Para quien se lo esté preguntado: no me morí. Hierba mala nunca muere.
Tenía este borrador que escribí en 2019 por un sueño que tuve rarisimo. La idea era extenderlo y hacer un one shot más completo pero la verdad que tengo un embole tremendo y zero ganas so, equis.
Una sensación extraña le invadió el cuerpo cuando el autobús por fin se detuvo en la estación terminal. Un cosquilleo que tuvo que sacudir de los hombros, mientras se levantaba para buscar su mochila del estante y las rodillas le tronaban por sólo levantarse para ir al baño dos veces en un lapso de seis horas.
Aún así, las cosquillas siguieron cuando la suela de sus zapatillas tocó el pavimento, cuando le otorgaron su bolso mediano, y cuando caminó hasta la salida. Allí se hicieron más grandes, se expandieron por el cuerpo en un escalofrío que se rizaba en la piel de forma constante.
Todo se veía tal como la última vez que pisó esta misma terminal en dirección a un primer destino de tantos. Tal vez algún que otro comercio nuevo en las calles de enfrente, o los juegos para niños en la plaza de al lado, junto con algo más de luces… Detalles que le daban vida y modernidad a la terminal de la ciudad costera más grande del país.
Su hogar, a pesar de todo. Su lugar.
En dos años, Sunset recorrió cientos de lugares. Tanto en el propio país como en una o dos fronteras vecinas. En algunos sólo se quedó más tiempo que en otros, en muchos trabajó de distintas cosas para mantenerse mientras conocía las ciudades; en un intento de acostumbrarse a la vida ahí, de conocer y tal vez asentarse definitivamente, de generar su propio hogar.
Sin embargo, algunas cosas quizás no estaban destinadas a ser, o simplemente había que aceptarlas de la forma que eran. Porque después de todo, Sunset había nacido y crecido aquí, en ésta ciudad.
El sentimiento, el cosquilleo, el escalofrío danzante por la sensación de pertenencia, ahora podía llamarlo verdadero, tan verdadero como la sal marina en el viento de verano.
La vida seguía igual que cualquier otro jueves a las seis de la tarde, gente saliendo del trabajo, haciendo compras luego de buscar a sus hijos de la escuela, y la parada del autobús llena de adolescentes quejándose de los trabajos de fin de año.
Sunset hubiera preferido bajar tres kilómetros y medio y caminar el borde entero de la costa, como hacía en épocas anteriores. Pero tenía que llegar a la otra punta de la ciudad, a casi cinco kilómetros, para morir en una cama luego de una comida de verdad y una ducha caliente.
Ya en un asiento al fondo del bus, la vista de la ventana la llenó de recuerdos. De los buenos y de los malos. De los nostálgicos, como el playón entre el casino y la oficina de turismo frente al mar, donde se quedaban todas las mañanas hasta tener que entrar a la escuela. Y también de los que aún le quitaban el sueño por la noche, hechos cicatrices que aprendió a dejar de mirar con desdén.
Al igual que a la ciudad entera.
Llegó a destino a alrededor de las siete, un típico hotel de tres estrellas en una esquina, con cuatro pisos y un estilo ochentero que se adaptaba de a poco al paso del tiempo. A ocho cuadras de la playa y tres de la calle principal del barrio. La ubicación ideal para quedarse el verano sin morirse de frío en las noches.
Snowheart la recibió con los brazos abiertos apenas se acercó al mostrador, dándole un abrazo asfixiante el cual Sunset devolvió como pudo. Más allá de que era característica propia de la mujer, esas que le hacían de madre a cualquier joven que pasara, aún no dejaba de serle sorpresivo tal afecto. Tal vez porque la inquietud que le provocaban los abrazos por parte de adultos nunca se esfumó por completo.
—¡Sunset, cariño! ¿Cómo has estado?
—Bien, bien, por suerte.
—¿Tu tía sigue en Canterlot?
—Sí, es un trabajo temporal pero está tardando más de lo que pensó. Me quedé con ella unas semanas hasta que… no sé, quise volver.
—Bueno, como dicen, a veces es bueno recordar de dónde venimos para saber a dónde vamos ¿no?
