Capítulo Diez

Hermione presionó las manos sudorosas de su hermana después de detener el coche frente a la casa de sus padres.

– No pasará nada si nos enfrentamos con ella las dos juntas.

Hermione sabía que si presentaban un frente unido su madre no podría combatirlas, pero iba a ser una batalla.

Antes de que subieran al porche la puerta se abrió y un hombre aún atractivo de unos sesenta años salió a recibirlas, con un gran danés a su lado. Por supuesto, el animal estaba más interesado en Crookshanks que en ellas.

Después de sobrevivir al abrazo de su padre, Hermione y Ginny sujetaron a los dos perros antes de llevarlos al interior de la casa, que olía de maravilla, como siempre. Por supuesto, su madre habría hecho comida para un regimiento.

Hermione creía que estaba demasiado nerviosa como para comer, pero una vez que su plato estuvo lleno lo devoró con apetito; al contrario que Ginny, que se pasó todo el almuerzo moviendo la comida de un lado a otro con el tenedor.

Después de cenar salieron al porche para mirar la Ginny mientras su madre les contaba la historia del festival Moon y los mongoles que fueron regentes de China durante la dinastía Yuan, una historia que les había contado mil veces.

Nerviosa, Hermione tomó un sorbo de té de jazmín.

– He decidido tener un hijo – anunció de repente.

Sus padres intercambiaron una mirada y Helen se levantó, como dispuesta a la batalla.

– ¿Tú sola?

– Sé que no son las circunstancias ideales, pero sí, yo sola.

– Sé cuánto deseas formar una familia, hija, ¿pero lo has pensado bien?

– Helen, tú sabes que Hermione puede con todo –intervino su padre.

– No estoy diciendo que vaya a ser fácil, pero estoy dispuesta a hacerlo, mamá.

– ¿Eras una madre soltera? –insistió Helen.

– Sí.

– Tú sabes lo que pienso al respecto. ¿Qué piensa Harry?

Hermione miró las flores del jardín.

– Se alegra por mí.

– ¿Esperas que él te ayude?

– No, no espero nada. Harry está ocupado con su vida.

Su padre irritante.

– Recuerdo lo cariñoso que ha sido siempre con tus primos. Se le dan bien los niños y siempre pensé que sería un buen padre.

- ¿Oh yes? –la conversación estaba empezando a parecerle surrealista.

– Lo que quiero saber es si Harry va a ayudar a tener el niño – intervino su madre entonces.

– ¿Por qué dices eso?

– Porque sois tan amigos que me parece lo más lógico.

Hermione intentó disimular el pánico, pero no era fácil.

– Sería un problema para nuestra amistad.

– ¿Por qué? Imagino que acudiréis a una clínica de fertilidad.

¿Su madre podía leer el pensamiento?

– Eso es lo que había pensado – respondió Hermione –. Bueno, voy a ayudar a Ginny con los platos.

Dejando a sus padres en el porche para que procesaran la noticia, Hermione entró en la cocina.

– Se lo he dicho –anunció–. ¿Vas a contarles tú que has dado un adelanto para la casa en Portland?

– Cambió de opinión.

– ¿Sobre la casa o sobre mudarse a Portland?

– Sobre las dos cosas.

– Imagino que Draco estará encantado –Hermione lo había dicho sin pensar.

– ¿Draco? –Ginny apartó la mirada–. ¿Por qué iba a alegrarse Draco?

Ya que había metido la pata, lo mejor sería aclarar las cosas de una vez.

– Porque estáis saliendo juntos.

– No digas tonterías.

– Draco se lo dijo a Harry, Ginny.

Su hermana sospechó, avergonzada.

– No sabía cómo contártelo.

– ¿No crees que deberías haberlo hecho?

– La verdad es que pensé que no duraría, que no tendría importancia.

– ¿Cuándo ocurrió exactamente? ¿La primera vez que salisteis juntos, la primera vez que te besó?

– No quiero que esto sea un problema entre nosotras.

– No, yo tampoco –dijo Hermione. Pero lo era y no podía evitar sentir cierto resentimiento.

– No quiero romper con él –le confesó Ginny –. No puedo hacerlo.

