Los principales personajes quedan a Stephanie Meyer la historia es mía totalmente prohibida la reproducción total o parcial de la historia sin mi autorización


Capítulo 23

La conspiración del universo

Algunas veces se pueden encontrar todos los misterios del universo en las manos de alguien. – Benjamin Alire Sáenz, Aristóteles y Dante

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—¿Era él?

Isabella se detuvo cuando Rosalie le preguntó y asintió una vez antes de tratar de hacer llegar aire a sus pulmones y continuar.

—Era Edward. La realidad de lo que yo había estado viviendo me golpeó en ese entonces. Era una adolescente de dieciséis, casi diecisiete, y casi me habían violado. Mi madre había muerto por drogadicta, había sido víctima de la trata de personas, había visto un lado del mundo que era triste y oscuro. Me sentía sola y asustada.

Hyõ estaba allí cuando me giré para alejarme y poner distancia de la pareja frente a mí. Él los señaló con su barbilla alzándola una vez antes de preguntar mientras miraba a la pareja de jóvenes al otro lado de la calle.

—¿Los conoces?

Literalmente no la conocía a ella. Edward era otra historia, una historia que podríamos definir como inocente, sin un final agradable que pueda describirse pues había dado mi vida para salvar la suya y el universo me había regresado mi vida cambiándola por la de alguien más en ese entonces. Me alegraba verlo vivo, feliz, quizás enamorado de la rubia que colgaba de su brazo. Sentí celos de verlo allí hasta cierto punto feliz porque yo no lo era. También sentí alivio puesto que no sabía que le había pasado. Yo lo había ayudado a escapar y luego le había perdido el rastro.

Hyõ se aclaró la garganta esperando una respuesta. No quise decirle, no iba a servir de nada hacerlo, así que negué sin decir nada en voz alta mintiendo por primera vez en años, en muchos años, quizás por primera vez en mi vida, y él lo dejó pasar porque no hizo ni una sola pregunta mientras se alejaba. Aún así mi curiosidad aumentó en lugar de desaparecer cuando lo vi de lejos subirse a su auto grandioso junto a la despampanante rubia ojos azules siguiéndolo como perro faldero. Así que usando todas mis influencias en la calle lo busqué porque tenía curiosidad.

Edward era un buen chico. Se instaló en San Francisco como si hubiera estado aquí siempre. Iba a la universidad, lo sabía porque parecía universitario y llevaba una de esas sudaderas de fraternidad, tenía amigos en todos lados, se hizo voluntario en varios albergues y también cuidaba de su padre que en ese momento estaba enfermo de cáncer linfático, fue así como él y Hyõ se conocieron.

Hyõ iba a sus quimioterapias y había estado luchando con el cáncer de pulmón por años. Había desenterrado su fortuna para tratarse, pero no lo hizo por él, hizo todo eso por mí, por cuidarme cuando debí haber sido yo quien lo cuidará. No lo supe hasta dos años más tarde. Hyõ me lo contó antes de morir.

La próxima vez que Edward y yo nos encontramos fue dos meses después. Había superado mi mierda porque quería ser alguien mejor y quería poder vengarme de la gente que me había hecho daño aunque no tenía las armas y el poder para hacerlo, pero sabía que el karma era como una serpiente jugando con su cola.

Estaba harta de huir y Hyõ me había apoyado tanto que decepcionarlo no era una opción. Iba de camino a dejar al correo los últimos trabajos de bachillerato y lo vi frente a un Starbucks junto a la rubia. Ella era la perfección andando y se colgaba de su brazo intentando llamar su atención de nuevo pareciendo perfectamente un ángel que pertenecía a su lado. El vestía ropa cara, al menos así se veía desde mi punto de vista, llevaba un pantalón blanco y una camisa tipo polo de color azul. Pero no parecía feliz, tenía una forma extraña de sonreír que parecía tensa y había bolsas bajo sus ojos.

