28
Bella
Algo está tocando mi mejilla muy suavemente. No estoy segura si estoy soñando o sólo es mi colcha tallando mi rostro, pero luego se mueve a mi nariz y no puedo evitar arrugarla. Entonces escucho una risa sofocada y sé que no estoy soñando.
Edward vuelve a tallar mi rostro con ese objeto desconocido, yendo desde mi frente hasta mi mejilla.
—Si esta es una especie de broma comenzaré a lanzar puñetazos—mascullo, con voz nada amenazante porque está llena de sueño.
Él se ríe entre dientes.
—Despierta—susurra.
—Mmm—gimo, usando mi mano para alejarlo.
—¡Vamos! —medio grita y medio susurra. Al menos tiene la decencia de hablar en voz baja a esta hora tan temprana del infierno.
Es mi cumpleaños, déjenme dormir un poco más. Pero esos no son sus planes porque él reanuda sus asaltos, así que sólo frunzo el ceño y tallo mi rostro con la colcha.
La habitación está a media luz, con la luz del pasillo entrando por la puerta abierta. El sol aún no sale. Sé que él se está comportando de esta manera porque tiene un regalo o algo planeado, así que trato de irritarlo al continuar con los ojos cerrados cuando me siento. Me los tallo con las palmas de las manos.
—¡Despierta, Nappy! —él demanda, exasperado.
Me río y finalmente decido mirarlo, emocionada.
Él está sonriendo, el tipo de sonrisa que nadie a las 6 de la mañana podría tener y está sosteniendo un gran y precioso jarrón lleno de flores. ¡Es incluso más grande que mi cabeza! ¡Y hay un montón de flores ahí!
—¡Feliz cumpleaños, nena! —me lo tiende y tengo que usar ambas manos para sujetarlo, es pesado, y lo llevo a mi regazo. Hay rosas, peonias, gerberas, girasoles… el mundo de las flores está contenido aquí.
—¡Santo dios! ¡Me encanta! —le sonrío, porque ¿cómo no podría? ¿cuándo consiguió esto? —. Muchísimas gracias—llevo mi rostro hacia las flores, deseando enterrarlo ahí y olfateo.
—Esto también es para ti.
Miro a Edward, quien sostiene una caja de joyería. Es una caja de sorpresas. ¿Puedo casarme con él justo ahora?
—¡Oh, Edward! ¡Es precioso! —sonrío, observando el delicado collar que descansa sobre el terciopelo. Es de plata y tiene un pequeño zafiro.
—¿Te gusta? —pregunta, doblando sus rodillas.
—¿Qué clase de pregunta es esa? ¡Por supuesto que sí! —me abalanzo a su pecho, apretando su cuello con un brazo mientras mi mano libre sigue sosteniendo las flores—. No tenías por qué hacerlo.
—Si, claro, como si no fueras el tipo de persona que ama los regalos—dice contra mi cuello, antes de dejar un beso.
—Cualquier cosa es suficiente—aclaro y beso su mejilla, pero él tiene otros planes y desliza su boca por mi rostro antes de dejar un beso casto en mis labios. Menos mal, porque tengo mal aliento.
Edward peina mi cabello, llevando sus manos hasta mis mejillas.
—Sólo quiero que tengas el mejor cumpleaños del mundo—sonríe y acaricia mi frente con su palma—. ¿Y sabes lo que no puede faltar en un cumpleaños?
—¿Sexo?
No se esperaba esa respuesta. Se ríe y beso su garganta, sintiendo el movimiento debajo de mis labios.
—Hablaba de pastel…
—¿Pero lo otro también puede funcionar? —aventuro, alzando las cejas. Edward toma mi mano y me jala para salir de la cama.
—Vayamos a comer pastel.
Lo detengo, para hacerlo colocarme el collar. Sus dedos me hacen cosquillas y la piedra descansa agraciadamente entre mis clavículas.
—Que lindo es—murmuro.
