Capitulo 27

¿Dónde estas pecosa?

La entrada de Albert en la mansión desvió la atención de la pelea de los muchachos, si a eso se le podía llamar una pelea porque Terry más bien parecía el saco de boxeo de Archie. Albert caminó decido hacia Archie y lo separo del actor.

–¿Me quieren explicar que está pasando aquí? – preguntó el rubio un tanto molesto por la situación.

– ¿qué está haciendo ese vagabundo en la mansión, quien lo dejó pasar? – chilló Elisa quien escucho la conmoción desde su habitación y fue a ver que pasaba. Se plantó frente a Albert y le exigió que saliera, pero este la ignoró y siguió hablando con Archie. Este desplante provoco la rabia de Elisa quien exigió a los sirvientes que lo sacaran, iban a hacerlo cuando los detuvo la vos autoritaria de la tía abuela, quien por más que intentaba mantenerse como la dama rígida e imperturbable, no pudo disimular la emoción que sintió al ver a su querido sobrino, por quien había estado extremadamente preocupada los últimos meses.

¡William, al fin has vuelto! – exclamó la matriarca envolviendo en un abrazo al rubio.

La desafortunada pelea pasó a segundo plano cuando todos se dieron cuenta de la familiaridad con la que la tía abuela se acercó a Albert, además lo había llamado William. La mansión Andrey era una total confusión, Elisa insistía en echar a Albert porque lo creía un vagabundo, mientras que la tía Elroy los hizo callar a todos para llevarse a su sobrino al despacho y poder hablar con él en privado, no sin antes advertirle a Terry que tenían un asunto que tratar.

Una vez en el despacho la anciana pudo dejar a un lado su entereza para entre lágrimas abrazar a su querido sobrino. Habían pasado interminables meses de angustia sin saber nada de él, no solo le preocupaba el bienestar de su sobrino si no el destino del clan Andrey.

Albert le explico a la tía abuela que cuando había decidido volver a Chicago para tomar su lugar como cabeza de los Andrey sufrió el accidente en el que perdió la memoria. La anciana escuchaba con atención el increíble relato, pero lo que más la sorprendió fue el hecho de que hubiera sido precisamente Candy quien había cuidado de él todo ese tiempo sin siquiera saber de quien se trataba. Elroy se dejó caer en la silla, vinieron a su mente todos los momentos en los que había humillado a Candy, la había despreciado y hasta trató de casarla a la fuerza con Neil.

–¡Dios mío! – suspiró apenas para si la matriarca. Era increíble como el destino había llevado a su sobrino precisamente hacia Candy, quien lo cuidó desinteresadamente todo ese tiempo. Recordó el desprecio con el que Elisa había tratado de echarlo de la mansión apenas hacía un rato y tuvo que admitir que su sobrina favorita jamás hubiera sido capaz de tan noble hazaña. En cambio, Candy había cuidado de Albert sin ningún interés más que el cariño que sentía por él. Arriesgó su trabajo, su reputación al vivir sola con un hombre que no era ni su familiar ni su marido. A ella le debían no solo la recuperación de William, sino que también poder tenerlo de vuelta. Sin embargo, ella la había acorralado hasta el punto de hacerla escapar.

Sintió una culpa enorme, pero aun así trato de justificarse, ella había sido educada así, y su deber era cuidar el buen nombre y bienestar de la familia. Situación que cada vez se complicaba más; William había vuelto, pero Stear seguía en el campo de batalla en Francia y ahora Candy estaba quien sabe dónde. Tenía la ilusión de que hubiera recapacitado y vuelto al lado de Terry, pero él estaba ahí buscándola. Elroy no podía más con la situación –Te lo ruego William, ayúdame a solucionar estas dificultades, haz volver a Stear y a Candy– le rogó la anciana entre lágrimas, su viejo corazón ya no podía con tantos problemas. Aunque reconocía que había provocado la huida de Candy.

