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Algo con alas
Fortune's fool
Nueva York. La puerta se abre y las campanillas resuenan en la librería.
—¡Bienvenido!
Exclamé, detesto que esa mala costumbre de saludar me haya seguido desde Japón. De igual forma a nadie le importa, ni siquiera me miran, pretenden que no estoy, después de todo, a quién le importa la lesbiana en el mostrador. Ah, cierto, el "chico" del mostrador.
La rubia de cabello corto exhaló cansada. Hasta cierto punto le agradaba que la confundieran con un hombre, le facilitó flirtear con las mujeres.
Veamos que tenemos hoy.
En el carrito de libros leyó los títulos apilados:
La saga de "Harry Potter", la de "Divergente" y la de "Crepúsculo". Y pensar que leí 5 libros de esto por una chica. Incluso cuando el último aún no salía. Esa filtración fue un recordatorio para no escribir en una computadora conectada a internet. Gracias Stephenie Mayer. ¡Ah! Una novedad, "Padre rico, padre pobre", Robert T. Kiyosaki, la carrera de la rata y su idea de pagarte a ti mismo antes de disponer del dinero y que si necesitas, es mejor que te ocupes en conseguirlo porque el dinero que te "pagaste" es un ahorro para una futura inversión. ¿Quién quiere lidiar con esa presión? Sé que no me haré rica, pero puedo morir mañana del estrés que causa no tener dinero por haberlo separado para una inversión que probablemente… no, corrijo, nunca haré. ¡Oh! Louanne Brizendine, su libro de "El cerebro femenino", una lectura probablemente masculina para un púbero con Asperger que no entiende a las chicas. Ah, pero claro, también "El cerebro masculino", un libro en el que al menos el 60% de las páginas es una lista de la literatura que Louanne usó intentando encontrar algo más con que llenarlo. Ego, violencia y sexo eran muy poco de que hablar, otra prueba de la basicidad masculina.
La rubia continuó mirando los libros.
Pero qué tenemos aquí, "It", Stephen King; la orgía de los perdedores fue lo más y a la vez menos interesante del libro, que más bien no fue una orgía, fue un "gang bang"; tantos chicos, una chica, cero espadas, en lo personal creo que fue "mucho ruido y pocas nueces", pornografía básica masculina, pero hey, eso es lo que vende. "Mientras escribo", un libro que devela el hilo negro a aquellos sin talento que no saben escribir. Baudelaire y "Las flores del mal", creo que el título promete más de lo que es, aunque, ¿qué es? No encuentro poesía en ello, aunque quizás se deba a la barrera del lenguaje, las traducciones pueden ser una auténtica bazofia. Pablo Neruda y sus "20 poemas de amor y una canción desesperada". ¿Soy yo? ¿O todos sus poemas son sobre sexo? Cualquiera diría que me estoy proyectando. Paulo Coelho, "El peregrino", "Once minutos" y "Verónika decide morir"… nada que decir, es como cuando mi profesor de literatura dijo que perdíamos el tiempo leyendo a García Márquez, lo entendí hasta que terminé 100 años de porquería. Sexo, un pene con ropa y un pueblo que desaparece por una estúpida profecía, ¿en serio? Malditos cerdos… ¡Murakami!, "After dark", sobrevalorado. Oscar Wilde, "La importancia de llamarse Ernesto", nunca entendí por qué era importante, será que me aburrí tanto que dejé de poner atención. Lecturas obligadas, ¿a quién le importa cuando te obligan? La lectura debería ser por pasión, no por obligación. Estúpido adoctrinamiento. Jane Austen, ¿qué tienen las chicas con el Sr. Darcy?, es tóxico rayando en lo enfermizo. ¿Pero qué relación hetero no lo es? Si al menos tuviera más referencias… Ana Frank, "El gran Gatsby". ¡Ah! "Romeo y Julieta", "Los Miserables", por fin algo bueno, ¡oh! ¡Sonetos de Shakespeare! Por fin alguien con buen gusto.
La rubia se detuvo a hojear el último libro.
"Conservar algo que me ayude a recordarte significa admitir que te puedo olvidar". Amo esa frase.
Leer a Shakespeare solía poner una sonrisa en su rostro. La rubia disfrutaba de un breve instante de felicidad cuando risas frenéticas y el estruendo de libros cayendo la interrumpieron.
