La primera impresión

Una nube invisible de sorpresa e incredulidad envolvió a cada uno de los patinadores.

Mikasa seguía sin dar crédito a lo que sus ojos estaban mirando. Y es que era prácticamente imposible no saber quién era Levi Ackerman, el patinador que revolucionó la disciplina a nivel mundial, la inspiración tanto de grandes como de chicos.

Supo de él cuando, en sus años de preparatoria, Armin le mostró algunos videos de sus competencias en los campeonatos mundiales y en los Juegos Olímpicos. Le pareció singular su estilo, pero lo que llegó a admirar fue sus movimientos impecables y esa forma original de realizar sus rutinas, transmitiendo tanto con tan poco.

Hace dos años lo vio por casualidad en Tokio y parecía tan inalcanzable, pero ahora, luego de meses en los que no escuchó ninguna noticia sobre él vuelve a hacer, insólitamente, su aparición como entrenador.

El mundo sí que daba vueltas.

Siendo sincera, en un principio creyó que estaba alucinando, que lo había confundido con alguien más, pero tras percatarse de las expresiones de asombro de sus compañeros, supo que, en definitiva, no eran invenciones suyas.

—¿Qué caras son esas? —dijo el recién llegado con una ceja alzada—. ¿Acaso vieron un fantasma?

—Casi… —comentó bajito Connie.

—Hasta que al fin apareces —dijo Hange y se le acercó—. ¿Qué sucedió? ¿Te perdiste en el sendero de la vida?

—Tsk. No estoy para tus bromas.

—Ok, como digas —sonrió divertida y volvió a mirar al grupo—. Muy bien, chicos. Creo que está demás presentar a este personaje que tengo a mi lado. Es más que obvio que conocen al patinador estrella, Levi Ackerman, quien a partir de hoy será el entrenador encargado del grupo A.

—Wow —algunos musitaron, en especial los más jóvenes, quienes todavía no salían de la impresión.

—Es increíble —susurró Gabi, con los ojos brillando de emoción—. ¡Por todos los dioses! ¡Qué dicha conocerlo en persona!

—Sí, pero no es necesario que te alborotes —le dijo Falco.

—¿Cómo no si es uno de mis patinadores favoritos? ¡Kya! Es como un sueño hecho realidad —dio brincos y aplaudió—. Debo pedirle un autógrafo.

—Podrás hacerlo después —intervino Nanaba—. Es mejor que iniciemos ya los entrenamientos.

—¿Qué? Pero…

—No te preocupes. Él no irá a ninguna parte —sonrió.

—Bien —infló los cachetes, resignada, y sus compañeros soltaron una pequeña risita.

—Nosotros ya nos retiramos —la rubia le avisó a Hange.

—Oh, está bien —se despidió de los pequeños y dirigió su vista hacia los demás—. Sería una buena idea que nosotros hiciéramos lo mismo.

—Síganme —dijo Erwin a sus patinadores y se los llevó por uno de los pasillos.

—¡Nos vemos pronto! —se despidió la castaña de Sasha y Mikasa—. Ah, y buena suerte —les guiñó un ojo y se retiró junto a sus nuevos pupilos.

Ellas asintieron, pero la azabache se quedó intrigada con lo último que dijo.

"¿Buena suerte? ¿Y qué significa ese guiño?".

No tuvo mucho tiempo para tratar de averiguarlo ya que su nuevo entrenador se les acercó y las miró con los brazos cruzados.

—¿Nombres?

—Sasha Blouse.

—Mikasa Ackerman —respondió, aunque por una extraña razón le pareció como si estuviera en el ejército.

—Muy bien —detuvo un rato su mirada en la ojigris—. Supongo que Hange ya les mencionó, pero yo tengo mis propias maneras de hacer las cosas, por lo que empezaremos primero con ustedes realizando la misma rutina que presentaron en la prueba. Blouse —la aludida lo miró—, tú irás primero.

—De acuerdo —se ajustó los patines, bebió un trago de agua e ingresó a la pista.

Llevó a cabo un pequeño y rápido calentamiento y, deteniéndose en el centro, comenzó. Volvió a meterse en su burbuja como hace un momento y ejecutó la rutina limpiamente, corrigiendo incluso aquellos detalles que, durante la prueba, se le salieron de control.

