Ni la historia ni los personajes me pertenecen.
Capítulo 26
Seguimos avanzando, desconfiando de la estabilidad del túnel. Una vez más, me pareció que continuábamos durante una pequeña eternidad, pero el repentino y familiar olor a lilas me hizo sentir un rayo de esperanza. Al atravesar la estrecha curva, apareció una pizca de luz en la oscuridad.
Habíamos llegado al final del túnel y al Iliseeum.
—Niebla —anunció Sasuke— Puedo verla entrar por la abertura.
Toqué su hombro cuando no se movió.
—Sasuke.
Gruñó por lo bajo en su garganta, pero se aplastó contra la pared, sosteniendo la antorcha en alto. Al pasar junto a él, le di un rápido beso en la mejilla.
—Eso no ayuda —refunfuñó.
Habría sonreído, pero lo vi: zarcillos de espesa niebla que se filtraban por la abertura del túnel y se dirigían hacia nosotros. Avancé, elevando una plegaria para que Minato tuviera razón sobre mi capacidad de atravesar la niebla y para que fuera cierta mi sospecha de que no sólo me permitiría hacerlo, sino que también se dispersaría, haciendo que los demás estuvieran a salvo.
La magia Primal se elevó desde el suelo de la caverna, formando unos dedos difusos mientras se extendía hacia mí. Levanté la mano.
—No me gusta esto —murmuró Sasuke detrás de mí.
—No debería hacerle daño —le recordó Naruto, pero la preocupación se reflejaba en sus palabras.
La niebla me roza la piel, la siento fresca, húmeda y viva. La niebla se retrajo, bajando al suelo y desapareciendo. Exhalé bruscamente, mirando por encima del hombro.
—No pasa nada.
Sasuke asintió y yo me adelanté. La abertura no era tan grande, sólo un metro de alto y dos de ancho.
—Tendrás que arrastrarte.
—Ve despacio —aconsejó Sasuke— No tenemos ni idea de lo que hay al otro lado.
—Con suerte, no un draken buscando servir algo de carne roja asada al fuego —murmuró Kiba desde algún lugar de la oscuridad.
—Bueno, eso puso una imagen agradable en mi mente —respondió Iruka.
Esperando exactamente lo mismo que Kiba, me arrodillé y avancé poco a poco.
—Esperen —les dije.
Había más niebla, tan espesa que parecía que las nubes habían descendido al suelo. Extendí la mano tentativamente, la magia se dispersó y diluyó cuando la brillante luz del sol penetró lo que quedaba de la niebla. Entrecerrando los ojos ante la repentina luz después de haber estado tanto tiempo en la oscuridad, me deslicé, con las rodillas y las manos rozando la piedra y la tierra suelta y arenosa.
Con una mano en el pecho y la otra en la daga del wolven en el muslo, me levanté y di un paso adelante. El suelo temblaba débilmente bajo mis pies. Me quedé paralizada y miré hacia abajo para ver cómo temblaban las pequeñas rocas y los trozos de arena y tierra. Al cabo de un instante, el temblor cesó y levanté la mirada. La niebla había desaparecido por completo y pude echar un primer vistazo a Iliseeum.
Mis labios se separaron mientras mis manos se alejaban de mis dagas. El cielo era de un azul que me recordaba a los ojos de los lobos, pálido e invernal, pero el aire era cálido y olía a lilas. Mi mirada recorrió el paisaje.
—Dioses —susurré, levantando la barbilla mientras mi mirada subía y bajaba por las enormes estatuas talladas en lo que supuse que era piedra de sombra.
Eran tan altas como las que había visto en Evaemon, las que parecían raspar el cielo, y tenía que haber cientos de ellas en fila, continuando a la izquierda y a la derecha hasta donde podía ver. Tal vez incluso miles.
Las estatuas eran de mujeres, con la cabeza baja. Cada mano sostenía una espada de piedra que sobresalía hacia adelante. Las mujeres de piedra tenían alas que brotaban de sus espaldas, desplegadas, y cada una tocaba las alas de las que estaban a su lado. Formaban una especie de cadena que bloqueaba lo que había más allá. Sólo se podía pasar por debajo de las alas.
Eran hermosas.
—¿Saku? —la voz de Sasuke se acercó a la brecha— ¿Estás bien ahí fuera?
—Sí. Lo siento —Aclaré mi garganta— Es seguro.
Al cabo de unos instantes, Sasuke y el resto salieron, viniendo a situarse a mi lado en silencio. Todos se quedaron mirando las estatuas, con su asombro burbujeante y azucarado.
—¿Se supone que representan al draken? —pregunté.
—No lo sé —la mano de Sasuke tocó mi espalda baja— Sin embargo, son impresionantes.
Realmente lo eran.
—Supongo que debemos seguir caminando y ver si lo que están vigilando es lo que estamos buscando.
Comenzamos a cruzar la tierra estéril, buscando cualquier signo de vida. No había nada. Ningún sonido. Ni siquiera una brisa o el lejano llamado de un pájaro.
—Esto es un poco espeluznante —murmuré, mirando a mi alrededor— El silencio.
—Estoy de acuerdo. Tal vez esto debería llamarse la Tierra de los Muertos —dijo Iruka mientras caminaba bajo el ala sombría de una mujer de piedra.
Un débil temblor agitó el suelo bajo nuestros pies. Sasuke extendió una mano. Todos nos detuvimos.
—Esto sucedió antes —les dije— Se detuvo…
El suelo estalló en varios géiseres a nuestro alrededor, lanzando nubes de tierra al aire y arrojando pequeñas rocas en todas direcciones.
