Notas: Buenas~ Seguramente no me esperabais este domingo, así que… ¡Sorpresa!, supongo, jeje.

Tenía varios capítulos completados así que he decidido consentiros un poco. Hubo actualización el domingo pasado, y el que viene también habrá, así que 3 semanitas seguidas. Después volveremos al ritmo normal de cada dos domingos, porque no me da la vida.

¡Os dejo disfrutar del capítulo!

La lengua de Sesshomaru recorrió mi intimidad, haciéndome gimotear mientras me sonrojaba hasta las orejas. Él se había recostado sobre el lecho y me había pedido que se sentara sobre su rostro. Agradecía al menos estar dándole la espalda, porque sería incapaz de verle a los ojos en aquel momento.

- Rin… - Me llamó él, desparramando su aliento sobre mi trasero. - ¿Estás avergonzada?

- S-sí. – Admití en un hilo de voz.

Consciente de la delicadeza de mi estado físico, Sesshomaru había sugerido aquella posición para no presionar más mis límites. Aunque el pudor era demasiado como para permitirme actuar. Él pretendía que yo… Mientras él saboreaba el néctar entre mis piernas…

- Está bien. No tienes que hacerlo, si no quieres. – Me concedió él con amabilidad, conocedor del trasfondo que impulsaba mi pudor.

Sus palabras eran genuinas, a pesar de que su erección frente a mí estaba claramente suplicando mi atención. Sentía mi corazón a punto de estallar mientras él sujetaba mi trasero, hundiendo su lengua en aquel sensible lugar.

Me sentía demasiado consciente del ángulo desde el que estaba examinando mi cuerpo. Si me inclinaba para satisfacerle, Sesshomaru podría ver todos mis rincones más íntimos con claridad. Aquel pensamiento limitaba mis movimientos, por lo que no era justo dejarle seguir como si nada.

- E-entonces, no hace falta que tú tampoco… - Sesshomaru no me permitió seguir hablando, recorriéndome con su lengua. - ¡E-espera…!

- No. – Respondió él, tajante. – Fuiste tú la que pidió esto, Rin. – Me recordó en un suave ronroneo.

Era cierto que yo misma le había pedido que no se contuviera, y que me mostrase cómo era ser amada por un demonio, lo cual había estado cumpliendo por días hasta arrastrar mi cuerpo a su límite, pero… Eso únicamente dejaba dos opciones: o permitirle continuar mientras sentía que estaba siendo injusta con él, o dejarme llevar mientras seguía sus instrucciones.

Sabía que él no iba a presionarme, por lo que la decisión quedaba completamente en mis manos.

Indagué rápidamente en mis reparos. Él era mi esposo, no había motivos para ser reservada. Me repetí a mí misma el mantra de que él jamás me juzgaría, incluso si yo misma determinaba que lo que estaba por hacer era demasiado sucio y eso me convertía en una mujer vulgar… Sesshomaru jamás pensaría eso de mí, y no había más testigos para emitir juicio sobre mi comportamiento.

Convenciéndome a mí misma que no había motivo para ser pudorosa, finalmente me incliné sobre la cadera de mi esposo. Su punta presionó la esponjosidad de mis labios mientras la besaba. El demonio derramó su cálido aliento sobre mi intimidad en un erótico suspiro, haciéndome mi corazón se saltase un latido.

Ignorando todas las excusas puritanas de mi cabeza para detenerme, apoyé las manos a ambos costados del cuerpo del demonio antes de abrir la boca, dejando que toda su longitud fuese entrando lentamente. De forma obscena, envolví su dureza con la lengua, provocando una reacción en él, quien alzó las caderas para exigir más de mí.

Sesshomaru comenzó entonces a succionar mi clítoris, ahogando mis gemidos con su miembro dentro de mi boca. Aquella perversa posición que me hacía sentir completamente expuesta y vulnerable a la vez que satisfacía las necesidades de mi esposo, se alejaba tanto de los márgenes de la decencia que había aprendido que se sentía liberador. Simplemente podía disfrutar de las placenteras sensaciones que me provocaba la lengua del demonio mientras yo le devoraba con entusiasmo.

Mi frenesí se vio ralentizado cuando el demonio retiró su boca de mi intimidad por un momento.