A pesar de las insistencias de que podía pagar el precio entero, Snowheart terminó por ganarle la batalla e igual le hizo un descuento por la estadía. En realidad si ayudaba a Sunset a estirar los ahorros hasta que consiguiera un empleo, pero no es como si fuera a admitir eso. El gesto ya era caridad suficiente.
Su cuarto era ideal, pequeño y antiguo como el resto de la fachada del hotel. El papel tapiz de flores y la mesa de luz junto con la lámpara le recordaban a un hostal donde trabajó de intercambio, hecho a mediados de los setentas. Sin embargo las sábanas estaban limpias y perfumadas, el baño tenía hasta jaboncitos, y el detalle de la tele no estaba demás.
Sunset podría haber ahorrado bastante más compartiendo habitación con nueve personas más, pero para venir a estos lares, prefirió malcriarse con un baño privado y su propio espacio.
Para las nueve de la noche ya se encontraba en la cama, haciendo zapping en la tele luego de una ducha caliente y una cena de verdad, contrastante al jugo de naranja y el sándwich que le dieron como almuerzo en el viaje.
El cosquilleo de alguna forma seguía ahí, en los músculos cansados y el sueño inminente. Estaba en su lugar, su ciudad, pero de una forma totalmente distinta a como se había ido. Ahora sí la quería, tal vez un poco. Lo seguro es que extrañaba la playa.
Antes de irse a dormir por completo, recordó que tenía que hacer algo. Sunset tomó su celular, buscando una foto que sacó de la vista de la ventana del hotel apenas llegó. No era nada del otro mundo, si se tornaba la cabeza en el ángulo correcto se llegaba a ver un pedacito de mar, entre algunos edificios y los juegos del parque de diversiones sobre la costa. Sin embargo, cualquier nativo entendería en qué parte del mundo estaba sin el más mínimo problema.
En vez de subirla a alguna red social, prefirió buscar un remitente en específico en su lista de contactos, añadiéndole un "adivina qué" y una carita sonriente. Y sin más, apagó el teléfono para evitar cualquier tipo de alarma, llamada o distracción que pudiera modificar el sueño.
Mañana encontraría su respuesta. O una cantidad de mensajes con gramática impecable haciendo mil preguntas. Cualquiera servía.
Sunset se despertó a la seis de la mañana con la luz diurna colándose por la ventana y la energía renovada. En pocos lugares se despertó así, con cierta paz, en medio del silencio. Muchas veces se levantó con adrenalina, con entusiasmo de saber qué haría ese día, con músculos cansados o en total alerta.
Se quedó un rato más en la cama, envuelta en sábanas calentitas, estirando la sensación todo lo posible. Tal vez era eso de tener un espacio propio, por más momentáneo que fuera. O el hecho de que ya no tenía de qué preocuparse. Libertad pura, tranquilidad, nada de encuentros incómodos.
Tras un rato de programas de mañana en la tele y noticieros, recordó que su celular se estaba cargando apagado.
Si las alarmas ya eran detestables de por sí, la cantidad de timbres de notificación terminaron de despertarla de la peor forma.
Varias correspondían a mensajes de aquí y allá, su tía preguntándole por su estadía y consultas de seguridad básicas, redes sociales, mails sobre ofertas de vuelos que por ahora no planeaba comprar, y varios mensajes que estaba esperando.
"¡¿Estás de vuelta?!"
"Espera, ¿eso es un hotel?"
"¿Cuánto tiempo te quedas?"
"¿Sunset?"
"Sunset, ya te dormiste?"
"Sunseeeet respondeee"
":("
Sunset contestó con un simple y único "sep", tratando de reprimir una sonrisa al imaginarse las caritas enojadas que recibiría por no dar una respuesta concreta. Reacción la cual no vino enseguida, y Sunset tampoco quiso esperar demasiado. Las relaciones siempre se daban mejor en persona.
La siguiente hora consistió en hacer un esfuerzo en levantarse, administrar fondos, calcular gastos, acomodar la ropa de… invierno, ugh. Tenía algunas prendas con las que aguantar los días de media estación o de poco calor, pero no mucho más. El resto seguiría guardado en casa de su tía, si es que no lo había regalado o algo similar.
Bueno, un segundo ítem que agregar a la lista.
Por ahora tendría que hacerse con una remera manga corta, campera y shorts de jean. Práctico, cómodo e ideal para el clima intermedio de la mañana temprano.
