INUYASHA NO ME PERTENECE, SALVO LA HISTORIA QUE SI ES MÍA.
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El contrato
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Capítulo 7
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DEDICADO A PAULA NATALIA, que estuvo de cumple
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Se sentía como si estuviera literalmente vendiendo su alma al diablo.
Pensaba en su propia desvergüenza al vender parte de su dignidad por un puñado de dólares.
Volvió a mirar las clausulas.
Sencillas pero contundentes.
Nada de cigarrillos.
Nada de drogas.
Confidencialidad absoluta.
Un trato de seis meses prorrogable según el beneficio que sacase Bankotsu Anderson.
A cambio ella recibiría un millón de dólares limpios y libre de impuestos.
Con el rubor en las mejillas encendidas recordó que tuvo que aceptar unas cláusulas que la descolocaron: que atendiendo las circunstancias ella debía acceder a que él tocara parte de su cuerpo como manos, brazos, cuello e incluso parte de su cintura.
Kagome se sonrojaba aún más al leer la última parte donde incluso y cuando la situación se tornase apremiante, autorizaba a Bankotsu Anderson a posar sus labios sobre las de ella.
La joven se acarició la boca que repentinamente se le había secado.
Levantaba la mirada y veía a Bankotsu sentado a la cabeza de la enorme mesa de reuniones donde estaban ambos estudiando el contrato.
Los ojos azules del joven clavados en ella.
Ella apenas le podía sostener la mirada. No era tan descarada.
Pero eso no fue todo ya que la propia Kagome tuvo que abogar por la aplicación de una disposición en específico: el contacto sexual estaba completamente prohibido y Kagome debía tener una habitación propia en el pent-house.
Cuando se le planteó de forma tímida mientras discutían el contrato, Bankotsu levantó una de sus cejas en gesto burlón.
―Nada de sexo…―volvió a aclarar ella
― ¿Y quién dice que quiero acostarme contigo…?
Aun así, la oración fue añadida al documento.
La mujer cogió una lapicera y jugueteaba con ella entre sus dedos.
Recordaba que hace dos días cuando Bankotsu le hizo la propuesta, ella se retiró indignada y pegando un portazo.
Aunque su primera intención fue negarse, su propia situación comenzó a apremiarla para aceptar el plan.
El solo hecho de llegar al piso aquel donde Tsubaki y Kagura la sometían a un cruel castigo despojándola de su tranquilidad y su dinero.
Dormir en un colchón de mala muerte y hacerlo con el estómago vacío al verse imposibilitada de coger alimentos de la cocina.
Que Koga la hubiera estafado y no mostrara señales de arrepentimiento.
Sango fue a verlo y reclamar en su nombre, pero el joven no le hizo caso e incluso se rió en su cara.
Cuando Kagome llamó a su amiga desde el locutorio se enteró de todos los escabrosos detalles y lo peor es que no tenía una sola prueba salvo los depósitos de dinero que Koga justificaba como un préstamo personal.
¿Y cómo no creer aquella versión?
En ese tiempo, él y Kagome llevaban un lío juntos.
La joven despertaba llorando y odiando su existencia.
Pero también recordaba que podría existir una salida. Una complicada en el sentido de que tendría que departir con Bankotsu Anderson, el hombre al que no esperó reencontrar.
Pero pensaba en el dinero y el alivio que vendría con eso.
Alivio que nunca tuvo en su sacrificada vida.
Y estaba lo otro: su propia debilidad con respecto a Bankotsu, ésa que nunca la abandonó desde que era una adolescente y él gozaba con el suplicio de martirizarla con el humillante mote de Bizcachuela.
Esa mañana se levantó decidida y como siquiera tenía un teléfono o forma de comunicarse, se presentó directamente en el edificio de Anderson Equities.
Extrañamente la recepción tenia orden de recibirla la hora que llegase lo que denotaba que Bankotsu esperaba que ella volviera.
Él sonrió al verla llegar derrotada aceptando la idea.
A Kagome ni siquiera le pareció extraño que él ya tuviera redactado el contrato.
La mujer volvió a levantar la cabeza y Bankotsu seguía en la misma posición.
Dejó de esperar y estampó su firma al pie del documento.
―Oficialmente, acabas de ganarte un millón de dólares que depositaré en una cuenta que abriré a tu nombre.
La mujer sintió como si hubiera vendido su alma al demonio.
Kagome entregó el papel y quiso levantarse.
― ¿Dónde vas?