Él aplaca mi pelo con ambas manos y puedo escuchar su sonrisa a mis espaldas.
—¡Vamos, el pastel! —me apresura, guiándome por los hombros.
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Ser hija del dueño de la compañía tiene sus beneficios: muchas tarjetas, felicitaciones y chocolates. Los chocolates son de Jake, por cierto. Parece ser que ahora que ya no es mi novio o amigo su obligación de darme un gran regalo se esfumó. Aunque los chocolates tienen almendras, así que está bien.
—¿Estás teniendo un buen día? —pregunta, sentándose cómodamente en mi silla, como si fuera completamente normal darle un regalo de cumpleaños a tu ex amiga y a tu ex novia.
—Por supuesto—asalto la caja y tomo el primero.
Le ofrezco, pero alza su mano, negándose. Saboreo la mezcla dulce en mi lengua, ganando tiempo porque no sé qué decirle. Él mira alrededor, no luciendo incómodo para nada. Por primera vez desde la gran debacle.
—¿Cómo estás, Jake? —aventuro. ¿Cómo estás además de tener una novia perfecta? Quiero decir.
—Bastante bien, de hecho. Aunque mi carro está averiado. Quil y Embry se están encargando de eso.
—Oh—Quil y Embry. Sus amigos mecánicos que nunca terminaron de agradarme—. Me alegro… no de que tu auto esté descompuesto sino de…
—Si, si—él me corta con un gesto de mano y luego sonríe—. ¿Cómo está ese novio tuyo?
Alejo mi vista de mi próximo chocolate y lo miro. ¿Cómo lo sabe?
—¿Eh?
—¿Es tu novio ahora? El chico de las flores.
Oh, bien. Entonces no sabe mucho. Y no sé si quiero decírselo.
—Estamos en eso—respondo en su lugar y tomando otro chocolate—. ¿Y Vanessa?
—Está bien, ella… está bien—dice en voz baja, pasando sus manos por el reposabrazos de la silla y luego se pone de pie, ahora sí, incómodo—. Bueno, tengo un par de cosas que hacer. Te veré por ahí.
—Seguro y gracias por esto—agito la caja, mordiendo el dulce. Jake asiente con la cabeza antes de salir.
¿Alguien más sintió vergüenza ajena ante esto?
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Edward roba un par de mis chocolates una vez que voy a su casa. Pregunta quién me dio esos, pero le digo que una colega. No mencionaré a Jake luego del fiasco de la semana pasada. Él no menciona a Lauren y yo no mencionaré a Jake, así es como las cosas deben ser.
—De acuerdo, ¿estás listo? —palmeo su espalda mientras él bebe agua junto al refrigerador.
—Creí que dijiste que la cena era a las 8—comenta confundido y limpiándose la boca con el dorso de la mano.
—Si, es a las 8, pero tenemos que vestirnos.
Él me mira sin expresión alguna, completamente serio, antes de reírse. Sus cejas se arquean y sus ojos se achinan.
—¿Qué?
—De verdad no creerás que me vestiré con…—mira su muñeca, él ni siquiera está usando un reloj— dos horas y media de anticipación, ¿cierto?
Ugh, es tan tonto.
—¿Qué vas a usar?
Deja de reírse y se encoge de hombros, saliendo de la cocina y yendo hacia la sala.
—Un pantalón y una camisa, Bella, zapatos, tal vez incluso use calcetines.
Le entrecierro los ojos. Me está exasperando.
—Andando, Edward—tomo su mano antes de que su flojo trasero caiga en el sofá y trato de jalarlo conmigo. No funciona.
—¿Estás hablando enserio?
—¡Tenemos que coordinar atuendos!
Y la cara que pone… Sus fosas nasales se expanden y su boca se tuerce, como si le hubiera dado la peor noticia del mundo.
—Es mi cumpleaños. No puedes negarme nada en mi cumpleaños.