Antes de poder replicar ante la falta de atención, sentí cómo sus dedos recorrían la curva de mi trasero con interés. Exhalé un sonido de asombro al notar cómo separaba mis glúteos, muriendo de vergüenza en el acto. Me quedé muy quieta mientras su lengua comenzaba a estimular mi puerta trasera, una posibilidad que jamás antes se me había pasado por la cabeza.

Sin embargo, llevada por la curiosidad, le dejé hacer mientras trataba de concentrarme en hacer que su deseo estallase dentro de mi boca. Las yemas de Sesshomaru tantearon aquel poco familiar rincón, provocándome un ligero temor. ¿Era posible siquiera introducir nada allí?

Sabía que él se detendría en el acto si se lo pedía, pero decidí esperar un poco más, tentada por la curiosidad. Cuando la punta del dedo comenzó a entrar, sentí una extraña sensación apoderarse de mi cuerpo. El interior de aquel apretado lugar se expandía a su paso, provocando un cosquilleo que me dejó sin aliento unos instantes. Tras analizar unos segundos la sensación decidí que no me disgustaba, por lo cual empujé mi trasero contra su mano, dando mi conformidad con un tímido gemido.

Sesshomaru trató entonces de insertar un segundo largo dedo. Mi cuerpo se tensó al instante, sintiendo una punzada de dolor. A pesar de su más que evidente interés por aquel lugar, el demonio detuvo aquella acción al percibir mis negativas sensaciones. Más no se retiró, conservando su conquista sobre aquel lugar.

Devolví mi atención entonces al grueso miembro que seguía preso dentro de mi boca, más relajada. Chupé toda su longitud, cada delicioso rincón de piel mientas sentía todo mi cuerpo arder. Seguramente más que consciente del incremento de mi deseo, el demonio devolvió su boca al lugar que estaba rogando a gritos que lo ayudase a encontrar la liberación. Mientras un único dedo seguía explorando el interior de mi trasero con delicados movimientos, mi esposo y yo empleamos nuestras bocas para arrastrar al otro hasta el límite a una velocidad de vértigo.

La primera en perder fui yo. Mi orgasmo estalló bajo las caricias de su lengua y la estimulación inusual en mi otro canal, pero me obligué a seguir estimulando su eje entre los placenteros estremecimientos de mi cuerpo. Gimoteé al sentir cómo se retiraba de entre mis nalgas, obsequiándome con una intensa sensación de liberación en el proceso, dejándome temblando de placer.

Sesshomaru, vulnerable bajo la tortura que mi boca ejercía no tardó entonces en venirse, vertiendo su caliente y amarga semilla dentro de mi boca, llenándola de él. Gimió mi nombre con voz ronca y pecaminosa. Yo tragué todo lo que mi esposo me ofrecía sin pensarlo un solo instante.

Temblorosa y agotada, rodé hacia un lado, tomando grandes bocanadas de aire. Mi esposo cerró los ojos, también recuperándose de la intensidad de las sensaciones.

Sonreí como una estúpida. Finalmente parecía que el demonio se encontraba exhausto, al igual que yo. Me enorgulleció pensar que había logrado calmar a aquella bestia libidinosa después de haber dedicado varios días a perderme en el inmenso frenesí sexual del Lord del Oeste.

Aunque no podía dejar de pensar en la atención especial que había prestado a mi trasero… Me preguntaba si había tenido alguna intención en mente que yo desconocía.

Tras aquellos días que pasamos juntos en nuestra burbuja de intimidad, sin embargo, los deberes llamaron nuevamente a Sesshomaru, obligándolo a ausentarse palacio una vez más. No me atreví entonces a salir de mis aposentos, avergonzada en extremo al ser consciente de que todos los Inugamis sabrían de nuestra intensa actividad sexual con sólo percibir mi olor entrelazado con la esencia de Sesshomaru… Además, esta vez me había marcado con sus garras y colmillos, lo cual sabía por experiencia que no pasaría desapercibido en absoluto.

Me sentía completamente incapaz de soportar sus miradas, incluso si caminaba acompañada de Kouji. Aquello nunca había contenido los maliciosos comentarios de las lenguas más venenosas de Palacio.

