Y... prepárate para la siguiente idea brillante del Señor de la Ira.
¿A-Aja?
Va a... convocar una reunión con Miguel.
Con Miguel... con Miguel. No con Asmodeo. Con Miguel. Pues... vas a reunirte en la tierra, querido, porque a Miguel no va a bajar al infierno y vas a reunirte con Miguel y medio ejercito... que además... Miguel va a protestarle a Raguel y a decirle que ¿ve? ¿Ve? ¿Ve como como no sirven sus mierdas?
Va a escribir al cielo y le va a decir a Miguel que quiere reunirse con ella antes del viernes.
Miguel le contesta que se ven el jueves en la mañana, en Alejandría. Debajo del faro.
Vale. Pues... ahí va. So romantic.
Vas a verla desde quinientos kilómetros con la armadura dorada. Arriba de un caballo, además.
Oooojos en blaaaanco. ¿En serio es todo esto bloody necesario?
Ahí va Aamón él solo, con su túnica negra, sus sandalias, su turbante y... su callado de mago con un nudo en la punta. Y te vas a soplar verle andar los quinientos kilómetros sin ninguna puta prisa.
Ojos en blanco. Luego se preguntan por qué nadie los quiere... Pues ahí se queda, sin mirarle casi, esperando en teoría muy pacientemente.
Y ahí va él, penosamente, pasito a pasito. Toma un poco de agua...
Ugh. ¿Se quejan de la falta de afecto en serio? Y las malas relaciones con el cielo...
Irritante, ¿verdad?
Absolutamente. Mucho más que venir en caballo y con armadura, sinceramente.
Ya bueno, el Señor de la Ira. Se le mete una piedrecita... anda un poco más. Se tiene que sentar a respirar. Anda un poco más. Agua otra vez.
Ojos en blanco. A la próxima que mires, Miguel no está ahí.
Aamón levanta las cejas y la busca alrededor.
Tarda, unos cuantos segundos, antes de que le aparezca por la espalda.
—Veo que... te sobra el tiempo.
—Es más bien ahorro de recursos.
—¿Qué es lo que quieres? —sigue arriba del caballo.
—Es solo una consulta.
—¿Una consulta de qué?
—Pues... tal vez un poco personal.
—¿Tú quieres hacerme a mí una pregunta personal?
Aamón suspiiiiiiiira por paciencia.
—¿Personal mía o personal tuya?
—Tuya.
—¿Qué pregunta? —Miguel le levanta una ceja.
—¿Qué quieren... los ángeles?
—¿Qué queremos exactamente de qué? —Miguel parpadea.
—Pues... de... yo qué sé.
—¿Qué clase de pregunta idiota es "¿qué quieren yo que sé de qué?"?
—Pues... en general.
—Hacer la voluntad de Dios.
—Oh, qué bonito. No. Me refiero a un objeto.
—Un... objeto. Los ángeles somos etéreos, no codiciamos objetos —asegura Miguel. Belcebú se muere de la risa en algún lado después de visitar el armario de Gabriel.
—Ya, ya... ya. Y aun así tenéis objetos. Esa bloody espada tuya de la que te sientes orgullosa o lo que sea.
—Las cosas que nos da Dios para hacer su voluntad... desde luego —le sonríe falsamente.
Ojos en blanco del demonio.
—Los ángeles no poseemos cosas importantes. Si tengo esta armadura, es porque... la requiero para la batalla.
—Vale, pongamos que a alguien tremendamente desequilibrado pudieras caerle bien quién sabe por qué motivo...
—No me caes bien.
—Oh, no te ofendas pero ni de broma hablo de mí mismo, desde luego.
—Así que... —Miguel hace los ojos en blanco.
—¿Qué?
—Pongamos eso. ¿Qué quieres saber? ¿Qué querría de regalo?
—Sí... algo... así.
—¿Alguien te... dijo que vinieras aquí a preguntarme qué quiero de regalo? Algo. De oro. es buen comienzo —le mira de arriba a abajo.
—¿De no querer nada de nada... pides algo de oro?
—Sí —le vuelve a mirar.
—¿Algo de oro como qué?
—Con el pésimo gusto que tiene alguien como tu... Algo... Parecido a lo que ya tengo. O lo fundiré.
—No voy a ser yo quien te haga un regalo.