– ¿Va tan en serio?

– Me ha dicho que está enamorado de mí.

– Ah, vaya.

Draco había tardado casi un año en admitir esos sentimientos por ella y, al pensarlo, le dieron ganas de ponerse a llorar.

– ¿Tú sientes lo mismo?

Ginny seguía sin mirarla.

– Sí, yo también. Sé que parece un poco rápido, pero me ha gustado Draco desde el instituto. Hasta hace poco, no sabía que él me viera como algo más que tu hermana pequeña…

– Parece que ahora ha visto a la auténtica Ginny.

– Quiero que sepas que yo no quería que esto pasara, Hermione.

– No, ya lo sé.

– No puedes controlar de quién te enamoras.

Eso debería aliviar su sentimiento de culpa por lo que estaba haciendo con Harry. Draco había rehecho su vida y estaba enamorado otra vez. Si algún día descubriría lo que había entre Harry y ella, lo aceptaría. Después de todo, él se había enamorado de su hermana. Lo único que Hermione y Harry estaban haciendo era intentar tener un hijo, pero ellos no iban a casarse.

Sorprendida por la disparidad entre la felicidad de Draco y Ginny y el fracaso de su vida amorosa, se le encogió el corazón. Su amor por un hombre que nunca podría ser suyo la tenía atrapada. No era suficiente con tener a Harry como amigo, quería que fuera su amante, el hombre con el que pasaría el resto de su vida.

Pero eso iba a ser imposible.


En su despacho, después de un largo día de trabajo, Hermione comprobó su calendario, donde tenía anotado su ciclo de fertilidad. Según el calendario, debería tener el periodo aquel mismo día.

Podría estar embarazada, pensó. Y, por un momento, se quedó sin respiración. ¿Estaba preparado? Los meses soñando y esperando aquel momento no la habían preparado para la realidad del cambio que representaría en su vida.

Hermione se miró el abdomen. ¿El hijo de Harry estaría creciendo dentro de ella? No, no era el hijo de Harry, era su hijo. Tenía que dejar de engañarse a sí misma pensando que iban a ser una familia. Harry y ella no eran una pareja y no lo sería nunca.

– ¿Sigues aquí? – Terry asomó la cabeza en el despacho –. Pensé que tenías que ir al ensayo de la boda.

Hermione asintió con la cabeza.

– Me marcho en diez minutos. La iglesia está muy cerca de aquí.

– ¿Los números que te he dado han hecho que te sientas mejor o peor?

Unos días antes, Terry le había dado los libros de cuentas de la consulta para que viese lo que era llevar el negocio.

– He echado un vistazo, pero hasta que Harry me lo explique estoy un poco perdido.

– Lo entiendo. Si tienes alguna pregunta, no dudes en llamarme.

Cuando Terry se marchó, Hermione tomó su bolso y se dirigió a la puerta. La boda de Ron y Lavander prometía ser el evento del año gracias a la madre de Ron, que se había encargado de organizarlo todo.

Cuando llegó a la iglesia, la mayoría de los invitados al ensayo ya estaban allí, de modo que dejó su bolso en el último banco y miró hacia el altar, donde el sacerdote hablaba con Ron. Como testigo, Harry estaba a su lado, escuchando atentamente, y Hermione quedó sorprendida al verlo con un traje de chaqueta gris, camisa blanca y corbata de color verde pálido.

¿Estaría embarazada?, se preguntó, conteniendo el deseo de llevarse una mano al abdomen. Cuando se embarcó en aquella aventura tres semanas antes había esperado que lograr su objetivo le diese felicidad y confianza. La felicidad estaba allí, pero llena de ansiedades y dudas.

No estaba cuestionando su deseo de ser madre, pero ya no quería hacerlo sola. Harry se llevaría un susto si descubriera cuánto le gustaría que fuesen una familia. Pero no era así como él veía su futuro y ella no tenía derecho a sentirse decepcionada porque lo había sabido desde el principio.

Cuando sus ojos se encontraron, parte de su ansiedad desapareció. Enarcando una burlona ceja, Harry sonriendo y los años de experiencia le decían lo que estaba pensando.

