En el mundo del revés
Kikyō arrojaba unas ramas a la fogata que hicimos. Llegó la noche y la necesidad de escapar del campo de flores también. Nos dirigimos al bosque, lejos del campo y de los espíritus que ahora se regocijaban allí.
La bicicleta descansaba apoyada en un árbol. Kikyō y yo estábamos sentadas una al lado de la otra en un tronco. Oyendo solo los sonidos de la noche, ella cocinaba un pescado en el fuego. Lo giraba lento con una rama. Lo pescó para mí de una forma muy improvisada. Hizo una caña de pescar con una rama y una raíz gruesa. Lo de las manualidades es hereditario, pensaba viéndola.
—¿Tú no comes? —le pregunté, aceptando el pescado que me ofreció.
—Estoy comiendo. —Ella señaló a las serpientes cazadoras en el cielo nocturno. Revoloteaban por él, haciendo zumbar al viento. Cada tanto soltaban un alma que caía directo hacia ella. Afiné la vista. Me pareció ver una delgada línea blanca cerca de donde estaban volando, como si fuera un hilo sostenido del cielo. Daba la impresión de que los insectos y partículas se chocaban contra él en un intento de pasar. Parpadeé y entonces desapareció. Dejé la curiosidad allí rápido, pensando que debía ser un efecto de las serpientes.
Le di un mordisco al pescado aún con los ojos en el cielo. Por fin el estómago dejó de rugir. Desde ayer que era una orquesta.
—¡Está delicioso!
Kikyō sonrió tenue.
—Es pequeño, pero espero que te llene.
—Lo hará, no soy tan glotona como Inuyasha.
Silencio.
En ese momento estaba tan concentrada en disfrutar la comida que no me percaté de cuánto la había cagado. Por ende, seguí cagándola.
—Qué raro que no haya venido por mí. —comenté.
—Tal vez ya te olvidó.
Acostumbrada al suave sonido de su voz, me sorprendí de lo tajante que ella sonó. Y de lo que dijo. Kikyō tenía la mirada fija en el suelo. El flequillo le sombreaba el rostro, dándole un aspecto lúgubre.
—¿Eso quieres?, ¿que me olvide?
Se volvió a mí. Por primera vez en esos dos días vi una defensa en sus ojos.
—¿Y si lo quisiera?, ¿qué harías?
Pelea activada. Ya me parecía raro que no discutiéramos. Pero una pelea, así de la nada… ¿Entonces era cuestión de nombrar a Inuyasha para que se oxidara todo?, ¿así de fácil era? ¿Sin las flores alrededor no funcionábamos?
Me molestó esa realidad.
—No haría nada. —Le di otro mordisco al pescado, sintiéndome decaída. Sin embargo, no por lo de siempre. Algo se sentía al revés—. Nunca dije que Inuyasha me perteneciera, puedes hacer lo que quieras con él.
—¿Con él?, ¿quién está hablando de hacer algo con él?
Me quedé con la boca abierta y el pescado a medio camino. Pelea desactivada.
Ella me observaba con seriedad. La sombra de la fogata ondeaba en su rostro, las ramas chamuscándose llenaban el espacio silencioso que se formó entre nosotras. Volvió los ojos al fuego. Con una rama dibujaba círculos en la tierra.
—No quiero hacer nada con él. —agregó.
—Entonces…
«¿Qué quieres? No te entiendo»
No pude preguntarle. Una sensación panicosa iba expandiéndose por mi pecho, acobardándome. Si ella respondía lo que estaba dando vueltas por mi mente, ¿cómo reaccionaría yo? ¿Quería escuchar eso?, ¿estaba preparada para hacerlo o saldría corriendo? Mejor dicho, ¿no estaba fantaseando demasiado? Seguro me estaba haciendo ideas equivocadas. Porque una cosa era que yo estuviera en el mundo del revés, ¿pero ella también?
«No, imposible. No luce tan nerviosa como yo»
Posiblemente encontró en mí lo que yo encontré en ella: un refugio a los problemas, una sensación de complicidad. Un intento de amistad. Distraernos un rato de las batallas, ya sea enseñándole a andar en bicicleta, o ella enseñándome medicina natural. ¿Acaso no sonaba bien? Solos dos personas evadiendo sus problemas, solo eso éramos.