Si él no tiene algo rojo para usar desistiré. Toma un poco más de convencimiento antes de que él finalmente se esté moviendo a mis espaldas rumbo a la habitación. Edward aprieta mi trasero mientras subimos las escaleras, luego sus manos se deslizan hasta mi cintura y besa mi cuello.
—Podemos hacer otras cosas—dice.
—¿Cómo tener sexo?
Él no responde, así que me dirijo a su armario.
—Veamos qué podemos hacer funcionar.
Edward se veía tan lindo en nuestra cita de bolos y planeo repetir su apariencia. Su armario es un desastre y él simplemente se tira en la cama, sin gracia alguna y como si cargara el cansancio de diez mulas. Yace muerto ahí por un buen rato.
—¿No tienes algo rojo qué usar? —pregunto, alejando mis manos de sus camisas arrugadas.
—No—masculla contra la almohada.
Lo ignoro y decido ensuciarme las manos. Esto es serio.
Lo primero que encuentro son unos pantalones negros plisados y supongo que tiene calcetines negros. Los zapatos están a la vista, así que los dejo a los pies de la cama. Edward respira profundamente y no sé si se ha quedado dormido. Pico su costado y pega un brinco.
—¿Estabas durmiendo?
—No—responde, pero creo que si lo hacía.
—Como sea. Despierta y ayúdame.
Él se queja y hace pedorretas por los primeros minutos, hasta que percibe qué atuendo estoy tratando de armar y parece conforme, así que comienza a hurgar en las perchas.
—¿Esto funciona? —saca una chaqueta de pana color rojo vino. Es perfecta y sólo está un poco arrugada.
—¡Si, si! —le sonrío—. ¡Es perfecta!
Él me sonríe de vuelta y me besa la frente.
—De acuerdo. Vístete, iré a hacer lo mío.
Lo dejo ahí. Sabiendo bien que no hará eso.
Ambos estaremos usando rojo y negro, así que tomo una ducha y seco mi cabello, para alaciarlo luego. Alcanzo mi conjunto rojo de crop top, la falda tiene un corte en el muslo y el abrigo negro se verá perfecto.
Cuando regreso a casa de Edward, colándome por el jardín obviamente, él apenas se está vistiendo.
Le entrecierro los ojos.
—Tomé una siesta—dice, como si fuera explicación suficiente. Incluso se encoge de hombros.
—¿No hay manera de arreglar tu cabello? —pregunto, alcanzando su peine. Él lo quita de mi mano.
—No—menea la cabeza y se lo revuelve con su mano derecha—. Andando.
Edward decide que iremos en su auto y es la primera vez que entro ahí. Él abre mi puerta como todo un caballero y observo alrededor. Hasta ahora, lo ha mantenido limpio.
Le doy indicaciones y bufa una risa cuando ve la casa de Eleazar y Carmen.
—¿Tu familia no se cansa de tener dinero?
—No creo que puedas cansarte de eso—le meneo las cejas y luego lo detengo antes de que salga—. Sólo no babees por Rosalie.
Frunce el ceño.
—No lo haré, ¿por qué lo haría?
—Sólo no lo hagas. Ah, y no le tengas miedo a Kitty. Y cuidado con Nabi.
—¿Quién rayos son ellas?
—Yo sólo digo.
Caminamos hacia la puerta y abro. Rosalie estaba pasando por ahí y lleva una copa de vino en su mano.
—¡Bella! —grita y luego me jala a sus brazos—. ¡Feliz cumpleaños!
—Gracias, Rose. Él es…
—Soy Rosalie—ella extiende su mano sin esperar más—. Mejor amiga de Bella y futura familia. Estoy comprometida, con Emmett, el primo de Bella—dice todo esto con una gran sonrisa en su rostro y sin dejar de agitar la mano de Edward.
Lo miro. Se está burlando con los ojos, pero tiene una sonrisa cordial en su boca.
—He escuchado cosas de ti.
—¿Enserio? —la rubia loca mira entre nosotros—. Más vale que sean buenas. Eres Edward, ¿cierto?
