Segundo día

Llegó el día siguiente y, con ello, una nueva jornada de trabajo.

Tal y como lo dictaba su rutina desde hace mucho tiempo atrás, Levi se levantó temprano y se alistó para realizar su rutina de ejercicios matutina. Los tenues y brillantes rayos de sol lo acompañaron en su marcha por el barrio, al tiempo que veía cómo otras personas se sumaban al despertar, listas para aprovechar el día al máximo.

Completadas las siete vueltas habituales más una adicional, regresó a su casa y tomó una ducha rápida para luego preparar un desayuno sencillo y proceder con una de las actividades que realizaba sin falta: la limpieza.

Si le preguntaban desde cuándo adquirió ese hábito que a veces rozaba lo obsesivo, diría que nació durante su larga estancia en Montreal, donde muchos de sus compañeros no conocían el concepto de orden y dejaban todo hecho un desastre la mayor parte del tiempo. Siempre tuvo tendencia a ver y mantener todo en su lugar; así se lo enseñaron sus padres, por lo que dados esos antecedentes lo convirtió en una especie de ritual necesario antes de salir de casa para completar sus labores cotidianas.

Ya sintiéndose plenamente satisfecho al ver todo reluciente y, tras verificar la hora, se dio algunos minutos para leer algunas páginas de un libro. Pero no era cualquiera, sino que se trataba sobre el patinaje y todo lo que este involucraba. Era uno de los tantos que tenía en su biblioteca personal y que repasaba constantemente ya que, si bien había cultivado mucha experiencia, no estaba de más seguir instruyéndose, y más ahora que no era el protagonista, sino el formador de potenciales estrellas.

Una vez que terminó, tomó sus pertenencias, salió de la casa y se dirigió al garaje. Subió a su auto, hizo rugir el motor y no tardó en abandonar la residencia.

Mientras conducía, miró brevemente a un costado y, al encontrarse con un grupo de niños, recordó a cierta joven castaña que, una vez finalizada la jornada en la academia, se le acercó entre nerviosa y emocionada y le pidió su autógrafo. Siendo sincero, le resultó un tanto curioso saber que, a pesar de haber desaparecido del mapa por un largo tiempo, todavía había personas que lo recordaban y lo miraban con un deje brillante de ilusión.

Aun así, no se negó y le firmó la portada de un cuaderno. Ella miró el autógrafo como si fuera una mina de oro, y sus compañeros que se encontraban cerca rieron ante su expresión, cosa que hizo que él mostrara una diminuta sonrisa.

La anécdota fue agradable de recordar, y ya que estaba trayendo a colación detalles del día anterior, también revivió lo que sucedió con sus nuevas alumnas.

Poco después de que se integrara a la academia, realizó una investigación de cada uno de los patinadores convocados para así tener un antecedente sobre sus habilidades. Por supuesto, le llamó la atención ver los programas de Mikasa, pero los de Sasha tampoco se quedaron atrás y pudo destacar de ellos aspectos que, en su opinión, eran necesarios explotar.

Era más que evidente que presentaban un nivel superior, y eso lo constató cuando las observó durante la prueba. Siguiendo sus protocolos, quiso apreciarlas una última vez cuando los demás se retiraron, y si bien Sasha se mostró íntegra, le sorprendió que no sucediera lo mismo con la azabache.

El comentario que soltó una vez que estuvo fuera de la pista no lo hizo en son de maldad. Bueno, admitía que no supo elegir bien las palabras y que quizás se dejó llevar por una ligera pizca de decepción, pero otra sorpresa se llevó cuando la vio saltar enojada y plantarse en su delante viéndolo con ojos indignados.

Era la primera vez que alguien hacía algo así, y aunque creyó que pronto se doblegaría, fue él el primero en perder la batalla, intrigado, más que nada, por su fuerte e imbatible carácter que no le permitió hacer un movimiento certero.

Fue una gran primera impresión (y un tanto inesperada), pero gracias a ello se planteó que haría todo lo posible para que ella utilizara esa explosividad suya sobre la pista de hielo.

"Va a ser un reto interesante".

Con ese último pensamiento estacionó al frente de la academia y se bajó del auto. Caminó puertas adentro, saludó a los encargados del mantenimiento de las pistas y esperó a que las chicas llegaran, lo cual sucedió un par de minutos después.

