30
Bella
—¡Ah, que alivio! Estás aquí—Rose suspira, acercándose para besar mi mejilla.
—De acuerdo, andando—le digo.
Ayer por la noche me envió un mensaje, pidiéndome venir aquí para el almuerzo. Algo sobre estar haciendo la lista de invitados para la boda.
—Nunca he estado aquí—comenta ella, ajustando su bolsa en el hombro—. Veamos si necesitamos reservación, sino McDonald's siempre está abierto.
—Creí que estabas en una dieta—le frunzo el ceño.
Agita su mano.
—Una hamburguesa no me hará daño—dice, antes de acercarse a la maître y sonreírle—. ¡Hola!
—Hola, bienvenidas.
—¿Necesitamos una reservación?
—Usualmente, pero no en este momento. Aunque necesito tomar sus nombres—la recepcionista toma su pluma y observa el libro frente a ella.
Echo un vistazo alrededor. Es elegante, con pisos de madera y asientos en lugar de sillas.
No estoy escuchando lo que dice Rose, cuando me giro para prestarle atención, estoy a punto de reírme.
—Oh, si, Duquesa de Forks.
Esa imbécil.
La mano de la recepcionista se congela sobre el libro y la mira, con ojos enormes, me mira a mí y pongo mi mejor cara de seriedad. O ella está a punto de carcajearse o de sufrir un infarto.
—N-no sabía… no sabía que había realeza en Forks—dice ella.
Rosalie jadea, ofendida.
—¡Increíble! ¿Por qué no estás al tanto de lo que ocurre en…? —Rose se detiene, alzando las manos, desistiendo—. ¡Olvídalo! Eso es una ofensa, ¿lo sabías?
Esta rubia loca está llena de mierda.
—Lo siento, si, lo siento—la recepcionista tartamudea y garabatea en su libro—. ¿Cuál es… tu nombre? —me pregunta con voz pequeña, tal vez pensando que también soy una duquesa.
—Ella es sólo mi asistente—intercede Rose. Me abstengo de jadear—. No es importante.
—De acuerdo. Eh, adelante. Las conduciré a su mesa—la recepcionista da una ligera reverencia con su cabeza y con pasos irregulares se aleja.
La seguimos.
—¡No puedo creer que hayas hecho eso! —pellizco el brazo de Rosalie.
—¡No puedo creer que lo haya creído! —medio susurra medio grita—. Es tan estúpida.
La anfitriona nos dirige a una mesa en una esquina, parece íntima.
—¿Está bien aquí?
—Es perfecto, gracias—Rose responde, tomando asiento.
—De acuerdo. Este es el menú. Por favor, Duquesa, hágame saber si necesita algo. El mesero estará aquí en un momento—explica, da otra reverencia y se aleja.
Rosalie se ríe, cubriendo su boca con su mano. Tardamos un rato en controlar las risas.
—Eres malévola, ¿sabías?
—¡No puedo creerlo! Está aterrada—la mira sobre su hombro y dirige su mirada al menú—. Elige.
—¿Por qué dijiste que era tu asistente? ¿No puedo ser una duquesa también?
—Sólo hay lugar para una. ¿Crees que los rollos de…
—Disculpe—un hombre alto la interrumpe, inclina su cabeza—. ¿Duquesa?
—Así es—Rose deja su menú a un lado. Ella es tan descarada.
Él sonríe.
—Le debo una disculpa por la distracción de nuestra Maître. Soy el gerente. Sea usted bienvenida. Permítame ofrecerle una estancia amena y un almuerzo gratis como recompensa.
Oh por Dios. Esta gente sí que es estúpida.
—¡Oh! ¡qué amable! —Rose se lleva una mano al pecho—. Ahora, ¿me permitiría elegir en privado?
La sonrisa del gerente se tambalea y asiente.
—Por supuesto. Los meseros estarán aquí tan pronto como usted los llame.
Lo observamos irse y los hombros de Rose tiemblan.
