo de Géminis, pero ¿fueron sólo ellos dos?, ¿o tuvieron algo de ayuda divina?
Saori lo miró a los ojos.
—¿Quieres saber si yo también ayudé?
—Poseidón y tú fueron los únicos presentes.
—Si los dioses quieren juzgar a alguien, juzguenme a mí.
—¿Es tu última palabra?
—Lo es.
—Así será, entonces.
Zeus le lanzó una última mirada a todos los presentes, y salió del hospital con dirección al Olimpo. Tenía muchas cosas qué pensar.
Aioria se mantuvo toda la noche custodiando la entrada de la UCI. Kanon fue a hacerle compañía a su cuñada y hermano, y se sentó junto a ella mientras ambos mantenían la mirada fija en Saga, y en la manera en la que la máquina respiraba por él.
—Tú hiciste lo mismo que él en alguna ocasión —le dijo Alfa.
—Sí, pero no fue igual. No creo que Poseidón haya estado en completo control de su cosmo cuando atacó a Saori. Y definitivamente él no despedía tanto odio como Ares. En realidad a mi me fue bien. A Saori no le tomó más que algunos segundos curar mis heridas y regresarme a la superficie. Efectivamente me desperté sintiendo como si me hubieran aventado a una secadora por siete días seguidos. Después comenzó la guerra contra Hades, no es como si hubiera tenido mucho tiempo para pensar en ello.
—¿Crees que pueda volver a caminar?
—Así tenga que arrastrar su propia pierna lo hará.
—Sé que estas cosas no son tan grandes para ustedes como para el mundo de fuera, pero... para mí, Saga debería estar muerto, o en coma o algo terriblemente nefasto luego de esto. Mi mente sencillamente no puede hacerse a la idea de que está ahí sin ninguna herida visible después de verlo desangrarse. Estas cosas no pasan en el mundo de fuera.
—Ahora tú también eres parte de este mundo. Y aquí, por suerte, tenemos divinidades dispuestas a ayudarnos. Yo sé que no lo hiciste con el propósito de obtener favores divinos, pero el hecho de que te hayas hecho amiga de Poseidón, definitivamente ayudó a que no dudara ni un segundo en ayudar a mi hermano. Su reformada relación con Saori y el lazo que se ha creado entre nuestros Santuarios, también van a lograr que esté de nuestro lado cuando el Olimpo decida lo que quiera hacer ahora. Y no es el único, tenemos a muchos aliados.
—Ares sigue con vida, ¿cierto?
—Sí. ¿Cómo lo sabes?
—Dudo que me dejaran permanecer con vida y acompañando a Saga si Ares hubiera muerto.
—Apolo pudo salvarlo. Está sellado de nuevo, esta vez por obra de Zeus, y además no va a poder ocupar su cuerpo en una buena temporada, porque no quedó para nada bien librado. Saori no dejará que les hagan nada, ni que les impongan ningún tipo de castigo. Se lo dijo a Zeus.
—Lo sentí venir, supuse que por mí, pero se fue. Por eso asumí que Ares seguía con vida.
—No te preocupes por eso. En este momento lo único en lo que tienes que enfocarte es en ayudarlo.
—Lo sé.
Se quedaron en silencio, de nuevo viendo al gemelo mayor. Nadie fue a sacarlos de ahí, y en algún punto de la madrugada se quedaron dormidos.
Alfa despertó cuando sintió una mano en su hombro. Abrió los ojos, estaba apoyada en la cama de Saga, quien seguía dormido. Miró a su lado, Kanon le sonreía.
—Lexa te trajo tu propia ropa para que te cambies y Saori quiere que salgas a comer algo. Los sedantes están pasando y no va tardar en despertar.
—Tú también ve a comer algo, Kanon. —Escucharon la voz de Shion a su lado y ambos voltearon a verlo. —Yo me quedaré y les aseguro que mandaré por ustedes en cuanto despierte.
Alfa volteó a ver a Saga de nuevo, luego a Kanon y al Patriarca. No quería irse, pero por otro lado, no podía esperar a quitarse la ropa de hospital que hasta ese momento había llevado puesta, que al menos no era una de esas batas de papel. Pero no tenía hambre y sabía que un nudo de ansiedad se iba a formar en su estómago en cuanto no tuviera a su esposo a la vista. Pero asintió. Tenía que repetirse la conversación de la noche anterior y asegurarse a sí misma que Saga estaba bien. Se levantó de la silla y ambos salieron de la sala.
Lexa llevaba consigo una pequeña mochila con la ropa de su amiga y levantó la mirada cuando los vio salir. Al instante fue con ella y la abrazó.
—Nadie aquí tenía idea de que sabes cómo arrojar una lanza con tanta precisión, vas a ser la envidia de muchos. No cualquiera es capaz de casi matar a un dios.
Alfa sonrió.
—Tonta.
Lexa le regresó la sonrisa.
—Vamos a que te cambies, tu marido va a seguir ahí cuando regresemos, y quieres estar presentable para cuando despierte, porque tú, querida, vas a ser un buen incentivo para que se levante de esa cama lo más pronto posible. Además, siento decirte que todavía hueles a sangre mezclada con hospital. No es una buena combinación.
Alfa volvió a sonreír y tomó la mochila de manos de Lexa.
—¿Fuiste tú quien rebuscó en mis cosas?
—Efectivamente. Y fui yo también la que se ofreció a venir porque yo sé que es a mi a quien más necesitas y extrañabas porque no me voy a andar con tacto y cursilerías. Vamos a que te cambies, desayunes aunque sea una mísera fruta, tomes medio litro de café y te traigo de regreso con él.
—Pshyco.
—Por eso te caigo bien.
Lexa entrelazó un brazo con el de su amiga y se la llevó, mientras Kanon las seguía. Les prestaron una habitación vacía para que Alfa pudiera darse un baño de cinco minutos, se pusiera su propia ropa, y finalmente el trío bajó a la cafetería por algo de comer.
No estuvieron mucho tiempo fuera, pero sí el suficiente como para que movieran a Saga a otro cuarto, y además le habían quitado el respirador, lo cual eran buenas noticias. Aunque seguía dormido, por lo menos podía respirar por sí mismo. A Alfa le alegró verlo ya sin tantas cosas atadas a él. Volvió a sentarse a su lado mientras Kanon y Shion hablaban cerca de la ventana. Lexa seguía en el hospital, fuera del cuarto, haciéndole compañía a Katya, que había ido a relevar a Mii, y estaban con Saori y Dohko, que fue también a ver cómo se encontraban las cosas. Esperaba poder convencer a Shion de que regresara al Santuario un rato, pero el Patriarca le dijo que no se movería hasta que despertara.
Y esperaron. Una enfermera iba constantemente a revisarlo, y le ofrecía sonrisas alentadoras a la chica que no le soltaba la mano a su esposo. Las imágenes de lo qué pasó no dejaban de repetirse en su mente, y estaba segura de que iba a tener pesadillas al respecto durante una larga temporada.
Kanon y Shion se sentaron en un sofá, sin decir palabra. Saori ahora estaba fuera del cuarto junto a sus Saintias y Dohko. La espera se le estaba haciendo interminable. Alfa levantó la mirada cuando volvió a escuchar que la enfermera se acercaba a ellos.
—Algunas personas tardan más en salir de los sedantes que otras —le dijo a la joven.
Alfa asintió y miró a Saga, luego de regreso a la enfermera. ¿Era imaginación suya o la mujer se veía un poco... preocupada? Sus ojos se posaron de nuevo en su marido, y la mano que le estaba tomando. La enfermera terminó de anotar algunas cosas y salió. Alfa comprobó la hora. ¿Eran ideas suyas o no se veía tan en paz como cuando recién lo sacaron de cirugía? No es que se hubiera movido, ni que tuviera alguna expresión en la cara, pero había algo diferente en él, ¿no?
—Es demasiado tiempo —dijo al fin, volteando a ver a Kanon y Shion.
—¿El qué? —preguntó Shion.
—Lleva demasiado tiempo dormido. Debería de estar al menos despertando a estas alturas —contestó.
—Aunque le quitaron la anestesia, lo mantuvieron sedado durante la noche, no creo que sea tan raro que no haya despertado todavía —dijo Kanon. Alfa negó con la cabeza.
—No, es demasiado tiempo.
Sin decir más, la chica salió apresuradamente de la habitación, sobresaltando de paso a quienes esperaban afuera, pero no se detuvo. Kanon había salido tras su cuñada y juntos fueron a la estación de enfermeras, en donde pidió hablar con un doctor, el que fuera, pero necesitaba hablar con un doctor. Las enfermeras en principio intentaron calmarla, pero Kanon les aventó una de esas severas miradas que no aceptaban "no" por respuesta y finalmente llamaron al cirujano.
—¿Qué te hace pensar eso? —le preguntó Kanon mientras esperaban.
—No sé. Pero hay algo que no es normal. ¿Aioria sigue aquí?
—No, se fue hace rato, pero dijo que volvería.
—No es normal que siga dormido a estas alturas, Kanon. No lo es.
Kanon asintió y la tomó del brazo. No iba a discutir con ella, era obvio que no estaba tranquila y había en su tono de voz una urgencia que seguro solamente habría usado horas atrás, cuando vio la lanza de Ares atravesar el cuerpo de su esposo. Esperaba que los doctores pudieran calmarla, aunque, por otro lado, ¿y si tenía razón? La certeza con la que repetía que ya había pasado mucho tiempo y que no era normal, estaba empezando a hacer que él mismo dudara.
Tuvieron que esperar al menos 15 minutos antes de que el cirujano fuera con ellos, y cuando lo hizo, Alfa le volvió a repetir que ya había pasado mucho tiempo y que no era posible que siguiera dormido. El hombre la miró a los ojos, le explicó que algunas personas tardan más tiempo que otras en salir de la anestesia, le habló sobre los sedantes, sobre la inmensa cantidad de sangre que perdió y le hizo algunas preguntas. Kanon, al ver que ni aun las explicaciones del cirujano lograban calmarla, se puso más nervioso todavía, y él también comenzó a insistir que ya era mucho tiempo y que al menos fuera a revisar a su hermano.
El cirujano se dio cuenta de que no había manera de convencerlos de que estaba bien, por lo tanto le pidió a una enfermera que lo acompañara y fueron de regreso a la habitación del Santo.
Shion se quedó extrañado cuando Alfa salió en busca de las enfermeras, así que él mismo decidió examinarlo, y estaba empezando a creer que la chica tenía razón. Se alejó un par de pasos de la cama cuando el cuarteto regresó a la habitación para permitir que el cirujano revisara a Saga mientras los tres los observaban fijamente.
Enfermera y doctor cruzaron miradas pero no dijeron nada. Alfa por supuesto se dio cuenta.
—Sus signos vitales están bien, su presión también, sus pupilas reaccionan, no hay nada fuera de lo normal en él —dijo el cirujano.
—Excepto que no está despierto —dijo Alfa—. Debería estar despierto, ¿no es así?
—Vamos a hacerle unos exámenes adicionales, pero no veo ninguna razón por la cual preocuparnos todavía.
—Es muy tarde para eso porque ya estoy preocupada.
El hombre asintió, se alejó con la enfermera y ambos salieron de la habitación. Alfa de nuevo fue a acercarse a su marido. Lo observó fijamente, había algo en él, no estaba segura de qué, pero algo en él le decía que no estaba bien. ¿Tenía la mandíbula apretada? ¿Quizá también los párpados, ligeramente? Le tomó la mano y cuando intentó entrelazar los dedos del hombre con los suyos lo sintió frío y un tanto rígido, no como cuando lo sacaron de cirugía.
De pronto un par de enfermeras entraron de nuevo al cuarto, una de ellas se acercó a tomar una muestra de sangre, y les dijeron que se lo iban a llevar a hacerle una tomografía. Alfa asintió, Kanon fue a rodearle los hombros con un brazo mientras los veían alejarse.
Saga comenzó a despertar, pero se notaba extraño. No había formas ni colores, no había nada frente a él, tan sólo oscuridad. Podía escuchar lejanamente su respiración, y cada movimiento de su pecho al subir y bajar dolía. Todo le dolía, desde la punta de los pies hasta el cabello, pasando por las pestañas. Sentía como si lo hubiera atropellado un tren y luego un camión de carga. Tampoco podía moverse. Intentó calmar el inminente pánico, no era la primera vez en la que se sentía de esa manera, vaya, las horas durante la guerra contra Hades se sintieron de una manera muy similar, pero no le gustaba, para nada.
Intentó respirar profundo, para calmar los nervios, pero eso tampoco funcionó. ¿Estaba despierto? Quizá ni siquiera lo estaba y eso era nada más una especie de sueño. Se sentía como en el limbo. De pronto notó algo más, no se sentía solo, era como si algo más estuviera ahí con él, pero ¿qué? Comenzó a pensar en lo último que recordaba antes de sumirse en aquella oscuridad.
Vio a Alfa protegiendo a Saori, a Ares amenazándolas, y en seguida él estaba ahí, cubriéndolas con su cuerpo. Luego la lanza de Ares volando directo hacia ellos y el shock cuando su armadura y su cuerpo fueron atravesados. Recordó haberle entregado la lanza a su esposa y apenas si alcanzó a ver cómo su esposa la aventaba con todas sus fuerzas de regreso a Ares, con ayuda de su propio cosmo y algún otro cosmo divino, ¿el de Atenea?
Su vista se nubló, la sangre comenzó a inundar su boca y corrió por la nariz, apenas podía respirar, sintió cómo su cuerpo se derrumbaba al piso, apenas siendo detenido por Saori. Después la diosa le quitó la armadura y comenzó a trabajar en las heridas. En seguida Alfa estaba a su lado, hablándole, llorando, quiso decirle algo, pero era incapaz de exhalar sonidos. Se sentía débil, estaba empezando a perder la conciencia, quería cerrar los ojos y dejarse llevar, pero algo lo mantuvo ahí. Tal vez su voluntad, tal vez la de los dioses o la de su esposa, pero ellos lograron que no se sumiera por completo en la oscuridad. Después: nada.
Y ahora estaba ahí, consciente, o al menos eso creía, pero ¿qué estaba pasando? ¿Qué era aquello que sentía consigo?
—Vaya, parece que estás recobrando la consciencia —escuchó, aunque no con sus oídos.
El pánico que hasta ese momento había logrado controlar comenzaba a hacerse presente de nuevo. Esa sensación, tenía años que no la sentía, pero estaba seguro de que nunca podría olvidarla. Esa invasión en su consciencia, esa presencia que no estaba junto a él, sino dentro de sí mismo.
—¿Ares?
—Así es, Saga, nos volvemos a encontrar.
Su corazón comenzó a acelerarse, jamás olvidaría cómo se sentía tener al dios de la Guerra ahí, en su mente, y ahora estaba de nuevo en él.
—¿Qué está pasando?
—Esa es una muy buena pregunta, y he tenido varias horas para considerarlo —rió—. Pero dudo mucho que quieras escuchar la respuesta. Sin embargo te la diré, porque no parece que vayamos a tener mucho qué hacer durante los siguientes días.
¿Días? ¿De qué estaba hablando? ¿En realidad estaba Ares de nuevo en su mente?
—No estoy en tu cuerpo, si es lo que te estás preguntando. Pero no estoy lejos tampoco. ¿Sabes? Es interesante, nunca me imaginé que algo así podría llegar a pasar, pero aquí estamos. Puedes escucharme tan claramente como yo puedo escucharte a ti, y me parece que es toda tu culpa.
—¿Mi culpa?
—Por supuesto. Tú te interpusiste, tú evitaste que esa lanza llegara su objetivo, que era Atenea. Tú te pusiste en medio y en lugar de atravesar a tu diosa te atravesó a ti, ¿lo recuerdas? ¿Y qué hiciste luego? Le entregaste esa lanza divina a tu esposa, cubierta con tu sangre y con tu cosmo y, ¿qué hizo ella? Me atacó a mi.
—¿Estás diciendo que...?
—Que tu sangre y tu cosmo se mezclaron con los míos con una energía inimaginable, el cosmo de tu esposa, el tuyo y el de tu diosa lograron hacer que nuestras energías y nuestra sangre se mezclaran, y de cierta manera, que se fusionaran. Poético, ¿no lo crees? Tanto que querías alejarte de mí, que llegaste a suicidarte para lograrlo, y ahora... ahora estamos unidos de cierta manera.
—No...
—Sí. Tú y yo, unidos por una conexión astral que va más allá de lo que los humanos podrían entender o siquiera llegar a imaginar.
—¡No!
—Sí, Saga, sí. Y es tu culpa, fue tu idea regresarme esa lanza, ¿no es así? Gracias a ti sigo con vida, gracias a mi estamos conectados.
—¡No!
Neurólogos, cirujanos, anestesiólogos, técnicos y enfermeras estaban reunidos viendo las imágenes en la pantalla. Físicamente no había nada mal con ese hombre, sus heridas estaban cerradas, no encontraron rastros de ninguna hemorragia, sin tumores, sin coágulos, sin ninguna razón que pudiera explicar el por qué seguía inconsciente. Pero lo que les llamaba la atención en ese momento no era eso, sino que, las imágenes a tiempo real que estaban viendo de su cerebro, mostraban actividad, y mucha. Más allá de la que sería normal en una persona que estaba, esencialmente, en coma.
Una de las enfermeras levantó la mirada a los monitores de los signos vitales de Saga, y notó que, mientras más actividad cerebral veían, su corazón y respiración iban en aumento.
—Algo está pasando —dijo.
De pronto el hombre, que hasta ese momento había permanecido completamente en calma, comenzó a moverse, se revolvía en aquella cama. Primero fue apenas perceptible, pero no tardó en agitarse más y más, al punto que varios enfermeros y doctores salieron corriendo para contenerlo, pero seguía inconsciente, sencillamente se revolvía como si estuviera teniendo una pesadilla y no fuera capaz de despertar. Y eso era muy similar a lo que pasaba, aunque ellos no lo sabían.
—¿Deberíamos sedarlo? Podría lastimarse si sigue revolviéndose así —preguntó una enfermera con expresión preocupada.
—Ve por el Patriarca —respondió uno de los doctores a la enfermera, y ella enseguida salió corriendo.
Voló por los pasillos del hospital hasta llegar a la sala en la que los Santos esperaban por noticias de su compañero. Las expresiones de sorpresa y consternación se hicieron presentes en cada uno de ellos cuando la vieron llegar, y Alfa sintió que el estómago se le iba al piso y que tenía que ir en ese momento con su marido.
—¡Patriarca! Necesitamos que venga en seguida —le dijo la enfermera en cuanto lo vio.
Shion no dudó ni un segundo levantarse, al igual que Alfa y Kanon. La enfermera no puso objeciones, sencillamente se dio la media vuelta y comenzó a correr de regreso por donde había venido.
—¿Qué está sucediendo? ¿Despertó?
—No, ese es el problema, tiene mucha actividad cerebral inusual, pero está inconsciente, no estamos seguros de lo que le está pasando —contestó.
Kanon y Shion intercambiaron miradas, pero Alfa no volteó a verlos, sentía el corazón en la garganta. No tardaron en llegar a una sala, en donde varios doctores y enfermeras rodeaban una camilla, intentando contener al hombre. Los tres Santos se abrieron paso, Alfa inmediatamente fue a sujetarle los brazos, Kanon lo sostuvo de las piernas y Shion puso ambas manos en las mejillas de Saga.
—Está bien, hijo, estamos aquí —le dijo en voz alta y por medio de cosmo, intentando llegar al de él, que sentía apenas encendido, pero que tenía una urgencia y un pánico que solamente una vez antes había sentido. —Enciendan su cosmo, intenten hacer que los escuche —ordenó Shion mirando primero a Alfa y luego a Kanon.