—¡Hey! —Gritó.
El trío de muchachos salió corriendo de la tienda haciendo sonar las campanas. La rubia se dirigió al lugar, el piso estaba lleno de libros.
—Malditos… fanáticos de Poe y Lovecraft —dijo evitando sonar malsonante. Inclinándose recogió las copias de "Narraciones extraordinarias" y la antología de Lovecraft cuando al mover un par de libros otro par se deslizó bajo el mueble.
"El Necronomicón" y una "Death note".
—¿Una "Death note"? —Se preguntó.
Ni siquiera era el conocido manga, era una copia de la libreta. La rubia rió con sorpresa.
—Bastardos…
Dejando los libros de lado hojeó la libreta, estaba intacta, sólo los escritos de su autor original según el manga estaban ahí, incluyendo las hojas que cortó, la lista de instrucciones, todo. La rubia pensó que habría sido una mejor réplica de haber hecho la tapa flexible y no dura.
Sería más creíble.
—No escribieron ni un nombre —se mofó con una risa—. Cobardes…
La rubia miró a la ventana buscándolos para devolver la libreta cuando se percató de lo tarde que era, la noche ya estaba cayendo en la ciudad y no se había dado cuenta. Fue entonces que notó a George afuera a contra esquina sentado en la húmeda escalera del café pidiendo dinero bajo el frío del invierno. George era el indigente lisiado del barrio, el hombre de cuarenta y tantos hedía en suciedad, orina y alcohol. Lo detestaba, el tipo aún era joven y fuerte como para mendigar, lo consideraba un parásito, un engendro, escoria humana.
Con la libreta en su poder, si mal no recordaba, un nombre, un rostro y escribirlo era lo único que se necesitaba para que alguien muriera.
Es ridículo…
La rubia dejó la libreta y negó recogiendo el resto de los libros.
Heme aquí, pensando en matar a un hombre por ser indigente… ¿Quién soy? ¿Patrick Bateman?
Los ojos de la rubia rodaron a la libreta en la mesa, a menudo lo pensaba, ¿a quién le importaría si George muere? Es sólo un indigente sin familia.
Es sólo es un juego… Se dijo.
Entonces recordó cuando solía ser fiel seguidora del manga de Oba y Obata, ella y su amiga Leah a la que nunca conoció, jugaban en línea a ser creativas y asesinarse una a la otra escribiendo sus muertes en un foro idéntico al del fanático en la historia.
Sólo un juego…
En ese momento, otro recuerdo le vino a la mente. En aquel tiempo la editorial del manga había prometido un regalo especial al ordenar del último número de la serie, cuando el regalo llegó resultó ser una tarjeta de "L Lawliet" con el nombre de la rubia debajo. Lo detestó. Odiaba a "L". Quería ser Kira, el Dios del mundo Kira, no el pusilánime escuálido detective "L" que ni siquiera pudo escapar de la voluntad del Dios de la muerte Kira.
Enfadada por el mal recuerdo, la rubia volvió a mirar a la ventana.
Estúpido George…
Odiaba a George tanto como a "L", constantemente imaginaba como moriría, un accidente, un desastre natural, suicidio, o darle muerte con sus propias manos. Sin más, la rubia tomó la libreta y con pluma en mano la abrió en una hoja en blanco.
Es sólo un juego… Se repitió.
La rubia consideró ponerse creativa como en aquellos días, pero eso tomaría mucho tiempo retrasando la muerte, lo más rápido sería sólo escribir el nombre y dejar que muera de un ataque al corazón como dictan las reglas, y así, podría verlo asegurándose de que suceda.
Sonrió.
¿Asegurarme de que suceda? Es sólo un juego, es ridículo.
La rubia alzó la mirada. Ahí estaba George, de nuevo hablando con la hermosa aguamarina que le obsequiaba una bebida y una bolsa de papel que debía contener comida, se inclinaba a él hablándole con una comprensión casi maternal, como compadeciéndose del sufrimiento del maldito bastardo, ¿cómo podía? El engendro era como la peste. ¿Cómo podía siquiera acercarse sin temor a infectarse?
