El Ascenso de un científico loco

¡Descubriré como funciona el mundo!

Un Respiro en el Templo

"Gracias por llevarle esto a nuestro padre, Ferdinand."

Me crucé de brazos e hice una ligera reverencia a Lady Georgine mientras dos guardias ayudaban a subir las cajas de madera que debían enviarse a Eisenreich, así como un gran sobre lleno de tablillas y pergaminos con los reportes de Hirschur y los asistentes adultos.

Pasaba de la sexta campanada del día de la fruta. Habría querido irme desde temprano para no preocupar más a milady, pero la cita de inscripción en la biblioteca había sido durante la segunda mitad de la tercera campanada y la fiesta de té con los profesores de música y al menos dos alumnos más de otros grados y Ducados se había celebrado desde mediados de la cuarta y hasta un cuarto de campanada atrás. Por suerte no tuve que soportar al idiota del príncipe Sigiswald y su obvio desprecio por el templo.

"¡Por favor, asegúrate de calmar a Lady Rozemyne, querido hermano!" me instruyó Gudrun "No está bien que tú señora se preocupe tanto por ti."

"Haré lo posible, hermana."

"Gudrun, mejor olvídalo" se mofó Lord Sylvester, quién de algún modo ahora estaba con nosotros "Mi hermana solo quiere consentir a su mascota y rascarle detrás de las orejas."

Me moví lo suficiente para que mi cabello cubriera mis orejas que ahora estaban ardiendo e hice lo posible de tragarme la mueca amarga que ese comentario me arrancó. No importa que tan duro intenté mantener una sonrisa noble, hay comentarios que no es posible evitar.

"Milord, no soy una mascota." Intenté defenderme, recibiendo una carcajada de parte de Sylvester, una risita nasal mal disimulada de mi hermana y una sonrisa divertida de Lady Georgine. Debería pedirle a ella que me entrene para ocultar mejor mis emociones en este nido de buitres llamada sociedad noble.

"Sylvester, esa no es manera de reírse para un candidato a archiduque. Tendré que aleccionarte, supongo."

El ruido burlón se cortó en ese momento y la cara antes roja por la risa de Lord Sylvester se volvió tan pálida, que parecía que su alma lo había abandonado.

'Tal vez sea mejor buscar otra manera de entrenar mi autocontrol. No parece prudente molestar a los hijos del Aub con mis problemas.'

"En cuanto a ti, Ferdinand" prosiguió Lady Georgine "disfruta tu descanso y demuéstrale a mí hermanita que no tiene nada que temer. No está bien que sean las chicas las que se preocupen de esa manera por el bienestar de los chicos. ¿No estás de acuerdo?"

Asentí con seriedad, cruzando mis brazos de nuevo antes de subir al círculo de teletransporte con Joseph.

"¡Recuerda repasar los apuntes que te dimos, hermano! Pasar todos los exámenes escritos a la primera no justifica aflojar en los estudios."

Quise contestar, pero fue imposible. Las luces negras y doradas nos envolvieron y en menos de un parpadeo ya me encontraba en Eisenreich.

No había dado ni dos pasos fuera del círculo cuando algo, o mejor dicho, alguien, me tacleó cómo si hubiera entrado a un campo de fútbol americano.

"¡Ferdinand!"

"Mi-milady… ahm."

Un par de enormes ojos dorados y llorosos se apartaron apenas un poco de mi pecho, observándome con lo que parecía una mezcla entre felicidad y preocupación antes de que la dueña se separara del todo y me obligara a levantar mis manos.

"¿Estás bien? Nadie te lastimó, ¿verdad?" dijo mi maestra antes de obligarme a girar, pasando sus manos por mi cintura y luego colocándolas en mis mejillas para obligarme a agacharme "¿Bajaste de peso? Mi pobre, pobre Ferdinand. Yo…"

"¡Rozemyne!" gritó el Aub una sola vez y mi señora me soltó, acercando sus puños a su pecho sin dejar de mirarme, tratando de sonreír mientras un par de enormes lagrimones caían de sus ojos.

"¡Bienvenido a casa, Ferdinand!"

"Estoy de vuelta." Respondí en automático sintiendo mis orejas colorearse de nuevo.

'¡No seas tonto! ¡Esto no es Japón y ella no es tu familia! ¡Es más como… como un jefe… una hermanita menor adorable que además es tu jefe! ¡Contrólate!'