―Al trabajo…
― ¿Acaso perdiste el juicio? Una mujer que fungirá como novia mía no puede trabajar de cocinera de un hotel. Haré que arreglen eso y ya no necesitarás volver ―fue el turno de Bankotsu de pararse y abrir la puerta―. Más bien te llevaré a la pocilga donde vives para que recojas todas tus cosas y de antemano te digo que no es necesario que lleves la ropa ya que el contrato incluye un cambio de guardarropa acorde a tu nueva situación ―advirtió Bankotsu.
Sólo en ese momento Kagome se percató que ya era de noche.
Habia estado discutiendo el contrato desde el mediodía y no se había dado cuenta.
―Está bien ―aceptó Kagome dándole sentido a que debía pasar a recoger sus cosas.
Aunque hubiera leído el contrato, aun no estaba segura de cómo funcionaba el asunto.
Era su primera vez para fungir de mala actriz.
Cogió su pequeño y estropeado bolso blanco y pasó junto a Bankotsu.
El olor de pachulí y notas amaderadas se metió a las narices de la joven activando resquicios inoportunos de su memoria.
Era el mismo aroma de hace poco más de una década. Él siempre había olido bien.
―No uso fragancias si te lo preguntas ―esbozó él con una sonrisilla para incomodarla.
El muy bribón se percató y no dudaba en atosigarla.
Kagome fingió no escuchar y siguió adelante.
Su vida acababa de dar un vuelco total y debía enfocar una lista mental para recoger sus cosas que eran pocas del piso de Tsubaki y Kagura.
Por el horario temía encontrarlas, pero cabía la posibilidad de que hubieran salido esa noche.
Rogaba que fuera lo segundo.
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El viaje de ida en el coche de Bankotsu fue ciertamente incómodo.
Conducía el chofer personal de él y Bankotsu permaneció sentado mirándola de reojo y cuando Kagome descuidaba una mirada disimulada, él no dudaba en avergonzarla.
―No hace falta que finjas porque sé perfectamente que me estás mirando.
Las horas que pasaron juntas le habían dado cierto valor a Kagome. Ella ya no era su empleada.
Peor, era su novia falsa.
―No le estoy mirando, sólo pienso en las cosas que debo traer.
―No entiendo que tantas cosas necesites buscar, pero lo que sí tengo claro es que debes aprender a hablarme de modo más informal ―Bankotsu rió de lado―. Ya no soy tu jefe, al menos no en público.
Aquella última frase fue bastante decisiva. Eso significaba que él la seguía viendo como una empleada que le servía de herramienta para un menester diferente.
Justo en ese momento llegaron al parking cercano al edificio.
Kagome bajó y no se extrañaba que Bankotsu pusiera un rictus de asco por el barrio.
En pocos minutos ya estaba subiendo al piso y sacando la llave de la forma más silenciosa posible.
Fue un alivio que no viera nadie en el comedor y se dirigió rápidamente hacia el área del desván donde se ubicaba el zulo para cargar sus pertenencias.
No tardó en hallar un viejo bolsón y comenzó a cargar sus ropas y documentos. Aunque Bankotsu le dijo que podía olvidarse de su viejo guardarropa, ella no iba a dejarlos tirado en ese piso.
Cuando acabó de guardar los dos únicos zapatos que poseía, la puertita del zulo se abrió violentamente.
Eran Tsubaki y Kagura.
La primera miraba los bártulos de Kagome sobre el camastro.
―No solo abandonas temprano el trabajo sin dar explicación alguna, sino que apareces como una delincuente dispuesta a huir para no pagar tus deudas ―le increpó Tsubaki colocando una mano en su cadera.
―No es necesario decirte que el señor Donald ahora tiene razones más que válidas para echarte ―agregó Kagura.
Kagome prefirió terminar de cerrar su bolso, el mismo que trajo cuando llegó de Great Falls.
―Tengo pagado el mes y no necesito la devolución del depósito ―refirió Kagome cargando ambos bolsos―. Tomadlo como una compensación por perder vuestra inquilina y con respecto al trabajo, ya había terminado mi turno.
Kagome no tenía interés en seguir hablando con esas mujeres y esperaba que la frase acerca del depósito las calmara, pero en especial Tsubaki no estaba por la labor de dejarla ir tan fácil.
―Ocultas algo―Tsubaki le cerró el paso mirando a Kagome de arriba y abajo―. Estoy segura que te largabas a escondidas porque llevas algo que no te pertenece.
Que la tacharan de ladrona era demasiado.