—Supongo que eso no ocurrió la última vez —comentó Ino.
—No.
Levanté una mano cuando los trozos de tierra me golpearon la cara y el brazo, el suelo se abrió entre Sasuke y yo. Otro embudo de tierra explotó justo delante de Kiba, obligándole a retroceder varios pasos. Tosió.
—Eso fue grosero.
El suelo se estabilizó mientras el polvo y la suciedad volvían a caer a la tierra.
—¿Siguen todos con nosotros? —preguntó Iruka, secándose la cara.
Lo estábamos.
—Cuidado —Sasuke se arrodilló cerca de la abertura entre nosotros— Este es un infierno de agujero —levantó la vista, encontrando mi mirada y luego la de Naruto. Se levantó lentamente— Tengo la sensación de que podemos haber desencadenado algo.
—¿Desencadenar qué? —preguntó Kiba, asomándose por el borde, entrecerrando los ojos— Esperen —su cabeza se inclinó hacia un lado— Creo que... ¡mierda!
Saltó hacia atrás y tropezó con sus pies, recuperándose un segundo antes de caer de culo.
—¿Qué? —Ino exigió, alcanzando sus espadas— Detalles. Serían útiles a la hora de...
Entre Sasuke y yo, aparecieron los huesos blanqueados de una mano, con los dedos clavados en la tierra suelta.
—¿Qué es esto, en el mundo del combustible para pesadillas? —murmuró Sasuke.
Esos dedos estaban conectados a un brazo, un brazo que no era nada más que un esqueleto. Apareció la parte superior de una calavera. Mis ojos se abrieron de par en par con horror. La suciedad salía de las cuencas oculares vacías.
—¡Esqueletos! —gritó Ino, desenvainando sus espadas— ¿No podías haber dicho que habías visto esqueletos en el agujero?
Sasuke maldijo mientras aparecía otra mano huesuda, ésta empuñando una espada.
—¡Esqueletos armados! —Ino gritó— ¿No podrías haber dicho que viste esqueletos armados en el agujero?
—Lo siento —Kiba desenganchó sus espadas— Me sorprendió la visión de putos esqueletos completamente funcionales con armas. Mis disculpas.
Miré la espada: la hoja era tan negra como las estatuas. El mismo tipo de hojas que había visto en las criptas con las deidades.
—Piedra de sombra —una imagen de mi madre pasó ante mí, de ella sacando una hoja negra y delgada de su bota— Sus espadas son como la que tenía mi madre. Tiene que ser un recuerdo real.
—Saku, me alegro de que sepas que era real —Sasuke sacó sus espadas— Pero probablemente deberíamos discutir eso más tarde, como cuando no estemos enfrentando un ejército de muertos.
—Pregunta —gritó Iruka, con la espada en la mano mientras la parte superior de un cráneo aparecía desde el agujero más cercano a él— ¿Cómo se mata exactamente lo que presumiblemente ya está muerto?
—Como super-muerto —aclaró Ino, ya que el que tenía delante estaba ahora a medio camino de salir del agujero, con una túnica marrón apagada y raída colgada sobre el hombro de su esqueleto.
A través de la ropa desgarrada, veía una masa retorcida de tierra que latía detrás de sus costillas. Sasuke se movió tan rápido como un rayo embotellado, clavando su espada en el pecho del esqueleto y atravesando el bulto de tierra. El esqueleto se hizo añicos, con espada y todo, deshaciéndose en polvo.
—¿Así?
—Oh. —Respondió Ino— De acuerdo entonces.
Me giré cuando Naruto clavó su espada en el pecho de uno de ellos. Detrás de nosotros había una docena de agujeros, una docena de guardias esqueléticos a medio camino del suelo.
Otra imagen llenó mi mente, una que no era la de mi madre, sino la de una mujer de pelo blanco plateado, la que había visto en mi mente mientras estaba en las Cámaras de Jiraya. Había golpeado las manos contra la tierra y el suelo se había abierto, con los dedos de hueso abriéndose paso.
—Sus soldados —susurré.
—¿Qué? —preguntó Sasuke.
—Estos son sus…
Libre de cualquier agujero del que se había arrastrado literalmente, uno de los soldados esqueléticos se precipitó hacia mí, levantando su espada. Deslizando la daga de mi arnés de pecho, me lancé hacia delante, clavando la hoja en el amasijo de tierra palpitante. El esqueleto explotó y otro ocupó su lugar. Detrás de él, otro soldado esquelético levantó su espada. Pateando, planté mi bota en el pecho del soldado, empujándolo hacia otro.
Sasuke salió disparado hacia delante, clavando su espada en el corazón de tierra del que estaba más cerca. Giré, clavando mi daga en el pecho del esqueleto, haciendo una mueca de dolor cuando la hoja melló el hueso antes de golpear el corazón.
—Cortar la cabeza no funciona —gritó Kiba, y me giré para ver un... un esqueleto sin cabeza que seguía al atlante atónito— Repito. ¡No funciona!
Ino se giró, clavando una espada en el pecho de un soldado, y su otra hoja en el esqueleto sin cabeza.
—Tú —le dijo a Kiba— eres un desastre.
—Y tú… eres hermosa —respondió él con una sonrisa.
La hembra lobo puso los ojos en blanco mientras giraba, derribando a otro mientras Kiba clavaba su espada en el pecho de uno que venía hacia él. Sasuke empujó a un soldado hacia atrás mientras le clavaba la espada en las costillas. Detrás de él, un soldado corrió hacia él. Salí disparada junto a Sasuke, apuñalando a la criatura en el pecho
El suelo volvió a temblar. Nuevos géiseres de tierra estallaron en el aire.