Respiré y dejé que mis facciones y mi cuerpo se relajaran lo suficiente para desplegar la sonrisa noble que debía llevar frente a las personas de mayor rango que yo.

Volteé atrás. Las cajas ya habían sido descargadas y Joseph esperaba de pie a mi lado, por lo cual lo despedí. Tenía mis propios asistentes en el Templo, así que no necesitaría la ayuda de Joseph sino hasta el día del agua.

"Ferdinand" me llamó el Aub. Yo solo crucé mis brazos y me arrodillé para escuchar con atención "antes de que vuelvas al templo, necesito hablar de algunos asuntos contigo."

"¡Cómo ordene, Aub!"

"¡A solas!" recalcó el archiduque. Apenas levantar la cabeza noté que estaba observando a milady con fijeza y un rostro severo.

Lady Rozemyne me miró entonces y luego a su padre antes de asentir y posar sus ojos en mí una vez más. "Te estaré esperando en la sala de juegos, entonces podremos volver en mi shumilbus. Le hice algunas mejoras a Lumi y quiero que las veas."

Yo solo asentí, luego me puse en pie y seguí a mi Aub. Un vistazo rápido atrás y pude ver cómo Lady Rozemyne se alejaba hacía el lado contrario, notando mi mirada y haciéndome un ademán de saludo con la mano al tiempo que me dedicaba una cálida sonrisa.

.

Un cuarto de campanada después, luego de aclarar todas las acusaciones y los malentendidos, pude pasar por mi señora a la sala de juegos de dónde salió con prontitud.

La nieve caía con fuerza afuera del palacio, poniéndome nervioso hasta notar a los cuatro guardias que siempre nos escoltaban del castillo al templo tomando posiciones.

"¿Listo, Ferdinand?" Preguntó Lady Rozemyne antes de sacar la piedra de su jaula y formarla de inmediato.

La puerta se abrió para que pudiéramos abordar. Esperé a que mi señora entrara y luego subí. Me sorprendió verla sacar un cinturón de seguridad de un lado de su asiento y cerrarlo al otro lado, a la altura de su cadera.

"¿Qué te parece?" me preguntó henchida de orgullo "estuve pensando mucho en lo que me explicaste de la seguridad y como es posible usar correas para mantenerse a salvo. ¿Crees que debería añadir más?"

La observé tomar las riendas de su shumilbus y agitarlas para comenzar a moverse. Solo pude sonreír. Ella no recordaba haber visto un automóvil o cinturones de seguridad y aún así había sido capaz de reproducirlos.

"Milady es la persona más inteligente y hábil de este mundo. No sabe cuánto me honra representarla y estar a su servicio."

"¿Eh? ¡Oh, Ferdinand!" dijo sonrojándose tanto, que temí hubiera pescado una fiebre. Mi mano no tardó en alcanzar su frente en tanto la otra se posaba en la mía, relajándome al constatar que estaba bien. Por alguna razón, cuando volteé a verla aliviado, su rostro estaba aún más rojo.

"¿Se siente bien, Lady Rozemyne?"

"¡¿Eh?! Ahm… ¡Sí! Jejeje"

"Su rostro está tan rojo que pensé que…"

"¿En serio? Ahm… cos… cosméticos."

'¿Cosméticos? Mi madre trató de hacerme salir una vez con una cosmetóloga… supongo que no importa el mundo o la edad, a las chicas les gustan esas cosas.'

"Entiendo. Tal vez deba revisar el producto antes de usarlo usted misma, milady."

"¿Eh? ¡Oh! ¡Sí! ¡Claro! ¡Los revisaré con Brunhilde!" ¿Estaba imaginando cosas o su voz se estuvo elevando hasta hacerse una octava más aguda? Decidí no señalarlo y mejor poner atención al camino. Dos capas ocre volaban frente a nosotros a una distancia segura para que pudiéramos verlas a pesar de la nieve.

Para cuando llegamos al Templo, Fran y Delia salieron con apuro y un abrigo para recibir a Lady Rozemyne, cubriéndola de inmediato y llevándola adentro de como si su vida dependiera de ello. Yo me encargué de agradecer y despedir a los soldados luego de ofrecerles quedarse en el interior sin que aceptaran. Supongo que, con la subyugación del Señor del Invierno, deben estar acostumbrados a volar con este clima. Yo solo entré al templo, relajándome en cuanto la puerta se cerró a mis espaldas. Estaba en casa.

.

Lo primero que noté después del desayuno con mi señora el día de la tierra fueron los nuevos rostros entre su séquito del templo.

