Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Desaparición para expertos" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 36

—¿Que qué? —dijeron Bella y Edward al unísono, buscando la mirada del otro.

Bella negó con la cabeza.

—No puede ser.

—Pues es. —Luke sonrió disfrutando claramente de la situación—. Estuve escribiéndome con Layla aquella noche y quedamos en vernos en el aparcamiento de Lodge Wood, y ¿quién estaba allí esperándome? Jamie Potter.

—P-pero, pero… —El cerebro de Bella cortocircuitó—. ¿Viste a Jamie? ¿Estuviste con él después de medianoche?

La misma hora, pensó, en la que el ritmo cardíaco se le había acelerado por primera vez.

—Sí. El muy cabrón pensó que estaba haciendo algo inteligente, que iba un paso por delante de mí. Fingir ser una chica para tomarme la delantera. Puede que lo hiciera para intentar alejarme de Rose, no lo sé. Lo habría matado si hubiera seguido aquí.

—¿Qué pasó en el aparcamiento con Jamie? —preguntó Edward.

—Poca cosa —dijo Luke pasándose una mano por la cabeza casi rapada—. Salí del coche, grité el nombre de Layla y fue él quien salió de detrás de los árboles.

—¿Y? —dijo Bella—. ¿Qué pasó después? ¿Hablaron?

—La verdad es que no. Estaba muy raro, como asustado; que, por otro lado, debería estarlo, por tocarme las narices. —Luke se volvió a pasar la lengua por los dientes—. Llevaba las dos manos en los bolsillos. Y solo me dijo tres palabras.

—¿Cuáles? —preguntaron Bella y Edward al unísono.

—No lo recuerdo exactamente, pero fue raro. Algo como «niño brujo kit» o «niño brocha pi», no sé, no entendí bien la segunda parte. Y después, se quedó mirándome, como esperando mi reacción. Así que, evidentemente, yo le dije: «¿Qué coño haces?», y entonces Jamie se dio la vuelta y se piró sin decir nada más. Fui corriendo detrás de él, lo habría matado de haberlo cogido, pero estaba muy oscuro y lo perdí de vista entre los árboles.

—¿Y? —insistió Bella.

—Y nada. —Luke se enderezó y se crujió los huesos del cuello—. No lo encontré. Me fui a casa. Y Jamie desapareció. Supongo que le habría tocado las pelotas a alguien más y ese lo encontraría. Sea lo que sea lo que le haya pasado, se lo merece. Bola de sebo asquerosa.

—Jamie fue a la granja abandonada justo después de quedar contigo —dijo Bella—. Sé que tú vas ahí a recoger tus… cosas de negocios. ¿Por qué iría él hasta allí?

—No lo sé. Yo no fui aquella noche. Pero está aislado, apartado, es el mejor lugar del pueblo para llevar a cabo cualquier actividad privada. Y ahora tendré que buscarme otro punto de recogida gracias a ustedes —refunfuñó Luke.

—¿Está…? —dijo Bella, pero el resto de la frase se desmoronó antes de que ella misma siquiera supiera qué iba a decir.

—Eso es todo lo que sé de Layla Mead, de Jamie. —Luke agachó la cabeza y levantó un brazo señalando al pasillo detrás de ellos—. Ya se pueden largar.

Pero no se movieron.

—Ya —dijo más alto—. Tengo cosas que hacer.

—Está bien —aceptó Bella dándose la vuelta para marcharse e indicándole a Edward con la mirada que hiciera lo mismo.

—¡Una semana! —gritó Luke detrás de ellos—. Quiero mi dinero el próximo viernes y no me gusta que me hagan esperar.

—Entendido —dijo Bella tras haber dado dos pasos. Pero, de pronto, un pensamiento apareció en su cabeza, se reordenó y se estableció. Bella se giró—. Luke, ¿tienes veintinueve años? —preguntó.

—Sí. —Bajó las cejas, que se unieron en el hueco de su nariz.

—¿Y cumples treinta dentro de poco?

—En un par de meses. ¿Por qué?

—No, por nada. —Negó con la cabeza—. Tendré tu dinero el jueves.

Bella siguió caminando por el pasillo hasta salir por la puerta que Edward le estaba sujetando con urgencia en los ojos.

