EPÍLOGO

—¡Estoy bajando justo ahora! —exclamó Yūji mientras se sentaba sobre el barandal de la escalera para deslizarse y llegar más rápido a la planta inferior.

Una vez abajo, se acomodó a la espalda una mochila con escaso equipaje: celular, cargador, laptop.

Desde que pasó el examen de ingreso a la facultad de enfermería, sólo iba de visita a casa de su novio los fines de semana, y eso cuando no tenía demasiada tarea o terminaba la época de exámenes.

—Ahora tendremos que correr un tramo —anunció Megumi, acompañado por Sukuna de pie en la puerta de entrada—, o perderemos el tren y tendremos que esperar hasta que llegue el próximo.

—Lo siento, lo siento. —Se colocó los zapatos con premura.

—¡Yūji! ¡No me dejes! ¡Si me abandonas me colgaré del árbol del jardín! —Gojō decidió montar un teatro en la parte superior de la escalera. Habría resultado menos desagradable a la vista si no estuviera desnudo.

—No de nuevo. —Sukuna habló por lo bajo—. Me largo —anunció, andando con las manos metidas en los bolsillos del pantalón.

—¡¿Y de quién fue la idea de que estudiara enfermería, huh?! —No estaba molesto, sólo tuvo que levantar la voz para que el otro escuchara fuerte y claro.

—Bueno, bueno, ya. Yo los llevo.

—Ambos sabemos que no está en condiciones de manejar. —Parecía estar a punto de quedarse dormido en cualquier instante.

Incluso Megumi, que lo observaba a la distancia, notaba lo exhausto que su tutor lucía. Era más que evidente lo que esos dos habían hecho toda la noche, no sólo porque a él no lo dejaron dormir con tanto escándalo, sino porque los chupetones que lograba divisar en el cuello de Yūji respondían muchas preguntas.

De no ser por eso y por la cantidad de mordidas y arañazos exhibidos como cuadros en la galería de arte que era el cuerpo de Gojō, dudaría sobre los roles de ambos en la cama.

Exhaló con resignación.

—También me adelanto.

—A-ah… Uh —no supo qué responderle a su amigo, pero él también debía partir—. Vuelva a la cama, sensei… ¡Y póngase ropa! —Agitó la mano a modo de despedida—. Le llamaré en cuanto llegue.

Sin perder un segundo más, abandonó la casa y corrió junto a los otros dos hacia la estación del metro. Ahora vivía en un departamento contiguo al de ellos.

Gojō se resignó a contar los días en soledad cual preso que cincela las paredes con cada amanecer, a la espera de ver de nuevo a su amada.

Desvió la mirada hacia su mano izquierda, donde reposaba un anillo de oro, simple, liso y sin incrustaciones. Lo había elegido así porque de seguro Yūji haría que regresara los juegos si lucían demasiado caros y ostentosos.

«Me pregunto cuándo lo notará». Una cálida sonrisa le enterneció las facciones.


Una vez en el transporte, Megumi, acomodado sobre el asiento junto al de Yūji, reparó en el resplandor dorado que adornaba el dedo anular de éste.

«Eso no estaba allí la semana pasada».

Con excepción de ellos, sólo había una persona más en el extremo opuesto al que se encontraban, por lo que, incluso si sabía que era de mala educación hablar en lugares como ese, comunicarse en voz baja para satisfacer sus dudas no mataría a nadie.

—¿Cuándo se comprometieron? —Llamó con éxito la atención de su amigo—. ¿Fue en esta semana?

Yūji razonó ambas preguntas sin saber a qué se refería.

—Hablas de… ¿Cuándo empezamos a salir? —Hacía más de dos años de eso.

—No, idiota —habló sin malicia, con el fastidio que su poca paciencia y falta de descanso nocturno proferían—. Hablo de su compromiso.

Esta vez, Yūji no tuvo ni la menor idea de lo que le decía y se le notaba en la cara.

—El anillo. —Señaló el dedo opuesto—. ¿Cuándo te lo dio?

Los ojos de Yūji se abrieron con un genuino asombro cuando se posaron sobre su mano izquierda. Megumi podría jurar que se le tornaron cristalinos, pero Yūji sonrió y se cerraron un poco.

No tenía que ser demasiado listo para saber quién se lo puso, aunque era un hecho que no sabía desde cuándo lo tenía allí.

—Fushiguro.

El nombrado lo escuchó con atención.