«No he podido convencer a Ron para que se echase atrás«.

sacude a ellaio la cabeza.

«No deberías intentarlo ni siquiera. Ha encontrado a su alma gemela».

– ¿Estáis comunicandoos sin palabras otra vez?

Hermione no había oído llegar a Fleur, la mujer de Billy.

– ¿Nunca habéis pensado salir juntos? Sé que estuviste prometida con su hermano y todo eso, pero a mí me parece que estánis hechos el uno para el otro.

– No, al contrario –dijo Hermione –. Somos opuestos en todo.

– Nadie es más diferente que Billy y yo. Y puede ser muy divertido, te lo aseguro.

– Él no quiere enamorarse.

Fleur miró hacia el altar.

– Pues haz que se enamora.

Hermione esbozó una sonrisa. ¿De qué serviría discutir con una recién casada que estaba esperando a un hijo?

Mientras practicaba el paseo hasta el altar del brazo de Percy, tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse en las instrucciones del sacerdote. Y, mirando a Harry de soslayo, tan guapo al lado de Ron, tuvo que hacer un esfuerzo para disimular su desesperación al pensar que no habría final feliz para ellos.

– Cada uno a su sitio – estaba diciendo el sacerdote, haciéndole un gesto al organista –. Aquí cambiará la música para anunciar la entrada de la novia.

Lavander hizo su aparición entonces, tan feliz que no parecía tocar el suelo con los pies. Hermione tuvo que apartar la mirada, con un nudo en la garganta.

Veinte minutos después, terminó el ensayo.

– ¿Qué tal está Audrey? – La mujer de Percy había salido de cuentas cinco días antes.

– Fatal – Percy parecía estar tan mal como ella –. Está deseando que llegue el niño, Le he dicho que se quedase en casa descansando. Mañana va a ser un día muy largo –Percy hizo una mueca–. Pero ya la conoces, está trabajando. Bueno, voy a casa. Nos vemos mañana.

Hermione fue a buscar su bolso y cuando se dio la vuelta descubrió a Harry a su lado.

– Te he echado de menos esta semana –le dijo, apretando su mano.

El roce hizo que sintiera un escalofrío.

- Yo también.

Más de lo que le gustaría admitir. Aunque hablaban por teléfono todos los días, sus conversaciones eran sobre la consulta y otros temas. Nunca hablaban de su relación.

– Supongo que no podrás convencerte para que vengas a mi casa esta noche, después del ensayo en el restaurante –murmuró él.

Aunque tentada por la oferta, Hermione negó con la cabeza. –Le prometí a Ginny que volvería lo antes posible y, además, mañana tengo que levantarme muy temprano para ir a la peluquería – Además, lo único que quería era volver a casa para hacerse una prueba de embarazo.

– Iré mañana, después del banquete.

Harry la acompañó al coche y sujetó la puerta mientras ella se colocaba tras el volante. El silencio se alargó y Hermione se le encogió el corazón. Su expresión le decía que ocurriría algo y ella fue la primera en romper el silencio.

– Draco está enamorado de Ginny y ella ha decidido quedarse en Houston.

– ¿Y tú qué piensas?

– Estoy encantada.

– Quiero decir sobre los sentimientos de Draco por tu hermana.

Hermione se encogió de hombros.

– Me alegro por Ginny y por él.

– ¿De verdad?

– Quiero ser madre, eso es lo que me emociona de verdad. En eso es en lo que debo poner toda mi energía.

– Pero sabes que estoy aquí… si quieres hablar conmigo.

– No, en serio, estoy bien –insistió Hermione. Sabía que solo estaba siendo un buen amigo, como siempre, pero no podía dejar de desear que su preocupación fuese debida a algo más –. Nos vemos en el restaurante.

Harry se quedó mirándola un momento antes de dar un paso atrás.

– Guárdame un sitio a tu lado.

Y, después de decir eso, cerró la puerta del coche.


Harry nunca se había alegrado tanto de que terminara una fiesta. Sentado al lado de Hermione durante el ensayo del banquete, soportando brindis tras brindis por los novios, nunca se había sentido más solo.

