Tocar
Roy Mustang contuvo el aliento e intentó mantener la compostura. Era un soldado entrenado para mantenerse estable incluso en las situaciones más críticas, y además había sido sometido a las excéntricas enseñanzas de Berthold Hawkeye.
—General, ¿se encuentra bien?
Sí, estaba preparado. Totalmente seguro.
—¿General…? —Riza Hawkeye notaba que la ausencia de su superior iba en aumento. Desde el momento en que había subido al vehículo para asistir a la misión, donde debían actuar como dos clientes de un bar, pero parecía haber perdido la capacidad de procesar información—. ¿Roy…? —lo llamó por su nombre, con un tono de ligera preocupación.
—Teniente —dijo finalmente con dificultad, apretando el volante con fuerza, sus dedos se tornaron blancos contra el objeto—. Agradecería que no realizará ningún comentario hasta llegar al bar, ¿me entiende?
—Lo entiendo perfectamente, señor. Pero ¿puedo preguntar por qué esa orden…?
—¿Es extraña, anormal, deliberada y sin sentido?
—Todas las anteriores, general.
El general resopló cuando Hawkeye tuvo la brillante idea de cruzarse de brazos y resaltar todavía más sus atributos, causando que perdiera la poca concentración que había obtenido al desconectarse del mundo físico. Se suponía que como oficial del ejército no debía cuestionar las metodologías que elegían para llevar a cabo las misiones.
Apenas llegara a la oficina, le comunicaría al Führer Grumman que debían evitar asignarle misiones donde Riza Hawkeye tuviera que vestirse de manera tan provocativa.
—Digamos que su vestimenta, teniente, no ayuda en absoluto. Estoy a un paso de romper nuevamente la Ley de Fraternización con usted.
Las comisuras de Hawkeye se elevaron hacia arriba. Encontraba divertida la desesperación de su superior.
—Bueno, general, esto es parte de la misión.
—Sí, pero mi amante no debería estar así frente a mí cuando no puedo tocarla. Es una locura.
—Le recuerdo que esto podría evitarse si no estuviéramos en una relación prohibida por la milicia.
Roy Mustang sonrió con arrogancia ante el recordatorio que Riza le hizo. Estaba jugando con él.
—Pues permítame recordarle, teniente, que usted prometió seguirme y dispararme en caso de que me desviara de mi camino, cosa que no he hecho a pesar de nuestra relación.
—Sí, recuerdo haber dicho "hasta el infierno", y debo dar la razón que ha conservado la compostura durante todo este tiempo, señor —sonrió ella levemente hacia un Roy Mustang que parecía inflar su ego—. Y si quiere que continúe así, le sugiero que evite tener contacto físico conmigo hasta que volvamos al departamento, señor.
—Ah, siempre tan preocupada por el trabajo, ¿verdad? —suspiró Mustang, resignado.
—Es mi deber —expresó Hawkeye con una leve sonrisa, mirando a su abatido superior.
—Bien, teniente. Tomaré su palabra —exclamó él mientras arrancaba el vehículo.
El alquimista de Fuego podría tolerar que otras personas vieran el fabuloso cuerpo de su subordinada y aludieran que era una pieza de museo. Sin embargo, sólo él tenía el lujo de tocar esa anatomía, y si tenía que comportarse para acceder a ese privilegio, lo haría sin rechistar.
Nota de la autora: Releyendo esta pieza, me impresiona como jugaba con las frases en aquellos años. No sé en qué momento cambié tanto mi estilo de escritura.
Ciao.