― ¡Yo no he cogido nada ajeno! ―reaccionó tratando de pasar, pero ambas mujeres se lo impidieron.
―No sólo abusas de nuestra hospitalidad, sino que nos robas ―Tsubaki sacó el móvil del bolso―. Llamaré a la policía y de aquí no te vas hasta pesquisar esos bolsos.
La mujer marcó y en medio de eso Kagura cogió un brazo de Kagome para sacarla hacia el comedor echando los bolsos al suelo.
Kagome intentó resistirse porque sabía que era probable que esas mujeres le plantaran algo en el bolso y la policía lo hallara. Lo había visto en una película.
― ¡Quieta y sal afuera! ―Kagura le tironeó el brazo con fuerza.
― ¿Qué significa este numerito? ―la voz de un hombre interrumpió a la escena.
Kagura y Tsubaki se asustaron al reconocer al recién llegado como al mismísimo Bankotsu Anderson parado en la puerta del desván.
La estupefacción de ver a aquel inesperado millonario dentro descolocó a las mujeres y a la propia Kagome quien no esperaba que entrara.
―Te recomiendo soltarla si no quieres que levante cargos contra ti ―Bankotsu, con su impresionante porte y las manos en los bolsillos amenazó primero a Kagura quien se apresuró en dejar a Kagome―. Usualmente no entro en lugares de mala muerte como éste, pero estaba esperando a Kagome y como no regresaba la seguí y la puerta estaba abierta, oí los gritos así que mi posición legal en este zulo está cubierta y no estoy cometiendo allanamiento de morada.
― ¿Señor Anderson…? ―Tsubaki estaba aterrada de verlo. Todavía no era capaz de relacionar que él mencionó a Kagome.
―Aunque sugiero que llames a la policía ―Bankotsu le dirigió una mirada glacial―. Chantaje, extorsión, estafa son algunas de las figuras legales que me vienen a la mente ―Tsubaki abrió sus ojos―. Son asuntos de menor categoría ¿pero acaso pensáis que no puedo ver la treta que guardáis con ese calvo robándole el salario a la señorita Smith?
―Señor Anderson, le juro que…―Tsubaki estaba decidida a confiar en su labia.
―Cierre la boca ―Bankotsu la interrumpió y miró a Kagome quien tenía los ojos cristalizados de la incredulidad―. No pretenderéis seguir trabajando para una compañía de mi propiedad más cuando dedicasteis vuestro tiempo en amedrentar y estafar a mi novia.
La escena en ese momento fue casi cómica.
A Kagura y a Tsubaki casi se les cae la quijada al oír aquello y se miraron como si hubieran entendido mal, pero la feroz mirada de Bankotsu les dio a comprender la verdad.
Bankotsu le pasó la mano a Kagome para que ella pasara mientras ambas mujeres estaban estáticas y atónitas. La joven dócil y aún más pasmada que sus caseras simplemente se dejó llevar, aunque no podía evitar la dulce satisfacción al ver las caras de esas dos.
La pareja salió del piso casi en cámara lenta, aunque a último momento Tsubaki alcanzó a reaccionar y corrió hacia la puerta a detener a Kagome.
La mujer comenzó a llorar y rogar.
― ¡Te ruego que intercedas por nosotras! Todo fue idea de Donald
―Kagome por favor, hace dos meses fuimos las únicas que te dimos un sitio para vivir.
Kagome podía ser ingenua pero no era una blanca paloma. Se desasió del agarre de Tsubaki y le dirigió una última mirada cargada de lastima con vergüenza ajena.
Podía haberle dicho varias cosas, pero prefirió seguir a Bankotsu, quien la aguardaba en la puerta y quien tampoco volvió a agregar nada más.
Ya estaba todo dicho.
Solo cuando subieron al auto, Kagome pareció caer en cuenta del peso de la escena.
― ¿Cómo llegó al piso…?
―Sabía que necesitarías ayuda.
― ¿Por qué…? ―preguntó Kagome
― ¿No es obvio? Eres ingenua y esas dos timadoras lo hubieran aprovechado. Hubieras ido a la delegación esta noche si yo no aparecía.
Ese comentario indignó a Kagome.
―No necesito ser rescatada…
―Claro que lo necesitas y tu actitud con esas estafadoras lo prueban ―Bankotsu la miró suspicazmente―. ¿Acaso no era tu amante el hombre que te estafó en Great Falls? Eso dice mucho de tu ingenuidad.