Edward era elegante, alto, tenía un porte de caballero y eso me hizo sonreír sin poder evitarlo porque si él me escuchara quizás hiciera una mueca y renegaría de esa descripción. En el tiempo en el que nos conocimos él era un niño quien diría que la vida iba a convertirlo en todo un hombre.

Me di por vencida y me convertí en su sombra luego de verlo allí con ella. Había seguido como una mosca a la miel cada uno de sus movimientos por días, pues él tenía la misma rutina aburrida. Yo estaba en la fase de aprender a ser quien quería ser y él en la fase de convertirse en alguien grande, supongo,. Él sonreía constantemente y yo no sabía porque seguía yendo a verlo escondida.

Ya lo había salvado, ya mi deber estaba hecho. Él no tenía que recordarme, no merecía que lo trajera a la oscuridad de mi mundo. Merecía ser feliz quizás con esa hermosa chica que siempre llevaba hermosos vestidos de colores y lo rondaba a cada oportunidad, esa chica que lo veía como un billete de cien.

—Has estado callada últimamente muchacha ¿Hay algo que quieras contarme? ¿Conociste a un chico o algo así?

Hyõ me sacó de mi ensoñación un día. Él siempre hablaba de todo y de nada conmigo; más que mi padre era mi amigo. Miré mi plato de frijoles antes de negar en su dirección mirando a la gente pasar. Estábamos en la azotea, hacía frío en San Francisco e íbamos a tener que usar muy pronto la calefacción y eso me hacía sentir más incómoda que usar los baños públicos cuando era pequeña pues era dinero por el que teníamos que trabajar y Hyõ se veía cansado y me preocupaba verlo tan viejo.

—No tengo cabeza para chicos Hyõ, quiero graduarme y salir de este mundo, llevarte conmigo y que tengamos comida caliente cada noche.

Hyõ tuvo un pequeño ataque de tos antes de decir

—Tenemos lo necesario Õjo. Eres joven y ambiciosa, la riqueza es la perdición de la juventud. Sabes que tendremos que usar la calefacción pronto ¿No? No quiero que te congeles y este departamento es pequeño.

—Estás viejo —me reí de él y me levanté del suelo mientras Hyõ me sacaba el dedo. Miré mi reloj y le dije que nos veríamos luego.

—¿A dónde vas? —me puse nerviosa cuando preguntó, pero me encogí de hombros y miré la puerta de la azotea en lugar de mirarlo a él.

—A ver las estrellas —fue una respuesta estúpida, porque podía ver las estrellas desde esa vieja azotea, pero realmente quería verlo aunque sea de lejos así que solo me alejé para meterme en la ciudad sin mirar a donde iba. Conocía su rutina, sabía que estaba tomando clases de fotografía por las noches en un estudio al lado de la universidad a la que iban sus amigos.

Parecerá cursi, pero chocamos como el Titanic lo hizo con ese iceberg. Sonará pretencioso, pero yo era el Iceberg en ese momento. Estaba rodeada de tragedia y Edward podía hundirse conmigo si se acercaba.

Cuando caímos al piso todos se rieron a carcajadas al verlo conmigo encima. Y yo estaba tan nerviosa y asustada que me removí en sus brazos intentando alejarme de él.

—Hombre, como te gusta tanto la caridad una homeless* te ha caído encima.

—Esa no es la forma de tratar a nadie Jasper —reconocí su voz porque lo había escuchado hablar con sus amigos. Era una acechadora en la oscuridad y me tensé en sus brazos al saberme descubierta. Algo extraño nos pasó cuando me ayudó a levantarme. Sus ojos se encontraron con los míos y mi corazón latió fuerte y claro. No sé nada del suyo, pero los ojos de Edward brillaron en reconocimiento porque los entrecerró. Dí un paso atrás y él dio uno adelante.