Levi observó todo atentamente, haciendo especial énfasis en las posturas y la cantidad de giros de distinta índole que realizaba. De ello dependía cómo serían sus próximos programas, tanto cortos como libres, y la música más acorde para los mismos.

Una vez que finalizó, mencionó un estoico "Buen trabajo" y dejó que saliera del hielo para mirar a Mikasa.

—Tu turno.

Esta asintió, se levantó de su asiento y, así como hizo su amiga, realizó un breve calentamiento para luego tomar su posición, respirar profundo y dar inicio.

Pero, contrario a lo que esperaba, su estado de concentración se rompió repetidas veces, llevándola a que cometiera una serie de significativos errores.

El problema no tuvo que ver con los giros, sino con los saltos y algunos segmentos de su serie de movimientos. En este último, se resbaló un par de veces, pero supo reponerlo y continuar; sin embargo, en la cuestión de los despegues, se apresuró al momento de ejecutar su triple Lutz y se inclinó un poco en el triple Axel. Afortunadamente no terminó en caídas, pero sí le generó una sensación de molestia por no poder aterrizar bien como normalmente lo hacía.

¿Qué bicho le había picado para que fallara en elementos que dominaba a la perfección? ¿Por qué no pudo enfocarse y cometió error tras error como si fuera su primera vez patinando? Antes había estado tan relajada, pero ahora, por algún motivo, no podía estar tranquila.

"Creo que sigues sorprendida por tremenda noticia sobre quién te entrenará", le habló su subconsciente, pero ella no hizo caso.

Cuando finalmente acabó, chasqueó la lengua, para nada contenta con los resultados y salió de la pista bajo la asombrada mirada de Sasha y la inexpresiva mirada de Levi. Se sentó en su puesto y tomó de su botella de agua en silencio hasta que…

—¿Entonces fue suerte?

Sin comprender, alzó la vista hacia el azabache, quien no había modificado en lo absoluto su expresión.

—¿Huh?

—La presentación que hiciste durante la prueba.

Frunció el ceño: —¿Cómo es que…?

—Yo llegué justo antes de que iniciaras, pero eso en comparación con lo que acabo de ver es algo completamente diferente, una diferencia abismal. ¿Acaso fuiste iluminada antes y te duró poco el efecto para después?

Esto lo dijo casi en tono de reproche y sarcasmo, cosa que desató la ira de la ojigris, quien se levantó de un salto y lo encaró.

Al diablo si era el mejor del mundo. No dejaría que le hablara de esa forma.

—No sucedió nada de eso. Simplemente fallé como cualquier ser humano —se cruzó de brazos—. ¿Eso no está dentro de sus límites tolerables, señor perfección?

Se sostuvieron la mirada por un instante que, para Sasha, quien era la única espectadora, se le antojó condenadamente eterno. Es más, hasta podría jurar que vislumbró saltar chispas de los orbes de ambos.

"Qué comienzo tan… intenso".

Estuvo a punto de interferir, pero antes Levi suspiró y cerró los ojos.

—Ok. Eso es todo por hoy.

—¿Qué?

—Solo quise hacerles una evaluación personalizada para identificar sus fortalezas y debilidades. Pero no se relajen: mañana empieza el verdadero reto, y créanme cuando les digo que será muy complicado —dio media vuelta y empezó a caminar, alejándose—. Pueden irse.

Las chicas lo vieron desaparecer por el pasillo de su derecha, y Mikasa aprovechó para soltar un bufido exasperado.

"Con que a esto se refería Hange-san".

—Ay, pero qué arrogante —se sentó.

—¿De verdad lo crees?

—¿Acaso no lo viste?

—Bueno, yo noté más sorpresa cuando te vio patinar. Y no fue el único —se encogió de hombros—. ¿Qué pasó? Nunca antes te había visto tan desconcentrada.

—Honestamente, no lo sé —ignoró otra vez las insinuaciones de su subconsciente—. Me equivoqué, es cierto, pero eso no le da el derecho para que me hable en ese tono —se zafó los cordones y se sacó los patines.

—Aun así, admiro tus agallas por enfrentarlo —se sentó al lado suyo e hizo lo mismo—. Pero no te lo tomes a mal. Ya verás que su plan no es hacerte la vida imposible.