Kagome se calló porque él tampoco estaba equivocado y ella ya no podía enfadarse que la hubiera espiado.
― ¿Qué pasará con ellas?
Él se recostó en el asiento.
―No volverán a trabajar en New York y a ese calvo que finge ser gerente le espera lo mismo ―sonrió de lado―. Usualmente no me ensucio con temas tan ínfimos, pero no voy a pasar por alto el esquema de estafas que tenían instalado, podrían enviarlos a la cárcel, pero es mejor que salgan de mi ciudad. Ya suficientes ratas de alcantarillas tenemos.
Justicia poética que no estaba segura de querer ver.
Ya tuvo bastante con el rostro desesperado de Tsubaki suplicándole ayuda luego de semanas de abusos.
―Es cruel no permitirles trabajar.
Bankotsu la miró de reojo.
―La que tenía aspecto de golfa se llevaba tu salario legitimo en complicidad del calvo y te cobraban un dineral por un zulo de mala muerte ¿te parece poco? Podrán trabajar en otro estado quizá de barrenderas…
Bankotsu no tenía pensado negociar eso.
Kagome ya no lo volvió a mencionar.
Pero también estaba segura que luego de aquella escena, todos sus compañeros del hotel ya sabrían que ella fue presentada por el propio Bankotsu Anderson como su novia. Estarían incrédulos y en el caso de los que la explotaban además se encontrarían aterrorizados.
No pudo evitar sonreír levemente.
La bizca se llevaba el premio mayor del que tanto se hablaba en los pasillos.
―La presentación fue más pronta de lo que pensaba…
― ¿Presentación? Esas mujeres no son el tipo de público que busco convencer…la verdadera presentación aún falta y te aseguro que no será tan simple ―Bankotsu le guiñó el ojo y se dirigió al chofer―. Wayne, vamos a casa.
Kagome no sabía si era una afirmación o una amenaza.
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Cubierta de gafas oscuras y vestida de forma muy casual era algo difícil identificar a la bella Kikyo Gardner.
Tenía que ocultarse porque tenía una orden de restricción para acercarse al edificio donde se asentaba el lujoso pent-house de Bankotsu Anderson desde que entrara y quemara un coche en el parking.
Pero era algo que no podía evitar y más cuando había probado la gota que la convirtió en una obsesa hacia Bankotsu Anderson. Era como una droga y una medicina que precisaba para estar tranquila, pero él ya fue claro en decirle que no quería volver a verla.
Kikyo tenía veinticinco años, era estudiante eterna de Derecho, carrera que nunca terminaba y era dueña de una belleza muy inusual que delataba los orígenes de su familia materna proveniente de Europa del Este con el cabello muy oscuro y la piel muy blanca como contraste.
Su familia tenía buen pasar económico así que tampoco era una buscavidas.
Bebía su café despacio mientras sus ojos vigilaban la entrada al parking ya que necesitaba comprobar que él llegara esa noche.
De pronto, sus plegarias parecieron dar fruto cuando vio acercarse al mercedes que siempre conducía Wayne. Esperaba que entrara al interior del estacionamiento, pero en cambio Wayne paró y bajó presuroso a abrir la puerta a su jefe.
No era raro, porque Wayne siempre iba a cumplir unos encargos.
Pero las alarmas de Kikyo se dispararon cuando vio emerger a una mujer de la mano de Bankotsu.
Pestañeó curiosa cuidando de tener la cobertura de las enormes gafas oscuras tan inapropiadas para la noche, pero necesitaba ver mejor.
No podía acercarse mucho, pero distinguió que se trataba de una mujer no tan delgada como ella, pero no pudo verle la cara.
Podía ser cualquiera, pero lo que activó la señal de aviso para Kikyo es que Bankotsu le estuviera cogiendo la mano a esa desconocida.
Él jamás tomaba a nadie.
Los vio desaparecer en el interior del edificio.
Y ella tampoco podía acercarse más o podrían descubrirla, pero aquel inesperado descubrimiento la puso de sobreaviso.
¿Qué rayos pasaba allí?
CONTINUARÁ
Hermanas ¿vieron que de a poco se me sale lo mentirosa? Ya estoy tomando ritmo de vuelta. Ya estoy haciendo el 8 así que pronto lo leerán.
SALUDOS Y GRACIAS PAULA, ANNIE PEREZ, BENANI0125, LUCYP0411, CONEJA, FUENTES RODRIGUEZ Y BIENVENIDA SAONE TAKAHASHI. Besuque.
Nos leemos enseguida.
Paola.
