Asesino de dioses

Por Aither

Monte Olimpo,

La era del mito

Typhon(1) era tan grande que daba la impresión que bastaba con estirar sus brazos para arrancar una estrella del cielo y arrojarla contra los diminutos dioses que se disgregaban a su alrededor. Sus incontables serpientes, nacían y se enroscaban mil y un veces a lo largo de su cuerpo. Cada una de ellas lanzaba dentelladas capaces de pulverizar rocas, y los vientos que provocaban hasta el menor de sus movimientos eran capaces de arrancar árboles de sus cimientos.

La mayoría de los dioses olímpicos habían huido tan pronto como se hizo visible en la lejanía. Sólo Athena, Ares y Zeus habían permanecido en el Olimpo para hacerle frente, y era evidente que muy pronto hasta ellos tendrían que replegarse.

Además de ellos, permanecíamos en el Olimpo un grupo de titanes que habíamos decidido permanecer neutrales en la batalla (2). No teníamos interés en el trono, ni ansiábamos venganza, así que decidimos hacernos a un lado y permitir a nuestros hermanos -pues aunque no quieran aceptarlo, la misma sangre corre por las venas dioses y titanes por igual- luchar.

Tanto dioses conquistadores como titanes exiliados habían respetado nuestra posición. Nuestro error fue pensar que este monstruo nacido de la rabia de Gea y Tártaros, tendría la misma consideración hacia nosotros.

Como líder de los titanes, era mi deber salir a recibir a este recién nacido. Confiaba en que nuestra posición neutral me protegería, pero mi "hermano" era creyente de aquél viejo dicho que dicta "si no estás conmigo estás en mi contra".

Mi recibimiento fue tomado como burla, y mi neutralidad como una traición a la sangre. Sus ojos relampaguearon con una ira jamás vista en el mundo de los hombres y cientos de víboras se arrojaron contra mí.

Me apena confesar que me paralicé de miedo cuál presa acorralada. Vi mi final en un millar de ojos viperinos, y casi pude sentir sus afilados colmillos desgarrando mi carne. El terror me impedía incluso el breve consuelo de cerrar los ojos, así que sólo pude esperar mi final.

De pronto sentí un empujón y una luz brillante centelleó frente a mí. La diosa de armadura dorada que se había puesto delante de mi resplandecía con un fulgor tal que habría hecho que Helios se pusiera celoso. Frente a ella se alzaba un enorme escudo dorado que había logrado detener el avance de los ofidios.

-¡Hécate!- me gritó la mujer no sin cierto esfuerzo. Fue entonces cuando noté que su armadura estaba manchada de sangre. Al menos una decena de serpientes habían logrado atravesar su escudo y desgarraban metal y carne por igual, pero ella no cedía ni un centímetro. –Deben marcharse, este no es un lugar seguro para ustedes.

Balbuceé un "gracias" mientras me levantaba a toda prisa y corría a reunir a los míos para abandonar el Olimpo. Pronto Athena y los otros dioses huirían también y se prepararían para la batalla definitiva.

Años después, Zeus y los suyos ganaron, afianzando su lugar como regentes de la creación, y yo acepté su puesto y nombramiento con agrado. Después de todo ¿Qué más podía yo hacer?

Mi vida, había sido salvada por Athena, y esa es una deuda que jamás podría pagar.


Asesino de dioses

Por Aither

¿Cuál es tu primer recuerdo?

¿Un rostro? ¿Una caricia? ¿Una canción? He hecho esa pregunta más veces de las que puedo contar, y la respuesta es siempre tan sencilla como la pregunta misma.

No para mí.

Recuerdo el momento de mi concepción. Evoco el miedo de mi madre al sentirse acorralada, sus gritos suplicando misericordia. Rememoro esa humillación, al verse despojada de su ropa, como si fuera propia. Y la impotencia. Esa abrumadora sensación de impotencia que me desgarra y que hubiera acabado con mi/su vida, si no fuera por el nuevo sentimiento que se apoderaba de mi/su corazón.

Venganza.

No contra su profanador, el dios de los mares sólo la violó, pero ese no fue el peor crimen cometido esa noche. El rencor más puro de mi madre siempre fue reservado para la diosa que ignoró sus súplicas. Aquella que presenció el crimen y que lejos de pagar sus años de servicio y lealtad, la maldijo eternamente con repulsión en su mirada.

¿Cuál es tu primer recuerdo? Muchas veces he hecho esa pregunta, y un número igual de veces he sido cuestionado acerca de mi primer recuerdo. Mi respuesta es siempre la misma.

