Aqui esta mi nueva adaptación espero les guste.

**Los personajes son de Stephenie Meyer y la historia al final les digo el nombre de el autor


CAPÍTULO CUATRO

Chicago

Lunes, 5 de marzo 06:00p.m.

—¿Entonces, cómo te fue? ―preguntó Tanya.

Bella miró por encima del hombro mientras colgaba el abrigo en el armario. Tanya estaba tirada sobre la excusa de sofá que pensaba cambiar algún día. Ethan descansaba en el suelo debajo de ella, compartiendo un plato de palomitas de maíz.

¿Cómo había ido? Hasta las dos treinta todo ha ido… como el cielo. Y a las dos y media, después de que Lauren Mallory consiguiera ver a Edward Cullen, bueno, todo se había ido a pique rápidamente.

Estaba herida. Humillada. Y no quería hablar de ello.

—¿Todavía estás aquí? —Bella entrecerró los ojos con recelo—. ¿Estás enferma? ¿Vas a contagiarte los estreptococos de ese niñito?

—No mami, no estoy enferma. ¿Ves? —Tanya sacó la lengua― Ahhh. Bella puso los ojos en blanco.

—Tanya, grosera, la próxima vez traga las palomitas primero. Ethan rió por lo bajo y levantó una palma para chocar con Tanya.

―Una buena, Tanya.

—Eso pensé. —Chocó su mano con Ethan—. Y no estoy "aun" aquí. Me comí tu avena, rompí una silla, dormí en tu cama. Utilicé tu ducha y tu cepillo de dientes antes de ir al ayuntamiento para tratar de recabar algunos fondos más. Luego, vine para darte apoyo moral, en caso de que el nuevo jefe hubiera resultado intolerable. ¿Lo es?

Bella miró el sofá al pasar de camino hacia la cocina. Por el olor en la habitación, Ethan había metido una pizza congelada en el horno.

―¿Usaste mi cepillo de dientes? Ethan quiero ver tu tarea de matemáticas. Cualquier cosa por debajo de B y el viaje de camping se cancela, muchachito.

—Tengo una B +, mamá —respondió Ethan, la risa desapareció de su voz.

—Bueno, bueno, me alegro. —Olfateó el aire una vez más—. ¿Quitaste el plástico de la pizza antes de meterla en el horno?

Ethan hizo una mueca y se puso de pie con un movimiento elegante, que estaba en desacuerdo con su desgarbada estatura.

—Umm… creo que sí. Voy a comprobar.

—Hazlo. —Sacudió la cabeza y empujó una pila de libros de Ethan a un lado de la mesa con más fuerza de lo necesario.

— Y cuando hayas terminado, ¿puedes llevar estos libros a tu habitación?

Ethanle dirigió una mirada inquisitiva.

―Claro, mamá. ¿Qué anda mal?

Bella se sentó a la mesa, cansada y enojada. Y dolida. ¿Y celosa? Sí. Eso también, se vio obligada a admitir. Lo que la puso aún más furiosa.

—Nada.

—Uh-oh.

Volvió la cabeza a un lado y cruzó su mirada con la de él.

―¿Qué se supone que significa eso?

—Solo uh-oh. —Ethan sonrió encantadoramente, mientras cerraba la puerta del horno—. Ese olor a quemado era del queso que cayó sobre la placa eléctrica. No tiene el plástico.

Su sonrisa consiguió el objetivo. Extinguió por lo menos una parte de la ira burbujeante que la había acompañado toda la tarde. Sintió un poco de culpa. Odiaba presionar a Ethan. Era un buen chico.

―Eso es bueno. ¿Qué significaba ese "uh-oh"?

Ethan suspiró y miró a Tanya para obtener ayuda. Como parecía que no estaba próximo a recibirla, cuadró los hombros dispuesto a enfrentar a su madre como un hombre.

—Cuando vienes enloquecida y tiras mis libros fuera del camino no estás diciendo: "¿Cómo fue tu día cariño?"

—Su voz cantarina en una imitación impecable del acento de Bella―. Y si cuando pregunto si paso algo malo, dices "nada" —bajó la voz a un tono de mal humor y se encogió de hombros—, eso es malo para mí. O algo está realmente mal, en cuyo caso voy a preocuparme, o es… —se aclaró la garganta con delicadeza—, o es tiempo de ir a la tienda de la esquina para aprovechar la oferta del paquete de chocolate tamaño gigante.

Tanya se echó a reír mientras estiraba sus largas piernas en el sofá.

—Tienes que reconocerlo, Bells. —Sus ojos bailaban.

Bella frunció los labios y después soltó una carcajada, la primera desde las dos y media de la tarde cuando Piraña Mallory desfiló para presentarse a Edward Cullen.

—Ustedes deberian alegrarse de que los ame.

Ethan suspiró de alivio, haciendo una parodia de dramatismo.

―¿Entonces no es necesario conseguir una bolsa de medio kilo de M&M? Es casi pascua, deben tenerlos con almendras de colores ahora.

—Estás loco, muchachito. —Bella lo llamó con el dedo—. Ven aquí. Él obedeció y le dio un abrazo bien fuerte.

—¿Estás bien ahora? —murmuró, la preocupación asomando entre sus bromas.

—Perfectamente. ¿Falta mucho para que esté la pizza?

—Quince minutos.

—Astuto más allá de los años, asintió con la cabeza—. Sí, señora. Voy a llevar los libros a mi cuarto para que puedas contarle a Tanya porque estás realmente enojada.

Tanya le dio un suave golpe en el hombro.

