Fuego y sudor (parte I)

Aquella charla en la cual Verónica le había contado acerca del accidente en el que casi pierde la vida le había quedado dando vueltas en la cabeza.

No estaba muy seguro del por qué, pero era más factible imaginarse una vida sin contacto alguno como habían mantenido hasta el momento, a una en la que de plano la pelinegra ya no se encontrara con vida. Y es que el solo hecho de imaginar que eso último podría haber sucedido, la piel del pelirrojo se erizó por completo, un escalofrío helado que lo recorrió de pies a cabeza junto con un sentimiento de angustia que lo invadió de inmediato dificultándole el conciliar el sueño.

Cualquiera podría decir que sentirse de aquella manera por alguien a quien volvía a ver después de siete años sería exagerado, pero la mujer que había estado frente a él esa misma tarde no era cualquiera y todavía guardaba los mejores recuerdos a su lado, recuerdos que ni siete años más serían capaces de borrar. Simplemente no podía concebir una vida en la que ella no estuviese, mucho menos una en la que no pudiese hacer nada para impedir que algo le sucediera, aunque inútilmente sabía que esto último habría sido imposible.

El fuego ardiente y el humo intenso le dificultaban la visión. No habría sido capaz de reconocer aquella construcción frente a la que se encontraba de no haber sido por la dirección exacta que le pasaron en cuanto llamaron en la madrugada al departamento de bomberos, sitio en el que desde hacía algunas semanas se había sumado como voluntario, para advertirles sobre el incendio que se había provocado en el lujoso edificio de apartamentos. En un primer momento se había quedado inmóvil tratando de asimilar la información, tratando de no pensar en lo peor, cuando la sirena del camión lo sacó de aquella especie de trance subiéndose de inmediato al mismo sin dejar que sus compañeros se fueran de allí dejándolo solo.

Algunas de las personas afectadas por el fuego y el humo fueron llevadas de inmediato al hospital, otras que habían logrado salir a tiempo se encontraban a salvo a unos cuantos metros de distancia. La imagen frente suyo era de lo más trágica y su reacción lo fue más cuando en un intento desesperado por apagar el fuego una explosión se hizo presente en el lugar volando gran parte del edificio por los aires. Incluso la onda expansiva provocada había sido capaz de desestabilizarlo haciéndolo caer al suelo del cual se levantó de inmediato para correr directamente hacia las llamas sin importarle otra cosa, pues la persona que esperaba encontrar no se hallaba en ninguno de los dos grupos ya antes mencionados y existía solo un lugar en el que pudiese estar.

—'La explosión acabó por tirar todo abajo, no hay nada que podamos hacer. Lo siento, no hay sobrevivientes.'

Lo detuvo uno de sus compañeros cortándole el paso para impedirle continuar avanzando, pues el riesgo de otra explosión estaba todavía presente hasta que el fuego no se extinguiera completamente pero no, el pelirrojo no se quedaría allí de brazos cruzados sin tener la certeza de que esto era así, simple y sencillamente porque no le parecía una realidad que tuviese que estar viviendo. Simplemente no podía hacerse la idea de que su novia pudiese estar siendo consumida por las llamas mientras él no hacía nada para impedirlo.

Luchó con todas sus fuerzas para zafarse del agarre, incluso con dos y tres compañeros más que trataban de detenerlo, pero no hubo caso y en el instante en que pudo se escabulló sin nada más que perder hacia los restos que quedaban de aquel edificio, directamente hacia el departamento 305… de no ser que una vez dentro ya nada era parecido a lo que algún día había conocido. Escombros, restos de agua que parecían no haber servido de mucho, el humo que a medida que se adentraba se iba haciendo más denso dificultándole el respirar.

Gritó su nombre con la esperanza de recibir una respuesta.

Lo hizo otra vez y más fuerte, con todas sus fuerzas, quizás no lo había escuchado. Así una y otra, y otra vez hasta que su garganta le dio voz para hacerlo y de repente silencio. El crujido de las llamas quemando todo a su paso era lo único que alcanzaba a escuchar y aquella respuesta no había llegado. Sus pulmones no hacían otra cosa más que llenarse de humo y lo último que recordaba era su temperatura corporal aumentando cada vez más. Quemaba. Todo su cuerpo le quemaba, le ardía y dolía como los mil demonios, pero ni de cerca como el saber que la vida que había imaginado junto a su chica se había esfumado frente a sus ojos de un momento para otro.