Niñas y niños entre mi edad y su edad hacían todo tipo de tareas embutidos en viejos hábitos grises. Lady Rozemyne debió notar que los estaba estudiando porque no tardó nada en llamarlos.

"Ferdinand, quiero presentarte a algunos niños que tomé del orfanato para servirnos."

"¿Servirnos?"

"Eres el Sumo Sacerdote por tus méritos y mi propio capricho. Lo justo, cómo me hizo ver mi padre, es que tengas más asistentes aquí."

'Tiene sentido. Es mucho el papeleo que debo hacer, después de todo.'

Asentí y presté atención.

"Esta de aquí es Tuuri, es una niña con devorador. Esta otra es Lili y él es Zahm. Por último te presento a Philine y Conrad. Ellos vinieron por su cuenta. Son antiguos laynobles, aunque en realidad, no fueron bautizados."

Saludé a todos sintiendo pena por Tuuri, Philine y Conrad. Tener maná sin el apoyo de una familia noble puede ser un verdadero incordio.

"Lili, Zahm y Conrad estarán a tu servicio. Por el momento les he estado dando indicaciones de que hacer, pero será tu trabajo entrenarlos cuando terminen las clases."

"Se lo agradezco, milady." Respondí cruzando mis brazos y asintiendo.

"Por cierto, Fran empezará a ser tu ayudante principal a partir de hoy. Por favor tratarlos bien a todos, Ferdinand. Espero que tu carga de trabajo se aligere con su apoyo."

Sonreí antes de agradecer y saludar a mis nuevos asistentes. En ese momento recordé a Justus y Lord Sylvester burlándose de mí y asegurando que mi lady me estaba consintiendo demasiado.

"Milady, si me permite, le aconsejo que tomé algunos asistentes más para usted. Nadie tiene una carga mayor que la suya. Me preocupa que caiga enferma por fatiga en lo que estoy lejos, estudiando para usted."

Lady Rozemyne me sonrió de un modo dulce y encantador, tomando los últimos bocados de su desayuno.

"¡Por supuesto, Ferdinand!"

'Bien. Si mi señora toma más asistentes de nuestra edad, y entre ellos otra niña con el devorador y una antigua noble, será más fácil demostrar que mi señora no me está consintiendo en lo absoluto. Solo está siguiendo su propia naturaleza gentil y protectora.'

"Casi lo olvido, Ferdinand. Tomé un par más de ayudantes para la cocina. Pienso que han crecido bastante durante esta semana, así que a partir de mañana podrás llevarte a Hugo contigo para asegurarme de que hagas todas tus comidas como es debido."

'¡Oh, no!'

"Y ahora, ya que tenemos tiempo antes de ir a la oficina, ¿Por qué no me hablas de este… príncipe Sigiswald?"

Tuve que llevar mi mano al interior del saco con feystones vacías y respirar. El ameno desayuno en que le había contado todo sobre la fiesta de té musical, la biblioteca y los curiosos shumils autómatas en ella acababa de terminar.

La miré sin querer hacerlo. No era mi intención abrumarla con mis quejas, pero fue imposible. Solo tuvo que pronunciar mi nombre con esa voz cargada de bondad y todo lo que había pasado fluyó de mi boca antes de que pudiera darme cuenta y detenerme.

"Vaya. No pensé que el Templo sería desdeñado de ese modo, siendo que es la casa de los dioses que nos dan su bendición y guían nuestro camino."

Me llevé a la boca la taza de té que Fran acababa de colocar en la mesa para mí. Lady Rozemyne era demasiado joven para decirle la verdad. Era casi como decirle que Santa Claus no existe luego de haberme mostrado su lista de deseos.

"Si. Es muy poco amable de su parte."

"¿Y estás bien con eso, Ferdinand?"

Esta vez sonreí confiado. No importa cuan abrumado me sienta por la realidad en la escuela o que no pueda decirle nada de frente a ese príncipe idiota. Tenía una responsabilidad como parte del séquito de Lady Rozemyne y pensaba cumplirlo hasta sus últimas consecuencias.

"Lo estoy, milady. Espero que, con mi esfuerzo constante, usted no tenga porque pasar por lo mismo cuando sea su momento de ingresar a la Academia Real. Nada me haría más feliz que verla brillar sin restricciones."

Sus mejillas se colorearon. Mi Lady es tan humilde, que no parece poder acostumbrarse a los reconocimientos sinceros.

'¿Debería felicitarla más seguido?'