Albert estaba consciente de la falta que le había hecho a su familia, se reprochaba no haber vuelto antes pero nunca imaginó que la situación entre Candy y Terry se iba a complicar tanto. George lo había puesto al tanto de los acontecimientos apenas regresó a Chicago; se suponía que iba a ir a buscar a Candy a Nueva York, pero la presencia de Terry en Chicago quería decir que ella no estaba con él.

El caso de Stear era diferente, aunque Albert no estaba de acuerdo con su decisión de enlistarse, no podía prohibírselo, ni hacerlo volver. Solo podía orar por su seguridad y porque decidiera volver por su propia cuenta o que la guerra se terminara rápido, lo que era muy poco probable.

La tía abuela salió del despacho con Albert detrás de ella, para ese momento ya se encontraban ahí Neil, Elisa y su madre, además de Archie y Terry.

–Esta no es la forma en la que hubiera querido que lo conocieran, pero les presento oficialmente a William Albert Andrey– dijo la tía abuela dejando a todos sorprendidos.

A Albert le pareció muy divertida la reacción de los muchachos.

–¿Tú eres el tío abuelo? – pregunto Archie incrédulo

–¡No me digas que tú eres mi suegro, jamás lo hubiera imaginado! – contestó Terry soltando una carcajada relajando un poco la tensión.

Los que no podían creer que aquel vagabundo amigo de Candy resultara ser el mismísimo tío abuelo eran los Legan. Lo primero que pasó por su mente fueron los malos tratos hacia Candy, seguramente iba a tomar represalias contra ellos, especialmente después de haber intentado casar a Candy con Neal por medio de mentiras.

Elisa intentó disculparse con Albert con la excusa de que no sabían quién era en realidad. Al rubio le importó poco su intento de disculpa y la hizo callar enseguida. Les ordenó a los Legan retirarse, no sin antes aclararles que no iba a permitir más injusticias en contra de Candy. Neil volvió a amenazar con enlistarse en el ejercito al igual que Stear si no lo dejaban casarse con Candy, pero enseguida Terry lo agarró por la camisa –¿Qué demonios estas diciendo? – le gritó furioso el actor.

–Sabemos que engañaste a Candy, no pretenderás que aun así te permitan seguir con ella– le dijo Neil asegurándole que podían anular su matrimonio y que él sería mejor marido para la enfermera, pero sobre todo fiel.

Terry estaba a punto de darle un golpe a Neil cuando Albert lo detuvo, no soportaba a los Legan, pero debía comportarse como cabeza de la familia y una pelea no resolvería nada, además en ese momento lo que más le preocupaba era el paradero de Candy, en el departamento no había ninguna pista de donde pudo haber ido, si no estaba con Terry ni el en hogar de Pony, no sabía donde más podía buscarla. Por ahora hablaría con Terry para saber lo que realmente paso.

Escuchó atento la versión de su amigo, pero le parecía increíble que Susana hubiera sido capaz de elaborar un plan tan siniestro y que además le hubiera dado resultado, pero no se explicaba de que otra forma Terry hubiera terminado en esa situación tan comprometedora. Terry parecía sincero, sin embargo, necesitaba escuchar la versión de Candy, no pretendía entrometerse en su relación, pero su deber era hacerlos entrar en razón para que arreglaran sus diferencias. Comprendía que Candy estuviera dolida y no quisiera ver a Terry, pero esa actitud infantil no los llevaría a nada, el matrimonio es una cosa seria, pensó para sí mismo sabiendo que el también tenía una situación que enfrentar.