—Y no vuelvas hasta que toque la campana de la cena.

—No tenemos campana. Tanya se encogió de hombros.

—Tú ve. ―Sonrió y se sentó junto a Bella—. Que conste que no usé tu cepillo. Tomé uno nuevo del armario. —Cruzó los brazos sobre la mesa—. Entonces, ¿cómo fue tu día, cariño?

Bella puso los ojos en blanco de nuevo.

—Bien.

—¿Es un viejo de quinientos años, agrio como la pus? Bella la miró.

―No.

—Bieeeen —respondió Tanya—. ¿Noventa y cinco y se saca los dientes en momentos inoportunos?

Bella se mordió los labios.

―No. —Tiró de la goma de la trenza y lentamente la fue soltando—. Él es… —Negó con la cabeza, disfrutando del pequeño placer de sentir su cabello libre—. Es otra cosa…

—¿Un asesino con hacha?

—¡No!

—Entonces dime, por Dios. Estoy aquí en ascuas. Bella puso los ojos en blanco.

—¿Te acuerdas del comercial de coca-cola light? Tanya se sentó en su silla, aturdida.

―No me lo creo.

—Créelo. El Dr. Edward Anthony Cullen es mucho mas guapo que el de Coca-cola.

Así que, si tu nuevo jefe es delicia para los ojos, ¿por qué la cara larga entonces?

Bella entrecerró los ojos, sintiéndose petulante y un poco mala.

—No estoy segura.

Tanya hizo una mueca de compasión con sus labios, que se vio arruinada con la risa en sus ojos marrones.

―Pobre, pobre Bella. ¿Tu corazón está descontrolado? Bella negó con la cabeza.

—Así es.

—Oh, muchacha. ―Silbó cuando Bella asintió con la cabeza—. Eso no te puede sentar bien

—¿Por qué dices eso?

Tanya se golpeó la barbilla con el dedo índice.

— Swan, que ha logrado exitosamente evitar cualquier enredo con un hombre durante todo el tiempo que la he conocido. De repente cara a cara con un potente sex appeal. Apuesto a que también le gustas. Eso empeoraría las cosas.

Bella se sentó en su silla y cruzó los brazos sobre el pecho.

―Yo no evito a los hombres —protestó.

—Sí, tú y todo el grupo de ancianos del Rotary club. ¿Quil? ¿Phil? ¿El Dr. Lee? Ellos no cuentan, Bella. Ellos son seguros. Figuras paternas. Demasiado mayores para suponer una amenaza. Te has rodeado de hombres inofensivos desde el primer día. No es que nadie te culpe, por supuesto.

—Por supuesto —murmuróBella.

—Y ahora, un hombre muy sexy, ha sido arrojado en tu pequeño y seguro mundo. Tu corazón está descontrolado…

—Dump, dump, dump ―corrigió Bella, sombríamente. Atronaba de nuevo sólo con recordar la intensidad de su expresión cuando él la miró de arriba a abajo. La forma en que su propio cuerpo había respondido.

—Muy bien entonces. Dump, dump. Ahora estás tentada. No quieres caer en la tentación, porque tienes miedo. Bella, eso es tonto, lo sabes. No todos los hombres son malos.

Si solo fuera tan simple.

—¿Alguien te ha dicho que eres molesta cuando te entrometes?

—Tú, todos los días. No me importa. Tengo razón en esto. ¿Es agradable? Bella asintió tristemente con la cabeza.

—¿Él también quedó impresionado? Bella se encogió de hombros.

—Él me miró.

Tanya se reclinó en la silla, sus ojos azules llenos de especulación.

—¿Cómo?

Bella cerró los ojos. Como si yo fuera la única mujer en el mundo, pensó. Como si yo fuera… deseable. Bonita. Como si me deseara. Pequeña Señorita Inocencia.

Como si tú pudieras tentar a un hombre como Edward Cullen. Claro.

Tanya silbó.

—Wow, ¿te ruborizaste así cuando él te miró?

—Probablemente. —Sintió que su estomago daba vueltas.

—¿Y qué hay de malo en eso?

Bella tragó. Ella no permitiría, bajo ninguna circunstancia, que Edward Cullen la hiciera sentir incómoda. Simplemente no iba a suceder.

—Oh, ¿entonces qué pasó? ―preguntó Tanya, su voz llena de compresión.

—Mallory…

—Oh, por amor de Dios, Bella.

—No, lo digo en serio. Deberías haberla visto, Tanya. Ella entró exigiendo que la recibiera antes de su cita. Todavía estaba con Quil. Así que llamé para ver si ya estaba terminando con él, y va y me empuja para pasar sobre mí como si yo fuera la sirvienta de la casa. Y entonces le echa el ojo a Edward.

—¿La mirada siniestra? —Tanya se inclinó hacia adelante, los codos sobre la mesa, con la barbilla apoyada en su puño.

—No, el ojo sexual. —Se desplomó en su silla. Había sido tan humillante. Su corazón aun no se había recuperado de esas cálidas miradas en su oficina cuando Lauren entró y le enseñó una cosa o dos, acerca de lo que los hombres realmente quieren. Una mirada a Edward Cullen a Lauren pasó a modo persecución, acomodando su pelo rubio platino, y tirando los hombros hacia atrás, en su traje de seda ajustada, haciendo sobresalir sus pechos para que Edward pudiera apreciarlos mejor. Y como cada vez que se enfrentaba a la elegancia natural de Lauren Mallory, su propia autoestima se desplomó.

Tanya se estremeció.

