Era casi medianoche cuando Aang se dejó caer sobre la cama de Gyatso. La lluvia torrencial hacia eco contra el vidrio de las ventanas, y había empezado a levantarse cierto viento afuera.

Suspiró. Su mirada se clavó en el techo, mientras sus pensamientos tomaban rienda suelta hacia cierta muchacha.

Katara.

La chica que tanto amaba se encontraba en la habitación de enfrente, y una vez que cayó en el hecho de que ambos dormirían bajo el mismo techo, el corazón se le comenzó a acelerar.

Pero había un detalle: Katara parecía estar enfadada con él, y él no tenia ni la más mínima idea del por qué.

¿Habia hecho algo mal? Si era así, ¿cuándo? ¿En qué momento exacto fue que metió la pata? Repasó los últimos días en su mente, pero no encontró la causa.

¿Acaso la había hecho sentir incómoda? ¿Y si acaso sus miedos eran verdad, y al final si se había sobrepasado cuando la besó aquella noche?

―¡Soy un idiota!―exclamó frustrado consigo mismo, tapando su rostro con la almohada.

Aang no fue consciente del rayo de luz que se coló a través las hendijas de la ventana hasta que fue demasiado tarde.

De pronto, un trueno retumbó tan fuerte que hizo temblar la tierra y se llevó la electricidad, dejandolos en penumbras. Y luego, un grito.

Aang lo reconoció al instante y de inmediato cruzó a gran velocidad la habitación y el pasillo en la oscuridad. ¿Cómo era posible que lo hubiese olvidado? ¡A Katara le aterraban las tormentas!

El muchacho se detuvo en la puerta, con la mano en la manija, y golpeó rápidamente el pedazo de madera. El ambiente era electrizante y angustioso.

No le gustaba para nada.

―¡Katara! ¿Estás bien?―llamó.

Pero antes de que la joven pudiera siquiera responder, el cielo crujió de forma espantosa una vez más, seguido de un sonoro trueno.

¡KRAAKABOM!

Otro grito agudo irrumpió el aire. Suficiente.

No esperó más y abrió la puerta, solo para encontrarse con una escena que le helaría la sangre y le quebraría el alma.

―Espíritus―dijo en un resuello―, Katara...

Estaba hecha un ovillo en el suelo, refugiada justo en el rincón entre la cama y la mesita de luz, sentada abrazando sus piernas con tal fuerza que parecía doloroso. Tenia la cabeza inclinada, escondida sobre sus rodillas, y su cuerpo entero era sacudido por agitados y violentos temblores.

Aang se apresuró a llegar a ella y se colocó a un lado. Katara se agitaba con tal tormento y liberaba pequeños lamentos, su respiración fatigosa, presa del pánico.

Estiró su mano y la puso con cuidado sobre la de ella, y le dio un suave apretón.

―Kat...―pero un relámpago lo interrumpió y segundos después un nuevo estallido, lo que hizo que la muchacha saltara a los brazos de Aang, completamente aterrorizada como una niña pequeña.

Ella se refugió contra el pecho del chico, y Aang la sostuvo como pudo ante la repentina acción, rodeandola con sus brazos, intentando hacerla sentir segura. La acomodó, sentándola de costado sobre su regazo, y la acunó con suavidad, abrazándola con firme delicadeza contra él.

―Aquí estoy, Katara, aquí estoy―murmuró sobre su cabeza, meciéndose despacio para tranquilizarla.

No estaba seguro de si ella lo escuchaba, estaba sumida en el terror y el miedo. Su cuerpo entero se estremecía continuamente, sus manos cerradas en un puño fuerte agarradas a la camiseta que Aang llevaba, sus ojos sellados, soltando bajos quejidos.

Un trueno sacudió la habitación, aumentando la tortura, y Katara se aferró desesperada aún más al chico.

―Haz que se detenga, por favor...―suplicó ella en voz apenas audible, enterrando su rostro en el pecho de él.

Aang se percató de que su voz sonaba distinta. Parecía... más joven.

Cuando lo comprendió, se sintió destrozado, el dolor de ella atravesándole las entrañas.

Está recordando ese día.

El día en que Kya murió.

Había escuchado la historia de parte de Sokka una vez.

Fue durante un diluvio como este donde ella perdió a su madre. Iban por la carretera en plena tempestad, cuando en una curva los frenos fallaron y el auto se volcó. Kya murió al instante, mientras que Katara permaneció consciente. Tuvieron que pasar horas antes de que la rescataran debido al mal tiempo.

Desde entonces, Katara le temió a las tormentas.

Aang la abrazó con fuerza y ternura, intentando transmitirle algo de calma y consuelo.

―Todo va a estar bien, todo está bien―repitió, apretando los labios contra su sien mientras seguía meciéndose a un ritmo lento pero constante―. Estás a salvo, aquí estoy. Yo te protejo.

Permanecieron así durante un largo rato. La lluvia violenta contra la ventana, el viento salvaje y la luz proveniente de los rayos fueron lo único que los acompañaba en aquella oscuridad nocturna.

No fue hasta que pasaron varios minutos después de que la última racha de truenos y relámpagos dio acto de presencia cuando finalmente percibió que Katara soltaba su agarre y su cuerpo se ablandecía. Ya no respiraba agitadamente.