Albert regresó al departamento de Candy, donde había dejado a Aurora antes de ir a enfrentar a los Andrey. Aun no sabía como iba a reaccionar la tía abuela al enterarse de que se había casado prácticamente en secreto, pero ¿Qué otra cosa podía hacer? No podía permitir que casaran a Aurora con aquel viejo solo por el interés de su familia. Sabía que había hecho lo correcto, sin embargo aun no lograba comprender sus sentimientos hacia la joven, le provocaba una gran ternura y un enorme deseo de protegerla, pero no de la misma manera en la que protegía a Candy, por Aurora no sentía un cariño de hermanos, por ella sentía una creciente atracción, le gustaba su compañía, esperaba ansioso por cada momento de intimidad que compartían, los desayunos juntos, sus platicas por las tardes, le encantaba admirarla mientras cocinaba o limpiaba tarareando una canción. Recordó el largo viaje en tren desde Texas, cuando Aurora se quedaba dormida e inconscientemente recostaba su cabeza en su hombro, lo que le daba la oportunidad de admírala de cerca sin que ella se diera cuenta, conocía los más mínimos detalles de su rostro, los hoyuelos que se formaban en sus mejillas al sonreír, la cicatriz apenas notable en su ceja derecha, el pequeño lunar cerca de la comisura de sus labios. Deseaba tanto besarla, pero no un casto beso como el que le dio en su precipitada boda, quería besarla con pasión, quería conocer los secretos de su boca, su sabor. Había notado que la muchacha se ponía muy nerviosa cuando lo tenía cerca, temblaba ante el mínimo roce y él no estaba seguro si era porque ella también se sentía atraída hacia él o porque le incomodaba su cercanía, después de todo su matrimonio había sido la única solución a su dilema, era muy probable que ella lo había aceptado en un desesperado intento de escapar de la maldad de su madrastra. La ambición de esa mujer no tenía límites y la apatía de su padre era increíble, parecía que se encontraba bajo algún tipo de hechizo que lo había dejado sin voluntad, la madrastra de Aurora lo tenía totalmente dominado.

Al principio se habían negado a que se llevara a Aurora con él, con el pretexto de que no podían confiársela a un desconocido, pero no dudo en intentar casarla con un viejo al que apenas conocían. Sin embargo, la mujer cambió rápido de opinión apenas supo que Albert era el hombre más rico de Chicago, le dijo que permitiría que se llevara a su niña solo si se casaba con ella. Albert no tuvo más remedio que aceptar, el precio de la libertad de Aurora era el matrimonio y la cuantiosa dote que entrego a la familia de ésta a cambio de que no volvieran a molestarla. La boda fue algo muy sencillo con apenas unos invitados por las prisas ya que Albert debía volver a Chicago lo más pronto posible. La madrastra aceptó a regañadientes, quería presumir a su flamante yerno, pero se conformó cuando recibió la generosa dote. Los novios se hospedaron en un hotel esa noche para partir muy temprano en el siguiente tren a Chicago.

Aurora no podía creer su suerte, aunque era consciente los motivos por los que se había casado, en el fondo deseaba que Albert se tomara en serio su papel de esposo. Estaba nerviosa pensando que tal vez su marido intentaría consumar el matrimonio, ese pensamiento le provocó una emoción que recorrió su cuerpo, una emoción desconocida, cálida, mariposas que revoloteaban en su vientre. Ella amaba a ese hombre y esperaba que él le correspondiera. Sin embargo, esa noche fue fría, Albert la dejó sola toda la noche y se apareció hasta la mañana para ir directo a la estación de tren. Lloró toda la noche por la desilusión, se sentía como una tonta, como podía esperar que un hombre como Albert se fijara en ella, seguramente aun la veía como una chiquilla, como a una hermana. Se casó con ella obligado por las circunstancias, por salvarla, pero no la quería, al menos no como mujer y ella tenía que aceptarlo y agradecerle lo que hizo por ella sin esperar nada a cambio.

Albert hubiera deseado pasar la noche con su joven esposa, sabía que si intentaba reclamar sus derechos como esposo, era muy probable que ella no se negaría, había sido educada de esa manera, pero él no quería obligarla a nada ni que ella se sintiera comprometida a cumplir con su deber de esposa, por eso no podía pasar la noche en la misma habitación. Salió a tomar un par de tragos, después caminó casi toda la noche para despejar sus pensamientos y el reciente deseo que comenzaba a sentir por Aurora.