Miró el reloj y comprobó la hora: 9:00 a.m. Al parecer ellas sí conocían lo que era la puntualidad.

"Es un buen comienzo".

—¡Buenos días, entrenador! —saludó alegre Sasha.

Lo propio hizo Mikasa, aunque sin tanta efusividad.

—Buenos días —respondió Levi—. ¿Están listas para empezar?

—Por supuesto.

—Entonces síganme.

Las guio fuera de la pista por un corredor que daba al subsuelo y se detuvieron al frente de una puerta ancha. Él la abrió con una llave y las dejó pasar primero para luego prender las luces.

Las chicas observaron a su alrededor, sin demorar en reconocer que se trataba de un gimnasio equipado con una variedad de máquinas y objetos adicionales.

Sin comprender voltearon a ver al azabache, quien ya se esperaba aquella reacción.

—Seguro se estará preguntando qué estamos haciendo aquí —adivinó sus pensamientos—. Es simple. Para el patinaje no solo se requiere de pasión y equilibrio, sino también de fortaleza corporal para ejecutar cada uno de los elementos existentes. Ustedes entrenaron mucho durante la preparatoria, pero lo que van a hacer ahora es algo mucho más exigente que tiene un solo propósito: fortalecer sus músculos, aumentar la flexibilidad y evitar lesiones. ¿Alguna pregunta hasta aquí?

Sasha alzó la mano.

—¿Cuándo volveremos a la pista?

—Depende de ustedes. Si logran completar el programa que tengo preparado pasaremos a la siguiente fase. Recuerden que no solo se aspira a un campeonato, sino que también se pelea para ganarlo, y eso es lo que quiero que hagan. ¿Entendido?

—Sí —respondieron al unísono.

—Comencemos entonces.

Les detalló brevemente los ejercicios que realizarían para fortalecer los hombros, el torso y las piernas. Con repeticiones de 8 a 15, empezaron con movimientos suaves fuera de las máquinas hasta ir aumentando progresivamente la intensidad. Vigiló que las ejecuciones se llevaran a cabo correctamente, y luego de una hora pasaron a las máquinas con períodos intermedios de hidratación.

Esa fue la dinámica durante el resto de la semana, donde además agregó el entrenamiento con ejercicios pliométricos, los cuales buscaban mejorar la potencia, velocidad y fuerza del tren inferior.

—Los saltos que ustedes realizan sobre el hielo son bastante buenos, pero esto les ayudará a ganar mayor altura y, por ende, permanecer mayor tiempo en el aire —explicó.

Al principio, notó que hacían un enorme esfuerzo para seguir el ritmo que él marcaba, y aunque pudo vislumbrar en sus ojos cansancio y algo de confusión, no se dieron por vencidas y continuaron dando lo mejor de sí hasta acostumbrarse a esa rutina que, para cualquier otro, resultaría el más caótico de los infiernos.

Ese espíritu lleno de determinación fue algo que llegó a admirar, y aunque no se los dijo abiertamente, bastaba con sus cortas frases de "Bien hecho", "Sigue así" o "Excelente trabajo", las cuales se volvieron bastante recurrentes.

Y eso, de por sí, ya era una gran hazaña.

Una vez que completaron con éxito el programa en el tiempo estimado, las llevó a la pista para empezar el siguiente proceso. Par este caso, él también ingresó al hielo para mostrarles, de primera mano, nuevos movimientos asociados a los giros. En el caso de los saltos, no fueron necesarias tantas recomendaciones ya que era algo que manejaban muy bien; solamente puso especial énfasis en la altura de los mismos y el impulso para cumplir con las vueltas y aterrizar con solidez.

Una sola explicación fue suficiente para que ellas se pusieron manos a la obra. Hubo algunos aspectos que se les dificultaron más que otros (en especial el aumento del tiempo que tenían que mantener los giros y las posturas), pero lograron manejarlo a la larga hasta formar parte de su propia naturaleza.

Su actitud y la buena predisposición para aprender lo tenían muy satisfecho, cosa que comentó a sus otros compañeros entrenadores en una ocasión donde se reunieron, luego de la jornada a eso de las seis de la tarde, en un bar cercano.

—¡Ah! —Hange exclamó tras beber su sake—. Ya me hacía falta uno de estos. Lástima que Nanaba no esté aquí para acompañarnos.

—Sí, pero su consulta médica era muy importante según lo mencionó —agregó Erwin.