—¿A qué ha venido eso, amor? —preguntó Edward cuando se cerró la puerta tras ellos—. ¿De dónde vas a sacar novecientas libras, Belly? Es un tío peligroso, no puedes dedicarte a…

—Me imagino que tendré que aceptar esos acuerdos de patrocinio. Cuanto antes —dijo Bella girándose para mirar los rayos del sol que brillaban sobre el coche blanco de Luke.

—Cualquier día me da un ataque —dijo Edward tomándole la mano para doblar la esquina—. Jamie no puede ser Layla, ¿verdad? ¿Verdad?

—No —respondió Bella antes incluso de pensarlo. Y cuando lo pensó—: No, no puede ser. He leído los mensajes entre los dos. Y toda la movida de Angela Weber. Además, Jamie estuvo hablando con Layla fuera de la fiesta destroyer, tuvo que estar al teléfono con una persona de verdad.

—Entonces ¿qué? ¿Layla envió a Jamie a la cita con Luke? —aventuró Edward.

—Sí, puede ser. A lo mejor es de eso de lo que hablaron por teléfono. Y seguramente Jamie llevara el cuchillo en el bolsillo de la sudadera cuando fue a ver a Luke.

—¿Por qué? —Edward arrugó la frente, confuso—. Nada de esto tiene sentido. ¿Y qué cojones es eso de «niño brujo kit»? ¿Luke se está burlando de nosotros?

—No parece precisamente un bromista. Además, acuérdate de que George escuchó a Jamie decir por teléfono algo de un niño.

Pusieron rumbo a la estación de tren, donde Bella había dejado el coche para que su madre no viera que estaba conduciendo por High Street.

—¿Por qué le has preguntado su edad? —quiso saber Edward—. ¿Quieres cambiarme por alguien más mayor, princesa?

—Ya son muchos como para que sea una coincidencia —dijo más para ella que para responder a Edward—. Ben Cheney, Daniel Parkinson, Luke Eaton, e incluso Jamie, que mintió sobre su edad; pero todas las personas con las que ha hablado Layla tienen veintinueve años o acaban de cumplir los treinta. Y, es más, son todos chicos blancos con pelo castaño y que viven en el mismo pueblo.

—Sí —dijo Edward—. Layla tiene un prototipo de chico muy específico.

—No sé. —Bella se miró los tenis, todavía húmedas de la noche anterior—. Todas estas similitudes, todas las preguntas que hace… Es como si Layla estuviera buscando a alguien en concreto, pero no supiera cómo hacerlo.

Bella miró a Edward, pero se le fue la vista hacia un lado, hacia alguien de pie al otro lado de la carretera. En la puerta de la nueva cafetería que habían abierto.

Una chaqueta negra, pelo rubio despeinado sobre los ojos. Pómulos muy marcados.

Había vuelto.

Mike Newton.

Estaba con otros dos chicos a los que Bella no reconocía, hablando y riéndose en mitad de la calle.

Bella se vació y volvió a llenarse con un sentimiento oscuro y frío, rojo y ardiente. Paró de andar y se quedó mirándolos.

¿Cómo se atrevía a estar ahí plantado, riéndose, en ese pueblo? ¿En mitad de la calle, donde todo el mundo podía verlo?

Bella cerró las manos, clavando las uñas en las de Edward.

—¡Ay! —Este la soltó y la miró—. Belly, ¿qué…? —Luego siguió su mirada hacia el otro lado de la carretera.

Mike debió de sentir algo porque, en ese preciso momento, levantó la mirada, cruzó con ella la carretera y los coches aparcados. Hasta llegar a Bella.

Directamente a ella. Su boca formaba una línea recta, ligeramente encorvada en uno de los extremos. Levantó un brazo con la mano abierta y saludó, convirtiendo la línea de su boca en una sonrisa.

Bella sintió cómo crecía dentro de ella, ardiente, pero Edward explotó primero.

—¡No la mires! —le gritó a Mike por encima de los coches—. ¡Que ni se te ocurra ponerle la vista encima! ¿Me oyes?

La gente que caminaba por la calle se giró para mirar. Cuchicheos. Caras asomadas a las ventanas. Mike bajó el brazo, pero no dejó de sonreír en ningún momento.