—Te encargo esto. —Le entregó la mochila con sus cosas, luego de revisar el letrero que anunciaba la próxima estación y los segundos restantes en los que llegaría—. ¡Los veré más tarde!

Aquello último despertó a Sukuna, advirtiendo cómo su hermano salía disparado del tren.

—¿Qué le hiciste? —No era un reclamo, sino genuina curiosidad. Deseaba conocer el secreto para que su hermano se fuera al carajo sin mucho esfuerzo.

—Se le olvidó algo. Vuelve a dormir. —Sacó el móvil y se colocó los auriculares para entretenerse en el trayecto.


Gojō miraba el microondas como si fuera lo más entretenido del universo. Tenía la mente en blanco y había hecho caso a su pareja al colocarse un simple pijama del color que predominaba en su clóset: negro.

Los días sin Yūji eran lentos y aburridos, y desconocía cuánto tiempo pasaría para que se volvieran a ver. ¿Días? ¿Semanas? ¿Meses? ¡¿Años?!

«¿Por qué no quieres que te mantenga? Hazlo por mi salud mental o tendré que chantajearte con eso la próxima vez que vengas».

Incluso se arriesgó a tener una ronda de sexo rápido en la mañana para que Yūji se resignara por el cansancio y se quedara. Lo catalogó como «riesgo» porque inició apenas Yūji despertó y había una gran posibilidad de que se incomodara, en especial después de haberlo hecho tantas veces la noche anterior.

Se veían cada vez menos y necesitaban tanto el uno del otro, que la mayoría de sus encuentros eran en la cama o en la sala, en la ducha o la cocina; en realidad, cualquier lugar que les brindara la privacidad y comodidad suficientes para rendirse al placer, olvidar las preocupaciones que los agobiaban e ignorar al resto del universo en general. Sólo ellos importaban.

Los primeros encuentros fueron un sueño hecho realidad para Gojō. Con él tiempo Yūji comenzó a demandar más y más, y temió no rendir lo suficiente.

Ya no contaba la cantidad de rondas que se montaban, sólo sabía que no podría prolongarlas demasiado cuando de su miembro endurecido brotaba una sustancia cristalina, resbalosa y escasa en lugar de semen. Para esas alturas Yūji experimentaba orgasmos en seco y ni siquiera tenía erección, aunque no por eso dejaba de pedir más. No se saciaba con facilidad.

La razón del actual agotamiento en la vida de Gojō lo ocasionaba ese muchacho magnífico y sensual, a quien no podía negarle nada.

«¿Lo estaré mimando demasiado?». La respuesta era tan evidente que ni siquiera necesitaba pronunciarla.

Una vez que el microondas finalizó con su labor, sacó una taza caliente de cereal con leche. Nunca le gustó comerlo en platos. Megumi era el único raro que hacía eso y el muy «único y diferente» les ponía yogurt.

Al salir al pasillo, la puerta se abrió de golpe.

—¡Gojō Satoru! —vociferó Yūji a todo pulmón desde la entrada.

Un escalofriante presagio recorrió el cuerpo de Gojō desde la cabeza hasta los pies. Su pareja no le hablaba tan fuerte a no ser que se viniera un regaño.

—Sea lo que haya sido, yo no fui.

Sin más reparos, Yūji echó a correr hacia él, sin quitarse los zapatos en el genkan.

Intuyó que le iba a saltar encima, así que se apresuró a hablar.

—¡Espera, espera, espera! ¡Tengo una taza en las manos! —Ninguna mesa cerca—. ¡¿Yūji?!

El nombrado no se detuvo y se abalanzó hacia él tras pegar un salto.

Gojō dejó caer el recipiente. No se rompió, por fortuna, aunque el contenido se regó por el suelo. Echó un pie hacia atrás para mantener adecuadamente el equilibrio y atrapó a su novio en el momento justo, quien se aferró a su torso con manos y piernas.

Si aquello lo desconcertó por la velocidad en que ocurrió, un incipiente temor no tardó en hacerse presente cuando los sollozos llegaron a sus oídos.

No alcanzó a preguntar qué había pasado o a quién debía matar, pues el otro le robó la palabra.

—Sí quiero… —la voz, tan trémula como el resto de su cuerpo, intentó adquirir firmeza al tiempo en que afianzaba más su agarre—. Sí quiero, sí quiero, ¡sí quiero!