Los otros dos asintieron y buscaron por todos los medios conectar con él, pero era difícil, apenas y podían sentirlo, pero cuando lo detectaron, notaron también el pánico que sentía y no fue fácil para ambos mantenerse en calma. Cada vez había más violencia y desesperación en los movimientos del mayor de los gemelos, su cuerpo se levantaba de la cama a pesar de los varios pares de manos y brazos que intentaban mantenerlo en su lugar.
—Saga, escúchame, sé que puedes escucharme, estamos aquí —le dijo Alfa, concentrándose y esperando que él pudiera escucharlo—. No estás solo. ¡Saga!
—¿Alfa?
—¡Saga!
—¿Alfa?
—Ni creas que la muchachita te va a poder ayudar.
—¡No te atrevas a hacerle algo!
—No puedo hacerlo, estoy atrapado aquí contigo.
—¡Jamás!
Un nuevo arranque de furia impulsó a los tres Santos hacia atrás, y algunos doctores y enfermeros terminaron en el piso, pero en seguida Alfa y Kanon regresaron a sus posiciones, sujetándolo con más fuerza de la que pensaron sería necesaria. Pero a pesar de estar perfectamente inconsciente, los movimientos de su cuerpo eran muy reales, y tenían una fuerza que los impresionó a los tres.
—Lo escuché, está ahí, me contestó —les dijo Alfa, las lágrimas habían comenzado a correr, pero ella apenas se daba cuenta, y volvió a encender con fuerza su cosmo, esperando que de nuevo la escuchara y le respondiera.
—Su ritmo cardíaco está demasiado alto —dijo alguien. —Necesitan calmarlo en seguida.
—Tenemos sedantes listos, si creen que puede ayudar —comentó alguien más.
Shion, aún con su cosmo encendido e intentando llegar a Saga, paseó la mirada por los rostros de aquellos que lo observaban en busca de una respuesta. Cerró los ojos un momento, y al abrirlos, los clavó de nuevo en el mayor de sus hijos, suspiró y finalmente tomó una decisión.
—Háganlo —les dijo, y un doctor se acercó a ellos. Shion volteó hacia Alfa—, vamos a necesitar más ayuda que nosotros tres.
Alfa asintió y agachó la cabeza, esforzándose en mantener los brazos de su esposo quietos, mientras tres hombres más la ayudaban a sostenerlo, para poder inyectarle los sedantes. Los siguientes minutos se les hicieron eternos, porque una dosis no hizo absolutamente nada para tranquilizarlo. Siguió otra y una más. Más de uno vigilaba con aprensión los signos vitales y al menos un par de enfermeras se prepararon para intervenir si terminaban administrando más de lo que el cuerpo del joven pudiera soportar. Pero finalmente aquellos que lo sujetaban pudieron empezar a aflojar su agarre, el Santo de Géminis comenzó a dejar de revolverse violentamente, hasta que solamente algunos espasmos se reflejaron aquí y allá. No dejaron de monitorearlo de cerca hasta que se convencieron de que estaba de nuevo dormido.
Alfa lo soltó finalmente y se le quedó mirando un momento más, convenciéndose de que seguía respirando y que estaba tranquilo de nuevo. Sintió que Kanon iba con ella y le rodeaba los hombros con un brazo.
—¿Alguna idea de qué fue esto? —preguntó el gemelo menor a Shion, quien también apenas ahora soltaba a Saga.
—No. Es como si estuviera consciente, pero incapaz de despertar, como si su mente y su cosmo estuvieran en otro lugar. ¿Dijeron que había actividad anormal en su cerebro?
—No del todo "anormal", pero sí era demasiada, y no algo que esperaríamos ver de alguien que está básicamente en coma.
—¿Lo demás está normal? ¿Está bien físicamente?
—Sus resultados son normales, sí.
—Lo que estoy preguntando es si es seguro moverlo, ¿podemos llevarlo de regreso al Santuario?
—No estoy seguro de cómo podríamos ayudarlo más aquí, hablaron de cosmos, nosotros no podemos ayudarlos mucho con eso. Físicamente sí, está estable. Tiene una cantidad enorme de sedantes, pero los médicos del Santuario sabrán cómo manejarlo. Fuera de eso... —se encogió de hombros, sin terminar la frase.
—Muy bien, voy a llamar a Aioria y algunos de nuestros médicos, para que hablen con ustedes sobre esto y sobre lo que le dieron. Después nos lo llevaremos a la Fuente, creo que necesitaremos la ayuda de más de uno de los Dorados, y no hay mejor lugar para él en este momento que el Santuario.
Los presentes asintieron.
—¿Estás bien, Al? —le preguntó Kanon a su cuñada, no la había soltado.
—Sí. Necesito un poco de aire, voy afuera un momento.
—¿Quieres que te acompañe?
—No. Quédate con él, no lo dejes solo, por favor.
Kanon asintió, le dio un rápido abrazo y la dejó ir. Alfa salió de la sala y se alejó del grupo de doctores y enfermeras que rodeaban a Shion. Caminó sin rumbo por un par de pasillos antes de toparse de frente con Lexa, quien venía a buscarla. Kanon le había pedido, vía cosmo, que no la dejara sola.
—Ven conmigo —le dijo la chica, entrelazó un brazo con el de su amiga y comenzó a guiarla por el hospital hasta que salieron a uno de los jardines.
Se sentaron en una de las bancas, Lexa no había soltado el brazo de Alfa, algo muy raro en ella, porque no era muy dada a dar muestras físicas de afecto, eso sólo podía significar que estaba muy preocupada, tanto por su amiga como por Saga.
—No sé qué decirte; la que es buena para las palabras es Vivien, incluso Gabriella, pero no yo. Sin embargo te diré esto: estamos aquí, y en el Santuario no van a dudar en mover cielo, mar y tierra para ayudarlo con lo que sea que le está pasando.
—Lo sé. El problema es justo ese: no tenemos idea de lo que le está pasando. Se siente tan extraño, es como si su consciencia y su cosmo estuvieran... encerrados. Como si no pudieran salir. Su cosmo se siente no débil, sino lejano, apenas pudimos alcanzarlo, aunque sé que está ahí, pude sentirlo y él a mí, y me respondió, dijo mi nombre. Es como si hubiera una barrera entre nosotros que no me deja acercarme y a él no lo deja salir.
—¿Como si estuviera sellado?
—No, es diferente. Y hay algo más, no sé que es, pero está luchando contra algo. Sentí pánico en él, Lexa, pánico. ¿Sabes lo difícil que es que un Santo Dorado sienta pánico? En especial Saga, hay muy pocas cosas a las que le teme, una de ellas es perder el control, pero no es eso lo que sentí en él. Solamente una vez antes he sentido ese nivel de pánico en él.
—¿Cuándo?
—Cuando entré en sus recuerdos y vi su pasado. Cuando Ares estaba en su mente.
—Pero Ares está básicamente sellado de regreso en el Olimpo. Su cuerpo apenas se mantiene con vida gracias a los dioses. Su alma está sellada.
—¿Lo está?
—Sí. Fue lo que dijo Zeus, y lo que le explicó Poseidón a Atenea. La manera de salvar a Ares fue mantener a su cuerpo separado de su alma, sin su cuerpo y sin un contenedor para su alma, Ares está en una especie de limbo, no está muerto, pero tampoco está "vivo". Tampoco se encuentra en el Inframundo ni nada por el estilo. Está, sencillamente, "sellado".
Alfa suspiró y miró a lo lejos, a las personas que caminaban tranquilamente por los jardines del hospital.
—Pero hay algo que lo mantiene en ese estado. Debiste verlo, éramos al menos diez personas intentando contenerlo y logró alejarnos, aun cuando ni siquiera está consciente. Tengo que ayudarlo, Lexa.
—Lo sé, queremos lo mismo. Y vamos a encontrar la manera, no importa lo que cueste.
Ambas mujeres se quedaron en silencio un momento más, hasta que Kanon les avisó que ya estaban listos y que regresaran. Volvieron a entrar al hospital, Aioria ya estaba ahí, junto a varios médicos y enfermeras de La Fuente. Mu también estaba presente, y entre él, Shion y Kanon los transportaron de regreso al Santuario.
Alfa no se alejó mientras veía al equipo de La Fuente trabajando, volviendo a conectarlo a varias sondas y monitoreando sus signos vitales, porque fueron muchos los sedantes que le administraron.
Mientras tanto Shion urgió a Saori tomarse un respiro en sus habitaciones, dado que por el momento no había nada que pudiera hacer. Eso no era del todo verdad, pero quería primero intentar un ritual con el resto de los Dorados, antes de llamar a la caballería pesada, es decir, al cosmo de la diosa. Sin embargo, para el Patriarca era obvio que la adolescente llevaba varias noches sin dormir, y para poder ayudar sería mejor que estuviera descansada.
Mandó a que llevaran a Saga a la habitación más grande de La Fuente, porque ahí se reunirían a intentar el ritual que esperaba pudiera ayudarlo, o al menos que les diera pistas para entender qué era lo que le estaba sucediendo. Para ello iba a necesitar de los Dorados que tuvieran mejor dominio de habilidades psíquicas, así que llamó a Mu, Kanon, Deathmask, Shaka, Dohko, Aioria y Alfa.
Encendieron algunas lámparas, pero no eléctricas, si no de fuego, la única electricidad en aquella estancia era la que mantenía activas las sondas. Y al de Géminis lo pusieron en un futón, en el suelo. No era así la manera tradicional de llevar a cabo ese tipo de rituales, pero Shion no quería sencillamente desconectarlo, en especial cuando no estaba seguro de a qué se enfrentaban. Era mejor, al menos, poder monitorearlo de esa manera. Solamente un doctor y una enfermera, ambos Santos también, estarían presentes para eso, aunque se mantendrían un tanto alejados.
Se sentaron en el suelo, rodeando a Saga. Kanon y Alfa eran los más cercanos a él, y Shion estaba justo detrás del mayor de sus hijos.
—Este no es un ritual que se lleva a cabo a menudo, pero quizá lo ayude, o al menos, quizá podremos encontrar algunas respuestas. No lo sé, pero tenemos que intentarlo.
Asintieron, Shion entonces tomó un recipiente que estaba junto a él: era un cuenco, no muy grande, quizá del tamaño de un plato hondo, y revolvió su contenido. Humeaba, pero no estaba excesivamente caliente.
—Necesito que beban un par de tragos de esto. No tiene un sabor agradable, pero es necesario.
Shion le pasó el recipiente a la Saintia, quien era la más cercana. La joven acercó los labios y el potente olor a hierbas inundó su nariz, aunque no sabía de lo que se trataba. Dio un sorbo vacilante. Como se imaginó, el brebaje estaba caliente, pero no hirviendo, así que le dio un trago. Un sabor amargo y medianamente disimulado con menta golpeó su boca, rápidamente dio otro trago y le pasó el cuenco a Mu. El de Aries hizo lo mismo, sorprendido también por el sabor amargo y pasó el cuenco a Deathmask.
El brebaje pasó de mano en mano hasta llegar de regreso a Shion, quien terminó el contenido. Su dosis fue mayor que la de cualquiera de los otros, pero esa era su intención. Luego de terminar de beber, dejó el cuenco y se sentó también, de piernas cruzadas, observando a sus hijos.
Era obvio que la droga estaba llegando al cerebro de cada uno de ellos, podía verlo en sus reacciones, en la manera en la que respiraban, en la dilatación de las pupilas.
—No luchen contra ello, déjense llevar, es necesario —les dijo con voz calmada—. Respiren profundamente, vayan a donde sus mentes deseen.
Se sentían un tanto mareados, pero no con el tipo de mareo que trae el alcohol, era diferente, como si sus almas quisieran separarse de sus cuerpos. Más de uno dudó, pero las palabras del Patriarca los calmaron y poco a poco comenzaron a dejarse llevar. Shion les pidió que encendieran sus cosmos, pero que no los hicieran estallar de pronto, necesitaba que subieran la intensidad lentamente, que se concentraran en eso.
Alfa miró a Kanon, quien estaba inmóvil, intentando sostenerse con un brazo para no terminar por completo en el suelo. Luego en Saga, que era completamente ajeno a lo que sucedía a su alrededor. Estiró el brazo para tocarlo, y alcanzó su mano. ¿Tendría frío? ¿Habría luz en el lugar en el que estaba? ¿Se sentiría solo? ¿Podría notar que estaban ahí, intentando conectar con él? Tenía los párpados pesados y le ardían los ojos, había dormido poco en los pasados días. Volteó a ver a Shion, aunque la figura del Patriarca se veía cada vez más borrosa. El Patriarca asintió y ella, sin apenas darse cuenta, terminó acostada de lleno en el piso, mientras su mano aún tocaba el brazo de Saga.
La energía de los Dorados reunidos se sentía en el Santuario y por supuesto los habitantes estaban enterados de que estaban haciendo un ritual desconocido, así que no les sorprendió el poder notar cómo el cosmo de los Santos iba en aumento, aunque no de una manera explosiva como cuando estaban en guerra, si no gradual y calmada.
Shion seguía aguardando el momento en el que sus chicos sucumbieran por completo al efecto de la droga que les dio, y no tuvo que esperar mucho tiempo. En apenas algunos minutos más, estaban acostados en el piso, sus cosmos sincronizándose, pero aún esperando por algo, y ese algo era él.
Cuando estuvo seguro de que estaban sumidos por completo en aquel estado, Shion hizo un último esfuerzo consciente y elevó su cosmo. Comenzó a reunir el de los presentes, en un solo punto, los sincronizó de una manera que sólo él podía hacer. Como si el cosmo de todos ellos fuera el de una sola persona, y era guiado por el Patriarca del Santuario de Pallas Atenea. Shion cerró los ojos, respiró profundamente varias veces más, y entonces fue como si saltara a la mente de Saga, llevándolos consigo, porque los necesitaba para lograrlo.
Shion se derrumbó en el piso junto al resto.
Al principio fue confuso. Parecía que volaban, aunque no había en realidad formas, tan sólo luces y colores pasando a gran velocidad bajo ellos. Se vieron arrastrados, guiados por el poderoso cosmo de Shion, y también dejaron de ser entidades separadas: estaban unidos, como si pudieran sentir lo que los demás sentían, ver lo que los ojos de los otros veían, y escuchaban las respiraciones y corazones del resto como si fueran los propios.
No se movían, pero era como si viajaran, sin saber a dónde. De pronto se detuvieron en una especie de vacío, negro, sin luz, formas o colores, hasta que Shion, una vez más, comenzó a arrastrarlos a algún lugar, buscando algo.
Y eso es justo lo que estaba haciendo: quería encontrar a Saga, sabía que estaba ahí, podía sentirlo, lejano, pero su presencia era débil, borrosa, también se notaba un poco... perdida. Los llevó en una dirección, luego en otra, guiándose por el leve atisbo de cosmo que detectaba. ¿Había una barrera entre ellos? Pareciera como si su Cristal Wall los rodeara y no dejara que se acercaran. Entonces, a su lado, sintió la presencia de Alfa.
—Llámalo. Te contestó una vez, llámalo de nuevo —le dijo.
Sintió duda en la Saintia, pero después determinación. Buscaba a su alrededor, dejándose guiar por su cosmo, y Shion le ofreció el suyo y el del resto de los Dorados para ayudarla. La escuchó gritar el nombre del Santo, y el eco de las voces de los demás se unió al de la joven, pronto clamaban al unísono, pero más que eso, le estaban dando potencia al cosmo de Alfa. Lo llamó varias veces más, sin éxito. Empezaba a notar cierta desesperación en ella, y cada vez más urgencia.
—Alfa...
Algunos pensaron que lo estaban imaginando, así que prestaron atención de nuevo, mientras ella volvía a repetir el llamado.
—¡Alfa!
Sí, ahí estaba, esta vez lo escucharon, pero con esa misma cualidad con la que sentían el cosmo de su compañero, lejano, confuso, borroso. Pero ella no necesitó más, comenzó entonces a arrastrarlos en su veloz carrera hacia el lugar en donde sentía a Saga llamándola, los llevó a toda velocidad, y de nuevo las formas, las luces y los colores se hicieron borrosos.
De pronto se detuvo.
—Debería estar aquí, sé que vino de aquí, ¿por qué no puedo encontrarlo? —preguntó la mujer.
Shion se concentró, estaba también seguro de que aquél lejano llamado provenía de ese lugar, sin embargo, tal como la chica había dicho, no podía encontrarlo. ¿Qué estaba sucediendo? Shion llamó también, e instó a los demás a que volvieran a hacer lo mismo. Sonaba casi como si estuviera gritando debajo del agua. Shion los reunió una vez más y volvió a llamar. Por una milésima de segundo pudo oír una respuesta y, sin dudarlo, se dirigió a toda velocidad en esa dirección. Volvieron a caer, después nada por una cantidad de tiempo indefinida, no tenían idea, luego voces.
—¡Retírate!
—No permitiré que entre, Patriarca. No podrá matar a Atenea.
—¡He dicho que te retires!
—¡Aioros es un traidor! ¡Ha intentado asesinar a Atenea! ¡Tráiganlo de inmediato!
—El traidor Aioros ha muerto, yo mismo lo he asesinado. ¿Atenea está bien?
—La princesa está bien.
Silencio. Oscuridad. Pero ahora, una imagen comenzó a presentarse frente a ellos. Estaban en el Salón del Trono, era de noche y lámparas iluminaban apenas la enorme sala. Distinguieron voces provenientes de algún lugar entre las columnas. Pusieron atención, era lo único que podían hacer.
—¡Estás enfermo!
—No, querido, el enfermo eres tú. Aceptaste mi propuesta, ¿no? ¿Qué pensabas que iba a suceder cuando lo hicieras? Mientras yo tenga el poder, mientras yo tenga el control, tú me vas a obedecer.
—¡El que va a obedecer serás tú! —gritó el Santo y le dio un golpe cargado de cosmo a la pared frente a él. Después se quitó el casco y lo aventó, seguido de la máscara. —¡Tú eres el que está en mi cuerpo! ¡Tú eres el que está bajo mi control! ¿Entiendes, Ares? ¡No puedes hacer nada sin mi!
La puerta se abrió de pronto, aunque Saga no lo había notado, dos soldados entraron y se quedaron observando, aterrados, la escena.
—¡Preferiría suicidarme antes de dejar que hagas lo que quieres! ¿Qué harás entonces, eh, Ares? ¡Ya no vas a tener un cuerpo que puedas utilizar! ¡Contesta! ¿Qué harás entonces? ¡Habla!
—¡Excelencia! —gritó uno de los soldados, sin poder contenerse, cuando un nuevo golpe furioso, y cargado de cosmo, se estrelló contra una columna cercana, derrumbándola.
Saga volteó a verlos y encontró sorpresa en el rostro de ambos. Lo habían reconocido como el Santo de Géminis.
—Imposible...
Encendió su cosmo nuevamente, sin pensarlo dos veces, atacó a los soldados, quienes no tardaron en encontrar la muerte.
—¿Y te parece que yo soy el enfermo? Quizá tengas razón, debería dejarte hacer lo que quieres… tú y yo no somos tan diferentes.
Sintieron pánico, desesperación e impotencia.
Luego, de nuevo, nada. Todo se volvió negro.
Y volvieron a sentirse caer.
Atardecía, se encontraban en la explanada del Templo Principal. Saga miraba a la estatua de Atenea, mientras un hombre, enfundado en una de las armaduras Doradas, se acercaba a pasos largos, tranquilos, y sin importarle hacer ruido. Cuando el Patriarca volteó a mirarlo, el Santo de Cáncer no hizo siquiera ademán de arrodillarse frente a él, como dictaba el protocolo. En su lugar cruzó los brazos frente a su pecho y le dedicó una cínica sonrisa.