—No puedo creer que... me hagas bajar del cielo para intentar... ¿Qué intentas? ¿Darme un regalo para... mejorar las relaciones con el cielo? Esto debe ser culpa de Raguel.
—¿Qué? No! No te voy a dar un regalo. Además, si lo hiciera... ¿No sería algo bueno que tenerle en cuenta a Raguel?
—¿Que no me des un regalo, pero estés haciéndome perder el tiempo? Seguro.
—¿Cómo puedes ser tan malditamente densa?
—Creo que ustedes son imposibles y creen que todos somos idiotas o algo así
—Mira, ¿sabes qué? Sí. Te voy a dar un puto regalo —ojos en blanco.
Miguel baja la mano a la espada. Aamón chasquea los dedos y aparece una funda larga y cilíndrica, de oro, con filigranas de fuego parecidas a las de los ventanales de las catedrales de gótico flamígero y se la tiende.
Miguel levanta una ceja y la mira.
—¿Querías un regalo... de oro, no es así?
—¿Por qué ibas a darme un regalo a mí? —igual lo toma.
—Porque eres densa de cojones y no tienes puta idea... Y creo que lo necesitas, eso.
—Mira que no tienes el peor de los gustos... voy a admitirlo. Casi. Es horrible igual y tiene unas flamas feas y... la voy a fundir —le mira de reojito...
—Lo importante es lo que hay dentro.
—¿Qué hay dentro? —levanta las cejas.
—Ábrelo. Si te atreves. Y si no, se lo das a tu amigo para que te cuente lo que es —toma su callado, dispuesto a terminar ya con esto.
Miguel vacila sin saber qué hacer, pensando ahora que quizás sea algo peligroso. Creo que va a ir a dárselo a Raguel en plan... mira el horror para el que sirve.
Aamón empieza a andar, alejándose. Ahí va Miguel... de vuelta al cielo y Aamón se mete a través de la tierra al infierno.
Así que... ahí llega Miguel al cielo... con la COSA. Y creo que aún va en caballo. La cosa se mantiene inmóvil e inerte... por ahora.
Sube con ella en la mano con cara de horror. Ya me la imagino sujetándola con dos dedos así a lo lejos. Cierta cara de asco huelepedo.
Sí... sí. Cara de horror, como si apestara. "Miren la mierda que me acaban de dar." Y sí, le he llamado mierda porque es como mierda absoluta
Ojos en blanco. Gabriel se acerca a ella con curiosidad y un poco de temor a ver qué es.
—Me ha dicho que lo abriera si me atrevo. Ten cuidado. ¡Podría ser cualquier cosa!
—No lo abras, Miguel, debe estar maldito. Deberíamos fundirlo directamente.
—Quizás sí, deberíamos llevarlo a fundición.
Gabriel asiente.
—¿Crees que... crees que Raguel sepa algo de esto?
—Los demonios no dan regalos. A lo mejor quiere maldecir a Raguel.
—Seguramente, solo estoy pensando si alguien pudiera saberlo y como el bajo el otro día. Mejor lo llevamos a fundición.
Gabriel asiente.
—Vamos... Ugh... Ya has visto que le has puesto flamas.
—Debe ser una señal.
—Quizás ni siquiera debí subirlo —ahí van en marcha hacia fundición cuando les ve Sariel.
—¿Y eso?
—Es de un demonio, vamos a fundirlo y nos haremos... —Gabriel mira a Miguel porque no han decidido que se harán con ello. Haremos, en plural, además. Oh, sí...—No lo sé. ¿Tal vez una coronita? ¿Qué te harás tú? —really, Gabriel...
—¿¡De un demonio?! Ugh —exclama Sariel.
—Creemos que está maldito. De hecho es del príncipe del infierno —explica Miguel.
—¿Se lo quitaste en batalla?
—Nah, le dijo que era un regalo y que si no se atrevía a abrirlo se lo diera a Raguel —responde Gabriel.
—¿Y no se lo van a dar a Raguel?
—¡No! ¿Y si quiere maldecir a Raguel?
—Bueno si lo dijo es por algo, ¿no?
—¡Pues para maldecirlo!
—Yo creo que voy a hacerme un broche nuevo para la armadura —comenta Miguel, pensándoselo.
—Oh, ¡un broche!
—Con un dragón.
—Podría hacerme uno, en forma de alas — Gabriel las dibuja en el aire en pequeñito
—¿Creen que les sobre para que yo me haga algo? —pregunta Sariel algo esperanzada.