Justo en ese instante, la electricidad volvió al hogar. Mas, solo la pequeña lámpara sobre la mesita de luz había quedado encendida al parecer.

Y fue entonces que pudo apreciar a la chica que yacía entre sus brazos.

Miró hacia abajo, la expresión de Katara se habia vuelto mas serena, su boca apenas entreabierta, sus ojos aún permaneciendo cerrados. La angustia y el terror ya la habían abandonado. Parecia que se había quedado dormida.

Aang se sintió inmensamente aliviado, y se permitió apreciar la exquisita belleza que poseía la morena.

Las pestañas largas, la sedosa piel de chocolate, su adorable nariz y sus labios carnosos y tibios. Quiso acariciarla pero temió llegar a despertarla.

Y también, al continuar mirando alrededor, notó otro detalle.

La sangre subió a gran velocidad hacia su rostro, y los nervios se apoderaron de él al darse cuenta de cómo la muchacha estaba vestida. O mejor dicho, desvestida.

No se había percatado hasta entonces de que Katara no llevaba los pantalones cortos puestos. La camiseta que usualmente le llegaría hasta los muslos se había subido hasta la cadera, seguramente durante el movimiento de sentarla sobre su regazo, revelando así sus largas piernas y el borde de su ropa interior.

Es de color azul.

Por uno momento no supo qué hacer. ¿La despertaba? Pero estaba tan tranquila y relajada, quería dejarla descansar después de la agotadora y estresante experiencia que acababa de pasar.

Tragando saliva, deslizó su mano bajo las rodillas de la muchacha, en busca de posicionarla mejor para reposarla sobre la cama.

―No te vayas―pidió Katara en un susurro.

El chico se giró hacia ella, sorprendido, solo para encontrarse con aquellos preciosos zafiros entreabiertos con cansancio.

―Pensé que estabas dormida―confesó, aún con un tenue sonrojo―. ¿Te sientes mejor? La tormenta ya pasó.

No obstante, aún se escuchaban los retazos de la lluvia menos intensa estrellándose sobre el vidrio.

La muchacha exhaló un jadeo entrecortado. Acunó la mejilla del muchacho, y, de pronto, Aang sintió una presión sobre los labios.

Presa del asombro, tardó un momento en reaccionar.

¿Esto era real? ¡Katara lo estaba besando! ¡Lo estaba besando! Y, oh, Espíritus... sus labios sabian tan bien. Cerró los párpados e inclinó la cabeza, pasando su mano por la cintura de la chica, buscando saborear aún más aquella bendición mientras que su latir enloquecía. Aquello era mucho mejor que su primer beso hace unos días atrás. Sus labios eran mucho más dulces, tibios, carnosos e increiblemente adictivos de lo que recordaba.

Espíritus, podría morir allí mismo.

Sin embargo, los pulmones de ambos fueron unos terribles importunistas al reclamar por oxígeno, y tuvieron que separarse brevemente para tomar aire, aunque para el muchacho esos segundos alejados se sintieron como una eternidad.

Pero cuando Aang puso una mano sobre la mejilla de la chica para atraerla y volver a besarla con pasión desenfrenada, ésta se resistió y no se acercó a él para seguir con tan satisfactoria actividad. En cambio, ella colocó su mano sobre el pecho del chico.

―No―susurró Katara, firme, pero al mismo tiempo temblando.

Aang debió haber obedecido, en serio que si, y se lo recriminaría segundos más tarde, pero no lo hizo. No supo por qué, simplemente se inclinó nuevamente hacia la morena para reclamar sus labios una vez más. La deseaba, deseaba volver a besarla.

―¡No!―Katara retrocedió. Se puso de pie, y se alejó un par de pasos esta vez. Aang permaneció desconcertado, congelado en su lugar. ¿Qué había hecho mal? ¿Acaso no estaban disfrutando ambos?―. Esto no es correcto, Aang.

La angustia en la voz de Katara lo alertó. Y luego de que su cerebro trabajara con pasmosa lentitud en procesar el motivo de por qué lo rechazaba, de pronto, lo supo.

Su mundo se vino abajo, y sintió su estómago hundirse. Ahora entendía, o al menos creía entender lo que estaba pasando.

Katara se arrepentía.

Se arrepintió de haberlo besado.

―¡Vete!―ordenó la muchacha, arrugando el ceño con enojo. Cruzando los brazos, desvió la mirada hacia el lado contrario.

Aang se asustó un poco ante el tono usado por Katara. Se puso de pie, inseguro. Sabía que debía irse, pero no podía hacerlo. Necesitaba saber.

―Presiento que estás enfadada conmigo, pero no sé la razón―confesó con tristeza―. Katara, por favor―pidió desesperado―, si hice algo inadecuado, yo...

Katara bufó y se volvió a verlo.

―¡Oh, por favor! No finjas que no lo sabes.

El chico esta vez frunció el ceño.

―Pues no, no lo sé―sentenció con seriedad―. Te agradecería que me lo dijeras.

Katara tampoco cedió.

―¿Quieres que te lo diga? ¡Bien! ¿Qué tal si le refrescamos la memoria, señor Air?―preguntó sonriendo con sarcasmo―. ¡No, espera! Tengo una mejor idea―declaró, en un falso tono amigable―. ¿Por qué no mejor llamamos a Toph?

―¿Toph?―Aang no comprendía―. ¿Qué tiene que ver Toph en todo esto?―preguntó, arqueando una ceja claramente confundido.