El resto del día fue justo como debía. Con todos en el Templo haciendo su trabajo sin meterse con los demás.

¡Cómo había extrañado el templo!

.

Estaba casi dormido cuando escuché un ligero crujido en mi puerta que me hizo levantarme de inmediato.

Pequeños pasos sigilosos comenzaron a avanzar, acercándose con rapidez y haciéndome preguntarme donde estaban los asistentes y caballeros que, se suponía, guardaban mi puerta durante el turno de noche.

Me asomé por el dosel de mi cama, planeando correr tan rápido como pudiera o tirarme y rodar bajo mi cama en caso necesario, sin embargo, lo que vi me hizo detenerme.

Un pequeño cuerpo envuelto en ropas blancas de dormir, con su cabello azul medianoche trenzado hacía un lado y grandes ojos de luna anegados de lágrimas se detuvo a pocos pasos de mi cama.

"¿Milady? ¿Pasa algo?"

Noté que volteaba atrás en un movimiento torpe. Bajé de mi cama y me arrodillé frente a ella tomando una de sus manos. Estaba helada, temblando como una gelatina en una posición precaria.

"¿Milady?" la llamé de nuevo "¿saben sus asistentes que está aquí?"

Me miró apenada. Sus labios formando una fina línea recta antes de negar despacio y de manera amplia.

'¿Cómo que no saben? ¿Qué hizo?'

Esperé un poco en la misma posición. Lady Rozemyne parecía apenada ahora. Sus labios temblaban demasiado. La escuché soltando un largo suspiro cansado y la vi dar un paso al frente. Hasta entonces noté los círculos negros bajo sus ojos. ¿Qué estaba pasando aquí?

"Les di una bendición a todos los que estuvieran entre mi alcoba y la tuya. Deberían dormir hasta la mañana si nadie los encuentra."

Eso me asustó un poco. No los teníamos despiertos por gusto, sino por necesidad… tal vez le habría dicho algo si no se viera tan asustada, enferma y cansada.

"Milady, ¿Necesita algo de mí? ¿Es por eso que… durmió a todos y vino a mi habitación?"

Ella asintió. Parecía desconsolada mientras abría un poco sus brazos sin dejar de mirarme.

"¿Puedes darme un gyuu mientras duermo, Ferdinand? Tengo muchas pesadillas últimamente."

La solté antes de ponerme en pie y levantar la cortina de mi cama, amarrándola en el poste de la cabecera para que no pudiera cerrarse.

"Vamos, Lady Rozemyne. Si no duerme sus horas, estará enferma de nuevo y no estaré aquí para curarla."

Ella asintió antes de caminar con algo de dudas hasta mi cama y subir. Me acosté junto a ella ofreciéndole mi brazo. En cuestión de nada, la pequeña niña que me había salvado estaba acurrucada contra mi, abrazándome con manos y piernas sin dejar de temblar. Yo comencé a cantar para ella, abrazándola con ambos brazos y pasando mis dedos por sus cabellos con cuidado. Era algo que recordaba de la madre que tuve en este mundo. Ya fuera yo o mi difunta hermana, siempre que uno tenía pesadillas, madre nos tarareaba algo peinándonos despacio.

Cuando su respiración se hizo pesada y tranquila, con su cuerpo relajado sobre de mí, dejé de cantar. Seguí peinándola en lo que pensaba que debería hacer. No sería correcto que nos encontrarán durmiendo de esta manera. De hecho, que haya dormido a todos lo hacía aún más comprometedor. Decidí esperar un poco más, haciendo un repaso mental de lo que me esperaba la semana entrante.

Debía volver. Podía pasar las mañanas en la biblioteca, ya que había pasado todas mis materias escritas.

Por la tarde debería asistir al resto de mis clases prácticas.

Era el turno de mi Ducado y otro Ducado medio de tomar Etiqueta de la Corte a la cuarta campanada de mañana. Debería tomar otra clase más de música al día siguiente. Los archinobles que habíamos pasado el examen con el harspiel la semana pasada debíamos asistir a una clase especial para experimentar con los otros instrumentos disponibles. En caso de mostrar interés o facilidad en alguno de los otros, tomaríamos más clases, reagendando nuestro horario en base al Ducado y el instrumento seleccionado. Por último, estaría tomando tres clases demostrativas para selección de especialidad y una reunión al día siguiente para asistir al área de recolección de Eisenreich, una especie de tour llevado a cabo por los mejores promedios del dormitorio en cuarto, quinto y sexto de los cursos de caballero, erudito y asistente.