No podía quedarse en el departamento por siempre, además de tomar su lugar como cabeza de los Andrey, también tenía que presentar a su esposa con su familia, confiaba en que le agradaría a la tía abuela. A pesar de que Aurora no venía de una familia tan rica como los Andrey, había sido educada de acuerdo con los estándares que establecía la sociedad para una dama. Pero lo más importante, era sincera, valiente y a él le parecía la mujer más hermosa y eso era suficiente.

Habían pasado unos días desde que Samuel le confesó a Candy que era su padre, a la rubia aun le parecía un sueño. Disfrutaba los paseos por las tardes con su padre y atesoraba en su memoria cada relato que le contaba acerca de su madre. El día que le regaló el retrato de Candice no pudo parar de llorar por la emoción, no dejaba de acariciar la foto, buscaba en esa joven mujer rasgos de ella, era increíble el parecido, sus ojos verdes, la piel blanca, las pecas. Comenzó a imaginar como sería su hijo, se preguntaba si se parecería a ella o a Terry. De pronto se puso triste al pensar que la vida que había imaginado al lado del actor ya no sería posible.

Samuel había tratado de convencerla de hablar con su marido, pero le dejó claro que tenía su total apoyo cualquiera que fuera su decisión, si ella no quería estar con él, no la obligarían. Le propuso reconocerla legalmente como su hija, para que los Legan o los Andrey no pudieran hacerle daño y no tuviera que vivir escondiéndose. Pero Samuel se dio cuenta de que Candy no deseaba seguir oculta por su familia adoptiva, sino por Terry. No le parecía justo que Candy le ocultara que iba a ser padre, él más que nadie comprendía el dolor que le causaría que le negaran conocer a su hijo, pero esa era una decisión que solo le correspondía a Candy, aunque él no estuviera de acuerdo.

Terry buscó a Candy como loco, en el hogar de Pony, con sus amigas, en el rancho de Tom y nada, parecía que se la había tragado la tierra. Dedujo que se había escapado con Annie ya que a ella tampoco pudo verla. No era posible que nadie supiera nada de ella. Sus esfuerzos por ser cordial con Archie se estaban agotando, sospechaba que el elegante sabía algo, pero no se lo diría. Albert tampoco fue de gran ayuda, a pesar de su poder y sus influencias no había logrado averiguar nada. Desesperado y con el corazón roto regresó a Nueva York, con la esperanza de que su pecosa recapacitara y le escribiera, aunque en el fondo eso le parecía imposible. Pero esa ilusión le duró poco, estaba al borde de la desesperación, no solo perdió su protagónico, sino que también su empleo con la compañía Strafford. Por más que Eleanor intentó abogar por el con Robert, era imposible mantener a Terry en la obra, se presentaba a los ensayos ebrio, se había vuelto más arrogante y antisocial que antes. Su madre estaba muy preocupada por el pero no había manera de hacerlo recapacitar. Cuando lo despidieron de la compañía teatral se fue de Nueva York y los que lo habían visto decían que se la pasaba borracho recitando diálogos de Shakespeare.

Los días se hicieron semanas y las semanas meses. La tranquilidad que se respiraba en la casa de Samuel Reid le recordaba la mansión en Lakewood, cuando las rosas estaban en flor. A Candy le gustaba sentir la cálida brisa veraniega en su rostro. Conforme avanzaba su embarazo, ella parecía sentirse más en paz. La compañía de Annie, Alexander y su padre le habían hecho muy bien los últimos meses, aun se sentía dolida por la traición de Terry, pero tenía un motivo muy importante para seguir adelante, deseaba con ansias conocer a su bebe, ya faltaba poco para que pudiera tenerlo en sus brazos, de acuerdo con lo que le había dicho el medico que la había estado revisando durante su embarazo, solo era cuestión de unos días para que diera a luz.

Continuara…