―¡No te hagas el inocente!―chilló enfurecida―. ¡Te la follaste, Aang!

Espera, ¿qué? ¡Ahora si que no entendía nada!

―¡¿Qué?! ¡No!―declaró apenas salió de su desconcierto―. ¿Por qué piensas eso?

―¡Los vi!―exclamó ella―. ¡En el bosque...! Hace dos días.

Sin embargo, esta vez su voz se quebró levemente al hablar. Estaba herida, tanto por la que creía fingida ignorancia por parte del muchacho, como por lo doloroso del recuerdo.

Aang quiso acercarse, aclarar la situación.

―Katara, ¡eso nunca pasó! ¡Yo no hice... eso con Toph!―dijo, sintiendose algo avergonzado al pronunciar aquello en voz alta―. Es un malentendido, nosotros...

―¡Deja de negarlo!― exigió, retrocediendo tantos pasos como Aang avanzaba hacia ella. Y entonces, él se percató de los gotas cristalinas que se acumulaban en los orbes azules de Katara y sintió una dolorosa punzada en el pecho, justo donde estaba su corazón ―. Tan solo... detente―dijo, apenas con un hilo de voz lastimera.

―Pero...

―Esa noche, dijiste que estabas enamorado de mi...―murmuró lastimera, bajando la mirada―. Gracias por cuidarme durante la tormenta, ya puedes irte― sentenció, liberando un suspiro, y sin voltearlo a ver, se dirigió a la cama.

Sin embargo, Aang tampoco acató esta vez . No iba a dejar que Katara creyera aquel absurdo malentendido, tenia que aclarar este asunto.

No toleraría perderla para siempre.

―No―dijo, tomandola por la muñeca y haciendola sentar en la cama con algo de brusquedad accidental.

―¡Aang!

―Espera aquí―ordenó.

El chico abandonó la habitación y atravesó el pasillo hasta la alcoba de Gyatso, solo para regresar con su teléfono. Cuando encontró lo que estaba buscando, se lo entregó a Katara.

Ella jadeó. Era una foto del collar que había perdido. O más bien, parte de él. Tan solo se veía el dije compuesto por aquella gema azul sujetada por plata, pero se encontraba partida.

―¿Cómo es que...―balbuceó la morena, sin comprender.

Aang tomó asiento al lado de ella, sujetandose del borde de la cama.

―Cuando Sokka y tú se fueron ese día a casa, le pedí a Toph que me acompañara a la montaña del Templo―admitió él―. Me di cuenta que era el único lugar posible donde podría estar el collar. Lo buscamos toda la noche, hasta que finalmente lo encontré―continuó y esbozó una mueca―. Pero solo el dije, y cuando lo limpié del barro, noté que la gema tenia una grieta. Toph se ofreció a llevarlo con un joyero amigo suyo que podría arreglarlo gratis. Dijo que le debia un par de favores―se encogió de hombros mientras sus labios dibujaron un intento de sonrisa ladeada.

Katara se giró hacia él, la mandibula temblando sin poder formular palabras ante la mezcla de emociones.

―Esta allí ahora―prosiguió―. Quise decirtelo al dia siguiente, pero no fuiste a la escuela. Me preocupé, pensé que quizas estabas muy triste por haberlo perdido, asi que te hice el otro collar mientras estaba listo el de tu madre―confesó, algo apenado―. Sé que no se compara, pero hice lo mejor que pude.

―Aang... esto es...―Katara estaba conmovida, pero su ceño se torció en confusión―. Pero, Toph y tú...

―¿Puedo preguntar qué es lo que viste?―preguntó, alzando una ceja.

La chica desvió el rostro hacia el frente, incómoda.

―La sostenias mientras ella... brincaba sobre ti―relató―. Toph gritaba que la estabas lastimando, y hacia esos ruidos extraños.

―¡Ah!―exhaló el muchacho.

Él le pidió el celular de vuelta, y le enseñó una serie de mensajes donde se destacaba principalmente una imagen. Se la habia enviado Beifong, su pie descalzo y vendado, y una mano levantando el dedo medio.

―Sonará increíble, pero mientras buscábamos el collar, Toph cayó y su pie quedó atorado en un agujero en la tierra junto a unas ramas. Fue difícil sacarla de allí, a tal punto que tuvimos que forcejear. Ella se sujetó mientras yo tiraba de su pierna pero creo que se desesperó y empezó a intentar liberarse ella misma por la fuerza dando esos saltos―Aang rascó su cuello con una sonrisa nerviosa.

―Oh...

―Admito que si hizo ruidos incómodos.

Ambos emitieron una risita suave.

Aang guardó su celular en el bolsillo de su pantalón de pijama y ambos permanecieron en silencio unos momentos. Katara sujetaba el borde de su camiseta que le quedaba como falda, insegura.

―Lo lamento―habló ella al fin, sin animarse a enfrentarlo―. Debí haber parecido una tonta―dijo avergonzada.

―No, no, nada de eso―la consoló con una pequeña sonrisa, tomando la mano de Katara entre sus dedos, provocando que se girara en su dirección―. A decir verdad, yo también me hubiera molestado y puesto celoso al verte en una posición extraña con otro chico.

Katara arqueó una ceja.

―¿Quién dijo que estaba celosa?