La misma tarde en la que me había quedado sola, escuché unos vigorosos golpecitos en la puerta de la alcoba. Me acerqué con cautela, abriendo una estrecha rendija para identificar al inesperado visitante.

Para mi sorpresa, me topé con el animado rostro de Asami.

- Servicio a domicilio, mi Señora. – Bromeó ella con una amplia sonrisa.

Confiada, dejé pasar a la doctora dentro de los aposentos.

- ¿Ocurre algo, doctora Asami? – Le pregunté, sin tener ni idea del motivo de su visita.

La mujer demonio me dedicó una mirada compasiva.

- Bueno… Comenzaba a estar preocupada al oír que no salías de tus aposentos, por lo que había pensado en venir a hacerte una revisión. Dado que tu cuerpo es mortal, temía que nuestro señor se hubiera excedido con sus muestras de afecto. – Comentó con delicadeza. – Pero al menos me alivia ver que puedes tenerte en pie.

A pesar de sus benévolas intenciones, no fui capaz de mantener el contacto visual, abochornada. Seguía siendo demasiado para mí que nuestra vida íntima fuera un tema de conversación tan natural como otro cualquiera. Aunque agradecía el notable esfuerzo que había hecho Asami por no utilizar un lenguaje demasiado explícito.

- E-estoy bien, gracias por tu preocupación. – Le respondí con el rostro colorado y un nudo en la garganta. – P-pero creo que simplemente con descansar un poco estaré bien.

- En realidad… Venía a advertirte también que es mejor que te quedes aquí un tiempo más. Algunas no se han tomado muy bien el hecho de que el Amo haya pasado un tiempo encerrado en sus aposentos con una humana. No osarían hacerte daño, pero te ahorrarías escuchar más de un comentario desagradable.

La hostilidad hacia mí en aquel lugar era tan grave como había imaginado. Con la ausencia de mi esposo, volvía a sentir que no era bienvenida en Palacio, y resultaba dolorosamente evidente que nunca sería tratada como una más. Las largas esperas en ausencia de mi esposo no hacían más que agravar la ansiedad en el interior de mi pecho.

Me detuve a sopesar si eso era lo que realmente quería. Era cierto que podía sentirme como en el Paraíso cuando tenía a mi esposo a mi lado, pero cuando se ausentaba…

Estaba completamente sola. Yo distinta a los demás habitantes, y muchos no iban a aceptarme jamás.

Aunque lo último que deseaba era separarme de Sesshomaru, en ese instante fui más consciente que nunca de que no hallaría la felicidad encerrada entre los muros del Palacio del Oeste.

- ¿Estás segura de tu decisión entonces, Rin?

- Sí, Sesshomaru. Lo he pensado mucho, y… Quiero quedarme aquí.

El demonio me había llevado de vuelta hasta la aldea de la anciana Kaede por petición expresa mía. Una vez había regresado a aquel familiar pueblo, lo había tenido más claro que nunca. Las personas a las que más quería, a excepción de Sesshomaru, Jaken y Ah-Un se concentraban alrededor de aquel lugar. Ningún otro sitio se sentiría tan parecido a un hogar como aquel, por mucho que hubiera tratado de acostumbrarme a la vida en Palacio. Era un lugar donde me sentía demasiado fuera de lugar, después de todo. Prefería una vida más sencilla y campechana, pues limitarme a vestir las mejores sedas mientras permanecía aislada del mundo no era para mí.

Además, mi esposo pasaba cada vez más tiempo fuera por sus asuntos como Lord del Oeste… Así que había llegado a la decisión de rodearme de las personas que me querían, permitiéndome disfrutar de forma plena cada día de mi vida, incluso aquellos en los cuales Sesshomaru se encontraba ausente.

- Pues mejor para todos, cada oveja con su rebaño. – Bufó Jaken, cruzándose de brazos para ocultar su tristeza. – A mí me alivias de la carga que supone estar pendiente de ti, humana.

Le sonreí a al pequeño demonio, limpiando de su mejilla la diminuta lágrima que la recorría.

- Yo también te echaré de menos, Jaken. – Mientras él negaba haberse emocionado, dirigí mi atención a las cabezas de Ah-Un, acariciando sus crines con energía. – Por supuesto, a ti también, Ah-Un.