—Tienes que estar bromeando —gruñó Naruto.
Me giré, con el corazón palpitando mientras... cientos de erupciones se sucedían por el suelo estéril, desde el lado de las Montañas de Jiraya, hasta las mujeres de piedra. Estos soldados eran más rápidos, saliendo de los agujeros en cuestión de latidos.
—Buenos dioses —Ino volvió a tropezar con Kiba. Él la sostuvo antes de que se volvieran a colocar espalda con espalda.
Un soldado esquelético corrió hacia adelante sobre sus pies huesudos, con la espada en alto. Su mandíbula se desencajó, abriéndose de par en par para revelar nada más que un vacío negro y el sonido del viento gritando. La fuerza me echó la trenza hacia atrás y me tiró de la túnica.
—Grosero —murmuré, casi ahogándome con el aroma de las lilas rancias.
Un humo negro y aceitoso salió de la boca del esqueleto, espesándose y solidificándose al caer al suelo, formando gruesas cuerdas que se deslizaban hacia delante...
—¡Oh mis dioses! —grite— ¡No son cuerdas! ¡No son cuerdas! ¡Serpientes!
—Mierda —jadeó Iruka cuando Sasuke atravesó con su espada la espalda del esqueleto que gritaba— Eso no está bien.
—Lamento la decisión de unirme a todos ustedes —anunció Kiba— Lamento mucho esta decisión.
Serpientes. Dioses. Odiaba las serpientes.
La bilis me subió a la garganta mientras bailaba fuera del camino de las serpientes. Mi grito se hizo presente en mi garganta cuando varios de los otros esqueletos aullaron. Siguió más humo negro. Más serpientes. Retorciéndome, clavé mi daga en el pecho de un soldado. Tendría que poner sobre la mesa lo que estaba viendo y lidiar con las pesadillas de toda la vida más tarde.
Sasuke eliminó a un soldado mientras golpeaba con su bota a una serpiente. La serpiente de humo se aplastó en una mancha aceitosa, lo que me revolvió el estómago.
También tendría que vomitar por eso más tarde.
—Saku —Su cabeza se levantó— Sé que dijiste que no creías que debías usar el éter, pero realmente creo que ahora sería un buen momento para volverte completamente como una deidad con estos cabrones.
—Secundo eso —dijo Ino mientras pateaba una serpiente lejos de ella.
Aterrizó cerca de su hermano, que la miró mal.
Tuve que estar de acuerdo mientras clavaba mi daga en el pecho de un soldado. Las serpientes de humo que se asustan superan cualquier riesgo que el uso de eather en Iliseeum presentaba.
Envainé mis dagas. Concentrándome en el zumbido de mi pecho, dejé que saliera a la superficie de mi piel. No, me di cuenta. La invoqué a la superficie. Una luz blanca y plateada se agolpó a los lados de mi visión mientras chispeaba sobre mi piel... Los soldados esqueléticos se volvieron hacia mí. Todos ellos. Sus bocas se abrieron mientras gritaban. El humo salía de los vacíos, cayendo al suelo.
—Oh —Naruto se enderezó— Mierda.
Eso no expresaba ni remotamente lo que sentía mientras cientos de serpientes se deslizaban por la tierra, alrededor de los agujeros. Maldiciendo violentamente, Sasuke volvió a pisar su bota. Los soldados se movieron al unísono, corriendo hacia mí. En mi mente, no me imaginaba la fina telaraña. Necesitaba algo más rápido, más intenso. Algo definitivo. Y ni siquiera sabía por qué, pero pensé en las antorchas del Templo de Jiraya y en sus llamas plateadas.
Fuego.
Dioses, si me equivocaba, no sería la única en lamentar esto, pero imaginé las llamas en mi mente, blancas, plateadas e intensas.
Mis manos se calentaban y hormigueaban. Todo mi cuerpo palpitaba de calor y poder. No sabía si era el instinto o si era porque las serpientes estaban muy cerca, pero levanté las manos. Unas llamas blancas y plateadas bajaron en espiral por mis brazos y brotaron de mis palmas. Alguien jadeó. Podría haber sido yo. El fuego rugió, lamiendo el suelo y atrapando a las serpientes. Las criaturas siseaban y chillaban mientras las llamas las consumían.
El infierno se extendió por la tierra, golpeando a los esqueletos con una ola de llamas. Una luz crepitante y ardiente se extendió entre Sasuke y Naruto, bañando a los soldados allí presentes, y luego se extendió desde mí, siguiendo exactamente lo que veía en mi mente, quemando sólo los esqueletos y las serpientes, dejando todo lo demás intacto. Y entonces retiré el éter, imaginando que retrocedía y volvía a mí. El fuego palpitó intensamente, acercándose a Sasuke y a los demás como si quisiera consumirlos también, pero yo no quería eso. Las llamas se volvieron blancas y brillantes, escupiendo chispas en el aire y luego apagándose hasta que sólo quedaron tenues volutas de humo pálido.
Todos me miraban.
—Yo... yo no sabía si eso funcionaría o no —admití.
—Bueno... —Ino sacó la palabra, con los ojos pálidos muy abiertos— Estoy segura de que no soy la única que está agradecida de que lo hayas hecho.
Me miré las manos y luego las levanté, encontrando a Sasuke.
—Supongo que soy la Reina de la Carne y el Fuego.
Sasuke asintió con la cabeza mientras caminaba hacia mí, sus ojos de un ónix ardiente.
—Sé que eres la Reina de mi corazón.
Parpadeando, bajé las manos cuando se detuvo frente a mí.
—¿En serio acabas de decir eso?