—Así que lo lograste. Esperábamos que alguno de ustedes dos fuera el elegido, pero tú no te ganaste el derecho a portar la túnica del Patriarca, ¿no es así?
El Patriarca ladeó la cabeza, no totalmente sorprendido ante las palabras de Deathmask, aunque tampoco se había esperado nunca que ese mocoso fuera a confrontarlo. Deathmask le sostuvo la mirada y Ares sonrió bajo la máscara, le agradaban las agallas de aquel muchacho, aunque se preguntaba si tendría idea de que estaba frente a un dios, y no frente a uno de sus compañeros.
—Atenea no está en el Santuario, ¿verdad? ¿La sacó Aioros?
—¿Te tomó cinco años darte cuenta?
Deathmask exhaló una corta risa, bajó la cabeza y se rascó la nariz. Volvió a levantar la mirada.
—Siempre he tenido mis sospechas, en especial dada la falta de nuevas Saintias en el Santuario. Y hace mucho tiempo que no veo a ninguna de ellas. ¿Las mataste también?
—¿Crees que dejaría testigos con vida?
—Aquí estoy yo.
—Tú eres uno de los Doce, eres importante sencillamente por estar vestido en oro. Y aún puedes ser de utilidad, a menos, claro, de que decidas traicionarme en este momento.
—Si te quisiera traicionar hace mucho que lo habría hecho, ¿no lo crees?
—¿Tienes en realidad idea de quién soy yo? —preguntó mientras comenzaba a cerrar los pocos metros que los separaban.
Deathmask no se movió, aunque esa fue una pregunta que no se esperaba. Por supuesto que sabía quién era, eso es justamente lo que le dijo un minuto antes, ¿de qué estaba hablando exactamente? Entonces sintió al hombre frente a él elevar su cosmo, tan sólo un poco, y en él detectó una cualidad imposible en cualquier ser humano, aun cuando dicho humano fuera Saga de Géminis. Sintió el impulso de retroceder un paso, pero se mantuvo en su lugar y una sonrisa socarrona iluminó su rostro.
—Así que eres algo más de lo que me imaginé en un principio... Ares, el dios de la Guerra. ¿Qué hiciste con Saga?, porque me consta que no puede estar muerto.
—No. Aunque hay días en que te aseguro que desearía estarlo. Está aquí conmigo, deseando salir.
Deathmask asintió. Un pacto entre un humano y un dios. De entre ellos, le parecía que el de Géminis era la opción obvia.
—Ahora que lo sabes, supongo que guardarás el secreto.
—Estaré observando tus movimientos.
—Espero que te agrade el espectáculo, aunque, desgraciadamente, tendremos que esperar un tiempo más antes de enfrentarnos a Atenea. Y tú, Deathmask, estarás en primera fila. Continúa entrenando, desarrolla tus habilidades, puedes llegar a serme de utilidad.
Y con eso, la deidad continuó su camino hacia el templo.
Caminaba con pasos rápidos hacia sus habitaciones. Ese día otra de las doncellas del Santuario había desaparecido. Ya eran varias, y Cassia estaba bastante segura de que el Patriarca era el responsable. Sin embargo, pocos en el Santuario se daban cuenta de ello. Siempre había un sinfín de mujeres entrando y saliendo del lugar, la gran mayoría eran sencillamente doncellas que se encargaban de mantener los templos presentables, pero algunas, como ella, tenían otro tipo de relación con aquel hombre detrás de la máscara. Pero muy pocas conocían toda la verdad.
Los pasillos estaban completamente oscuros, así que Cassia iluminaba su camino con una vela que llevaba en la mano izquierda. Cuando llegó a su habitación, abrió la puerta esperando no hacer mucho ruido, luego entró y cerró tras de sí. Dio un respingo cuando vio la figura de un hombre, sentado ante su escritorio, con un montón de papeles suyos frente a él.
—Excelencia —murmuró con sorpresa, sin dejar de mirar lo que mantenía entre sus manos.
Ares levantó la cabeza, no llevaba ni el casco ni la máscara puestos, y tenía una vela encendida a su lado, pero apenas si llegaba a iluminarle la cara.
—Cassia, nunca pensé que tú fueras de aquellas chicas que escriben un diario. ¿No eres un poco mayor para estas cosas? —Y levantó algunas hojas del escritorio.
—No es un diario, mi señor, son...
—¿Son qué, Cassia? ¿Tus memorias? —rió. —Las memorias de una hetaira. No vas a pasar a la historia con un título como ese. Sin embargo esto no es la totalidad de lo que has escrito, estoy seguro. ¿Dónde está el resto?
Cassia no dijo palabra, sin embargo se acercó hasta un librero que se encontraba no lejos del hombre, tomó una de las libretas que se encontraban ahí y se la ofreció.
—He llenado varios, ese es el primero —le dijo.
—No te has mantenido ociosa cuando no he requerido de tus servicios. Dime, ¿Saga te llama a menudo? —Cassia asintió con la cabeza. Ares sonrió. —¿Desde hace cuánto lo sabes?
—Siempre lo he sabido. Lo conocí antes de que... de esto.
—Y decidiste mantener la boca cerrada. Dime, ¿por devoción a quién? Porque es evidente que no a Atenea.
—¿A quién se lo podría decir? Soy una simple hetaira.
—Eres muchas cosas, Cassia, pero "simple" no es un adjetivo que te describa. —Ares se levantó de la silla y se puso frente a la mujer. —Sé qué es lo que ve Saga en ti, porque yo también lo veo, eres de mis favoritas, lo sabes. Pero eso no te va a salvar la vida si comienzas a contar tus historias —le dijo mientras acercaba más y más su rostro al de ella, dejando que sus labios rozaran apenas los de ella. —Sin embargo te agradezco, Cassia, estoy seguro de que no le gustaría ver que algo te sucediera —sonrió y se separó de ella. Señaló los papeles con la cabeza. —Continúa con tus historias.
Dicho eso el hombre tomó la vela de manos de Cassia y salió de la habitación. Ella esperó hasta escuchar la puerta cerrarse y se sentó en el suelo, intentando calmar el temblor de sus manos y su corazón acelerado. Tenía que decirle a Saga, pero no había manera de saber en qué momento Ares lo dejaría retomar el control de su cuerpo. Por eso escribía lo que pasaba en el Santuario, porque él quería saber lo que sucedía cuando era incapaz de retomar el control.
Saga se encontraba en uno de los balcones del Templo Principal. Las cosas se estaban complicando para Ares. Dohko hacía años que había dejado de comunicarse con el Santuario, Mu pasaba la mayor parte de su tiempo en aquella torre perdida en las montañas, con su aprendiz, y rara vez regresaba. Aioria nunca había dejado de preguntarse si su hermano era en realidad un traidor, y su relación con aquella Amazona Plateada nada más parecía hacer que sus dudas comenzaran a salir cada vez más a la superficie. Sin mencionar a algunos Santos de Plata, como aquel que entrenaba caballeros en la isla Andrómeda. Y ahora, aquella mocosa estaba empezando a dar señales de vida. Sus informantes le decían que una jovencita, apenas una niña, podría ser Atenea, y por el momento vivía en Japón.
—No van a tardar en enterarse de toda la verdad, Ares, lo sabes.
—La mocosa a lo mucho tendrá algunos Santos de Bronce con ella, ¿en realidad crees que van a poder hacer algo contra nosotros?
—Es Atenea.
—En el cuerpo de una mortal, y que no ha pasado su vida dentro del Santuario. Está en desventaja.
—Tú tampoco tienes muchos aliados, Ares, el resto de los Dorados no van a seguir tus órdenes cuando se enteren.
—Querido, hemos repasado esto muchas veces, nada de lo que tú crees, va a suceder. Vamos a ganar esta guerra contra Atenea, después iremos por Hades.
—No voy a permitir que lo hagas.
—No tienes el poder para detenerme.
Dicho eso, volvió a entrar al templo. El de géminis no dijo más, tan sólo esperó. Pasaron varias horas en las que no dijo nada y, para esas alturas, había logrado concentrarse lo suficiente como para poner una barrera entre sus pensamientos y el dios, al menos ahora tenía un poco de privacidad, ya que no era capaz de escucharlo siempre. Esperó hasta que Ares bajó la guardia, preocupado como estaba en seguir planeando su próxima guerra.
Entonces le arrebató el control. No fue fácil, el cuerpo de Saga cayó al piso, sujetándose con fuerza la cabeza, mientras Ares, tomado por completo desprevenido, luchaba para no permitirlo.
No era la primera vez que lo intentaba, generalmente era Ares quien cedía sin más, a veces porque estaba aburrido, otras porque le divertía el ver cómo, a pesar de la protestas que le dio a lo largo de los años, tampoco era capaz de terminar con esa farsa, y siempre continuaba pretendiendo ser el Patriarca. A veces Ares se preguntaba por qué lo hacía, la mente de ese hombre era complicada, hasta para él.
Finalmente Ares, aburrido de luchar, lo dejó retomar su cuerpo. Saga se sentó en el suelo, concentrándose en no permitirle el acceso a sus pensamientos. Tenía un plan y lo pensaba ejecutar, pero para eso necesitaba no pensar mucho en ello, tan solo seguir las acciones que se había propuesto, una a una.
Salió del Templo Principal y se dirigió por caminos poco usuales hasta llegar al pie de Star Hill y comenzó a escalar. Tan sólo una vez antes lo había hecho, aquella noche en que asesinó a Shion. Luego de eso, no importa cuánto el dios lo intentara, nunca lo dejó subir de nuevo.
La escalada no era fácil ni para Shion, por lo tanto, lo era aún más difícil para él, quien en realidad no era el Patriarca, pero lo hizo antes, y estaba seguro de que lo conseguiría de nuevo, aunque no con pocas dificultades. Tuvo que detenerse varias veces, respirando agitado y luchando contra el viento que lo golpeaba en todas direcciones. No escuchaba a Ares, aunque tampoco esperaba hacerlo, seguramente estaba lo suficiente intrigado como para dejarlo seguir.
Finalmente llegó arriba, pero evitó a toda costa pasar siquiera cerca del lugar en el que peleó con Shion, porque, además, estaba seguro de que el cuerpo del hombre seguiría ahí.
—¿Star Hill? No sabes leer las estrellas.
—Te equivocas, sé hacerlo, pero no vine a eso.
Entró en el pequeño templo, en busca de aquellos libros con textos que eran reservados exclusivamente para el Patriarca. Ares siguió dejándolo hacer, mientras lo veía leer aquellas historias, leyendas y técnicas. Sonrió. Si tan solo Saga supiera que una vez antes, hace más de 200 años, se encontró en ese lugar, haciendo exactamente lo mismo.
—¿Estás buscando cómo deshacerte de mí? Lamento informarte que esa información no existe aquí, mucho menos es del conocimiento humano.
—¡Cállate! —le gritó.
No fue buscando una receta específica para deshacerse del dios, pero al menos esperaba encontrar alguna pista, alguna palabra, algo que le diera una idea de lo que podría hacer. Pero el dios tenía razón, no había nada de ello en los escritos de Star Hill. ¿En realidad no existiría la manera de deshacerse de él? Era algo que ya se imaginaba, pero dentro de sí, mantenía al menos un poco de esperanza. Se sentía como un idiota. Luego de ponerse de pie comenzó a rebuscar entre los objetos del templo.
Empezó con relativa calma, pero poco a poco comenzó a desesperar. Debía encontrar algo, lo que fuera. Ares lo observaba, entretenido. Le divertían en realidad esas reacciones del gemelo. Siempre tan serio, tan propio, tan en control de sí, y ahora estaba arrojando cosas, dejando caer otras, buscando con desesperación algo que evidentemente no conseguiría.
De pronto comenzó a bajar a toda prisa de Star Hill, corrió por el Santuario hasta el Templo Principal, y ahí a las estancias de Atenea. En un librero estaba el cofre dorado, lo abrió y tomó la Daga Sagrada en sus manos.
—¿Es en serio? —le preguntó con sarcasmo.
—Alguna vez te dije que preferiría suicidarme a seguir tus órdenes —contestó y acto seguido, empuñó la Daga con fuerza y la llevó directo a su pecho, pero justo antes de que la afilada hoja hiciera contacto, su brazo se detuvo.
—No, yo también te lo dije, no voy a permitir que te suicides.
—¡No puedes detenerme!
—Eso es justo lo que estoy haciendo.
Mientras una mano del hombre temblaba por el esfuerzo de seguir su camino hacia el pecho, la otra tomó la Daga por la hoja, con la misma fuerza, causando una enorme hemorragia y que sangre comenzara a escurrir por la Daga, el brazo y hasta el suelo.
—Cuando quieras suicidarte, procura primero que yo este inconsciente o bajo tu control, porque de otra manera, nunca lo vas a lograr, ¿me oyes?
—¡Es mi cuerpo, es mi vida!
—No: es la mía.
Un pequeño esfuerzo más por parte de Ares logró separar por completo la Daga, para luego arrojarla al otro lado de la habitación. Saga se dejó caer al piso y cerró los ojos.
Se sintieron caer de nuevo, y una especie de rechazo, como si algo los empujara hacia afuera. Shion se dio cuenta de que su tiempo estaba terminando. Tenía que sacarlos de ese lugar antes de que sus cosmos y sus almas se perdieran en aquel vacío negro. Los reunió, hizo estallar su cosmo y empezó a guiarlos, de nuevo a toda velocidad.
Lo siguiente de lo que fueron conscientes fue de que ya no estaban unidos, y se sintieron caer de regreso en sus respectivos cuerpos. Notaron el frío suelo bajo ellos, sus párpados comenzaron a temblar y a abrirse de apoco. Su visión era borrosa, y la tenue iluminación del lugar en el que estaban no ayudaba a sus sentidos.
—Están despertando —dijo alguien.
El resto de los Santos Dorados entraron en la habitación, cada uno se dirigió a alguno de sus compañeros, para asegurarse de cómo estaban y ponerles mantas sobre los hombros. Estaban helados, alguien más comenzó a pasarles tazas con líquidos humeantes. Shion esperó a que estuvieran sentados y al menos un poco alertas antes de hablar.
—Beban, les ayudará a terminar de salir de los efectos de la droga.
Asintieron, cada uno sumido en sus pensamientos. Tenían que asimilar demasiadas cosas, y ninguno estaba seguro de que su experimento les hubiera aclarado algo. Alfa de nuevo le tomó el brazo a Saga, mientras terminaba de beber. Le habían puesto algunas mantas más encima, pero seguía sintiéndose frío. Continuaba sedado. Alfa dudaba que, sin ello, se mantendría de la misma manera.
Finalmente Shion dio la orden de salir. Varios trabajadores de la Fuente se llevaron a Saga a otra habitación, y alguien estaría siempre con él. El resto subió al Templo Principal, en donde Saori los esperaba en el gran comedor, para que pudieran hablar. Se sentaron alrededor de la mesa, y cuando estuvieron calmados y en silencio, Shion comenzó.
—Primero quisiera agradecerles por la confianza que me dieron para realizar este ritual. No estaba seguro de que funcionaría, y tenía muy en claro que los iba a necesitar para poder llegar a Saga, y así fue.
—Pero en realidad no llegamos a él —dijo Shaka—. Lo sentimos, está ahí, en algún lugar, pero se siente lejano, como si hubiera una especie de barrera entre nosotros. No pudimos alcanzarlo.
—No, pero al menos sabemos que está ahí —dijo Dohko—. Eso es algo.
—Pero eso ya lo sabíamos —dijo Kanon—. En el hospital fue capaz de contestarle a Alfa, en realidad esta vez no llegamos mucho más lejos.
—Eso que vimos, sus recuerdos, ¿qué es lo que está haciendo que los vuelva a vivir? —preguntó Aioria.
—¿Vieron sus recuerdos? —preguntó Milo.
—No —contestó Alfa y voltearon a verla, algunos un tanto confundidos.
—¿A qué te refieres? Lo que vimos son cosas que pasaron luego de la muerte de Shion —dijo Mu.
—Sí, pero esos recuerdos no son de Saga, no completamente. He estado en su mente, he visto sus recuerdos, no todos, por supuesto, y la mayoría de estas cosas yo no las vi, pero los suyos se sienten diferentes. Es difícil de explicar, pero esas cosas que vimos, estoy segura de que no son realmente suyos —intentó explicar la mujer.
—Son los de Ares —dijo Deathmask—. Alfa tiene razón. Piensen en ello. La muerte de los soldados, o la noche que subió a Star Hill, sí podríamos considerarlos recuerdos de Saga, pero no esa conversación que tuvo conmigo o con Cassia, esas son cosas que hizo Ares.
—Pero su conciencia tuvo que estar ahí —dijo Shura.
—No necesariamente —dijo Alfa—. Me lo dijo más de una vez, algunas veces sencillamente se sumía en un estado de inconsciencia, no sabe por completo lo que hizo Ares mientras estuvo en su cuerpo. Ares también tenía la manera de, literalmente, mandarlo a dormir si es lo que quería. Como dijo Deathmask, esa conversación que tuvo con él, o con Cassia, son recuerdos de Ares, no de Saga.
—¿En qué están pensando? —preguntó Afro—. ¿Que Ares está en su cuerpo de nuevo?
—No, eso no es posible —interrumpió Saori—. Está básicamente dormido. No está sellado, pero no tiene un cuerpo físico, y su alma sigue viva, pero dormida. Además, si fuera así, ya lo sabríamos. ¿Sintieron a Ares cuando estuvieron ahí?
—No, pero quizá sí tenga algo que ver —murmuró Shion—. Esa barrera entre nosotros, ¿es posible que él la haya puesto?
—Si él la hubiera puesto, entonces nos habríamos dado cuenta de que él nos impide acercarnos, pero no fue así —dijo Shaka.
—Yo tampoco creo que sea obra de Ares, pero de alguna manera está mostrándole a Saga sus recuerdos —dijo Deathmask.
—Por eso sus reacciones. Es como si quisiera despertar, pero no puede —dijo Alfa—. Quizá estaba empezando a recobrar la consciencia hace unas horas, cuando pasaron los efectos del sedante.
—Y fue entonces que empezó a ver los recuerdos de Ares —dijo Kanon—. Es como dice Alfa, parece que quiere despertar, pero no puede.
—La barrera que sentimos es lo que lo detiene —dijo Dohko.
—Pero, ¿qué podemos hacer para derribarla? —preguntó Aioros.
—¿Y por qué está viendo los recuerdos de Ares? —preguntó Camus.
Se quedaron en silencio. Era como si tuvieran muchas partes del rompecabezas, pero ni idea de cómo comenzar a unirlas. Saori suspiró y tomó la palabra.
—Creo que tenemos que repetir el ritual, pero esta vez estaré yo presente también, al igual que ustedes.
Se quedaron mirando a la joven diosa, era verdad que iban a necesitar toda la ayuda posible para llegar al fondo del asunto, y también que Shion pensó en la posibilidad de que necesitarían de la ayuda divina de Atenea, aunque una parte de sí tenía la esperanza de que pudieran sacar información con tan solo un ritual.
—Tienes razón, Princesa, pero no podemos ir en este momento, necesitamos recobrar energía, y también me gustaría darles tiempo para terminar de eliminar la droga de sus sistemas. Lo repetiremos mañana por la tarde.
—¿Y mientras qué hacemos? —preguntó Alfa.
Shion estaba a punto de contestarle cuando escucharon golpes en la puerta, y Orfeo entró al comedor.
—Mil disculpas por interrumpir la reunión, pero los efectos del sedante están pasando, y Saga está... revolviéndose de nuevo como en el hospital.