—Vamos, princesa—dijo Edward volviendo a tomar a Bella de la mano—. Larguémonos de aquí.


Edward se tumbó en la cama de Bella, lanzando y recuperando un par de calcetines enrollados. Lanzar cosas siempre le ayudaba a pensar.

Bella estaba en el escritorio, con el ordenador cerrado delante de ella, metiendo un dedo en el pequeño tarro de chinchetas y dejando que lo pincharan.

—Una vez más —dijo Edward siguiendo con la mirada cómo subían los calcetines hacia el techo y bajaban hasta sus manos.

Bella se aclaró la garganta.

—Jamie va al aparcamiento de Lodge Wood. Lleva el cuchillo que ha cogido de su casa. Está nervioso, enfadado, es lo que nos dice su ritmo cardíaco. Es posible que Layla lo haya preparado todo para que Luke estuviera allí. No sabemos por qué. Jamie le dice dos palabras a Luke, lo examina esperando una reacción y se marcha. Luego va a la granja abandonada. El corazón se le acelera aún más. Está más asustado y, de algún modo, el cuchillo termina entre la hierba, a los pies de los árboles. Entonces se quita la Fitbit, o se rompe, o…

—O se le para el corazón. —Recoge y lanza los calcetines.

—Y el teléfono se apaga unos minutos después y no se vuelve a encender — añadió Bella dejando caer el peso de la cabeza sobre sus manos.

—Bueno —comenzó Edward—. Luke no ha ocultado sus ganas de querer matar a Jamie, porque cree que es él el que se hizo pasar por Layla. ¿Puede ser que lo siguiera hasta la granja?

—Si fuera Luke el que le ha hecho algo a Jamie, no creo que hubiera estado dispuesto a hablar con nosotros, ni siquiera por novecientos pavos.

—Bien visto —dijo Edward—. Pero al principio mintió. Podría haberte dicho que vio a Jamie cuando hablaste con él y con Rose la primera vez.

—Ya, pero él fue al aparcamiento a engañar a Rose, y ella estaba presente. Además, supongo que prefiere que no se lo relacione con personas desaparecidas, teniendo en cuenta a lo que se dedica.

—Vale. Pero las palabras que le dijo Jamie a Luke tienen que ser importantes. —Edward se sentó apretando los calcetines con una mano—. Esas palabras son la clave.

—¿Niño brujo kit? ¿Niño brocha pi? —Bella lo miró con escepticismo—. No suenan muy a clave.

—A lo mejor Luke no se enteró bien. O puede que tengan otro significado que todavía no hemos encontrado. Vamos a buscar. —Señaló el ordenador.

—¿Buscar?

—Merece la pena intentarlo, Gruñoncita.

—De acuerdo. —Bella encendió el portátil. Hizo doble clic en Google Chrome y apareció una página del buscador en blanco—. A ver.

Tecleó «niño brujo kit» y pulsó intro.

—Exacto, tal como sospechaba, los resultados son un montón de disfraces de Halloween de brujas y jugadores de quidditch. No ayuda demasiado.

—¿Qué quiso decir Jamie? —Edward pensó en voz alta, lanzando otra vez la bola de calcetines—. Intenta la otra.

—Vale, pero ya te digo que no creo que sirva de nada —advirtió Bella borrando la barra del buscador y escribiendo «niño brocha pi». Pulsó intro y el primer resultado, como era de esperar, era una página web sobre juegos infantiles, con un apartado de «Pintura»—. ¿Ves? Te he dicho que no tenía sentido…

La frase se cortó a mitad de camino y se quedó ahí, en su garganta, mientras Bella entornaba los ojos. Justo debajo de la barra de búsqueda, Google le estaba preguntando: «Quizá quisiste decir: Niño Brunswick».

—Niño Brunswick —dijo en voz baja, tanteando las palabras en los labios.

Así, juntas, le resultaban familiares por algún motivo.

—¿Qué es eso?

Edward se levantó de la cama y se acercó al escritorio mientras Bella hacía clic en la sugerencia de Google. La página de resultados cambió, mostrando artículos de todos los canales de noticias. Bella los repasó uno a uno.