—Oh, no.

—Oh, sí.

—¿El Dr. Cullen mordió el anzuelo?

—¿Cómo no podría? Es un hombre, después de todo.

—Ese era el eufemismo del siglo, Edward era el hombre por excelencia.

—Bella, no estás siendo justa con él, ni contigo misma. No todos los hombres se emboban con una cara bonita. Y Mallory ni siquiera es tan bonita.

—Ella es hermosa y tú lo sabes Tanya.

—Tiene fea piel y se esconde tras un corrector de cincuenta dólares el frasco.

Bella sonrió, feliz por la lealtad de Tanya, de algún modo sosegada y poniendo la situación en perspectiva.

—No importa de todos modos. Esta vez Tanya entrecerró los ojos.

—¿Por qué diablos no?

—Porque yo no estoy en el mercado, ni ahora ni nunca. —Esa era la verdad, así tendría que ser.

—Bella…

Levantó una mano para silenciar a Tanya mientras se frotaba la frente con la otra. Se estaba gestando un gran dolor de cabeza.

―Ya hemos tenido esta conversación. Para mí sería un error comenzar una relación con alguien, sabiendo que no estoy disponible. Todavía la bigamia va contra la ley.

Tanya frunció los labios.

—Así que golpear a la esposa si está permitido.

—Dos errores no hacen un acierto.

—Justamente —dijo Tanya impaciente.

— ¿Qué tengo qué hacer para qué entres en razón? Que un hombre este interesado en ti, no quiere decir que tengas que casarte con él. Ve a una cita, pasa un buen rato. Besa un poco. Juega un rato. Un poco de sexo tampoco es malo. Jesús, Bella…

Bella golpeó la mesa, cortando el argumento de Tanya. Interrumpió las imágenes en su mente que habían surgido con las palabras "un poco de sexo".

—No habría algo como un poco de sexo con un hombre como Edward Cullen. Basta ya, no voy a desafiar a Lauren,ni a ninguna otra persona en esa materia, porque no voy a estar interesada en Edward Cullen.

―Tomó aliento, lo retuvo y lentamente lo dejó escapar—. Pasé por Hanover House en el almuerzo y estarás contenta de saber que bajó la fiebre de Cody esta mañana. El Dr. Lee ha dicho que va a estar bien. Pero no estoy tan segura de su madre. Me dio la sensación de que podría volver con su marido.

Tanya se cruzó de brazos, apretando la mandíbula obstinadamente.

—Estás cambiando de tema, Bella. Y nos guste o no, no es asunto tuyo si se queda o regresa con su marido.

Bella frunció el ceño. Tenían esa discusión cada vez que una mujer dejaba la seguridad de Hanover House y regresaba con su abusivo marido.

—¿Te quedas a cenar o no?

Tanya suspiró y se pasó los dedos por su corto pelo.

—Claro. Soy una fanática de las pizzas de plástico, y todavía no hay nada en mi alacena. Bella se apartó de la mesa.

—Bueno, entonces voy a hacer una ensalada. Te juro que tendrías escorbuto en una semana si no fuera porque te hago comer vegetales.

—¿Bella?

Se volvió lentamente en la puerta de la cocina. Sabiendo por la expresión del rostro de su mejor amiga que no estaba satisfecha todavía. Ese era el problema con las mejores amigas. Te conocían demasiado bien.

—¿Qué?

—El negro te sienta bien. Y no te olvides de retocar las raíces antes de ir a trabajar mañana.

OOOOO

Oficina Estatal de Investigación.

Raleigh, Carolina del Norte Lunes, 5 de marzo

07:00p.m.

El Agente EspecialEmmett MaCarty, de la Oficina de Investigaciones de Carolina del Norte, sentía el infierno en su cabeza. Un dolor de cabeza constante y persistente.

El dolor se llamaba tía Helen. Era la hermana de su madre. En verdad era su tía favorita y la quería mucho. Cuando él era un niño ocho años, lo llevaba de pesca.

Maldita sea, esa mujer pescaba como un profesional. Se resistía a limpiar sus propias capturas, pero lo compensaba cocinando la pesca del día. Cuando fue un adolescente de trece años, con granos y pecas, le enseñó a bailar y a poner un ramillete en el vestido de una chica sin recibir una bofetada a cambio. Cuando fue un novio torpe que iba a ser padre a los dieciocho, ella le ató la corbata, y le dijo que estaba haciendo lo correcto. Mimó y ayudó a cambiar los pañales de cada uno de sus tres hijos.

Y sostuvo su mano cuando a los treinta y tres años enterró a su esposa. Hacía tres años de eso. Se fue a vivir con ellos antes de que las lágrimas de los chicos se hubieran secado. Todavía se hacía cargo de ellos. Cocinaba, limpiaba. Se aseguraba de que los calcetines de los muchachos estuvieran cegadoramente blancos, y de que combinaran. Se aseguraba de que él no llevara una corbata de cachemira con la chaqueta de espigas. Cantaba canciones de cuna a su hijo menor, y los acostaba con un beso y un cuento de dragones y tierras lejanas. Iba a pescar con su hijo del medio y le enseñó al mayor a bailar y a poner ramilletes en el vestido de una chica.

Sí. Ella era su tía favorita. Y la amaba mucho.

Sin embargo, era la causa del dolor punzante detrás de sus ojos en ese mismo momento. Porque ahora, a los treinta y seis años, con su pelo negro rizado, musculoso y un espacio en su dedo anular, era un macho disponible y sus hijos necesitaban una madre. Él debería saberlo. Tía Helen lo decía. Diariamente. En ese mismo momento, de hecho. Y ella tenía la chica adecuada… volteó los ojos hacia atrás. Ella siempre tenía la chica adecuada.