Alfa se levantó de la mesa y caminó a la puerta, seguida de Kanon. Shion asintió y se levantó también, pero antes de que pudieran comenzar a correr escaleras abajo, los detuvo y teletransportó a los cuatro a la habitación de Saga.
La escena con la que se encontraron fue muy similar a la que vieron antes. El Santo se retorcía violentamente, intentando alejar a aquellos que lo mantenían quieto, estaban Katya, Lexa y Klaus. Alfa se abrió paso para llegar a su marido, y volvió a sujetarlo por los brazos mientras le hablaba con palabras y su cosmo.
Saga estaba en el Salón del Trono, paseándose frente a las 10 mujeres, mirándolas de arriba a abajo, decidiendo quién o quiénes de ellas serían sus acompañantes esa noche. No era raro que el Patriarca solicitara de su presencia. Estaban bien educadas y eran, además, muy bellas. Eran hetairas, y a ninguna de ellas les molestaba serlo, ni se avergonzaban de la posición que ocupaban dentro del Santuario. Las hetairas eran un secreto a voces, aunque el antiguo Patriarca nunca las llamó a su presencia, solamente el nuevo lo hacía. Aunque eso, la gran mayoría de ellas, no lo sabía. Casi todas entraron al Santuario hasta después de la muerte del líder anterior.
Cassia mantenía la vista baja, siguiendo los pies y la túnica azul que se paseaba delante de ellas. Sabía que varias de sus compañeras consideraban un honor el ser las elegidas, y en realidad no podía culparlas. No se trataba nada más de que fuera terriblemente apuesto (aunque casi nunca se quitaba la máscara), también era un buen amante, cuando se lo proponía, a pesar de que usualmente las llamaba simplemente para saciar sus propios deseos. A Ares le gustaba la variedad, pero Saga solamente la buscaba a ella. Y ella sabía la diferencia entre ambos. Saga no ocultaba su rostro bajo la máscara cuando tenía el control.
Con un ademán de cabeza, el hombre señaló a tres de ellas, quienes dieron un paso al frente. Se detuvo delante de Cassia quien levantó apenas la cabeza. Ares repitió el gesto y Cassia fue a colocarse junto a las otras. Después el Patriarca hizo un ademán con la mano, despidiendo al resto de las hetairas, quienes no tardaron en salir del lugar.
Las jóvenes que se quedaron sabían bien cuáles eran sus tareas. Se retiraron del Salón del Trono. Una de ellas fue por comida, otra por bebida y una más por su instrumento predilecto: un arpa. Cassia se dedicó a encender velas, arreglar almohadas y cojines, encender incienso, y en general a darle un ambiente cálido a los aposentos del Patriarca. Cuando estuvo a punto fue a su propia habitación a cambiarse de ropa y arreglarse. No tardó mucho tiempo, y se reunió con las otras mujeres de nuevo. Le pasaron una copa de vino. Cassia no dudó en comenzar a beber.
No, a ella tampoco le avergonzaba su oficio, que era más allá de ser una puta, pero no le encantaba la manera en la que Ares las trataba, poco más que como trozos de carne. Al menos el vino la ayudaba a dejar de pensar tanto en esas cosas, en especial cuando bien sabía que Saga jamás la trataría de aquella manera.
El Patriarca entró a sus habitaciones un par de horas después. Era su costumbre dejarlas esperando el tiempo que quisiera, algunas veces sin razón, nada más porque sabía que podía. De inmediato las cuatro fueron a su encuentro, le quitaron el casco aunque no la máscara, la túnica, y se quitaron las propias. Lo acompañaron hasta un enorme diván. Ares señaló la jarra de vino, y una de ellas se apresuró a servirle una copa. Cassia fue a apagar las lámparas en la habitación para que el Patriarca se pudiera quitar la máscara. Mantuvo sólo una prendida, la más alejada de donde estaban, dejando la habitación casi en completa oscuridad.
Cuando comenzó a caminar de regreso, notó que una de ellas ya tocaba el arpa, mientras las otras dos estaban sentadas a los lados del Patriarca, pegando sugestivamente sus cuerpos al de él, mientras le pasaban los finos dedos por el pecho y el abdomen. Ares sostenía la copa de vino en una mano, mientras la otra reposaba en la cintura de una de ellas.
Sus miradas se cruzaron, aunque apenas podían distinguirse en la penumbra. Ares le dio un trago a su copa, sin dejar de observar a Cassia. Después sonrió cínicamente e hizo un gesto con la cabeza, que a las claras significaba que quería que Cassia se arrodillara frente a él, entre sus piernas. La mujer obedeció y Ares se inclinó hasta que su boca quedó junto a su oído.
—Tú lo hiciste, tú sabes qué hacer con él —le dijo con voz ronca, luego volvió a reclinarse en el asiento, sin dejar de verla a los ojos.
Obviamente sabía de lo que estaba hablando. Hacía un par de meses que a Saga se le ocurrió la idea de hacerse un piercing en el pene. Un apadravya, que consiste en atravesar el glande de arriba a abajo, completamente. De cierta manera, era la forma de decirle a Ares que ese cuerpo era suyo, y que iba a hacer con él lo que le viniera en gana. Si bien el gemelo fue el que se hizo el piercing, la cara de sorpresa de Ares valió cada segundo. El dios jamás se imaginó que iba a despertar un día con el pene atravesado con una enorme pieza de metal.
Pero no dijo nada, y obviamente tuvo que abstenerse de cualquier contacto sexual mientras el piercing sanaba. No pensaba quitárselo, porque bien sabía que justo ese momento iba a llegar, y era su manera de decirles a ambos que su "broma" no lo iba a detener, y que iba a usarlo como le viniera en gana también.
Cassia le mantuvo la mirada tan sólo un momento más, mientras veía como las otras dos comenzaban a besar y lamer el cuerpo del hombre. Quiso exhalar un suspiro resignado, pero se contuvo, hizo a un lado su cabello y finalmente comenzó a hacerle sexo oral a Ares, quien no dejaba de mirarla. Le dio otro par de tragos a su vino, luego una de se levantó a rellenar la copa, y después regresó a su lugar de antes. Las manos de las otras dos llegaban de vez en cuando hasta donde estaba ella, pero no se quedaban mucho tiempo.
Por supuesto sabía cómo usar ese piercing para proporcionarle más placer, pero no estaba dispuesta a hacerlo, no para Ares. El dios de la guerra podía darse cuenta de ello, así que se incorporó un tanto en su asiento, tomó el cabello de Cassia con una mano, y lo usó para mover la cabeza de la mujer arriba y abajo, al tiempo que movía la cadera, sin ningún tipo de cuidado o consideración.
No había otra cosa qué hacer más que seguir los movimientos. Oponerse no la iba a ayudar, lo sabía bien, lo único que le quedaba era aguantar las embestidas y las ganas de vomitar que no sólo la acción física le provocaba, también la persona que lo hacía. Cerró los ojos con fuerza para contener las lágrimas de rabia.
Finalmente Ares la jaló del cabello violentamente, para separarla de él, y la hizo a un lado. Cassia tuvo que poner las manos para no terminar golpeando el piso.
—¡Retírense! —gritó, y al instante las tres dejaron sus lugares y salieron corriendo de la habitación, excepto Cassia, porque sabía que la orden no fue para ella.
Ares se puso en pie, luego se inclinó para volver a tomarla por el cabello, y así la levantó del suelo. Cassia llevó sus manos hasta la de Ares, pero no se quejó ni dijo nada.
—Espero que tú y Saga estén complacidos con su sorpresa —le dijo con voz calmada, lo cual le hizo tener escalofríos, esa voz tranquila era mil veces peor que escucharlo gritar—. Y también espero que sepan que no lo voy a desaprovechar.
Dicho eso la arrastró hasta la pared más cercana y la puso de espaldas a él, aprisionándola entre ésta y su cuerpo. Le separó las piernas con la rodilla, y sin esperar más tiempo la penetró profunda y violentamente. Cassia puso las manos frente a ella, pero no hizo ningún sonido, sólo volvió a cerrar los ojos y se mordió la lengua.
Ares empezó a moverse, empujando con vehemencia contra ella, haciendo que su cara y sus brazos chocaran estrepitosamente contra la pared. La sostenía por el cabello y la cintura, pero poco después esa mano comenzó a subir al cuello, y lo apretó entre sus dedos, con la suficiente firmeza como para que a ella le costara respirar.
—Fue una muy buena idea, Cassia —le dijo al oído, cerrando la mano tan sólo un poco más—. Espero que estés satisfecha.
De pronto salió de ella y la tomó del brazo. Seguro por la mañana Cassia descubriría un moretón ahí, si es que llegaba a ver la mañana, claro. La mujer tropezó debido a la fuerza con la cual Ares comenzó a arrastrarla, y fue precisamente arrastrándose por el piso como llegó al lecho, en donde Ares la aventó.
—Humana idiota —le dijo Ares antes de darle un golpe a puño cerrado en la cara.
—¡Es suficiente!
—Apenas comienza la parte interesante, querido —contestó Ares burlón.
Esta vez Cassia no pudo reprimir su grito de sorpresa y dolor, y eso hizo al dios sonreír. Volvió a ponerla de espaldas a él, y de nuevo, sin miramientos, la penetró, una y otra vez. La sangre que corría de la nariz de Cassia manchaba las sábanas bajo ellos, y a Ares le complacía ver que el cabello de la mujer y sus propias manos, también estaban manchadas de rojo. Volvió a rodearle el cuello con una mano, y esta vez Cassia sí se quejó y sí se revolvió, porque apenas podía respirar. Eso tuvo el efecto de excitar todavía más a Ares, quien comenzó a moverse impetuosamente, apreciando, de paso, el dolor que su piercing nuevo le traía, precisamente por ser tan nuevo.
Comenzó a gemir con voz ronca, a jalarla por la cadera, a entrar lo más profundo que pudiera, hasta que finalmente se vino dentro de ella. Dio algunos movimientos más, respirando agitado. Salió, la miró con una sonrisa enorme, Cassia era un desastre, con sangre en la cara, el cabello hecho nudos, y lágrimas corriendo por su hermoso rostro.
—Si no fueras mi favorita, estarías muerta —le dijo antes de lamerle la mejilla, después la sujetó de un brazo y la aventó al piso, junto a la cama—. ¡Largo! —gritó y fue a acostarse.
Cassia se levantó como pudo del suelo, sin detenerse a recoger sus pertenencias, y salió, completamente desnuda, de la habitación de Ares.
—¡Basta! —gritó Saga.
—Siempre quisiste saber, ¿no? Bueno, ahora lo sabes.
—¿Saga?
—¡Ah!, tu esposa llamándote de nuevo, ¿Ella lo sabe? ¿Se lo habrá contado Cassia?
—¡Cállate!
Katya se hizo un paso atrás, apenas si podía soportar el verlo revolviéndose de esa manera, luchando contra algo que nadie podía ver, y con lo que no podían ayudarlo. Notó los ojos húmedos de Alfa, y se preguntó cómo podría mantenerse en tanta calma en esa situación. Lo único que delataba lo que sentía en ese momento era eso, pero ella parecía no darse cuenta, y sencillamente repetía el nombre de Saga con voz calmada.
—¿Más sedantes? —preguntó Susana a Shion, era ella quien había tomado el turno de cuidarlo esa noche.
—No creo que haya manera de tranquilizarlo de otra manera —contestó el Patriarca.
Susana asintió y fue a tomar las cosas que ya tenía preparadas, por si acaso. Luego se acercó a la cama, miró a Alfa y le puso una mano en el brazo, la mujer asintió sin voltear a verla. Susana entonces inyectó los sedantes, de a poco, tomando nota de las reacciones mientras lo observaban, conteniendo la respiración.
Una vez más el hombre comenzó a calmarse, y soltaron su agarre. Alfa apoyó una mano en el pecho del joven y cerró los ojos. Durante los siguientes minutos Shion habló con Susana, decidieron que ella seguiría haciendo guardia esa noche y que lo mantendrían con una dosis considerable de sedante, porque no querían volver a repetir la misma escena. Después, todos menos Alfa, Kanon y Shion, se marcharon.
—Hija, necesitas dormir —le dijo, poniéndole una mano en el brazo. Alfa volteó a verlo.
—No tengo sueño. Y aunque lo tuviera no estoy muy segura de que podría —contestó.
—Lo sé, pero es necesario, si no, no vas a poder ayudarnos mañana por la tarde, y estoy seguro de que quieres hacerlo. Tú también Kanon, ambos necesitan descansar. Susana sabe qué hacer. Mandé también a que les trajeran algunas almohadas y mantas.
Kanon y Alfa asintieron, aunque seguían sin estar seguros de que podrían dormir. Shion le dio un apretón a la mano de Saga y salió de la habitación. Un par de minutos después escucharon que llamaban a la puerta y Kanon abrió. Se encontró con Cassia, quien traía una bandeja. Detrás de ella estaba Klaus; con cobijas y almohadas. Kanon los dejó pasar. Klaus tan sólo dejó las cosas sobre el sillón, hizo una venia y se retiró.
—El Patriarca me pidió que les trajera esto y que me asegurara de que lo beban —comentó mientras servía agua caliente en un par de tazas. Tomó una y la llevó hasta la joven, quien seguía de pie junto a la cama. Parecía que lo observaba con atención, pero sabía que estaba devanándose el cerebro, intentando buscar respuestas. Cassia le tocó el brazo y Alfa volteó a verla y tomó la taza que le ofrecía. La mayor entonces tomó la mano de Saga.
—No puedo llegar a imaginarme lo que sintió cuando volvió a ver a Ares —comentó.
—¿Te contaron?
—El Patriarca me lo dijo, sí. Sabe que estoy preocupada por él y supongo que por eso me mandó a venir, para que pudiera verlo.
—Puedes venir a verlo cuando quieras. Lo sabes. Es importante para ti y tú eres importante para él. De hecho, mañana, cuando hagamos el ritual, me gustaría que estuvieras aquí para acompañarlo.
Cassia la miró a los ojos y asintió.
—Si es lo que quieres, aquí estaré. Ahora bebe, necesitas dormir y esto te ayudará.
La chica finalmente se fue a sentar al sillón, junto a Kanon, a terminar el té mientras Cassia se dedicaba a acomodar un futón para que Kanon pudiera acostarse y fue a arreglar la cama. Cuando ambos terminaron el líquido, Cassia fue por las tazas y se retiró.
Alfa se acostó en el sillón. Estaba muy cansada, había dormido tan sólo algunas horas durante esos días y eso sin mencionar lo emocionalmente exhausta que se sentía. Primero el ver a Saga desangrándose frente a ella y atravesado por una lanza, y luego, cuando pensó que las cosas mejorarían y que iba a despertar pronto, sucedía esto.
Sus ojos comenzaron a cerrarse, aunque ella no quería dejar de ver la silueta de su esposo, acostado en esa cama, completamente inmóvil. Pero finalmente la bebida que les dieron (un sedante, aunque no tan fuerte como los del Santo) hizo efecto y se quedó dormida.
Kanon no se sentía tan cansado como ella, pero no estaba acostumbrado a esa montaña rusa de emociones y estaba terriblemente preocupado. Se aseguró de mantenerse despierto hasta que notó que ella dormía, y sólo entonces giró a su costado, también viendo en dirección a su hermano y cerró los ojos. Tampoco tardó mucho más en quedarse dormido.
Durante toda la noche Susana entró constantemente a la habitación a revisar a Saga y a asegurarse de que sus acompañantes también siguieran dormidos. Apenas el de géminis comenzaba a agitarse de nuevo, le aplicaba más sedantes. No le gustaba para nada la situación, pero Shion tenía razón, no había otra manera de mantenerlo calmado, y los arranques que le daban no eran buenos para él en ese momento, en especial considerando que, a pesar de que sus heridas fueron cerradas, su cuerpo necesitaba descanso.
En realidad había sido bastante temprano cuando Alfa y Kanon se quedaron dormidos, a pesar de que sentían que debía ser de madrugada. Pero justo eso hizo que despertaran apenas comenzando el amanecer.
Alfa abrió los ojos, sintiéndose un tanto confundida por el lugar en el que estaba, enfocó la figura de Saga y los recuerdos le vinieron de golpe. Volvió a cerrar los ojos y se frotó la cara con ambas manos. Desearía que aquello hubiera sido una pesadilla, pero no, era real, y ahí estaban. Miró al piso, a donde Kanon aún continuaba dormido, pero le pareció que no tardaría en despertar.
Se levantó del sillón, llevando la manta consigo y fue hasta la cama. Le tomó la mano. Encendió su cosmo y buscó el del hombre, pero se sentía igual de lejano que el día anterior.
—Necesito que despiertes. Te necesito aquí, lo sabes. No vamos a detenernos hasta encontrar la manera de ayudarte. Sé que puedes escucharme. Te amo. Te amo y voy a hacer lo que sea necesario, puedes estar seguro de eso.
—¿Qué le hiciste a esa niña para que se enamorara tan perdidamente de ti?
—Guarda silencio.
—¿Cómo la encantaste? Porque ella debería estar enamorada de tu hermano, ¿no es así? Esperaba que aquellos dos continuaran su historia donde la dejaron, pero no, en el lugar de Déuteros estás tú.
—¿Nunca te cansas de escuchar tu propia voz?
—Tú no estás muy hablador, no hay otra cosa con qué entretenerme aquí. Solías ser mucho menos callado. No dudabas en reclamarme y cuestionarme lo que hacía.
—No tiene caso hablar contigo ahora.
—¿Ves? Es por eso que tengo que entretenerme. Te he mostrado algunos de mis recuerdos favoritos, ¿qué quieres ver ahora? Puedo mostrarte el resto de mis encuentros con Cassia, aunque me da curiosidad ver los tuyos. ¿Qué le hiciste a ella? Porque nunca te traicionó. Y parece que sigue aquí, preocupándose por ti. ¿Qué te ven esas mujeres? ¿Es acaso por esa debilidad que tienen por intentar arreglar a alguien que está roto?
Saga no contestó y Ares río por lo bajo.
—Debe ser eso, pobre y desvalido Saga con sus problemas mentales. Al menos ya te estás drogando para eso, ¿no? Te lo dije, elegí bien.
—No hubieras podido controlar a Aioros, por eso me elegiste a mí.
—Te equivocas, Aioros se hubiera doblegado más fácilmente. Pero tú tenías una historia a rastras, aunque no la conocieras. No me fue muy difícil convencerte. Hasta parecías ansioso. ¿En el Santuario saben que no fui yo quien mató a Shion? Me parece que no. Podríamos mostrarles eso la próxima vez que estén aquí.
—Puedes mostrarles lo que te parezca.
—¿Así que no tienes nada qué ocultar? Ya lo veremos. No creo que tarden mucho más en regresar.
Y Ares tenía razón. Luego de que desayunaron, dejaron a Saga en compañía de Cassia y fueron a reunirse con el resto. Shion quería que esta vez los Doce Dorados participaran, además de Saori y por supuesto Alfa. Los reunió en el Templo Principal para explicarles lo que sucedería, y los mandó a meditar un rato. Kanon y Alfa se quedaron con Shaka porque estaban bastante seguros de que ellos dos solos no iban a poder concentrarse, y Shaka al menos podría intentar ayudarlos. Les funcionó a medias, porque ambos no podían evitar que sus mentes divagaran de vez en cuando. A veces pensaban sobre lo que habían visto, y otras, la mayoría, intentaban obtener soluciones.
Eran las 5 de la tarde cuando uno a uno fueron a reunirse a la Fuente. Alfa le sonrió a Cassia, quien seguía con el Santo, y Cassia le correspondió con una sonrisa alentadora. Rodearon a Saga y se sentaron en el piso. Shion a la cabeza, como el día anterior, pero con Saori.