—Ayer…, cuando estaba arrancando las flores, no era por la medicina.
Ella habló de pronto, sobresaltándome. El esqueleto del pescado terminó en el suelo. La miré. Kikyō no levantaba los ojos de la tierra. Lucían apagados.
—¿Por qué, entonces? Te veías tan triste mientras lo hacías.
Ella sacudió la cabeza.
—No sé… Solo lo hacía, como si eso pudiera cambiar algo. —Esbozó una sonrisa lastimosa—. Ni siquiera el paseo de los muertos pudo quitarme este rencor que siento.
Yo la escuchaba con una piedra en el pecho. Puse una mano en el tronco para tomar la suya. Pero entonces ella la tomó primero.
Y me miró con la sonrisa más hermosa que había visto en mi vida.
—Hasta que llegaste tú y me hiciste olvidar todo con tu alegría.
Kikyō se inclinaba hacia mí lentamente. Yo no podía moverme del lugar. Sentía las palpitaciones aumentando, el aire comenzando a faltarme.
—Todo… fue por ti.
Deslizó la mano por mi mejilla. Yo la tomé al instante, sintiéndola fría. Cerré los ojos contra ella. Otra vez me pasaba lo mismo. Sentía al llanto en la garganta queriendo salir, ahorcándome. La presencia de Kikyō me debilitaba, la profundidad con la que me observaba me destruía, la situación me descolocaba. Estaba a nada de pararme en esa fina línea denominada limbo.
—Gracias por no irte cuando te llamé. —murmuró tan cerca de mi boca que los ojos, traicionándome de nuevo, fueron incapaces de no mirar la suya. Percibía su respiración en la piel.
—No…, gracias a ti por llamarme. Yo también estaba mal hasta que te vi. —contesté, sonriéndole.
Ella sonrió más.
—¿De verdad?
Asentí. Tenía las mejillas hirviendo. Las suyas seguían tan blancas como la nieve.
—Parece que somos la cura para la otra. —dijo, y yo quise creerle. Aunque más pensaba en ella como una enfermedad para el corazón. Me hacía doler tanto como temía que fuera irreversible.
Su mano me acariciaba tan suave el rostro, sus ojos no dejaban de mirarme con ese cariño que, en tan poco tiempo, había nacido entre nosotras. Allí lo confirmé. No importa la cantidad de tiempo sino la calidad de este, porque si importara la cantidad nada de esto estaría pasando. Mi corazón no estaría latiendo tan deprisa y desesperado por ella. No me estaría derritiendo con su sola mirada y presencia. Apenas podía tolerar todo lo que sentía. Una magia extraña, que esta vez venía solo de mi interior, comenzaba a poseerme.
—Kikyō…
Mi cuerpo quería moverse solo, lanzarse a ella en un abrazo fraternal. Pero mis labios, más osados, deseaban otra cosa. Una que mis ojos no dejaban de ver. Estaban demasiado cerca como para ignorarlos. Carnosos, pálidos como los de una muñeca de porcelana…
Sus ojos, captando el fuego en mi mirada, mostraron un brillo curioso.
—¿Qué sucede?
«Todo»
—Nada. —musité, yéndome hacia atrás. Una necesidad de salir corriendo empezaba a surgir en medio del caos que era mi cabeza. Y es que si no huía, cometería una locura.
Ella, como si no soportara el rechazo, me impulsó hacia adelante por la cintura. Yo aterricé en su pecho, temiendo lo peor.
—¿Por qué te alejas? —me preguntó.
—…
—¿Ahora me tienes miedo? Por lo que dije.
Su mano bajaba lenta por mi cuello, esos ojos blandos me afligían. Daba la impresión de que escondían un sinfín de preocupaciones, y todas relacionadas a mí.
Y entonces, apretando fuerte mi mano, ella lo confirmó.
—No te alejes… —susurró en mi aliento, casi rozándome los labios—. Me gusta estar contigo.
«Ah…, no puedo más»
Sellé mi destino cuando el fuego terminó de quemarme, generándome una sensación de adrenalina y descontrol totalmente ajena a mi persona.
Caí al abismo.
