MISIÓN DE DOS VALIENTES

Por: Andrés Mena

PRÓLOGO

T ras el final de la guerra civil, los Estados unidos de América entraron en una época de reconstrucción. La conquista del Oeste fue renovada y la fiebre del oro en la Costa Oeste atrajo a miles de jóvenes y viejos en búsqueda del preciado metal para lograr salir de la pobreza en la que nacieron. Y aunque en un principio los viajes en carretas a través de las grandes llanuras eran largos y peligrosos, las cosas cambiarían en 1869.

El diez de mayo de ese mismo año, en Promontory, Utah.

Las líneas ferroviarias del Central Pacific provenientes de Sacramento y la del Unión Pacific de Omaha se unieron. Ese día, los trenistas descargaron martillazos sobre el clavo de oro que unía los rieles, las locomotoras de ambas líneas se deslizaron por los rieles, una hacia la otra. En el punto donde se halló el clavo de oro, las dos máquinas se toparon y el vasto continente quedó unido por largos rieles de acero.

No muy lejos de ahí, a varios kilómetros al este de hecho, se encontró el pueblo de Boiling Rock. De no ser porque se construyó a menos de un kilómetro y medio de la vía del tren, este pueblo habría pasado sin pena ni gloria, pero gracias a ese detalle, se convirtió en una especie de parada entre los viajeros del ferrocarril. En ese pueblo había una posada llamada: "El Dragón del Oeste". Su propietario era un hombre de aproximadamente cincuenta años llamado Iroh. Su hijo y sobrino habían peleado por la unión en la guerra civil, y después de la guerra se mudaron lejos de Ohio en busca de una vida mejor en el oeste, y estableciéndose en Boiling Rock. Mientras Iroh se hacía cargo de su posada, su sobrino Zuko se convirtió en agente de la ley, manteniendo el orden en aquel pequeño pueblo…


Capítulo I:

Después de haber pasado seis días fuera del pueblo persiguiendo a un ladrón hasta que finalmente lo capturó y lo entregó ante la justicia, el joven ranger volvía en su caballo al pueblo. Con un paso tranquilo y su sombrero protegiéndolo del sol, Zuko miró hacia el horizonte, logrando ver cómo se acercaba más al pueblo. Estaba cansado y necesitaba una ducha, la actividad humana que empezó a crecer conforme él iba avanzando demostraba que ya había llegado a su destino. La gente lo saludaba, y el más por educación que por gusto les regresaba el saludo. Carretas y peatones atravesando la calle, empezó a escuchar a los merolicos del mercado más cercano y detuvo su caballo afuera de la posada. Lo ató al poste y se dispuso a entrar. Una vez atravesadas aquellas puertas, pudo observar a algunos clientes tomando algunas bebidas,

—He vuelto —Dijo Zuko mientras se quitaba el sombrero y lo colocaba en el perchero.

—Bienvenido, sobrino. ¿Gustas un trago? —Preguntó Iroh mientras Zuko se acercaba a la barra del lugar.

—¿Limonada? No quiero nada de licor en este momento tío —Contestó—. Solo quiero algo refrescante.

Iroh le debe un vaso de limonada a su sobrino y este último lo bebió de un solo trago.

—¿Sediento, sobrino? —comentó Iroh riéndose un poco.

Zuko ignoró a su tío y se terminó de beber la limonada. Se alejó de la barra, volvió a tomar su sombrero de donde lo había dejado, y antes de salir le dijo a Iroh:

—Iré a la comisaria a ver que pendientes hay. Volveré más tarde.

Zuko se puso el sombrero, salió de la posada, desató a su caballo y lo guio por unos metros a la comisaria donde lo volvió a atar. Al entrar vio a uno de sus compañeros dormidos en su silla con el sombrero cubriendo su cara, y sus pies encima del escritorio, al oír sus fuertes ronquidos. Zuko tomó una taza metálica del escritorio y comenzó a golpear los barrotes de la celda que se encontró a la derecha de su compañero, provocando que se despertara sobresaltado.

—¡Todos a sus puestos! ¡Nos atacan! —gritó el pobre hombre mientras brincaba de la silla y desenfundaba su pistola. Al ver que al autor del ruido, se calmó y volvió a poner el arma en su lugar. Zuko se había limitado a observar la escena, mirándolo seriamente.