—Confiemos en que esta vez vamos a encontrar respuestas —dijo el Patriarca una vez que tuvo entre sus manos el cuenco con la preparación—. Den un par de tragos cada uno y pásenlo a sus compañeros. —Le dio el tazón a Alfa, quien de nuevo estaba a su lado.
La Saintia lo tomó, y esta vez, sin titubear, dio un par de tragos y le dio el recipiente a Mu. Quienes no lo habían probado antes mostraron expresiones de sorpresa ante el aroma y sabor de la bebida, y no pudieron evitar notar lo rápido que actuaba la droga. Alfa se recostó en el suelo, apoyando la cabeza en un brazo mientras la mano del otro buscaba el brazo de Saga. Pero esta vez no tuvo reparos en dejar que su mente se perdiera en aquel lugar al que fueron antes. Cerró los ojos, se concentró en su respiración, y poco a poco comenzó a sentir el cosmo del resto reuniéndose con ella, en aquel lugar oscuro y sin formas. De pronto sintió también a Saori, quien estaba a la expectativa tanto como el resto y finalmente a Shion, quien se unió a ellos para comenzar a guiarlos.
Cassia, Gabriella, Susana, Marin y Orfeo estaban ahí, así como otros dos enfermeros de la Fuente y procedieron a extender mantas sobre los cuerpos de sus compañeros. Cassia se sentó junto a Alfa y le puso una mano sobre el brazo. Quizá no ayudaría en nada, quizá la muchacha ni siquiera se daría cuenta de que estaba ahí con ellos, pero sentía que algo debía hacer en ese momento, además de esperar. Levantó la mirada y se dio cuenta de que Marin había hecho lo mismo con Aioria y que Gabriella y Susana hicieron lo propio con Aioros y Mu.
La caída en la oscuridad esta vez no fue tan estrepitosa como la primera vez, porque quienes ya habían estado ahí, consiguieron ayudar a sus compañeros mientras esperaban a Shion. El Patriarca no les pidió que buscaran, porque ya sabía a dónde ir, así que no tardó en empezar a arrastrarlos a ese lugar. Las cosas seguían igual, también la presencia de Saga, detrás de esa barrera que no podían atravesar. Alfa sintió a Saori a su lado, analizando lo que veía.
—¿Tienes idea de lo que es? —le preguntó.
—No estoy segura, no creo haber visto algo así antes. Pero... tienen razón, aquí hay algo extraño. Saga no está solo, pero al mismo tiempo sí lo está. Siento una conexión de él con alguien más, ¿no lo notan?
—Y el único candidato es Ares —dijo Shion.
Saori no dijo nada, pero concentró su cosmo, y llamó:
—¿Saga?
—¡Ah! Ha llegado la caballería pesada —dijo Ares con voz socarrona—. Me preguntaba si Atenea se iba a quedar de brazos cruzados o intentaría intervenir. —¿Qué te parece? ¿Es momento de que tu diosa conozca más sobre nuestro pasado?
Pero el Santo se mantuvo en silencio, ni siquiera intentó contestar el llamado de Atenea, porque no era necesario. La diosa sabía perfectamente que estaba ahí.
Pero antes de que Ares pudiera comenzar a sumirlos en alguno de sus recuerdos, esta vez fue Saga quien lo hizo. Y una vez más, se sintieron arrastrados a un lugar desconocido, en donde primero pasaron imágenes rápidas, algunas voces y sonidos lejanos. Alfa pensó que eso era justo lo que ella veía cuando comenzaba a entrar en la mente de alguien, y esta vez se sintió muy conocido, así que fue ella la primera en darse cuenta de que estaban empezando a ver dentro de la mente de Saga.
Era el Templo Principal. En la puerta, un par de soldados hacían guardia; dentro, se sentía solitario y vacío, aunque no era así, no estaban solos. Vieron a una figura, el Patriarca arrodillado al pie de unas cortas escalinatas. Frente a él una plataforma, y en esta, Saori se encontraba acostada, dormida.
La diosa adolescente sabía qué momento era ese. Fue antes de la batalla de las Doce Casas. El Patriarca había mandado a que la llevaran al Santuario y así fue como ella terminó ahí. Esperaron minutos que parecieron eternos, pero se daban cuenta de que Saga no estaba tranquilo en esa posición, luchaba por mantener el control el mayor tiempo posible, porque tenía que hablar con Atenea, y Ares no se la estaba poniendo fácil. Pudieron sentir su conflicto interno.
De pronto Saori abrió los ojos, observando al techo, confundida, no estaba segura de cómo había llegado a ese lugar y, a pesar de no haberlo visto antes en esa vida, sabía en dónde estaba. Se incorporó en la plataforma, para quedar sentada, y miró a la figura arrodillada a sus pies.
—¿Tú eres el Patriarca? —preguntó antes de terminar de levantarse. El hombre frente a ella no se movió, ni siquiera levantó la vista. Lo miró fijamente, ¿acaso estaba temblando? Finalmente Saga la miró, sus ojos inundados en lágrimas.
—Estaba esperando este momento.
—¿Me trajiste para asesinarme?
—No. La traje para que detenga lo que está sucediendo en este Santuario.
—¿Qué?
—Le ruego que me mate con el báculo de Niké.
—¿De qué estás hablando?
—Es la única manera.
Saori dio un paso titubeante hacia él.
—¿Estas eligiendo morir?
—No tenemos mucho tiempo, Atenea, y esta es la única manera —Saga de pronto sintió el cosmo de Ares dentro de sí, luchando por recobrar el control, lo que hizo que se doblara más sobre sí mismo, ocultando ambas manos en su pecho.
—¿Qué sucede? —preguntó Saori, preocupada, eso no era normal. Ese hombre había intentado asesinarla y ahora estaba rogando porque lo matara.
—¡No! —le gritó Saga cuando se dio cuenta de que la diosa estaba a punto de acercarse. Cerró los ojos y sintió la Daga entre sus manos cortando la piel de su palma y dedos. —Atenea, por favor, castígame antes de que sea demasiado tarde. Te lo ruego.
Saori se detuvo, aún sin terminar de comprender qué es lo que le sucedía, pero de algo estaba segura, no iba a asesinarlo en ese momento, a sangre fría, sin saber por qué.
—No.
Saga volvió a levantar la cara, tenía la respiración agitada, y era obvio que una lucha interna se estaba desarrollando, aunque Saori no lo supiera. Se miraron a los ojos, el Santo se quedó sin respiración. Atenea tenía que matarlo, era la única manera, él no podía hacerlo, ya lo había intentado antes, más de una vez. Si ella no iba a hacerlo, entonces ¿qué más podría hacer?
—¿Por qué? —preguntó más como otro ruego que para en realidad conocer la respuesta.
—Porque no creo que los dioses tengamos este poder para castigar a los humanos. Además, estás haciendo esto para protegerme, ¿no es así?
Bajó la cabeza, respirando más pesadamente, estaba a punto de perder el control por completo, apretó la Daga entre sus manos.
—Te equivocas —contestó al fin, y Saori dio un paso hacia atrás mientras veía que aquel hombre, que segundos antes rogaba por ser asesinado, se levantaba del suelo, casi con parsimonia, y le mostraba la Daga manchada de sangre. —Perdiste tu oportunidad, niña idiota. Tus sentimientos cada vez son más humanos, me decepcionas, Atenea.
—¿Quién eres?
Saga levantó la Daga por encima de su cabeza, listo para atacar a la adolescente que lo miraba sin terminar de comprender qué es lo que le estaba sucediendo. Había algo en él que se le hacía familiar, pero no detectaba su cosmo, y eso era lo extraño, porque segundos antes pudo sentirlo. Y entonces sus ojos volvieron a encontrarse, y dentro de ellos, Saori pudo ver claramente al hombre con el que había estado hablando, aquél que buscaba castigo.
—Atenea —murmuró, y de pronto la adolescente se vio arrastrada por el poderoso cosmo que sólo podía provenir de un Santo Dorado. La Otra Dimensión se abrió y Saori pasó por ella.
—Eres un idiota. He de decir que nunca me imaginé que la ibas a traer para pedirle que te matara, aunque, si me lo hubieras dicho, te habría podido decir que tu plan no iba a funcionar. Atenea está demasiado enamorada de los humanos, sería incapaz de levantar una mano contra ti.
—Así como yo no iba a permitir que la mataras.
—Pero estuvimos muy cerca. La próxima vez será la última. Tenlo por seguro.
Y se sintieron caer en aquella oscuridad. Shion incendió su cosmo, los llevó a un lugar seguro, sin decir palabra. Cuando por fin estuvieron reunidos permanecieron en silencio.
—Es hora de que salgamos de aquí. Creo que tenemos la información que necesitábamos —dijo Saori y asintieron. Shion entonces los llevó de regreso.
Cassia se dio cuenta de que la joven junto a ella comenzaba a moverse, levantó la mirada, estaban empezando a despertar. Le hizo una seña a sus compañeros y Cassia le sonrió a Alfa cuando la vio abrir los ojos, le ayudó a incorporarse. Nadie dijo nada por los siguientes minutos, sencillamente hicieron lo del día anterior. Repartieron té caliente y los instaron a beberlo, mientras les daban algunas mantas más.
—Quizá sea mejor que vayamos a nuestros templos a descansar, mientras termina de pasar el efecto de la droga —dijo Shion.
—¿Por qué? Sabemos lo que está pasando, ¿no es así? Saga nos mostró ese recuerdo porque quería decirnos que Ares está con él, de nuevo, aunque de manera diferente, porque si fuera como antes, nos habríamos dado cuenta. De alguna manera Ares está enredado en esto —dijo Alfa mirando a Shion a los ojos y el Patriarca asintió.
—Sí, ese es el mensaje que quería darnos —respondió.
—¿Qué vamos a hacer al respecto? —preguntó esta vez Kanon, pero sin levantar los ojos de su hermano.
—Tengo que ir de regreso al Olimpo —dijo Saori—. No creo que el resto de los dioses estén enterados de esto.
—¿Y necesitan saberlo? —preguntó Milo con ironía, ganándose una severa mirada de parte de Shion, pero la verdad es que más de uno pensó lo mismo.
—Creo que la razón por la que no puede despertar es esa conexión con Ares, y quizá a Ares le pase lo mismo. No me importa lo que suceda con él, pero creo que, si no rompemos ese lazo, ninguno de los dos va a poder despertar —dijo Saori—. Los dioses van a querer ayudar a Ares, y quizá así terminemos encontrando la manera de ayudar a Saga.
—¿Y si su solución es terminar con ese lazo matándolo? —preguntó Camus.
Fue el único que lo dijo en voz alta, pero todos pensaron lo mismo, y las miradas se clavaron en Saori.
—No voy a permitir que le hagan nada —dijo y miró a Alfa—. Te lo prometo. No va a salir de La Fuente. Necesito que alguno de ustedes se quede aquí con él a hacer guardia. Shion, acompáñame, por favor.
—Quiero ir también —dijo Alfa.
—Y yo —agregó Kanon.
Saori miró a Alfa, luego a Kanon y finalmente a Shion, quien asintió.
—Muy bien, iremos los cuatro —dijo la diosa al fin.
—Pero sigue sin ser prudente ir en este momento. Necesitamos estar en todos nuestros sentidos, debemos dejar pasar los efectos de la droga. Regresen a sus templos. Duerman. Iremos mañana a primera hora. Kanon, ayuda a llevar a tu hermano a su habitación. Atenea y yo vendremos por ustedes cuando sea el momento.
Dicho eso Shion se levantó y ayudó a Saori a ponerse en pie, en seguida se la llevó al Templo Principal. Kanon y Alfa se sentían mareados, pero no tan mal, al igual que quienes ya habían pasado por aquello. Llevaron a Saga de regreso a su habitación, y Kanon y Alfa se sentaron en el sillón a esperar.
Cassia no los dejó solos, se aseguró de que ambos se estuvieran recuperando y de que comieran al menos un poco, también se encargó de ayudar a las enfermeras a atender a Saga. No dijeron mucho, ambos estaban pensando en lo que pasaría en el Olimpo, en cuáles podrían ser la soluciones, o en sí siquiera intentarían ayudar. Como la noche anterior, Cassia les ofreció una bebida calmante para que pudieran dormir.
Saori se comunicó con Julián para decirle lo que estaba pasando, y él decidió ir, así que al menos no se sentían tan solos. Atenea también le informó a Zeus que necesitaban hablar, y que se trataba de Ares, pero no le dio más detalles. Zeus aceptó la reunión.
Tal como dijo Shion, fueron a primera hora por Alfa y Kanon para ir de regreso al Olimpo. Cuando llegaron, algunas doncellas los recibieron y los llevaron a las habitaciones de Atenea, les dijeron que Zeus los vería pronto. Así que una vez más, se tuvieron que sentar a esperar. Alfa fue a prepararles un té, y se encontraron alrededor de la mesa, bebiendo sorbos, cada uno metido en sus pensamientos. Las cosas de ambos seguían ahí, pero la joven no quería pensar en ello, ni siquiera quería ver las pertenencias de su esposo en ese momento.
Un par de golpes en la puerta los sacaron de sus pensamientos y Alfa se fue a abrir. Les informaron que los dioses estaban listos, y que podían ir, todos, a verlos. Saori había pensado que se iba a reunir sólo con Zeus, pero quizá sería mejor así. Se levantaron para a seguir a las doncellas.
Las manos de Alfa sudaban, también las de Kanon. Saori jugueteaba con las suyas y Shion se concentraba en respirar profundamente, aunque también sentía el corazón latirle con fuerza.
Al fin llegaron ante las pesadas puertas que no tardaron en ser abiertas. El cuarteto entró con Atenea a la cabeza, quien hizo una reverencia mientras Shion, Alfa y Kanon se arrodillaban detrás de ella. Los dioses estaban reunidos ahí, mirándolos. Algunos con curiosidad, otros para nada complacidos, pero dado que el tema tenía que ver con uno de ellos, querían enterarse.
—Atenea, ¿has venido a pedir clemencia? —preguntó Hera sin poder contenerse. No es como que su relación con Ares fuera la mejor, pero le molestaban los problemas que los humanos a cargo de Saori siempre estaban causando.
—¡Hera! Escuchemos lo que tiene que decir —dijo Zeus lanzándole una severa mirada.
—He venido porque tengo noticias importantes que tienen que ver con Ares. Pero antes de eso, quisiera decirles algunas cosas. Ares planeó asesinarme, aquí mismo, en el Olimpo. Él fue quien empezó con el conflicto, y mis Santos lo único que hicieron fue reaccionar para protegerme. Ninguno de nosotros estábamos esperando que intentara algo tan violento en mi contra y debimos suponerlo. Creo que los aquí presentes esperarían que sus escoltas hicieran lo que estuviera en sus manos para protegerlos, los míos hicieron justo eso, y les debo mi vida.
—Una cosa es protegerte y otra muy distinta es levantar la mano en contra de los dioses —dijo Afrodita—, y tus guardianes son conocidos por hacer lo segundo.
—No había otra manera en que Ares se detuviera, lo sabes. Ya tenía la idea de asesinar a Atenea, no iban a poder detenerlo a menos de que fuera por medios así de drásticos —dijo Poseidón.
—Tú también has pasado mucho tiempo en compañía de humanos, me parece —le contestó Afrodita.
—Aun cuando mis Santos levantaron la mano en contra de Ares, saben muy bien que el poder de ellos no es suficiente para dañar de esa manera a un dios —dijo Saori—. Mucho menos un dios, en el Olimpo, que está usando su propio cuerpo.
—¿Estás aceptando que tú tuviste algo que ver? —preguntó Apolo, aunque conocía la respuesta, todos la conocían.
—Ayudé a impulsar esa lanza con mi cosmo, sí. Porque sabía que el cosmo de un par de humanos no iba a ser suficiente para siquiera tocar a un dios. Así que en realidad es mi culpa que se encuentre en este estado, porque fue mi cosmo el que lo hirió. Si deciden castigarme, lo aceptaré, pero tienen que tomar en cuenta que Ares intentó asesinarme frente a ustedes.
—Y Ares no se iba a quedar sin penitencia si hubiera logrado su objetivo —dijo Zeus, completamente serio y mirando a su hija con la severidad que rara vez le mostraba—. Pero eso no fue lo que sucedió, y es él quien está en este momento postrado en una cama. Sin embargo el tema de esta reunión no es decidir tu condena o la de ellos, es que nos tienes noticias con respecto a Ares. ¿Cuáles son?
—Es evidente, pero continúa con vida, lo saben. Sin embargo... de alguna manera que no terminamos de comprender todavía, se encuentra conectado con mi Santo de Géminis.
—¿A qué te refieres con "conectado"? —preguntó Apolo.
—Esperábamos que Saga se recuperara y despertara para este momento, pero no lo ha hecho. Su cuerpo está bien, pero es incapaz de recobrar la conciencia. Mi Patriarca, mis Santos y yo llevamos a cabo un par de rituales para intentar comprender qué es lo que le sucede. Nos dimos cuenta de que por el momento se encuentra "encerrado" dentro de sí mismo. Pero no está solo. Ares está con él.
—¿Quieres decir, en su cuerpo, como cuando lo poseyó hace años? —preguntó Artemisa.
—No. Es diferente. La consciencia de Ares no está compartiendo espacio con la de Saga en ese cuerpo, pero están conectados. No tengo palabras para explicarlo, pero cuando entramos a buscarlo, nos dimos cuenta de que están comunicándose, y más que eso, Ares le está mostrando a recuerdos del tiempo en el que estuvo en su cuerpo. Creemos que, de alguna manera, eso impide que despierte, y quizá vaya a mantener a Ares también inconsciente.
Se hizo el silencio después de las últimas palabras de Saori, mientras los dioses comenzaban a entender lo que sucedía y lo que Atenea estaba pidiendo.
—Ellos dos ya estaban conectados, compartieron el mismo cuerpo por años —dijo Hades al fin—. Quizá ninguno de los dos se dio cuenta, pero ese lazo entre ellos no pudo romperse completamente. Se difuminó con la muerte del humano y el hecho de que Ares estuviera sellado, pero Ares es uno de nosotros, inmortal. Lo extraño es que haya regresado de tal manera que pudieran percibirlo cuando fueron a buscarlo.
—Fue por la lanza —dijo Poseidón y voltearon a verlo.
—¿A qué te refieres? —preguntó Dionisio.
—Ares atacó a Atenea con una lanza completamente infundida en su cosmo. La lanza no dio en el blanco, llegó a Saga, quien evidentemente tenía al suyo encendido al máximo, lo cual la dejó bañada en la sangre del Santo, y cuando la Saintia la arrojó de regreso a Ares, no nada más tenía sangre, también una cantidad increíble de cosmo. Y esa arma se clavó en el cuerpo de Ares, mezclándolo todo.
—Estás diciendo que sus cosmos y sus sangres se fusionaron —dijo Hefesto.
—Y ambos estuvieron a punto de morir, un momento increíblemente vulnerable. Eso pudo fortalecer la conexión entre ellos —dedujo Apolo.
—Pero eso no explica por qué Saga no despierta —dijo Saori.
—¿Creen que Ares tampoco pueda despertar? —preguntó Eros.
—Es demasiado pronto para saberlo, su cuerpo todavía necesita reponerse, y está sellado —dijo Asclepio—. Pero creo que es una posibilidad.
—Hubo más que los cosmos de ellos dos implicados en esto —dijo Demeter—, el de Atenea y el de la Saintia. Quizá es por ellas que no despierta.
—¿Como una suerte de interferencia? —preguntó Hermes.
—¿Es posible? —preguntó Apolo—. Me refiero a que Atenea es su diosa, y su sangre ya lo ha ayudado antes, de cierta manera una pequeña parte del cosmo de Atenea ya está mezclado con el de Saga, y tenemos una conexión entre nosotros. Somos dioses, somos familia. Atenea y Ares ya están conectados, siempre lo han estado.