La aguamarina se giró despidiéndose, pero la mano de George la detuvo. La rubia saltó. George la sujetó firmemente de la muñeca.
La rubia enfureció, la ira le corrió como la pólvora; aunque no conocía a la chica y apenas habían intercambiado un par de palabras el mendigo no era digno de ella, ni un gesto, ni una palabra, mucho menos tocarla.
¡¿Cómo te atreves?!
La rubia sintió la sangre hervir, su asquerosa, sarnosa y costrosa mano tocaba la blanca y límpida piel de la linda chica. La rubia tuvo el impulso de salir y protestar, pero, ¿qué iba a hacer? ¿Iba a exigir explicaciones a la chica de por qué era compasiva con los necesitados? ¿Iba a golpear a George alegando hacerle daño a la chica?
¡Maldito George! ¿A quién quiere engañar? Realmente no está lisiado, finge para provocar la lástima de hermosas y angelicales chicas. Estúpido George. Estúpido, ¡estúpido! ¡Estúpido George!
Alterada, la rubia bajó la mirada buscando algo con que sosegar la súbita furia que le invadió. Ahí estaba: la libreta, si necesitaba un empuje para escribir su nombre, ese era. Con pluma en mano y mirando a George hablando con la chica, por un momento deseó que la libreta fuera real. La rubia bajó la mirada y con grandes letras escribió en el ancho de dos hojas:
"George Dogherty".
La presión de la pluma desgarró el papel.
Maldito irlandés.
La rubia volvió los ojos hacia él.
¿Dónde está la chica? ¿En qué momento se marchó? No importa, lo único relevante es su muerte. 40 segundos. Debería morir dentro de 40 segundos de un paro cardiaco si no se especifica la muerte. 40…
La rubia clavó la mirada en el vago, aguardando, esperando impaciente su muerte. 10, 20, 30 segundos, quién sabe cuántos habrán pasado ya.
¿Por qué no muere? ¡Muere!
La rubia tembló expectante, su respiración se agitó, una gota de sudor corrió por su sien cuando de la nada, surgió una voz.
—Vaya, por un momento dudé que lo hicieras…
La rubia saltó espantada.
—Otra vez —completó la voz.
¿De dónde venía? Conocía esa voz.
¿Cómo entró? ¿Cuándo? No escuché las campanas, ¿por qué está tan oscuro?
La rubia buscó intentando ver derredor, la lúgubre tienda estaba vacía.
¿Dónde…? Ese aroma…
Ante la falta de luz su olfato se agudizó, si había algo totalmente opuesto al hedor de George ese era el delicado, suave, dulce y seductor aroma de la aguamarina, el cual percibió desde la primera vez que la vio. No olvidaría eso, ni el libro de Dante que compró.
—Llevaré esto —dijo la aguamarina dejando el libro en el mostrador.
—"La divina comedia" —dijo la rubia en la caja—. Interesante elección.
—Necesitaba algo entretenido, es aburrido a donde voy.
—Bueno, no consideraría "La divina comedia" como entretenida, quizás la parte de "El infierno". Pero, ¿vas de vacaciones? ¿A alguna playa tal vez? A mí no me gusta el calor, lo odio. ¿Es caliente a dónde vas?
—No tienes idea… —dijo la sonriente aguamarina.
Un par de ojos azules destellaron en la repentina fría oscuridad.
—Tenoh-Haruka.
El asombro abrió los ojos de la rubia que de pronto con un jadeo pudo ver su aliento en el aire. Haruka no era el nombre en su gafete, había tenido cuidado en la elección de su nueva identidad, Jude era algo fácil de recordar, algo "amigable" pensando en que cualquiera que entrara a la tienda la saludara con un "Hey Jude" como el clásico de "The Beatles".
Con un par de pasos la presencia salió a la luz de la única lámpara encendida.
Detrás de la hermosa y angelical aguamarina, un par de alas negras se abrieron y cerraron a su espalda. Haruka evocó las alas de Drogon tras de Daenerys y parpadeó un par de veces. ¿Lo imaginó?
—La libreta es falsa —dijo la chica paseándose por la tienda arrastrando los dedos sobre los libros de terror en la mesa—. Pero no el efecto.