―¿No lo estabas?―la imitó él, divertido―. Yo creo que si.

La muchacha se quedó sin palabras e hizo un breve puchero, avergonzada por haber sido atrapada.

―Creo que te debo una disculpa―murmuró ella.

Aang negó con la cabeza.

―No me debes nada, Katara―dijo con dulzura.

Katara acortó la distancia entre ambos, enredando sus dedos con los del chico. Mordisqueó su labio, y Aang intuyó que estaba planeando algo.

―Quizás una disculpa no―susurró despacio, elevando una caricia en la mejilla del chico.

Aang se percató de que la mirada de la muchacha había cambiado. Ahora tenía una mezcla de complicidad y... travesura en aquellos zafiros.

Él tragó saliva, percibiendo el roce de sus alientos entremezclándose por la cercanía.

―Pero creo recordar que nunca te di una respuesta a tu confesión, Aang― el corazon del chico dio un vuelvo feroz dentro suyo. Intercambiaron miradas, perdidos en los orbes del otro, hasta que el deseo fue insoportable y bajaron la vista a los labios―. Déjame dartela ahora.

Y entonces, lo besó.

[...]

Katara estaba tan feliz, todo había sido un terrible malentendido. Pero ahora, todo estaba claro.

¡Aang la amaba! Y ella lo amaba con igual intensidad.

Una vez que la verdad fue revelada, el alivio se esparció a gran velocidad por sus adentros, y también, se sintió desbordarse.

Todo el amor y deseo por el muchacho de ojos grises que había estado guardando dentro de si misma explotaron sin piedad. Y fue por eso que ella ya no pudo contenerse.

Katara reclamó aquella dulce boquita que poseía Aang. Lo besó primero lento, despacio, pero pronto decidió que quería más.

Iba a recuperar el tiempo perdido.

El muchacho le correspondió con la misma emoción, incluso con desesperación, lo que la hizo sonreir en medio del beso.

Pero eso aún no era suficiente para ella.

Cuando rompieron la unión para respirar, Katara aprovechó y se subió a horcajadas sobre el regazo de Aang sin previo aviso.

—Katara...―pero ella no le dio tiempo de seguir hablando. Sus labios se volvieron a encontrar, buscandose con urgente necesidad mientras que el chico afianzaba su agarre en la cintura femenina.

La muchacha lo tomó a la altura del cuello, profundizando el beso, deseando obtener más de aquel dulce niño. Queria pervertirlo, tomar todo de él, amarlo en más de un sentido.

Fue ella quién lamió con cohibidez el labio inferior del muchacho, pero fue Aang quien de inmediato utilizó el impulso. Sus lenguas se hallaron en una danza en el interior de sus bocas. El chico se adentró en ella, y con cada caricia, cada movimiento de parte del muchacho eran enviados escalofrios y pequeños espamos a recorrer su cuerpo.

Pronto una ola de calor los envolvió a ambos.

Katara guió la mano del chico hacia su espalda baja, y le permitió que siguiera. Sintió cómo Aang descendía y volvia a subir por sus piernas desnudas, jugando con el límite de su trasero antes de animarse a tocarlo y estrujarlo por debajo de la camiseta, provocando que un jadeo involuntario escapara de su garganta.

Movió su cadera hacia adelante, causando que el muchacho detuviera sus placenteras caricas y se estremeciera por completo. Katara no pudo evitar sonreir, satisfecha al saber que tenia tal control sobre él.

Empezó a menearse sobre la ropa, mientras empezaba a descender dejando castos besos por la mandibula del chico. Hasta que de pronto, notó una presión firme entre sus piernas.

Está excitado.

Aang apretujó con fuerza en el trasero de Katara, amenazando con hacerla perder la cordura.

―Katara...―gruñó su nombre con voz ronca. La muchacha se estremeció al oirlo―, no sigas.

―¿Seguir con qué?―preguntó con falsa inocencia, solo para luego volver a rozar sus sexos aún con la ropa puesta, provocando que Aang hundiera el rostro en el cuello de la morena, liberando un gruñido gutural. Ella sintió la vibrante emoción acumulándose en su vientre bajo y la humedad empezando a hacerse presente en su intimidad―. ¿Esto?―Aang asintió contra su piel, y ella repitió la acción.

Pero tentar su suerte tuvo un precio, y esta vez cuando volvió a refregarse sobre él, Aang la sujetó con dominante firmeza y elevó su propia cadera, hundiendose en aquel lugar prohibido y rozando aún entre las prendas, aquel manojo de nervios tan sensible. El jadeo ahogado escapó de los labios de ambos.

Katara lo hizo retroceder un poco y lo tomó por las mejillas, mirandolo fijamente. Su rostro estaba cubierto de rojo adorablemente.

Eso solo hizo que lo deseara aún más.

―Quiero hacerlo, Aang―susurró.

Vió cómo Aang tragó saliva, su nuez de Adán subiendo y bajando con ello.

―¿Estás... estás segura?―pidió saber él.

Katara asintió, mordiendo su labio con fuerza en anticipación.

Aang la sujetó con cuidado y la recostó sobre la cama con desesperada rapidez, causando que un chillido abandonara a la muchacha.

Y cuando Aang se acomodó encima suyo, pudo apreciar su erección presionando contra sus pantalones durante un breve momento.