—¿Entonces el de la Saintia? —preguntó Afrodita y los ojos de los presentes se clavaron en Alfa.
La joven no había levantado la mirada del suelo, al igual que Shion y Kanon, esperando hacerse invisibles, en silencio, pero mientras más escuchaban, más nerviosos se ponían los tres. Y de pronto Alfa sintió un enorme vacío en el estómago, ¿era posible que fuera su culpa que no despertara?
—Quizá sí esté causando una especie de desbalance —dijo Asclepio.
—Pero son esposos —dijo Poseidón—. Sus cosmos están unidos, probablemente más íntimamente de lo que la gran mayoría de nosotros.
—Ese justamente podría ser el problema —dijo Hera—. Su cosmo es el "intruso" entre los cuatro, ella sólo mantiene el lazo con el Santo, no estuvo en las Guerras Santas, no recibió la ayuda Atenea, y no conoció a Ares hasta ahora.
Alfa empezó a sentir pánico, apretó los puños, cerró los ojos e intentó calmar su respiración y el inminente temblor en su cuerpo. Atenea retrocedió algunos pasos, para colocarse delante de ella, y Kanon le tomó la mano mientras la miraba. A él tampoco le estaba gustando, para nada, el giro que tomó la conversación.
—Antes de que decidan hacer algo drástico con la Saintia, sería mejor que primero pusiéramos a prueba la teoría de que Ares no puede despertar tampoco, ¿no creen? —preguntó Poseidón, porque bien se imaginaba a lo que iban a llegar el resto de los dioses si seguían por ese camino.
—Me parece prudente —dijo Apolo—. Vamos a revisar a Ares, acompáñame, Asclepio. Volveremos más tarde.
Con eso dieron por disuelta la reunión y se retiraron, por lo tanto comenzaron a retirarse, menos Saori, Poseidón y los Santos. Una vez que se quedaron solos, Saori por fin exhaló el suspiro que había estado conteniendo.
—Vamos a mis habitaciones —les dijo, asintieron y la siguieron de regreso hasta su recinto. Una vez ahí, Alfa se dedicó a servirles bebidas, y aunque ella tenía ganas de tomarse un par de shots de whiskey, se abstuvo. En su lugar se preparó otro té y al final fue a sentarse a la mesa. No había estado prestando mucha atención a la conversación que se desarrollaba, tenía demasiadas cosas rondándole por la cabeza.
—Me comuniqué con el Santuario, Dohko dice que Saga sigue justo como lo dejamos, y sin otras noticias —le dijo Saori. Alfa asintió y bajó la mirada.
—¿Puede ser verdad lo que el resto de los dioses está pensando? —preguntó—. Que es mi cosmo el que está interfiriendo y no lo deja despertar.
—En realidad no hay manera de comprobarlo en este momento, Alfa, pero no es una idea demasiado descabellada —contestó Julián—. Es verdad que hay un cierto equilibro en las energías, en especial en el de los guerreros y sus dioses, y mucho más con el de Atenea y ustedes. Han sido muchas las veces en las que la sangre de Atenea les ha ayudado en momentos difíciles, a algunos más que otros, por supuesto. Y también se crea un lazo potente entre el cuerpo humano y el dios que lo habita. Siendo así, entonces sí creo que haya una probabilidad de que tu cosmo esté rompiendo ese balance.
—Pero tú mismo dijiste que ellos dos están casados y están enlazados de una manera también especial —dijo Kanon.
—Sí, es así, quizá el que el de Alfa esté enredado en esto no tenga nada qué ver, pero como dije antes, no lo sabemos, es sencillamente una posibilidad.
—¿Y qué podría hacer al respecto? —preguntó la joven.
—Esa es una pregunta difícil, ninguno de nosotros ha pasado por esto antes, y no tenemos ese tipo de respuestas —dijo Saori—. Pero te aseguro que encontraremos la manera de ayudarlo. Apolo no va a descansar hasta dar con la respuesta, estoy segura.
—Pero mientras tanto lo único que podemos hacer es esperar —dijo Shion.
El silencio se hizo durante los siguientes minutos. Poseidón miraba a la ventana, en el tiempo en el que llegó a tratar a los Santos, no podía negar que le había agarrado cierto cariño a algunos de ellos, y Alfa era una, al igual que Saga. Tanto así que ni se dio cuenta del momento en el que comenzó a ayudar a Atenea a salvar la vida del de Géminis hasta que regresó a su templo y se vio completamente lleno de sangre. Recordó haber sentido tristeza al pensar que quizá no iba a poder ayudarlo, y la manera en la que aquella chica le suplicó que no se diera por vencido fue lo que necesitó para concentrarse aún más y pelear. Sonrió irónicamente. Quizá Afrodita tenía razón y había pasado ya demasiado tiempo entre humanos. Volvió a mirarla; tenía la taza entre las manos y la vista fija en ellas. No importa qué tendría que hacer para lograr que su esposo despertara, lo haría sin titubear, estaba seguro.
Kanon se levantó de su lugar y fue a asomarse por el ventanal. Odiaba sentirse tan inútil, ni siquiera podía pensar en algo que pudiera ayudar. No se le ocurría nada, su mente estaba completamente en blanco.
—Si uno de los dos muere, ¿creen que el otro moriría también? —preguntó y volteó a ver al resto.
—Yo diría que sí, o al menos el otro no sería capaz de despertar, permanentemente —dijo Shion.
—Pero Saga es humano, si muere, Ares no va a morir también —dijo Poseidón.
—Sin embargo dudo que pueda despertar, al menos no en una larga temporada, algunos siglos quizá, pero es un dios y esa cantidad de tiempo no es nada para él. Al menos hasta que el lazo que los une se borre completamente —volvió a contestar Shion.
—¿Alguna vez se borrará? —preguntó Kanon de nuevo. —Como dijiste, Ares es un dios, y una parte de su cosmo está con mi hermano, así como una parte del cosmo de él está con Ares, fusionados. ¿No significa eso que...?
—Que una parte de Saga va a estar siempre con Ares. Una parte de su cosmo —dijo Julián. —Inmortal. Como Ares.
—Y que una parte del cosmo de Ares va a morir con Saga —agregó Saori.
Alfa caminó a paso rápido al mini bar y tomó una botella, la primera que sus manos alcanzaron, luego sacó un vaso y fue a sentarse con el resto, dejando con enojo el vaso y la botella sobre la mesa. Todos voltearon a verla y se quedaron callados, no era necesario que les dijera con palabras que cambiaran de tema.
—Lo siento —le dijo Saori poniéndole una mano en el brazo. —Encontraremos la manera. —Y le sonrió. Alfa asintió aún molesta y procedió a servirse el trago. Kanon entonces fue por un vaso y se sirvió también.
Pasaron quizá un par de horas, en realidad nadie podría asegurarlo porque estaban metidos en sus pensamientos. A ratos Saori y Shion discutían algo, pero ni Alfa ni Kanon les ponían mucha atención. Y no es que alguno de los dos se pusiera borracho, pero un par de tragos más siguieron al primero.
Alfa estaba a punto de servirse el siguiente cuando unos golpes en la puerta hicieron que todos dieran un brinco. A la joven le tomó un par de segundos notar que era ella la responsable de abrir, así que, sin muchas ganas, se levantó. Para su sorpresa se encontró frente a Hermes; hizo una venia y abrió más la puerta para que el dios entrara.
—¿Hay noticias? —preguntó Saori luego de saludarlo.
—De hecho sí, me manda Apolo. Necesita de tu Saintia, y que traigan a Saga.
—¿Por qué? —volvió a preguntar Saori. —Si quieren saber algo, aquí estamos, o podemos preguntar al Santuario, pero definitivamente no me siento cómoda trayéndolo de regreso acá.
—Apolo quiere revisarlo. Me dijo que sabía que estarías aprensiva con respecto a tus Santos, así que mandó decir que van a estar bien, ambos, y él te da su palabra.
Saori volteó a ver a Alfa, quien se había acercado un par de pasos a ellos y los observaba sin decir nada.
—No creo que haya manera de negarnos —dijo al fin. —Necesitamos de su ayuda de todos modos.
Shion asintió y Saori finalmente exhaló un suspiro.
—Quédate aquí, yo puedo ir con el Patriarca al Santuario. Alfa, una doncella está fuera esperándote.
Alfa abrió la puerta y, sin quedarse más tiempo a pensarlo, salió y empezó a seguir a la doncella. Hermes entonces los transportó de regreso al Santuario y Kanon se quedó con Saori y Poseidón. El gemelo puso ambos codos sobre la mesa y se tapó la cara. Definitivamente no estaba acostumbrado a ese tipo de tensiones y tenía muchas ganas de ir a golpear piedras o algo.
En el Santuario no se quedaron de brazos cruzados. Dohko organizó a Camus, Mu, Shaka y Aioros y los llevó a la biblioteca principal, con la idea de buscar cualquier indicio de información que pudieran encontrar al respecto. Lo que fuera. Las Saintias y Cassia no tardaron en unirse, mientras el resto del Santuario se organizaba para mantenerlo en correcto funcionamiento. No pocos estaban preocupados, así que el ambiente se sentía bastante pesado. Y ese ambiente se volvió aún más pesado cuando sintieron la llegada del cosmo de Hermes. Dohko y Mu salieron inmediatamente al Salón del Trono a ver qué es lo que estaba sucediendo, pero antes de que pudieran llegar, Shion se comunicó para decirles que necesitaba que subieran a Saga. Por supuesto ambos dorados se quedaron mudos y hasta congelados. Se miraron.
—Ahora —el tono de Shion no daba espacio para réplica así que Mu se transportó junto a Dohko a La Fuente, y de ahí al cuarto, en donde Katya estaba haciendo guardia y Susana acababa de terminar su revisión. Los miró interrogante cuando llegaron.
—Tenemos que llevarnos a Saga —dijo Dohko —órdenes del Patriarca.
Susana asintió, a pesar de la confusión que sentía. Katya también se quedó inmovil por unos segundos pero terminó por ayudar mientras Mu y Dohko esperaban sin decir palabra. Finalmente Susana se hizo a un lado, Mu entonces los transportó de al Salón del Trono. En cuanto aparecieron, Hermes se acercó al Santo de Géminis.
—¿Shion? —murmuró Dohko.
—El señor Apolo requiere de la presencia de Saga —explicó y Dohko sintió cómo su corazón se saltaba un latido. —Va a estar bien. No tenemos más tiempo para explicaciones.
Dohko asintió, y entonces Hermes los transportó de regreso al Olimpo.
Alfa se encontraba de pie frente a un ventanal. Le dijeron que Apolo iría a verla, pero mientras, ella no tenía nada qué hacer. De pronto escuchó la puerta abrirse e inmediatamente se arrodilló a esperar. Apolo efectivamente fue quien entró a la sala y caminó hasta donde se encontraba la chica.
—Puedes levantarte —le dijo, y la Saintia obedeció, pero dudó en voltear a verlo a los ojos. Se sentía extrañamente cohibida en presencia de Apolo, aún más que con Artemisa. Definitivamente no era como estar frente a Saori o Julián. —¿Tienes idea de por qué te mandé llamar?
—Supongo que porque la teoría sigue siendo que de alguna manera mi cosmo está enredado en todo esto.
—Esa sigue siendo la teoría ganadora, sí. Por eso mandé a que lo trajeran, me gustaría examinarlo también. Quise verte porque hay algo que debes saber. Si tengo razón, probablemente la única manera de lograr que despierten es eliminar la interrupción entre ellos. O sea, tu cosmo. —Alfa asintió. —Sin embargo, no puedo nada más eliminar las partículas que están causando el conflicto, necesito eliminarlo por completo. Si lo hago así, aquí, en este momento, no vas a sobrevivir. —La joven volvió a asentir y tragó saliva. —Por lo tanto, la opción es quitártelo primero.
Antes de que Apolo pudiera seguir explicando, o que Alfa siquiera terminara de procesar lo que le acababa de decir, Hermes llamó a la puerta y sin esperar respuesta entró.
—Estamos de regreso —dijo.
—Puedes acompañarnos, supongo que querrás verlo —le dijo Apolo a la chica y Alfa asintió.
Los tres salieron de ese salón y caminaron por varios pasillos para llegar a una habitación enorme en donde tenían a Saga y un par de doncellas. Alfa se quedó en una esquina alejada, a pesar de que en realidad lo que quería era estar junto a él, sin embargo no dijo nada y no movió ni un centímetro mientras veía a Apolo revisar al Santo. Ella no tenía ni la más remota de lo que el dios estaba esperando encontrar.
—Se está peleando con Ares ahí dentro, no me queda duda de eso —dijo y volteó a verla.
—Es lo que suponemos, sí.
—Muy bien. Siéntate —dijo Apolo señalando una mesa cercana. Alfa titubeó un momento pero finalmente fue con él y se sentó en una silla libre frente al dios.
—Voy a hablar de nuevo con Asclepio, pero no me quedan en realidad dudas sobre lo que te dije. La manera de lograr que despierten es deshaciéndonos de la interferencia, es decir, tu cosmo. No es difícil, pero primero te lo tengo que quitar a tí. Evidentemente eso significa que tú estarás renunciando a él. Y supongo que eso significa también que no podrías servir a Atenea. Tu armadura no te va a reconocer ni podrás utilizarla. ¿Lo entiendes?
—No creo que haya alternativa de todos modos. Si no por Saga, no creo que alguien en el Olimpo esté de acuerdo en dejarlos así como están, Ares es uno de ustedes.
—Eso es verdad, pero tampoco es algo que nos preocupe mucho. Ustedes son humanos, eventualmente morirán, es apenas un pestañeo en la vida de un dios, Ares no estaría dormido mucho tiempo, apenas una siesta. Pero es toda tu vida y la de él, y estoy seguro de que Atenea tampoco quiere eso; a tí sufriendo el resto de tu vida, él dormido sin posibilidades de despertar, sedado todo el tiempo. Pero a fin de cuentas la decisión es tuya, le prometí a Atenea que no te voy a hacer absolutamente nada, y no tengo inconveniente con cumplir esa promesa.
—La respuesta es que estoy dispuesta. Se lo dije una vez a Poseidón, y aún lo creo. Él es un Santo Dorado, tiene más poder que yo. Si algo llegara a pasar, si hubiera una nueva guerra, es más importante que él pueda combatir que yo. Si algo sucede, él es quien puede salvar a Atenea. Ya lo hizo una vez.
—Que así sea entonces. Volveré pronto. —Dicho eso se levantó, al igual que Alfa, y luego salió de esa habitación junto a las doncellas y Hermes.
Alfa esperó que los dejaran solos para caminar hacia su esposo y tomarle la mano.
—No vas a estar para nada de acuerdo con esta decisión, pero no puedo dejarte así.
Sin embargo, por el momento lo único que podía hacer, de nuevo, era esperar. No tenía idea de qué es lo que le habían hecho en las últimas horas, pero esperaba que los sedantes siguieran haciendo efecto, al menos hasta que tuviera más respuestas. Aunque, por otro lado, para Apolo había sido claro que Saga y Ares se estaban peleando en algún lugar y a todos ellos les tomó dos viajes extraños y muchas discusiones para darse cuenta.
Sobre el futuro de su cosmo y en consecuencia, carrera como Saintia, ni siquiera quería pensar. Le daba dolor de estómago, porque esta vez en serio quería estar ahí, le gustaba su trabajo y todo lo que había aprendido últimamente, pero sin su cosmo, ¿qué podría hacer dentro del Santuario? Sacudió la cabeza, en verdad tenía que dejar de pensar en esas cosas, ya se le ocurriría algo a ella o a Shion o Saori. Por el momento lo importante era hacer lo necesario para que su esposo despertara.
Pasó un buen rato de pie junto a Saga, a quien, por cierto, llevaron con todo y cama médica y demás accesorios que tenía conectados. Cuando se cansó, fue a sentarse a una silla que arrastró hasta los ventanales. Afuera todo parecía perfectamente normal. Vio a algunos dioses paseando por ahí, hablando entre ellos, seguramente de todo lo que estaba pasando. También vio al sol llegar a los más alto del cielo y no dejaba de preguntarse cuánto tiempo más tendría que esperar. Así habían pasado sus días últimamente, ¿ya cuántos eran? No tenía idea.
Empezaba a atardecer cuando al fin escuchó pasos acercarse y la puerta de la habitación abrirse. Se arrodilló cerca de la cama a esperar, y una corriente de nerviosismo la invadió cuando se dio cuenta de que, quien había entrado, era Apolo.
—Puedes levantarte —le dijo antes de cerrar la puerta y caminar a una de las sillas —siéntate.
Alfa obedeció sin decir palabra y, de nuevo, sin saber qué más hacer.
—Lamento haber tardado tanto, pero había algunas cosas qué discutir. Estuve hablando con Poseidón, Atenea, Zeus y Hefesto, y hemos llegado a un plan, pero necesitamos que nos digas cómo proceder, a petición de Atenea, por supuesto. —Alfa asintió. —Verás, estas son tus opciones. La primera ya la conoces y definitivamente no es la que vas a tomar, que es sencillamente no hacer nada. Saga permanecerá dormido hasta el día de su muerte, o hasta que decidan terminar con su vida. —Alfa negó. —Lo sé. La segunda opción es quitarte tu cosmo. No es en realidad tan complicado, ya tengo experiencia con ello. La tercera opción es que te quite tu cosmo y te unas a mi ejército.
Alfa levantó una ceja, interrogante, y abrió la boca para hacer una pregunta, pero no fue necesario que dijera nada, porque Apolo continuó.
—Creemos que existe la posibilidad de que, si te mando a mis dominios, básicamente encerrándote ahí, puedo quitártelo, mantenerlo conmigo, deshacerme de la interferencia entre ellos y regresarte el resto. Sin embargo, de cierta manera tu cosmo entonces estaría unido a mi, y yo no voy a permitir que regreses al ejército de Atenea de esa manera, tendrías que comenzar a servirme. No creo que elijas esa opción tampoco, pero ahí está.
"Tendrías que empezar a servirme", fueron las palabras que resonaron en la mente de la chica. Miró a Apolo a los ojos y su corazón comenzó a acelerarse, sin que ella supiera muy bien por qué.
—¿Tendría mi cosmo de regreso?
—Así es. Y podrías seguir usándolo, pero bajo mi control. Y sí, eso significa no vivir en el Santuario y, francamente, no sé qué tanto puedas seguir viendo a tu marido. —Alfa negó con la cabeza.
—No puedo elegir esa opción.
—Muy bien. Ahora, hay una cuarta posibilidad. Hefesto fabricó esto —y abrió la mano que, hasta ese momento, Alfa no había notado que mantenía cerrada. Le mostró un collar con lo que parecía una piedra preciosa colgando, completamente transparente, pero no la pudo examinar tanto como hubiera querido. —Es un cristal etéreo, una especie de receptáculo para tu cosmo. La teoría es que puedo encerrarlo dentro de esta piedra, luego eliminar el resto, lo que está causando la interferencia, y listo. El collar es tuyo y tu cosmo permanece contigo… pero no en tí.
—¿Podría seguir usándolo? —preguntó.
—No lo sabemos. ¿Es posible? Suponemos que sí. Pero probablemente no sea fácil y tengas que aprender a usarlo de nuevo. Sin mencionar que entonces esto tendría que estar contigo en todo momento.
—¿Cuál es la diferencia con que destruya todo mi cosmo a que lo encierre ahí?