Mi primer recuerdo, es odio.

El Santuario

Varios años después

-Levántate, Khrysos (3) –habló con voz profunda desde el punto más elevado del coliseo un hombre de túnica blanca y dorado casco alado. A su lado se encontraba una niña de cabello morado que lo miraba con una seriedad tal que podría resultar cómica en una niña de su edad.

-Has superado todas las pruebas, y la armadura te ha reconocido como su digno portador –Esta vez fue turno de la niña de hablar-. Usa esta armadura, el más grande reconocimiento que soy capaz de otorgar, para proteger la justicia en el mundo.

-Bienvenido a la orden de Athena, Khrysos de Piscis.

En ese momento, el coliseo entero estalló en un grito de júbilo y algarabía, mientras el recién nombrado santo de Piscis miraba fijamente a la diosa-niña.

Llanura de Cístene

Entonces

Una mujer envuelta en una capa se desliza trabajosamente, ocultándose en la oscuridad.

Muchos meses habían pasado ya desde que escapó de Lagina, viajando de noche, ocultándose en las sombras. A veces el destino era dadivoso y ponía en su camino algún caballo descuidadamente amarrado, o algo de comida que nadie extrañaría.

Más de una vez fue descubierta, y en esas situaciones se veía forzada a usar su portentosa mirada para poder escapar.

Pocos meses pasaron antes de que se diera cuenta de que no podía escapar por siempre. Por el bien del hijo que crecía en su vientre, tenía que encontrar donde asentarse.

Sus pasos lo llevaron al mar Egeo, pero aún ahí, en el límite del mundo, era rechazada y perseguida, así que robó una barca (y una vez más lamentó haber tenido que petrificar a su legítimo dueño) y se embarcó en busca de una tierra deshabitada a la cual poder llamar hogar.

Después de todo, en ese mar plagado de monstruos, a nadie le importaría uno más.

Quizás dos.

Santuario de Athena

-¿Está seguro que deberíamos dejar que vayan ellos solos, su santidad?

-Ellos estarán bien, Khrysos. Esos dos son tan jóvenes, y sin embargo tienen ya un cruel destino aguardándolos. Debemos aprovechar estos breves periodos de paz para permitirle crear bellos recuerdos, y no van a lograrlo con un par de ancianos como tú y yo corriendo atrás de ellos - respondió el Patriarca con una discreta sonrisa.

-Aún no he llegado a la edad en la que me considere a mi mismo "un anciano", su santidad –respondió el santo de Piscis con una respetuosa inclinación de cabeza y una sonrisa sardónica en el rostro.

-Athena podrá ser una diosa –prosiguió el Patriarca sin dejar de sonreir - pero al mismo tiempo es tan sólo una adolescente. Creo que estas breves salidas del Santuario le harán bien, y creo que es mejor si convive con alguien de su edad.

-Pero si algo llegase a suceder…

-Tu alumno, Kryon(4), es un santo ejemplar. Puede que sólo sea un santo de bronce, pero su fuerza supera con mucho su rango, y su honor y valor son tan grandes como los tuyos, Khrysos. No me cabe duda que Athena estará bien con él.

-Sus palabras me honran, su santidad.

Las arboledas que rodean el Santuario

-Así que crees que no puedo ganarte –preguntó la chica de tez blanca y largo cabello morado

-Athena, no sería correcto que yo… -empezó a responder el hombre de piel aceitunada, pero la diosa no lo escuchaba más.

-¡Lástima! –gritó haciéndose escuchar por encima del sonido del galope de su corcel que se alejaba rápidamente - ¡Odio las victorias fáciles!

El joven de cabellos castaños la miró con sorpresa antes de espolear a su montura para darle alcance. Después de todo, si la señorita odiaba las victorias fáciles, entonces sería una falta de respeto otorgarle una, ¿no?

Llanura de Cistene

Entonces

-Mamá… -preguntó el niño temeroso-

-¿Qué haces aquí? –se giró la mujer consternada hacia el niño de apenas 5 años de edad. –¡Te dije que no salieras!

-¿Qué le pasó al señor?- ignoró el niño.

-¡Oh, lo siento tanto!- cayó de rodillas y abrazó a su hijo, las lágrimas comenzaron a fluir sin que pudiera contenerlas. -¡Tenía que hacerlo! ¡Lo siento tanto! ¡Nadie debe de saber que existes! ¡Si Athena lo sabe…! ¡Pero jamás lo sabrá! No lo permitiré…

-Mamá, no entiendo…

-Así es mejor, mi cielo – respondió la mujer secándose las lágrimas y recuperando la compostura. –Ruego porque nunca tengas que entenderlo. –Lo tomó de la mano y lo aleja de la figura de piedra que hasta hace poco era un hombre.