—Disculpe señor, no lo vi —dije antes de girarme y correr como una maldita cobarde. No sé en qué momento, ni cómo, pero me siguió. Fue tras de mí y lo supe porque me metí entre callejón y callejón para perderlo sin pensar en que había estado huyendo de los lugares oscuros porque habían cosas acechando, porque Félix podía estar allí, pero en ese momento no importó. Estaba aterrada de encontrarme cara a cara con mi pasado, tanto que me escondí tras un basurero y él entró en el callejón mirando a los lados buscándome.

—¿Bella eres tú? —hizo la pregunta a la oscuridad, pero el hecho de que me recordara me hizo sentirme nerviosa.

Empezó a adentrarse en el callejón y entonces, cuando iba a alejarlo de mí fingiendo no conocerlo, cuando iba a portarme mal y a gritarle saliendo de la oscuridad, el mal lo acechó a él por mi culpa.

—¿Qué hace un niño rico en mi calle? —escuché su voz. Sus pasos los conocía de memoria.

Cerré los ojos aterrada por lo que estaba pasando. Estaba demasiado nerviosa tanto que fallar significaría la muerte para ambos. Nada bueno iba a salir de esto y estaba temblando. Los recuerdos me robaron el aire y casi tuve un ataque de pánico. Mi quijada tembló un par de veces mientras maldecía en la oscuridad de lo impredecible.

—Te hice una pregunta muñeco de pastel de bodas.

El metal de su cuchilla resonó y supe que se la había puesto en el cuello porque la respuesta de Edward sonó entrecortada. Me recrimino, a día de hoy, el hecho de haberle puesto a Edward enfrente. Realmente lo hago. Ese es uno de mis pecados más dolorosos. Mi peor error.

—Estoy buscando a alguien.

—¿Eres policía? ¿Quién te envió?

Salí de mi escondite y saqué mi arma quitándole el seguro. No la usaba. Pero sabía cómo hacerlo, había disparado varias veces, pero nunca había matado a alguien. Aún así no iba a dejar que le hicieran daño a Edward, no podía permitírmelo. El impulso de protegerlo era tan grande como mi amor por él, ese amor que aún no reconocía. Hyõ había sido claro conmigo. Quita el seguro y apunta a la cabeza. Y si tienes que matarlo no parpadees para hacerlo. Aún así mi mano estaba temblando tanto y Felix tenía una cuchilla en el cuello de Edward, que disparar sería la muerte no solo para Felix.

—Cuándo sacas un arma, la sacas porque vas a dispararla, niña tonta. No pierdas el tiempo con eso, te harás daño —me gruñó Felix sin dejar de mirarme. Edward palideció y pareció aturdido y atrapado en medio del fuego.

—No me obligues a jalar el gatillo entonces Felix. Vete de aquí —le dije poniéndosela en la cabeza. Edward me miró y yo formulé "Corre" con mis labios. Sin embargo él negó. Felix tiró su cuchillo al suelo y se giró hacia mí sonriendo con las manos en alto. Parecía estar teniendo un maldito orgasmo viéndome de pies a cabeza mientras yo temblaba

—¿Lo conoces? Lo ví siguiéndote.

—No tengo que darte explicaciones. Está buscando a Jane. Es lo que debes saber —respondí sin bajar mi arma. Felix se río a carcajadas y su risa me dio miedo, demasiado miedo. El maldito podía saborear lo que yo estaba pensando. Sabía que él podía oler el miedo y yo estaba cagada y le estaba mintiendo a la cara.

—¿Jane? Eso es curioso. Esta es mi zona ¿Por qué él cree que encontrará a Jane aquí? ¿Por qué lo defiendes? ¿No dejaste esa mierda cuando Hyõ te llevó con él? ¿Sabes que conmigo no tendrías que hacer nada más que abrir tus preciosas piernas y estar excitada? ¿Sabes que puedo oler tus mentiras y el miedo a miles de kilómetros de distancia?

—Me estás haciendo perder el tiempo. O le cortas la garganta o lo dejas irse. Jane sabrá que hacer con él de todas formas. Es su maldito cliente. Y no me hagas preguntas o propuestas estúpidas, no pierdas tu tiempo conmigo.