Despertó agitado, con el corazón queriendo salir de su pecho y sudando como si hubiese estado dentro de aquel incendio. De alguna manera lo había estado, pero parecía haber sido solo un /mal/ sueño porque ahora se encontraba en su habitación, a salvo. Con ayuda de las sábanas secó el sudor de su rostro y de su cuerpo en general. Miró el reloj en su mesa de noche que marcaban las 3:47 a.m. y un sudor frío se apoderó de su cuerpo. Era exactamente el mismo horario en que, en sus sueños, había entrado aquella llamada. No era bombero, tampoco tenía una novia que perder en un incendio, pero si alguien por quién todavía daría hasta su vida sin importar el tiempo y lo que hubiese sucedido entre ellos y no iba a quedarse tranquilo hasta asegurarse de que esa persona se encontraba a salvo. Fue por eso que sin pensar muy bien lo que hacía ni las consecuencias de sus actos, se vistió con la ropa que se había quitado antes de acostarse y corrió sin parar hacia el lado norte del pueblo, como si la vida se le fuese en ello.

Sintió una especie de alivio en cuanto vio que aquella primera imagen del edificio que había tenido en sus sueños era muy distinta a la actual en la que, a pesar del descuido general que había sufrido Riverdale, aún mantenía su lujosa fachada. Más lejos de quedarse tranquilo se adentró para dirigirse al departamento que conocía muy bien golpeando la puerta en cuanto llegó al mismo.

—Verónica. ¡Verónica! ¿Estás ahí? ¡Abre! —pidió repetidas veces sin obtener respuesta, algo que hizo rememorar y sentir aquel sueño como una realidad.

Conocía aquel departamento casi de memoria y la manera de ingresar en él, por lo que no perdió más tiempo y se dirigió hacia la puerta de servicio. Aquella que atravesó tantas veces en el pasado y que había aprendido a abrir incluso cuando no la dejaban abierta para él. Esta era una de esas veces en que nadie esperaría su visita en el Pembrooke en plena madrugada.

Lejos de aliviar su estado, conforme pasaban los minutos el pelirrojo fue llenándose nuevamente de una pesada angustia, pues aquella puerta no estaba siendo tan fácil de abrir como lo recordaba y sentía que, al igual que en su pesadilla, cada segundo que pasaba era tiempo valioso que no podía perder. No supo cuánto pasó exactamente, pero pareció una eternidad hasta que logró finalmente truncar aquella cerradura y adentrarse al apartamento.

Todo estaba oscuro, apenas iluminado por la claridad de la noche que ingresaba por las rendijas de las persianas de las ventanas, pero, aparentemente, en siete años aquel lugar no había cambiado exactamente en nada cuando se percató de las sombras de la sala a medida que se adentraba reconociendo fácilmente el sofá, la mesa y el hogar que lo adornaban en el mismo lugar que tenía grabado en su memoria. Entonces los recuerdos de todos los momentos, tantos los buenos como los no tanto, que había pasado en aquel lugar se habían agolpado rápidamente en su cabeza haciéndolo revivir cada uno de ellos en una película a cámara rápida que parecía infinita. Era extraño volver a estar allí tiempo después de tanto y en un momento como ese, pero todavía sentía la necesidad de dar con la mujer y asegurarse de que estuviese a salvo.

Desde que había llegado al pueblo la pelinegra encontraba dificultad para conciliar el sueño. Durante los últimos días se había pasado la mayoría de las noches en vela logrando dormirse cerca del amanecer para terminar despertando unas pocas horas más tarde. Si bien aquel apartamento había sido su hogar durante los últimos años de su adolescencia, ahora mismo no le resultaba para nada cómodo. Se sentía intranquila e insegura a pesar de contar con la compañía de Smithers, su fiel chofer que también ejercía de seguridad privada del edificio.

Aquella noche no había sido la excepción a la regla. Desde la medianoche que había decidido irse a la cama había estado dando vueltas y cogiendo su móvil para chequear la hora a cada rato, incluso quedándose con este en mano en un intento de cansar su vista y lograr, aunque sea, dormitar un poco.

Y en eso estaba sobre las cuatro de la mañana cuando un ruido que en ese momento no supo distinguir la sacó de su adormecimiento. Despertó de lo más agitada y en un acto reflejo irguió el torso quedándose sentada en medio de la cama king size que adornaba el centro del cuarto. El corazón le latía con fuerza contra su pecho debido al susto que se había llevado, estado que empeoró cuando, tras aguzar el oído, escuchó unos pasos que parecían acercarse con sigilo por el pasillo que terminaba en las puertas dobles de su habitación. La pelinegra era consciente de la inseguridad constante que se había instalado en Riverdale tras la gestión como alcalde de su padre, así que lo único que se le ocurrió fue pensar que había un ratero dentro del departamento.