—Claro —dijo mirando a Edward, esperando que él también lo reconociera. Pero no fue así—. Los niños de Brunswick —explicó ella—. Es el nombre que dio la prensa a los menores desconocidos involucrados en el caso de Scott Brunswick.

—¿El caso de quién? —dijo leyendo por encima del hombro de Bella.

—¿Has escuchado alguno de los pódcasts de crímenes que te he recomendado, Edward? —dijo ella—. Prácticamente todos hablan de este caso, es uno de los más famosos de todo el país. Ocurrió hace unos veinte años. —Miró a Edward —. Scott Brunswick era un asesino en serie. Bastante sangriento, de hecho. Y obligó a su hijo pequeño, el Niño Brunswick, a ayudarlo a engatusar a las víctimas. ¿De verdad no has escuchado hablar de él?

Edward negó con la cabeza.

—Mira, léelo —le dijo haciendo clic en uno de los artículos.


Inicio. Caso real. El asesino en serie más infame de Gran Bretaña Scott Brunswick, «El Monstruo de Margate».

Escrito por Oscar Stevens.

Entre 1998 y 1999, la ciudad de Margate, en Kent, sufrió una oleada de horribles asesinatos. En el trascurso de tan solo trece meses, desaparecieron siete adolescentes: Jessica Moore, de 18 años; Evie Frenche, de 17; Ravi Harrison, de 17; Megan Keller, de 18; Charlotte Long, de 19; Patrick Evans, de 17, y Emily Nowell, de 17. Sus restos quemados se descubrieron más tarde, en la costa, colocados con un kilómetro y medio de separación entre sí y todos con la misma causa de la muerte: contusión en la cabeza. 1

Emily Nowell, la última víctima del Monstruo de Margate, fue encontrada tres semanas después de su desaparición, en marzo de 1999, pero la policía tardaría aún dos meses más en dar con el asesino. 2

La policía se centró en Scott Brunswick, un conductor de montacargas de 41 años que llevaba toda su vida viviendo en Margate.3 Brunswick era quien más se parecía al retrato robot elaborado por la policía después de que un testigo viera a un hombre conduciendo bien entrada la madrugada por la zona en la que más tarde se descubrirían los cadáveres.4 Su vehículo, una furgoneta Toyota blanca, también encajaba con la descripción del testigo.5 Varios registros en la casa de Brunswick revelaron el recuerdo que había guardado de cada una de las víctimas: un calcetín.6

Pero había muy pocas pruebas forenses que lo relacionaran con los asesinatos.7 Y cuando el caso llegó a los tribunales, la fiscalía dependía de pruebas circunstanciales y de su testigo principal: el hijo de Brunswick, que tenía 10 años en el momento del último crimen.8 Brunswick, que vivía solo con su hijo, había utilizado al niño para cometer los asesinatos. Le daba instrucciones para que se acercara a las víctimas potenciales en lugares públicos —un parque infantil, una piscina municipal y un centro comercial— y las convenciera para que lo acompañasen hasta donde Brunswick los esperaba para raptarlos. 9, 10, 11 El hijo también había ayudado en la eliminación de los cuerpos. 11, 12

El juicio de Scott Brunswick comenzó en septiembre de 2001 y su hijo —apodado el Niño Brunswick por la prensa—, que ahora tiene 13 años, ofreció un testimonio esencial a la hora de asegurar un veredicto de culpable por unanimidad. 13

Scott Brunswick fue sentenciado a pasar el resto de su vida en la cárcel, pero después de tan solo siete semanas en la prisión de alta seguridad de Frankland, en Druham, recibió una paliza mortal por parte de otro preso. 14, 15

Por su asistencia en los asesinatos, el Niño Brunswick fue sentenciado por un tribunal juvenil a 5 años en un centro de menores. 16 Cuando cumplió 18 años, el tribunal de la condicional recomendó su liberación. El Niño Brunswick obtuvo una nueva identidad gracias al programa de protección de testigos y se impuso una medida cautelar a la prensa de todo el mundo mediante la que se prohibía la publicación de cualquier tipo de detalle sobre él. 17 El ministro del Interior declaró que se establecían estas medidas por el riesgo de «posibles venganzas contra el individuo si se revela su verdadera identidad, debido al papel que desempeñó en los terribles crímenes de su padre».18