Cercanía


Berthold Hawkeye era consciente de que había pasado más tiempo en sus estudios de alquimia que junto a su única hija. Sabía que, aunque le brindara los mejores aprendizajes, nada podría llenar el vacío de una figura paterna ausente y de una madre que partió a una temprana edad.

Él deseaba estar cerca de Elizabeth, Riza, tal y como su madre solía llamarla, pero si anhelaba asegurar un futuro, debía seguir investigando cómo dominar las llamas que habían arrebatado a su esposa. Por lo tanto, Riza tenía que llevar consigo esa información, para prevenir que cualquiera se atreviera a emplear el fuego de manera insensata.

Un método retorcido para pasar duelo. Aprender a controlar el elemento que te arrebató a alguien y encerrarlo en la espalda de quien dejas atrás mientras exploras terrenos peligrosos. Berthold Hawkeye sabía que no era una buena forma de hacerlo, pero al menos acercaba a su discípulo al idealismo ingenuo de cambiar el país.

Desde la comodidad de su cama, el padre de Riza recordó cuando un antiguo contacto de Central le envió un heredero de sus enseñanzas. Era el hijo adoptivo de Madame Christmas, la hermana menor de Robert Mustang, un egocéntrico y culto hombre casado con una joven de Xing que había proporcionado investigaciones sobre alkahestria. Lástima que el destino no quisiera que esa información fluyera, sin embargo, nada detuvo a Berthold de devolverle el favor instruyendo a su hijo.

Roy Mustang era terco y perezoso, pero también perseverante y constante. Lo había sometido a incontables pruebas para poner a prueba su capacidad y creyó que alcanzaría su preciada investigación. Sin embargo, tuvo la desdicha de desear unirse al ejército y encontrar la desaprobación de su maestro hacia eso.

Aquello marcó el final de la estancia de Mustang en la morada Hawkeye, cuando su maestro advirtió que no seguiría formando a alguien que aspiraba a convertirse en un arma humana. Esa misma tarde, el muchacho abandonaría el lugar que lo había acogido durante cuatro años. Con su partida, no solo se llevaba consigo parte de la sabiduría, sino también la chispa que mantenía viva la casa.

Durante la estancia de Roy Mustang, Berthold Hawkeye comenzó a sentir algo que no experimentaba desde la muerte de su amada esposa: el calor de un hogar. Eso que podías surgir con la cercanía de personas que compartían similitudes, basadas no solo en características, sino también en sueños y anhelos.

Maestro y alumno compartían ideas y pensamientos debido al campo que estudiaban, pero Mustang y su hija compartían más que eso. Desde la edad hasta temas de conversación.

Su hija había entablado una conexión cercana con alguien que no era su padre y lo mostraba con sincera felicidad. Berthold lo notó y comenzó a sentir que tal vez Roy Mustang era el adecuado para llevar adelante la alquimia de fuego.

—Padre, el señor Mustang ha venido —habló su hija desde el umbral de la puerta. Lucía cohibida y temerosa ante la oscuridad que envolvía la habitación de su padre.

Riza ya tenía dieciocho años y era la viva imagen de su fallecida madre. El dañado alquimista maldijo al destino por infligir tal castigo.

—Así que ese muchacho ha regresado, ¿no es así? —respondió Berthold como respuesta. Riza mantuvo una mirada insegura—. ¿Cómo está?

La expresión de su hija pareció tensarse de repente, y su padre supo que algo no iba bien.

—Se ha unido a la milicia, padre. Seguro que…

—Hazlo pasar. Al menos le daré una lección por no obedecer a su maestro —dijo intentando sonar gracioso, deseando arrancarle una risa como cuando era niña.

Sintió que lo lograba cuando las comisuras de Riza se elevaron.

—Entendido, padre —respondió y salió con un ánimo renovado.

Definitivamente, aquel joven de ideales ingenuos era la mejor persona que Riza podía tener cerca.


Nota de la autora: A pesar de que el consenso general pone a Berthold Hawkeye como un padre muy cruel, siento que puedo tenerle algo de empatía dado lo que, suponemos, pasó en su vida.

Por eso, en mis historias no siempre lo retraté como un tipo malo.

Ciao.