Capítulo 8
Las pieles eran pesadas, pero después de cargarlas y doblarlas toda la mañana para limpiarlas empezaba a encontrar la forma de hacerlo más rápido. Eran pieles muy finas, de tigre y de leopardo, animales que sabía que sólo existían en otros continentes, por lo que su exoticidad se acoplaba a los lujos que tenían los condes y duques. El encargo era que Isley perfumara y tratara las pieles para ponerlas como decoración. El perfume ya lo estaba diseñando y tenía sólo hasta la siguiente semana para terminar el proceso y enviarlas de vuelta.
Isley le había pedido a Rigardo que le enseñara lo básico a Raki, como el proceso para perfumar una piel de animal, las cantidades de alcohol que debían usar, los aceites para que no se cuarteara el cuero, y otros detalles que eran importantes. Raki, algo inseguro por tener que trabajar con Rigardo, estaba muy atento a todo para no olvidarlo. No era el más brillante, pero podía memorizar unas cuantas cosas y después replicarlas y adquirir experiencia. Las primeras veces que había horneado pan no lo hizo tan bien como esperaba, pero después de varios intentos logró mejorar considerablemente.
El problema era que con Rigardo no había varios intentos, sólo uno. Las pieles eran delicadas y costosas, así que no podía echarlo a perder. Había demasiado en riesgo. Y aunque la tutela de Rigardo era limitada, en el sentido de que no se molestaba en explicarle por qué hacía cada cosa, simplemente le ordenaba que pusiera atención, Raki hacía preguntas ocasionales que el moreno respondía entre refunfuños y monosílabos.
Habían terminado de limpiarlas y las habían tendido cerca del fuego para que se secaran antes de aplicarles el aceite. Raki estaba recogiendo los instrumentos e ingredientes que habían utilizado cuando escucharon unos golpes en la puerta. Era la puerta que daba al callejón, por donde recibían la mercancía y los productos de los proveedores, así que no podía ser un cliente, ya que usualmente usaban la puerta principal de la casa. Como Raki estaba más cerca, Rigardo le hizo una seña para que abriera.
Raki se aclaró la garganta y abrió la puerta apenas una ranura para ver de quién se trataba. Se quedó mudo unos segundos y entonces gritó y se fue de espaldas, dando tumbos en el suelo para alejarse de la puerta.
-¡Ahhh!
-¿Qué rayos te sucede? -lo reprendió Rigardo a punto de perder la paciencia.
Corrió a la puerta y la abrió por completo. Era una hermosa mujer rubia de cabello ondulado que estaba usando una armadura plateada y capa. Detrás de ella una jovencita de ojos verdes y cabello castaño rojizo. A juzgar por sus ropas, la mayor estaba al servicio de la menor, pero lo importante era que ambas pertenecían al otro lado del río.
Rigardo inclinó la cabeza respetuosamente para saludarlas.
-Bienvenidas a…
-Así que no eres un ladrón, después de todo. Trabajas para Isley -exclamó Teresa con una sonrisa de lado. Miraba directamente a Raki como si Rigardo no estuviera justo enfrente de ella.
Rigardo siguió su mirada y sintió su sangre hervir al ver al muchacho todavía tirado en el suelo a un par de metros, causando una escena frente a esas dos mujeres que claramente pertenecían a la alta sociedad.
-¿Ladrón? -repitió casi en un susurro.
Dio dos largas zancadas y jaló a Raki de la camisa para levantarlo y estamparlo contra la mesa, ignorando el hecho de que tenían compañía. Sus ojos enfurecidos le perforaban el cráneo. Raki se sintió mareado por el movimiento brusco y la mezcla de olores que emanaba su ira.
-¡¿Intentaste robarles a estas mujeres?! ¡¿Es que acaso no has aprendido nada?!
Una mano se cerró alrededor del brazo de Rigardo y lo hizo aflojar su agarre. Miró de reojo a Teresa y recuperó la compostura. Lo único que se le ocurría era disculparse en nombre de Raki y arreglar cuentas con él y Isley cuando estuvieran solos.
Hizo una reverencia hacia Teresa, avergonzado.