Dejó de esconder el rostro en la curvatura del cuello ajeno y, frente a esos ojos azules tan vastos como el mar y tan claros como el cielo, besó el anillo que descubrió minutos atrás.

En el rostro de Gojō se reflejó una sonrisa brillante, difícil de ocultar, iluminando cada rincón de su ser. Cualquier signo de tensión o preocupación se dispersó como si nunca hubiera estado allí en primer lugar.

Junto a Yūji, cada respiración que tomaba era profunda y llena de vida, y en ese momento lo fue aún más. Siendo incapaz de describir lo que sentía, se echó a reír.

Pese a que el rostro de su novio se empapó por el llanto y el sorber los mocos le hizo parecer infantil, a sus ojos, sostenía entre los brazos una gema brillante y espléndida de valor incalculable.

No esperó ni un segundo más para tomar aquellos labios que ni en un millón de años se cansaría de besar y, como en cada uno de ellos, el tiempo se pausó, reanudando su curso cada que Yūji se separaba porque el flujo en la nariz no lo dejaba respirar.

Yūji tuvo que cortar el apasionado momento para tranquilizarse. Se limpió las lágrimas de alegría con el dorso de la mano.

—¿Cuándo lo haremos?

—Bueno, no pensé que fueras a darte cuenta tan rápido, así que planeaba decírtelo cuando salieras de vacaciones.

—¡¿Cómo no me daría cuenta de algo así, si lo puso en mi mano?!

—Claro, claro. ¿Quién te hizo la observación? ¿Megumi o tu hermano?

—Por supuesto que yo lo… Megumi —confesó con una serie de palabras apresuradas. Le avergonzaba admitir que el otro tenía razón.

—¿Lo ves? Eres un caso perdido —soltó una carcajada divertida.

Yūji gruñó por lo bajo.

—Ya quiero ver las caras de Suguru y Nanami cuando lleguemos con un certificado de matrimonio. Con mucha suerte hasta se infartan.

—¿En verdad hay necesidad de causarles una reacción así?

—Pues no, pero será divertido.

—Usted también es un caso perdido —anunció con una espléndida sonrisa, aquella que Gojō había aprendido a cuidar, proteger y amar, aunque le resultara lo suficientemente bochornoso para ponerlo en palabras.

Aquello era sólo el inicio de algo más grande. Tenían un largo camino por delante y todavía restaba un pequeño detalle; si bien, Gojō contempló que alguien pudiera advertir a Yūji sobre el anillo en su dedo, a partir de ese día contaría el tiempo que le tomaría descubrir el par de símbolos grabados en el interior por sus propias manos.

『 五悠 』


AGRADECIMIENTOS

Es la primera historia larga que escribo en solitario y, tras dos años de publicación continua, atravesando una pandemia, mi proceso de titulación y un síndrome de túnel carpiano, el día de hoy, Addicted llega a su final ⸜( *ˊᵕˋ* )⸝

No tengo palabras suficientes (😭) para agradecer a todos los que me apoyaron durante este tiempo con sus preciosos comentarios, fanarts, edits, memes y regalitos, por lo que realizaré un sorteo conmemorativo (no sé cómo llamarlo, pero es un sorteo xD) por el final de este fic 💖 Las bases para concursar se publicarán en mis redes sociales (FaceBook y Twitter) así que no olviden estar al pendiente de ellas (≧◡≦)

Gracias por darle una oportunidad a mis escritos y nos vemos en la próxima historia 📚✨💕

PREGUNTAS FRECUENTES

¿Harás otra historia como Addicted?
R: Sip, pero ya sin parejas secundarias, será sólo GoYuu y es un AU de Yuji vampiro y Gojo cazador. Tendrá más de 60 caps. Para mayores informes, favor de consultar mis redes sociales

¿Cuando se publicará Sempiternum?
R: A inicios de 2024. Debo dejar descansar a mi mente o me va a entrar un bloqueo xD Pero como no planeo dejar de escribir al 100%, ya existe una historia de "transición" o "descanso" que se llama Predestinados y que ya se encuentra disponible en mi perfil. No tendrá más de 20 caps y trata sobre el hilo rojo del destino de Gojo y Yuji (también sin parejas secundarias). También está la historia de Guardaespaldas, que es un Toji x Gojo que igual debo terminar antes de empezar otro proyecto largo

De momento esas son las preguntas que me han hecho en comentarios y redes, pero si tienen más, no duden en hacerlas y yo con mucho gusto las responderé una a una („• ᴗ •„)