Aquella tarde en la que estando a punto de partir hacia el ejército fue sorprendido por su grupo de amigos.
Fue aquella misma tarde en la que todos prometieron volver a encontrarse un año después en su restaurante favorito del pueblo. La misma tarde en la que Archie vio a sus amigos por última vez. Hasta ahora.
Siete años habían pasado desde aquel último encuentro, tiempo durante el cual ninguno de los cuatro se había puesto en contacto con el otro. O al menos eso creía el pelirrojo, quién no había vuelto a mantener contacto con ninguno de ellos y mucho menos con Verónica, su ex novia. Consideraba que luego de todo lo sucedido entre ellos durante la fiesta de promoción eso era lo mejor para ambos, o al menos era lo mejor para ella.

Estaba al tanto de la inminente llegada de la pelinegra a Riverdale pues él mismo había sido quién finalmente la había llamado, más no contaba con que aquel día sería el momento en que finalmente volvería a verla. La reconoció llegando al restaurante cuando ella parecía estar saliendo del mismo y, tal como había sucedido la primera vez que sus ojos la descubrieron, el sargento se quedó sin palabras al menos durante algunos segundos.

—Oye, había olvidado lo bien que te sienta el rubio.

—¿De verdad lo crees? —preguntó Verónica.

—Si lo creo, aunque el pelinegro es mi favorito. ¿Te escondías de alguien?

La mujer soltó una risita algo sarcástica, clara señal que descreía sus dichos. Sin embargo no dijo nada al respecto.
—Más bien estaba evadiendo a alguien.

—¿A tu padre? —preguntó el pelirrojo sabiendo que su relación lejos de haber mejorado con los años, parecía haberse distanciado más de lo que alguna vez estuvieron.

—En un principio sospeché de él, sí, pero esta vez no es a mi padre a quién estoy evadiendo —comentó soltando un pequeño suspiro antes de continuar—. Creo que mi esposo ha mandado a seguirme. Smithers me ha dado aviso.

—Oh Smithers... siempre tan observador. Supongo que eso no es nada bueno para ti, ¿no? ¿O es algo que acostumbra a hacer seguido?

—Smithers se ha convertido hace años en mi ángel guardián. Y no, no lo es. Tú me conoces, sabes que no me gusta que me quiten la libertad, eso es algo que no ha cambiado. Tampoco es algo que acostumbre, al parecer es algo nuevo en su afán por controlarme.

—Lo sé y por eso es que me parece extraño que se tome tal atrevimiento, pero solo fue una observación, descuida. ¿Has logrado perderlo de vista?

—Han pasado... cosas que lo han vuelto por demás sobreprotector. No puedo culparlo. Y claro que sí, es una técnica que nunca falla.

—Vaya, cosas... aunque ser sobreprotector y controlador son dos cosas totalmente distintas. Recuerdo esas épocas, has hecho cosas maravillosas con esa peluca rubia puesta.

—Lo sé, pero supongo que le ha quedado ese miedo de perderme. En cierto punto puedo entenderlo. Como infiltrarme en la prisión juvenil en más de una ocasión —recordó.

—¿Qué quieres decir con que le ha quedado el miedo a perderte? —preguntó con curiosidad— Entre otras cosas, sí, pero esas son de las más memorables.

—Pues... hemos tenido un accidente hace algunos meses —comentó sin demasiados ánimos—. De hecho, creo que fue justamente para ese entonces que "creé" ese otro personaje.

—¿Que... de qué accidente hablas? —cuestionó dejando el otro tema de lado en cuanto la mujer le mencionó aquel acontecimiento—. Si es que no te molesta hablar de ello…

Verónica carraspeó antes de continuar. No le gustaba demasiado hablar al respecto pero ya que lo había mencionado no dejaría al pelirrojo con la duda.
—Estábamos viajando en helicóptero de camino a un viñedo que queríamos visitar y... hubo una falla.