Ni bien terminé de repasar la información que tenía, presté atención de nuevo a Lady Rozemyne. Dormía como un bebé, lo cual me hizo sonreír. Con mucho cuidado, giré con ella en brazos antes de levantarme. La niña me aferró con fuerzas, murmurando algo que no pude entender. Me calcé unas pantuflas mullidas y silenciosas y comencé a caminar.

El camino al cuarto de mi señora estaba, en efecto, plagado de cuerpos durmientes. Ella me había soltado en algún punto del camino, reacomodándose solo una vez hasta dejar su cabeza apoyada en mi hombro. Era pesada. Habría preferido cargarla a la espalda, pero temía que despertara o se cayera, así que aguanté como pude.

"Si va a seguir colándose en mi cama, tal vez deba ejercitar mis brazos, milady." Le murmuré simulando un regaño.

Un ronquido ligero fue su respuesta, haciéndome sonreír. Parecía tan despreocupada ahora, que solo esperaba que siguiera así un poco más.

Cuando llegué a su habitación me encontré con un problema… había una gran mancha húmeda en el medio de su cama y una muda de ropa de dormir tirada en el suelo.

Miré a todos lados. Delia y Emma se encontraban dormidas en las sillas ubicadas a ambos lados de la puerta. Despacio caminé hacia Emma, la doncella gris adulta que estaba de turno y comencé a patear su pierna despacio.

"Emma. Emma, despierta" susurré "¡Lady Rozemyne necesita tu ayuda!"

Tardé un poco, pero la mujer se despertó a tiempo, limpiando un hilo de baba que caía por su barbilla antes de notarme cargando a nuestra señora.

"¿Eh?... ¿Ferdinand? ¿Por qué estás…"

"La cama de Lady Rozemyne está mojada. ¿Podrías cambiar sus sábanas, por favor?"

Eso pareció despertarla por completo. La vi ponerse en pie y estar a punto de decir algo, apretando la mandíbula y sus puños antes de apresurarse a cambiar la gruesa ropa de cama de invierno que debían usar.

Emma me miró un momento antes de reparar en la ropa tirada en el suelo. La tocó, cómo verificando algo y luego la colocó en el mismo sitio que las sábanas mojadas.

Yo esperé con paciencia, meciendo un poco mi cuerpo a un lado y al otro en un intento de resistir. Mis brazos estaban llegando a su límite.

En serio debería empezar a ejercitar mis brazos!' pensé un segundo antes de que Emma se agachara frente a nosotros, mirándonos conflictuada antes de alargar los brazos. Yo asentí, separando un poco a mi señora antes de escucharla lloriquear.

Lady Rozemyne murmuró algo entre dientes con mi nombre en ello, removiéndose y aferrándose a mí cuello con fuerza. Emma y yo suspiramos al mismo tiempo, resignados.

"Levanta la cortina y despiértame a la primera campanada, Emma. Lady Rozemyne no parece dispuesta a dejarme ir."

"Por supuesto."

"Una cosa más" dije mientras subía con bastante esfuerzo a la cama, teniendo a milady a punto de estrangularme "ve a mis aposentos por las pantuflas de milady. Despierta a los que veas durmiendo en los pasillos, pero no les llames la atención, por favor."

"¡En seguida, Sumo Sacerdote!"

'Si ya recuerda que soy el Sumo Sacerdote, entonces ahora sí que está despierta.'

Lady Rozemyne se acostó por completo encima de mí cuando logré acomodarme. Decidí girar con ella para que pudiera descansar de manera adecuada. Sus piernas insistían en atraparme, aunque terminó estirando una de ellas debido al cambio de posición. Le canté un poco más, tratándola como una enorme bebé mimada hasta sentirla relajarse de nuevo y soltarme de manera parcial. Después de eso, con Emma sentada junto a la cama, me volví a dormir, exhausto por mi pequeña aventura nocturna.

.

Notas de una de las Autoras:

¡Y les traemos otro capítulo de esta historia? ¿qué les ha parecido? alguien hecho mucho de menos a Ferdinand... aunque es preocupante que mojara su cama por la noche. Pobrecita Rozemyne.

Si han llegado hasta aquí, muchas gracias por leer está historia. No olviden dejar algún comentario ya sea que les guste este fanfic o lo estén odiando con toda su alma, sus comentarios nos ayudan a mejorar y ya sabe, nos leemos el viernes.

SARABA