Mi esposo me observaba con los labios fruncidos mientras me despedía, esperando su turno en silencio. La anciana Kaede se mantuvo a unos pasos de distancia, procurándonos un mínimo de intimidad.

- ¿Vendrás a verme a menudo, Sesshomaru? – Le pregunté mientras sostenía sus manos. – Voy a extrañarte cada día.

El demonio mantuvo la expresión de su rostro serena, demasiado consciente de que había más personas a nuestro alrededor.

- Pasaré por aquí cada vez que me sea posible, Rin. – Respondió con tono neutral, aunque yo fui capaz de detectar un leve matiz de tristeza en sus palabras.

Sintiéndome un poco culpable, dejé ir sus manos, despacio.

- ¿Estás decepcionado por mi decisión? ¿Hubieras preferido que me quedase en Palacio?

Mi esposo frunció el ceño, pensativo.

- Respeto y comprendo tu decisión, Rin, quiero que seas feliz. – Explicó con torpeza. Aún le resultaba costoso expresar sus sentimientos. – Aunque evidentemente, me quedaría mucho más tranquilo sabiendo que estás en un sitio más protegido y a mi alcance. Este lugar dista mucho del Palacio del Oeste.

El escenario ideal para mí hubiera sido que Sesshomaru se trasladase allí conmigo, pero sabía que eso era más que imposible, pues pertenecíamos a mundos distintos. De modo que para que ninguno tuviera que renunciar a nada, creía que lo mejor era que cada uno pudiera permanecer en el lugar en el que debía estar mientras nuestra relación se mantenía en la distancia.

Yo no encajaba en el opulento Palacio de los Inugami, al igual que Sesshomaru jamás se acostumbraría a la sencillez de la vida en una aldea humana. Y aunque había considerado acompañar a mi esposo en sus viajes, no era una opción viable…

En primer lugar, porque era altamente peligroso, y muchos demonios de sus dominios podrían no tomar en serio a su Señor en las negociaciones si marchaba acompañado de una humana. Y por otro lado, tampoco podríamos disponer de la intimidad que nos gustaría puesto que Jaken le acompañaba en todo momento fuera de Palacio. E incluso si lográbamos deshacernos de él por unas horas, mi cuerpo demandaba un largo día de descanso tras cada encuentro desde que Sesshomaru había dejado de reprimir sus instintos más salvajes conmigo. Se trataba de una nueva faceta que adoraba, pero tenía su costo, el cual no era compatible con dormir a diario en la naturaleza.

Además… Cada día se me hacía más pesada la ausencia de las únicas personas que me habían acogido con cariño cuando no había tenido a dónde ir. Me sentía en deuda con todos ellos, y no deseaba permanecer encerrada entre los altos muros de Palacio, aislada para siempre del mundo exterior.

Era por todos aquellos motivos que había tomado aquella resolución, por amarga que pudiera resultarme en algunos aspectos.

Me puse de puntillas para depositar un beso en la mejilla de Sesshomaru, apoyando las manos sobre su pecho.

- Aquí estaré más que a salvo, amor. Hay muchas personas dispuestas a protegerme en esta aldea, no estoy sola.

- Hm… Supongo.

A pesar de su aparente conformidad racional, la inquietud no abandonó la mirada de mi esposo. Inspeccioné nuestros alrededores con los ojos, en busca de algo que me pudiera ayudar a hacerlo marchar con una expresión menos alicaída. Me agaché para recoger una pequeña flor del suelo, y enrosqué el delgado tallo con un nudo en su armadura.

- La próxima vez haré uno más elaborado, pero… Este será mi amuleto para protegerte en tus misiones y que no te olvides de mí hasta que nos volvamos a ver.

Sesshomaru no pudo ocultar entonces la sorpresa en su mirada. Dulcemente, el demonio me estrechó entre sus brazos, con cuidado de no herirme contra las placas metálicas de su pecho.

- De verdad… que a veces tus acciones me resultan incomprensibles, humana. – Murmuró, y en ese momento supe que estaba ocultando el fantasma de una sonrisa.

De alguna manera, me reconfortaba haberle hecho feliz con aquel sencillo detalle. Sentí mayor tranquilidad al poder despedirnos sin el ánimo por los suelos.

Una vez los demonios se hubieron marchado surcando los cielos, la anciana Kaede se acercó a mí con paso ligero.