—Oh... —El sargento se quedó en silencio asimilando aquella información. Era demasiado, comenzando por el hecho de que ahora la pelinegra viajaba en helicóptero y continuando con que podría haber perdido su vida con aquella falla— ¿Alcanzaste a abrir el paracaídas? —preguntó con un poco de humor para también ver si al mismo tiempo conseguía más información de lo sucedido.

—De haber llevado uno puesto tal vez hubiese alcanzado a hacerlo, sí, pero desafortunadamente no llevaba uno, así que... —dejó la frase a medias pues no creyó necesario explicar lo que obviamente había sucedido a continuación.

En reacción a su respuesta, el pelirrojo puso una mueca haciéndose una vaga idea de lo sucedido. Durante su tiempo en el ejército había perdido varios compañeros por el mismo motivo y sabía que difícilmente se podría salir ileso de un accidente así.
—Lamento oír eso, imagino lo terrible que debió haber sido pero contaste con demasiada suerte, te veo bien, en una sola pieza y completa. ¿Fue... reciente?

—Ha sido horrible, creo esa fue la primera vez que sentí tanto miedo. De verdad pensé que iba a… bueno, que no iba a salir viva de esa situación —comentó al mismo tiempo que en un acto reflejo alzó sus manos para abrazarse a sí misma, quedándose cruzada de brazos luego—. Fue hace poco más de un año. Fui ingresada al hospital durante un par de días con algunas costillas rotas producto de la caída, pero más allá de eso, unos cuantos rasguños y moretones, todo ha salido bien. Demasiado bien tomando en cuenta las circunstancias.

El sargento escuchó atento el relato de su ex novia. Relato que incluso parecía que todavía le traía unas que otras emociones, pues la conocía -o eso creía- bastante bien como para no darse cuenta de que era exactamente lo que quería transmitir aquella posición corporal adoptada, sin embargo, se le hizo imposible no reaccionar a la última parte con un gesto de dolor como si pudiese imaginar cuánto había sufrido con ello.
—Me alegra saber que has podido recuperarte rápido de cierto modo. Eres toda una sobreviviente ahora. ¿Por qué nunca se lo contaste a nadie? —preguntó.
No esperaba que con el tiempo que había pasado se lo contara directamente a él, pero sí quizás a algunos de los amigos que tenían en común y, solo tal vez, él pudiera haberse enterado también.

—Eso es cierto. He tenido suerte. Bueno, hemos tenido suerte. Chad también ha salido ileso. La verdad es que debo estar agradecida con la vida por haberme dado una segunda oportunidad —reconoció sin sonar demasiado convencida pues justamente el accidente había cambiado su vida y no para mejor—. Bueno, no es un acontecimiento que he publicado en mis redes sociales pero los más allegados lo saben. Mi familia, Toni, Cheryl... —comentó dejándole saber quiénes eran las personas con las que la pelinegra había mantenido contacto durante aquellos años.

—Debes estarlo, no todos corren con la misma suerte en un accidente como el que tuviste —añadió convencido de ello, incluso intentando transmitirle aquella convicción que de su parte no había sonado tan creíble—. Entiendo... tampoco he tenido mucho contacto con ellas en este tiempo pero me da gusto saber que de alguna manera tuviste también su apoyo y que no perdiste todo contacto. ¿Qué hay de ti? Imagino que después del accidente mucho ha cambiado en tu vida.

—Ellas han sido muy buenas amigas, de hecho, estoy también de regreso en el pueblo para conocer a River, su recién nacido. Nuestra amistad se ha fortalecido a través de los años, se han convertido en mis mejores amigas —comentó dibujándose una sonrisa en su rostro—. Pues sí, mucho ha cambiado. Y aunque suene a que soy una completa desagradecida... muchas cosas han cambiado para mal.