—Depende del grueso que tenga...
—Y lo que tenga adentro... no sé si sea de oro sólido —Miguel lo mueve un poco pero no se atreve ni siquiera a tocarlo del todo—. Vamos, vamos a fundición a que nos digan.
—¿Van a fundirlo así? ¿Y si explota? —pregunta Sariel.
—¿E-Explotar? —vacila Gabriel y lo sacude un poco, se oye poco ruido dentro.
—Pues yo qué sé... los demonios y el fuego infernal...
Miguel frunce el ceño y la verdad es que poco le falta para dejarlo caer.
—Quizás lo ha hecho expresamente sabiendo que ibas a fundirlo.
—Quizás solo habría que devolverlo —asegura Sariel. Miguel frunce más el ceño.
—No voy a devolverlo.
—Creerá que le tenemos miedo si se lo devolvemos —asiente Gabriel.
—Yo solo estoy segura de que es una trampa —asegura Sariel.
—Pero... ¿Qué hacemos entonces? —pregunta Gabriel.
—Ugh... no lo sé. Quizás ponerlo en la tierra en algún sitio —piensa Miguel en voz alta.
—¿En la tierra?
—Pues yo que sé en un volcán o algo...
Gabriel mira a Sariel porque...
—Pero en la tierra están los humanos... No... No se supone que... —sigue vacilando Sariel. Miguel hace los ojos en blanco.
—¿Tienen ustedes alguna idea?
—A lo mejor si lo lanzamos en el volcán cerca de Pompeya... —propone Gabriel.
—¿Ves? Ya hasta has pensado en el volcán —asiente Miguel.
—¿No creen de verdad que el cielo puede deshacerse de un artefacto infernal de mejor manera que lanzándoselo a los humanos? —Sariel sigue sin parecer convencida, sinceramente.
—El Vesubio, creo que se llama, aunque eso sería como devolverlo al infierno, ¿no? —sigue reflexionando Gabriel.
—En modo de explosión... me parece una idea bastante buena —Miguel sonríe.
—Pues es que... ¿qué propones tú, Sariel? —protesta Gabriel.
—Averiguar qué es.
—¿Y cómo pretendes averiguar qué es, listilla? —replica Miguel.
—No podemos abrirlo con esas amenazas —insiste Gabriel.
—No me llames listilla así —protesta Sariel hacia Miguel—. Podríamos investigar qué es en vez de solo lanzarlo.
—¿Pero cómo? —insiste Gabriel—. Necesitaríamos como... a un demonio para que lo abriera, para estar seguros
—Así que el infierno te tienta con curiosidad... —susurra Miguel mirando a Sariel y levantando una ceja.
—¡No me lo digas así, Miguel! —Sariel se sonroja un poco porque esas acusaciones siempre eran... terribles—. Y es ella misma la que suele tener contacto con demonios.
—¿Sabes de algún demonio que estuviera dispuesto a colaborar y a abrirlo? —sigue Gabriel hacia Miguel ignorando un poco la discusión porque siempre acaban igual, tarde o temprano.
—Mmmm... —Miguel vacila pensando en Lucifer porque por lo visto algunos tenemos problemas milenarios.
—O se lo damos a Raguel, tal vez él conozca a alguien... —propone Gabriel.
—¿Raguel con su campaña de fraternidad?
—Sí.
—Yo creo que de menos deberíamos preguntarle... —asiente Sariel. Miguel frunce un poco el ceño porque a ELLA le da curiosidad, pero...
—Creo que va a ser una pérdida de tiempo y hay que cuidar a Raguel de todos modos
—¿Por? ¿Qué crees que vaya a decir? —pregunta Gabriel.
—¡Pues no lo sé! O... quizás si sepa qué es... ugh... vamos —asiente derrotada. Gabriel se encoge de hombros y ahí va.
—Incluso huele mal esta cosa —protesta Miguel caminando a su lado con la misma cara de asco.
—Todo lo del infierno huele mal.
—Y Aamón quería que yo BAJARA a verle... ¿te imaginas algún día tener que bajar? De hecho con el asco absoluto que me da siquiera hablar con ellos.
—Yo bajaría contigo, pero ya sabes que nuestra señora puede reclamarme en cualquier momento —ay, sí, el Arcángel importante. Porque no puede venir por ti al infierno... tienes que estar disponible 24/7 en el cielo. Que rollo tienes, Gabrielito.