- La verdad es que me sorprende mucho que hayas decidido separarte de Sesshomaru voluntariamente, Rin… Pero no puedo decir que no me encuentre pletórica por tenerte aquí de nuevo. Bienvenida de vuelta.

Abracé a la anciana de forma afectuosa. La había extrañado muchísimo, puesto que ya había pasado aproximadamente un año desde que yo había llegado por primera vez a aquella población. Y allí me encontraba, de pie junto al torii donde me había despedido de la aldea para marcharme con mi esposo todo aquel tiempo atrás.

La vida daba muchas vueltas, realmente.

- ¡Yo también me alegro mucho de haber regresado! – Respondí a la anciana, genuinamente animada. – Sin embargo, esta vez no quiero aprovecharme tu amabilidad, abuela Kaede. Me gustaría trabajar para ti más seriamente en esta ocasión, ayudando a las personas de la aldea. En cuanto consiga algunos materiales, mi intención es construirme una casa propia tan pronto como sea posible.

La anciana abrió su único ojo con expresión de sorpresa.

- ¿Es ese tu plan? Sabes que no me importa en lo más mínimo que te quedes conmigo…

- Lo sé, y lo agradezco infinitamente, pero… - Mis mejillas se sonrojaron al proseguir con mi explicación. – Me gustaría tener un lugar propio al que llamar "hogar". Además, mi intención es edificar la cabaña un poco alejada de las demás casas, para que sea más cómodo para Sesshomaru visitarme. No creo que su presencia nunca deje de causar revuelo e inquietud entre los aldeanos, y… También agradecería disponer de un poco más de intimidad. – Añadí con una tímida sonrisa.

La mujer se llevó la mano al mentón.

- Veo que has pensado en todo. – Me concedió con una agradable risotada. – Agradezco de corazón tu intención de ocuparte junto a mí de los tratamientos de los aldeanos, pero en realidad… Creo que serías de mucha más ayuda en otros aspectos.

Caminé entre los arbustos del bosque hasta llegar al pozo que había mencionado Kaede. Tal y como la anciana había vaticinado, el medio demonio se encontraba allí asomado, sin apenas moverse y perdido en sus pensamientos. Tanto, que no había reparado en mi presencia a pesar de encontrarme a escasos pasos de su espalda.

Aquello no era nada propio de él. No del Inuyasha que siempre se encontraba alerta ante el peligro.

- Hola, Inuyasha. – Le saludé, conteniendo mi emoción por volver a verle. Conocía de sobra el duelo por el que estaba pasando aquel chico, por lo que no quería ser irrespetuosa con aquel halo de dolor que flotaba a su alrededor. – Cuánto tiempo sin verte.

Las orejas perrunas del muchacho se movieron en mi dirección instantes antes de que él voltease a mirarme.

- Rin… ¿Cómo es que estás aquí? – Inquirió el muchacho, sorprendido por mi presencia.

A pesar de me estaba encarando, pude notar cómo los ojos del medio demonio perseguían de forma furtiva la dirección hacia el pozo. Me puse de cuclillas a su lado, lanzando una mirada del reojo al interior de aquella oscura cavidad. Allí no había más que restos de huesos y polvo acumulados.

- He decidido regresar a la aldea para estar cerca de todos vosotros. – Le informé brevemente. – Me he enterado de… Lo que pasó con Kikyo, y… Kagome. Lo siento mucho.

El medio demonio frunció el ceño, luchando por contener el llanto que se adivinaba en lo más profundo de sus ojos. Aunque su naturaleza desconfiada siempre le impediría mostrar su vulnerabilidad delante de los demás. Era completamente idéntico a su hermano en ese aspecto, aunque fuese por motivos distintos.

- Kikyo… Pudo encontrar finalmente la paz que su alma necesitaba. En realidad, aunque duela… Creo que fue lo mejor para ella. – Murmuró el medio demonio, con las orejas gachas. – Sin embargo, Kagome… Sé que volverá a través del pozo, como lo ha hecho siempre. Estoy seguro.

La anciana Kaede tenía razón, aquel chico… Había perdido la cabeza por completo. La pérdida de las dos mujeres que más amaba le había impulsado a creer aquel sueño delirante.