—Dios, Bella, cierra la boca. Harás que nos descubran.
—Estoy segura de que esto es ilegal—señalo, tomando de nueva cuenta el menú—. ¿Qué vas a pedir?
—Todo lo que quiera—soluciona.
—No tiene sentido pedir…
—Es gratis, Bella, ¡vamos! Elige las cosas caras, necesitamos la fachada completa.
Tan pronto como Rose se gira para buscar al mesero con la mirada, un chico se acerca, alisándose su camisa.
—¿Está lista para ordenar, Duquesa?
Juro por dios que si alguien más la llama "Duquesa" en los próximos cinco minutos me reiré. ¿Y por qué todo el mundo me ignora? Eso no es para nada amable.
La boca de Rosalie se abre y se cierra, ordenando un montón de comida. Incluso pide tarta de camote, sin importarle que odia el camote.
—Eso fue demasiado—le digo.
Me rueda los ojos.
—¡Es gratis, Bella! —repite y se apresura a sacar su cuaderno—. Ahora, lista de invitados—palmea la mesa—. Sólo he escrito a diez personas, ¿Crees estar saliendo con Edward dentro de un año o algo así todavía? Me agradó bastante. Si ustedes ya no están juntos para ese entonces, lo invitaré de todas formas—me palmea el brazo—. Podemos sentarlo en la mesa de los niños. Se ve divertido e infantil.
Me río entre dientes.
—¿Van a haber niños?
—Seh—rueda los ojos—. Muchas personas a las que planeo invitar tienen hijos, así que…—se encoge de hombros.
—Genial. ¡Pero no lo sientes ahí! Como sea, tengamos fe y digamos que si seguiré saliendo con él.
—¡Bien! —me agita por el brazo, con una sonrisa en su boca—. ¡Esa es la actitud! ¡Nunca perder la esperanza! Nunca lo hice, ¿y ves? Estoy planeando mi boda. ¿Cómo está él, por cierto?
—Golpeado—murmuro, trazando patrones en el mantel. Rose me mira rápidamente, con ojos enormes.
—¿Qué?
Suspiro y le cuento lo de la estúpida pelea.
—Enserio, si no hubiera escuchado el garaje, hubiera creído que alguien entró a robar. Estaba haciendo mucho ruido, probablemente estaba enojado. Entro a la cocina y ahí está él, con una compresa en su rostro—meneo la cabeza—. ¿Qué mierda le pasa al idiota que se atrevió a darle un puñetazo? Quiero cazarlo.
Rose se ríe y alza las cejas.
—Oww, mírate, toda posesiva y preocupada porque alguien tocó a tu amorcito.
La comida comienza a llegar y Rose no para de escribir en su cuaderno.
—Oh, ¿cuál es el nombre del hombre calvo que siempre está en las fiestas de Eleazar y Carmen? —pregunta, mordiendo un camarón—. El de los anteojos.
—J. Jenks—le respondo—. ¿Lo vas a invitar? Ni siquiera lo conoces.
—No, pero invitaremos a los socios de Eleazar. Ya sabes, para quedar bien—agita su mano.
Mucho más tarde, me limpio la boca con la servilleta y suspiro.
—De acuerdo. Ya no puedo comer más. Estoy reventando.
Ella me mira mal.
—¿Y quién comerá todo esto? —señala a los seis platos junto a ella—. No lo ordené por nada.
—Lo ordenaste por loca—digo, alcanzando otro camarón—. Toda tu orden es suficiente para acabar con el hambre mundial.
—No exageres—me corta—. ¿Cómo se llama la mujer de…? —su teléfono timbrando la interrumpe y refunfuña—. ¿Hola?
Ignoro parcialmente su conversación y reviso mi celular, esperando que Edward haya respondido a mi mensaje, pero todavía no lo hace.
—¿Cómo que no está, Elena? —exige, con voz dura—. ¡Abre los ojos! —se soba la frente mientras escucha—. De acuerdo, voy hacia allá. Dile que espere. ¡Si, Elena! —cuelga y musita un par de obscenidades.