—Ya lo creo. Y sí, me he enterado nada más al llegar. Todavía estoy asimilando la idea de que Cheryl sea madre, creí que este momento nunca pasaría —mencionó ladeando una sonrisa de solo imaginarse a la pelirroja en aquel papel—. Estoy feliz por ellas. Han pasado por tanto juntas que se merecen disfrutar finalmente el haber formado una familia —Por un instante pensó en preguntarle por Betty. Quería saber qué había sido de ellas, de su amistad o siquiera si habían mantenido contacto pero desestimó la idea en cuanto la mujer dejó en claro que aquellas dos se habían convertido en sus mejores amigas—. Desagradecida no, apuesto a que nada es peor que haber pasado por una experiencia como la que viviste... Imagino que fue difícil y los cambios que implicaron pero, Verónica, tú siempre has encontrado la manera de darle vueltas a las cosas para encontrarles una solución y eso está en ti, no creo que nada de eso haya cambiado.

—Si que lo merecen. Las he visto superar los obstáculos más difíciles durante estos años. Nadie más que ellas merecen ser felices de ahora en más —comentó con total sinceridad.

La ahora empresaria creía que el amor que se tenían sus amigas era ejemplar y estaba contenta de haber podido acompañarlas durante todo aquel camino.
—Si, siempre he encontrado la manera pero con este asunto en particular aún no lo hago. En fin, tal vez solo sea como dice mi madre, todos los matrimonios tienen sus altos y bajos. Confío en que nada más sea una situación pasajera, pero oye, dejemos de hablar de mí y de mi aburrida vida, cuéntame algo de ti.

—Hermione... ¿cómo está ella? No sé demasiado acerca del matrimonio pero si puedo decir que las madres siempre tienen la razón así que tal vez solo deberías dejarte llevar e intentar disfrutar un poco más —arriesgó sin saber exactamente cuáles eran aquellos asuntos a los que la pelinegra hacía referencia y, aunque le hubiese gustado averiguar un poco más, no le parecía que fuese lo más prudente. Antes de responder a su pedido, el pelirrojo lanzó un suspiro—. Pues... no hay demasiado. No es como si la vida fuese un poco más divertida en el ejército, quizás sí un poco más caótica pero divertido solo los momentos en que podemos relajarnos y disfrutar del momento y de nuestros compañeros porque no sabes cuándo es que pueden enviarte a una misión y quizás nunca más volver a verlos. No es que no esté feliz de regresar a mi hogar, pero no esperaba que me trasladaran tan pronto y menos a Riverdale con un propósito muy distinto al que ya me estaba acostumbrando.

—Mi madre se ha convertido en una estrella de televisión. ¿Te suena el programa "Las amas de casa reales de Nueva York"? Bueno, ella es una de las protagonistas —comentó algo divertida.
Estaba orgullosa de la mujer pero no le terminaba de convencer la idea de que pusiera toda su vida a la vista de millones de televidentes.
—Mira, el matrimonio de mi madre no es exactamente un ejemplo a seguir así que no sé qué tanto pueda fiarme de sus consejos —agregó alzando una ceja—. Bueno, divertida o no, es la vida que creíste estar necesitando en su momento. Espero que al menos hayas encontrado lo que estabas buscando. Y… ¿cuál es ese propósito por el que has regresado? Si es que puedo saberlo, claro.

—Me suena sí, pero nunca he visto uno de sus programas. Ahora que lo dices no podré perderme la próxima emisión —añadió con sorpresa y ahora curioso de ver de qué se trataba aquello.
Ante su comentario acerca del matrimonio, el pelirrojo no agregó nada pues estaba lejos de ser un experto en el tema, pero consideraba que todo era superable si en verdad existía amor.
—No me quejo, solo fue un comentario al pasar y sí, es más de lo que esperaba. Nunca me he arrepentido de mi decisión, hice grandes amigos —Ante aquello dicho acerca de si podía saberlo, el pelirrojo asintió—. Pues... en lugar de embarcarme hacia un nuevo conflicto bélico en esta ocasión la misión es militar en el pueblo. Básicamente intentar reclutar jóvenes que estén en su último año de escuela para sumarlos a las largas filas del ejército.