-No debes temer, cariño. Yo te protegeré, pero debes de prometerme una cosa…

Llanura de Cistene.

Unos años después

-Lo prometo, madre.

-Dilo.

-Prometo que no saldré de aquí. Me esconderé y no importa lo que escuche, no saldré hasta que tú vengas por mi.

-Buen muchacho- le sonrió la mujer con sus ojos carmesí, y los cientos de serpientes que habitaban su cabellera sisearon en aprobación.

El niño ya había pasado por esta situación antes. Cada cierto tiempo, algún guerrero sediento de gloria, acudía a la llanura que se había convertido en su hogar, buscando forjarse un nombre con la cabeza de su madre.

Su madre entonces había plantado decenas de rosales. Cada uno de ellos medía al menos metro y medio de alto, y sus rosas eran tan blancas como la más pura nieve. Durante el día, los pétalos níveos reflejaban la luz del Sol con una intensidad tal que hacia daño a los ojos a quien los mirara.

Cada vez que algún nuevo enemigo aparecía en las puertas de su casa, la mujer lo llevaba al centro del sembradío y lo hacia esperar, y en cada ocasión, le hacia repetir la promesa que había aprendido a recitar como la más antigua letanía. Después se iba por minutos que parecían horas interminables, hasta que regresaba por él, siempre con una gran sonrisa que contrastaba con los ojos hinchados que delataban que había llorado.

Así que esperó pacientemente, en medio de ese campo de rosas albas que herían los ojos, y lloró unas lágrimas en honor a su madre, que sacrificaba su humanidad para que él estuviera a salvo de Athena, la diosa que lo mataría si alguna vez supiera de su existencia.

Las horas pasaron y el dolor que el brillo de las rosas le hacían a sus ojos disminuyó a la par que el Sol se ocultaba. La noche cayó, y el niño apenas podía contener el llanto que tanto disputaba desbordarse.

El niño apretaba sus puños y mordía sus ropas en un esfuerzo desesperado por no hacer el menor ruido. Se lo había prometido a madre, y no quería que lo separaran de ella. Pasara lo que pasara, no debía permitir que ruido alguno delatara su existencia.

Así pasó un día más, y otro más. Al caer la noche del tercer día de absoluto silencio, la incertidumbre y la desesperación lo obligaron a abandonar su refugio. Salió del plantío de rosales y utilizó sus desgastados ojos, hinchados por las lágrimas, para buscar a su madre en ese mar de oscuridad.

Cuando por fin la encontró, tendida en el piso en un charco de sangre y con su cabeza desaparecida, se quedó paralizado, y se preguntó, no por última vez, si así se sentirían aquellos que habían sido víctimas de la mirada mortal de su madre.

El Santuario de Athena

La tonada, a veces alegre, a veces melancólica, contaba la historia de una pareja de enamorados incapaces de consumar su amor.

Hablaba de los paseos por los bosques y de las palabras jamás dichas. Y en esa melodía, improvisada y profunda, afloraron sus sentimientos.

Cuando la canción llegó a las estrofas que separaban a los amantes, la voz de la diosa, hasta ese momento inmaculada, se quebró por un breve instante, mientras que los dedos del santo de pegaso rasgaban las cuerdas de su instrumento con una ferocidad tal que estuvieron a punto de quebrarse.

La canción de Athena llegó al climax, al momento en el que los amantes, presas de sus propias inalienables responsabilidades, se separaban sin haberse declarado jamás su amor.

Un final trágico que ninguno deseaba. Sin embargo, ambos sabían, muy dentro de su alma, que no existía otro final posible para esa triste canción.

No hubo miradas fugaces, ni sonrisas cómplices, sólo un sentimiento de culpa que los obligaba a darse la espalda mutuamente, pues sabían que acababan de compartir un momento de afinidad más íntimo que cualquier otro, que sus almas se habían tocado y que ahora ambas llorarían día y noche por el trágico final que les aguardaba.

-Debo irme- dijo el santo de pegaso apresuradamente.

-Sí, también yo –respondió Athena.

Kryon se marchó tan rápido como pudo. Se había alejado unos metros cuando se detuvo y volvió la mirada, Athena ya no se encontraba ahí. Miró el espacio vacío unos minutos antes de retomar su camino. Cuando se marchaba, Athena asomó la mirada por detrás del pilar tras el que se había escondido y lo miró marcharse con lágrimas en los ojos.