Pero eso era lo que quería, ¿no? Una vida entera sin ataduras, sin miedo a perder a una mujer, sin sufrir tanto que quisiera quitarse la vida.

Decía que no quería darle esperanzas, pero la verdad era que temía perderla.

– Me voy a casa – dijo Hermione entonces –. ¿Me acompañas al coche?

– Sí, claro. Yo también me voy.

En cuanto salieron, tomó su mano. Era curioso que un gesto tan sencillo, y que había hecho tantas veces, lo hiciese tan feliz.

– ¿Te he dicho que estás guapísima esta noche?

– Gracias – respondió Hermione.

Cuando iba a abrir la puerta del coche, ella le puso una mano en el brazo.

– Seguramente no es el mejor sitio para decirte esto… – Hermione miró alrededor, respirando profundamente –. Pero estoy embarazada.

El anuncio lo dejó sin oxígeno. Lo había esperado, pero saber que su hijo crecía dentro de ella era más que emocionante. Era...

– ¿Estás seguro?

– Tan segura como puedo estarlo después de una prueba de embarazo. Me la he hecho en el restaurante – Hermione sonriendo –. No podía esperar a llegar a casa.

Harry la abrazó. Un hijo. Su hijo. Quería volver al restaurante y contárselo a todo el mundo. Iban a ser padres…

Pero entonces volvió a la realidad. Iban a ser padres, pero nadie debía saberlo porque Hermione quería criar sola a su hijo.

– Me alegro de que no pudieras esperar. Es una noticia maravillosa.

– Por supuesto, esto significa…

Sabiendo lo que iba a decir, Harry la interrumpió:

– No irás a romper conmigo el día antes de la boda de Ron.

– ¿Romper contigo? Para romper contigo antes tendríamos que estar saliendo juntos.

Y no era así. ¿Iban a perderse la oportunidad de descubrir que la auténtica razón por la que se llevaban tan bien era porque debían estar juntos? «¿Qué ha sido de tu juramento de no enamorarte nunca?».

Frustrado por tan conflictivos deseos, Harry inclinó la cabeza para buscar sus labios, sus lenguas enredándose en un delicioso baile. Hermione era un bálsamo para su alma, una fiesta para sus sentidos, lo retaba y lo hacía ser mejor persona. Y estaba esperando a un hijo suyo. Podrían ser tan felices…

Lo único que tenía que hacer era abrirle su corazón y dejarla entrar en su vida. Pero no se atrevía a hacerlo.

Por fin, Hermione dio un paso atrás.

– Solo somos buenos amigos que se acuestan juntos hasta que uno de los dos quede embarazado – intentó bromear.

– Y prometemos que nuestro hijo no destruiría nuestra amistad.

– Y así será – acercando a Hermione.


Las palabras de Harry la noche anterior hacían que se le pusiera la piel de gallina casi doce horas después.

«Nuestro hijo».

En el exclusivo salón de belleza que Susan Weasley había elegido para que la novia y las damas de honor se arreglaran, Hermione tenía que hacer un esfuerzo para disimular su alegría, pero se sentía más ligera que el aire. No quería hacerse ilusiones, pero era imposible.

Aunque la boda no empezaría hasta las cuatro, el fotógrafo esperaba que todo el mundo estuviera en la iglesia media hora antes, de modo que debían darse prisa.

Cuando llegó a la iglesia, su mirada fue directamente hacia Harry, que estaba en el pasillo, guapísimo, con un esmoquin. Y parecía más nervioso que el novio. Hermione recordó entonces el baile de graduación.

– ¡Estás guapísimo! –exclamó.

– Y tú estás para comerte – dijo él –. ¿De quién ha sido la idea de vestir a las damas de honor de verde manzana?

Hermione sonrió al ver el brillo de sus ojos. Si seguía mirándola de esa forma tal vez no podría esperar hasta después de la boda para estar a solas con él.

El ayudante del fotógrafo los llamó para que salieran a la puerta. En la media hora que duró la sesión de fotos tuvo tiempo de contemplar el futuro y se alejó un poco del resto del grupo para no arruinar con su melancolía el día perfecto.

Poco antes de que empezase la ceremonia, Harry se acercó a ella y le apretó la mano.