—¿Todo bien?
—No. No encuentran un vestido. Es una crisis. Tengo que irme—se apresura a guardar sus cosas, su ceño fruncido.
—¡Espera! ¿Y qué haré con todo esto?
Rosalie se coloca su bolso en la curvatura del codo y agita su mano.
—¡Comételo, Bella! O pídelo para llevar. ¡Es gratis, disfruta!
—¡Pero…
—¡Te llamo luego! —me arroja besos a la distancia y se apresura hacia la salida, ignorando a la recepcionista que agita su mano. La mujer me mira, curiosa.
Si, supongo que no es común que una duquesa se vaya sin su asistente, ¿verdad?
Le gruño a la nada y muerdo con más fuerza de la necesaria el camarón. Debería irme, ya me pasé de mi tiempo de almuerzo. Edward responde a mi mensaje.
Edward: Lo siento, nena. ¿Tal vez mañana? Paul acaba de decirme que me necesita en el bar.
Arde en el infierno, Paul.
Bella: Creí que no abrían hoy.
Edward: No lo hacen, pero es día de inventario.
Al diablo.
Edward: ¿Mañana?
Bella: Bien. Mañana.
—¿Disculpe, señorita?
Alzo la vista. Son el gerente y la recepcionista. Ugh, no estoy de humor. Mi novio me acaba de cancelar mi noche de películas y posibles agarrones.
—¿Sí?
El hombre se aclara la garganta.
—Acabamos de enterarnos de que Forks no tiene una realeza.
Por supuesto. Acaban de descubrirlo.
—¿Y? —le alzo la ceja.
Ellos comparten miradas incómodas.
—Su orden no es gratis—dice él.
Jodida Rosalie Hale. Arde en el infierno.
Les entrecierro los ojos.
—¿Enserio? —alzan las cejas, cuestionantes— ¿Enserio acaban de enterarse? ¿Enserio?
Comparten otra mirada, diciéndose en silencio lo estúpidos que son.
—¿Podemos traerle la cuenta? —pregunta él.
—¡No! No es mi culpa que ustedes se crean todo lo que la gente les dice.
La anfitriona abre los ojos, un poco asustada.
—¿Entonces no va a pagar? —pregunta, con voz temblorosa.
—¿Puedo, al menos, tener todo esto para llevar?
—Claro que puede—responde el gerente, llamando al mesero.
La anfitriona se dirige a su lugar y el gerente me da una sonrisa lastimera. Oh, vete al diablo.
Tengo dos opciones: quedarme y pagar por todo eso o aprovechar la distracción y largarme sin mis sobras y sin darles un centavo.
xxx
Alguien llama a la puerta y me saco los audífonos, tratando de descifrar si es mi puerta o la de Edward. Eso sigue siendo jodidamente molesto.
Bajo las escaleras y descubro que en realidad me están buscando a mí. Es Rosalie.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Te dije que te llamaría—dice, frunciendo el ceño.
—Llamar, no venir.
—¿Estás ocupada? —mira sobre mi hombro, sigue trayendo su bolsa en la curvatura de su codo.
—No—miento.
—Entonces deja de ser un dolor en el culo—dice, haciéndome a un lado y entrando. La miro feo y de pronto toda mi rabia hacia ella regresa.
—¡Hey, me debes!
—¿Qué?
—¡El maldito restaurante! Descubrieron que no hay jodida realeza en Forks.
Me mira por un segundo antes de carcajearse y cubrirse la boca con una mano.
—¡Oh por Dios! —chilla, sacudiendo mi brazo—. ¿Qué pasó?
—¿Qué pasó? —camino de arriba abajo por el pasillo—. Bueno, me arrinconaron en la mesa y ese idiota me ordenó pagarle. Tenía dos opciones: pagarles o irme.
—Y pagaste.
—Si.
Rose se ríe, sus hombros tiemblan y luego rueda los ojos.