Llanura de Cistene

Entonces

Un nuevo espasmo recorrió su cuerpo. El dolor se hizo apenas tolerable y su cuerpo agradeció la tregua momentánea. Respiraba con dificultad y estaba empapado de sudor.

La garganta le sabía a desierto. Miró con anhelo la jarra de agua que se encontraba sobre su cómoda, pero se lo pensó mejor. La última vez el agua llegó al mismo tiempo que el dolor regresaba. El preciado líquido se alojó en algún punto entre sus pulmones y su garganta, obsequiándole una sensación de ahogamiento que duró varias horas.

Era ya el cuarto día que pasaba así, tendido en su cama, retorciéndose de dolor y desgarrando su garganta con los gritos que apenas cesaban unos minutos cada varias horas.

Finalmente, al final del 5nto día, ya sea que su cuerpo se estaba acostumbrando al veneno, o que la fatiga lo había llevado a un extremo en el que importaba poco, logró sumergirse en un sueño intranquilo.

Recordó los días después de haber perdido a su madre. Salió de su jardín de piedra y caminó sin rumbo por varios días. Dejando que sus pasos guiaran su camino, ajeno al hecho de que, sin saberlo, seguía exactamente la misma ruta que había seguido Perseo antes que él.

¿En qué momento había llegado al desierto? No lo había notado antes, y no es que le importara en realidad. Siguió caminando, abrazando el escueto e interminable terreno que se habría para él. Quizá en él podría hallar paz.

Caminó por algunas horas más, hasta que sus piernas dejaron de responderle y cayó de bruces al suelo.

Era de noche cuando recobró el conocimiento, y junto a él se encontraba una mujer envuelta en una túnica tan oscura como una noche estrellada.

Descendiente del caballo y la serpiente

Deshaz tus dudas, que no quede nada

Quien acabó con aquella que te llevó en su vientre

No ha sido la mano que blandió la espada

Del agravio a la causante conoces bien

El recuerdo de sus ojos de lechuza, hiere como hiel

-Athena- murmuró el niño cuando recordó el momento de la violación que por una cruel broma del destino su madre había transmitido hacia él al momento de nacer. El odio que su madre sentía por la diosa de los ojos de lechuza era casi tan grande como el amor a su hijo. Por eso lo llevó lejos, aislado de todos, donde esperaba que dioses y hombres los dejaran tranquilos. Donde lo educó y trató de superar ese odio por el bien de su hijo.

Pero madre se había equivocado, no los habían dejado tranquilos, y ahora madre estaba muerta, y había sido otra vez Athena la causante de su dolor.

-Voy a matar a Athena…

Vos que has heredado del océano la perennidad

Debes saberlo. ¿Acabar con un inmortal? ¡No seas necio!

Fracasarás si te dejas guiar por la irracionalidad

Pero quizá tengas éxito. Si dispuesto estás, a pagar el precio

-¿Cuál es el precio?

-Haced propia la sangre de vuestra madre –respondió la mujer y el brillo carmesí de sus ojos iluminó la noche.

El niño se despertó por fin. Comprobó que sus piernas apenas y podían sostenerlo en pie y su cuerpo ardía al menor movimiento. Miró la serpiente que se encontraba al borde de la cama.

La mujer le había dicho que, cuando Perseo huía con la cabeza de su madre, ahí donde la sangre rozaba la tierra, nacía una serpiente. La sangre de su madre, tan maravillosamente mortal, era probablemente el veneno más poderoso en la tierra.

Uno de los ingredientes necesarios si se quería matar a un inmortal.

"Haced propia la sangre de vuestra madre" había dicho. Así que se dedicó varias semanas a capturar tantas serpientes como le fue posible.

Hermana mía, perdóname –había dicho cuando tomó a una de ellas y le cortó la cabeza. Con asco y horror bebió de su sangre, pero apenas algunas gotas habían caído en su lengua cuando los espasmos de dolor comenzaron.

Se supone que la sangre de medusa te ofrece una muerte tranquila. Tus sentidos se van apagando lentamente hasta que no queda nada de ti. Pero él no podía permitirse ese apacible final. Tenía que luchar contra el veneno. Tenía que hacerlo suyo.

No tenía idea de cuántos días había pasado luchando, muriendo en vida a cada momento. Pero al final había sobrevivido, y ahora podía sentir el veneno fluir por sus venas, minúsculo e imperceptible, pero ya crecería.

Con paso vacilante se acercó al cuarto contiguo, y se quedó fascinado por las cientos de serpientes que bullían en el lugar. Tomó una y regresó a su cama.