Se recostó en la silla y se frotó los ojos. No tenía caso. El dolor de cabeza siguió y siguió. Helen tenía la tenacidad de la maldita batería del conejito rosa. Y el hecho de que lo que ella más deseaba era precisamente lo que él había prometido evitar a toda costa… bueno eso solo sería un problema más en la maraña de su vida.

Emmett cambió el teléfono a su otra oreja y con la otra mano tomó el archivo del caso que había estado leyendo cuando ella había llamado.

―No Helen, N-O. No quiero salir con la sobrina del primo de tu amiga, no me importa si ganó el concurso de belleza local a los diecisiete. No me interesa si es tan dulce que hace ver a la Madre Teresa como si fuera Hitler. La respuesta sigue siendo no.

—Ella tiene su propio bote de pesca ―lo persuadió Helen—. Con localizador de profundidad y GPS.

Emmett se sentó en la silla.

―¿De veras? —Sus ojos se achicaron―. ¿No me estarás mintiendo, verdad Helen?

Esta podría ser una salida con beneficios adicionales. Sería una manera de alejar a Helen de su espalda durante algunos meses, y hacer actividades recreativas legítimas, al mismo tiempo.

—Doscientos caballos.

Emmett se mordió el labio. Odiaba las citas a ciegas de su tía. Las odiaba. Pero, demonios. La mujer tenía localizador de profundidad y GPS en un bote de doscientos caballos. ¿Qué tan malo podía ser? Una, tal vez dos citas con la reina de belleza y Helen dejaría de intentar emparejarlo, quizás hasta el otoño, si jugaba bien sus cartas.

―Está bien, está bien, dame su número.

—Pensé que el barco lo conseguiría ―dijo Helen, obviamente muy satisfecha con su victoria—.

Eres un hombre difícil de emparejar, Emmett.

―Ya lo sé. ¿El número? —Conteniendo un suspiro, lo escribió―. Intentaré llamarla mañana.

—¿Por qué no esta noche?

―No presiones, Helen. —Masajeó la parte de atrás de su cuello―. Además tengo que responder unas llamadas. No retrases la cena por mí. Pero dile a Alec que estaré a tiempo para arroparlo.

Ya había realizado cuatro de las seis llamadas de la lista. Le faltaban dos para poder irse a su hogar, una cena caliente y una cerveza fría. Y sus muchachos, siempre sus muchachos.

—¿Emmett?

Miró hacia arriba para encontrar a su jefe apoyado en el marco de la puerta, su rostro habitualmente jovial tenía el ceño fruncido, llevaba una carpeta manila bajo el brazo. Emmett colgó el auricular del teléfono.

―¿Qué pasa?

—Entró un nuevo caso de Asheville.

―El Agente Especial a cargo Stefan Farrell puso la carpeta sobre el escritorio de Emmett. Farrell era muy riguroso con los detalles, a veces hasta el punto de molestar a todos en el comando. Pero era un buen hombre, un buen líder. Y Emmett lo respetaba.

— Necesito que vayas allí mañana y chequees como va. Emmett abrió el archivo y ojeó las primeras páginas.

―Me acuerdo vagamente de este caso. Esposa e hijo de un policía desaparecidos. ¿Hace cuánto? ¿Siete años ya? ¿Cómo conseguiste tan rápido el archivo? Ayer por la mañana removieron el auto. —Miró a Farrell—. ¿Por qué no se ocupa la oficina de Asheville? Es su jurisdicción. ¿Qué está pasando, Stefan?

Farrell se encogió de hombros.

―Al mediodía recibí una llamada del Jefe de la oficina de Asheville. Él estaba en la oficina del fiscal del distrito hace siete años. Y en aquel entonces, creyó que el marido lo había hecho. Pero no hubo pruebas suficientes para acusarlo. Teme que se escondan cosas debajo de la alfombra. Al parecer, el personal del Departamento de Policía de Asheville tiene contactos con el marido, por lo que les preocupa un conflicto de intereses dentro de la oficina ―vaciló, luego se enderezó—. También recibí una llamada del detective que investigó el caso. Está jubilado, nos conocemos hace muchísimos años. Él también cree que el marido lo hizo. Esta vez, quiere hacer lo correcto por la mujer y el niño.

Emmett miro a Farrell un buen rato.

―¿El detective te llamó primero a ti o a la oficina de Asheville? Farrell se veía claramente incómodo.

—Me llamó primero a mí y le recomendé que siguiera los canales habituales para conseguir la participación del Departamento. Lo hizo y la central nos pidió que nos involucremos.

Emmett bajó la mirada al archivo.

―Tú padre es policía retirado del DP de Asheville, ¿cierto?

Farrell hizo un gesto con la cabeza que Emmett interpretó como un asentimiento. Eso fue suficiente. Se masajeó las sienes sintiendo que el dolor de cabeza empeoraba. Había estado en casos como este alguna vez. Y el resultado, raramente era agradable. El oficial de la Oficina de Investigaciones, raramente era acogido con los brazos abiertos por la policía local.

Usualmente, al menos uno de los miembros de la fuerza local, veía a los agentes de la Oficina como intrusos en su territorio. La verdad era que el Oficina Estatal de Investigaciones contaba con más recursos y estaba mejor equipada para investigar los casos que gracias a Dios, no eran cotidianos en las pequeñas ciudades de Carolina del Norte. Sin embargo, su presencia era considerada una "interferencia externa" por la policía local.

