Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada y Megumu Okada.


7. El Calor.


No tenían ni un minuto tras haber puesto un pie sobre la tierra cuando Gestalt miró a su alrededor en completo silencio y después dio un paso al frente.

—¿No sienten calor?

Tras haber vivido en Grecia, Gestalt estaba acostumbrado al calor griego; seco, fuerte, de esos que te dejan tan agotado como un día arduo entrenamiento. Pero no estaban en temporada de calor, no para que lo sintiera tanto. No apenas llegó a la superficie.

—Yo no siento nada.

—Claro que no, Ox, estás al lado de Mystoria.

—Que sepa manejar el frío no significa que lo emane a cada segundo.

Antes de poder hacer burla del comentario de Mystoria (como siempre que intentaba negar algo obvio), el Patriarca apareció, dejando el tema central de lado, puesto que ese no era el Patriarca que ellos conocían y el que los había sacado del inframundo congelado.

Después de ese primer segundo pasaron muchas cosas. Drama, elecciones, democracia, cajas mágicas, películas, ropa moderna, música, comida, historia…

Gestalt se ocupó de aprender tanto como le fuera posible, pero aún sentía calor. Siempre pensó que si alguien tendría problemas con la temperatura ese sería Mystoria, por su fría condición; pero ahí estaba él, sintiendo que había algo malo con el mundo, además de lo común.

—¿De verdad no sienten más calor?

Le preguntaba a sus amigos cuando se encontraba con ellos, de la misma forma que sus predecesores lo hacían.

—No hace más calor, sólo menos frío —le había dicho Kaiser, alzando los hombros, sosteniendo la Game Boy de Ikki, estaba ocupado jugando un fascinante juego llamado Tetris.

—Eso no tiene sentido.

—Muchas cosas de esta época no lo tienen —señaló Caín—. Por ejemplo, ¿por qué a la gente ahora le importa lo que un artista haga con su vida diaria? ¿La privacidad deja de existir cuando alcanzas cierto nivel de reconocimiento mundial?

Sus amigos estaban tan enfrascados en las cosas del futuro que no alcanzaban a ver lo importante. Hacía más calor.

A los dos meses de estar retomando su vida, Gestalt había decidido sentarse con Aioros e intentar averiguar por qué estaba haciendo más calor. Al principio las cosas habían estado bien, Aioros lo había escuchado pacientemente, asintiendo cada tanto para mostrar que estaba poniendo atención y justo cuando iba a resolver sus inquietudes, la sirvienta de Leo, Lithos, apareció para cumplir con unos mandados del hermano menor de Sagitario. Apenas la vió, Aioros se había puesto tan nervioso que se trabó al hablar varias veces y olvidó por completo la presencia de Gestalt, enfocándose sólo en la chica que parecía no notar el actuar del mayor.

Gestalt había aprendido a adaptarse al futuro. Había muchas cosas buenas, ventajas que no se podían desaprovechar; pero no podía dejar de lado el tema del calor, en especial en verano, cuando se hizo aún más notorio.

La incertidumbre lo volvía loco, más aún que sus amigos no le tomarán importancia. Podía aceptar muchas cosas del futuro, incluso la revuelta de las máquinas, lo que quiera que significase eso, pero no que el calor aumentara significativamente y a nadie pareciera importarle.

—Es el calentamiento global.

Fue hasta mediados de su estadía en la Tierra que Camus al fin contestó a su constante pregunta.

—¿El qué? —había preguntado Mystoria, que los acompañaba aquella calurosa, para él, tarde de otoño.

—Calentamiento global. El planeta se está calentando.

—¿Un dios lo está provocando? Es Apolo, ¿verdad? Debemos levantarnos en armas de nuevo. La tregua se acabó. Iré por mi flecha de la diosa.

Al momento de querer dar un paso hacia adelante, Gestalt se percató de que sus pies habían sido congelados.

—Esto es algo natural —dijo Camus, llamando la atención de los mayores, después de congelar los pies de Gestalt para evitar que iniciara otra guerra—... Más o menos.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Mystoria.

Camus se tomó un par de segundos en pensar en la respuesta, después habló de las revoluciones industriales, las fábricas, la automatización, del carbón a la energía eléctrica, la urbanización y un sin fin de temas que pintaban un avance y algo más, algo que hizo que Gestalt alzara una ceja en sospecha.

—¿De verdad hace más calor? Yo no siento nada.

Durante su charla, Camus había atraído a más espectadores, entre los que estaba Seiya, quien se había tomado la molestia de anotar las palabras del francés; como parte de su entrenamiento, Aioros le dejaba largas tareas de historia al joven.

—Seiya, eso es muy insensible —lo reprendió Shun—. El señor Gestalt y todos los demás vienen de otro tiempo, es normal que sientan el mundo de forma diferente.

—Es verdad —asintió Écarlate.

—Eso no importa —dijo Gestalt, desestimando la charla—. Entonces ya pueden admitir que todo este tiempo tuve razón —dijo, presumido—. Les dije que hace más calor.

—Sí, sí, sí, tú eres un genio y nosotros imbéciles —murmuró Shijima mientras cambiaba el cassette de su walkman.

—Exacto. Ahora, hay que averiguar la forma de acabar con el calentamiento global y cómo acabarlo con una flecha.