—¿Te crees inteligente? ¿Crees que Hyõ podrá salvarte? Estarías muerta en un parpadeo si quisiera quitarte esa arma, pequeña Isabella.

—No estoy jugando de ninguna manera contigo. Y no te tengo miedo. No está vez cuando la que te está apuntando soy yo.

—Estás apuntándome mientras defiendes a un chiquillo estúpido que solo está buscando drogas. ¿Tienes algo de maldito sentido común? ¿Sabes quién soy? Te lo dije y voy a repetirlo, voy a beber sangre cuando desflore tu coño —me gruñó acercándose a mí y yo puse un dedo en el gatillo lista para jalarlo aunque tenía que apuntar hacia arriba pues Felix era muy alto. Él miró hacia abajo, hacia mí, y sonrió dando un paso más hasta que la boquilla del arma quedó entre sus cejas —¿Qué tan valiente eres Õjo? —preguntó y yo jadeé en busca de aire sin saber qué responder. Cuando abrí la boca para hacerlo Hyõ lo hizo por mi.

—Dejaría de ser mi hija si no tuviera los huevos suficientes para jalar el gatillo ¿No lo crees Félix? ¿Por qué mierda estás cerca de ella cuando fui claro y te pedí dejarla en paz? ¿Quieres que hable con tu padre de nuevo? El aún me debe varios favores.

—¿Por qué siempre estás en el lugar menos indicado, viejo? ¿Crees que mi padre me da miedo? Es un maldito blando a tu alrededor. Ese maldito vejestorio.

La distracción sirvió para que Felix me quitara el arma y la pusiera en mi frente mientras me distraía mirando a Hyõ.

—Jamás le des la espalda a quien quieres meterle una bala en los sesos o terminarás con una bala en los tuyos propios, tú, pequeña idiota —me susurró y me quedé quieta sin parpadear o demostrarle miedo. Se río de mi valor fingido y luego le puso el seguro al arma y la bajo para tirarsela a los pies a Hyõ —. No perdonaré tu vida muchas veces seguidas. Un día dejarás de ser una puta ilegal ¿Sabes? No tendrás dieciséis para siempre —dijo haciéndome retroceder pues caminó hacia mí sin detenerse. Tomó mi rostro y sacó la lengua para deslizarla por mi mejilla lentamente y yo temblé de asco por su toque.

—Estaré esperando en mi esquina. Y por respeto a mi padre no voy a meterte una maldita bala en los sesos, anciano —tras escupir en el suelo me lanzó con fuerza contra la pared sacándome el aire de mis pulmones. Se inclinó y tomó su cuchillo del suelo antes de alejarse silbando caminando como si fuera el dueño del mundo. Hyõ se giró para salir y yo lo seguí pues parecía molesto

—Hyõ.

Se detuvo antes de caminar hasta donde yo estaba y tomar mi rostro.

—Aléjate del maldito peligro y saca a este chico de aquí. No me hagas arrepentirme de salvarles el culo. Ve. Te quiero en esta dirección, no vayas al departamento —después puso un papel en mis manos y el arma y se fue. Guardé el papel y revisé el arma. Edward permaneció en silencio por un largo rato antes de decir.

—Lo siento.

—¿Qué mierda quieres? ¿Por qué me seguiste? ¿Eres idiota?

Edward se movió de la pared e hice lo mismo antes de caminar hasta la luz de las calles. Felix aún estaba allí, lo sabía porque podía sentirlo y no quería más problemas.

—Alejémonos de aquí.

Me siguió en silencio. Caminé con él hasta una parte más segura de la ciudad. La gente nos miraba con atención. Había miles de diferencias entre nosotros. Yo iba vestida con ropa vieja y sucia y Edward parecía un muñeco de pastel de bodas sin duda alguna. Aunque su ropa parecía echada a perder, supuse por la tierra y lo que habíamos pasado en el callejón.