Un hoyuelo apareció cuando me agarró la nuca y bajó su cabeza hacia la mía.
—Seguro que sí.
—Eso fue tan... cursi —dije.
—Lo sé.
Sasuke me besó, y no hubo nada ridículo en ello. Su lengua separó mis labios, y agradecí su sabor.
—Esto es un poco incómodo —observó Ino.
—Hacen esto todo el tiempo —suspiró Naruto— Te acostumbrarás.
—Mejor eso que ellos peleando —comentó Iruka.
Sasuke sonrió contra mis labios.
—Eres extraordinaria —murmuró— No lo olvides nunca.
Lo besé en respuesta, y luego, lamentablemente, me liberé.
—Probablemente deberíamos movernos. Podrían venir más.
—Esperemos que no —dijo Kiba, envainando sus espadas.
—¿Están todos bien? —preguntó Sasuke mientras empezábamos a caminar— ¿Sin mordeduras de serpiente?
Por suerte, todo el mundo estaba bien, pero cuando nos acercamos a las sombras de las mujeres de piedra, dije:
—Tal vez debería ir yo primero.
Iruka se inclinó, extendiendo un brazo mientras Ino se sacudía el polvo de sus trenzas.
—Adelante.
Mi sonrisa se congeló cuando me adentré tímidamente en la sombra de un ala. El suelo temblaba, pero eran los agujeros, que volvían a llenarse de tierra. El paisaje volvía a ser plano y completo.
—Está bien —suspiré— Esa es una buena señal.
Sasuke fue el primero en unirse a mí y luego los demás. Seguimos adelante, pasando por debajo del ala. La tierra arenosa se endureció bajo nuestros pies. Aparecieron parches de hierba que dieron paso a una exuberante pradera de brillantes flores anaranjadas.
—Amapolas —susurró Iruka.
Separando los labios, miré a Sasuke. Sacudió la cabeza con ligera incredulidad. Las flores que atravesamos podrían haber sido una mera coincidencia, pero...
Mis pasos se ralentizaron cuando nos dimos cuenta de que estábamos llegando a la cima de una colina de suave pendiente y pudimos ver por fin lo que las mujeres de piedra y aquellos soldados esqueléticos habían estado custodiando. En el valle se asentaba un amplio Templo. Los pilares construidos con piedra de sombra se alineaban en la amplia escalinata en forma de media luna y en la columnata. La estructura era enorme, casi el doble del tamaño del palacio de Evaemon, incluso sin las alas adicionales. Se alzaba contra el cielo azul en altas torres y agujas, como si los dedos de la noche se alzaran desde la tierra para tocar la luz del día. Alrededor del templo había formas más pequeñas, posiblemente montículos o estatuas. No podía distinguir lo que eran desde esta distancia, pero no era lo único que había sido protegido. Era lo que descansaba en las colinas y valles, kilómetros más allá del templo.
Era Dalos, la Ciudad de los Dioses.
Los cálidos rayos de sol se reflejaban en las caras brillantes de los edificios que se extendían por las colinas. Las torres cristalinas se elevaban hacia el cielo en elegantes arcos, separando las tenues nubes blancas que salpicaban la ciudad y extendiéndose más allá de ellas, brillando como si un millar de estrellas las hubieran besado.
Se hizo un silencio de admiración mientras contemplábamos la ciudad. Pasaron varios momentos largos de silencio antes de que Kiba hablara, con voz gruesa.
—Tengo que creer que así es como se ve el Valle. Realmente podría serlo. Nada podría ser más hermoso.
—¿Crees que alguien en la ciudad este despierto? —preguntó Ino en voz baja.
Mi corazón se saltó un latido.
—¿Podría ser?
Sasuke negó con la cabeza.
—Es posible, pero nosotros... no lo averiguaremos —su mirada tocó la mía— Recuerda la advertencia de Shizune.
Tragué, asintiendo.
—No podemos ir a la ciudad —les recordé a todos— Tal vez los dioses estén despiertos allí, y por eso no podemos —miré a Kiba— O tal vez Dalos es una parte del Valle.
Kiba se aclaró la garganta y asintió.
—Sí.
Si los dioses estaban despiertos en la ciudad, tenía que preguntarme si no eran conscientes de lo que ocurría más allá de las Montañas de Jiraya. O si simplemente no les importaba.
—¿Crees que ese es el Templo donde Jiraya está durmiendo? —preguntó Iruka.
Naruto inhaló profundamente.
—Será mejor que lo averigüemos.
Comenzamos a bajar la colina, la hierba nos llegaba a las rodillas. El aire olía a lilas frescas y a... algo que no podía ubicar. Era un olor a madera, pero dulce. Un olor más que agradable. Intenté adivinarlo, pero no pude cuando llegamos al fondo de la colina.
La hierba se convirtió en una tierra blanca que me recordaba a la arena, pero no había ninguna playa que pudiera ver, y era más brillante que la arena. Brillaba al sol y crujía bajo nuestro...
—¿Estamos caminando sobre diamantes? —Ino se quedó mirando el suelo, con la incredulidad resonando en ella— Creo que en realidad estamos caminando sobre diamantes.
—No tengo palabras para esto —comentó Sasuke mientras Iruka se agachaba y recogía un trozo— Pero los diamantes nacen de las alegres lágrimas de los dioses, de los dioses enamorados.
Mi mirada se desvió hacia el Templo, y pensé en Jiraya y en la consorte a la que tanto protegía. Nadie sabía siquiera su nombre.
—Todos están mirando los diamantes —afirmó Naruto, con su cautela presionando mi piel— Mientras tanto, yo estoy esperando a que todos se den cuenta de lo que es esta estatua de culo gigante.