Una vez todo en su respectivo lugar y las cuentas resueltas, Sunset saludó a Snowheart y al resto del personal cuando pasó la recepción y se dispuso a caminar sin un rumbo exacto. Quería ver el vecindario de su adolescencia, los lugares, qué pasó dónde, tal vez bajar a la playa durante un rato.
La mayoría de las cosas seguían igual, había algunos comercios nuevos, un par más de edificios que no reconocía y alguna que otra calle pavimentada. Cambios comunes que podrían ocurrir en dos años.
Su cabeza, su visión era distinta. Ese era el verdadero cambio. Recordaba las veces en las que se tomaba el día y caminaba por la ciudad hasta que el odio se le gastaba con la suela de las zapatillas. Su tía la llamó preocupada y la esperó con angustia las primeras tres veces. A la cuarta ya sólo le pedía que le avisara donde estaba o la llamara si necesitaba algo, porque las charlas no sirvieron de mucho.
En esos momentos, el único objetivo de Sunset era irse al carajo de forma definitiva.
Sin embargo aquí estaba, luego de efectivamente haberlo hecho, de haberse valido por sí misma como persona adulta y de haber conocido todo tipo de realidades. Luego de haber madurado lo suficiente para entender el por qué de muchas cosas. Otra vez en el mismo lugar.
Pocos comercios tenían las puertas abiertas tan temprano en la mañana, la mayoría solían ser restaurantes, cafeterías y panaderías, tales como con la que se topó de casualidad en una esquina. Sunset sabía que se habían mudado hace bastante, pero siempre creyó que a otra dirección, no tan cerca de la avenida. Un chequeo rápido lo confirmó. Así que, espió por el borde de la vidriera a que no hubiera más de un cliente antes de entrar.
Por un segundo creyó que estaba en el lugar equivocado al ver a la chica tras el mostrador, hasta que dicha muchacha no dudó en correr y casi taclearla en un abrazo.
—¡Sunset! ¡Si volviste!
Sunset la estrechó entre brazos con la misma fuerza, con alegría de encontrar la familiaridad que tanto estaba buscando.
—¡Twi! Por un segundo casi no te reconozco—. Le dijo con una sonrisa, separándose lo suficiente para observarla bien—. Tienes flequillo y… ¿el cabello largo? ¿Cuándo sucedió esto?
Twilight en cuestión sólo se rió, echando a un costado el cabello medianoche con mechones rosas y violetas.
—Hace como un año, luego de la graduación—. Se encogió de hombros—. Igual, ¿podemos hablar del hecho de que tú tienes un carré cuando siempre dijiste que nunca lo tendrías corto?
—Eh… Fue una decisión impulsiva que salió bien, luego te cuento.
Twilight asintió sin más, entendiendo a lo que se refería, y la tomó de la mano para guiarla detrás del mostrador, donde una chica en sus veintes terminaba de atender a un cliente.
—Daisy, ella es Sunset Shimmer, la amiga que te dije que estaba viajando. Sunset, ella es Daisy Jo, una de las chicas que trabaja con nosotros.
Daisy la saludó con una sonrisa educada pero que aún así llegaba a sus ojos verdes, Sunset lo devolvió de la misma forma, mientras Twilight la arrastraba hacia atrás para presentarle al resto del personal que trabajaba en la cocina. Luego de una ronda de presentaciones, se instalador detrás del mostrador otra vez, Twilight prendiendo una tetera eléctrica que tenía en un pequeño estante contra la pared mientras Sunset se apoyaba sobre la puerta que daba hacia atrás para no molestar en el paso.
—Me encanta cómo quedó el lugar, es mucho más amplio y más moderno que el anterior.
—¡Sí! Costó bastante convencer a Shining, él quería seguir con todo lo "tradicional" que teníamos en el local anterior, ya sabes cómo es con los cambios—. Twilight rodó los ojos—. Pero valió la pena. A los clientes también les gusta más.
La tetera eléctrica silbó en señal de que el agua estaba lista, y Twilight se dio la vuelta para hacer un té.
—Hace tiempo estamos pensando en agregar unas mesas y hacer una mini cafetería, al menos en el verano, pero es algo que sigue en proceso de evaluación.