—¿Por qué simplemente no te fuiste?
—Si pensé en hacerlo, pero la recepcionista me estaba viendo demasiado. Apuesto a que creía que me iba a ir.
No ha dejado de carcajearse. Muy gracioso, idiota.
—Dios, ¡qué divertido, Bella!
—¡No es divertido! Es vergonzoso. Tengo dinero, ¿sabes? No soy pobre.
—No, los que deberían estar avergonzados son ellos por no saber que Forks no tiene realeza, apenas y tenemos alcalde.
Camino hacia la cocina, riendo entre dientes y le sirvo un vaso de agua.
—¿Qué estás haciendo aquí de todas formas?
—Vine a dejarte estos catálogos. Necesito tu ayuda con las invitaciones y con los arreglos florales. Pensé en dárselos a Emmett para que te los diera, pero se olvida de todo—agita su mano y bebe de su agua.
—De acuerdo. Vayamos arriba, estoy haciendo algo.
—Tengo que seguir con la lista de invitados—dice tras de mí—. No tuve ningún rato libre luego del almuerzo.
—¿Resolviste lo del vestido perdido?
—Seh—arroja su bolso al puff y mira alrededor—. Estaba en otro lote, ¿qué es todo esto?
No le respondo de inmediato. No quiero hablar de las cajas que contienen las cosas de mi padre.
Tecleo, terminando el correo urgente que debí enviar hace un par de horas.
—Ah, son cosas de mi papá.
—Oh, ¿te encargaste de eso? —comenta, mirando dentro de una caja abierta.
—Seh.
No dice nada por un rato. Toma la silla egg de la esquina y la arrastra hasta estar cerca.
—Creí que… pensaba en incluirme al plan—confiesa, dejando su vaso de agua demasiado cerca de mi teclado. Lo alejo—. Ya sabes, ir contigo y hacer todo eso.
La miro por el rabillo del ojo. Me observa fijamente. Sus enormes ojos azules perforándome. Los lleva delineados.
—¿Por qué? —cuestiono, no mencionando el hecho de que tuve una idea pasajera de invitarla a ella y a Ángela.
Rose se encoge de hombros.
—No lo sé, creí que necesitarías un poco de apoyo moral, ya sabes.
Asiento con la barbilla y uso todas mis fuerzas para concentrarme en la pantalla frente a mí.
—¿Fue difícil? —pregunta luego de un rato, viéndose las uñas rojas.
No respondo. Si tan sólo Rose pudiera captar la indirecta. Sé que la capta, sólo que no quiere darse por vencida. Está haciendo esto a propósito.
—¿Mmm? —presiona—. ¿Lo fue?
—En realidad no quiero hablar de eso—respondo con voz demasiado dura para el momento. Presiono el botón de enviar y continúo con el siguiente correo.
—¿Por qué? ¿Has estado, siquiera, hablando de eso?
—No.
—¿Por qué?—presiona y presiona.
La miro a la cara. Me arquea una ceja.
—No vas a rendirte, ¿cierto?
—No.
—¿Por qué? —disparo de vuelta.
—Porque puedo ver que estás mal. Y sé que no estás hablando al respecto y sé que necesitas hablarlo.
—Bueno, Rose, si fue difícil. Fue duro empacar las cosas de mi padre muerto, ¿feliz?
Ella suspira, envarándose en su asiento.
—En realidad no. No estoy feliz por eso.
Me rindo, exhalando, siento mi rostro relajarse. Sé que no lo está haciendo de una mala manera, ella quiere lo mejor para mí. Si tan sólo fuera menos… terca.
Meneo la cabeza y me miro el regazo.
—Fue duro. Planeaba… planeaba esperar, hasta que estuviera lista, y luego pedirles a Ángela y a ti que me ayudaran, pero sólo… no lo sé, estaba teniendo un ataque de furia y comencé a hacerlo—el ceño de Rose está fruncido, sus ojos tristes y su boca forma un ligero puchero—. Terminé llorando, echa bola, entre las ropas de papá.
