Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Desaparición para expertos" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 26
JUEVES
6 DÍAS DESAPARECIDO
Harry ya estaba allí cuando aparcaron, con los ojos brillantes y vivos tras la luz de los focos del coche de Bella. Estaban en el camino de la vieja granja, justo antes de girar hacia Sycamore. Edward le pasó su mochila y colocó la mano sobre la de ella antes de salir del coche.
—Hola —le susurró Bella a Harry. El viento de medianoche le ondeaba el pelo hacia la cara—. ¿Has tenido algún problema para salir?
—No —dijo—. Me parece que mi madre no estaba dormida, la he escuchado llorar, pero no me ha oído.
—¿Dónde está Tori? —preguntó Bella al ver su coche unos metros más adelante.
—Está dentro del coche, hablando por teléfono con su hermana —explicó Harry—. Daphne debe de haberse dado cuenta de que se ha ido. Creo que Tori no ha tenido demasiado cuidado al salir porque, y cito literalmente: «Mis abuelos están prácticamente sordos».
—Ah, ya.
Edward se puso al lado de Bella sirviéndole de escudo contra el viento.
—¿Has leído los comentarios? —preguntó Harry endureciendo la voz.
¿Enfadado? Estaba demasiado oscuro como para saberlo.
—Todavía no —respondió ella—. ¿Por qué?
—Solo hace unas tres horas que subiste el episodio y ya hay una teoría viral en Reddit.
—¿Cuál?
—Creen que mi padre es un asesino. —Sí, estaba enfadado, sin duda. Su voz tenía un tono cortante—. Están diciendo que cogió el cuchillo de casa y siguió a Jamie por Wyvil Road. Lo mató, limpió, tiró el cuchillo y escondió el cadáver. Que todavía estaba fuera cuando yo llegué a casa a medianoche porque «en realidad no vi a mi padre» cuando entré. Y que el fin de semana no estuvo porque se lo pasó entero deshaciéndose del cuerpo de Jamie. Motivo: mi padre odia a mi hermano porque es «una puñetera decepción».
—Te he dicho que no leas los comentarios. —Bella bajó la voz, esperando que Harry hiciera lo mismo.
—Bueno, es tu pódcast el que están comentando. ¿De dónde crees que sacan esas ideas?
—Tú me pediste que hiciera esto, Harry. Aceptaste los riesgos que conllevaba. —Sentía cómo la noche se arremolinaba a su alrededor—. Lo único que he hecho ha sido presentar los hechos.
—Pues los hechos no tienen nada que ver con mi padre. Si hay alguien que miente es Rose Parkinson, no él.
—Está bien. —Bella levantó las manos—. No voy a discutir contigo. Solo estoy intentando encontrar a Jamie, ¿de acuerdo? Ya está.
Más adelante, Tori acababa de salir del coche y levantó una mano en silencio para saludar conforme se acercaba.
Pero Harry no se dio cuenta.
—Ya lo sé. —Tampoco se fijó en que Bella le levantó las cejas como advertencia—. Pero encontrar a Jamie no tiene nada que ver con mi padre.
—Ha… —comenzó a decir Edward.
—¡No! ¡Mi padre no es un asesino! —gritó él. Tenía a Tori justo detrás.
Se le oscureció la mirada y se le entumeció la boca, abierta en mitad de una palabra sin pronunciar. Al final Harry la vio, demasiado tarde, rascándose la nariz para llenar el silencio incómodo con algo. Edward de pronto se interesó muchísimo por las estrellas y Bella tartamudeó, sin saber muy bien qué decir. Pero solo unos segundos después Tori volvió a sonreír, con una tensión de la que solo su amiga fue consciente.
—No puedo decir lo mismo —dijo despreocupada, encogiéndose de hombros—. ¿No tenemos que vigilar algo? ¿O nos vamos a quedar aquí plantados de cháchara hasta que nos den las uvas?
Una expresión que había aprendido hacía poco de su abuela. Y una forma fácil de acabar con la incomodidad. Bella lo entendió y asintió.
—Sí, venga, vamos.