Miré lo que Naruto miraba y se me cayó el estómago. Los montículos que había visto desde la cima de la colina no eran varias estatuas pequeñas, sino una muy grande de... de lo que parecía ser un dragón dormido en las escaleras del Templo, justo a la derecha.
Se parecía a los bocetos que había visto en los libros que contenían fábulas, excepto que su cuello no era tan largo, e incluso con las alas talladas para estar pegadas al cuerpo, era mucho más grande.
—Vaya —murmuró Ino mientras nos acercábamos a la estatua y los escalones del templo.
—Demos pasos lentos —aconsejó Sasuke— Si este es el lugar de descanso de Jiraya, sus guardias pueden estar cerca, y no de piedra.
Draken.
—Si esto cobra vida, me voy de aquí —se quejó Kiba— Nunca verás a un atlante correr más rápido.
Una sonrisa irónica se dibujó en mis labios mientras me acercaba lentamente a la estatua, maravillada por la escultura. Desde los orificios nasales hasta la franja de púas que rodeaba la cabeza de la bestia, pasando por las garras y los cuernos en las puntas de las alas, se habían captado todos los detalles intrincados. ¿Cuánto tiempo habría tardado alguien en tallar algo tan grande?
Extendí la mano y pasé los dedos por el lado de su cara. La piedra era áspera y llena de baches, sorprendentemente...
—Saku —Sasuke me agarró de la muñeca— Lo de proceder con precaución también incluía no tocar cosas al azar —levantando mi mano hacia su boca, presionó un beso en mis dedos— ¿De acuerdo?
Asentí con la cabeza, dejando que me guiara.
—Pero la piedra estaba muy caliente. ¿No es una especie de...?
Sonó un trueno que reverberó en el valle. Miré hacia abajo, esperando que el suelo se abriera.
—Uh —Naruto comenzó a retroceder mientras miraba detrás de nosotros— Chicos…
Me di la vuelta, mis labios se separaron cuando un pedazo de la piedra se rompió sobre el lado de la cara de la bestia y se desprendió, revelando un tono más profundo de gris y… Un ojo. Un ojo abierto de color azul intenso con un aura de color blanco luminoso detrás de una pupila fina y vertical.
—Oh, mierda —susurró Kiba— Mierda. Mierda. Corran…
Un profundo sonido retumbante salió del interior de la estatua, haciendo que el miedo helado empapara mi piel. Las fisuras atravesaban la piedra. Secciones grandes y pequeñas se desprendieron, golpeando el suelo. Me quedé helada donde estaba. Nadie corrió. Ellos también se habían bloqueado. Tal vez por incredulidad o por la intuición de que correr no nos salvaría. Esto no era un dragón de piedra. Era un draken en su verdadera forma, levantándose de donde había estado apoyado contra el suelo, su cuerpo grande y musculoso sacudiéndose el polvo y los pequeños trozos de piedra.
Podría haber dejado de respirar.
El sonido profundo y retumbante continuó mientras el draken giraba la cabeza hacia nosotros, con su gruesa cola de púas barriendo los diamantes. Dos ojos azules vibrantes se fijaron en los míos.
—Quédate completamente quieta —ordenó Sasuke en voz baja— Por favor, Saku. No te muevas.
¿Como si pudiera hacer otra cosa?
Un gruñido bajo vibró desde el draken mientras sus labios se despegaban, revelando una hilera de grandes dientes más afilados que cualquier espada. El draken bajó la cabeza hacia mí. Mi corazón podría haberse detenido. Estaba mirando a un draken, un draken real, vivo, y era magnífico, aterrador y hermoso.
Los orificios nasales del draken se encendieron al olfatear el aire, al olfatearme a mí. El gruñido se calmó mientras seguía mirando con ojos tan llenos de inteligencia, que me asombró. Inclinó la cabeza. De su garganta salió un trino suave y zumbante, y no tenía ni idea de lo que significaba, pero tenía que ser mejor que el gruñido. Una fina membrana se agitó sobre sus ojos, y luego su mirada se desplazó más allá de mí, más allá de donde estaban Sasuke y los demás, hacia el Templo.
Una oleada de conciencia me estremeció, levantando los pequeños pelos de todo mi cuerpo. Una presión me empujó contra la nuca, perforando el centro de mi espalda. Me di la vuelta sin haber tomado realmente una decisión consciente de hacerlo. Sasuke hizo lo mismo. No supe si alguno de los otros me siguió, porque lo único que podía ver ahora era al hombre que estaba de pie en las escaleras del Templo, entre dos pilares.
Era alto, más alto incluso que Sasuke. El pelo blanco de media longitud le caía hasta los hombros, brillando con un rojo cobrizo a la luz del sol. La piel blanquecina y oscura de sus rasgos era todo planos y ángulos, unidos con la misma hermosa maestría que el caparazón de piedra que había encerrado al draken. Él habría sido el ser más bello que jamás había visto si no fuera por la infinita frialdad de sus rasgos y sus ojos luminosos del color de la luna más brillante. Sabía quién era a pesar de que su rostro nunca había sido pintado o esculpido.
Era Jiraya.
El Rey de los dioses estaba frente a nosotros, vestido con una túnica blanca que llevaba sobre unos pantalones negros sueltos. También iba descalzo.
No sé por qué me fijé en eso, pero lo hice.
También esa fue la razón por la que me quedé un poco atrás de todos los demás que ya se habían arrodillado, poniendo una mano sobre sus corazones y las palmas de las manos en el suelo.
—Saku. —susurró Sasuke, con la cabeza inclinada.