La aguamarina sonrió con una mueca. Fue siniestra, como la de quién hubiese hecho una travesura, una diabólica travesura. Haruka la comparó con la sonrisa del gato de Cheshire, otro personaje que odiaba, creía que para haber escrito "Alice in wonderland", Carrol debía haber estado drogado, o demente.
La aguamarina dirigió la mirada a la ventana, siguiendo sus ojos, la rubia la imitó.
Del otro lado de la calle George se tomó de la garganta y luchó por respirar, levantándose del escalón cayó de rodillas en el suelo, de su boca brotó abundante espuma. El andrajoso, holgado y sucio ropaje lo convirtió en un perro rabioso.
Haruka perdió el aliento, George moría ante sus ojos. Imprudentes transeúntes se agruparon con curiosidad al alrededor del indigente, tomando fotos y video se acercaban mientras otros se alejaban con aversión y repulsión, de toda la masa, no hubo una sola alma piadosa que se atreviera a auxiliarlo. Su muerte era todo un espectáculo.
—Eso… eso no es un paro cardiaco —dijo Haruka.
—No, intoxicación —dijo la chica con sencillez—. Y, aunque la libreta fuese real; se llamaba Loid, no, George.
Un escalofrío le erizó la piel, ella lo sabía. Loid convulsionó tendido en la acera.
Frente a su cara la aguamarina agitó un vaso vacío de café.
—Te ayudé a decidirte —dijo—, hice el trabajo, deberías agradecer.
—No, ¡yo no lo pedí! —Exclamó Haruka al borde de un ataque de pánico, su respiración se entrecortó. En su pecho su corazón latía tan alto y tan fuerte que se sintió en "El corazón delator".
—Loid era un agente encubierto. Te estaba vigilando.
Haruka tembló.
—Fuiste tú, ¿no? —dijo la aguamarina en completa calma arrojando un viejo diario sobre la mesa.
"Mueren en accidente pilotos de F1"
Pese a sus esfuerzos por volver a empezar, el pasado de Haruka la había alcanzado de alguna forma…
Haruka alzó los ojos a la chica.
De una muy extraña forma.
Haruka tomó aire y se contuvo, el sudor frío corrió en su nuca. Preguntar quién era o qué quería pareció absurdo e innecesario. Sabía que no era nada bueno.
—Fuiste tú quién ocasionó el accidente. Lo de Trad y Hutchinson, es tu culpa, ¿no?
Haruka no lo reconoció, pero no hizo falta, su puño apretado, el entrecejo fruncido y el rechinido de sus dientes lo confirmó.
—Ah sí, también la muerte de… "Tenoh" —entrecomilló.
La muerte de Hutchinson no había sido planeada, sin embargo; la de Trad… Trad merecía morir. Haruka podía enumerar las miles de bajezas cometidas por las que lo hizo, pero para muchos matar a alguien no es algo que pueda justificarse, lo cual consideró ilógico cuando la ley solía condenar muerte con más muerte. Incontables veces Haruka recreó en su cabeza el juicio en el que le preguntaran el móvil de su acto, y decir "imagina lo peor que podría pasarte" y señalar a Trad como causante, era su respuesta.
Haruka no había tomado justicia por mano propia, era una venganza simple. Podría haberle pagado a alguien sin escrúpulos para que hiciera el trabajo como cualquier criminal de cuello blanco, pero no, estaba cansada, harta, quería irse, desaparecer, pero una celebridad de la Fórmula 1 no sale del foco sin dar una última función, así que se las arregló para estropear el auto de Trad, tomar mal la curva y esperar la colisión. Dejaría todo atrás así le costara la vida. Lo de Hutchinson fue el típico caso del junior que un día se levanta y decide correr autos porque su padre es el dueño de la pista. Era un novato sin reflejos, alguien más diestro habría frenado, virado o hecho alguna maniobra, pero no, Hutchinson fue de frente, cuando el par de autos voló, ambos le cayeron encima.
Valió la pena.
Haruka tomó aire y se compuso a sí misma, si lo pensaba, aún no estaba segura de cómo había logrado salir airosa de todo y seguir viviendo, y entonces, una imagen le nubló la vista.
El barullo en el hospital, las camillas rodando, las luces blancas, todo era un caos difuso, excepto, por esos ojos. Un par de ojos azules la miraban desde arriba con fría crueldad; el uniforme azul, el cubrebocas, el gorro en el cabello y los guantes blancos la hacían parecer un cirujano. Un cirujano, con una jeringa enorme en la mano.