—¿Tomando una siesta en horas de trabajo Jee? — preguntó Zuko clínicamente —. Supongo que hay una explicación para esto.

Jee se recompuso del susto y respondió mientras se ponía de pie.

—No tenía nada que hacer, Jefe, ha estado muy tranquilo el pueblo hoy y aproveche unos minutos para dormir. Cualquiera que necesitera de las autoridades sabe dónde encontrarnos.

Jee tenía razón, el pueblo era demasiado tranquilo y en cierta parte gracias a la labor de Zuko.

—¿Alguna novedad, Jee? —Zuko comenzó a inspeccionar el lugar mientras esperaba la respuesta de su subordinado.

—Lo de siempre, los mismos borrachos habituales de cada noche —dijo Jee con simpleza—. Por cierto, Jefe, tiene correspondencia. Vinieron dos mujeres a dejarsela justo ayer por la tarde. Les dije que probablemente regresaras hoy—Aclaró, mientras buscaba en el cajón del escritorio.

El hombre sacó un sobre del cajón y se lo entrego a Zuko. Este rápidamente lo agarró, y al ver el remitente lo abrió de inmediato y comenzó a leer la carta en silencio.

Querido Zuko:

Espero que estes leyendo esta carta antes de que me haya ido de tu pueblo, Ty Lee y yo llegamos hace dos noches y me encontré a tu tío, él me dijo que estabas fuera y que volverías pronto.

Realmente me gustaría verte y platicar para ponernos al día. Búscame en el circo de PT Barnum después de la función de las seis, se encuentra de camino a la estación del tren.

Mai.

Termino de leer la carta y Zuko le pregunto a Jee:

—Con que el circo está en el pueblo, ¿eh?. Tal vez debería ir a disfrutar del espectáculo más tarde. ¿Qué opinas, Jee?

Zuko estaba emocionado. Podría ver de nuevo a su viejo amor. Aunque no entendía una cosa: ¿qué diablos hacia ella en el circo? Sin embargo, dedujo que esas dudas serian respondidas más tarde.

Jee lo saqué de sus pensamientos.

—Es un buen lugar para pasar la tarde, Jefe, además de que es la primera vez que el gran PT Barnum viene por estos lares. Usted vaya, yo cuidere del fuerte—afirmó Jee con una sonrisa de oreja a oreja.

Zuko salió de la comisaria y se dirigió rumbo a la posada para darse cuenta de un baño y estar lo más presentable para ver Mai.

Varias horas después, Zuko se acercó al lugar donde le había indicado y en efecto; era el circo de PT Barnum. Instalado cerca de las vías del tren para que su montaje y desmontaje fuera rápido, Zuko pudo oír cómo un hombre invitaba a los transeúntes a entrar a la próxima función.

—¡Vengan todos al circo de PT Barnum! ¡Tenemos todo tipo de atracciones! ¡Asómbrense con los mejores actos de magia y acrobacias que puedan imaginar! ¡Conozca animales traídos desde los más lejanos rincones del mundo! ¡Converse con el hombre de los 30 idiomas! ¡Deléitense con las anécdotas de guerra de un gran Jefe Cherokee, y muchas cosas más! ¡Todo esto solo al módico precio de diez centavos! ¡Anímense!

La gente iba entrando después de pagar sus boletos. Zuko se sentó en la tercera fila y se preparó para el espectáculo.

Tras varios actos, algunos muy impresionantes para él, una figura femenina algo familiar empezó a columpiarse por el trapecio.

Zuko la reconoció de inmediato.

—Y ahora con ustedes, desde las remotas tierras de Siam! ¡Ty Lee!

El público aplaudió mientras la chica se columpiaba entre los trapecios para finalmente aterrizar delicadamente sobre el suelo. La gente estaba totalmente asombrada por aquel acto. Zuko simplemente se limitó a aplaudir ante semejante hazaña.

Al terminar el acto de Ty Lee, el maestro de ceremonias volvió al centro del ruedo.

—Espero que estén preparados para asombrarse, pues el siguiente acto los va a maravillar!—Exclamó aquel hombre, eufórico.