-Lo que sea que haya hecho este niño, le pido una disculpa y le prometo que mi amo se lo recompensará con creces. Todavía no…
-Me parece que hay un malentendido -lo interrumpió Teresa-. La que le debe una disculpa soy yo.
Teresa se acercó a Raki y le puso dos dedos en la barbilla para levantarle el rostro y observar su herida de la ceja. Ya se la habían limpiado y todavía estaba enrojecida la zona, pero no había necesitado sutura y no se veía infectada, así que era buena señal.
Sus ojos azules la miraron con cierto temor, como recordando el primer encuentro, pero no dijo absolutamente nada ni se echó para atrás.
-Parece que te di un buen golpe, ¿no es así? Lo lamento, a veces no mido mi fuerza -sonrió Teresa.
Raki pasó saliva, nervioso. Volteó a ver a Rigardo, que lo miraba con los ojos entrecerrados y los brazos cruzados, claramente disgustado por haber descubierto su mentira. Sabía que volvería a interrogarlo cuando estuvieran solos, y esta vez sí que le contaría todo a Isley.
Rigardo carraspeó y se acercó a Teresa.
-¿Qué puedo hacer por ustedes? Seguro que no vinieron hasta acá sólo para disculparse con este…niño.
-No, tiene razón. No vinimos por eso. Ni siquiera sabíamos que lo encontraríamos aquí -Teresa por fin miró a Rigardo de frente y ensanchó su sonrisa-. Tengo un pedido para el señor Isley. ¿Está disponible?
-Desde luego -asintió Rigardo-. Está en el estudio. Si fueran tan amables de acompañarme…
Raki seguía inmóvil en su sitio, tan concentrado en la interacción de Teresa y Rigardo que no había notado la tercera presencia en la habitación hasta que se acercó a él.
Era ella. La chica del perfume. Ahora que sus sentidos no estaban embotados por las pieles, el alcohol y la ira de Rigardo pudo inhalar profundamente su fragancia embriagante proveniente de su cabello, su piel y sus ropas. Estaba rodeado de esencias herbales, florales, frutales y de especias por todos lados pero para Raki solo existía el aroma de ella. Tenía ganas de caer de rodillas debido a la gracia que sentía en el pecho, quería llorar de felicidad, elevarse por los cielos y no volver jamás a pisar suelo mundano.
Es tan hermosa, pensó Raki.
Ahora que la tenía a poca distancia podía notar mejor sus rasgos. Su cabello era brillante y sedoso, como una cortina que caía sobre sus hombros; su figura estilizada y esbelta perceptible aun debajo de la capa holgada, sus mejillas arreboladas y la sonrisa tímida. Y sus ojos, como dos estrellas brillantes que parecían devorarlo todo.
En un movimiento la joven se acercó a Teresa y le habló directamente al oído. Si el oído de Raki fuera tan bueno como su olfato, habría podido escuchar que le decía que fuera a hablar con Isley mientras ella la esperaba ahí mismo. La rubia sonrió de lado y, aunque no muy convencida, asintió.
-La señorita está cansada por la caminata y esperará aquí mientras yo hablo con el señor Isley del encargo. Espero que no sea un inconveniente -explicó Teresa.
Rigardo la miró a ella, después a la joven y después a Raki.
-Si me lo permite, el salón de estar es mucho más cómodo y apropiado para ella, la bodega es…
-Esperaré aquí -exclamó la joven con firmeza.
Hasta su voz es perfecta, pensó Raki. No demasiado aguda pero tan suave como una caricia. Decidió que tenía el tono más hermoso que había escuchado en su vida.
Rigardo asintió y le indicó a Teresa que lo siguiera, no sin antes dirigirle una mirada mortal a Raki, como advirtiéndole que él mismo acabaría con su vida si intentaba algo fuera de lugar.
La puerta se cerró detrás de ellos y se hizo el silencio. Sólo el crepitar del fuego y el agua hirviendo producían un murmullo ahogado. Raki sentía el pulso en su cuello y en sus oídos, las manos sudorosas y el temblor que las recorría. No se atrevía a levantar la mirada por miedo a quedarse pasmado contemplándola como un idiota, por miedo a mostrar su cara completamente roja y los ojos llorosos de nervios.
Por favor, suplicó internamente. Por favor…
Continuará…