De inmediato perdió el aliento. Juntó sus piernas, en parte como reflejo y en parte por la creciente necesidad.

Antes de seguir, él le pidió un último consentimiento con la mirada y Katara se percató de que los ojos de Aang se habian oscurecido hasta poseer el color del acero, destilando inmenso amor e incontenible lujuria por ella. Tan solo por ella.

―Podemos detenernos cuando tu quieras...―aclaró él con cierta timidez a centimentros de sus labios―, ¿de acuerdo?

Katara asintió en silencio, su latir arremetiendo contra su pecho. Y es que las palabras parecían haberla dejado a su suerte.

Estando así, replegada contra el colchón con Aang encima de ella, se vislumbró repentinamente más pequeña, como una presa a punto de ser devorada por su depredador, y había perdido parte de la descarada valentía de la que había sido dueña hasta hace unos instantes atrás. Sin embargo, no tenía miedo de él.

Sabía que Aang jamás le haría daño.

En cambio, deseaba ser devorada. Deseaba que Aang la hiciera suya, quería entregarse, tenerlo dentro y que él fuera quien le arrebatara su primera vez.

Se besaron nuevamente, anhelantes por sentir el calor del otro. Aang comenzó a acariciar las piernas de Katara con vehemencia, dejando un rastro ardiente a su paso mientras que la muchacha colaba sus delicados y finos dedos bajo la camiseta del chico, recorriendole el pecho y abdomen masculino.

Él se quitó la prenda superior, revelando así su torso firme y magro. Katara disfrutó de la vista. Ya lo había visto antes, en el auto de Sokka durante su huída del Templo, por lo que fue un fugaz momento de contemplación. Pero, ahora, podía observarlo con detenimiento. La piel lechosa, los músculos levemente marcados, no demasiado toscos, pero sin duda atractivo. Suspiró con satisfacción.

Pero, de pronto, cayó en el hecho de lo que se avecinaba realmente.

Aang la vería desnuda.

Mil pensamientos se abalanzaron a atacar su mente. ¿Y si a Aang no le gustaba su cuerpo? ¿Y si no era lo que él esperaba, lo que él se imaginaba? Los nervios y la inseguridad la abarcaron sin piedad alguna.

Pero cuando el chico depositó un beso húmedo en su cuello, su capacidad de pensar coherentemente desapareció. Ella echó la cabeza hacia atrás, dandole libre acceso.

Aang la torturaba con marcas lentas, y pequeñas y leves mordidas a medida que descendía hacia su clavícula. Él arrastró su toque desde la cadera femenina, pasando por encima del elástico de la ropa interior, y subió por la cintura y costillas de Katara, dejando un rastro de fuego a su paso.

Hasta que sus dedos rozaron el seno izquierdo. Aang jadeó sobre la sensible piel de la muchacha, nublado por la excitación de aquella revelación.

Katara no estaba usando sostén.

―Espíritus..., Katara...―gimió apenas audible, conteniendo las ganas de desnudarla y poseerla en ese mismo segundo.

¿Acaso ella estaba planeando volverlo loco? El pecho de ella subió y bajó con irregularidad ante el sonido de su voz.

Arrastrando el borde de la camiseta, la cual ya se había arremangado hasta el medio torso de la morena, tomó uno de sus pechos. Lo manoseó suave al principio, tímido, pero al ver las reacciones de Katara, retorciendose y liberando suspiros de placer bajo los efectos de su tacto, adquirió la confianza suficiente para seguir con lo que tenía en mente.

―Mmmm...―murmuró ella, sujetandolo por la nuca, y con la otra mano acariciando cuanto terreno pudiera de la espalda y los amplios hombros varoniles.

Sin embargo, de repente, ella dejó de navegar aquellos ríos de toques satisfactorios. Aang se retiró de debajo de su ropa, y se alejó un poco de ella, ante la mirada confundida y asustada de la chica. ¿Por qué se había detenido?

―¿Qué sucede?―quiso saber la muchacha, apenas en un susurro.

Las mejillas de Aang, que portaban un dulce tono rosado hasta entonces, se tiñieron de carmín.

―Uh... bueno...― balbuceó apenas con una sonrisa titubeante―, ¿podrías... levantarte un poco? Tengo que quitarte la ropa.

―Ah.

Las mejillas de Katara lucieron un tenue tono escarlata, y esbozó una sonrisa pequeña. Tomó asiento sobre la mullida superficie, y dejó que Aang le quitara la penúltima prenda que mantenía la distancia entre su inocencia y la desnudez casi total.

No se animó a enfrentarse al muchacho, insegura de su reacción. No obstante, al no oir respuesta alguna, ella lo miró.

Aang se encontraba hipnotizado ante la belleza que poseía Katara.

Frente suyo estaba la chica mas hermosa del mundo. Su piel sedosa y tersa, sus pechos perfectos, redondos y llenos que se cernian ante él con orgullo, coronados por pezones oscuros.

Él elevó la mirada, y un estremecimiento la recorrió entera al percibir el deseo, el anhelo y lujuria. Y también... adoración, aquellos orbes ennegrecidos aún ante la escasa luz que proporcionaba la lámpara, derrochando inmenso amor y encanto al recorrer su ser al descubierto.

―¿Aang?

―Katara, eres perfecta― el chico se abalanzó con ferocidad sobre ella, reclamando sus labios una vez más. Lentamente la recostó nuevamente hacia atrás, colocandose sobre ella, imponente.