-Hermana mía, perdóname.

El Santuario de Athena

-Y entonces ella, lo tomó de la mano. ¿Puedes creerlo? –contaba el santo de pegaso con gran pasión. - ¡Era su enemigo!, y aún así le tomó la mano, y lo acompañó con su cosmos mientras moría. Había un verdadero pesar en sus ojos. ¡Y brillaba! No tienes idea de cómo resplandecía! Era como si… - sin embargo un golpe en la quijada lo hace callar.

-¡Cállate Kryon! ¿Acaso has perdido la razón? –le cuestionó el autor del golpe que lo miraba con odio.

-Pero Khrysos, si sólo le dieras una oportunidad, ella no es mala…

-¡Es la enemiga de nuestra madre!

-¡Medusa no fue mi madre! –gritó Kryon completamente fuera de si, y tan pronto como dijo esas palabras se dio cuenta del terrible error que había cometido. Un nuevo golpe le llegó a su estómago, esta vez acompañado por todo el cosmos del santo de Piscis.

El golpe lo hizo estrellarse contra el muro más cercano. La sangre escapó por su boca cuando cayó de bruces mientras se maldecía a si mismo por ser tan estúpido.

Kryon sabía muy bien que Khrysos se había unido al ejército de Athena para vengar la muerte de su madre, Medusa, una confabulación que había durado ya, al menos, un par de siglos.

Khrysos estaba convencido de que para conseguirlo, necesitaba el apoyo de su hermano, Pegaso (5). Sin embargo, Pegaso hace tiempo que había sido convertido en constelación por Zeus. Khrysos había perdido todas las esperanzas y se había infiltrado en el Santuario de Athena. Pero su sorpresa fue grande cuando descubrió que la orden tenía un puesto para él cómo maestro, y que la primer armadura que se disputaría sería la de Pegaso

Khrysos se empeñó en encontrar a aquel que portaría esa armadura. Consultó oráculos y viajo por el mundo hasta que encontró al pequeño adecuado. Ese día lo adoptó como hermano y lo llevó al Santuario donde lo entrenó enfatizando el odio que debía de sentir hacia la diosa de la guerra inteligente, y su misión de destruirla.

-¡Hermano! –corrió Khrysos hacia donde se encontraba caído. –Perdóname hermano. –En la mente trastornada de Khrysos no cabía siquiera la posibilidad de que Kryon no fuera su hermano –. Perdóname.

-No, perdóname tú a mi, hermano. No debí de haber dicho eso –respondió Kryon, quién, si bien hace tiempo que había dejado de creer en la misión de Khrysos, por primera vez empezaba a consolidar una misión propia en su mente.

Jardín de las Hespérides

Entonces

Khrysos había dejado de ser un niño hace mucho tiempo. En su cuerpo esbelto ya no había rastro de los incontables años que tuvo que pasar retorciéndose de dolor en su cama, luchando contra el veneno de las serpientes, ni de las decenas de empresas que llevó a cabo después de eso, siempre buscando acercarse más a su venganza.

Caminó con seguridad por el medio de jardín, a sabiendas que un majestuoso dragón, lo miraba con voracidad.

-Ladón (5), supongo. –Dijo Khrysos con burla y no sin cierto desprecio.

El imponente dragón lo embistió con su gigantescas fauces. Khrysos saltó hacia atrás esquivándolo, al mismo tiempo que mordía su pulgar permitiendo una pequeña hemorragia. Cuando tocó suelo, el centinela ya lanzaba su segundo ataque.

Khrysos levantó su mano, esparciendo su sangre frente a él justo cuando una garra estaba a punto de alcanzarlo. La sangre se convirtió en un muro de rosas negras que pulverizó la garra del monstruo apenas hizo contacto con él. El gigantesco ser aulló de dolor y se retorció, pero las rosas del muro rápidamente se convirtieron en decenas de proyectiles que se dirigían hacia él, atravesando su poderosa coraza como si fuera de papel.

Khrysos miró a las ninfas con suficiencia. Las tres retrocedieron ante el reto. El hijo de la gorgona sonrió para si y se acercó al árbol, que se encontraba al centro del jardín. Tomó una de las manzanas de oro que crecía en sus ramas, y se dirigió a la salida con total tranquilidad, mientras que las Hespérides trataban de pasar desapercibidas.

-Hora de encontrar a un herrero que pueda convertir esto, en una daga.-dijo Khrysos mientras jugaba con la manzana en su mano.