Siendo igual de sigilosa que quién acechaba detrás de sus puertas, Veronica cogió del cajón de su mesa de noche el arma que días atrás había comprado en la casa de empeño. No era una experta usándola, pero tal vez le serviría para ahuyentar a quién sea que estuviera a punto de ingresar en la estancia.

De repente el silenció reinó en el apartamento. Los constantes ruidos y pisadas que había estado escuchando desde hacía minutos atrás dejaron de oírse.

Veronica había estado conteniendo la respiración mientras que con su arma apuntaba hacia las puertas dobles de su cuarto a la espera de la inminente llegada del intruso y, al verse nuevamente sumida en el silencio sepulcral de la noche, estuvo en el dilema de quedarse allí esperando o levantarse y salir al encuentro de quién sea que estuviera merodeando por su apartamento. Estaba un poco asustada pues sabía que estaba sola y que, por más que gritara, Smithers no la oiría desde su puesto de vigilancia en la planta baja del edificio, pero, así y todo, se decidió por la segunda opción.

Con sumo cuidado se puso en pie y comenzó a andar con lentitud hacia la puerta intentando no hacer ningún ruido en el camino. Tuvo que deshacer el agarre de una de sus manos alrededor de la culata del revolver para poder coger el picaporte, el cual manipuló con igual cuidado para salir al exterior de su habitación.

A pesar de la oscuridad la pelinegra pudo distinguir la silueta masculina dibujada unos pasos más allá, inmóvil, en el centro de la sala. Con toda la determinación de la que fue capaz estando nerviosa como lo estaba, fue que sujetó nuevamente el arma con sus dos manos y volvió a apuntar, esta vez directamente hacia ese hombre, quién hasta el momento parecía no haberse percatado de su presencia.

—¡No des un paso más! —exclamó para llamar su atención— Tienes tres segundos para largarte de mi casa o juro por Dios que te volaré los sesos.

A decir verdad, la pelinegra no sabía de donde había sacado el coraje para enfrentarse a quién fuera que estuviese invadiendo su propiedad de aquella manera. Empezando por el hecho de que ni siquiera sabía cómo manipular de manera correcta aquella arma que sostenía con tanta fuerza que los músculos ya habían comenzado a dolerle.

Por su parte, lejos de poder reaccionar, el pelirrojo se mantuvo sumido en aquellos recuerdos que no hicieron otra cosa más que continuar reproduciéndose, volviéndose casi todos tan reales como algún día lo habían sido. Cada rincón de aquel departamento rememoraba un importante momento en su vida. Momentos que había intentado guardar en lo más profundo de su ser en un intento de que con el paso del tiempo y con nuevas experiencias se fueran enterrando cada vez más, sin embargo, evidentemente había fracasado en el intento porque nada más bastó con encontrarse en el lugar para revivir cada uno de ellos.

Fue recién cuando escuchó aquella advertencia de voz femenina que el sargento volvió a la realidad e inmediatamente dirigió la mirada hacia la dirección de donde provenía. Entonces solo agradeció que apenas movió su cabeza para hacerlo pues en cuanto vio la silueta del arma en manos de Verónica supo que esta no tendría ningún reparo en disparar. En respuesta, el pelirrojo lentamente levantó sus manos en el aire antes de darse a conocer haciéndole saber que no estaba armado ni mucho menos.

—Tranquila, baja el arma —indicó en un intento de contener la respiración para evitar hacer el menor movimiento posible para que la dueña del apartamento no se viera amenazada—. Soy Archie…

Verónica estaba tan nerviosa que en principio no fue capaz de reconocer la voz de su interlocutor. Solo lo hizo cuando este se dio a conocer por su nombre, provocando que toda la tensión que había sentido hasta ese momento desapareciera siendo la misma reemplazada por una inmensa incertidumbre.

—¿Archie? ¿Que... qué demonios haces aquí? —preguntó sin percatarse de que todavía estaba apuntando su arma hacia él— ¡Por Dios! ¡Casi me matas del susto! —exclamó a modo de reclamo para finalmente soltar el revolver dejándolo caer al suelo.

Así se mantuvo: inmóvil y con sus brazos en el aire hasta que la chica pareció reconocerlo, incluso hasta que ella misma dejó caer el arma fue que recién el exboxeador pudo volver a respirar con naturalidad.

