Le pone una mano sobre la de él y luego... desaparece con el rayo.

Y van a ver el PÁNICO al primer coche que vea. Gabriel le abraza un poco

—Dios mío, ¡que es este RUIDO!

—¿Qué ruido?

—¡Ese que se oye!

—Hay muchos ruidos.

—¡SÍ! ¿Qué pasa?!

—Nada, es la ciudad.

—¿Pero qué les han hecho a las ciudades? Con razón ahora vienen algunos con problemas...

—¿Problemas?

—Pues tú sabes ese asunto del "stress". Me lo ha contado Azrael —se medio asoma a ver—. ¡Por Dios! ¡Este sitio no se parece en nada a lo que era!

—Tranquilo, es normal... las ciudades ahora son... se mueven mucho más rápido.

—N-No sé si... quiero esto.

—¿Y qué quieres?

—Encontrar a Aamón... vale, vale... —se separa un poco y traga saliva mirando alrededor—. E-Ehm... no sé ni cómo determinar dónde estaba... el lugar.

—Pues menos lo sé yo —mira alrededor—. No podemos preguntar a nadie por algo de hace dos mil años.

—Y ahora no puedo sentir... nada de este sitio. Había un riachuelo que se dividía en dos... ¿recuerdas?

—No...

—Pero si tú venías aquí, la casa de Jesús estaba solo a unos bloques más arriba.

—¿Tú crees? Yo diría que eso era más al este.

—No tengo ni idea... ¿qué hora es?

—En Londres, las seis de la tarde

—Ay, es cierto que tienen diferentes horas.

—Tal vez deberíamos ir a la tumba de Raquel. Eso estaba aquí también entonces, ¿no?

—Ah, sí, sí... —parpadea porque no tiene idea de hacia donde

Gabriel saca su teléfono con google maps y decide pedir un taxi.

—¿Sabes cómo encontrarla?

—Este joven nos llevará en su coche —le explica abriendo la puerta.

—¿Debo meterme ahí? —Raguel vacila...

—Sí, venga, yo entraré tras de ti.

Entra con dificultades y ahí va Gabriel también, como ha prometido, diciéndole al chofer a donde hay que ir.

Raguel casi le hace un agujero en la pierna cuando se sostiene de ella al arrancar el coche.

—Au! No aprietes tanto —protesta Gabriel.

—Perdona, perdona... esto... va rápido.

—Pues es un coche.

—Ya, ya lo entiendo. Los acabo de conocer.

—¿En serio?

—Sí —le mira de reojo.

—¿Por qué?

—No los tenemos ahí arriba... y no había bajado en todo este tiempo.

—Ya...

—¡Que desarrollo!

—Sí, es divertido.

—Divertido... —mira por la ventanilla—. Es casi imposible que le encontremos.

—Sí, alguna vez he pensado en aprender a conducir.

—¿¡A usar uno de estos?! Oh... bueno, ahora que pensabas alejarte e la vida celestial.

—No, no... no es eso.

—¿No?

—Pues era una... situación específica.

—Pero hubieras tenido que aprender a vivir como ellos.

—Sí, bueno.

—¿O quieres hacerlo independientemente de ello?

—¿Eh? No, no... claro que no, porqué... iba a querer... —Gabriel se ríe nervioso.

—No lo sé... para gustarle a "Bú" —le mira de reojo.

—No creo que a ella... eso le importe. ¡Y es solo un sobrenombre cariñoso! —se sonroja con eso.

—¿A ella le gusta "Bú"? Me parece que a ti te gustaría llevarla en un coche.

—No ha agonizado entre las peores convulsiones y dolores cuando se lo he dicho —se encoge de hombros sin contestar a lo otro.

—No me vengas a mí de listillo gracioso —sonríe de lado igual—. Me parece dulce que seas dulce con ella... quiero saber si ella es dulce también contigo. ¿Te dice de alguna forma cariñosa? ¿Gabs?

—No —le mira de reojo.

—¿No es dulce contigo?

—Sí, pero no me llama con ningún sobrenombre

—Entonces ¿es dulce cómo? —se gira a mirarle poniéndole toda su atención y le sonríe de esa manera suave.

—Pues... como en todo lo otro.

—No me parece que Belcebú sea una mujer dulce en general.

—Bueno, no lo es en general con los demás.

—Lo que quiero es que me cuentes como lo es contigo.

—Mmmm... ¿Cómo describirla?