—Que si hay una "fuga" de tu cosmo que esté aquí dentro, mientras elimino el resto, puede que no vaya a funcionar. Hefesto, claro, está seguro de que no sucederá tal cosa. Sin embargo también está la posibilidad de que tu cosmo ahí encerrado no sea suficiente, y tengamos que eliminarlo de todos modos. Si hacemos esto, agregamos un paso a lo que íbamos a hacer en un principio, y tendrías al menos un atisbo de oportunidad de continuar usándolo y servir a Atenea. Pero no hay garantías.
—En realidad ninguna de las opciones nos garantiza que vaya a funcionar. Esto no ha pasado antes, ¿no es así? Aun si no hiciéramos nada y dejamos las cosas como están, puede que pasen cincuenta años y entonces se den cuenta de que Ares sigue sin despertar.
—Sí, pero difícilmente se quedará dormido para toda la eternidad.
—Si hacemos esto ahora, al menos todos saldremos de la duda. Si existe la posibilidad de que pueda aprender a usar mi cosmo de nuevo, entonces elijo esa opción, y si no funciona con encerrarlo, entonces supongo que sería más fácil deshacernos completamente de él después, ¿no?
—Hefesto podría destruirlo después, sí. ¿Es esa tu decisión?
—Lo es.
—Que así sea. —Apolo le tendió una mano y ella titubeó.
—¿Puede estar Kanon presente? —preguntó. Apolo asintió.
—Hay un par de doncellas esperando afuera, pídeles que traigan a Kanon.
Alfa se levantó de su lugar y fue a avisarle a la doncella que fuera por el menor de los gemelos, luego regresó a sentarse nerviosamente frente al dios.
—Las otras personas a las que les quitó el cosmo… fueron los chicos de bronce, ¿no es así? Seiya y sus amigos.
—Así fue.
—¿Y están destruidos?
—Ese fue su castigo por levantar los puños contra mi.
—Si hubiera aceptado unirme a su ejército… supongo que sería sin mi armadura, y tendría que entrenar desde cero.
—¿Estás reconsiderando mi oferta?
—No era una mala propuesta —bromeó. —No me necesita en su ejército, sin embargo, abrió la posibilidad.
—Son assets. Quizá no eres un Santo de Oro, pero el ser de Plata es respetable, sin mencionar que eres y fuiste una Saintia. Tienes información. Poseidón y Atenea se han vuelto muy amigos a últimas fechas, y al parecer también estás en buenos términos con Poseidón; el que formaras parte de mi ejército no sería una desventaja.
—Pero no podría hacerlo.
—Las lealtades de los humanos son complicadas.
Un par de golpes en la puerta los interrumpieron, la doncella que fue por Kanon abrió la puerta y anunció al gemelo antes de marcharse y cerrar tras de sí. Kanon hizo una reverencia, no muy seguro de lo que se esperaba de él. Volteó a ver a su hermano, luego a Alfa y finalmente al dios.
—Alfa quiere que estés presente. Acércate —dijo Apolo. Kanon asintió y caminó hacia ellos.
—¿Hay algo que deba hacer?
—No, eres apoyo moral —contestó el dios.
—Estoy lista.
Apolo asintió, extendió una mano y Alfa le dio la suya. El dios entonces puso el dije creado por Hefesto entre las manos de la chica y las encerró entre las suyas.
—Creo que sabes que no va a ser agradable, pero tampoco va a pasarte nada. —La mujer asintió. —Empecemos entonces.
Apolo no le iba a dar tiempo para arrepentirse, pero de todas maneras se sorprendió un tanto cuando apenas terminó de decir esas palabras, comenzó a sentir el poderoso cosmo del dios rodeándola, y más aún, como si entrara en lo más profundo de su ser, en busca de todo rastro del suyo, para luego sacarlo. Y se sintió vacía, fría, como si estuviera perdiendo algo imposible de recuperar. Una ola de mareo y náusea la envolvió y tuvo que cerrar los ojos. Sintió las manos de Kanon en sus hombros, ayudándola a mantenerse en la silla, y Apolo no le había soltado. También le sorprendió que fuera tan rápido, tan sencillo, tan… irrelevante.
—Está hecho —le soltó las manos. —Voy a revisar a Ares, quédense aquí. Cualquier cambio, manden por mi, pero no espero que suceda nada hasta que me deshaga del resto de tu cosmo en ambos.
Los Santos asintieron y Apolo salió de la habitación.
—¿Estás bien?
—Tan bien como podría estarlo, considerando las circunstancias. Increíblemente mareada.
—Ven, vamos al sillón antes de que te caigas de esta silla —Kanon la ayudó a caminar y ahí se quedaron durante los siguientes minutos, sin hablar. De pronto volteaban a ver a Saga, pero seguía sin moverse, como si nada hubiera sucedido. Después de un rato al fin pudo controlar su náusea y se levantó.
—¿Supongo que Saori les dijo cuál era el plan?
—Sí.
—¿Y qué opinas?
Kanon miró al piso, luego a su gemelo, a Alfa, y finalmente a los ventanales.
—Que no debe ser fácil, pero que con suerte podrás volver a aprender a usar tu cosmo. También creo que a mi hermano esto no lo va a hacer nada feliz y no estoy muy seguro de cómo va a tomar la noticia.
—Sí, yo tampoco creo que lo vaya a tomar particularmente bien, pero era mi desición, no la suya.
—Lo interesante va a ser lograr que él acepte eso.
—¿Sabías que otra opción era empezar a servir a Apolo?
—Sí. Pero sabíamos que no ibas a aceptar. ¿Verdad?
—No iba a dejar a Saga, no.
—¿Pero…?
—Apolo siempre ha sido uno de mis dioses favoritos, es todo.
—¿Desde cuando?
—Desde que me traumé con la mitología griega a los… ¿Siete años?
—No tenía idea.
—No creo que alguien la tuviera, y dado que estoy sirviendo a otra diosa, no creí que fuera lo más prudente dar a conocer mi fangirlismo por Apolo.
Kanon sonrió irónicamente.
No pasó mucho tiempo antes de que el dios entrara de nuevo por la puerta. Ambos se levantaron, hicieron una reverencia, y los tres se acercaron a Saga.
—Ares va a continuar dormido durante una temporada, pero me parece que está solo de nuevo. Así que vamos a hacer lo mismo, y él sí debería despertar pronto.
Ambos asintieron, y Apolo procedió a encender su cosmo, mientras tomaba una de las manos del gemelo y lo observaba fijamente. Alfa y Kanon en realidad no hubieran podido enterarse de nada aunque quisieran. Pero Saga por supuesto se dio cuenta.
—¿Ares?...
Silencio.
La única respuesta que obtuvo fue silencio.
—Listo. Lo único que hay que hacer es esperar a que los sedantes terminen de disiparse, y luego debería despertar.
—Gracias por todo —dijo Alfa.
—Esto es tuyo. Si no funciona, te lo pediré de nuevo —contestó Apolo, pasándole el cristal. Y esta vez, cuando lo tomó entre sus manos, se dio el tiempo de analizarlo.
Era justo lo que Apolo le había dicho, un cristal completamente transparente, pero adentro, ahora, contenía una especie de bruma, casi transparente, pero con colores destellando en todas direcciones. Le recordó a un ópalo, pero etéreo. Además, pudo sentir su cosmo ahí dentro, atrapado, pero a la vez... ¿libre? Como si quisiera salir o respondiera a su llamado, como si supiera que era de ella, y que estaban separados.
—Se están llamando mutuamente —comentó Apolo. —Quizá no sea tan complicado que aprendas a usarlo de nuevo. Dime si necesitas ayuda, me interesa saber cómo evoluciona tu situación. Llamen por mí cuando despierte, voy a informar a Saori.
Los Santos asintieron e hicieron una reverencia mientras veían al dios salir de la habitación.
—Está interesado en tí —dijo Kanon.
—Está interesado en mi situación, me quiere de conejillo de indias.
—Pero tienes su atención de todos modos. No creo que eso te moleste.
—Cállate Kanon.
Kanon sonrió.
—Has pasado tanto tiempo con mi hermano que ya me hablas como él.
Alfa rodó los ojos pero decidió ya no decir nada, así que mejor acercó una silla y se sentó junto a la cama, una vez más a esperar.
Miró de reojo a Kanon, que estaba recargado contra el marco de uno de los ventanales, viendo afuera. Agradecía su apoyo y el que, a pesar de que estaba increíblemente preocupado por su hermano, se mantenía todo lo estoico que su cargo requería de él. También era un buen cuñado y hermano mayor para ella, y estuvo cuidándola.
Regresó la mirada a Saga, deseando que pudiera hacer algo. En sí ella no sentía que hubiera contribuido mucho, mas que accediendo a que le quitaran su cosmo, aunque bien sospechaba que, si ella no hubiera aceptado, quizá la habrían obligado, sin importar cuántas trabas pusiera Saori.
Llevó una de sus manos a la cadena que colgaba de su cuello, y la siguió hasta que sus dedos tocaron aquella hermosa piedra. Se sentía tibia, y cuando bajó la vista, se quedó intrigada, era como si su cosmo, ahí encerrado, supiera que le estaba poniendo atención, y comenzó a danzar. Al menos eso le pareció a la mujer, porque podría jurar que se movía con más intensidad cuando sus ojos se posaban en él.
Saga definitivamente no iba a estar contento cuando se enterara, pero, no es como que se pudiera negar, a pesar de que le dieron la opción. Y eso era algo que el Santo iba a tener que comprender, aunque ya se imaginaba lo culpable que se sentiría, dado que era experto en cargar con culpas. Aunque en realidad la culpa era de Ares, y siempre lo fue. Se mordió el labio. En serio sentía una rabia infinita en contra de aquél dios que no sólo le hizo la vida imposible al hombre que amaba, también a la diosa a la que servía, al mundo en general y ahora a ella misma. Qué bien se sintió el clavar esa lanza en su pecho, y de poder hacerlo de nuevo, no lo dudaría. Suspiró de nuevo. Como que necesitaba otro trago para emborrachar esos instintos asesinos que cargaba en ese momento.
Le tomó la mano y recostó la cabeza junto al hombre. Era un hecho que no podría hacer nada al respecto de Ares. Y de pronto la idea de que entendía el desdén de Alessandro en contra de los dioses le cruzó la mente. No todos, por supuesto, pero vaya que al menos comprendía un dejo de lo que causó que Alessandro hiciera lo que hizo en su momento. Ah, y cómo olvidar que todo ese episodio, fue atizado por quién otro sino Ares.
De pronto sintió algo, un ligero movimiento en la mano que tenía entrelazada con la de Saga. Frunció el ceño y levantó la cabeza para mirarla. ¿Lo imaginó o en serio sintió algo? No, ahí estaba de nuevo, apenas perceptible. Volteó hacia Kanon quien estaba viéndola.
—¿Se movió? —preguntó con más emoción de la que hubiera querido. Alfa asintió. —¿Llamo a los dioses?
—Creo que sería prudente.
Sin decir otra palabra, Kanon salió a paso rápido de la habitación. La chica se levantó de la silla, puso la otra mano en la mejilla de Saga y no despegó sus ojos de él.
—Sé que estás ahí. ¿Me escuchas? Estoy segura de que puedes despertar ahora. Quizá no sea sencillo, no tienes idea de la cantidad de sedantes que te tuvimos que poner, pero ya es hora de que despiertes.
—¿Saga?... despierta…
Era su esposa quien lo llamaba. Se dio cuenta de que estaba escuchándola en serio, con sus oídos, no por medio de cosmo o como fuera que se estuvo comunicando con Ares. Ya tampoco se sentía tan lejana como antes. No como si estuviera sumido debajo del mar. Se encontraba ahí, a su lado, podría asegurarlo. Y entonces se dio cuenta de otra cosa: no era lo único que podía escuchar. Al otro lado un pitido se repetía, al ritmo de su corazón. ¿Había algo en su mano? Sí, una mano estaba entrelazada con la suya. Podía sentir su pecho subir y bajar con cada respiración. Sus párpados estaban increíblemente pesados, pero decidió concentrarse en ellos. Tenía que poder abrirlos al fin.
Alfa lo miraba a los ojos, y notó enseguida que los estaba moviendo y de pronto que comenzaba a abrirlos. No pudo contener la sonrisa cuando al fin pudo ver esos ojos color esmeralda que pensó que nunca vería de nuevo.
—Hey beautiful, rise and shine —le dijo en cuanto las pupilas del hombre se centraron en ella.
—Alfa.
La mujer ahogó el suspiro y las lágrimas y todas las emociones que cayeron en ella como una tonelada de ladrillos. Asintió sin dejar de sonreír.
—Nos tenías ligeramente preocupados —le dijo, pero no pudo continuar porque en ese momento la puerta de la habitación se abrió, y entró Saori, seguida de Shion y Apolo.
—¡Saga! —casi gritó la diosa, y sin perder tiempo se acercó a la cama. —Me alegra mucho que estés despierto.
—Es bueno verte, hijo —dijo Shion, apareciendo en el campo visual del Santo. Alfa se apresuró a levantar la cabecera de la cama para que quedara sentado mientras Kanon también se aproximaba a saludarlo. Finalmente Apolo habló.
—Tenías a todos aquí bastante preocupados, dime, ¿te fue difícil despertar esta vez?
—No. Antes me sentía como… atrapado, pero esta vez fue diferente, fue normal.
—Muy bien, eso sólo puede significar que funcionó. Me gustaría examinarte rápidamente, y quizá haya mucha gente aquí.
—Esperaremos afuera —dijo Shion, y el resto comenzó a salir de la habitación, dejando espacio para que Apolo y Asclepio, que acababa de llegar, lo revisaran.
Alfa le sonrió una vez más antes de seguir al resto, pero una vez fuera del cuarto no se detuvo, en cambio continuó a paso rápido hasta salir de las estancias en las que se encontraban.
—¿Debería ir con ella? —preguntó Kanon a Shion.
—No, creo que necesita algunos minutos a solas, esperemos aquí.
El aire estaba bastante fresco. Alfa ni siquiera se había dado cuenta de que ya era de noche y los jardines se encontraban completamente solitarios, con la luna llena brillando con fuerza. Llegó hasta una columna derribada siglos atrás y ahí se sentó. Luego dejó al fin escapar el suspiro que había estado conteniendo y un par de lágrimas brotaron de sus ojos. Se cubrió la cara con ambas manos. Terminó. Al fin, todos esos días de incertidumbre en las que a veces tuvo total fe en que todo saldría bien para que luego esa esperanza se derrumbara una y otra vez, habían llegado a su fin. Estaba despierto, y se encontraba bien. Sí, aún tenía que darle la noticia de lo que pasó con su cosmo, y para nada sabían si en realidad podría caminar bien, pero esos eran detalles menores, que seguro podrían superar. Lo importante es que estaba de regreso, Ares dormido por los siguientes siglos, al menos, y por fin podrían tener un poco de paz. O al menos eso esperaba, porque sus nervios definitivamente no iban a aguantar más semanitas como la que acababa de pasar.
Al fondo de su mente, una voz le dijo que también tenía que aprender a volver a usar su cosmo, porque no tenía ni la más remota idea de cómo iba a volver a usar su armadura o si era posible. ¿Acaso ya no podría servir a Atenea como hasta ahora? Le quedaba claro que, de cualquier manera, seguiría en el Santuario, y que seguramente encontrarían algo que pudiera hacer si es que era incapaz de volver a controlar su cosmo y armadura, pero francamente no quería ni siquiera pensar en que eso era una posibilidad. Entrenó duro para llegar a donde estaba, y no iba a dejar que este obstáculo la detuviera.
—¿Alfa? Puedes regresar a la habitación, Saga está preguntando por tí —escuchó una voz a sus espaldas y dio un respingo antes de limpiarse las lágrimas con el dorso de la mano. Era Apolo quien le habló.
—Sí, enseguida voy —dijo levantándose y haciendo una venia. —Muchas gracias por todo. No sólo por ayudarlo, si no por la compasión que nos ha mostrado.
—No tienes por qué agradecerme, pero gracias por hacérmelo saber. ¿Has tenido tiempo de intentar algo con tu cosmo?
—No, pero estoy segura de que… nos entenderemos. Cuando le pongo atención, es como si lo supiera.
—Me lo imaginaba, te lo dije, se están llamando. Y es en serio que quiero saber sus progresos. Manténme informado.
—Así lo haré. Gracias de nuevo. —Con eso, la muchacha hizo una nueva reverencia y comenzó a alejarse.
Llamó a la puerta, pero no esperó respuesta antes de entrar. Shion y Saori estaban de pie junto a la cama, mientras Kanon había regresado a su lugar junto a uno de los ventanales. Saga la miró con expresión un tanto preocupada.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Sí, no te preocupes, necesitaba mis cinco minutos, ya sabes cómo soy —le tomó la mano. —¿Tú? ¿Cómo te sientes?
—Como si me hubiera atropellado un tren, seguido de un camión de carga y un avión, pero estoy bien. No esperaba que siguieramos en el Olimpo, o más bien, que hubiéramos regresado.
—Es una larga historia que te contaremos luego. Por el momento, creo que es hora de regresar a casa y dejar que nuestros sanadores en el Santuario sigan con tu cuidado. Estás despierto, que era la parte más importante, pero lo que te pasó no fue poca cosa y vamos a continuar manteniéndote en observación, al menos un par de días. Sé que no es lo que quisieras, pero es por la salud mental de todos —dijo Shion.
—Lo sé.
—Muy bien, ven Kanon, es hora de irnos.
El aludido no tardó en llegar junto al resto, y Shion de inmediato los teletransportó de regreso al Santuario. Se aseguró de sujetar a Alfa de un brazo, porque seguramente se sentiría como la primera vez que se teletransportó.
Aparecieron en el cuarto en el que habían mantenido a Saga, en donde Susana, Dohko, Aioria y un par de doncellas, entre ellas Cassia, ya los esperaban. Alfa se alejó un par de pasos de la cama para darle paso a Susana y las doncellas, y para que su marido no notara la oleada de náusea que se apoderó de ella. Kanon y Shion la sujetaban discretamente.
—¿Estás bien? —le preguntó Kanon en un murmullo y la chica sólo pudo negar con la cabeza, con los ojos cerrados. —Respira, no tardará en pasar. —Y encendió ligeramente su cosmo, lo cual ella agradeció, porque le dio algo a su cuerpo para ayudarla a estabilizarse. Finalmente pudo abrirlos y el mareo comenzó a disiparse.
—Vamos a trabajar en esto, hija, pero sé que por el momento tu prioridad es él —le dijo Shion.
—Lo es. Supongo que no le han dicho.
—No. Nos imaginamos que es algo que tú quieres decirle.
—Sí, lo es. Creo que es mejor que se entere por mí.
Esperaron alejados un par de minutos hasta que Aioria les pidió que se acercaran.
—Supongo que esto ya lo sabían, pero parece estar normal. Le tomamos algunas muestras de sangre y falta esperar los resultados, sin embargo está completamente estable, hasta las cicatrices han comenzado a desaparecer, probablemente gracias al cosmo de los dioses —explicó. —Saga, no tengo que decirte que fuiste el blanco de la lanza de un dios, arrojada por él mismo, y que nos diste un gran susto a todos. Pero por suerte Atenea y Poseidón pudieron estabilizarte, llevarte a un hospital y ahí los doctores y yo nos encargamos de reparar todo. Sin embargo, la posición en la que entró la lanza nos lleva a pensar que quizá tengas algo de daño en todos esos músculos y tendones que llevan, específicamente, a tu pierna izquierda. No sabemos qué tan extenso sea el daño, aunque el examen que te acabo de hacer me indica que no es tan grave y, aunque vas a necesitar rehabilitación, probablemente no tengas mayores secuelas, pero eso ya lo determinaremos mañana. De todos modos quería decírtelo hoy, porque estoy seguro de que te diste cuenta de que hay algo que no te había dicho. Era eso. —Saga asintió. —Te repito que no creo que sea motivo de mayor alarma, pero era algo que no podía revisar hasta que estuvieras despierto, y eso fue toda una odisea. Pero ya es tarde, y todos aquellos que no dormimos los últimos días necesitamos algo de descanso. Lo importante es que te tenemos de regreso. Te prometo que mañana a primera hora seguiremos con esto para sacarte de La Fuente lo más pronto posible.