—Oh, Bella—se lamenta, tomando mi mano entre las suyas.
Me esfuerzo en despejar mi mente, pero me es imposible. Mis sollozos amortiguados por las paredes de su clóset son todo lo que se reproduce en mi cabeza justo ahora. Duele.
—¿Se lo has contado a alguien?
—Sólo a ti.
—¿Qué hay de Emmett? ¿O Eleazar o Carmen?
Me río, es una risa seca y miro al costado, directamente hacia mi librero.
—Ellos están… ocupados y no lo sé, lucen bien. No parecen extrañarlo. Sólo estoy haciendo una tormenta en un vaso de agua.
—Emmett lo extraña—murmura ella—. Me lo dijo el otro día. Dijo que quería hablar al respecto, pero que no quería sacar el tema contigo. Sabe que es algo sensible. ¿Qué hay de Edward?
—¿Qué?
—¿Por qué no hablas con él?
—Porque…—me encojo—No ha salido el tema.
Me da una mirada incrédula y deja ir mis manos. Se cruza de brazos.
—¿Enserio? ¿Ni siquiera cuando te dieron ese regalo de cumpleaños?
Estoy a punto de confesarle que Edward me intimida, que su vida perfecta es demasiado para mí, pero en su lugar regreso al correo. Rose parece desistir, se pone de pie y alcanza su bolso, hurgando en él para tomar su cuaderno y su bolígrafo.
Regresa a mi lado y comienza a escribir. Me relajo. Ha dejado el tema.
—¿Sabe él lo importante que era Charlie para ti?
Lo pensé demasiado pronto.
—No hemos hablado de él, Rosalie—la corto, antes de que comience a hacer conjeturas en su rubia y loca cabeza.
—¿Por qué?
Me sobo la frente. Quiero golpearla en este jodido momento. Tal vez estamparla contra mi librero.
—¡Porque no he querido hacerlo! —exclamo. Ella ni siquiera se inmuta ante mi tono, sólo deja de escribir y me mira. Justo ahora, parece una terapeuta—. Porque… me intimida.
Su cara se arruga, en confusión. Tal vez eso sonó mal.
—¿Edward te intimida? ¿Por qué? Sólo dale un dulce y se irá corriendo.
Me río.
—¿Sigues creyendo que es un niño?
Ella sonríe y asiente, sus cejas alzadas, mostrando lo obvio.
—Un niño muy guapo, debo decir.
Le ruedo los ojos.
—Como sea, es intimidante la manera en la que él tiene toda su mierda junta. ¡Cómo todos ustedes la tienen! Tienen esta jodida vida perfecta y yo no. Ya no la tengo—niego con la cabeza—. Creía tenerla, solía tenerla.
—Mmm.
Ignoro su tono juzgador y continúo hablando.
—Tú y Emmett se están casando, perdí a mi amigo de toda la vida y mi papá murió. Y luego conozco a Edward y él está haciéndolo bien. Cada cosa. Todo lo hace bien. Compró esta casa…—señalo con el pulgar distraídamente a su nido—. Consiguió un ascenso en su trabajo, ahora tiene un auto. Lo vi y él tenía todos estos… problemas que las personas regulares tienen. Tiene a sus padres, a su hermana y yo… ¡estoy jodidamente sola! —sollozo, sorprendida por el asalto de lágrimas de último momento. Mi garganta se cierra y Rose se apresura a abrazarme.
—Oh, Bella, no es así… para nada—enfatiza, acariciando mi cabello.
Se siente bien llorar. Decirle todo esto que he estado sintiendo a alguien se siente… me hace sentir ligera y vulnerable. Rose me aprieta y entierro mi rostro en su cabello. Huele a Miss Dior.
No respondo y ella sólo me mece.
—No es así, Bella. Te quiero. Emmett te adora, al igual que tus tíos. Tienes a Ángela, a Jessica… a Edward—añade—. Estoy segura de que te quiere… o está comenzando a hacerlo, ¿sí? —murmura—. Entiendo que es difícil y está bien que sea así. Era tu padre, Bella. Y Jake era Jake.