—Supongo que tendrás muchas cosas hermosas que decir de ella.

—Sí y no —sonríe—. En realidad es... muy fogosa. Todo el tiempo quiere... lo mismo.

¡No todo el tiempo quiere lo mismo!

¿La describimos nosotros o ella?

¡Pero no digas mentiras! ¡No querría lo mismo si la vieras con más frecuencia!

No dice mentiras, es la verdad.

Es que no le dejas no extrañarte de ESA forma.

—Fogosa... lo que quiere es cama todo el tiempo, me imagino.

—Sí...

—A Aamón también era lo que más le gustaba... creo que es el asunto de afecto.

—¿Del afecto?

—Amor, sentir amor continuamente, de manera sostenida, el mayor tiempo posible.

—Ah, sí. Aunque ella no... no. Eso vino después y porque la obligué un poco.

—Pero aun así... es dulce.

—Ha ido... dulcificándose poco a poco.

—¿Es mucho muy distinta contigo a como es con... el resto?

—Como la noche y el día.

Raguel sonríe un poco pensando en Aamón.

—Él... era distinto conmigo también. ¿Te notas a ti mismo distinto cuando estás con ella tú también?

—A veces sí.

—Yo sentí real... ira. Por primera vez, estando a su alrededor.

—¿Eh?

—Enojo. Ira.

—¿Pero cómo?

—No sé explicar exactamente como, pero... estando el cerca sentía en ocasiones una ira... cegadora —hasta sonríe un poco con nostalgia.

—Oh...

—¿Te pasa algo así con ella?

—E-Enfadarme con ella... —se lo piensa. Niega con la cabeza.

—No, no creo que lo suyo sea el enfado.

—¿Entonces?

—¿Cuál es su... pecado?

—¿Su pecado?

—Belcebú, suele tentar de cierta forma.

—Ah... La gula, creo.

—Hmm... ¿comes? ¿O bebes?

—No, eso no me afecta —sonríe. Raguel frunce el ceño pensativo.

—Bueno, creo que... tienes otras tentaciones desmedidas.

—No vas a acusarme ahora de lo de que ella quier cama.

—¿La quiere con otros o contigo? De hecho... quizás seas precisamente tú el que hace eso con ella.

—¿El qué?

—El tentarla a querer... cama.

—¿Yo?

—Es una influencia mutua, Gabriel. ¿O vas a decirme que a ti no te gusta? Especialmente si me dices que en tu caso no tiene que ver con el amor del todo.

—Pero es que yo no como ni bebo

—Pero haces otras cosas, Gabriel. Sin control.

—Pero no es comer o beber, a eso está relacionada la gula.

—Pero es... un antojo desmedido.

—Pero no es con la comida o la bebida —sigue, necio.

—Hmm... Crees que Belcebú no tiene nada que ver y no tiene ninguna influencia sobre ti, ¿eh?

—Claro que no la tiene.

—Te tomará tiempo, pero acabarás por identificarlo —Raguel se ríe y Gabriel levanta una ceja incrédulo.

—Y antes de que lo pienses, no creo que sea por... debilidad nuestra. Creo que es solamente... compensación.

—¿Compensación?

—De ambas partes... cuando convivimos lo bastante. Casi parece que no has convivido lo bastante con ella.

—Discúlpame por no tener una relación de dos mil años con un príncipe del infierno.

—Oh, venga, Gabriel... ¡no te enfades! Tienes una relación bastante vieja... y yo no TENGO Una relación, la tuve...

—En realidad me parece bastante terrible que la tengas tú y vengas a darme consejitos.

Raguel se muerde el labio, un poco regañado

—Es... la primera vez que puedo hablar de esto con alguien. Y alguien que además está pasando por algo que me pasó a mi... solo... pensé que podría interesarte...

—Puede que no sea igual para mí —suspira.

—Quizás no lo es... discúlpame, Gabriel... llevo demasiados años teniendo estas conversaciones con todos ustedes en mi mente... —Raguel se gira a la ventanilla.

—¿Y?

—No sé, creo que te estoy sonando demasiado agresivo.

—Me refiero a... ¿cómo sonábamos en tu mente?

—Increíblemente... duros.

—¿En qué sentido?

—En que no consideré jamás la opción de que esto... ocurriera, de que alguien más tuviera los mismos problemas que yo.

—Oh, bueno, no creo que sean exactamente los mismos.