—Gracias Aioria, y gracias a todos. No tengo idea de exactamente qué fue todo lo que pasó en estos días, pero con verlos me puedo dar cuenta de que seguramente no fue fácil. Por favor, vayan a descansar, estoy bien.
Todos asintieron y poco a poco se fueron despidiendo y salieron de la habitación hasta que sólo Alfa quedó en el cuarto.
—Si quieres puedes regresar a Géminis a dormir —le dijo.
—No podría.
—¿Segura?
—¿Tú podrías si estuvieras en mi lugar?
—Seguramente no.
—Ahí tienes tu respuesta.
—Ven entonces —dijo y con no poco esfuerzo se movió lo suficiente para dejarle espacio en la cama a la mujer. Si bien era una pequeña cama de hospital, sí había espacio para que la chica se acomodara a su lado. No se lo dijo, pero notó que lo primero que hizo cuando llegaron fue alejarse y cerrar los ojos. Le extrañó porque para esas alturas, la chica ya no se mareaba con los viajes por teletransportación, y aunque fue discreta, él la conocía, y era obvio que algo no estaba del todo bien.
—Te escuché varias veces. También Ares.
—Tenía la esperanza de que pudieras hacerlo. Te llamé con todas mis fuerzas más de una vez.
—Lo lograste. Y te lo agradezco.
—No tienes por qué, para eso me contrataste cuando te casaste conmigo. In sickness and in health, dicen.
—In sickness and in health. Duerme, estoy seguro de que lo necesitas.
La joven se acurrucó contra él y el cansancio de todos esos días le llegó de repente. Se concentró en la respiración del hombre y no le tomó mucho tiempo quedarse dormida. Saga en realidad no tenía nada de sueño, y de todos modos quería quedarse despierto al menos hasta asegurarse de que ella lo hiciera.
Dejó su mente divagar en todo lo que experimentó mientras estuvo encerrado. A su mente le encantaba repetir una y otra vez todos aquellos recuerdos que vio de Ares. Necesitaba hablar con Cassia y… ¿disculparse? Bien sabía que le iba a decir que no tenia por qué, pero se sentía mal el sencillamente no decir nada, en especial ahora que lo había visto.
También pensó en todo lo que el resto de sus amigos hicieron en esos días. En algún momento pudo sentir a varios de ellos y luego a todos. Eso seguro fue parte de un ritual que sabía que existía, pero nunca presenció. Fueron guiados por Shion, luego por Alfa y finalmente por Saori, y fue ese el único momento en el que pudo comunicarse con ellos.
Se preguntó qué habría pasado con Ares. Estaba vivo, lo sabía, porque de otro modo, ellos seguramente no lo estarían. Y tenía la duda de cómo es que lograron romper esa conexión entre ellos que los mantenía dormidos. Aunque esa en realidad no era la palabra, los dos estaban despiertos pero en un plano que no los dejaba regresar a sus cuerpos y controlarlos. O no concientemente, todo era muy confuso, hasta para él.
La mujer a su lado se movió un poco y él sintió algo pesado caer en su pecho, bajó la mano y extrañado sintió una especie de… ¿roca? La tomó en su mano y vio que estaba conectada a una cadena que rodeaba el cuello de su esposa. La levantó un poco más. Era una piedra preciosa, pero no una que alguna vez hubiera visto. Esta era como un cristal completamente transparente, ovalado, con un tipo de bruma adentro, brillante, blanca, con destellos de colores. Se movía, y se sentía cálido y familiar.
Entonces se dio cuenta. No sentía el cosmo de Alfa emanando de su cuerpo, lo sentía en esa piedra. Una corriente recorrió su cuerpo. Ese era el cosmo de Alfa, encerrado en un cristal. ¿Cómo? y, más importante: ¿por qué? Recordó que Apolo mencionó que algo había funcionado, el mareo de la chica, y que desde el momento en que despertara, la presencia de su esposa se había sentido extraña. ¿Era por eso? ¿Porque no tenía su cosmo? ¿Se lo habían quitado como castigo por haber arrojado esa lanza contra Ares? No, porque de ser así, no hubiera podido participar en el ritual. ¿Entonces? ¿Era por él? ¿Eso fue lo que funcionó para lograr que despertara? ¿Quitarle el cosmo y encerrarlo?
Tenía que ser eso. No encontraba otra explicación razonable. Ella había renunciado a su cosmo (o la obligaron) para lograr que despertara. Cerró los ojos y apretó aquella piedra en su mano. Estaba seguro de que tenía razón. Y de pronto también comenzaron a llegarle a la mente todas las implicaciones y consecuencias que le traería a su esposa. Obviamente era el último en enterarse, Shion, Kanon e incluso Saori debían saberlo y autorizado. No estaba muy seguro de cómo sentirse o qué pensar al respecto.
Durante la noche Susana pasó varias veces a revisarlo, pero la verdad es que apenas si la notaba por todo el torbellino de ideas que tenía en la mente. Al menos así fue hasta que Susana le dijo que por favor intentara dormir un rato o volvería a sedarlo. Sólo entonces cerró los ojos y durmió un poco.
Alfa despertó cuando la luz apenas empezaba a iluminar la habitación y le tomó un par de segundos recordar el por qué estaba ahí. Volteó hacia Saga quien tenía los ojos abiertos y miraba al techo.
—Buenos días —le dijo. —¿Dormiste?
—Un poco, sí. —Y la miró. —¿Cuándo pensabas decírmelo?
Ella negó con la cabeza.
—¿El qúé?
En lugar de responder con palabras, llevó la mano al colgante y lo levantó para que quedara a la vista de ambos. Alfa miró la piedra y luego a Saga.
—En algún punto del día de hoy, supongo. No iba a poder mantenerlo en secreto anyway. No esperaba que te dieras cuenta durante la noche.
—¿Lo hiciste por tu propia voluntad? ¿Te obligaron?
—No estoy preparada para hablar de esto a primera hora de la mañana. Dejémoslo para más tarde, por favor. —Alfa se levantó de la cama y metió la piedra bajo su ropa.
—No tenías que…
—Sí, sí tenía. Te lo aseguro. —Le tomó la mano. —Además ya está hecho. No tiene caso que discutamos si debía o no hacerlo, porque ya es muy tarde para eso. Te prometo que contestaré todas tus preguntas más tarde, pero ahora no es el momento, no creo que Aioria y Shion tarden en venir. —Saga bajó la mirada pero asintió.
Y tenía razón porque poco tiempo después llegó Cassia con el desayuno y para cuando terminó, Aioria, Kanon, Shion y Saori ya estaban esperando afuera. Alfa y Cassia le ayudaron a ponerse ropa un poco más presentable y luego dejaron a la comitiva entrar.
—¿Cómo pasaste la noche? —preguntó el de Leo.
—Bien en realidad.
—¿Algún dolor?
—No, pero asumo que todavía me están dando sedantes o calmantes.
—Sí, nada muy fuerte, es nada más lo que ibas a tener que seguir tomando de todos modos. ¿Tuviste problemas para mover la pierna?
—Algo, sí. Pero no es como que me haya movido mucho.
—Muy bien, Aldora —llamó a una de las doncellas que estaban ahí, era una aprendiz de curadora. —Por favor, ayúdame a desconectar las sondas. —La mujer asintió. A pesar de ser una aprendiz, ya era una relativamente mayor, de unos cincuenta años, y ya llevaba un par en el Santuario. —Me gustaría que te levantaras y dieras algunos pasos. Kanon, ven, ponte de su lado derecho, por si acaso.
Kanon asintió, Saga se sentó en la cama, con las piernas colgando y lentamente bajó los pies.
—Toma tu tiempo, no es una carrera, si te empiezas a sentir mareado o algo, me dices.
—Estoy bien.
—Adelante.
De todas maneras, Saga titubeó un poco antes de terminar de bajar los pies al piso y buscó la mano de Aioria como apoyo para levantarse. Miró hacia Alfa, quien se encontraba junto a Kanon, y luego a Shion que se puso delante de él, en caso de que perdiera el equilibrio. Respiró profundamente y se animó a mover la pierna izquierda, lentamente, hacia adelante. La apoyó e intentó con todas sus fuerzas sostenerse en ella para dar el paso, pero falló vilmente y si no se cayó, fue porque Kanon de inmediato lo sujetó por el otro brazo mientras Aioria lo ayudaba a recuperar el equilibrio.
—No pasa nada, es apenas el primer intento, si te sientes bien, trata nuevo —dijo Aioria alentadoramente.
Saga asintió. Dio un paso, apoyando la pierna derecha sin mayores problemas, y cuando fue momento de volver a usar la izquierda, fue un poco menos vacilante, pero era obvio que no la podía apoyar como normalmente haría. Estaba cojeando y sentía la pierna entumecida, como si no la pudiera estirar ni doblar del todo. Aún así dio algunos pasos más hasta que Aioria lo detuvo y le pidió que caminara de regreso. Tanto Kanon como Aioria notaron que, con cada paso, se apoyaba más en ellos. Lo ayudaron a sentarse de nuevo.
—Esta bien, no es algo que no me esperaba, como te dije anoche, vas a tener que hacer algo de terapia y rehabilitación, pero lo importante es que la puedes mover y sostener un poco de peso. —Le hizo una seña a Aldora, quien se adelantó para entregarle una abrazadera para la rodilla. —Creo que esto te puede ser útil, ya veremos. —Y se la puso, mientras les explicaba cómo iba colocada. —Probemos de nuevo, intenta poner más peso en esa pierna y no te sostengas tanto de nosotros. —Saga volvió a asentir y se levantó. Con la ayuda de la abrazadera sus pasos fueron menos titubeantes. —¿Te duele?
—No. Pero siento como si debería y por eso no me da mucha confianza poner más peso.
—Es normal. Pero tampoco te recomiendo que intentes compensar dando saltos, porque entonces vas a tener problemas en el tobillo y tampoco queremos eso. Creo que será prudente que además uses muletas, al menos por un par de semanas, en lo que ganas fuerza y confianza.
Lo ayudaron a regresar a sentarse a la cama.
—Las cicatrices se ven bien, tus análisis también salieron normales. Estás de regreso, Saga. Me alegro.
—Gracias Aioria.
—No hay problema. Déjame hacer un plan para tu rehabilitación y te lo traigo más tarde, pero en realidad no veo motivos para que permanezcas en La Fuente. Si lo quieres, puedes regresar a Géminis, nada más que te vas a tener que mover por medio de portales.
—Preferiría regresar a Géminis, sí.
—Lo supuse. Estás dado de alta entonces. —Y miró a Shion, quien asintió. —Llámame si necesitas cualquier cosa, y si algo, lo que sea, te empieza a doler o te sientes raro, dímelo.
—Así lo haré.
—Los dejo entonces.
—¿Ya le dijiste? —preguntó Shion a Alfa en voz baja mientras Aioria se retiraba, con las doncellas. La joven asintió. —Supongo que querrás hablar con nosotros, ¿Saga?
—Sí. Me gustaría que me explicaran por qué no podía despertar.
—Es complicado —comenzó Saori. —Todos nuestros cosmos están entrelazados. Eso no es sorpresa para nadie, yo les he dado mi sangre, ustedes han peleado junto a mi por milenios. El resto de los dioses son mi familia, sus cosmos también están relacionados con el mío. Sin embargo, Ares hizo algo que rara vez sucede: intentó matarme, y para eso, le dio todo su poder a esa lanza que usó contra mí. Sin embargo no llegó su objetivo, llegó a tí. Tú y Ares tienen una historia complicada, y Alfa le regresó esa lanza cubierta en sangre y tu cosmo, el suyo, el mío y el de Alfa, y dio en el blanco. A lo que quiero llegar con eso es que hubo una combinación increíble de energías, sangre y vulnerabilidad en especial para ti y Ares. Ambos estuvieron a punto de morir.
—No sabemos exactamente el por qué —continuó Shion, —pero el hecho es que ese momento fue crucial. Especulamos que si bien tú tienes una conexión con Atenea y Ares, y Ares tiene una contigo y Atenea, el único que mantiene una con Alfa eres tú. Ella no ha estado en las guerras de esta generación, de hecho tampoco lo estuvo en las de la generación anterior. Tan sólo está conectada contigo y su cosmo causó una especie de… interferencia. Creó una suerte de hilo que los mantenía atados a otro plano o quizá que no los dejaba salir de ese lugar en el que estaban, al que fuimos a buscarte, supongo que lo recuerdas.
—Los sentí hacer el ritual, sí.
—Cuando nos dimos cuenta de que había algo que no te dejaba despertar, supusimos que lo mismo le iba a pasar a Ares —dijo Saori. —Así que fuimos de regreso al Olimpo a informarles. Por supuesto que Apolo y Asclepio pudieron estabilizar a Ares, pero Zeus tuvo que sellarlo para dejar que su cuerpo se reponga. El caso es que lo estuvimos discutiendo y llegamos a la conclusión de que el cosmo de Alfa es el que estaba causando la interferencia, y la manera de solucionarlo, era eliminandolo. De otra manera, ni tú ni Ares serían capaces de despertar.
—Apolo me dijo que tenía algunas opciones —comenzó a hablar Alfa. —La primera era no hacer nada, dejarte dormido por el resto de tu vida, y eventualmente, quizá luego de algunos siglos, mi cosmo desaparecería de todos modos y Ares podría despertar. La segunda era que Apolo "guardara" consigo mi cosmo, eliminara lo que quedara entre ustedes, y luego me lo devolvería, pero eso implica que no podría regresar al Santuario a seguir sirviendo a Atenea, tendría que unirme al ejército de Apolo. La tercera era quitarmelo por completo. Apolo me dijo que si lo hacía así como así, no sobreviviría, así que primero tendría que separarlo de mí y luego eliminarlo, como hizo con Seiya y sus amigos. Por suerte Hefesto tuvo una buena idea: encerrarlo en esta piedra. —Y la sacó de entre sus ropas—, para luego deshacerse de la interferencia, y entonces me lo podría regresar. Esa fue la opción que elegí.
—No hay en realidad una manera en la que un dios pueda restaurar el cosmo de una persona una vez que se lo quita, no se lo puede regresar, el que su cosmo esté encerrado en ese cristal etéreo es lo más cercano que pudimos hacer—dijo Saori.
—No debiste… —murmuró Saga viendo a su esposa a los ojos.
—Sí debí, Saga. De esta manera al menos puedo seguir aquí, sirviendo al Santuario, y Apolo cree que hay una buena posibilidad de que pueda aprender a usarlo de nuevo. Dice que nos estamos llamando. Dejarte dormido no era una opción, eres uno de los Santos de mayor rango, el Santuario te necesita, y yo también, no podía dejarte postrado en esa cama por el resto de tus días.
—Los demás dioses iban a tener que saltar sobre mi cadáver para quitarle el cosmo sin su consentimiento, eso se los prometo, pero no dudo que lo intentarían. Tendríamos que estar siempre en guardia, y te juro que eso es lo que hubiéramos hecho si es que se hubiera negado, pero no es la vida que desearía para ella, ni para tí. Tampoco hubiéramos descansado, te aseguro que seguiríamos buscando una solución por siempre —dijo Saori.
—Pero el hecho es que aceptó. Creo que hay posibilidades de que pueda usar su cosmo de nuevo. Hefesto también, si no, no lo hubiera propuesto. Usó el material que usó con ese objetivo —intervino Shion.
—Sé que no estás de acuerdo —dijo Kanon. —Francamente yo también me opuse cuando me lo dijeron, Y aún en este momento tengo mis dudas, pero no era mi decisión qué tomar y tampoco es la tuya; tienes que aceptar eso. Lo hizo por tí, sí, pero también lo hizo por ella. ¿Podrías seguir como si nada si estuvieras en su lugar? No lo creo, y tú tampoco. No hay nada más que hacer al respecto. Está hecho, y lo único en lo que debemos concentrarnos ahora es encontrar la manera de que pueda usarlo de nuevo. Eso va a implicar entrenamientos desde cero, pero estoy seguro de que lo sientes, su cosmo está tan presente como siempre.
Saga miró a su alrededor, luego a la piedra que colgaba del cuello de su esposa y la tomó en su mano. Finalmente asintió.
—Sabes que voy a hacer todo lo que esté en mi poder para lograr que puedas usarlo de nuevo.
—Lo sé.
—Todos lo haremos. Creo que hasta Apolo está interesado en lo que le suceda —dijo Kanon con una sonrisa irónica.
—Hijo, sé que tienes muchas cosas qué pensar, pero por favor, no te culpes por tus acciones ni por las decisiones que tuvimos que tomar. Kanon tiene razón, está hecho y ahora sólo podemos mirar hacia adelante. Te quedan semanas de rehabilitación; y a ella, muchos entrenamientos que tomar. Pero no hoy. Hoy tienes que regresar a Géminis y descansar. Vean películas, jueguen videojuegos, qué sé yo, pero por favor, intenten dejar esto para los próximos días. Kanon, llévalos a Géminis.
El gemelo menor asintió, Alfa recogió las pocas pertenencias que tenían en la habitación y luego los tres cruzaron el portal que los llevó a la Sala del Templo.
—Me tomé la libertad de traer las cosas que dejaron en el Olimpo cuando regresamos ayer, están en su cuarto. Háganle caso a Shion y ponganse a vegetar en el sillón con una mala serie, por favor. Cassia nos trajo comida. Bueno, en realidad se las trajo a ustedes, pero como vivo aquí también, igual me va a tocar.
—Gracias Kanon —le dijo Alfa y le dio un abrazo. —Pero lo que necesito es un baño, cuídalo media hora.
—¿Qué voy a ganar yo con eso?
—Mi agradecimiento —contestó antes de darle un rápido beso a su esposo y encaminarse a su habitación.
Para cuando la joven salió del cuarto, los hermanos estaban tirados en el sillón, cambiando de canales. Se les unió y así fue como pasaron el día, con esporádicas visitas de algunos de los habitantes del Santuario, que fueron a ofrecer su ayuda y para ver con sus propios ojos que se encontraba bien. Aioria, como lo prometió, fue a dejarle algunos papeles con el plan para su rehabilitación, pero, como lo conocía demasiado bien, se aseguró de incluir cosas menores con las que podría empezar los siguientes días.
La noticia de lo sucedido corrió rápidamente por todo el Santuario, aunque sólo los Dorados estaban al tanto de los pormenores. Ni siquiera las novias de los Dorados tenían todos los detalles, pero los rumores, por supuesto, no faltaron.
Poseidón habló con Saori ese día, también para enterarse de las noticias, al igual que Apolo, Asclepio, Zeus y Hefesto. Por el momento no parecía haber más revuelo en el Olimpo, a pesar de que algunos dioses sí querían que los Santos tuvieran algún tipo de represalia. Saori se mantuvo firme en que no las habría, sin importar lo que le dijeran, y la mayoría estuvieron de acuerdo. A fin de cuentas Ares se repondría eventualmente, y no es como que el dios de la guerra fuera el más querido entre todos ellos.
Durante los siguientes días, el gemelo mayor tendría que acostumbrarse a su nueva realidad, y al hecho de que iba a tener que tomar las cosas con calma. Al final, un par de días pasaron antes de que Saori y Shion bajaran a discutir con Saga sobre esa reunión que tuvo con Hades y Perséfone. Más cambios y alianzas se veían en un futuro cercano para el Santuario, y esta vez iban a incluir al Inframundo.