Bajando por su cuello, luego por su clavícula y esternón, esta vez con un poco más de urgencia, el chico se llenó la mano con uno de los senos de Katara.

Lo apretujó despacio, luego un poco más fuerte, mientras que pasaba su resbalosa lengua sobre el otro pecho, repazando la aureola y finalmente atrapando el pezón con sus labios.

―Mmmm... A-Aang―gimió Katara arquéandose, separándose del colchón, en busca de más contacto con aquella caliente boca que la estaba haciendo volar por las nubes de placer y acrecentando la humedad en su centro.

Pero Aang solo sonrió traviesamente contra su pecho. Pasó con entusiasmo ahora al seno izquierdo, el que no había sido atendido, y repitió el tortuoso proceso, solo que en esta ocasión, comenzó a chupar enérgicamente aquel pico del color del chocolate.

―¡Aang!―chilló Katara, ahogada en las sensaciones a las que el muchacho la sometía vilmente. Él succionó un poco más, haciéndola enloquecer, la chica removiéndose gustosamente bajo suyo.

Finalmente la liberó, dejándola respirando irregularmente. Descendió por la llanura plana del estómago de la morena, hasta llegar al límite de aquel destino que había permanecido oculto, cubierto aún por lo que, consideraba ya, una estorbosa ropa interior.

Besando la mandíbula de Katara, bajó la prenda con cuidado. Siempre pendiente de cualquier señal de incomodidad o rechazo de parte de ella, mas, no notó ninguna. La pasó primero por una pierna, y después, la otra, lanzando la tela a lo que seria un olvidado rincón de la habitación.

El aliento abandonó los pulmones del chico al contemplar a Katara, la chica que amaba profundamente, yaciendo a su merced, completamente desnuda.

Los muslos unidos en timidez, aquel retazo de pelo que cubría su ahora ya jugosa intimidad, el cuerpo esbelto y los pechos redondos, cerniendose firmes, con aquellos exquisitos pezones ahora erectos, gracias a su placentera labor. Las finas manos, semicerradas en un puño relajado un poco mas arriba de los senos, pudorosa, y aquel rostro angelical encendido por un excitado rubor; aquellos preciosos zafiros brillando ante la luz y por la lujuría, viéndolo expectantes y anhelantes.

Con los latidos retumbado con fuerza, pensó que debía estar soñando. Aquello era la mejor sensación del mundo. ¿Qué había hecho para ser tan afortunado y merecerla? No lo sabía, pero estaba profundamente agradecido por ello.

―¿En qué... en qué estás pensando?― cuestionó ella, pegando sus piernas, sonrojada ante la mirada atenta que el chico tendió sobre ella.

Entonces, Aang se dio cuenta de que quizás se estaba tomando demasiado tiempo en admirar a la bella muchacha.

―Lo siento― se disculpó, avergonzado, dibujando una sonrisa nerviosa―, es que eres tan hermosa.

La muchacha sintió cómo el corazón le explotaba de emoción y calidez por las palabras del chico.

―¿Realmente te gusto tanto?―preguntó con un hilo de voz.

Aang depositó un corto beso en los labios de la chica y pegó su frente a la de ella.

―No te imaginas cuánto...―sonrió él―. Te amo tanto, Katara.

Y antes de que la chica pudiese responder, se echó encima de ella nuevamente, conectando sus labios y besándola apasionadamente, separandole a su vez con suavidad las piernas con el muslo.

Su mano recorrió el camino desde los pechos de la morena, por el abdomen plano hasta el aquel lugar recóndito donde sus piernas se encontraban. Sobrepasó el trozo de pelo oscuro hasta que alcanzó el calor húmedo de su condición de mujer.

Katara gimió cuando la yema de uno de sus dedos rozó descuidadamente aquel punto sensible de su ser, pero pronto se percató que Aang realmente no sabia muy bien lo que estaba haciendo.

La tocaba con curiosidad, torpemente, explorándola en lugar de tocarla como mujer. Ella no pudo evitar liberar una risita muy suave, completamente enternecida ante la inocencia de su amado Aang.

Pero aquello no paso desapercibido por el muchacho, quien se detuvo y la miró con confusión.

―Oh, no, no me estoy burlando―aclaró ella rápidamente, y sonrió con dulzura, acariciando la mejilla del chico―, lo estás haciendo bien, pero dejame guiarte un poco.

Katara tomó los dedos largos y menudos de Aang, y le indicó dónde tocar.

―Aquí... ¡ah!―liberó una exhalación, arqueando involuntariamente su cuerpo, ante la mirada sorprendida del chico por la repentina reacción, cuando la yema de Aang apretó su clítoris―. Si... si acaricias aquí, me hará sentir muy bien.

El chico asintió, prestando mucha atención. Repitió lo hecho, y Katara arrugó el ceño suavemente en gozo, con un gemido silencioso.

―Enseñame más, por favor― pidió él―. Quiero saber cómo hacerte sentir bien, quiero darte placer, Katara.

La muchacha hubiera querido responderle, en serio que si, pero es que Aang no dejaba de jugar con aquel boton que acababa de descubrir, obligandola a gemir.

Animado por los exquisitos quejidos de la muchacha, aumentó la presión y la velocidad de su toque. Ella jadeó en respuesta.