—Yo creo que están lo bastante cerca...

Gabriel le hace una sonrisa un poco forzada porque... No, verás cariño, ni siquiera sabemos si vas a volverte a hablar con tu novio. Y él va a casarse, por muchos mil años de relación que tengas tú.

Tú la tienes más grande. Vale, vale. Ojos en blanco de Raguel, no es por nada.

—Gracias igual por escucharme, Gabriel.

—Bueno, vamos a ver qué ocurre con esto.

—Necesito pedirte otro favor... o hacerte una advertencia.

Gabriel le mira.

—Si en algún punto... te pido que te vayas, lo harás.

—Mmm...

—Necesito que me lo prometas.

—No pienso irme y dejarte ahí con un demonio peligroso.

—Si te pido que te vayas será porque sé que yo no estoy en peligro.

—Creo que es fácil que tú malinterpretes el peligro.

—Creo que es fácil que tú supongas que lo haya que no lo haya.

—De todos modos no es lo apropiado que tengas intimidad con él en la primera cita, así que igualmente no veo qué podría pasar que hiciera mi presencia incomoda.

—Yo no creo que sea apropiado que tu decidas nada sobre esto, tal como yo no he decidido nada sobre lo que haces con Belcebú. Lo que quiero... y necesito, es hablar con él a solas —protesta sonrojándose y poniendo la espalda recta y... Ehm... apretando un poco las piernas.

—Ya tendrás tiempo de hablar con él a solas cuando sepamos que tiene buenas intenciones.

—El problema es que yo no parezco tener buenas intenciones si voy contigo.

—¿Por qué no? Eres un ángel.

—Eso no es suficiente...

—Pues debería —ojos en blanco—. Y yo soy otro ángel, así que...

—No... es que el ser ángeles no nos hace confiables.

—Raguel... no estás en posición de negociar. Y nunca creí que tendría que lidiar contigo en plan adolescente irracional, así que si quieres ir a ver a ese chico va a ser con cuidado y cabeza. Y si digo que no necesitas estar solo en la primera cita, es que no lo puedes estar.

Raguel le mira sin poderse creer que esté GABRIEL haciéndole a ÉL de hermano mayor.

—Y más vale que no seas pesado y si digo que nos vamos, no te pongas a protestar.

—Nadie te hizo eso cuando empezaste a hacer lo que empezaste a hacer con Belcebú ¡y mira que lo sabía!

—¡Que ibas a saber!

—¡Sí que lo sabía! Sabía que algo iba... mal. O bien. O ALGO te pasaba y no fui a impedirte que pasara algo más.

—De todos modos eso es diferente.

—No tiene nada de diferente, te has acostado con ella, has bajado a infierno por ella... no puedo creer que me estés diciendo esto, es injusto.

—Ragueeeel

—Llevo años cuidándoles yo. AÑOS —Raguel se cruza de brazos.

—Y yo también. Deja de protestar. En unas semanas me lo agradecerás.

—Tengo UNA oportunidad para esto, Gabriel.

—No seas dramático, no seré yo el que hará que la pierdas o no.

—Eso no lo sabes.

—Si así es, es que ese chico no es lo bastante bueno para ti.

Raguel le fulmina y Gabriel levanta la cabeza muy seguro de lo que dice.

—Exactamente así es como me imaginaba esto de "ser duro".

—No te estoy impidiendo ir, solo digo que vas a tener que permitirme protegerte.

—Pasé quinientos años viéndole sin que nadie me protegiera

—Estuvo mal entonces y lo estará ahora si lo permito, así que... bajando del coche.

Raguel chasquea los dedos y aparece afuera del coche. Gabriel pone los ojos en blanco y tras pagar, se baja también.

Raguel mira alrededor porque de nuevo, no reconoce nada y Gabriel le mira.

—Eso de ahí es la tumba. —le señala

—Nuestra casa estaba... —mira al sol, da un par de vueltas

—¿Tenías una CASA?

—Ehhh...

—Dios mío, ni siquiera Aziraphale es así de cínico —Claro, Gabriel, claro.

—Tuvimos muchos lugares en los que vernos. ¿Dónde te ves tú con Belcebú?

—No tenemos un lugar —además que te quejas tú, señor beso de despedida, taza de café y mano bajo la minifalda en el porche.

—Ya lo tendrás —responde, aún sonrojadito porque le ha llamado cínico—. Vas a casarte, ¿no?