Era mejor que todos corrieran un tupido velo e hicieran como si esos últimos treinta segundos no hubieran ocurrido.
Harry caminaba rígido a su lado al girar por el camino de gravilla, con la granja abandonada mirándolos desde la hierba. Y había algo más. Algo que Bella no se esperaba. Un coche aparcado en el arcén de la carretera, cerca del edificio.
—¿Hay alguien? —preguntó.
Obtuvo la respuesta unos segundos más tarde, cuando se reflejó un haz de luz por las mugrientas ventanas de la granja. Había alguien dentro, con una linterna.
—¿Qué hacemos? —le dijo Edward—. ¿Acercamiento indirecto o directo?
—¿Qué diferencia hay? —preguntó Harry con su voz normal otra vez.
—Indirecto es que nos quedamos por aquí, escondidos, y esperamos a ver quién es cuando se vaya —explicó Edward—. Directo es que entramos ahora, vemos quién es y tenemos una charlita. Yo soy más de esconderme, pero a esta de aquí le gusta ir más directa, así que…
—Directo —decidió Bella con determinación, como Edward sabía que pasaría—. El tiempo no está de nuestra parte. Vamos. En silencio —añadió, porque el acercamiento directo no quería decir necesariamente renunciar al elemento sorpresa.
Caminaron juntos hacia la casa con pasos acompasados.
—¿No seremos nosotros los reyes del sigilo, mi amor? —le susurró Edward a Bella.
Tori lo escuchó y soltó un ruido por la nariz.
—He dicho en silencio. Eso quiere decir que nada de bromas ni onomatopeyas de cerdos. —Que era exactamente como reaccionaban ellos a los nervios.
Bella fue la primera en llegar a la puerta abierta. La espectacular luz plateada de la luna se reflejaba en las paredes del pasillo, como si les estuviera iluminando el camino, guiándolos hacia el salón. Bella dio un paso hacia el interior, pero se detuvo al escuchar una carcajada que venía desde dentro. Había más de una persona. Y, por sus risas corales, parecían dos chicos y una chica.
Sonaban jóvenes, y posiblemente colocados, alargando las risas más tiempo del esperable.
Bella avanzó con pasos silenciosos. Edward la seguía de cerca, aguantando la respiración.
—Yo creo que puedo meterme unos veintisiete en la boca de una vez —dijo una de las voces.
—Ni se te ocurra, Robin.
Bella dudó. ¿Robin? ¿Era el Robin que ella conocía? ¿El que iba a un curso menos que ella y que jugaba al fútbol con Sam? ¿Al que vio comprándole drogas a Howie Bowers el año pasado?
Entró en el salón. Había tres personas sentadas sobre los cubos del revés y estaba lo bastante iluminado como para ver que no eran solo tres siluetas en la oscuridad; tenían una linterna apuntando hacia el techo en el primer cajón de un aparador de madera torcido. Y los tres sujetaban cigarrillos encendidos.
—Robin Caine —dijo Bella provocando que los tres dieran un respingo. No reconoció a los otros dos, pero la chica chilló y casi se cae de su cubo; y el otro chico tiró el cigarro—. Ten cuidado, no vayas a provocar un incendio —dijo mirando cómo el chico se tropezaba para recogerlo, al mismo tiempo que se subía la capucha para esconderse la cara.
Robin por fin se fijó en ella y dijo:
—Joder, tú no.
—Joder, yo sí, me temo —dijo Bella—. Y compañía —añadió conforme los demás se colocaban detrás de ella.
—¿Qué están haciendo aquí? —Robin le dio una calada a su porro.
Demasiado larga, de hecho, y se le puso la cara roja al intentar contener la tos.
—No, ¿qué están haciendo ustedes aquí? —Bella le devolvió la pregunta.
Robin levantó el porro.
—Eso ya lo había pillado. Pero… ¿vienen aquí a menudo? —quiso saber.
—¿Me estás tirando ficha? —preguntó Robin retrocediendo rápidamente cuando Edward se colocó al lado de Bella.