Pero Kagome ya no… Se encontraba entre nosotros, según el testimonio de Sesshomaru y Kaede. ¿Cómo es que se le veía tan convencido?

- Inuyasha, tú… Serías capaz de detectar el olor de Kagome desde cualquier lugar, ¿verdad? – Le pregunté con la mayor delicadeza que fui capaz.

- Por supuesto que sí. – Su convicción era contundente.

Pensativa, observé al cielo cubierto de nubes por un instante. La anciana Kaede me había pedido que llevase al medio demonio de vuelta a la aldea antes de que comenzase a oler a perro mojado. La lluvia era inminente, puesto que el clima era rápidamente cambiante en aquella época del año.

Nadie quería soportar sus quejidos cuando se resfriase y la anciana sacerdotisa no tuviera más remedio que amarrarlo dentro de un cobertizo hasta que se recuperase. Porque él insistía en pasar todo su tiempo de vigilia esperando al lado de aquel pozo, como un perro fiel al lado de la tumba de su dueño.

- Entonces, ¿te puedo pedir que me acompañes, Inuyasha? Puedes volver corriendo aquí en cualquier momento si detectas a Kagome. – Añadí, para convencerlo de alejarse del pozo. Quería que dejase de ahogarse en aquella pena, aunque fuese por solo unas horas. – Necesito tu ayuda.

- ¿Ah? – Replicó él, tan quejica como de costumbre. - ¿Y Sesshomaru? Tienes su olor impregnado en todo tu cuerpo, ¿por qué no se lo pides a él? Sea lo que sea.

Apreté los nudillos contra mis rodillas, en tensión.

- Quiero demostrarle que puedo hacer cosas por mí misma, por eso no puedo decírselo…

- Si me pides ayuda, no estarías cumpliendo tu palabra, ¿no…? – Le observé con ojos suplicantes, incapaz de improvisar otro argumento más convincente. - ¡Está bien, está bien, entiendo…! Quieres hacerlo sin su ayuda, vale. – Bufó, derrotado. - ¿De qué diablos se trata?

De aquel modo, con el pretexto de ayudarme a recoger madera de los alrededores para mi futura casa, mantenía a Inuyasha alejado del pozo la mayor parte del día. Aunque siempre se mantenía alerta por si llegaba a detectar el olor de Kagome provenir de allí, pasar tiempo conmigo parecía mantenerle la mente algo más ocupada, y se le veía más enérgico que cuando había regresado de la batalla contra Naraku, según la anciana sacerdotisa.

Tomaría un tiempo hasta que sus heridas emocionales sanasen, así que no quedaba más remedio que darle tiempo y espacio a su delicado corazón.

Apenas unos días más tarde de mi llegada, Sango, Miroku y Kohaku, los cuales se habían asentado en la villa de los exterminadores de demonios para reconstruirla, se pasaron por la aldea para visitar a la anciana Kaede y comprobar el estado anímico de Inuyasha. Ninguno de ellos pudo ocultar su asombro al verme, ni siquiera Kirara, la cual se lanzó a mis brazos en su forma más doméstica. Cuando les pregunté por el pequeño Shippo, me dijeron que estaba entrenándose en la naturaleza para integrarse con otros kitsune de su especie, por lo que solamente sabríamos de él cuando se dignase a aparecer por allí.

Al que abracé con más fuerza en aquel reencuentro sin duda fue a Kohaku, felicitándole por haber escapado de las garras del terrible Naraku. El joven aún se veía afectado emocionalmente por todo lo que había vivido, pero el hecho de ser dueño nuevamente de su propia vida parecía impulsarle con fuerza hacia su futuro, decidido a revivir la aldea donde se había criado con su hermana.

Por otro lado, Sango y Miroku confesaron que se encontraban en busca de su primer bebé. Ambos habían tenido la idea de formar una familia juntos desde que se habían confesado sus sentimientos mutuamente, por lo no habían perdido tiempo desde que había acabado la batalla. Sin embargo, la anciana Kaede les informó que aún era pronto para saber con certeza si Sango estaba embarazada o no, por lo que deberían volver para examinarla más adelante.

Aquello me traía de vuelta amargos recuerdos del bebé que había perdido una vez, pero no quería ahondar demasiado en ello. Si lo hacía, era posible que rompiese a llorar delante de todos.