—Bueno, eso es lo que Dios quiere.

Eres tan insoportable a veces...

Es... un talento natural.

—También era la voluntad de Dios tener una casa.

Gabriel levanta una ceja mirándole de reojo. Raguel se humedece los labios, porque está impaciente y empezando a desesperarse un poco con Gabriel.

—Nunca me lo impidió.

—Igual sabías que estaba mal o no lo hubieras ocultado.

—¿Qué intentas, Gabriel? —Raguel le mira.

—Solo lo digo.

—Me suena a que me estás juzgando.

Ojos en blanco. Raguel aprieta los labios. De hecho ahora piensa que... Aamón debe estar por aquí, porque se está enfadando.

—No puedo creer que sigas pensando eso cuando estoy aquí ayudándote. No soy tu enemigo, Raguel, por muy fácil que te sea culparme a mí de todo lo que te preocupa y te da miedo.

—No te estoy culpando a ti... pero tú me estás machacando con que estaba mal y ha estado mal.

—Relájate, ¿vale? Ni siquiera es de eso en lo que tendrías que estar pensando.

—Estoy enfadado... y no sé si quiero ilusionarme con la idea.

—Ya, ya...

—Me refiero a... la de enfadarme. Es raro, yo soy más paciente... no sé si este por aquí.

—Oh... ¿crees? Pensaba que estabas nervioso.

—Lo estoy. Pero siento una rabia contra ti que... no había sentido en general hace mucho tiempo.

—Espera un momento...

—Y es verdad, estás siendo bueno y me estás ayudando, así que quizás sea un poco injustificada... ¿qué?

Inclina la cabeza y chasquea los dedos cambiándole de ropa. Camisa. Sin chaqueta, sin corbata. Dos botones abiertos. Con un suave estampado de cuadros blanco sobre blanco. Pantalones grises.

Gabriel recreándose. Raguel... se mira a sí mismo y levanta las cejas porque... habitualmente va vestido así medio anacrónico con su túnica blanca de Arcángel.

—Ohh...

—Vaya... estás diferente. Te ves bien, deberías vestir así más a menudo.

—Supongo que... paso más como humano de esta forma —sonríe un poco y da una vuelta sobre sí mismo, sonrojándose un poco porque desea gustarle, la verdad.

—¿Tienes frío? —chasquea los dedos y le pone un jersey de punto grueso sobre la camisa

—Cielos... Gabriel, ¡no exageres! SI me ve así no va a reconocerme, de hecho —te reconocería mejor desnudo.

—Así es la moda ahora, seguro él va vestido parecido.

Raguel cierra los ojos, intentando... sentirle. O algo.

—Gabriel... ¿Cómo le entregarías un mensaje del cielo a Aamón?

No sé si está por ahí, la verdad.

—¿Qué?

—Si tuvieras que entregarle un mensaje oficial. ¿Cómo lo harías?

—Pues... haciéndolo.

—¿Y cómo le encontrarías?

—Sabría dónde está. Es... algo intrínseco. Providencial. Ni siquiera tengo que pensar en ello. Sé dónde está el destinatario, es como si todo el mundo fuera en blanco y negro menos esa persona. Como si fuera la única voz que oyera.

—Bien. Quiero mandar un mensaje oficial.

—¡No puedes utilizar así el don!

—Gabriel. Nunca he ocupado tu don para nada que no deba.

—No está pensado para... ugh, esto.

—Es la voluntad de Dios.

—No es la... fuck, Raguel, vale, escribe lo que quieras. Escribe algo.

Raguel sonríe y chasquea los dedos produciendo papel y un bolígrafo. Que no se diga que todo lo tiene anticuado. Se humedece los labios.

Por lo menos no le va a hacer cargar una piedra con los mandamientos.

No. Escribe algo con cuidado. Gabriel se espera, mirándole y ahí le entrega el papel con solemnidad.

—¿Puedo ir contigo?

—Eso no depende de mí —toma aire profundamente antes de tocar el mensaje, porque ya sabe lo que va a pasar.

Finalmente lo toma y suspira mientras su ropa se convierte en la estúpida túnica blanca con rebordes dorados de mensajero oficial y le salen las alas que casi se mueven solas para llevarle a donde sea que tenga que ir.

Tan mono, dice Azrael. Raguel se le abraza por si acaso si puede ir con él.

Por lo visto no hay problema con ello, las alas les llevan a los dos por encima de la ciudad.