—Seguro lo encuentres divertido. Mi madre se encarga de defenestrar a mi padre la gran mayoría del tiempo —comentó encogiéndose de hombros sabiendo que la participación de Hermione en ese programa era una forma de cobrarse todas y cada una de las cosas por las que Hiram la había hecho pasar a lo largo de sus años de matrimonio.
Tras escuchar las palabras del hombre acerca de su experiencia durante los años vividos en el ejército en comparación con aquella nueva misión que tenía en el pueblo, Verónica pudo notar que el ex boxeador no estaba del todo conforme con su nuevo "destino".
—Tal vez no sea tan malo descansar un poco, Archie.

—Vaya, eso sí es novedad dejándolo expuesto en frente de miles de televidentes. No es necesario que me digas que tu padre no debe estar en nada de acuerdo con eso —lanzó dando aquello último por sentado sabiendo, en parte, como eran las cosas entre aquel matrimonio, o al menos por lo que había convivido podía intuirlo—. No quiero descansar. Siento que estoy en mi mejor momento y en forma para continuar dando lo mejor de mi como lo hice hasta ahora, pero tampoco es como que pueda negarme a la nueva misión así que... acá estamos.

—Oh, claro que no. Ha intentado demandarla, pero en cuanto supo que mi madre tenía unos cuantos aces bajo la manga tuvo que retirarse —explicó notándose en el tono de su voz lo orgullosa que se encontraba de la mujer, quién luego de tantos años por fin le había plantado cara a su marido—. Que estás en tu mejor forma salta a la vista —puntualizó alzando una de sus cejas—. Pero tú nunca sabes cuándo descansar, Archie, así que me alegra que alguien te haya puesto un freno y te haya obligado a hacerlo. También me alegra saber que estás bien y sobre todo me alegra que te hayas mantenido a salvo —confesó dibujándose en sus labios una media sonrisa.
Si bien a lo largo de aquellos siete años no habían vuelto a hablar, la mujer siempre había mantenido al pelirrojo en sus pensamientos.

«Típico de alguien como él», pensó, sin embargo, evitó hacer aquel comentario porque no se le olvidaba que seguía siendo el padre de la pelinegra. No sabía qué relación habían mantenido en este tiempo, pero seguramente no hacía falta que le recordaran la clase de persona que era, por lo que omitió aquel tema para continuar con el siguiente, y este sí que le robó una sonrisa con sus dichos.
—El entrenamiento diario ha dado sus frutos. Y sí, pero no es lo quería aunque a esta altura ya debería de saber que no siempre se obtiene lo que se quiere —manifestó curvando una mueca con sus labios—. Bueno... te prometí que así lo haría, ¿no? No iba a fallarte. «No otra vez»

—Muy buenos frutos —afirmó casi sin pensarlo, percatándose luego de que ya no tenía derecho a esa clase de comentarios por lo que carraspeó y bajó momentáneamente la mirada—. Estoy segura de que encontrarás la manera de hacerlo funcionar... o de volver a ponerte en peligro de alguna u otra forma —comentó a modo de broma, aunque había algo de cierto en sus dichos.
De una forma u otra el pelirrojo siempre terminaba en situaciones límite.
—Creo que ha sido la mejor promesa que te he hecho hacer —confesó con una pequeña sonrisa.
Le había dado cierta ternura que el ahora sargento recordara aquella promesa hecha hacía tantos años atrás.