—No, no, no necesitas bajar tú para nada, no vayan a lastimarte.
Sariel hace los ojos en blanco atrás de los dos. Gabriel asiente mientras da saltitos por las nubes.
—Bastante es que Raguel se atreva a bajar...
—Y solo... porque ha querido bajar solo —especialmente porque todos nos arremolinábamos para acompañarle, ja-ja.
—No sé cómo es que aún no le han hecho nada —asiente.
Raguel está... en su... nube. Dafuq. Escribiendo algunas cosas en pergaminos infinitos. Está en su oficina, pues.
—Raguel! —le llama Gabriel sonriendo. Raguel levanta la cara del pergamino y les sonríe—. ¡Raguel!, ¡Raguel! ¡Mira lo que tiene Miguel!
—¿Qué trae Miguel?
—¡Es un regalo! Del infierno —Gabriel sonríe un poco frunciendo el ceño como si fuera algo bastante excitante—. Creemos que está maldito.
—¿¡Un regalo del infierno?! —levanta las cejas.
—Sí, me lo ha dado Aamón —explica Miguel y Raguel levanta las cejas solo con la mención de Aamón. La verdad, es que... no se da cuenta pero sonríe un poco.
—Le ha dicho que lo abra... ¡si se atreve! —sigue Gabriel.
—¿Y qué es? —pregunta con curiosidad, acercándose. Miguel se lo extiende.
—¡No lo hemos abierto!
—Yo creo que está maldito. ¿Tú sabes qué puede ser? —pregunta Miguel.
Raguel... lo toma con considerablemente menos asco y horror del que ocupa Miguel para tocarlo.
—¿Maldito? ¿Qué te ha dicho?
—Íbamos a fundirlo, pero Sariel dice que podría explotar. Así que íbamos a lanzarlo al Vesubio, pero pensamos que tal vez tú sabías que era, porque le dijo a Miguel que si no se atrevía ella, que te lo diera a ti —sigue Gabriel.
Raguel levanta las cejas con ese último comentario.
—Dijo que si no se atrevía a abrirlo... ¿m-me lo diera a mí? —deja de sonreír tanto
—Pues... ¿qué dijo exactamente? Que Raguel te contaría lo que es... o algo así, ¿no? —Gabriel mira a Miguel.
—Me dijo que era para mí —puntualiza Miguel—. Que lo abriera si me atrevía y si no me atrevía... te lo diera a ti.
Raguel se humedece los labios, y observa bien el tubo.
Es un tubo como de unos... doce-quince centímetros de diámetro y como de un metro de largo. Es todo dorado y tiene filigranas de oro en forma de llamas como si estuviera ardiendo.
Raguel se humedece los labios otra vez.
—Quizás... lo mejor sea preguntarle a él.
—¿Crees que nos lo diga? Se lo habría dicho a ella —Gabriel inclina la cabeza.
—Quizás a mi si me lo diga.
—Será algo malo, los demonios no dan regalos
—Menos aún algo así de bonito... seguramente es una trampa —asegura MIguel—. Dámelo, voy a llevarlo a fundición.
—No, no, no... espera... —Raguel lo quita para que Miguel no lo pueda tomar—. Hay dos opciones. O lo... abro ahora o lo llevo con él la próxima vez que le vea.
—¡No puedes abrirlo! ¿Y si está maldito? Y... tampoco puedes llevarlo. Creerá que tenemos miedo —replica Gabriel mordiéndose el labio.
—No tiene por qué creer que tenemos miedo —Raguel hace los ojos en blanco —. Tampoco creo que esté maldito. Quizás debería llevarle un regalo también.
—Eso no resuelve el problema con esto.
—Es una muestra de buena voluntad.
—¿Entonces sí planeas abrirlo? ¿A pesar de la amenaza?
—Te ha dicho que me lo des a mí, ¿no?
Gabriel mira a Miguel, vacilando.
—Pero con esa amenaza, Raguel. ¡Vas a morirte! —exclama ella preocupada.
—No voy a morirme... preferiría abrirlo con él presente.
—¿Por?
—Estamos intentando establecer buenas relaciones con el infierno —ejem... cada quien interpreta lo de las buenas relaciones
—¿Pero por qué lo quieres presente? No quiero que sepa que nos da miedo —Gabriel le mira, nerviosito.
—No nos da miedo. Eso es lo que quisiera que viera —explica Raguel.