—No es mala idea, es una buena ubicación, si lo hacen antes de enero tienen el turismo y- ¿Por qué me hiciste té de durazno? —preguntó Sunset confundida, tomándolo entre sus manos de todas formas.
—¿Desayunaste?
—Tomé un café a las siete y treinta—. Twilight arqueó una ceja, Sunset sólo se encogió de hombros—. ¿Qué? Tú sabes que no tengo hambre a esa hora.
—Nadie tiene, por eso mismo—. Le señaló la parte superior de la vidriera que tenía a su izquierda, llena de cupcakes de colores—. Hay de tutti-fruti, doble chocolate, dulce de leche, vainilla, y arándanos. Elige uno, puedes comerlos tranquila que no los hice yo.
Sunset observó los cupcakes, y luego a Twilight, y luego a los cupcakes otra vez. Por dios, detestaba estas cosas. Twilight lo sabía. A ella tampoco le gustaba mucho los gestos que podían parecer "caritativos". Esto no se aplicaba de tal forma, y agradecía la preocupación, pero… Ugh.
—Uh… El que menos se venda está bien, ¿supongo?
—A veces no llegan ni a las diez y media—. Twilight suspiró, rodando los ojos otra vez, y tomó uno—. Prueba el de arándanos, te va a gustar.
Sunset se encogió de hombros, y le dio una mordida con quizás más entusiasmo del necesario.
—¡Ey! Sí está bueno. ¿Quién los hace?
—Pinkie Pie, la amiga que te conté estaba estudiando repostería.
—¿La que tiene el pelo como una esponja y a veces habla muy rápido?
Twilight soltó una risa y asintió.
—¿Hace cuánto se conocen? —preguntó Daisy Jo con curiosidad.
Twilight no tardó en responder.
—Quinto grado. Me mudé al lado de su casa así que nos veíamos todo el tiempo e íbamos a la misma escuela. —Twilight se dio la vuelta a atender a un cliente, mientras Sunset le daba un sorbo al té en sus manos.
—Lo peor es que al principio nos llevábamos horrible. Nos teníamos que sentar juntas en clase y peleábamos todo el tiempo, al punto que Twilight hizo división de la mesa centímetro por centímetro.
—¡Eso fue porque te robaste tres de mis lapiceras de brillitos! —se defendió Twilight.
—¿Qué? ¡No! Una era mía.
—¿Y las otras dos?
—...Vinieron solas …por error.
Twilight le lanzó una mirada acusatoria, a la vez que Daisy solo se reía.
—Éramos así todo el tiempo, volvíamos de la escuela peleando. Hasta que se hartaron y su mamá nos sentó y nos dijo "no se van a mover hasta que no aprendan a llevarse bien".
—¡Sí! Dios, ese día fue larguísimo. —Sunset se reclinó sobre la puerta otra vez, pegándose a la pared mientras Twilight iba a la cocina a buscar algo—. Pero nos hicimos buenas amigas luego, imagínate que una vez nos mandaron a dirección porque nos matamos a pelotazos en un quemado.
—Ugh, yo detestaba los quemados, —agregó Daisy Jo—. Prefiero cualquier otro deporte con reglas más estrictas.
La conversación se desvió a cosas más banales, tonterías que hacían en la escuela. En un momento Twilight volvió con una bandeja llena de pan caliente, poniéndolo en su lugar mientras le echaba una mirada sutil a Sunset. La pelirroja la captó enseguida, y le siguió el hilo a Daisy Jo con experiencias típicas o simples anécdotas que no dañaban la integridad de nadie.
La mayoría eran mentiras. O bueno, las del principio eran versiones adaptadas de la realidad con unos cuantos ajustes hechos. Claro que Twilight no iba a andar contando su vida privada a cualquiera, por más mangas cortas que usara.
Y Sunset coincidía totalmente con tal lógica.
Era su historia, también.
Y hasta ahora, pocas eran las personas que la conocían con los detalles necesarios.
Mejor así.
—Qué te es más cómodo, ¿malla enteriza o bikini?
—Mientras me quede, cualquiera. —Sunset se encogió de hombros, sentándose en la cama—. Voy a tener que comprar ropa de verano, la mayoría que tengo es de media estación o invierno.