No iba a negar que aquel primer comentario lo tomó por sorpresa formándose en sus labios una sonrisa. Una que se amplió más cuando Verónica reaccionó de aquella manera llegando a enternecerlo con aquel comentario que no iba a dejar pasar por alto, claramente.
—Bueno..., evidentemente New York también ha dado los suyos. Pareciera que los años no han pasado para ti —lanzó con la verdad sin ánimos de que aquello se interpretara como que estaba coqueteando con ella—. Imagina que mi vida sin peligro es como la tuya sin escuchar cómo han cerrado las acciones en la bolsa de valores. Sería un día completamente perdido —exageró esto último como acostumbraba a hacerlo sin dejar pasar por alto aquella poca información que había llegado a su oído al tanto de las actividades de su ex novia en la gran ciudad—. Fue algo complicada de cumplir debo admitir, pero finalmente acá me ves, en una sola pieza tal como lo dijiste.

—Oye, me halaga oír eso. Pensé que el estrés de la gran ciudad me había quitado el aspecto juvenil. Es bueno saber que no ha sido así —respondió sin querer ahondar mucho más en ese asunto, sabiendo lo peligrosa que podía volverse la conversación en caso de llegar a hacerlo—. Oh, ya veo lo que dices. No voy a argumentar respecto a eso —comentó alzando las manos en señal de que no tenía nada que objetar, después de todo cada uno elegía con qué darle sentido a su vida— ¿Qué tan difícil? Es decir… ¿te ha tocado estar en un campo de batalla realmente?

—Eres toda una mujer ahora —añadió pensando que no volvería a mencionar algo al respecto, sin embargo, lo sintió necesario tras el comentario de Verónica marcando la evidente diferencia que no significaba que fuese algo malo, en su caso todo lo contrario—. Sí, me ha tocado defender los colores de nuestra bandera. Fue... fue lo más duro que tuve que vivir pero al mismo tiempo la adrenalina y el saber que estoy luchando por mi patria, que estoy haciendo lo correcto, hace que al final del día el corazón se hinche dentro del pecho con orgullo. Es una sensación difícil de explicar si no la vives, pero esa experiencia me ha hecho perderle el miedo a muchas cosas.

Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de Verónica ante su primer comentario. Ella también opinaba lo mismo del pelirrojo, quién se había convertido en hombre. Podía notar las diferencias con el adolescente que ella había despedido hacía siete años, sin embargo prefirió guardarse los comentarios para ella y en su lugar escuchar en silencio lo que el ahora sargento tenía para contarle.
—Imagino lo duro que ha sido. No puedo hablar más que por lo que he visto en películas o documentales, pero… si creo que le pierdes el miedo a muchas cosas cuando sabes que tu vida puede apagarse de un momento a otro —comentó hablando desde su propia experiencia.
Vivir una experiencia cercana a la muerte no sólo la había hecho valorar las pequeñas cosas, también la había ayudado a enfrentar otras.

—No tan solo la tuya, sino también la de aquellas personas con las que estás conviviendo y con las que aprendiste a compartir tanto tiempo que ya prácticamente se convirtieron en parte de tu familia. Aprendes a valorar más lo que tienes y a disfrutar de los momentos sabiendo que de un momento a otro todo puede convertirse en un recuerdo —reconoció el pelirrojo.
Aún después de tantos años le resultaba extraño que todavía tuvieran cosas en común como en ese caso lo era una experiencia cercana a la muerte. Era como que el destino los conectaba nuevamente de alguna manera en algo que, de no haber sido por aquel encuentro, seguramente ninguno de los dos se habría enterado del otro.

—Salvando las diferencias puedo comprender eso que dices de que tus compañeros se terminan convirtiendo en tu familia. Es lo que sentía hace años aquí mismo, en Riverdale, cuando aprendí lo que eran las verdaderas amistades y adopté a cada uno de ustedes como parte de mi familia —comentó la pelinegra.
Sabía que la diferencia en la comparación era abismal, aunque, si consideraba que en la escuela secundaria todos y cada uno de ellos habían estado en peligro de muerte en más de una ocasión, la comparación ya no parecía tan descabellada.
—Archie… me encantaría quedarme contigo conversando durante el resto de la noche pero debo regresar al Pembrooke. Tengo mucho polvo que quitar antes de poder descansar. Por cierto, ¿en dónde estás parando tú?