Conoció a la castaña y al rubio en una de sus competencias hace dos años, donde participaron en la categoría de parejas representando a Suiza, y aunque no eran nada más que amigos y sus personalidades eran campos completamente opuestos, reconocía que lograron hacer magia sobre el hielo en su momento, mostrando una complicidad y sincronía que conmovieron a muchos de los fanáticos del deporte.

Convivió con ellos en contadas ocasiones, y si bien tenía recelo de formar lazos dada su no grata experiencia anterior, hubo algo, una vocecita interior que le dijo que eran diferentes a ese par del cual no podía mencionar los nombres.

Y no se equivocó.

Fueron precisamente ellos quienes, al retirarse sobre su retiro indefinido, lo invitaron a ser entrenador ya que justo la academia estaba buscando a alguien para ocupar la vacante disponible. Era la oportunidad que estaba buscando para cambiar el rumbo, y se los agradecía de corazón, aunque no lo dijera en voz alta.

Hasta el momento, eran las únicas personas que lograron ganarse su confianza a pesar de todo.

—Estas dos semanas han sido bastante intensas —dijo la castaña y miró al azabache—. ¿Cómo van tus alumnas? Espero que no las hayas espantado con tu carácter.

—Eso debería decir yo. Pobres de tus alumnos; ojalá no se les pegue la locura tuya.

—Toda loca, pero feliz —sonrió—. ¿Entonces?

—Han logrado cumplir con mis expectativas. Son unas verdaderas guerreras.

—Oh… ¿escuchaste eso, Erwin? ¡Levi dio un cumplido! —aplaudió con exagerado entusiasmo—. Bueno, me alegra saber que las cosas van bien. Después de todo, tienes a las mejores en tus manos.

—Tú lo has dicho —mencionó y recordó un poco los días anteriores, deteniéndose en cierta azabache que, con una mirada fiera, había ejecutado todos los ejercicios decididamente aun cuando tuvieron un par de roces en cuestiones que, para él, eran insignificantes—. Creo que ya están listas para comenzar con las coreografías.

—Muero por ver eso.

—¿Y tus estudiantes?

—Son buenos, no me quejo —tomó un poco más de su bebida—. Jean consigue hacer saltos muy altos y los clava perfectamente; Marco domina muy bien los giros y corrige los errores con atino; e Historia, con su figura grácil, ejecuta todos los elementos bien, aunque siempre siendo cautelosa.

—Te tocaron patinadores variados, ¿eh?

—Sí, pero hasta ahora han hecho un buen trabajo a pesar de que mi régimen no es nada fácil.

—¿Qué nos dices tú, Erwin?

—Mi situación es parecida a la de Hange —puso un poco más de sake en su copita—. Sus estilos son muy diferentes, pero una cosa que tienen en común es que les gusta intentar cosas nuevas, aunque recurrentemente tienden a competir para ver quién lo hace mejor, en especial Connie e Ymir. Mina es mucho más tranquila y aprende las cosas muy rápido, aunque a veces tiende a entusiasmarse de más y cometer algunos errores. Eso casi le costó una lesión hace un par de días.

—Ya veo. Mmm… —meditó unos segundos la castaña—. Supongo que la situación con Nanaba no es diferente.

—En efecto —continuó el rubio—. De lo que me supo comentar, los muchachos a su cargo son bastante entusiastas, comprometidos y se entiende, apoyándose tanto en lo individual como en lo colectivo.

—Oh. Va a ser muy entretenido verlos participar en las competencias grupales.

—Ahora que lo dices —intervino Levi, con apenas su bebida mermada—. ¿Hay alguna novedad al respecto?

—Según el Comité Organizador Nacional, se lanzará un comunicado oficial en los próximos días. Representantes de la categoría juvenil ya tenemos; solo nos falta elegir quiénes conformarán al equipo de la categoría senior.

—Aunque ya podemos intuirlo —dijo Erwin.

El azabache notó las miradas sobre él. Sabía a lo que se referían, así como también sabía que querían una opinión al respecto.

—Es obvio que Ackerman y Blouse estarán —se encogió de hombros—. Y seguramente serán ellas las que dirijan a los demás.

—Wow, ¿hablas en serio? —preguntó intrigada Hange—. Por un momento creí que te ibas a rehusar a que participen.

—Es verdad que mi intención es hacerlas brillar a nivel individual, pero el trabajo en equipo también es importante. Quiero ver qué tan buenas son coordinando con otros.