- Rin. – Me llamó Kohaku con su tímida expresión habitual. – Me gustaría hablar algo contigo. – Dijo en un susurro inaudible para los demás presentes en la sala. – A solas. – Especificó, sonrojándose. - ¿Es posible?

Su petición me dejó preocupada, por lo que asentí rápidamente. Ambos nos excusamos para salir de la cabaña de Kaede mientras los demás seguían charlando animadamente con una taza de té en mano. Sin embargo, me pareció notar cómo el monje le lanzaba una especie de mirada inquisitiva a su cuñado justo antes de retirarnos.

El exterminador de demonios permaneció en un inquietante silencio mientras caminaba a mi lado, perdido en sus cavilaciones. Comencé a preguntarme si aún se sentiría incómodo cerca de su hermana, o si había alguna otra secuela que le había dejado el control de Naraku por tanto tiempo. Aunque el joven había crecido, sus adorables pecas comenzaban a esfumarse de su rostro, y no se veía tan frágil como cuando nos conocidos, sabía que él solía vivir su sufrimiento en silencio. El hecho de que quisiera comentármelo a solas no ayudaba a calmar mis temores.

Nos detuvimos al llegar junto al arroyo, en el mismo sitio donde habíamos observado las estrellas y hablado otras veces. Aquel era nuestro lugar seguro para tratar temas delicados.

- Dime, Kohaku. – Me dirigí hacia el muchacho, quien seguía con la mirada perdida en las aguas. - ¿Qué es lo que querías decirme?

Apreté los puños contra los costados, tensa ante el peor escenario posible que pudiera platearme. Su cuerpo temblaba ligeramente mientras resoplaba con nerviosismo.

- Rin, yo… - Tartamudeó él, sus mejillas tiñéndose de color carmín. – Quería decirte que, que… Bueno, desde algún tiempo, yo… No sabía cómo decírtelo, pero… La verdad es que… Me gustas. – Sentí que se me cortaba la respiración en ese instante. Le dediqué una mirada de incredulidad, incapaz de procesar lo que me estaba diciendo de forma tan repentina. – Estoy enamorado de ti. – Aclaró de forma que no quedase duda alguna al respecto.

Mi boca se sentía reseca, por lo que me humedecí los labios, sin saber muy bien qué contestar. Después de todo… Era la primera vez en mi vida que alguien me confesaba sus sentimientos de aquella manera tan pura y directa.

Por supuesto que yo también quería mucho a Kohaku, pero… No sentía lo mismo que él. En absoluto.

- K-Kohaku… Es que… - Comencé a balbucear con una punzada de culpabilidad, antes de que el muchacho me interrumpiese atropelladamente.

- Lo sé, lo sé. – Repitió él, cubriéndose el rostro por la vergüenza. – Sé que el único para ti siempre será Sesshomaru. Nada de lo que yo diga o sienta podrá cambiar eso, pero… Sí quería hacértelo saber para sacarlo de mi pecho, al menos.

El exterminador de demonios clavó su vista en el arroyo que fluía junto a nosotros. Pensé que se le veía mucho más maduro que la última vez, aunque seguía poseyendo una expresión tan tierna que podría derretir el corazón de cualquier chica. Quizás, si yo nunca hubiera conocido a mi esposo, habría podido enamorarme de él.

No me parecía imposible.

- ¿Desde cuándo te has sentido de ese modo? – Pregunté, curiosa.

Kohaku me observó con los ojos vacilantes.

- No estoy seguro. – Confesó. – Pero creo que me di cuenta en la noche del festival del Tanabata, cuando pude abrirme contigo. Entonces te conté todo por lo que estaba pasando, aquí mismo, y… Supe que eras especial para mí cuando aceptaste todo lo que había hecho con tu distintiva amabilidad. – Al final de aquella frase, sus labios se curvaron en una nostálgica sonrisa. – Creo que, en el fondo, esperaba que Sesshomaru nunca volviese a por ti, de modo que yo pudiera tener alguna posibilidad. Sé que suena terriblemente egoísta, pero… - Su mirada se volvió más firme cuando finalmente se atrevió a encararme directamente. – Déjame decirte que, a pesar de eso, me alegré genuinamente por ti cuando os volvisteis a encontrar. Nunca antes te había visto tan emocionada y llena de vida. Tu sonrisa brilla mucho más a su lado.