Asiento en silencio. Temo que si hablo todo empeorará.
—No tiene nada de malo sentirse mal. O solo. Todos pasamos por eso, pero quiero que sepas que estoy aquí. En cualquier momento, ¿de acuerdo?
Paso un buen rato en sus brazos, hasta que me siento mejor y me alejo, con la vista hacia abajo. Rose nunca es la primera en apartarse de un abrazo porque no sabe qué tanto esa persona necesita uno. Creo que eso es algo muy puro y fuerte por hacer.
—Gracias, Rose—concedo, sin importar qué tan molesto haya sido que ella prácticamente me obligara a hablar.
—Sólo lo hice porque sé que necesitabas hacerlo—me entrecierra los ojos y le sonrío. Ella esboza una sonrisa suave y acomoda mi cabello detrás de las orejas—. Ahora, ¿quieres ayudarme con esto?
—Si, por favor. Suficiente vulnerabilidad por hoy.
—Me lo imagine—responde, palmeando su lista de invitados.
xxx
Pasamos el rato en la oficina. Rose escribe nombres en su lista y yo hojeo sus catálogos, eligiendo el mejor papel para las invitaciones.
Escucho el garaje de Edward abrirse y ahogo una sonrisa.
—Rosas, quiero que mi ramo sea de rosas—dice ella cuando ya estamos en la cocina—. Rosas rosas, ¿acaso no será lindo?
—Mm-hm—asiento.
Sonríe y luego roba un camarón del montón de sobras que estoy calentando. Le entrecierro los ojos.
—No puedes negarle un camarón a tu duquesa.
—Vete al diablo—mascullo y ella se ríe.
—Como sea, me voy. Tengo un par de cosas por hacer—rueda los ojos—. Tomaré un biscuit sólo porque sí.
—Claro, como si no me debieras dinero.
—¿Quién se quedó con las sobras? —no le respondo simplemente porque no quiero parecer tonta—. ¿Ves? No te debo nada.
—No volveré a ese restaurante nunca en la vida—le digo—. Probablemente ya tienen una foto nuestra en la puerta. "Se les prohíbe la entrada," ¿lo imaginas? Qué vergüenza.
—Fue divertido. Una anécdota más qué contar. Hablando de contar, ¿se lo dirás a Edward?
—¿Seguimos hablando del restaurante? —alcanzo el horno, metiendo mi mano en el guante.
—Sabes de lo que hablo.
—Tal vez luego—resuelvo y ella hace un mohín.
—Te lo recordaré por el resto de tus días—jura, tomando otro biscuit y baja del taburete de un salto—. Me voy. Hablamos luego. ¡Jesucristo! —chilla al mismo tiempo que la puerta hacia el jardín se abre.
—Oh, hola—Edward saluda, sonriente.
—¿Por qué entras por ahí? —Rose le entrecierra los ojos, se sostiene el pecho con una mano, superando su susto.
—Hay una puerta en el jardín—Edward apunta con su pulgar a sus espaldas, como si eso explicara todo. En parte lo hace.
—Oh, qué conveniente—Rose comenta—. Bueno, nos vemos luego, chicos. Edward, Bella tiene algo que contarte.
Le lanzo una fea mirada y ella sólo sonríe, yéndose por el pasillo.
—¿Qué es todo esto? —él aventura, echando vistazos a las sobras—. ¿Y qué es lo que tienes que contarme?
La puerta principal se cierra.
—¿Sabías que Forks tiene realeza?
¡Hola! Les quedé debiendo el adelanto de ayer, pero con las prisas ya no pudimos publicarlo.
Este capítulo me gusta porque Rose finalmente dejó de parecer algo egoísta o demasiado centrada en ella misma. Es una buena amiga, ¡perdón! Duquesa.
Muchas gracias y nos seguimos leyendo.