―Aang... no tan fuerte... Si, así...―murmuró―. B-baja... ¡ah!―ella giró el rostro, apretando los labios y los párpados, aferrándose con fuerza desconocida a las sábanas mientras su cuerpo reaccionaba gustosamente a las caricias inexpertas pero sorprendentemente certeras del chico―. Baja un poco.

Aang obedeció, encontrando pronto la fuente de aquel sitio mojado y ardiente. Ingresó un dedo lentamente en su núcleo resbaladizo, goteante y caliente.

Katara tuvo que sostenerse de los hombros del chico para no desfallecer entre gemidos.

Aang no pudo evitar que el pecho se le llenara de orgullo al saberse causante del disfrute de Katara y de que se retorciera indefensa bajo él. Cada sonido era música para sus oidos, la excitación que le causaba oir la melodiosa forma en la que pronunciaba suplicante su nombre, haciendo palpitar su miembro que aún se mantenía molestosamente apresado en su ropa interior.

Pronto quiso escuchar más, hacer que Katara se derritiera de placer, dejarla satisfecha. Así que decidió experimentar.

Bebiendo nuevamente el cuello de la muchacha, empezó a turnar su atención entre aquel punto delicado y sensible, y la entrada angosta y húmeda de la chica, una y otra vez. Empujó su dedo hacia adentro, sobando el interior al salir y regresando a subir para frotar el manojo de nervios, para luego repetirlo.

La chica no fue capaz de formular ni siquiera una palabra ante ese ritmo glorioso. Después, él probó con dos.

―¡Aang!―lloriqueó.

Katara dobló su espalda, elevando su cadera, buscando con desperación que Aang ahogara sus dedos en su interior.

Él paró la rutina un segundo.

―¿Te gusta?―preguntó, observándola.

Katara, quien tenia los ojos cerrados y la boca entreabierta, asintió rápidamente, impaciente porque el chico continuara.

―No te detengas―rogó.

Pero entonces, él sintió cómo ella se abrió paso hasta alcanzar su miembro, y empezó a tocarlo sobre la tela, e incluso querer colarse en ella.

Aang la sujetó de la muñeca con brusquedad.

―No.

Katara le dedicó una mirada de preocupación y alerta.

―Quiero tocarte―admitió ella―. Yo también quiero darte placer, déjame hacerlo.

El chico negó con la cabeza, con una sonrisa vacilante.

―Después, ahora no.

―¿Por qué?―quiso saber.

Las mejillas del muchacho volvieron a colorearse una vez más.

―Es que si lo haces ahora...uh...―tartamudeó, apenado― no voy a... no creo... durar por mucho tiempo― la miró con una sonrisa incómoda.

―Oh... ¡Oh!―ella comprendió a lo que se refería y se le contagió el carmín a su propio rostro―. Si, entiendo.

Aang retomó su labor. Jugó con las combinaciones, contemplando cada expresión y acción de Katara como respuesta.

La morena estaba maravillada, ¿cómo era posible que lo hiciera tan bien?

―¿H-has... mmm...―Aang no le daba tregua ni para hablar, gozando viéndola en esa situación―. ¿Has hecho esto antes?

―No―admitió él, algo avergonzado por ello―, nunca... ¿y tú?

―Y-yo...―su voz se perdió por un momento en una inhalación silenciosa debido a las acciones del chico―. Yo tampoco.

El chico sonrió desvergonzadamente.

―Nada mal para un novato, ¿eh?

Ambos rieron pero Aang decidió aumentar el ritmo justo en ese instante.

―¡Espíritus!―jadeó ella.

El muchacho comenzó a jugar con el clítoris de Katara, tirando por la ventana toda cordura que le podria haber quedado a la morena. Ella se retorcía, sus muslos cada vez mas temblorosos y jadeando con fuerza, mientras Aang se adueñaba de aquel dulce lugar, penetrándola con sus dedos y luego volviendo a atormentarla en su debilidad.

Aang se regocijó al verla en ese estado, y se vio tentado. Apretó con sus labios el pezón derecho, y lo chupó con entusiasmo sin detener su intoxicante rutina.

Katara, enterrando los dedos en el cabello de Aang para tenerlo lo mas cerca posible de su seno y sujetándose de su hombro, alcanzó finalmente el climax. Ola tras ola de placer.

Primero sus musculos se tensaron, luego temblaron, y después se sintió caer. La paredes interiores de Katara se cerraron alrededor de los dedos de Aang, aprisionandolo con deliciosa fuerza, producto del intenso orgasmo.

―Eso fue... ―interrogó él.

―S-sí...―le confirmó Katara en una risa sin aire, abriendo los parpados que habia cerrados, sus pupilas nubladas por la excitación y el placer liberados―. Por favor, Aang... te necesito.

Él comprendió y se despejó al fin de su pantalón y su ropa interior. Katara contuvo el aire mientras lo miraba. Era perfecto, no demasiado grande, pero definitivamente tampoco era pequeño. Supuso que dolería cuando entrara en ella.

Aún así, no pudo evitar desear con desespero que la penetrara. Su cabeza nadó en lujuria imaginandolo embistiéndola con dureza hasta que ambos llegaran al límite.

Ella abrió sus piernas, recibiendolo, y él se acomodó. Estaba lista.

A partir de ahora, su relación cambiaría para siempre.