Sabía que todo lo que el joven decía era cierto. Su corazón era transparente y libre de malas intenciones, y se trataba de una de las personas más maravillosas a mi alrededor. Me pesaba mucho en la conciencia pensar cómo debían de haberle roto el corazón sus sentimientos no correspondidos por mí.

- Lamento mucho no poder decir que siento lo mismo por ti, Kohaku. – Respondí, finalmente recuperada tras el inesperado tema de conversación. – Aunque agradezco mucho que me lo hayas hecho saber. Incluso si no estoy enamorada de ti, quiero que sepas que te aprecio muchísimo. Tú también eres una persona muy especial para mí. Siempre lo serás.

Le sonreí desde lo más hondo de mi ser. El joven se rascó la nuca con nerviosismo, apabullado por mis palabras.

- ¿Eso quiere decir que podemos seguir siendo amigos? – Inquirió tímidamente. – Me preocupaba mucho que no te sintieras cómoda a mi lado después de saber esto.

Dejé escapar una risilla de felicidad mientras recogía una piedrecita del suelo.

- Jamás querría perder a alguien como tú. Me encanta pasar tiempo contigo. - Lancé el guijarro en dirección al arroyo, el cual rebotó múltiples veces sobre su superficie antes de sumergirse por complejo. – Tres rebotes. ¿Te animas? – Enuncié, incentivándole a participar.

Habíamos competido alguna que otra vez en aquel juego, surgido de habernos desquitado de aquel modo cuando se daba la ocasión de sentirnos tristes o frustrados, pero sin encontrar las palabras correctas para dejarlo salir. Con la compañía del otro y haber empleado nuestra fuerza física para lanzar aquellos guijarros hasta agotarnos había sido suficiente para calmarnos.

Relajando finalmente su postura, Kohaku recogió otra piedra diminuta e imitó mi gesto.

- Cinco rebotes. – Respondió, triunfal.

Fruncí el ceño, indignada.

- No es justo, ahora que te has vuelto más alto y fuerte tienes ventaja.

- Siempre he sido más alto y fuerte que tú, Rin… - Replicó, confundido.

Recogí un nuevo guijarro para probar suerte una vez más, concluyendo en un estrepitoso fracaso.

- Pero antes podíamos competir a la par, será que he perdido la práctica… - Hice un mohín, decepcionada por mi aplastante derrota. – Vas a tener que entrenarme de nuevo para que pueda alcanzarte.

El exterminador de demonios finalmente dejó escapar una limpia carcajada, relajado.

- Siempre será mejor que aguantar a esos dos tortolitos en la aldea de los exterminadores. – Mencionó, refiriéndose a su hermana y su cuñado. – No sé si resultan más insoportables cuando están cariñosos o cuando empiezan a discutir por alguna tontería.

Me reí con él, contenta de poder interactuar con aquella normalidad a pesar de todo.

- Sabes que aquí eres bienvenido cuando quieras. A la abuela Kaede y a mí no nos importa preparar un plato de más.

Kohaku estiró los brazos para desentumecer su cuerpo de la tensión que había acumulado durante aquella conversación, mostrándose mucho más animado ahora.

- Gracias, Rin. – Me dijo con una luminosa expresión de paz.

Le respondí con la misma emoción:

- Gracias a ti, Kohaku. Por ser siempre tú.

Notas: Pues esto es todo por hoy, ¿os esperabais que Rin abandonase el Palacio del Oeste? ¿Qué opináis al respecto?

Estoy contenta de poder haber vuelto a escribir sobre el resto de personajes, echaba de menos sus apariciones y me parecía necesario hacer una actualización al respecto de cómo habían quedado las cosas tras la batalla.

Y la confesión de Kohaku, ay… Adoro a ese niño, demasiado, con toda mi alma, aunque por cómo le describo creo que se nota.

Bueno, pues os voy leyendo en comentarios estos días, recordad que la semana que viene tenemos doble actualización de "Casada con un demonio" y "Under mi skin". ¿Estáis siguiendo ambas historias?

¡Gracias por seguir aquí un domingo más!