Él me mira brevemente antes de asentir. Supongo que no esperaba que ella supiera su nombre.
—Bienvenido. ¿Quieres un poco de vino? Hay vino…
Un fuerte ladrido la interrumpe y Edward pega un salto a mi lado. Kitty está corriendo en su dirección y Nabi viene pisándole los talones, agitando ese molesto cascabel en su cuello.
—¡Kitty! —la detengo antes de que lo derribe—. ¡Tranquila!
Ella frena en sus pasos, haciendo que Nabi choque con su gran y alta pata. La Pomerania se desliza por el piso, como una pelota peluda antes de ponerse de pie.
—Esa es Kitty. Y esa es Nabi.
—No dejes que se acerque a tus zapatos—le recomienda Rose—. Los morderá.
—Genial—Edward estira ligeramente su mano, como si no pudiera decidirse entre palmear o no la cabeza de Kitty. No lo hace.
—Vayamos a…
—Escuche a mi bebé ladrar—Carmen interrumpe a Rosalie, está entrando al recibidor y usa un vestido gris que llega a sus rodillas—. ¡Bella!
Ella me abraza y me besa la mejilla, luego se gira a Edward.
—Edward, hola, bienvenido—él se inclina a besar su mejilla y luce tan incómodo. Quiero burlarme de él—. Pasen. Rose, dales un poco de vino. Iré a buscar a Eleazar.
Seguimos a Rosalie hacia la sala. Nabi trepa al sofá junto a ella y Kitty se acerca a inspeccionar a Edward, aun recelosa. Su hocico está a centímetros del rostro de Edward y alejo su trompa.
—¡Vete, Kitty! —refunfuño, quitándome el abrigo. Ella se sienta sobre su trasero. Luce como una enorme estatua sobre el piso de mármol.
Edward toma el abrigo de mis manos y lo coloca en el reposabrazos.
—¿Quieren vino blanco o rojo? Rojo, para que combine con sus atuendos—Rose guiña y sirve dos copas—. Lucen tan adorables. O peligrosos. Son como Bonnie y…
—¡Isabella! —el grito de Emmett la interrumpe. Hoy es el día de Interrumpan a Rosalie—. ¿Dónde estás?
Antes de que alguien pueda responder, él llega a la sala y corre hacía mí, jalando mi mano y sacándome de mi asiento. Me echa sobre su hombro y me agita. Alcanzo a llevar mi mano a mi falda, dejándola en su lugar.
—¡Em-Em-Emmett! —jadeo—. ¡Suéltame!
—¡Aahh! —el suspira, dejándome en el piso—. Es bueno tenerte de vuelta.
—Nunca me fui—aclaro, arreglando mi cabello con una mano y el escote con la otra.
Él se ríe, lanzando su cabeza hacia atrás.
—¿Eres Edward? Soy Emmett—Edward aprieta su mano—. Es bueno conocerte al fin. ¿Sabías que Bella tiene una foto tuya en su escritorio?
—Está bromeando—le aclaro a Edward. Ese idiota.
—Es bueno ver que el asunto de vender la casa ya no te parezca tan horrible—Eleazar dice, entrando a la habitación.
De acuerdo. Ellos me están avergonzando.
—¡Si! ¿Recuerdas cómo llegó gritando el 4 de julio? —pica Rosalie, finalmente tendiéndonos las copas de vino.
—De acuerdo, suficiente—los corto. Edward ríe suavemente a mi lado.
Antes de pasar al comedor, Eleazar me da un abrazo y palmea la espalda de Edward.
—¿Cómo estás?
—Genialmente—Edward responde al mismo tiempo que rodea mis hombros con su brazo, como si la razón de que él esté bien fuera yo.
—Si, puedo verlo—Eleazar asiente.
El comedor tiene un enorme arreglo floral en el centro y hay velas en el alfeizar de la ventana que da hacia el jardín. La mesa contigua está llena de regalos y ellos compraron globos que deletrean mi nombre.