Sunset terminó quedándose en el local haciendo compañía y dando una mano con una u otra cosa que se necesitara, como ayudar a Shining a descargar materias primas. Quién también la saludó con un abrazo como si no la hubiera visto por una semana, en vez de dos años enteros. Esa era la familiaridad que extrañaba, a decir verdad. Con ellos no parecía que pasara el tiempo.
—¿Y la ropa que habías dejado en casa de tu tía?
Luego del cierre al mediodía, ambas vinieron a la casa de Twilight a almorzar. Un dúplex no muy grande pero cómodo para dos personas, con dos baños y dos cuartos bien distribuidos.
—Mis primos deben haber sacado todo afuera apenas ella se fue a Canterlot, conociéndolos…
El cuarto de Twilight aún a esta altura de la vida era de lo más sencillo incluso para el tamaño que tenía. Cama, mesa de luz, escritorio, y uno o dos estantes con libros y apuntes, junto con algunas fotos en lo que quedaba de la pared. Eso sin contar el armario encastrado en la pared, que era demasiado grande para el minimalismo inconsciente de Twilight.
—Tengo esta. No tiene escote, así que creo te va a ser más cómoda.
Sunset se dio la vuelta para atajar a tiempo una bikini negra con un estampado de humo blanco. Efectivamente, la parte de arriba tenía forma de un top simple, un tanto cavado en la parte de arriba para que fuera más cómodo el moverse. La de abajo tenía un tiro medio simple, con el logo de una marca deportiva reconocida en un deporte particular.
—Espera, espera. —La pelirroja no entendía cómo es que no ató los cabos antes—. ¿Estás haciendo surf? ¿Enserio?
—Sunset, ¿por qué crees que tengo una tabla en medio de la sala de estar?
—¿Adorno?
Twilight rodó los ojos.
—Rainbow me enseñó hace como un año. Es divertido y… algo terapéutico. —Cerró el armario, con su propia bikini y dos toallas en mano—. Tuve que aprender a no pensar más que en lo que hago en el momento.
—¿Twilight Sparkle, no pensando? Wow, esto sí que va en serio. —Sunset soltó una risa cuando Twilight le tiró con una de las toallas.
—Los genios tienen que descansar para mejorar el proceso creativo, niña, —se burló ella con una sonrisa de superada, a lo que Sunset le sacó la lengua. Como cuando tenían once años y Twilight se hacía la mayor por llevarle un mes de diferencia.
Pequeños momentos memorables para lugares tan horribles.
—¿Y si mejor caminamos?
No es que Sunset se estuviera acobardando con la idea de meterse al mar, pero al final el calor no fue tan alto como se predijo, y el agua se sentía helada entre los pies y la arena húmeda.
—¿Qué pasó con eso de ser La Sirenita cuando fueras grande? —bromeó Twilight, un par de metros más adelante. El agua le llegaba casi a las rodillas, y no parecía molestarle si alguna ola le salpicaba el vestido.
Sunset arrugó la nariz.
—Se fue con mi muñeca de Ariel que hacía lucecitas en el agua.
Twilight la miró fastidiada, soltando un suspiro pesado mientras regresaba a la orilla. Sunset podía haberse quedado en la orilla sin problemas mientras la esperaba, pero no era del tipo de hacer las cosas por sí sola cuando se encontraba con la pelirroja.
"O lo hacemos las dos o nada. No te voy a dejar sola otra vez".
—¿Y si mejor vamos hasta el arroyo?
—Me gustan tus ideas, Sparkle.
La susodicha sólo le arqueó una ceja y le tomó de la mano, tironeando a donde habían dejado la bolsa con sus toallas entre risas y bromas hasta que formaron una línea más o menos recta por la orilla.
—Y… uh, ¿tú cómo estás? —Soltó Sunset de la nada cuando ya llevaban varios minutos de silencio, haciendo que Twilight volteara a mirarla extrañada—. Me contaste de todo menos de tu vida en sí.
—Sí lo hice, solo que no tengo mucho más que decir. —Se encogió de hombros—. Este año fue sabático, quería sentirme más relajada antes de estresarme con una carrera. Ya sabes… cosas normales.