A medida que la chica fue hablando el sargento asentía con un movimiento de su cabeza totalmente de acuerdo con ella pues así también lo consideraba él y, ahora que había vuelto a reunirse con ellos, si bien Riverdale era su hogar, ahora se sentía como estar en casa, aunque las cosas fuesen totalmente distintas y aunque el pueblo se encontrara destruido. De hecho, iba a añadir algo más, pero al escuchar que debía volver al que al parecer continuaría siendo su hogar, se detuvo.
—No, está bien. Supongo que nos estaremos cruzando en cualquier momento. Yo... estoy quedándome en el club. O bueno, lo que queda de él en realidad. Por suerte no llegaron a invadirlo por completo pero tal vez unas semanas más habrían sido suficiente para que lo ocuparan como hicieron con mi casa.
Y estuvo a punto de preguntarle si quería que la acompañara hasta su apartamento, pero tras pensarlo lo encontró poco prudente. Más cuando sus destinos se encontraban en posición tan en contra mano una de la otra.

—Sí, seguramente nos veamos. Después de todo Riverdale no es un pueblo tan grande, menos ahora que pareciera que su población se ha reducido a la mitad —comentó la mujer poniendo una mueca, una expresión que se acentuó en su rostro cuando escuchó que su antiguo club también había sufrido de actos de vandalismo. En ese momento recordó que nunca le había parecido que El Royale fuera un lugar para quedarse, de hecho, creía recordar alguna discusión con el pelirrojo acerca de aquello mismo. Solo que ahora no podía invitarlo a quedarse en su apartamento. No sólo porque sería algo extraño para ambos, también lo sería para su esposo.
—Ha sido un gusto haber vuelto hablar contigo, Archie. De verdad. Me alegra verte bien —murmuró deteniendo su andar, lista para despedirse del pelirrojo.

—Al parecer solo han quedado quienes se rehúsan a abandonar el pueblo y quienes solo se aprovechan de eso —lanzó.
Fue en un comentario resignado ubicando dentro de este último grupo a Hiram Lodge, porque los del primer grupo sabía que solo eran ciudadanos comunes que simplemente estaban allí quizás recibiendo un suelo del hombre solo para que estuviesen de su lado en cuanto lo necesitaran, gente que de ninguna manera dejaría el lugar en el que habían crecido y quienes no tenían las posibilidades económicas para mudarse a un sitio mejor.
—También me ha dado gusto verte bien, Ron... —Y entonces se percató que no había mencionado aquel diminutivo de su nombre en años y en ese momento le había salido de manera tan natural que casi no se había dado cuenta.
Carraspeó en un intento de disimular aquel tropiezo. Otro que tuvo pero que esta vez sí llegó a impedirlo a tiempo.
Fue el acto de estrecharla en un fuerte abrazo el cual contuvo guardando ambas manos en los respectivos bolsillos de su abrigo.
—Cuídate, por favor —mencionó.
Ahora más que nunca el peligro rondaba en el pueblo como moneda corriente y lo que menos quería era que algo le sucediera a ella.

Una tierna sonrisa se dibujó en sus labios al oír aquel apodo suyo salir de los labios del pelirrojo. Apodo que había salido a medias pero que había comprendido a la perfección.
—Ronnie. Puedes seguir llamarme así… Archiekins —murmuró ella por su parte sin borrar la sonrisa de su rostro, sino que, por el contrario, la misma terminó ampliándose—. Y descuida, me cuidaré. Tú haz lo mismo, ¿sí?
Y al ver que el chico había guardado ambas manos en los bolsillos se acercó a él para dejar dos palmaditas sobre su brazo izquierdo a modo de saludo. A continuación, y sin mediar otra palabra, la pelinegra comenzó a alejarse saludando al hombre por última vez con un gesto de su mano antes de doblar la esquina y perderlo de vista por completo.