Todo se ve perfecto y además huele delicioso, un poco a vainilla y a comida.
Alguien llama a la puerta mientras estamos tomando asientos y Carmen se encarga de abrir. Aprovecho la conmoción para mirar a Edward.
Él está bebiendo de su vino y se inclina cuando hablo en su oreja.
—¿Estás bien? —pregunto.
Entiendo que mi familia a veces puede ser demasiado y no quiero que se sienta incómodo en ningún momento. Noté cómo observaba sus alrededores, seguramente absorbiendo el dinero que la casa de Eleazar y Carmen representa. No pensaría de esa forma si no fuera porque él ha hecho comentarios relacionado a eso desde que lo conocí.
Él asiente antes de tragar.
—Muy bien.
—Podemos…
—¡Bella! —¿acaso nadie les dijo a estas personas que no deben interrumpir a la gente? La que grita es Jessica. Ángela lleva a Nabi en sus brazos.
Tengo que ponerme de pie para abrazarlas y Nabi queda apretada entre mis pechos y los de Ángela.
—Este es Edward—anuncio, sobando sus hombros—. Edward, esta es Jessica y esta es Ángela.
—Hola—ellas saludan con gestos de mano y noto cómo lo miran más de lo necesario. Les muestro los dientes antes de regresar a mi asiento. Ellas sueltan risitas.
—¿Qué ibas a decir antes? —él pregunta en mi oído.
—Oh, que podemos irnos cuando tú quieras—frunce el ceño, ofendido.
—Claro que no. Es tu cumpleaños—aprieto su muslo y luego robo un canapé de los que la Sra. Cope acaba de dejar en la mesa.
Todos toman sus asientos y miro alrededor, enterrando ese pensamiento intrusivo que está naciendo en el fondo de mi mente. Todo está bien.
—Espero que tengan hambre. Tenemos mucha comida—dice Carmen, sonriente y alisando su mantel.
Luego de un rato de conversaciones bulliciosas y de Edward jugando con mis dedos debajo de la mesa, la Sra. Cope comienza a traer los platos junto a su nieta.
—Son rollos de salmón rellenos de espárragos y ricotta a la albahaca con salsa de limón—explica Carmen.
—Me perdí en la parte de rollos de salmón—Jessica dice, agitando su mano y sonriéndole a la Sra. Cope cuando ella deja su plato frente a ella.
—Entonces no tiene caso decir que la guarnición es arroz francés—dice Carmen, ofendida.
—Hay mucho queso aquí—comento, meneando el arroz con mi tenedor. Luce delicioso.
—¿Tengo que quitarme el sombrero cada vez que tu tía dice el nombre de un platillo? —Edward susurra en mi oído.
Me río entre dientes.
—¿Tienes un sombrero? ¿Por qué no lo usaste?
—Desentonaba con mis zapatos lustrados—él responde. Mis hombros tiemblan con risa contenida.
La cena está deliciosa, como siempre, y Edward y Emmett doblan su ración mientras yo me entretengo con los canapés.
Y vino. Mucho vino. Gamay.
La mesa es despejada cuando llega el turno de abrir los regalos. Edward me ayuda a ordenar los envoltorios y agradezco cada obsequio.
—El mejor regalo para la mejor dama de honor—dice Rosalie tendiéndome el suyo. Jessica y Ángela jadean, pero ella las ignora—. ¿Ya te dije que voy a casarme? —Rose mira a Edward.
Ruedo los ojos.
—Si, Rose, ya dijiste eso—respondo por él.
Ella se pone de pie luego de un rato y se pierde en la cocina.
—Bella—inicia Carmen—. Hay un último regalo y decidimos, mayoritariamente, dártelo justo ahora.
—¿Mayoritariamente? —intercede Emmett—. Nadie me preguntó nada.
Su madre lo ignora y luego toma el sobre manila que está debajo de su brazo y me lo tiende. Frunzo el ceño, curiosa, y lo abro lentamente, preparándome para una posible humillación.