Sin embargo, cuando él estaba por hundirse en ella, no lo hizo.

―Monos emplumados...―maldijo en voz baja.

―¿Qué sucede?

Aang la miró con gran pesar.

―No tenemos protección―se lamentó él, y giró el rostro, liberando un gruñido bajo de frustración.

Katara se alertó. ¿Eso significaba que debían parar? No, no quería eso.

―No importa―pronunció, casi en súplica.

Katara conocía el riesgo, sabía que no deberían hacerlo sin condon. Lo sabía. Pero es que lo deseaba tanto...

Aang la miró con sorpresa, y ante sus ojos pasó la duda, pero finalmente negó con la cabeza.

―No pod...

―Por favor― rogó ella―. Mañana compraré la píldora en la farmacia, yo me encargaré, así que...

―Katara, no―la interrumpió él, y se agachó hasta su frente, presionando sus labios en un tierno beso, mientras su mano regaló caricias al vientrey la cintura de la muchacha―. No podemos. Tampoco quiero que corras ese riesgo, ninguno de los dos. Somos demasiado jóvenes.

―¿No me deseas? ¿Es eso?― sabía que estaba siendo irracional, pero no podía evitarlo.

―Espíritus, te deseo como un loco―masculló―. Si supieras el esfuerzo que hago para no tomarte...

―Hazlo―lo retó―, por favor, Aang.

Él se negó, retirandose y recostandose a un lado. Katara se giró, enfrentandolo.

―Lo lamento―se disculpó él, profundamente entristecido―, siento que te decepcioné.

La chica comprendió entonces que lo había herido. Entendió el peso de sus palabras anteriores y se sintió terriblemente culpable.

―Oh, Aang, no. Yo lo siento―susurró, alzando la mano a la mejilla del joven―. Casi te obligo a hacer algo que no querias... perdóname.

Él le dedicó una sonrisa nostalgica, y reposó su rostro en el confortable toque de la muchacha.

―Deberiamos dormir―dijo ella. Aang estuvo de acuerdo.

―Debo ir al baño primero―confesó―, tengo que encargarme de algo.

Katara bajó la mirada hacia el miembro aún erecto de Aang, y sintió su rostro acalorarse.

―Déjame a mi―dijo, queriendo alcanzar aquella parte del cuerpo masculino. Sin embargo, una vez mas, Aang la detuvo.

―No es necesario que lo hagas si no quieres.

―Si quiero. Déjame hacer esto por ti.

Katara enredó sus dedos alrededor del miembro de Aang, deleitandose por la calidez que emanaba, era suave pero al mismo tiempo duro. Inhalando una respiración temblorosa, empezó el conocido ritmo de arriba y abajo. Él escondió su rostro en el hueco entre el cuello y el hombro de la muchacha.

Se mordió el labio inferior, excitandose ella misma también.

Katara habría querido probarlo, meterselo a la boca, pero la valentía la abandonó por completo ante lo escandoloso de la idea. ¿Qué pensaría Aang de ella? ¿Y si se decepcionaba de ella por querer hacer algo como eso? Bueno, sabía que esas cosas les gustaba a los chicos, pero ¿y si lo hacía mal? ¿Y si a Aang no le gustaba? O si...

Todas sus dudas e inseguridades se esfumaron en el instante en el que su muñeca fue aprisionada por la mano del muchacho y se encontró con aquellos orbes del color del carbón.

—Katara— pronunció Aang—, ¿podrías... no apretar tanto, por favor? Duele.

Katara bajó la mirada y se percató entonces de que sostenía el miembro de Aang con dolorosa fuerza.

Inmediatamente lo soltó.

—¡Lo siento mucho!— se disculpo, presa de la vergüenza—. ¿Te lastime? Lo siento tanto, ¿estas bien?

―Lo estoy― sonrió torcidamente―, continua, por favor, solo un poco menos fuerte. Así.

Él la guió, enseñandole la forma que lo hacia sentir bien. A medida que el placer crecía, Aang enterró los dedos aún humedos por los jugos de Katara en la carne de la cadera de ella al aumentar el conocido cosquilleo en sus intestinos, soltando cortas exhalaciones fuertes de vez en cuando.

El climax llegó pronto, explotando toda su dureza en el estómago de la morena y manchandole los delicados dedos. Katara observó con curiosidad aquel liquido espeso y blanquecino, en contraste de su piel oscura.

Lo estaba analizando cuando Aang , de repente, la empezó a limpiar con un pañuelo de papel.

―Lo siento por eso―murmuró, sonrojado.

Katara le dedicó una sonrisa tranquilizadora.

―Me gusta, en realidad―reveló con cierta picardía, regalándole un beso en la mejilla―. Fue perfecto.

Los labios de Aang dibujaron una sonrisa tímida, su rostro encendido.

El cansancio cayó sobre la joven pareja en poco tiempo. Después de aquella satisfactoria actividad y la mezcla de emociones del día, estaban agotados. La muchacha volvió a colocarse unicamente la camiseta, debido a que el frio de la noche los había alcanzado luego de que el calor de hacer el amor se hubiera esfumado, y Aang se adentró en su ropa interior.

Quedaron dormidos, él abrazándola por detrás, cubiertos por la manta, con la promesa y la ilusión del inicio de aquel esperado amor.

Ninguno se percató de que la tormenta se había acabado.