—Que los dioses te escuchen porque yo no estoy para soportarlo —se puso sus zapatos deportivos.

Sasha reprimió una sonrisa ante su expresión llena de fastidio. "Qué orgullosa".

—¡Ah! Ya me dio hambre —se estiró, ya con sus zapatos puestos—. ¿Vamos a comer?

—Todavía falta para la hora del almuerzo.

—Una botana no le viene mal a nadie, y sé que tú la necesitas.

—Mmm… —no estaba del todo convencida, pero tras pensarlo mejor supo que sería una buena idea. Entre ello y charlar podría despejar la mente—. Está bien. Vamos.

Ambas guardaron sus patines en sus respectivas maletas y abandonaron la academia. Tomaron la dirección norte mientras conversaban y no tardaron en llegar a una tienda repostera. Sasha pidió dos rebanadas de pastel de diferente sabor y una malteada, y Mikasa solo optó por un cupcake de chocolate.

Se sentaron en una de las mesas disponibles con vista a la acera y se relajaron degustando sus pedidos.

—Esta tienda sin duda es la mejor —comentó la castaña.

—Sí, aunque no sé cómo logras comerte todo eso —señaló lo que tenía a disposición.

—Es mi don. Además, ya me hacía falta algo de azúcar luego de la prueba de hoy.

—Buen punto —ya se sentía más tranquila; el enojo se había esfumado—. Eres cliente frecuente, ¿no?

—Obvio, querida. Nunca desaprovecho la oportunidad de venir, y como ves, aun comiendo así, mantengo mi figura.

—La envidia de muchas.

—Definitivamente —continuó comiendo hasta que la notificación de un mensaje sonó. Sacó su celular, revisó de qué se trataba e, inconscientemente, sonrió.

Y Mikasa lo notó.

—Oh… ¿a qué se debe ese rostro tan alegre? ¿Acaso te escribió algún novio?

—De hecho, sí.

—¿Qué? ¿En serio? —se mostró visiblemente sorprendida. No esperó que su broma acertara.

—Al parecer me olvidé contártelo —terminó lo que restaba de sus aperitivos y soltó un suspiro—. Se llama Nicolo. Lo conocí en una feria internacional en Nagoya, pero nos volvimos a encontrar luego de seis meses aquí en Kioto.

—¿A qué se dedica?

—Es chef y, en mi opinión, el mejor —puntualizó segura—. No es de aquí. Proviene de Finlandia, pero cocina platillos de todas partes del mundo. Gracias a él he probado manjares dignos de los dioses.

—Vaya. Ya veo cómo te conquistó —soltó una risita.

—No voy a negarlo, aunque a eso debo sumar lo cariñoso y atento que es conmigo —sonrió, esa sonrisa típica de una persona enamorada.

—¿Cuánto tiempo llevan juntos?

—Justo hoy cumplimos un año, y por eso era el mensaje —levantó el celular que descansaba en la mesa—. Adelantó los planes, por lo que no podré almorzar contigo. Lo lamento.

—Descuida. Puedes ir a celebrar sin problema.

—¿Y qué harás tú?

—Pues… aprovecharé para hacerle una visita sorpresa a alguien a quien no he visto en mucho tiempo. No te preocupes.

—Ay, ¡qué linda eres, Mika! —la tomó de la mano—. Te debo un almuerzo, pero prometo que te pagaré. Y, adicionalmente, también prometo presentarte a Nicolo y llevarte a su restaurante. ¡Quedarás encantada cuando pruebes sus platillos!

—De acuerdo —sonrió.

Se terminó su cupcake y ambas salieron del establecimiento para enseguida despedirse. Mikasa siguió la ruta por la que habían llegado y caminó un largo tramo adicional, dirigiéndose hacia el extremo sur mientras tarareaba una canción. Media hora después se detuvo al frente de un edificio de diez pisos y se aventuró puertas adentro. Saludó al guardia, subió trotando hasta el tercer piso y continuó caminando hasta encontrarse con la puerta que llevaba el número 302 grabado en una placa de oro.

Timbró una sola vez y esperó.

—¡Voy! —una voz masculina hizo eco al otro lado, al igual que algunos pasos que se hacían más fuertes.