– Estás muy pensativa.

– Estaba pensando en el niño.

– Yo también – dijo él, con expresión solemne –. Me gustaría contarle a todo el mundo que yo soy el padre.

El corazón de Hermione dio un vuelco dentro de su pecho. Si hacía eso, todo el mundo querría saber si estaban juntos o no.

– ¿Seguro que es buena idea?

– Solo querías mantenerlo en secreto para no hacerle daño a Draco, pero ahora eso ya no es un problema.

– ¿Has decidido contarle a todo el mundo que eres el padre de mi hijo porque Draco y Ginny están saliendo juntos?

– Esto no tiene nada que ver con ellos –respondió Harry –. Yo quiero ser parte de la vida de ese niño – su expresión era más decidida que nunca –. Creo que debería hacerlo como su padre y no como el tío Harry.

El corazón de Hermione temblaba… Le encantaba la idea de que Harry fuera el padre de su hijo, pero no podía ignorar el anhelo de tenerlo en su vida como algo más que un amigo.

– ¡Chicos! – los llamó Fleur cuando el grupo empezó a entrar en la iglesia –. Tenemos que entrar ya.

Harry se colocó en posición y Hermione se relajó, intentando sonreír mientras sonaba la música del órgano y todos ocupaban sus sitios. Las flores que tenía en la mano empezaron a temblar mientras se colocaba al lado de Percy, que parecía nervioso.

– ¿Va todo bien?

– He intentado convencer a Audrey para que se quedase en casa, pero no ha querido y estoy preocupado por ella.

– Imagino que estará un poco incómoda, pero si se encontrase mal te lo diría.

– Me preocupa que no lo haga para no estropear la fiesta.

– Tranquilo, yo la vigilaré.

– Te lo agradezco mucho, Hermione.

La novia empezó a recorrer el pasillo en ese momento. Lavander llevaba un sencillo vestido blanco con escote palabra de honor, unos pendientes de diamantes y perlas como única joya. No necesitaba nada más; su belleza y su felicidad eran evidentes.

Hermione tragó saliva cuando empezó la ceremonia, que para ella fue como un borrón. Poco después, Ron estaba besando a Lavander, los invitados aplaudían y la feliz pareja salía de la iglesia del brazo.

Pero cuando iban tras ellos, Hermione se dio cuenta de que a Audrey le pasaba algo.

– Creo que podría ser la hora de ir al hospital, Percy –le dijo, al ver que su mujer se inclinaba sobre sí misma.

Percy se acercó a ella de inmediato.

– ¿Tienes contracciones?

– Sí.

– ¿Desde cuándo?

– Desde esta mañana.

Percy murmuró una palabrota.

– ¿Por qué no me has dicho nada?

– Estoy bien – insistió Audrey –. He visto la ceremonia y ahora estoy lista para ir al hospital.

– Mira que eres cabezota – murmuró su marido, mientras la tomaba por la cintura para ayudarla a levantarse del banco.

– Con un poco de suerte, Percy nos llamará desde el hospital – murmuró Harry cuando subieron al coche que los llevaría al hospital.

– Seguro que sí.

– Mientras tanto – dijo Ron, mirando a su flamante esposa – tenemos que acudir a un banquete.

El salón en el que tendría lugar el banquete estaba decorado con manteles de lino blanco y rosas en todas las mesas. Era un sitio discreto y elegante a la vez.

– Susan ha hecho un buen trabajo, hay que reconocerlo – comentó Fleur–. Una pena que Billy y yo nos escapamos para casarnos en Las Vegas – luego miró a su marido, sonriendo –. Claro que entonces habría tenido que esperar meses para convertirme en su mujer.

Billy levantó una mano para acariciar su cara y el amor que había entre ellos hizo que Hermione parpadeara, nerviosa.

– ¿Os escapasteis?

Fleur avanzando con la cabeza, sin dejar de mirar a su marido.

– Que un hombre tan juicioso como Billy actuara de manera impulsiva fue lo más romántico del mundo.

– Evidentemente, sabía lo que quería – dijo ella, mirando a Harry de soslayo.

– Desde luego que sí – respondió Billy.