—Sabias palabras, querido amigo —le palmeó el hombro Erwin—. ¿Sabes una cosa?

—¿Qué?

—Creo que tu regreso a Japón te ha cambiado, aunque sea un poco.

—Tsk. ¿Acaso estás ciego? —frunció el ceño—. Sigo siendo el mismo.

—Ok. Intentaré creerte —sonrió con burla.

—Ya somos dos —agregó Hange conteniendo la risa.

Levi puso los ojos en blanco. Cuando se les ocurría molestarlo, no había poder humano que los detuviera.


Desde muy joven, Kiyomi Azumabito mostró un constante y fuerte apego por los suyos.

Siendo la tía de la madre de Mikasa, siempre estuvo ahí para darle consejos, escucharla y ser cómplice en cuestiones típicas de los jóvenes que, por lo general, su hermana Naori no compartía dada su naturaleza conservadora.

La relación que tenía con su única sobrina era más de lo que hubiera podido imaginar, por lo que, cuando le confesó que tendría una hija poco después de haberse casado, no pudo evitar festejarlo a los cuatro vientos, como si se hubiese ganado la lotería.

Tuvo la oportunidad de ver a Mikasa nacer en medio de la alegría desmedida de sus padres. Ella, que por decisión propia había preferido no contraer nupcias, se contentó y conmovió tanto al verla que no dudó en ser su madrina y prometerle que siempre estaría para apoyarla en lo que pudiera.

Verla crecer fue un lujo que disfrutó a lo grande y no podía más que agradecer por ello, pero a medida que transcurrió el tiempo su trabajo y muchas otras cosas ocuparon más su atención y las visitas que hacía a la familia se redujeron considerablemente.

Aun así, siempre estuvo pendiente de ella y más cuando se enteró sobre la fatídica e inesperada desaparición de sus padres. Fue realmente muy doloroso verla sufrir, pero no dudó en ser su apoyo y demostrarle que todavía existía alguien que velaba por su bien.

Ahora que trabajaba como Ministra de Relaciones Exteriores, su agenda permanecía la mayor parte del tiempo llena entre viajes y fortalecimiento de relaciones diplomáticas con otras naciones, pero a pesar de ello se daba modos para visitarla aunque sea por un instante.

Y eso era precisamente lo que estaba haciendo en ese momento.

—Es un gusto tenerte por aquí, tía —Mikasa respondió al efusivo abrazo que casi le deja sin aire.

—Ay, mi niña, te extrañé mucho —se separó y la miró con ternura—. Hasta te veo cambiada.

—No creo que haya sucedido mucho en un mes —sonrió—. Pero pasa. Estás en tu casa.

Así lo hizo y se adentró para dirigirse a la pequeña, pero acogedora, sala de estar.

—Siento que te he descuidado. No he podido tan siquiera llamarte —se lamentó.

—No te preocupes. Sé que tienes una vida agitada —se sentó cerca suyo en el sofá.

—Sí, pero no hay excusas. Se lo prometí a tus padres.

—Es grato saberlo —sonrió apenas—. ¿Y cómo te ha ido?

—Ya sabes: reuniones en todo lado, viajes, invitaciones… un sinnúmero de actividades que demoraría años en explicártelo, aunque lo que puedo resaltar es mi último viaje a Croacia. Fue toda una maravilla. Hasta te traje un recuerdo —sacó una artesanía de madera de su bolso, la misma que hacía alusión al deporte típico de la nación—. Ten.

—Oh, gracias. No te hubieras molestado.

—Para mí era necesario, como lo dicta la costumbre —asintió satisfecha—. ¿Y tú, querida? No creas que me olvidé sobre tu ingreso a la Academia de Hielo de Kioto.

—Bueno, ha sido bastante entretenido y agotador, pero vale la pena el esfuerzo.

—Escuché algunos rumores sobre la llegada del número uno. ¿Es eso cierto?

Mikasa miró una vez más el recuerdo y lo dejó sobre la mesita central mientras pensaba en lo que dijo.

"Tu fama sigue intacta, entrenador".

—Pues sí, y, de hecho, él me entrena al igual que a una amiga: Sasha.

—No me digas —se mostró auténticamente sorprendida al comprobar aquello que, en su opinión, era muy poco probable—. ¿Y cómo ha sido la experiencia?