Zuko abrió los ojos de par en par cuando vio acercarse a Mai hacia el ruedo. La iluminación del lugar dejaba ver que Ty Lee estaba atada a uno de los postes que sostenían la carpa con una manzana en la cabeza, y aunque la chica estaba con una sonrisa de oreja a oreja, para Zuko no fue difícil percartarse de que estaba nerviosa .

—Ella se hace llamar la nieta perdida de Jim Bowie! ¡Con ustedes, Mai!

Mai hizo una reverencia y sacó unas pequeñas dagas de entre sus grandes mangas. El público comenzó a aplaudir y ella con un movimiento refinado de su mano derecha probablemente silencio. Las personas se quedaron calladas y Mai tomo una de sus dagas, lanzándola hacia una diana que se encontró unos metros encima de Ty Lee. Continuó lanzando dagas que se acercaban peligrosamente a su amiga, hasta que solo quedo un cuchillo Bowie en su mano.

Ella lo sujetó con determinación, respiró profundamente y lo arrojó hacia la manzana que se encontró sobre la cabeza de Ty Lee, quien se encontró temblando de miedo y pues con buena razón; Mai arrojó el cuchillo en una elipsis perfecta que dio en el blanco. El cuchillo se clavó en el poste con la manzana enterrada en él.

Ty Lee suspiró aliviada porque su amiga no había fallado el lanzamiento, ya que sino, habría sido su fin.

Zuko aplaudió a las dos muchachas mientras ellas agradecían al público. Acabada la función, Zuko se dispuso a buscar a Mai, quien se encontró cerca de una tienda de campaña practicando su lanzamiento de cuchillos hacia una diana montada en uno de los postes telegráficos. Mientras alrededor se escuchaba el rugido de los leones, el relincho de los caballos, el barrito de los elefantes ya Ty Lee riéndose de las bromas que hacía uno de los payasos, Zuko se acercó lo suficiente y quedo maravillado al ver de nuevo a su viejo amor.

Es aún más hermosa de lo que grababa.

—¿Así que eres padre de Jim Bowie? ¿Y que ahora resulta que Ty Lee es de Siam? —Preguntó él con una ligera sonrisa.

Mai detuvo su actividad, se volteó para verlo y se cruzó de brazos.

—Barnum dice que así la gente tendrá más curiosidad por el acto, ya sea el mío o el de ella.

Mai recogió su cuchillo y se acercó a Zuko.

—¿Dónde diablos está Siam? —Cuestionó a Zuko.

―Es un país de Asia, al lado de la Indochina francesa, es todo lo que sé—Ella le respondió—. ¿Qué te pareció la función?

—Muy impresionante la verdad, Mai, sobre todo tu acto junto a Ty Lee. Aunque nunca me imagine verte como parte del circo —Zuko se rió discretamente y Mai suspiró.

—Tenía que ganarme la vida con algo. Además, no estoy sola, tengo a Ty Lee conmigo y viajamos juntas por todo el país. probablemente vayamos a San Francisco en las próximas semanas—reveló Mai, con su índice derecho en su mentón.

—Supongo que entonces te quedarás unos días más aquí, ¿verdad? —Zuko se pasó su mano derecha por la nuca y bajó la mirada al suelo—. Podríamos ir a un lago que conozco, no está lejos, como a cinco kilómetros al norte de aquí, ¿qué te parece?

Sin embargo, ella bajó la mirada al suelo, y luego volvió a mirar a Zuko a los ojos. Y el joven ranger pudo darse cuenta de la inmensa tristeza y nostalgia que emanaban de aquellos orbes color miel.

—Zuko, me voy a casar—Mai levantó su mano izquierda para que Zuko pudiera ver un anillo de compromiso en su dedo anular.

Zuko quedó en estado de shock.

-¿What? ¿Con quién? —Preguntó asustado. —. Debe ser una broma, Mai.