—Bueno, la mierda que han ido dejando ya responde a mi pregunta. —Bella señaló la colección de envoltorios y botellas de cerveza vacías—. Saben que estan dejando sus huellas en la posible escena de un crimen, ¿verdad?
—A Sid Prescott no la mataron aquí —argumentó el chico volviendo a centrarse en el porro.
Sus amigos estaban muy callados y miraban a todas partes menos a ellos.
—No me refiero a eso. —Bella cambió de postura—. Jamie Potter lleva cinco días desaparecido. Vino aquí justo antes de que su rastro desapareciese. ¿Tienen alguna información?
—No —dijo Robin seguido rápidamente por sus amigos.
—¿Estuvieron aquí el viernes por la noche?
—No. —Robin miró la hora en su teléfono—. Oye, en serio, se tienen que ir. Va a venir alguien dentro de poco y no puedes estar aquí cuando llegue.
—¿Quién?
—A ti te lo voy a decir —se burló Robin.
—¿Y si me niego a irme hasta que no se vayan ustedes? —dijo Bella dándole una patada a un bote de Pringles vacío para que rodara hacia los tres amigos.
—Precisamente tú no querrás estar aquí, te lo aseguro —dijo Robin—. Seguramente él te odie más que nadie porque prácticamente metiste a Howie Bowers en la cárcel.
Bella conectó los puntos en su cabeza.
—Ah —dijo arrastrando el sonido—. Así que es un asunto de drogas. ¿La vendes? —dijo fijándose en la gran mochila negra a rebosar que reposaba sobre la pierna de Robin.
—Yo no vendo droga. —El chico arrugó la nariz.
—Bueno, lo que hacen aquí parece más bien uso personal. —Señaló la mochila que ahora Robin intentaba esconder empujándola detrás de sus piernas.
—No soy traficante, ¿vale? Simplemente la recojo de unos tíos en Londres y la traigo aquí.
—Entonces eres una mula —sugirió Edward.
—Me dan maría gratis —dijo Robin a la defensiva.
—Caray, eres todo un hombre de negocios —ironizó Bella—. O sea, que alguien te ha coaccionado para que trafiques con drogas por el condado.
—Que te jodan. No me ha coaccionado nadie. —Volvió a mirar el teléfono, esta vez con el pánico reflejado en el negro de sus pupilas—. Por favor, va a llegar de un momento a otro. Esta semana ya está bastante molesto porque alguien lo ha dejado plantado; novecientas libras que no va a recuperar, o algo así. Se tienen que ir.
En cuanto Robin terminaba de pronunciar la última palabra, todos lo oyeron: el sonido de unas ruedas sobre la gravilla, el murmullo de un coche aparcando y el ruido metálico del motor atravesando la noche.
—Ha llegado alguien —informó Harry.
—Mierda —dijo Robin tirando el porro en el cubo que había detrás de él.
Bella ya se había dado la vuelta y se dirigía, pasando entre Harry y Tori, hacia el pasillo para llegar a la puerta abierta. Se quedó plantada en el umbral, con un pie adelantado, adentrándose en la noche. Entornó los ojos para intentar convertir la oscuridad en formas reconocibles. El coche había aparcado delante del de Robin, era de un color más claro, pero…
Y, de pronto, Bella dejó de ver, cegada por la potencia de las luces largas del coche.
Se cubrió los ojos con las manos mientras el motor volvía a arrancar y salía a toda velocidad por Sycamore Road, desapareciendo en una nube de polvo y golpes de gravilla.
—¡Chicos! —Bella llamó a los demás—. ¡A mi coche! ¡Ya! ¡Corren!
Ella ya se estaba moviendo a toda velocidad por la hierba hasta el remolino de polvo de la carretera. Edward la alcanzó en la esquina.
—¡Llaves! —le gritó, y Bella las sacó del bolsillo de su chaqueta y se las dio a Edward.
Abrió el escarabajo y se metió en el lado del pasajero. Cuando Bella se sentó en el asiento del conductor, Edward ya había metido las llaves en el contacto. Ella las giró y encendió las luces, iluminando a Tori y Harry, que corrían hacia ellos.