—¿Sabe la policía local que voy a meterme en su investigación? Farrell asintió con la cabeza.

―En realidad, el teniente a cargo del Departamento de Policía de Asheville, llamó a la oficina central esta mañana. —Miró el block de notas―. Su nombre es Teniente Zafrina Ross. Es muy respetada en la oficina de Asheville. Ella pidió el apoyo del Oficina Estatal de Investigaciones. Así que al menos puedes contar con al apoyo de la cabeza.

Emmett sonrió.

—¿Antes o después de que tu padre hablara con ella?

Farrell negó con la cabeza con una ligera sonrisa.

―Tendrás que hacerle tú mismo esa pregunta.

Emmett miró el archivo una vez más. Había poca información.

—¿No se encontraron los cuerpos?

―No. —Farrell se apoyó en la esquina del escritorio―. Y no había evidencias de juego sucio cuando la esposa y el niño desaparecieron hace siete años.

Emmett frunció el ceño, ante la mirada de preocupación de Farrell

—¿Y ahora?

Farrell se encogió de hombros.

―Eso es lo que quiero saber. Emmett cerró el expediente.

—Voy a salir a primera hora de la mañana. ―Se permitió una sonrisa—. Ah, y voy a darle a tu padre tus saludos cuando hable con él.

Farrell se levantó y se dirigió a la puerta.

―Asegúrate de que mi madre te invite a sus pasteles de batata. Son los mejores.

OOOOO

Chicago

Lunes, 5 de marzo 09:00p.m.

Edward se relajó al volante de su coche, gratamente agotado, luego de su primer día en Carrigton College, encontrando cómodamente familiar el regreso al hogar.

Todavía era difícil pensar en ella como en su propia casa. Había pertenecido a su abuela desde antes que él y sus hermanos nacieran. Situada al oeste de Chicago, rodeada de campos agrícolas, la casa era vieja, con corrientes de aire… y absolutamente maravillosa. Sonrió cuando dobló en el camino de entrada. De niño se había colgado de las ramas de los arboles, con Jasper y Carlisle a su lado, corriendo arriba y abajo de la carretera. Catherine pisándoles los talones y Vanessa llorando porque la habían dejado atrás, de nuevo. Él había extrañado a su familia. No se había dado cuenta de cuánto hasta que Cathy llamó para pedirle que volviera a casa.

Su hijo mayor había encontrado un trabajo en Virginia y la casa iba a quedar vacía. La llamada de Eric Yorkie había sido verdaderamente providencial, como le había dicho a Isabella Swan por la mañana.

Ella había sido una agradable sorpresa, pensó. Todas las secretarias de Departamento de Historia que había conocido eran grises, cincuentonas y abuelas. Bella era todo lo contrario. Una ola de excitación surgió con el recuerdo de sus curvas redondeadas y la encantadora manera en que se ruborizó al darse cuenta de su escrutinio. Ella era todo lo que había estado buscando. Hermosa y compasiva. Obviamente inteligente. Lástima que parecía no tener la misma apreciación de sí misma que él le daba. Si la hubiera tenido, Lauren Mallory nunca habría sido capaz de apagar la luz de sus ojos con tanta rapidez. La furia había surgido en su interior y había necesitado hasta la última gota de contención para evitar mandar a Lauren Mallory al infierno. El anciano profesor Quil Ateara le había advertido sobre Mallory.

Había estado en lo cierto.

Pero ver a Lauren tratar a Bella como si fuera un sirviente y ella la reina, despertó en él un sentido de posesión y de protección hacia Bella que lo tomó por sorpresa.

Al recordarlo horas más tarde, el sentimiento todavía lo tomaba por sorpresa.

La sorpresa fue en aumento al encontrar un clásico T-bird, ocupar más de la mitad del camino de entrada.

—Jasper―murmuró, con alegría y fastidio a la vez.

Aparcó su coche lo más a la izquierda que pudo, para terminar sobre la hierba parcialmente cubierta de nieve. El deshielo de primavera jugaba las últimas bromas, dejando montones de hielo fangoso a su paso. Tendría los zapatos llenos de lodo antes de llegar a la casa. Pero la alegría se impuso. Jasper estaba ahí y Edward lo había extrañado.

Edward encontró la puerta abierta y el chisporroteo y el aroma de la fritura se metieron en sus orejas y su nariz. Dejó el maletín en el piso de madera del vestíbulo, y colgó el abrigo en una de las clavijas que el abuelo Cullen había clavado en la pared en los años sesenta. Había llegado finalmente a casa.

—¡Jasper!

―En la cocina.

Dejó que su nariz guiara el camino y encontró a su hermano sacudiendo drásticamente las verduras en un wok grande sobre la cocina. Jasper lo miró con una sonrisa y los años parecieron desvanecerse.

—Ya era hora de que llegaras a casa. ―Dejó caer el wok para dar a Edward un abrazo de oso. Los segundos fueron pasando mientras los hermanos se daban un verdadero abrazo. Similares en peso y en tamaño, habían hecho una pareja formidable, allá en su tiempo. Y a pesar de los dos años que los separaban, siempre habían sido un par. Con un apretón duro, Jasper lo dejó ir primero y se volvió hacia la cocina.

Edward miró por encima del cuello de Jasper las verduras que chisporroteaban.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?

―Desde que Ma y yo terminamos de hacer las compras de los comestibles. —Jasper rodó los ojos al techo como si rezara por paciencia y Edward se echó a reír―. Tus alacenas están oficialmente surtidas.