—Bella…

—Mi nombre es Isabella —lo interrumpí mirándolo a los ojos por primera vez en mucho tiempo, quedándome clavada en en suelo, porque verlo después de tanto tiempo y que él me recordara, que supiera quién era yo, no había forma de decir lo que me hacía sentir.

—No debes buscarme…

—Lo he hecho por años. Sabes que te debo mi vida, yo…

—No quiero que me debas nada —le grité y él retrocedió —. Aléjate de mí ¿entiendes? No soy alguien con quien debes hablar en tu tiempo libre sobre traumas de tu infancia. Si necesitas algo así, busca un psicólogo.

—¿Por qué estás en la calle? Déjame ayudarte por favor. ¿Por qué llevas un arma? ¿Ese hombre del callejón, él que nos salvó, es tu padre?

Todas las preguntas que me hizo sonaron precipitadamente en mis oídos y yo solo quería que me hablara de su vida. Aún así debía alejarlo de mí, debía alejarlo del peligro.

—¿Cómo piensas ayudarme? ¿Qué te importa quién es ese hombre? Dime, según tú ¿Qué es ayuda? Piensas que enviándome a una casa hogar en donde mi padrastro abuse de mi a puerta cerrada me librará de la muerte. Dime una cosa Edward ¿Crees que puedes pagarme tu vida cuando no eres más que un chiquillo?

—Volví por ti. Volví y me creyeron loco porque habían abandonado el lugar. Estaba destruido. Bella soy mayor de edad. Por amor a Dios, aquí la adolescente eres tú.

—No me hagas dudar de haberte sacado de ese infierno. Vete y déjame en paz. Tú no debes buscarme. No me causes problemas.

Me giré para irme, pero él tomó mi mano y me detuvo. ¿Cómo evitar que mi corazón latiera tan rápido al sentir su toque? Fuego. Había fuego corriendo por mis venas. Vida y libertad latiendo fuerte en mi corazón. Y era malditamente aterrador.

—No pude decir gracias.

—Entonces agradéceme y lárgate —me liberé de su agarre con brusquedad y sin dejar de mirarlo a los ojos le dije —. Este mundo no es el tuyo. No entres jamás en un callejón de este maldito infierno. Tú y yo —nos señalé —. Tú y yo jamás fuimos iguales. Sé inteligente y aléjate del peligro, no me hagas arrepentirme de haberte salvado.

—Me alegra verte viva Bella. No sabes lo mucho que pedí porque pudieras huir de allí con vida. Vivimos un infierno —dijo tocando mi brazo de nuevo.

—Si crees que eso era el infierno entonces no sabes lo que dices. No seas tonto. Y aléjate de mí. Y de los callejones de San Francisco.

Fui brusca de nuevo y me solté de su agarre antes de meterme a un callejón y atravesar la ciudad. Leí la dirección que Hyõ me dio y luego tiré el papel en la basura antes de desaparecer en las sombras.

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—Él no te hizo caso ¿Cierto?

Rosalie estaba al filo del asiento mirándola con sus enormes ojos azules. Isabella quiso sonreír, pero no lo hizo.

—Si hay algo que ese hombre tuvo conmigo fue perseverancia. Me sentía halagada ¿Sabes? El hecho de que me buscó aún cuando le dije que no lo hiciera. Aún cuando yo había sido clara.

Rosalie la vio levantarse atrapada por los recuerdos del pasado y el dolor, esa agonía que ella siempre mostraba cada vez que hablaba de él.

—Aún cuando su mundo era tan diferente del mío.


Homeless: Persona sin hogar, vagabunda.


Creo que desde el primer capítulo todas estaban esperando esto, el choque de dos mundos diferentes pero tan iguales que da miedo de solo pensarlo. Ellos se aman desde el principio, quiero de nuevo tomarme el tiempo de desearle feliz cumpleaños a mi mejor amiga! Jo, sin ti está historia estaría escondida en mis borradores bajo llave. Chicas no dejen de decirme qué les pareció el capítulo de hoy.

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