Me fui hacia adelante y besé sus labios con una urgencia que rogaba que no percibiese. El tiempo se detuvo. Solo estaba allí, tocándolos. Esperando que ella, en un milagro, me correspondiera.
Pero no lo hacía.
Pasaban los segundos en esa boca tan fría y no lo hacía. Tenía miedo de abrir los ojos, de sentirme una estúpida por haber malinterpretado las cosas, pero tampoco podía seguir ahí besándola sin su consentimiento.
Con el pecho cerrado por los nervios, comencé a abrir los ojos. Me congelé al chocar con los suyos. En ellos encontré todo lo que temía: impacto, sorpresa, pero también… ¿dolor, pena? ¿Por qué?
Y entonces desperté de lo que estaba haciendo.
Me fui hacia atrás, despegándome de sus labios. Con la boca tapada, observaba a Kikyō con toda la vergüenza del mundo atascada en el estómago. En un instante se me revolvió todo.
Ella me respondía con una expresión detenida, como si aún siguiera en el momento anterior. Por dios, ¿qué había hecho? Mejor dicho, ¿qué estaba haciendo besando a Kikyō? Nunca había besado a nadie, ¿cómo pude regalarle mi primer beso a ella? El mundo del revés comenzaba a asustarme. Debía irme de allí, volver a mi lugar seguro. Lo que estaba pasando no estaba bien, ¡yo no estaba bien!
—Lo… ¡Lo siento! Yo no quería… —Lágrimas se resbalaron por los ojos sin mi permiso. Las toqué, pasmada. ¿Por qué dolía tanto esto? Solo había sido un desliz, ¿verdad? Solo un desliz. ¡No había porqué llorar!—. Ah…, qué raro. —dije, limpiándome las lágrimas entre risitas baratas.
Kikyō arqueó las cejas al verme.
—Kagome…
Vi sus ojos castaños y entonces éstos me llevaron a otros. Al recuerdo de unos dorados que, mirándome de la misma manera, me rechazaron. No hizo falta que él dijera nada. Cuando vi sus ojos, la culpa en ellos, lo entendí todo.
Kikyō me estaba mirando de la misma forma.
Me levanté apresurada antes de que apoyara la mano en mi hombro en un patético consuelo. No lo necesitaba. Lo único que necesitaba era huir de ahí. No importaba a dónde, tenía que irme. ¡Necesitaba irme!
—Aaaah, el tiempo pasa volando cuando te diviertes, ¿no? —Le di la espalda con la garganta hecha un nudo. No podía verla más a los ojos, era demasiado doloroso. Conteniendo las lágrimas, comencé a caminar hacia la bicicleta—. Ya debería volver, mis amigos deben estar preocupados por mí.
Las sandalias de Kikyō crujían sobre la tierra. Me seguía a paso lento.
—Kagome…, espera.
«No digas mi nombre de esa forma… ¡No me tengas lástima!»
Cerré los ojos con fuerza rogando que las lágrimas se secasen.
«Huir, huir, huir, ¡huir!»
Era en todo lo que podía pensar.
Puse las manos en el manubrio de la bicicleta. Tardé en levantar la cabeza para sonreírle.
—De verdad lo siento... ¡Gracias por todo!
Puse un pie en el pedal derecho, el otro en el izquierdo, y salí disparada de allí. En el trayecto sentí que atravesaba algo, como si fuera una telaraña gigantesca. No me importó. Nada me importaba más que lo ocurrido.
«Maldición… ¡Maldición!»
Mi tristeza por dejarla atrás me llevó a espiarla por encima del hombro. Se me partió el corazón ante lo que vi. Ella me observaba con una mano en alto, como si quisiera detenerme, pero la lejanía ya no se lo permitía. No le dejé ni siquiera reaccionar, solo me fui.
Porque no quería escuchar el rechazo de sus labios. Tuve suficiente con sus ojos.
Volví el rostro adelante, aspirando el llanto por la nariz.
«Soy una idiota»
Antes de perderla de vista, llegué a ver a Kikyō por última vez. Allí, pequeña entre los árboles, se tocaba los labios que seguro dejé tibios.
Y en mi corazón, la escuché llamarme de nuevo.
"Kagome…"
Continuará…