—Mejor tú que yo ―dijo Edward, con el corazón ablandado—. Ella se ha tomado mucho trabajo por mi causa.

―Está contenta de tenerte en casa. Por fin. —Jasper hizo un pase mágico con su muñeca y las verduras saltaron peligrosamente para caer por milagro en el wok otra vez.

Edward miró con cariño a su alrededor. La cocina era vieja y chillona. Enormes hortalizas y varas doradas decoraban las paredes. La abuela Cullen había puesto ese papel cuando él era niño y lo había odiado tanto como ahora. Pero era una parte tan importante de ese lugar como lo era la herradura colgada sobre la puerta, la mesa antigua y las sillas con respaldo de caña. Ma los llamaba antigüedades, la abuela los llamaría viejos.

―Estoy contento de estar en casa. Eso huele bien.

Jasper sonrió.

—Pensé qué tenías una cena en el trabajo.

―Aperitivos. ―Había habido un filete… pero eso había sido hace horas. Jasper sirvió los platos y se unió a él en la mesa.

—Siéntate y disfruta. Tuviste algunas llamadas mientras no estabas. Edward se recostó contra el respaldo de la silla

―¿Quién?

—Tu agente de bienes raíces en Denver. Tiene una buena oferta por el condominio, le dije que la aceptara.

Los ojos de Edward se abrieron con incredulidad.

―¿Le dijiste qué? Jasper se echó a reír.

—Aun eres tan fácil, Edward. Le dije que te daría el mensaje. Deberías aceptar, es una gran oferta.

―Hizo una pausa—. Después llamó alguien llamado Dan.

―¿Y? —Dan era el único amigo que había hecho mientras había vivido en Denver. Jasper se mordió el labio, vacilando.

―Él dijo que la boda se realizó sin ningún problema.

Edward respiró profundamente y a continuación dejó escapar un gran suspiro.

—Bueno, supongo que eso es todo.

Jasper bajó el tenedor y apoyó la barbilla en los puños, con los codos sobre la mesa.

―¿Qué pasó, Edward?

Edward miró a su hermano con cautela, al ver la preocupada mirada gris, se fue derritiendo toda su resistencia.

—Su nombre era Kate. Salimos durante dos años. Le pedí que se casara conmigo, aceptó. Y luego, hace seis meses me dejó diciendo que había conocido a alguien "más compatible". ―Era imposible mantener la amargura fuera de su voz―. Esa es la boda que se realizó sin ningún problema.

Jasper parpadeó una vez.

—Bueno, eso fue conciso.

―Sí, bueno, eso es lo importante del asunto.

Jasper bajó los puños a la mesa con un movimiento salvajemente controlado, haciendo rebotar los cubiertos.

—¿Quieres decirme que estuviste comprometido y nunca nos hablaste de ella? ¿Nunca la trajiste a casa para que la conociéramos? ¿Ni siquiera Ma? ¿Durante dos años? ―Fue levantando la voz con cada pregunta, así que llegando a la última, estuvo a punto de gritar.

Edward hizo una mueca.

—Algo así.

Jasper negó con la cabeza con una expresión atónita.

―¿Por qué diablos no?

—¿Por qué no? No lo sé. Tal vez porque sabía que no les gustaría.

Jasper se obligó a calmarse visiblemente.

―¿Y por qué piensas algo así?

Edward empujó la comida en su plato, a pesar del hambre de unos minutos atrás, había perdido el apetito.

—Porque no les habría gustado. ―Se encogió de hombros ante la mirada fija de su hermano—.

Ella no era… como nosotros

―¿Qué era... protestante?

Edward soltó una risita, no estaba preparado para el humor irónico de Jasper.

—No, en realidad no era nada. Agnóstica. Pero no es eso. Kate era… era… ¡maldita sea! Jas, no sé cómo decirlo sin que suene como que estoy avergonzado de ustedes y no es eso.

―Dilo y deja que sea yo el que juzgue.

Edward dio un mordisco y meditó su respuesta mientras masticaba y tragaba.

—Kate era muy de ciudad. Sofisticada y dramática. Era actriz.

―No. Dime que no es eso —dijo Jasper de manera dramática con fingido horror, santiguándose. Edward frunció el ceño.

―No tienes que ser sarcástico. Esto es difícil para mí.

—Lo siento. ―Jasper se levantó y buscó dos cervezas de la nevera y el abridor del cajón—.

Toma, una ofrenda de paz.

—Está bien ―Edward tomó la botella, aun con el ceño fruncido.

—Así que, ¿cómo conociste a la señorita uptowngirl-irl? ―Hizo un gesto con la botella cantando las dos últimas palabras de la canción de Billy Joel.

Jasper lo hacía sentirse mejor, a pesar de sí mismo. Siempre había sido capaz de hacer eso.

—Ella tenía un papel en una producción local de Ricardo III y vino a verme para hacer algunas preguntas. No sé, Jas. Yo estaba fascinado. Era diferente a cualquiera de las mujeres que había visto en los últimos años.

―¿Cómo es eso?

—Ella era… increíblemente hermosa.

―Siempre las has elegido así, Edward.

—Eso era cierto, antes.

La botella golpeó la mesa con un ruido sordo.

―De ninguna manera. Demonios si tengo que escuchar esto de nuevo. No vas a decirme que no has sido capaz de atraer a una mujer hermosa en los últimos putos doce años.