Me dejé caer tan rápido que casi me caigo de cara. Las afiladas crestas de los diamantes se clavaron en mi rodilla, pero apenas lo sentí al colocar mi mano derecha sobre mi corazón y la palma izquierda en la superficie rocosa. El aliento caliente agitó los mechones de cabello en la parte posterior de mi cuello, enviando un rayo de inquietud por mi columna vertebral. A esto le siguió un sonido áspero y resoplido recordándome un montón de risas.
—Qué interesante —vino una voz tan cargada de poder y autoridad que presionó mi cráneo— Has despertado a Orochimaru y todavía respiras. Eso solo puede significar una cosa. Mi sangre se arrodilla ante mí.
El silencio resonó a mi alrededor mientras levantaba la cabeza. Había varios metros entre el dios y yo, pero su mirada de ojos plateados me atravesó.
—Lo soy.
—Eso lo sé —respondió— Te vi mientras dormía, arrodillada junto al que te arrodillas ahora.
—Fue cuando nos casamos —Habló Sasuke, con la cabeza aún inclinada.
—Y les di mi bendición. —añadió Jiraya— Sin embargo, se atreven a entrar a Iliseeum y despertarme. Qué manera de mostrar su gratitud. ¿Debería matarlos a todos antes de saber por qué, o me importa lo suficiente como para descubrir sus razones?
Todo lo que había experimentado en mi vida podría ser lo que me había llevado hasta este momento. Podría haber sido el miedo amargo que atravesaba a Sasuke, miedo por mí y no por él. Podría haber sido mi miedo por él y por mis amigos. Probablemente fueron todas esas cosas las que me impulsaron a ponerme de pie y soltar mi lengua.
—¿Qué tal si no matas a ninguno de nosotros, considerando que has estado dormido por eones y que hemos venido a buscar tu ayuda?
El Rey de los Dioses bajó un escalón.
—¿Qué tal si te mato a ti?
Sasuke se movió tan rápido que apenas lo vi hasta que estuvo de pie frente a mí, usando su cuerpo como escudo.
—Ella no quiere faltarte al respeto.
—Sin embargo, me ha faltado al respeto.
Mi estómago se retorció cuando los dedos de Naruto se clavaron e los diamantes. Yo sabía que ni siquiera el hombre lobo me protegería de esta situación. Puede que yo represente a las deidades para ellos, pero Jiraya era el dios que les dio forma mortal.
—Lo siento —dije, intentando apartarme, pero Sasuke también se movió manteniéndome detrás de él.
—¿Entonces debo matarlo a él? —Jiraya sugirió, y el terror convirtió mi sangre en hielo— Tengo la sensación que eso serviría de mejor lección que tu muerte. Estoy seguro que entonces cuidarías tus modales.
El miedo real por Sasuke se apoderó de mí, llegando a lo más profundo y hundiendo sus garras viciosas en mi pecho. Jiraya podía hacerlo con un pensamiento, y ese conocimiento cortó cualquier autocontrol que tuviera. El calor me invadió, convirtiendo el hielo de mi sangre en aguanieve. La ira inundó cada parte de mi cuerpo, y se sintió tan potente como la voz del dios.
—No.
Sasuke se puso rígido.
—¿No? —repitió el Rey de los dioses.
La furia y la determinación se mezclaron con los latidos en mi pecho. El temor palpitaba por todo mi cuerpo, y esta vez, cuando esquivé a Sasuke, no fue lo suficientemente rápido como para bloquearme. Me paré frente a él, con las manos a los lados y los pies abiertos. Una luz blanca y plateada crepitó sobre mi piel, y supe que no podía hacer nada para detener a Jiraya. Si nos quería muertos, moriríamos, pero eso no significaba que me quedaría de brazos cruzados. Moriría mil veces antes de permitirlo. Yo podría...
Sin previo aviso, una imagen apareció en mi mente. La mujer de pelo plateado de pie frente a otra mientras las estrellas caían del cielo, ella tenía sus manos hechas puños. Sus palabras salieron de mis labios.
—No dejaré que le hagas daño a ninguno de mis amigos.
La cabeza de Jiraya se inclinó hacia un lado mientras sus ojos se abrían ligeramente.
—Interesante —murmuró, su mirada clavada en mí— Ahora entiendo por qué dormir ha sido tan difícil últimamente, por qué soñamos tan intensamente —Hizo una breve pausa— Y no necesitas de nadie para defenderte.
Su declaración me sacudió lo suficiente como para que el eather se apagara.
—Aunque —continuó, su mirada se deslizó hacia donde estaba Sasuke— es admirable que lo hagas. Veo que mi aprobación de la unión no fue un error.
El aliento que me abandonó fue de alivio, pero entonces Jiraya se dio la vuelta y empezó a subir las escaleras. ¿A dónde iba? Me adelanté y el dios se detuvo, mirando por encima del hombro.
—Querías hablar. Ven. Pero solo tú. Nadie más puede entrar o morirá.
Con el corazón retumbando, me giré hacia Sasuke. Sus rasgos eran afilados como el cristal, con los ojos brillantes clavados en los míos. Una desesperada sensación de impotencia resonaba en él. No quería que entrara en ese templo, pero sabía que tenía que hacerlo.
—No hagas que te maten. —Ordenó— Estaré muy enfadado si lo haces.
—No lo haré —prometí. Al menos esperaba no hacerlo. El draken llamado Orochimaru volvió a emitir ese sonido de risa grave— Te amo.
—Demuéstramelo luego.
Respirando superficialmente, asentí y me di la vuelta, siguiendo al Rey de los dioses. Se paró frente a la puerta abierta, extendiendo una mano hacia el interior sombrío. Esperando volver a salir, entré.