La puerta se abrió lentamente, dejando ver a un joven rubio que, al reconocerla, mostró la más grande de las sonrisas mezclada con una pizca de incredulidad.

—¡Mika! Pero ¡qué agradable sorpresa! —le dio un abrazo.

—Hola, Armin. Yo también estoy feliz de verte.

—Vaya —la escaneó rápidamente—. Sí que has cambiado. Pero pasa, conversemos adentro.

Dejó que ingresara y cerró la puerta tras de sí, invitándole a tomar asiento en la sala.

Armin Arlet provenía de Hokkaido, norte de Japón. Desde muy pequeño se sintió atraído por el patinaje artístico, y empezó a practicar cuando su abuelo le regaló un par de patines por su cumpleaños número cinco. Dedicó largas horas al aprendizaje tanto de la teoría como de las ejecuciones de distintos elementos y participó en algunos eventos antes de mudarse a Kioto. Allí continuó patinando en el club de la preparatoria e invitó no solo a Mikasa, sino también a muchos otros chicos para que intentaran el maravilloso arte sobre hielo.

Amaba tanto lo que hacía que decidió, para su futuro, dedicarse al patinaje profesional y así darse codo a codo con figuras de alto nivel, pero una grave lesión durante los entrenamientos antes de acabar la preparatoria lo alejó de aquel sueño para siempre.

Fue difícil aceptarlo, resignarse a no volver a hacer piruetas ni movimientos bruscos, pero esa se convirtió en su realidad y no podía hacer nada para remediarlo.

Ahora se encontraba estudiando Medicina, y dado que también trabajaba, se la pasaba la mayor parte del tiempo ocupado, por lo que solo conversaba a ratos con la ojigris por teléfono hasta ese instante que, por fortuna, lo encontró libre.

—Hoy fue tu primer día en la academia, ¿no? —estaba al tanto de ello.

—Así es.

—¿Y qué tal estuvo?

—Lleno de sorpresas.

—¿Cómo así?

—Al principio todo fue normal. Hasta me encontré con Sasha de camino a la escuela; vamos a entrenar juntas.

—Oh, eso sí que es una novedad.

—Lo sé, pero fue agradable volver a verla luego de mucho tiempo.

—Lo imagino —sonrió—. ¿Y entonces?

—Una vez que llegamos, nos realizaron una prueba por puntajes para distribuirnos entre cuatro entrenadores a los doce que estábamos. Sasha y yo obtuvimos las calificaciones más altas, pero cuando ella preguntó sobre quién nos entrenaría pues…

—¿Pues?

—Adivina quién apareció.

—Hum… —meditó unos segundos—. Para que estés así de misteriosa, debe ser alguien inesperado.

—No te equivocas.

—Cuenta, cuenta. Ya me llenaste de intriga.

—¿De verdad no tienes idea?

—Conozco a mucha gente, así que me demoraría una eternidad si los menciono a todos.

—Tienes un punto —hizo una pausa bajo su mirada expectante—. Es el Emperador.

—¿Emperador? —ladeó la cabeza hasta que algo dentro de su cabeza hizo click—. ¿Hablas de Levi?

Asintió levemente.

—… ¿Me estás tomando el pelo? —mencionó con los ojos abiertos como platos.

—Realmente me gustaría, pero ¿crees que tengo razones para mentir?

—¡Es extraordinario! —exclamó sin todavía poder creerlo—. ¿Entonces él las va a entrenar?

—Por más loco que suene, sí.

—Wow… Definitivamente no tengo palabras. Las felicito; debe ser todo un honor ser entrenadas por el número uno, aunque… me sorprende que haya vuelto de esa forma.

—No eres el único que piensa eso.

—Pero dime, ¿cómo es? ¿Qué nomás hicieron?

Sus orbes azules brillaban como las gemas. Y es que era algo completamente impactante, tanto que todavía estaba tratando de asimilarlo.

Lástima que no podría estar en primera fila viviéndolo, pero estaba feliz porque su amiga sí, aunque le pareció curioso que, luego de hacerle ese par de preguntas, dibujara una pequeña mueca.

Sí, ella ya había olvidado el asunto, pero otra vez volvió a su mente, molestándola sin poder evitarlo.