Santuario de Athena

La batalla había sido cruenta, y había cobrado muchas vidas, pero finalmente Athena había incendiado su cosmos y eliminado la amenaza de Ares.

Los sobrevivientes se reunieron en el centro de la acrópolis de Tebas, ahora completamente devastada por la terrible batalla. El Patriarca, Kryon de Pegaso y Khrysos de Piscis, era todo lo que quedaba de su alguna vez majestuosa orden.

Los tres se encontraban heridos y cansados. Athena los miró con orgullo, no sin sentir culpa y remordimiento, por aquellos que habían caído, por aquellos que debían continuar.

"El elemento final, el más difícil de conseguir, la sangre de un inmortal que ha perdido la voluntad de vivir". Recordó Khrysos las palabras de la anciana.

El pesar también se adivinaba en el rostro de la diosa. Se notaba abatida. Su espíritu quebrantado al verse rodeada de los cuerpos sin vida de los santos que la sirvieron. ¿Sería eso suficiente? ¿Habría perdido la voluntad de vivir? No podía asegurarlo, pero no tendría una mejor oportunidad jamás.

Se acercó a donde se encontraba el patriarca, lo tomó del rostro y lo acercó hacia el suyo. El avatar de Athena se vio sorprendido cuando los labios del caballero de Piscis se posaron sobre los suyos. La sorpresa dio paso a la incredulidad, y los ojos del santo papa se abrieron grandes cuando se percató que el mortal veneno de la medusa se había introducido en su sistema.

-Hermano mío, perdóname. Tu sacrificio será recordado. – Khrysos se volteó para encarar a Athena, quien miraba atónita la escena. –¡Kryon! ¡Ha llegado el momento de la venganza!

Kryon miró a Khrysos con tristeza. Caminó lentamente, con la cabeza baja, cada paso un suplicio para su espíritu. Finalmente llego frente a Athena y se giró encarando a su maestro y hermano.

-Esto está mal, Krhysos.-respondió Kryon, con lágrimas en los ojos. –Aún no es tarde. Detente por favor.

Al ver que Khrysos y Kryon se encaraban mutuamente, Athena reaccionó y corrió a donde el patriarca yacía cada vez más cerca de las puertas de la muerte.

-¿También tú me traicionas, hermano?, Al igual que Athena traicionó a nuestra madre en el momento que más la necesitaba.

-Athena no fue. Jamás lo haría…

-¡Lo hizo! Lo recuerdo bien. La traicionó, la abandonó, y la castigó. Tal como haces tú conmigo ahora. Felicidades Athena –dijo girándose hacia ella – Es un digno servidor tuyo.

-Khrysos –respondió Athena con el patriarca en brazos. –No puedo curar este veneno. Debes detenerlo.

-Sólo si me entregas tu vida.-Respondió el santo de Piscis con desprecio en su vos.

-¡No! –fue esta vez el patriarca quien respondió. Su cosmos comenzó a incendiarse. Lento y desgastado, la batalla y el veneno apenas habían dejado una sombra del guerrero que había sido, pero su cosmos denotaba que aún estaba lejos de estar acabado. Al llamado de su cosmos, la armadura de Sagitario se presentó junto a él, la cuerda del arco se tensó ante los dedos metálicos y la flecha apuntó al corazón del guerrero. –No se preocupe por mi.

-Esa no es tu decisión, Ártax. –Repondió Athena con una sonrisa, dirigiéndose al patriarca por su nombre de pila, mientras lo colocaba suavemente en el piso y se levantaba para hacer frente al enemigo.

-Khrysos. A quien has querido matar siempre es a mi. Déjalos a ellos dos fuera de esto. –ordenó Athena con decisión. El santo de Piscis estaba a punto de responder cuando notó algo en la forma en la que Athena había dicho que siempre había querido matarla.

-¿Lo has sabido siempre?

-Sí

-Sabías que entré la orden sólo para matarte. Entonces… ¿por qué…

-Tu odio hacia mi es verdadero, pero tu alma es pura. Tan pura que incluso ese odio no ha podido mancillarla. Aún amas a esta tierra, y aún amas a la humanidad, y sacrificarías tu vida sin pensarlo por protegerlos. Eso te hace un verdadero santo –sonrió Athena. –Pensé que si se te daba la oportunidad de pertenecer a la orden, de proteger al mundo, quizás ...

-¡Pues te equivocas! ¡No soy un santo y no quiero proteger nada! ¡Sólo quiero tu vida!

-¡Pues tómala! Pero déjalos a ellos dos fuera de esto.

Khrysos se arrojó a ella, gritando como poseso y con la daga por delante, y fue como si el tiempo se ralentizara.