—Asegúrate de que se comporten, Orochimaru —Pidió el dios.
Me giré para ver que Sasuke y los demás se levantaban mientras el draken golpeaba con su cola en el suelo sembrado de diamantes. Las puertas se cerraron sin hacer ruido, y de pronto me encontré a solas con el Rey de los dioses. La valentía idiota que me había invadido antes se desvaneció rápidamente cuando Jiraya no dijo nada y se limitó a mirarme fijamente. Hice lo que no me había permitido desde que lo vi por primera vez. Abrí mis sentidos dejando que se estiraran...
—Yo no haría eso.
Respiré sobresaltada.
—Sería muy imprudente. —Jiraya bajó la barbilla. Sus ojos ardían como plata brillante— Y muy descortés.
El aire se apretó en mi garganta mientras recuperaba los sentidos. Miré rápidamente, buscando otra salida sin darle la espalda. No había más que paredes negras y candelabros. Pero, ¿a quién quería engañar? Sabía que correr no serviría de nada.
Entonces Jiraya se movió, avanzando a grandes zancadas. Me tensé y apareció una sonrisa.
—¿Recordando tus modales ahora?
—Sí —susurré.
Se rio entre dientes, y el sonido... fue como el viento en un día cálido.
—La valentía es una bestia fugaz, ¿no? Siempre está ahí para meterte en problemas, pero desaparece rápidamente una vez que estás donde quieres estar.
Nunca se había dicho palabras más ciertas.
El aroma a sándalo me rodeó al pasar. Me giré, viendo finalmente el resto de la cámara. Dos grandes puertas estaban cerradas. A ambos lados se alzaban unas sinuosas escaleras de piedra escondidas entre sombras.
—Siéntate.
Ofreció, señalando dos sillas blancas en el centro de la cámara. Entre ellas había una mesa redonda de hueso, encima se encontraba una botella y dos copas. Fruncí el ceño cuando quité la mirada de la mesa y las sillas y me enfoqué en el dios.
—Nos estabas esperando.
—No —Se sentó en una de las sillas y cogió la botella— Te esperaba a ti.
Me quedé parada.
—Entonces no te despertamos.
—Oh, me despertaste desde hace tiempo —respondió, sirviendo lo que parecía vino tinto en una delicada copa— No estaba seguro por qué, pero empiezo a entenderlo.
Mis pensamientos dieron vueltas.
—Entonces, ¿por qué amenazaste con matarnos?
—Dejemos claro una cosa, Reina de Carne y Fuego —dijo, y un escalofrío me recorrió cuando me miró— Yo no amenazo con la muerte, yo hago que la muerte ocurra. Simplemente tenía curiosidad por ver de qué estaban hechos tú y tus elegidos —Sonrió ligeramente, sirviendo vino en la otra copa— Siéntate.
Me obligué a mover las piernas. Mis botas no hicieron ningún ruido mientras caminaba. Me senté rígidamente mientras me decía a mí misma que no debía hacer ninguna de las mil preguntas que estaba pensando. Era mejor ir al grano y salir de allí lo más rápido posible. Pero eso no fue lo que ocurrió.
—¿Hay otros dioses despiertos? ¿Sus Consortes? —Solté.
Una ceja se alzó mientras volvía a colocar la botella sobre la mesa.
—Sabes la respuesta a eso. Tú misma has visto uno.
Se me cortó la respiración. Aios había aparecido mientras estábamos en las montañas Skotos, impidiendo lo que habría sido una muerte muy desagradable.
—Algunos se han despertado lo suficiente como para ser conscientes del reino exterior de los demás. Otros han permanecido en un estado semilúcido. Unos pocos todavía están en el sueño más profundo —Respondió— Mi Consorte duerme ahora, pero lo hace de forma irregular.
—¿Cuánto tiempo llevas despierto? ¿Los demás?
—Es difícil de decir —Deslizó la copa hacia mí— Ha sido intermitente durante siglos, pero más frecuente en las últimas dos décadas.
No toqué la copa.
—¿Sabes lo que ha ocurrido en Atlantia? ¿Solís?
—Soy el Rey de los dioses —Se inclinó hacia atrás, cruzando una pierna sobre otra. Su postura y todo en él era relajada. Me inquietó porque bajo toda esa soltura había un hilo de intensidad— ¿Tú qué piensas?
Mis labios se separaron con incredulidad.
—¿Entonces sabes de los Ascendidos… lo que han hecho a la gente, a los mortales, a tus hijos? ¿Cómo no has intervenido? ¿Por qué ninguno de los dioses ha intervenido para hacer algo para detenerlos?
En el momento que esos reclamos salieron de mi boca todo mi cuerpo se congeló de miedo. Sin duda iba a matarme ahora, con o sin sangre compartida. Pero solo sonrió.
—Te pareces tanto a ella —Se rio— Ella estará encantada de saber de esto.
Mis hombros se tensaron.
—¿Quién?
—¿Sabías que la mayoría de los dioses que duermen ahora no fueron los primeros? —Preguntó Jiraya en lugar de responder, bebiendo su vino— Hubo otros conocidos como los Primal. Ellos fueron los que crearon el aire que respiramos, la tierra que cosechamos, los mares que nos rodean, los reinos y todo lo que hay entre ellos.
—No, no lo sabía —admití, pensando en lo que Akatsuki dijo sobre que Jiraya fue una vez el Dios de la Muerte y el Dios Primordial de los Hombres y los Finales.