Ante su pregunta se quedó en silencio. Tenía un motivo por el que había salido de madrugada de su casa, por el que había corrido a toda velocidad hacia el lado norte y por el que se había adentrado en un apartamento que no era suyo, pero entonces no estuvo seguro de que sus fundamentos fueran de peso, no al menos para Verónica.

—Yo...

No añadió mucho más, simplemente hizo un pedido. Pues si bien ningún incendio era evidente y Verónica parecía de lo más bien, todavía debía percatarse de que físicamente lo estuviera, algo que difícilmente podría hacer en la oscuridad que se encontraban.

—¿Puedes encender las luces? Por favor…

La pelinegra se quedó a la espera de una respuesta coherente por parte del pelirrojo, una que le explicara por qué se hallaba en plena madrugada en la sala de su departamento. Por esa razón, cuando recibió aquel descabellado pedido la mujer se quedó mirando la silueta masculina de lo más incrédula, incluso su ceño se había arrugado.

—¿Que encienda las luces? Archie, no sé qué clase de broma sea esta pero que sepas que no me hace ninguna gracia —comentó bastante cabreada con la situación.

Aún le duraba la tensión que el susto le había provocado, realmente había creído que estaba en peligro. Sin embargo y sin encontrarle lógica alguna, Verónica accedió a su pedido y se encaminó hacia el interruptor que se encontraba a unos pocos pasos de ella. Una vez la sala se iluminó, le tomó unos segundos el que su vista se adaptase a la nueva claridad, momento tras el cual enfocó nuevamente su atención en el hombre frente a ella.

—¿Y bien? ¿Vas a decirme qué demonios haces ingresando en mi apartamento a estas horas? —inquirió manteniéndose completamente a la defensiva.

—No es ninguna broma, lo juro —respondió reconociendo en la voz contraria lo molesta que se sentía.

No podía juzgarla, no era para menos, pero de alguna manera esperaba que accediera a su pedido. Cuando sintió los pasos y vio la figura alejarse, supo que tendría que dar una explicación lógica de un momento a otro y entonces se dio cuenta de que no tenía mucho que decir. ¿Cómo es que iba a explicarle que se había colado en su apartamento nada más porque había tenido un sueño en el que eran pareja, la había perdido y necesitaba corroborar que estuviese bien?

Todavía se encontraba algo exaltado y angustiado por la pesadilla, y a pesar del buen susto que se había llevado cuando la vio acercarse con el arma, en cuanto la mujer prendió la luz y pudo ver con sus propios ojos que se encontraba a salvo y estaba bien, en un movimiento que ni siquiera había llegado a pensar, se abalanzó hacia ella rodeándola fuertemente con sus brazos con la tranquilidad de esta vez haber llegado a tiempo a pesar de que ningún peligro parecía estar acechándola, pero con el corazón latiéndole a mil por horas apenas recuperándose de aquel terrible sueño.

Aquel abrazo fue el primer contacto físico que tuvieron después de siete años y el primero desde que se habían reencontrado, sin embargo, durante el tiempo que duró el mismo sentía que el tiempo no había pasado entre ellos. Le debía una respuesta sí, porque había ignorado cada uno de sus interrogantes, pero por el momento se quedó en aquel instante que, al igual que cuando puso un pie en el apartamento, tantos recuerdos le traían.

Verónica mantuvo la mirada fija en el pelirrojo con cierta expectativa y a la espera de una respuesta que parecía no iba a llegar. Incluso sus cejas se alzaron luego de unos segundos en los cuales ninguno de los dos volvió a emitir palabra.

Y entonces lo vio acercarse.

Más bien abalanzarse sobre ella a una velocidad que fue incapaz de anticipar. Razón por la que no se movió de su sitio mientras era atrapada entre aquellos fuertes brazos, los cuales encontraba mucho más fuertes que la última vez que había estado envuelta en ellos.

En un principio se quedó allí, inmóvil y algo tensionada por las repentinas acciones de su expareja. Realmente no comprendía que estaba pasando, la situación en conjunto se le había hecho de lo más irreal haciéndola pensar que incluso aquello podría ser un sueño, pero no, aquello era real. Tan real como el perfume que despedía el hombre, como el calor que emanaba su cuerpo.

—Archie... no comprendo —murmuró bajito, con un tono de voz que en nada se parecía al que había utilizado minutos atrás.

El encontrarse entre sus brazos no sólo le había devuelto la calma, sino que también la había hecho sentirse a salvo, así como siempre se había sentido estando entre ellos. Sin dudarlo un segundo más, la neoyorkina terminó alzando sus brazos para poder corresponder a ese gesto dejando que las palmas de sus manos reposaran sobre la espalda ajena.