Pero no es nada humillante. Ahí dentro hay dos boletos de avión y otro par de hojas, hay un folleto que estoy a punto de tomar cuando Eleazar habla.
—Es un regalo de tu padre. Compró dos boletos de avión a Nueva York y rentó una cabaña al norte del estado. Planeaba darte esto en Navidad y llevarte con él, pero…
—Pero él está muerto—lo interrumpo, sin despegar la vista de los planes arruinados de papá. El pensamiento que traté de suprimir sale como una enorme bestia y me come viva. Estaba pensando que papá era la única persona que faltaba en el comedor. La persona que faltará para siempre.
La mesa entera se queda quieta, en silencio, observándome y alzo la vista mientras sonrío, regodeándome en mi jodida miseria y encontrando algo placenteramente masoquista en ello.
—Gracias, por darme esto—uso mi voz más convincente y feliz. Le doy un vistazo a Emmett, pero él está mirando la mesa—. En verdad lo aprecio.
Carmen sonríe, contenta y antes de que alguien más pueda decir algo, Rose entra al comedor.
—¡Es hora del pastel! —canturrea, cargando un pastel rosa todavía en su base.
—¡Pastel, si! —aplaudo, continuando con mi farsa. Como si el pastel pudiera curarme el corazón roto.
Ellos sonríen, finalmente seguros de que pueden hacerlo porque al parecer no voy a tener una crisis sobre todo ese betún.
Edward aprieta mi muslo, pero no lo miro. No podría hacerlo. Si lo veo a los ojos me romperé justo aquí.
—¿Es ese sólo un pastel o es un pastel relleno de crema con salsa Chardonnay? —Jessica aventura. Se gana una mirada sucia por parte de Carmen.
—No creo que puedas hacer salsa con Chardonnay—Ángela asegura.
Ellos cantan la canción del cumpleaños y toman fotografías.
—¡Pide un deseo! —chilla Rosalie.
Hago un mohín, pensando en algo bueno. Edward le da un apretón a mi mano por debajo de la mesa.
No te vayas.
Entonces soplo las velas y ellos vitorean. Él golpea la mesa con su mano libre, aplaudiendo.
Emmett y yo nos quedamos con el trozo más grande de pastel y cuando estamos listos para irnos, voy a la sala, en busca de mi abrigo. Está lloviendo ligeramente. Edward se queda hablando en el recibidor con Ángela y Jessica y ellas lanzan risitas a cada cosa que él dice.
—Hey, feliz cumpleaños otra vez—Emmett me aprieta en sus brazos y palmeo su espalda. Se aleja, tomando mi rostro entre sus grandes manos—. ¿Estás bien? ¿Con el regalo de Charlie?
Mierda.
—Si, estoy bien. Gracias por habérmelo dado—me sincero.
—No sabía que te lo darían. Ni siquiera sabía de ese asunto, pero si dices que está bien entonces está bien.
—Lo está—confirmo—. Es sólo que lo extraño a veces.
—Seh—él suspira y libera mi rostro—. Yo también lo extraño.
Asiento en silencio, esforzándome para que mis ojos no se llenen de lágrimas. Emmet me ayuda a colocarme el abrigo y luego Edward abre la puerta de su auto para mí. Él ya colocó mis regalos en el asiento trasero.
—¿Te divertiste? ¿Estuvo bien? —le pregunto mientras me coloco el cinturón de seguridad.
—Si, estuvo bien—responde, mirándome antes de arrancar—. Tu familia es divertida. Y todo estaba delicioso.
—¿De qué tanto hablabas con Ángela y Jessica? —Edward conduce hacia la salida de la finca y enciende el estéreo, ajustando el volumen.
—Jessica me preguntó por el bar—me abstengo de rodar los ojos—. Y Ángela la expuso, diciendo que le gusta Paul.
Me río ante eso.