—Es en serio, Zuko― Exclamó molesta —. ¡Me cansé de esperarte todos estos años! Primero la guerra, luego la migración y después te volviste ranger. ¿Eso dónde me dejó a mí? ¿Creíste que te iba a esperar todo ese tiempo? ¿De verdad pensaste que me iba a quedar sentado esperándote mientras tú estabas haciéndote el héroe, jugando a atrapar a los malos? Pues estas muy equivocado. —sentencia con abrumadora firmeza. El muchacho no supo qué decir. Finalmente, ella suspiró―. Zuko, yo te amo, pero tú estabas ausente. Por eso decidí unirme al circo con Ty Lee. Aquí me la paso bien—Al notar que el joven ranger siguió sin pronunciar palabra, prosiguió—. Además, Kei Lo es muy gentil conmigo, él me ama y no me va a dejar abandonada por nada del mundo.

Mai sonrió tristemente, mientras Zuko se acercaba lentamente a ella.

—Mai, perdóname si no pude ser el hombre que te merecías. Acepto que fui muy distante contigo y me confié a que siempre ibas a estar ahí para mí, no debí haber hecho eso.

—Ya es tarde para arrepentimientos Zuko. —Contestó ella con tristeza, casi llorando.

—Bueno, creo que debería irme, entonces. ―murmuró, sintiendo cómo el nudo en su garganta y las lágrimas escociendole tras los ojos amenazaban con quebrarse allí mismo―. Adiós Mai, te deseo mucha felicidad—Dijo para luego darle la espalda y comenzar a alejarse de ahí.

—Zuko, espera.

Se detuvo y se giró solo para ver cómo la chica se lanzaba sobre él, abrazándolo por el cuello y besándolo en los labios con pasión y mucho dolor. Zuko se sorprendió por aquella acción, pero le correspondió el beso y también la abrazó con fuerza.

Ambos estaban llorando, porque sabían que ese era su último beso.

Un beso de despedida.

Después de eso, ambos se convertirían en completos extraños y seguirían con su vida.

Quedaron fundidos por unos minutos hasta que se tuvieron que separar para poder tomar aire. Estaban rojos como tomates debido al evidente sonrojo que los habia apresado.

—Adiós Zuko—Le dijo entre lagrimas mientras acariciaba la cicatriz del muchacho.

Zuko le dio un suave beso en los labios, se separó de ella y se marchó del lugar, no sin antes saludar a Ty Lee, quien, al ver la cara de gran aflicción y pesadumbre de su amigo, pudo notar que ya se había enterado del asunto de Mai.

En la posada sonaba música animada, y los clientes estaban bebiendo y platicando mientras Iroh y sus empleados hacían todo lo posible para atenderlos. A pesar de que no era mucha gente, el ambiente se sintio como si hubiera casa llena.

En una de las muchas mesas del lugar se encontraron sentados Zuko y Jee, ambos bebiendo. Jee observaba su vaso de whisky mientras lo sostenía con la mano izquierda, mientras que Zuko yacía con la cabeza recargada en la mesa, totalmente ebrio y con su mano derecha en un vaso de tequila, y la izquierda hecha puño, golpeando la mesa como si de un tambor se tratara.

—¡Je! ¡Dile al viejo que me dé más! ¡Quiero beber! —Grito con desesperación—. ¿Qué acaso no le vas a dar un poco de licor a tu amado sobrino, Iroh? —reclamó, para luego volver a hundir la cabeza entre sus brazos—. Ella me dejó, Jee. ¡Ella me dejó! ¿Y sabes qué es lo peor? ¡Que me dejo por un maldito payaso! —Zuko levantó la cabeza y dirigió su mirada a su subordinado, quién estaba horrorizado ante tal escena. Nunca había visto a Zuko ponerse tan borracho en una noche, ni siquiera en una ocasión especial.

—Creo que ya no debería seguir bebiendo, Jefe—Dijo Jee, mientras alejaba el vaso de Zuko.

—¡Cállate, yo soy tu jefe! ¿Ves está cicatrizando? —Bramó Zuko mientras toca su mejilla izquierda—. Esto es lo que me gane por pelear por este maldito pais. ¡Mira al viejo! —señaló a Iroh— ¡Su hijo! ¡El pobre de Lu Ten! ¡Cayó en Gettysburg! El pobre infeliz murió en mis brazos, ¡y luego una maldita bomba me explotó cerca de la cara!