—Repetimos la misma rutina que en la prueba. A Sasha le fue bien, pero en cambio yo… me equivoqué muchas veces, y él, que había visto mi primera presentación, me dijo que esta solo había sido suerte. ¡Suerte! ¿Puedes creerlo? Hasta hizo alusión a que todo fue producto de un milagro o qué se yo —bufó mientras negaba—. Y para colmo lo dijo sin un ápice de delicadeza. ¡Como si no hubiese hecho mi mayor esfuerzo!

Sin poder ocultarlo, Armin soltó una risita. Nunca antes la había visto así de exaltada, y eso la hacía ver un tanto tierna.

—Bueno, quizá no tenga el mejor carácter, y puede que su forma de emplear las palabras no sea la más acertada.

—Eso me quedó más que claro.

—Pero también creo que esta nueva experiencia lo ayudará a cambiar y tal vez al final puedan entenderse mejor.

—Tengo mis dudas al respecto, pero haré el intento —se recostó sobre el respaldo del sillón y suspiró—. Aunque no puedo evitar preguntarme si él tomó la decisión correcta volviéndose entrenador.

—El tiempo te lo responderá después, pero de una cosa estoy seguro.

—¿Qué?

—Tanto Sasha como tú están en buenas manos —sonrió.

Intentó devolverle el gesto, pero antes de que atinara a agregar algo más, su estómago lanzó un sonoro gruñido, cosa que el rubio escuchó e hizo que soltara una carcajada.

—Veo que tú tampoco almuerzas —se levantó—. Vamos a la cocina. Preparemos algo.

Se dirigieron al lugar, tomaron algunos vegetales y otros ingredientes y se pusieron manos a la obra mientras escuchaban música e improvisaban uno que otro baile. Continuaron conversando sobre muchas otras cosas, sirvieron los platos, almorzaron animadamente y luego limpiaron, dejando todo en orden.

Mikasa se quedó hasta tarde; vieron películas y acompañó al rubio al supermercado a hacer algunas compras. Ya cuando el reloj marcó las siete se despidió, prometiendo que volvería pronto.

Mucho más contenta, caminó nuevamente hacia su departamento dando pequeños saltitos mientras miraba al sol trazar su camino hacia el horizonte. En veinte minutos se vio al frente del edificio e ingresó, saludando a la recepcionista y dirigiéndose en ascensor al séptimo piso. Una vez allí, retomó su andar y sacó las llaves para abrir la puerta de su residencia.

—¡Mayu! ¡Estoy de regreso! —exclamó y dejó su maleta deportiva a un lado para sacarse los zapatos.

Algunos segundos después, una gatita de pelaje manchado apareció y se le acercó con la cola alzada, dándole la bienvenida mientras se acariciaba en sus piernas y ronroneaba.

—Yo también te extrañé —se agachó para darle amor.

Hace dos meses, cuando realizaba su rutina diaria de ejercicios, encontró a la gatita abandonada en una caja cerca de un parque. Era muy pequeña y temblaba del frío, pero sus ojos azules la cautivaron y se decidió a llevarle a casa y darle un nombre.

Desde aquel día, Mayu es su compañía cuando se encuentra realizando sus quehaceres. Hasta le construyó su propio cuarto de juegos, aunque ella prefiere estar a su lado y escucharla cuando tiene algo nuevo qué contar.

Tras darle un besito en la cabeza, se dirigió a un altar hecho en honor a sus padres en un pequeño cuarto, los saludó y luego fue a su habitación para tomar algunas cosas y volar a la ducha. Salió toda bien refrescada después de quince minutos, justo para atender una llamada de un amigo de la preparatoria que se encontraba en Reino Unido.

Se dedicaron a charlar por un largo rato, intercambiando anécdotas hasta que se dio cuenta de que eran las diez de la noche. De un brinco se levantó del sofá, se despidió y preparó una merienda ligera para luego leer un poco y volver a su habitación, no sin antes verificar que Mayu tuviera comida y agua limpia.

Se recostó en su cama y se acurrucó entre las cobijas, pero antes de dejarse llevar por el sueño, recordó lo que su entrenador dijo antes de dejarlas.

"Mañana empieza el verdadero reto".

—Estoy lista para demostrar de lo que soy capaz.