—No te obsesiones mucho con esa idea, a ver si te olvidas de tu tercer ojo, —bromeó Sunset, recibiendo un empujón ligero. Aunque tenía razón, Twilight a veces se obsesionaba con cosas mundanas, con parecer normal. ¿Qué era lo normal, exactamente? ¿Mentiras blancas, pasados intactos? Quizás sí. ¿Cicatrices, complicaciones obvias, problemas personales que parecían de novela? En cierto punto, también.
A veces a Sunset le daba la impresión que Twilight quería mantener dos vidas separadas, una especie de antes y después. Como si el antes no pudiera relacionarse con lo que seguía porque implicaba muchas verdades en el medio y un futuro manchado. Porque uno se presentaba ante la gente con una copia de su historial de vida, claro.
Sunset no iba a decir que no tenía resentimientos, o sus propios problemas, o su propia separación y cuidados al mencionar el antes. Pero no encontraba sentido a ensañarse con eso, la verdad. ¿Qué iba a hacer?
—Nunca me contaste el por qué de tu cabello.
—No es gran cosa, me lo cortó mi mamá la semana pasada.
Le costó unos segundos darse la vuelta y notar que Twilight se había quedado atrás, mirándola atónita.
—¿Viste a tu mamá? Por Dios, Sunset, ¿por qué siempre dices estas cosas como si no fueran nada?
—Porque no sé cómo decirlo y que no reacciones así.
—Porque no hay otra forma de reaccionar, o sea, ¿hace cuánto no la veías? ¿Desde los quince?
—Casi dieciséis y por menos de una hora. Ya sé mi historia, gracias. —Con un suspiro, esperó a que Twilight volviera a caminar a su lado para explicarse—. Resulta que el departamento de mi tía en Canterlot quedaba cerca del salón de mi mamá porque ella se lo consiguió. Así que el primer día que salí… bueno, me la crucé.
Bueno, no directamente. La había visto a través de la vidriera y al segundo se escondió hasta que, una vez segura, entró en el lugar. Fue un momento mucho más raro e incómodo de lo que Sunset pudo llegar a imaginarse. Su madre le abrazó como si la hubiera visto hace poco tiempo, en vez de hace cuatro años.
—¿Y? ¿Qué pasó?
—Me invitó a tomar un té un poco más tarde porque tenía gente que atender. Y dije que sí enseguida. Ya sabes, con ganas… Es raro. Siempre dije que la detestaba y no me quería ni parecer. Y, de hecho, lo sigo pensando… No sé, ¿está mal?
Toda la vida había dicho que la detestaba, que si la veía tal vez hasta le decía que la odiaba, que no quería parecerse a ella, y un montón de estupideces de adolescente frustrada. La verdad era que sí, en algún momento llegó a detestarla por todas las cosas que pasaron, y se cortó el pelo para no tenerlo igual de largo que el de su madre, porque desde niña siempre le decían que era igual. Y Sunset quería su propia autonomía.
—¿Por qué lo estaría? Shining hasta pasó las fiestas con mi mamá, aunque por su culpa terminó en un instituto de menores. A estas alturas son relaciones que uno elige. Mi vínculo con ella se cortó a los once, y hasta ahora no tengo ganas de revivirlo. —Twilight se encogió de hombros, que a veces era un gesto tan común y otras un intento de que el peso en los hombros se fueran al mar con el viento—. Pero asumo que eso no es todo, ¿no?
Sunset negó con la cabeza, pasándose una mano por el cabello con un suspiro. Ese día fue… pesado, por llamarlo de alguna manera. Comenzó por contar alguna que otra banalidad, cómo era el lugar a dónde fueron, algún que otro comentario, y cosas que se dieron naturalmente como el hecho de ponerse al día. Tales como el que su madre se había casado hace seis años con un hombre que tenía una compañía y una niña de casi seis.
La reacción de Twilight fue dejar de ordenar caracoles por tamaño sobre la orilla y voltear a mirarla arrugando la frente.
—¿Y qué hiciste?
—No sé qué querías que hiciera, pero lo que menos se me cruzó por la cabeza fue enojarme por el hecho de que haya rehecho su vida. —La pelirroja notó que Twilight volteó a mirar al océano, decidiendo por ahorrarse los comentarios. Y por más que se lo agradeciera, Sunset no podía culparla demasiado—. Además, conviví como diez días con ellos y me cayeron bien.