Se lanzaron dentro y Bella aceleró antes de que a su amiga le diera tiempo a cerrar la puerta.
—¿Qué has visto? —preguntó Edward mientras Bella doblaba una esquina, persiguiendo al otro coche.
—Nada —apretó el pedal y escuchó cómo la gravilla se levantaba y golpeaba los laterales del coche—. Pero él debe de haberme visto a mí en la puerta. Y ha huido.
—¿Por qué? —preguntó Harry agarrando el reposacabezas del asiento de Edward.
—No lo sé. —Bella aceleró aprovechando que la carretera bajaba una colina—. Pero huir es lo que hace la gente culpable. ¿Esas son sus luces de atrás? —Entornó los ojos para intentar ver mejor.
—Sí —afirmó Edward—. Joder, va muy rápido. Tienes que acelerar.
—Ya voy a setenta —dijo Bella mordiéndose el labio y apretando un poco más el pedal.
—Izquierda, ha ido hacia la izquierda —señaló Edward.
Bella giró en la esquina hacia otro camino estrecho.
—Venga, venga, venga —la animó Harry.
Bella ya lo estaba alcanzando y podía ver la carrocería blanca del coche resaltar entre los oscuros setos que había a cada lado de la carretera.
—Tengo que acercarme más para poder leer la matrícula —dijo Bella.
—Está acelerando otra vez —indicó Tori metiendo la cabeza entre los asientos de Bella y Edward.
Bella aceleró hasta que el velocímetro marcó ochenta, acortando cada vez más la distancia entre los dos coches.
—¡Derecha! —exclamó Edward—. ¡Ha ido hacia la derecha!
Era una curva cerrada. Bella levantó el pie del pedal y tiró del volante.
Tomaron la curva a toda velocidad, pero algo no iba bien.
Bella notó que el volante se le escapaba, se le resbalaba de las manos.
Estaban derrapando.
Intentó girarlo para poner el coche recto.
Pero iba demasiado rápido y se le fue. Había alguien gritando, pero no sabía quién por el chirrido de las ruedas. Patinaron a la izquierda, luego a la derecha, para terminar, dando un trompo.
Todos estaban gritando cuando el coche por fin se detuvo en la dirección contraria, con el morro incrustado en los setos que bordeaban la carretera.
—Joder —dijo Bella dándole un puñetazo al volante y haciendo sonar la bocina del coche una milésima de segundo—. ¿Están todos bien?
—Sí —dijo Harry con la respiración entrecortada y la cara sonrojada.
Edward se giró para mirar a Tori, temblando, antes de volverse para mirar a Bella. Y ella sabía perfectamente lo que estaba viendo en sus ojos, el secreto que ellos tres sabían y del que Harry jamás se enteraría: la hermana de Tori y Mike Newton sufrieron un accidente de coche cuando tenían esta edad, y Mike convenció a sus amigos para dejar a un hombre gravemente herido tirado en la carretera. Eso fue lo que lo empezó todo, y lo que terminó con el hermano de Edward asesinado.
Y ellos acababan de estar horriblemente cerca de sufrir algo parecido.
—Ha sido una estupidez —admitió Bella con esa sensación en el estómago acaparándola cada vez más, como si quisiera llevársela. Era culpa, ¿verdad? O vergüenza. Se suponía que esta vez no iba a ser así, no iba a volver a perderse—. Lo siento.
—Es culpa mía, Belly. —Edward entrelazó sus dedos con los de ella—. Te he dicho que aceleraras. Lo siento.
—¿Ha podido ver alguno la matrícula? —preguntó Harry—. Lo único que he visto yo ha sido la primera letra, y era o una N o una H.
—No la he visto —dijo Tori—. Pero era un coche deportivo blanco.
—Un BMW —añadió Edward, y Bella apretó los dedos contra su mano. Edward se giró hacia ella—. ¿Qué?
—Que… conozco a alguien con ese coche —dijo en voz baja.
—Sí, bueno, y yo también —respondió él—. A más de uno, seguramente.
—Sí. —Bella suspiró—. Pero a quien conozco yo es el nuevo novio de Rose Parkinson.