Los ojos de Edward se estrecharon. Ninguna que se hubiera quedado lo suficiente después de ver sus cicatrices se había convertido en alguien especial.

—Algo así.

―Maldita sea, Edward, todo eso de ser medio hombre fue una mierda hace años y es una mierda ahora.

—No, Jasper, no lo es.

―Dejaste la silla de ruedas incluso antes de llegar a Denver. Yo debería saberlo. Me quedé contigo en Boston cada maldito año solo para poder patear tu culo a rehabilitación.

―Y estoy agradecido por eso. —Edward estaba más que agradecido. Él siempre estaría en deuda con Jasper, por renunciar a cuatro años de sus veinte para intimidarlo a moverse. Podía caminar sobre sus pies gracias a Jasper. ¿Cómo podía siquiera empezar a pagar eso?

Jasper se cruzó de brazos.

―Odio cuando utilizas ese tono de voz. Edward levantó una ceja.

—¿Qué tono de voz? ―preguntó en voz baja. Jasper masculló una explícita maldición.

—Ese tono de voz. El que dice: "No me toques". ¿Es que no entiendes nada de nada? No quiero tu gratitud de mierda. Edward, nunca la quise.

Edward sintió que su propia indignación crecía.

―¿Entonces qué quieres?

Jasper se apartó de la mesa y empezó a limpiar la cocina en busca de cualquier cosa en que descargar su ira. Uno de los platos de porcelana de la abuela quedó destrozado cuando lo tiró dentro de la pileta de porcelana antigua.

—Quiero que me hables. ―Se dio la vuelta y enfrentó a su hermano, con un gesto de desnuda angustia en su rostro—. Quiero a mi hermano.

Lo golpeó en el corazón, en lo más profundo, como ninguna otra palabra podría. Los ojos de Edward se cerraron y sintió la garganta espesarse por la emoción.

―Estoy de vuelta, Jas.

—Tu cuerpo está de vuelta, Edward. Quiero que… ―Increíblemente la voz de Jasper se quebró, luchando contra las lágrimas.

—Te extrañé.

―Tragó saliva.

— Te quiero. Todos lo hacemos. Vuelve a casa, Edward.

Edward hundió los hombros y dejó caer el rostro entre sus manos. ¿Cómo pudo lastimar a la gente que más amaba de esa manera?

―Nunca le dije a Kate.

Jasper se arrodilló sobre el frio linóleo y apartó las manos de Edward de su rostro.

—¿Nunca le dijiste sobre el accidente? ¿Acerca de la silla de ruedas? ¿Por qué diablos no? La risa de Edward sonó estrangulada y áspera.

―Porque soy un… ¿cómo es que me llamabas?

—Un autocompasivo hijo de puta.

―Sí, eso es lo que fui.

—Así que no la podías llevar a casa, porque podría oírlo de alguno de nosotros.

―Algo así.

—Edward. ―La compasión se mezclo con el desagrado.

—Ya lo sé.

―No, no. Ma cree que estás avergonzado de ella.

Edward lo miró con expresión feroz.

—Jamás, ni una sola vez he sentido eso.

―¿Entonces por qué has estado fuera tanto tiempo, Edward? ¿Por qué viajar por todo el país? Y no digas que por el trabajo. Podrías haber conseguido un puesto en cualquier universidad de Chicago. ¿Y por qué cuando venías a casa te mantenías tan… distante?

Edward miró hacia otro lado.

—Esas son muchas preguntas.

―No hablamos muy a menudo ―dijo Jasper secamente.

—¿Y cuál es el veredicto? ―Edward escuchó la burla en su propia voz, pero no podía más. Lo habían atosigado tanto como si le hubieran pedido que corriera una carrera de cinco kilómetros. Y no es que pudiera correr, de todos modos.

Jasper volvió a sentarse sobre los talones.

—Culpable. Pensamos que te sientes culpable. Por papá.

―Eso tiene que ser el más ridic… —Se interrumpió cuando Jasper arqueó una ceja a sabiendas.

Maldito sea, por ser tan intuitivo.

―Es estúpido sentirse culpable después de todo este tiempo, Edward. Edward miró a Jasper, todavía de rodillas.

—Creo que les debo una explicación. Jasper se encogió de hombros ante eso.

―¿Entonces por qué tu Kate se casó con otra persona?

Edward apretó los labios y optó por ignorar la razón más obvia de Kate.

—Dijo que necesitaba a alguien con más… dinamismo…

―¿Ella dijo dinamismo? —La risa de Jasper salió de lo más profundo―. No pensé que la gente de ciudad se permitiera usar esa palabra.

—Crees que eres brillante. ―Pero Edward no pudo lograr el desprecio que estaba tratando de poner en sus palabras, porque sus labios temblaban. Jasper era tan bueno haciéndolo reír.

—Aprendí un par de cosas en Harvard.

―Tal vez de un par de enfermeras en el centro de rehabilitación.

—Yo tenía que hacer algo para llenar las horas de soledad en las que tú estabas en clases.

―Eres un gran tonto.

—¡Oh, tipo duro! Edwardse puso serio.

―Dijo que no era suficientemente espontáneo para ella.

—Bueno, eso es cierto.

Las cejas de Edward se reunieron bajo su fruncido ceño.

―¿Perdona?

—No eres espontáneo, Edward. Acéptalo. Piensas malditamente demasiado. ―Se levantó y se sacudió las rodillas—. Me tengo que ir ahora. Tengo tres motores en los que trabajar mañana.

Edward se puso de pie, el dolor siempre presente en su cadera lo obligó a hacer una mueca.