Cuando su madre le propuso que se quedara con ellos en vez de volver enseguida, Sunset no tardó más de un día en aceptar. Más que nada porque quería asegurarse de que la niña estuviera viviendo bien, ya que conociéndola a su madre esa definición podría variar bastante.
Quizás eso también fue una excusa.
La niña resultó ser un amor, con mucha personalidad y carisma la cual se potenciaba en las clases de comedia musical a las que asistía. Un tanto malcriada, claro, pero todo lo que su madre siempre quiso que Sunset fuera. Y tal vez más, incluso.
—Es raro decirlo, ¿sabes? Pero la pasé bien con ellos. Fueron amables conmigo, me llevaron a varios lados de Canterlot que no conocía, hasta fuimos a cenar por mi cumpleaños aunque hubiera pasado casi un mes.
Twilight la miró de reojo por un momento, y se reincorporó, apoyándose sobre sus manos antes de voltear a mirarla por completo.
—¿Por qué volviste, entonces?
La curiosidad genuina se reflejaba en los ojos violáceos de Twilight, tanto como sus posibles teorías y el cálculo de las posibilidades.
Sunset sabía que le iba a preguntar eso, y de verdad, si todo era tan color de rosa entonces por qué carajos tomarse un bus a una ciudad que quedaba a trescientos kilómetros, ¿no?
Lo pensó muchas veces, esos reencuentros de película donde por fin se encuentra a la familia feliz, donde quizás podría decir que sí había encontrado su lugar y su hogar. Pero cada vez que llegaba a esa idealización, aparecía algo que la devolvía a la realidad.
Sunset se relamió los labios. Una, dos, tres veces. Y se colocó un mechón de cabello tras la oreja. Corto, ondulado, rojizo y una completa distinción entre madre e hija.
—Porque no tienen nada que ver conmigo. —Y decirlo en voz alta hizo que la nariz empezara a picarle despacio, aunque no quisiera admitirlo—. Mi mamá actúa como si no hubiera pasado nada, pero pasaron diez años y miles de cosas que no le pude contar porque no sé si hizo todo esto porque de verdad quería, o porque se siente culpable.
Era como vivir en una foto familiar, de la familia tipo y los ideales. Tenían una casa bonita, un buen auto, estabilidad económica, su hija asistía a un colegio privado y tenía todo lo que una niña de su edad necesitaba e incluso más. Y Sunset era la chica turista que les alquiló una habitación para conocer la ciudad. Ellos querían cumplir con todos los estándares, Sunset quería sentirse cómoda en algún lado.
No fue hasta que los brazos de Twilight la rodearon que se dio cuenta que el cielo y mar se mezclaban por momentos, y que le estaban cayendo más lágrimas de las que deberían. Se las limpió con la mano hasta que estuvo segura que no saldrían más, y pasó un brazo por la cintura de Twilight, apoyando la cabeza en su hombro.
—También volví porque extrañaba tu locura con la organización y necesito que me ayudes a ordenar mi vida- ¡Auch!
Twilight se reía como niña traviesa por el pellizco que le dio en el brazo, hasta que terminó quejándose por igual por el que Sunset le dio en la cintura, y ambas rieron como si el tiempo no hubiera pasado nunca.
En dos años, Sunset recorrió cientos de lugares. Tanto en el propio país como en una o dos fronteras vecinas. En algunos se quedó más tiempo que en otros, en un intento de acostumbrarse a la vida ahí, de asentarse definitivamente, de generar su lugarcito en el mundo.
Sin embargo, a veces simplemente se tenía que aceptar ciertas cosas de la forma que eran. Una de esas era que Sunset había nacido y crecido aquí, en la ciudad costera más grande del país. Con una madre ausente la mitad de su vida, y recuerdos que eran tanto nostálgicos como tortuosos a veces. Con cientos de problemas que parecían sacados de una telenovela y miles de anécdotas dignas de película de comedia.
El sentimiento, el cosquilleo, el escalofrío danzante por la sensación de pertenencia, ahora podía llamarlo verdadero, tan verdadero como la sal marina en el viento de verano.
Este sí se sentía como su hogar, a pesar de todo.
Están medio OOC mepa, pero yafueno.