—Le dije que le bajara a su locura y que se mantuviera alejada—aclaro, alzando mi dedo.
—Les dije que podían ir cuando quisieran—Edward añade—. De todas formas, no es la primera chica que babea por Paul.
—Mmm.
Estamos llegando a casa cuando él pregunta por el regalo de mi papá. Me lo esperaba.
—¿Estás bien con eso?
—Si. Estuvo de la mierda, pero sí—me sincero—. Aunque aprecio que me lo hayan dado.
—Lo lamento—él dice, apretando mi muslo—. Lamento que…—algo parece cruzar su mente y su rostro se descompone. Carraspea, como ganando tiempo—. Lamento que no tengas a tu papá contigo.
—¿Qué ibas a decir antes?
—¿Qué? —él frunce el ceño, fingiendo demencia y presionando el botón para que su garaje se abra.
—Antes de eso, ibas a decir algo.
Edward menea la cabeza y no dice nada hasta que apaga el auto y la puerta de la cochera está cerrándose.
—Es algo muy mierda por decir. Y es tu cumpleaños.
—Sólo dilo.
Él hace una mueca y mira al frente, sacando lentamente la llave de la ignición y quitando los seguros.
—Iba a decir que lamento que no tengas a tus padres contigo.
Vaya.
No lo había pensado de esa forma. Soy huérfana. No tengo papá. Y nunca tuve una mamá. Mierda. Realmente estoy sola.
—Mmm—murmuro, desabrochando mi cinturón—. Creo que sí.
Edward toma mi mano y besa mis nudillos.
Le sonrío.
—Si, yo también lo lamento—agrego y salgo del auto—. Vendré en un rato, déjame prepararme para la cama.
—¿Sí?
—Si, sólo alcanza mi bolso.
Le doy un beso breve en los labios antes de escabullirme por su puerta trasera y cruzar el jardín, que está mojado y oscuro. Golpeo mi brazo con la verja y mascullo, tanteando en la oscuridad.
Me quito la ropa y me pongo el pijama.
Mientras estoy en el baño, sacándome el maquillaje de encima, el comentario de Edward vuelve a mí y estoy segura que el desmaquillante se está llevando también mis lágrimas.
Si que estoy así de sola. Claro, tengo a Eleazar y Carmen, pero ellos siguen siendo mis tíos. Sin importar que Carmen básicamente me crio junto a Charlie. Emmett los tiene a ellos y tiene a Rose, Rose tiene a Emmett y a sus padres. Edward tiene a sus padres y a su hermana y luego estoy yo.
Sola.
Soy como el post-it al que no le encuentras un lugar cuando todo tu esquema está armado frente a ti. El post-it que contiene tu idea de último minuto, o del que te olvidaste.
Y se siente mal.
Detengo mis pensamientos, no deseando llorar más ni sentirme tan miserable en mi cumpleaños.
Cepillo mis dientes y mi cabello y luego regreso al jardín.
Encuentro a Edward en su habitación. El cabello de su frente está mojado y ya está usando su pijama.
—Hola de nuevo—murmuro, yendo directo hacia la cama.
—Hola. Dejé tus regalos en la sala.
—De acuerdo.
Él apaga la luz, dejando la lámpara de noche encendida y se tira junto a mí.
—No tendremos sexo, ¿verdad? —murmuro.
Él se ríe.
—¿Quieres hacerlo?
En realidad, no quiero. Tengo un corazón roto justo ahora y no quiero pensar más en eso, quiero dejar de existir por un rato. Tal vez todo se verá mucho más claro por la mañana.
—En realidad no. Estoy cansada.
—Bien—él se coloca sobre su costado y me jala a su pecho, envolviendo un brazo en mi cintura. Antes de que pueda hundir mi rostro en su cuello, Edward besa mi frente—. Feliz cumpleaños, Nappy.
¡Muchas gracias por sus comentarios!
Espero que les guste este capítulo, algo agridulce.
Nos seguimos leyendo.
