Ya tiempo había pasado.

No hay emisora de radio que no hablase del hombre libre.

No hay Vortigaunt que no estuviera deseando salvarlo de las posibilidades imposibles las cual se enfrenta, o simplemente dar una reverencia ante él y dedicarle unas palabras o ayudarlo como sea. Son pocos los que tienen la suerte de toparse en su camino, pese a que el infortunio lo acompañe contra todo pronóstico.

Nosotros estuvimos seguros en la base rebelde de White Forest por bastante tiempo.

—Oye, ¿A dónde vas? —Me preguntó Jorge.

—Necesito aislarme, será por un rato, últimamente no tolero tanto el ruido.

—Antes que nada, quería decirte algo, he leído lo que has escrito, me parece fenomenal como dominas la literatura humana, ¡Incluso mejor que yo!

—Nuestra raza es conocida por la poesía, es algo que tenemos en común, aunque yo no sea un buen narrador, solo espero que cuando la paz llegue, nuestros poetas puedan componer y cantar con los tuyos.

—Conmigo no cuentes, con suerte sé rapear un poco, no sé si sea lo mismo. —Respondió con una risotada.

Alguien se choca con Jorge, con un gran animo positivo.

—¿Escuchaste? La ciudadela está en estado crítico, ¿Qué paso con que era «el hombre mito»? ¡¿Eh?!

—Si no lo veo no lo creo… —Respondió con un rechazo de total escepticismo.

Venía sintiendo la vortessencia dentro de mí.

Y yo atendía el llamado.

Entre a mi habitación para concentrarme.

Todo era oscuridad, como un cielo sin estrellas, solo había una puerta tan blanca como las nubes, que se cerraban al dar paso a la presencia que había visto antes, en los túneles de hormigas león de ciudad diez.

Mis hermanos mantuvieron a raya al desconocido que seguía viéndose como uno de nuestros altos rangos, aunque supiéramos bien que era mentira para nuestros ojos.

—Bueno, eso está por verse… —Amenazó la figura misteriosa.

Mientras ellos estaban desviando sus macabros fines, hice la labor que tenía que hacer. Puse mis manos alrededor del cuerpo de Freeman, por un segundo, se sintió como si contemplara la presencia de cualquier otro mortal, no tan distinto de los que he conocido en mi estancia en la tierra.

Una fuerza imparable, una máquina de matar, a su vez tan apaciguado y al mismo tiempo con tantas ganas de salir, lo hacía difícil de creer, pero indudablemente era él; nuestro salvador, el hombre libre. En ese momento yo fui uno más en aquella pausa temporal, parecía estar en la nada misma, pero funcionó.

Freeman tiene que quedarse en ese lugar y en este tiempo.

Nuestra lucha persiste.

Su trabajo no ha acabado.