―¿Cómo está el negocio?

Jasper había puesto su propio taller con su parte de la herencia de la abuela.

—Tuvimos beneficios el año pasado, por fin. ―Buscó los guantes y el abrigo—. Ah, tienes otro mensaje. Alguien llamado Isabella.

El corazón de Edward dio un vuelco.

―Mi secretaria. Jasper agitó las cejas.

—¿En serio?

―Cállate. ¿Qué te dijo? Jasper sonrió.

—Solo que ya había preparado todo para que vinieran a recoger tus cosas mañana. Y quería estar segura de que habría alguien en la casa.

―Trabaja rápido. —Su rostro apareció en la mente de Edward, sus ojos marron riendo mientras se le formaba el hoyuelo. Entonces su mente siguió a la deriva, recordando como llenaba el sweater azul. ¡Oh Dios! Estaba seguro que su subconsciente estaba inventando algunas fantasías interesantes con que llenar sus sueños esa noche.

―¿Ah, sí?

Edward frunció el ceño.

—Saca tu mente de la cuneta. ―Que era exactamente donde la suya se había dirigido—. Es una joven encantadora y tiene un hijo.

―¿Y un marido?

—No, no tiene uno de esos.

―¿Y tú vas a ser espontaneo?

Maldito sea. Jasper era bueno leyéndole la mente.

—Lo estaba considerando.

Jasoer rompió en carcajadas y fue hacia la puerta.

―Edward, solo tú considerarías ser espontaneo. Me gustaría conocer a Isabella en persona.

Edward sintió un arrebato de celos que apuñaló su corazón, tan repentinamente que lo sorprendió. Ni siquiera quería pensar en Jasper mirando a Bella, y mucho menos conociéndola.

—No… ―Se cortó a mitad de la frase, pero el tono enojado de la palabra fue obvio y el resto de la frase quedó suspendido entre ellos. No te atrevas. Los ojos de Jasper se oscurecieron, inconfundiblemente heridos. Y Edward, de repente, se sintió peor que una basura.

—Dije que me gustaría conocerla, Edward. No huir a Tahití con ella. Puedo conseguir mujeres por mi cuenta. No necesito robar la tuya ―añadió en voz baja.

Abrió la puerta delantera y Edward hizo una mueca, más por lo helado del tono de su hermano que por el aire frío que entraba por la puerta. Llegó a la puerta a tiempo para ponerle una mano en el hombro a su hermano.

—Jasper, lo siento.

―Sí. —Esa sola palabra de Jasper estaba llena de duros reproches.

―Por favor. ¿Puedes darte la vuelta y mirarme? —Edward esperó hasta que Jasper se girara, pero descubrió que no podía enfrentarse al dolor en los ojos de su hermano después de todo. Bajó la mirada hasta la mano que sostenía el bastón con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos―. Lo siento. Yo… —Sacudió la cabeza y se alejó―. Gracias por la cena. —Incluso el mismo podía escucharse usar el tono que Jasper tanto despreciaba. Aguardó, esperando que la puerta se cerrara de golpe. Pero no fue así.

En cambio la mano de Jasper le apretó el hombro.

―¿Qué pasó, Edward? —preguntó en voz baja―. ¿Qué pasó, para que creas que alguna vez podría hacerte daño? —No dijo nada mas, sólo le apretó fuerte el hombro.

Edward bajó la cabeza, abrupta y completamente exhausto. Y luego las palabras surgieron. Ni que hubiera podido detenerlas por más que lo intentara.

―Ella no podía soportar mirarme. Kate. No podía tolerar cuando otras personas me miraban con… ―Dejó sin terminar la frase, el silencio más pesado de lo que la palabra lo hubiera sido.

Jasper no dijo nada, solo apretó más su hombro.

―Dijo que quería un hombre normal.

Listo. Estaba fuera. Finalmente. Se había hecho eco en su mente. Normal. Normal. Como el comodín con que se casó en Denver. Lo que él no era.

El silencio se extendió en el tiempo. Entonces Jasper se aclaró la garganta.

—Bien por ella. Tú no eres normal.

A Edward se le cerró la garganta. Las lágrimas le picaron los ojos por primera vez en años, más de lo que podía recordar. Fue increíble, realmente increíble la diferencia, cuando exactamente las mismas palabras eran pronunciadas con intención diferente. Cuando Kate las había dicho, habían sido frías y sin corazón. Cuando Jasper las dijo, formaban una manta caliente, abrazándolo. Devastándolo.

―Nunca fuiste normal, Edward —continuó Jasper y Edward pudo sentir la emoción obstruyendo su resonante voz de barítono―. Tú siempre fuiste mi hermano.

—Retiró la mano del hombro y Edward se sintió abandonado.

Los dos se quedaron parados hasta que el silencio se volvió incomodo. Edward se aclaró la garganta.

―¿Estás ocupado para cenar mañana?

—Si vas a cocinar, definitivamente no estoy disponible. ―La voz de Jasper era ligera, pero forzada.

—¿Qué tal si compramos una pizza?

―Entonces yo diría que tienes una cita. —Hizo una pausa― ¿A las cinco, más o menos? Edward asintió con la cabeza, todavía de espaldas a su hermano y la puerta abierta.

—A las cinco está bien.

La puerta se cerró y la casa de la abuela Cullen… su casa, quedó en silencio. Escuchó el ruido del coche clásico de Jasper por el camino de entrada hasta que el sonido se apagó. Luego limpió la humedad de su rostro. Estaba en casa. Finalmente.