—Ah ¿no lo hace? —pregunta Sariel no muy segura.
—Entonces fundámoslo y finjamos que esto no ha pasado —sentencia Miguel.
—Eso no tiene sentido —Raguel niega con la cabeza—. Si te lo dio fue para que lo abrieras.
—Y maldecirla —interviene Gabriel, siempre optimista.
—Hay que tener cierta fe... incluso en nuestros enemigos. Voy a abrirlo.
—¡No! —exclama Miguel.
—¿Y si quería maldecirte a ti? Tal vez lo hizo expresamente —Gabriel se muerde un poco el labio con todo esto.
Raguel mira a Gabriel de reojo, pensando que, si quisiera maldecirle... lo hubiera hecho ya. Había tenido incontables oportunidades. Hace los ojos en blanco.
—Vale, podría ser. Pero... siendo justos...
—¿Aja?
—Estamos intentando establecer relaciones mutuas de buena voluntad —repite porque el problema es que no se le ocurre demasiado que decir sobre la justicia en esta situación.
—¿Pero de veras vas a confiar en ellos?
—Ya le he dicho que... —empieza Miguel.
—Me has dicho que no debemos —interrumpe Raguel—. Y creo sinceramente que no debemos en todas las situaciones, pero he hablado un poco con el e-en unas pocas ocasiones y le he ofrecido colaboración y... parece estar abierto. No lo arruinemos por esto
Gabriel vuelve a tragar saliva nervioso.
—Nuestra señora nos proteja —reza un poco
—Así que ahora este proyecto es más importante que tú vida —protesta Miguel igual de nerviosa
Uuuuuh. Sariel reza a murmullitos y Gabriel se une a ella. Aamón piensa que sois todos un bloody DRAMA. Y Raguel mira a Miguel con esa declaración, fijamente, igual intentando... desenroscar la tapa de la punta.
Cuando estira para sacar la tapa, no sucede nada, dentro hay un papiro... enrollado.
—¿Ven? — Raguel sonríe de lado. Hace un movimiento con la mano para que salga el papiro y lo toma.
Es graaaaande y hay un montón de texto. Vas a tener que abrirlo del todo para ver el título.
Raguel parpadea, desenrollándolo. Y... son las leyes romanas. Parpadeo, parpadeo.
—Vaya... ¿ven? Esto tiene una buena dosis de buena voluntad.
—¿Qué es? —pregunta Gabriel dejando de rezar al notar que no ha pasado nada.
—Parece ser un buen compendio de derecho Romano, mira.
—¿Por qué... iba a regalarte las leyes humanas? —Gabriel mira a Miguel.
—Yo qué sé, insistía en preguntarme qué cosa quería de regalo —protesta ella.
—¿Y ha pensado que querías esto?
—No, le he dicho que quería oro...
Raguel empieza a leer en silencio
—Bueno, tal vez podamos usar la funda y hacernos esos broches... y las leyes las tiramos.
—Yo me las quedo —sentencia Raguel.
—Te las regalo, pero dame la funda —Miguel sonríe con esa idea, extendiendo la mano.
—¿Para qué quieres las leyes humanas? —pregunta Sariel.
—Bueno, ya las tengo aquí... nunca está de más leerlas.
Gabriel le mira con cara de... no te entiendo, pero vale. Tú sabrás. Raguel le sonríe un poquito enrollando el pergamino.
—Bien... Ehm... trataré de descifrar a ver si hay algo demoníaco en esas leyes.
—Ya lo mirarás luego, ¿no quieres un broche nuevo? —sigue Gabriel.
—¿Un broche? Hmmm... Podría ser —Sonríe un poco pensando en... algo que llevar la próxima vez.
—Pues deja eso y vamos —le sonríe.
Raguel se humedece los labios porque también le da curiosidad pero... ya lo leerá luego. Quiere ahora un broche al que hacerle una sutil forma de... búho. Solo por el chiste interno. Igualmente se guarda el pergamino en la túnica y ahí va con ellos.
So... ¿el pergamino dice algo raro?
No. No, no... Son literalmente las leyes de Roma. Las que había en ese momento, puedes preguntarle a él a que venía eso. El regalo era para Miguel, no para él.
Sí, de hecho las va a leer tarde o temprano... ehm... va a ponerse su broche, va a guardar las leyes y va a bajar a la tierra a su cita.