—La mayoría no sabe. Una vez fueron grandes gobernantes y protectores de los hombres. Eso no duró. Al igual que como los hijos de los que ahora duermen, se volvieron corruptos e incontrolables —me dijo, su mirada se dirigió a su bebida— Si superas en qué se convirtieron, la clase de maldad e ira que esparcieron sobre la tierra y el hombre, estarías atormentada hasta el final de tus días. Teníamos que detenerlos. Y lo hicimos —Esa ceja, la derecha, se levantó de nuevo— Pero no antes de que acabáramos con las tierras de los mortales como aquellos que sobrevivieron las recuerdan, enviándolos a la edad oscura que tomó siglos y siglos para que volviera a salir a flote. A puesto a que tampoco lo sabías.
Sacudí la cabeza.
—No lo sabrías. La historia de todo lo que había antes fue destruida. Solo un puñado de estructuras sobrevivió —afirmó, agitando el líquido rojo en su copa— Se hicieron sacrificios impensables para asegurar que esa corrupción no volviera a infectar el mundo, pero, obviamente, los mortales desconfiaron de los dioses. Hicimos un pacto de sangre con ellos, uno que aseguraba que solo los dioses nacidos en el reino de los mortales podían retener sus poderes allí —Los ojos de plata brillante se alzaron hacia los míos una vez más— Ninguno de los dioses puede entrar en el reino de los mortales sin debilitarse mucho… y tampoco recurrir a lo que está prohibido para conseguir todos sus poderes. Por eso no hemos intervenido. Por eso mi Consorte duerme con agitación, Saku.
Me estremecí al oír mi apodo. Todo esto sonaba como una explicación razonable del por qué no se habían involucrado, pero algo me llamó la atención.
—¿Cómo... cómo nace un dios en el reino de los mortales?
—Buena pregunta —Sonrió detrás de su copa de vino— No deberían de poder hacerlo.
Fruncí el ceño.
Su sonrisa aumentó. Y entonces se me ocurrió, lo que había dicho acerca de que solo unos pocos dioses Primal se encontraban entre los que ahora dormían. Si lo que Akatsuki había afirmado era cierto, y Jiraya ya era un dios antes de convertirse en esto…
—¿Eres un Primal?
—Lo soy —Me miró fijamente— Lo que significa que tienes sangre Primal en ti. Eso es lo que alimenta tu valentía. Por eso eres tan poderosa.
Tomé un sorbo entonces, tragando un poco del vino tan dulce.
—¿Significa que mi madre podría haber sido mortal?
—Tu madre podría haber sido cualquier tipo de sangre, y tú seguirías siendo lo que eres hoy, a pesar de todo. Inesperada, pero... bienvenida de todos modos —dijo, y antes de que tuviera la oportunidad de procesar lo que eso podría significar, continuó— Pero eso no es sobre lo que has venido a hablar conmigo, ¿verdad? Y apuesto a que tienes muchas preguntas. —Un lado de sus labios se inclinó hacia arriba, mientras una mirada algo... cariñosa se deslizaba por sus rasgos, pero el resto de él se mantuvo frío— ¿Es tu hermano quien quieres que sea? ¿Es tuya la madre que recuerdas? —Sus ojos se clavaron en los míos mientras la piel se me ponía de gallina— ¿Son tus sueños realidad o solo tu imaginación? ¿Quién mató realmente a los que llamabas mamá y papá? Pero no tienes mucho tiempo para hacer esas preguntas. Solo tienes tiempo para una. Estas tierras no son para tus amigos ni para tu amante. Si se quedan mucho más tiempo, no podrán irse jamás.
Me puse rígida.
—Ninguno de nosotros ha entrado en Dalos.
—No importa. ¿Has venido a pedirme ayuda? No hay nada que pueda hacer por ti.
—No necesito de tu ayuda. —Aclaré, colocando mi copa sobre la mesa. Dioses, sabía cuántas preguntas quería hacer sobre Sasori, mis padres y los recuerdos, pero este viaje no era sobre mí. Se trataba de los que me esperaban afuera y de todos los que aún no había conocido— Necesito la ayuda de tus guardias.
La ceja de Jiraya se levantó.
—Sabes quiénes son mis guardias.
—Ahora lo sé —murmuré en voz baja. Su cabeza se inclinó, me aclaré la garganta— Conoces lo que están haciendo los Ascendidos, ¿verdad? Están utilizando a los Atlantes para hacer más de ellos, y se están alimentando de mortales inocentes. Tenemos que detenerlos. Me he enterado de que los Ascendidos han creado algo que me dijeron solo tus guardias pueden ayudarnos a detener. Algo llamado los Renacidos.
El cambio que se produjo en el dios fue instantáneo y definitivo. La fachada de tranquilidad se desvaneció. Rayos blancos se extendieron por sus iris, luminosos y crepitantes. Todo en él se endureció, y mis instintos se pusieron en alerta máxima.
—¿Qué? —Me aventuré— ¿Sabes qué son los Renacidos?
Un músculo se tensó en su mandíbula.
—Son una abominación de la vida y la muerte —Él se puso de pie bruscamente, el color de sus ojos cambió a un tono nacarado de acero— A lo que te enfrentas es un mayor mal que no debería de existir, y yo… yo lamento que veas lo que está por venir.
Bueno, eso no auguraba nada bueno.
—Tienes que irte, Reina —Las puertas desde detrás de mí se abrieron.
Me puse de pie.
—Pero tus guardias…
—Naciste de carne con el fuego de los dioses en tu sangre. Tú eres una Portadora de la Vida y de la Muerte —Interrumpió Jiraya— Tú eres la Reina de Carne y Fuego, esto debido a más de una Corona, un reino. Lo que buscas ya lo tienes. Siempre tuviste el poder en ti.