Por un lado sintió como la armadura de Piscis lo abandonaba, incapaz de alzar sus puños contra su ama. Pudo escuchar los gritos alarmados de Kryon y Ártax quienes elevaron su cosmos al instante. Pudo ver la mirada de Athena, altiva y decidida que no se amedrentaba aún ante los ojos de la muerte.

Y en ese momento lo comprendió. Athena podría estar entregando su vida, pero de ninguna manera había perdido la voluntad de vivir. La daga no funcionaría.

Se sintió perdido, derrotado. Miró a Kryon, su hermano y discípulo, que invocaba su ken contra él. Miró a Ártax, su mejor amigo, a quien él mismo le había dado el beso de la muerte y que ahora soltaba su arma contra él y se sintió abandonado.

"El elemento final, el más difícil de conseguir, la sangre de un inmortal que ha perdido la voluntad de vivir".

-Nunca fuiste tú -dijo para sí mismo al entender que alguien con tanto amor y esperanza como Athena, jamás perdería la voluntad de vivir. Pero al mismo tiempo comprendió que ese último elemento, el más difícil de conseguir, siempre había estado al alcance de su mano. Alzó la daga y la descargó en su pecho, mutilando su corazón. Apenas un instante después, su vital órgano fue alcanzado también por el puño de Kryon y por la flecha de Artax.

-¡Te maligo Athena!- gritó Khrysos mientras caía. ¡No seré yo quien cumpla la venganza de mi madre, pero juro por todo lo que es sagrado, que algún día, esta daga reclamará tu vida!

Y así acabó la vida de Khrysos, una vida más larga que lo merecido, entregada a una venganza que al final no pudo concretar, y así, por un breve momento en una vida de eternidad, al santo de Piscis no le pareció tan mal.


Epílogo.

El monte Olimpo.

Las puertas del recinto sagrado se abrieron con estrépito de par en par. Dioses musas y ninfas miraron sorprendidos hacia la entrada, en donde se encontraba Athena, completamente ataviada, que entró con paso firme y seguro hacia el centro de la sala.

-Padre- solicitó una audiencia en privado con la Prytania (7).

-Así sea –dijo Zeus no muy convencido, pero se levantó y salió de la sala. El resto de los moradores lo siguieron.

-Sobrina, ¿A qué se debe el honor?

-¡Calla! –gritó Athena y su cosmos inundó la sala.

-No te atrevas a levantarme la mano, Ageleia (8), o te darás cuenta que estoy lejos de estar indefensa. –Dicho esto, su cuello se separó, en tres partes, cada una transformara en cabeza de perra negra con mirada de fuego. La oscuridad se concentró en el lugar y envolvió a la diosa de la guerra inteligente que fue rodeada por ella.

Athena permaneció tranquila en ese capullo de oscuridad. Sin duda alguna Hécate era una de las diosas con más recursos del Olimpo, y se comparaba a ella misma en astucia y estrategia, pero en un combate frente a frente, no tenía oportunidad.

Su cosmos explotó una vez más, mas fuerte que la anterior. Hécate se vió arrastrada y se convirtió en una enorme perra negra que se aferraba al suelo con sus inmensas garras, pero la presión del cosmos de Athena fue demasiado fuerte para resistirla y salió despedida.

Voló rauda hasta estrellarse con un muro y ya volvía a ser humana si bien sus facciones permanecían caninas. Intentó con todas sus fuerzas reincorporarse pero el cosmos de la diosa sabia era abrumador. Se convirtió en llamas, en oso, en noche y en decenas de serpientes pero en ningún momento logró librarse del aplastante abrazo del cosmos de Athena.

Apenas había terminado de convertirse nuevamente en humana cuando sintió el frío metal de una daga contra su cuello desnudo. Una daga dorada

-Dame una buena razón para no utilizarlo.

-¿Qué?

-Esto ha sido obra tuya. Kryon me dijo que la madre de Khrysos había sido sacerdotisa de Athena en Lagina. Sólo una diosa tiene un templo en Lagina, y no soy yo.

-No sé de qué hablas.

-¡No mientas, Hécate! - y el cosmos de la diosa de la guerra explotó con todo su esplendor. -Toda esta intriga tiene tu sello personal. Fuiste tú quien encarriló a Poseidón para que violara a Medusa. Fuiste tú quien la maldijo convirtiéndola en gorgona. Fuiste tú quien aconsejó a Polydectes que enviara a alguien a matarla. Fuiste tú quien me informó de esta empresa para que le brindara mi bendición a Perseo, y finalmente fuiste tú quien le dijo a Khrysos cómo crear esta maldita espada -terminó la diosa con furia en su mirada y su cosmos.