—Eras tú… estuviste ahí, ¡fuiste tú! —Exclamó Haruka.
—¡Bingo!
Haruka intentó descifrarla.
Con un suspiro la aguamarina echó su ondulado cabello hacia atrás.
—He venido por ti —dijo.
Haruka apretó los dientes.
—Que mejor compañía que la de un vendedor de libros. La conversación, podría ser… infinita.
Haruka bajó el rostro, pero no la mirada.
—¿Por qué yo?
—Sabes que me aburro.
—¿Qué hay de Mizuno?
Mizuno era su extrañamente ausente compañera de trabajo.
—¿Mizuno? ¡Ay no por Dios! ¡No! —Exclamó la aguamarina—. ¡Ella es una santa! ¡Jamás me atrevería! Uno quiere lo que quiere, además; todos tenemos un favorito. Incluso… "Él" —dijo señalando al cielo con cinismo.
Haruka tragó.
—¿Es mi momento? —Preguntó envalentonada.
—No, por supuesto.
La aguamarina se acercó a ella y acarició su mejilla hasta alzar su barbilla.
—No dejaré que envejezcas. "No te marchitarás, no morirás".
Haruka reconoció lo que podía ser una cita de Shakespeare.
—Pero, tenía que asegurarme —dijo—. Y, caíste, redención o condenación —la aguamarina alzó la libreta agitándola en el aire sujetándola únicamente de una esquina, un gesto muy de "L" que Haruka conocía y odiaba.
—¡Yo no lo hice! —Exclamó Haruka—. ¡Yo no lo maté!
—Pero quisiste, lo deseaste, ¡lo gritaste al universo! La ley de la atracción es, muy poderosa.
—No, no —negó repetidamente—. ¡No!
—Sí —la aguamarina miró hacia afuera, los curiosos comenzaron a hablar entre sí y a señalar a la librería, y en específico, a ella.
—¿Qué hiciste?
—No me vieron a mí, sino, a ti.
Atemorizada Haruka dio un paso atrás, la muchedumbre se acercaba como turba enardecida.
—No, no…
—Sí.
Haruka miró el vaso de café pensando en la lógica: pruebas.
—Son tuyas —dijo la aguamarina—. Por si estás pensando en las huellas.
Haruka tragó amargamente.
—¿Qué clase de travesura habría sido de no poner tus huellas?
—No es cierto…
—Tú lo provocaste. Loid quiso esposarme, creyó que te arrestaría.
—No, no…
—Sí, y será mejor que decidas, de igual forma, serás mía, algún día —la chica sonrió con la más dulce y cálida de las sonrisas y extendió la mano—. "Abandona toda esperanza" querida Jude. Después de todo, ¿qué es lo peor que podría pasarte?
La luz de la lámpara centelleó, por un segundo fue la mano de Trad y no la de la chica delante de ella.
Haruka jadeó y retrocedió acorralándose contra la mesa, advirtiendo la horda acercarse casi fue capaz de oler el humo en las antorchas. ¿Decidir? ¿Cómo podía elegir algo que era como lanzar una moneda y apostar "cara" sabiendo que hay "cruz" en ambos lados?
—¿Qué dices? —Insistió la chica de amable sonrisa—. "Los tormentos del infierno serán un castigo demasiado benévolo para tus crímenes", Tenoh-Haruka.
La frase de Mary Shelley no hizo más que empeorarlo.
Haruka tembló, sus extremidades se agarrotaron heladas por el frío inmovilizándola como a una estatua.
—¿Nunca escuchaste que el infierno se congeló? El hielo, también, quema —la aguamarina esbozó una sonrisa diabólica.
Los pasos y los murmullos se hicieron cada vez más fuertes.
—Elije…
La campanilla de la puerta sonó.
Con un jadeo Haruka apretó la mandíbula, sus uñas se clavaron en el mueble y el sudor de la presión y el miedo la coronó.
—Acepta.
Frente a ella, la blanca, y limpia mano del ángel más hermoso del noveno círculo la espera.
Haruka suspiró.
Oh I'am fortune´s fool…