Zuko continúo lamentándose y gritando incoherencias hasta quedarse dormido en la mesa. Entre Jee y otro hombre lo cargaron para subirlo a su habitación, y lo aventaron a la cama antes de salir para dejarlo solo.


Al día siguiente, Zuko se encontró en la comisaría revisando los nuevos carteles de "se busca" que había traído el correo. Jee había llegado con ellos en la mañana y después de inspeccionarlos, le pidió a Jee que clavara algunos en el pueblo, a la vez que él se encargaría de colocarlos en la pizarra de los fugitivos de la ley, al lado de la puerta en el porche Jee fue a hacer su trabajo a regañadientes y Zuko comenzó a clavar los carteles. Se sorprendió al ver demasiados fugitivos, era una pandilla completa, pero puso atención al cartel del líder, lo dedujo ya que la recompensa era la más alta.

—Se busca vivo o muerto: Jet, líder de "los libertadores". Cargos: Robo, cuatrerismo, asesinato, etc. Recompensa de ocho mil dólares, es buscado en los estados de Nebraska, Kansas y Colorado y en los territorios de Utah y Wyoming—Leyó en voz alta para sí mismo después de clavar el papel—. No hay duda de que son unos tipos muy malos —Se rió entre dientes. Mas, sus pensamientos fueron interrumpidos por una persona inesperada.

-¡Alguacil! El señor nos regaló otro hermoso día, ¿no lo cree?

Era Aang, el reverendo de la iglesia local. Él y su esposa Katara habían llegado al pueblo hace algunos meses. Y, apenas se instalaron, se volvieron muy queridos por la comunidad.

Katara era la maestra de la escuela, y también ayudaba a las mujeres embarazadas con sus partos. La pareja poseía conocimientos médicos, por lo que fueron de mucha ayuda para el doctor local. Se volvieron amigos de Zuko casi de inmediato, al grado que era común que una vez a la semana él fuera a cenar con ellos.

—Aang, deja de llamarme de ti, ¿cuántas veces te lo tengo que pedir? —se quejó Zuko sin voltear a verlo—. ¿Que te trae por aqui?

Aang resopló.

—Ha habido problemas con algunos granjeros y eso me incluye a mi también. Han estado robando el ganado desde hace dos noches. En un principio creí que era mala suerte, pero hoy en la mañana ya me faltaban tres vacas. Una la deja pasar, ¿pero tres? —Dijo Aang mortificado—. ¿Puedes encargarte, Zuko?

Zuko lo demostró fijamente.

—Claro Aang, no te preocupes. Por cierto, dile a Katara que no iré a cenar con ustedes hoy—pidió Zuko, mientras se sentaba en la mecedora que se encontró a su izquierda y forjaba un cigarrillo—. Aunque hay una cosa que no entiendo. ¿Por qué te preocupan esas vacas si tu no vienes carne? —Zuko elevó a ceja y empezó a fumar el cigarrillo después de cuestionar a su calvo amigo.

—Son mis vacas favoritas, Zuko, las que siempre me dan leche, mantequilla y queso. Se llaman Appa, Oogi y Lola, Dios no quiere que les pase algo malo.

Aang se sanguió.

Zuko intentó no reírse de lo que acababa de oír.

Sabía que su amigo era amante de los animales, que, según él, también eran hijos de Dios y por eso admiraba a los indios, ya que ellos vivían en armonía con ellos y consideraban al búfalo como algo sagrado; llegó incluso a adoptar un gato callejero al que nombró Momo y este protegido a la iglesia de los ratones. Pero nombrando así a sus vacas ya era el colmo.

Zuko dejó de prestarle atención a Aang en cuanto vio que una diligencia pasó a toda velocidad por la calle y los cocheros iban disparando al aire, asustando al caballo de un pobre vendedor de coles que empezó a soltar coces y de una patada certera volteó el carretón donde iba toda la mercancía, esparciendo las coles por la calle.

-¡No! ¡Mis coles! —Gritó el pobre comerciante poniendo ambas manos en su cabeza y cayendo de rodillas al suelo. Aang se giró y se invitó a ayudar al hombre. Zuko tan solo negó con la cabeza, se levantó de su lugar y también fue a ayudar a limpiar el desastre al mismo tiempo que varios transeúntes se acercaron a socorrer.