-En verdad eres la diosa de la sabiduría, lo has descubierto todo..

- Aún no sé el por qué

Hécate suspiró resignada y se relajó. Su cabeza de perra volvió a ser humana y su largo cabello rosado creció hasta su cintura. Su negro pelaje se convirtió en su habitual vestido seductor, pero por una vez la altanería dejó su mirada.

Athena, tú me salvaste la vida cuando Tifón atacó el Santuario, ¿recuerdas?

Athena asintió sobriamente, sin apartar el puñal de su garganta, aunque relajó la presión de su cosmos sobre la diosa.

-Desde ese momento he estado en deuda contigo. Cuando Zeus permitió que el resto de los dioses hicieran juicios sobre la humanidad y que sólo tú protegieras la Tierra, sabía que tenía que hacer algo para ayudarte, pero no podía hacerlo directamente, pues sería ir en contra de los designios de Zeus.

-Así que jugaste con personas inocentes para que lo hicieran en tu lugar.

-Es difícil matar a un dios, pero no es imposible. Te encuentras en desventaja, Athena. Supones que Ares, Hades y los demás jugarán limpio, y esa ingenuidad se convertirá en tu perdición. Necesitas hacer algo para equilibrar la balanza.

-¿A qué te refieres?

- El rayo de Zeus, la hoz de Cronos, y varios más, Athena. El mundo está plagado de armas capaces de aniquilar a un dios y tus enemigos no dudarán ni un minuto en utilizarlas en tu contra. Necesitas pelear en igualdad de condiciones.

-Así que… ¿creaste un arma para mi?

-No una Athena, tres.

-¿Tres? –dijo Athena desconcertada.

-¿No lo ves Athena? En el momento de la creación de la espada, otros dos elementos entraron en la ecuación. No serán tan poderosos, pero bajo las circunstancias adecuadas, podrán ser igual de mortales. Tres armas capaces de aniquilar a los dioses. La daga de Khrysos, la flecha de Sagitario…

-… y el puño de Pegaso.


Notas del Autor

1. Typhon era un gigantesco monstruo alado, hijo de Gea y Tártaro que fue enviado a destruir a Zeus en venganza por haber enviado a los Titanes al Tártaro. En una primer batalla Zeus es derrotado por él, pero posteriormente el dios del Trueno logra derrotarlo y encerrarlo en el Monte Edna (Como se pudo ver en la novela de la Gigantomachia, guiño, guiño).

2. Spoiler: Quién está narrando esta parte es Hécate. Y sí, contrario a la creencia popular, ella es una Titánide. Se le conoce como la diosa de la magia y hechicería, de las encrucijadas, y si leen el Next Dimensión, sabrán que no es la primera vez que aparece en Saint Seiya

3. Khrysos: El nombre de Khrysos significa "Oro" en griego, por lo que en realidad cuando en el manga de Next Dimension se refieren a la daga como "La espada de Khrysos", Kurumada bien podrían estarse refiriendo únicamente a que se trata de una "Espada dorada". No obstante, me pareció adecuado llamar así al personaje que la creó en primer lugar

4. Kryon: Mi amigo Jeczman tiene un fin en el que el primer pegaso de la orden se llamaba Kryon. Este fic no está ubicado en la época de la primera generación de santos, pero me gustó rendirle este pequeño homenaje a su personaje.

5. De acuerdo al mito original, Medusa era una sacerdotisa de Athena que fue violada por Poseidón en uno de sus templos, Cuando Athena se entera, lejos de enfurecerse con el perpetrador, lo hace con la pobre mujer y le da el aspecto terrorífico tan popular hoy en día. Después Athena le daría varias armas a Perseo, incluyendo un escudo con acabado de espejo, gracias a lo cual pudo acercarse a ella sin mirarla a los ojos, logrando decapitarla. Después Perseo llevó la cabeza de regreso a Athena, no sin que antes de su sangre derramada nacieran Pegaso, Chrysaor y un montón de serpientes venenosas de dos cabezas llamadas "Anfisbenas".

6. Hespérides: Las Hespérides eran unas ninfas que junto al dragón Ladón, custodiaban un jardín en el cual Hera había plantado un árbol que daba manzanas doradas, las cuáles podían otorgar la inmortalidad.

7. Prytania: "Reina de los Muertos" uno de los títulos con los que se conocía a Hécate

8. Ageleia. "La que impera en las Batallas", uno de los títulos de Athena