La azabache se quedó pensando y recordó todo lo que había vivido en esas dos últimas semanas. ¿La experiencia? Había tanto por decir, empezando desde su primer día (el cual no fue muy agradable que digamos) y pasando por el extenuante entrenamiento físico hasta llegar a los elementos sobre el hielo.

Siendo sincera, creyó que era una pérdida de tiempo emplear una semana para mejorar la fuerza, agilidad y flexibilidad ya que no sentía que fuera tan necesario dada su previa y corta experiencia, y aunque fue demandante pero sin llegar a ser imposible, vio los resultados una vez que volvió a la pista.

Percatándose de una mayor ligereza y mejor postura en la ejecución de los elementos, le preguntó a Sasha si percibía lo mismo, y ella le dio una afirmativa, cosa que le dijo que no eran invenciones de su cabeza y que todo aquello sí había servido.

Pero esa no fue la única sorpresa, ya que Levi, incluso, les dio una charla sobre el régimen de alimentación que debían llevar para mantener sus organismos en perfectas condiciones.

¿Es que acaso no había algo que no considerara?

"Excelente pregunta", le dijo su subconsciente, pero, a pesar de la relativa calma existente en su forma de relacionarse, lo seguía considerando alguien odioso.

—Bastante buena —respondió la pregunta—. Es estricto y con un carácter complejo, pero he hecho lo posible para compaginar y le he demostrado de lo que estoy hecha.

—Me gusta esa actitud, y sé que brillarás más que mil soles en las competencias.

—Esa es mi aspiración.

Le siguió contando sobre los chicos que conoció, los demás entrenadores y otras anécdotas divertidas tanto dentro como fuera de la academia. Por su parte, Kiyomi también mencionó otras cuestiones sobre sus viajes y lo agradables que eran los recibimientos por parte de sus colegas, siendo unos más amigables que otros.

Se pusieron al día luego de tanto tiempo que, cuando se dieron cuenta, había pasado dos horas.

—Oh, tengo que prepararme para ir al trabajo —se levantó Mikasa.

—¿Todavía sigues allí? Te dije que no era necesario. Yo puedo hacerme cargo. Así te dedicarías por completo al patinaje.

—Comprendo tu punto, pero lo prefiero así. Me gusta ser independiente y conseguir las cosas por mis propios medios. Además, es más que suficiente con el departamento que me regalaste.

—No vas a cambiar de idea, ¿verdad?

—Ya me conoces.

—Está bien —también se levantó—. Si eso te hace feliz, no diré más al respecto.

La ojigris fue a su habitación, se cambió de ropa y volvió a la sala con un bolso mediano y cargando unos patines de ruedas sobre sus hombros, cosa que sorprendió a Kiyomi.

—¿Todavía los conservas?

—Por supuesto. Forman parte de mis tesoros —sonrió.

Se los puso en lugar de los zapatos deportivos y, cuando ya estuvo lista, abandonaron el departamento y bajaron hasta estar fuera del edificio. Se despidieron, con Kiyomi prometiendo estar de vuelta pronto y tomaron direcciones opuestas rumbo a su próximo destino.

Mikasa trabajaba los fines de semana y días festivos en un restaurante en el centro de la ciudad. Llevaba ahí ya seis meses y se sentía cómoda, siempre manteniéndose ocupada de un lado para otro atendiendo a los clientes en un ambiente ameno y con compañeros agradables y trabajadores.

Todos los días que iba lo hacía usando sus patines, que eran el último regalo que le dejaron sus padres antes de perderlos. Le sentaba muy bien la velocidad y el viento alborotando su cabello, además de que usarlos servía como un entrenamiento adicional para mantener sus piernas en forma.

Sin importunar a nadie durante su trayecto, llegó al lugar y vio salir a una de sus compañeras del turno anterior.

—Puntual como siempre, Mika.

—Sí, y eso que tuve una visita —se sentó en las gradas que daban a la puerta y se cambió los patines por sus zapatos deportivos, guardándolos en su bolso.

—Ya veo. Bueno, nos vemos luego. Suerte.

—Hasta pronto.

Entró al establecimiento y otro compañero le dio la bienvenida al igual que el jefe. Saludó, guardó sus cosas en un casillero y se colocó todas las prendas que conformaban su uniforme.

Una vez lista, y con una sonrisa sencilla propia de ella, se dispuso a dar inicio a una nueva jornada de sábado.