El (último) juego
Sora estaba frente al espejo, terminando de arreglarse, cuando su terminal se iluminó con la notificación de un nuevo mensaje. Sonrió acalorada, juraría que pudo verse a sí misma sonrojarse en su reflejo mientras se aplicaba el gloss sabor durazno sobre los labios.
"¿Llegarás antes a desearme suerte? No quisiera romper la racha."
No por nada ya estaba saliendo de su casa a pesar de que aún faltara una hora para el partido de Taichi y la cancha del instituto le quedara a solo un par de manzanas de distancia.
Aquel día era la gran final del torneo interescolar de fútbol soccer de Odaiba y, por primera vez en su historia, su instituto llegaba a la anhelada gesta por la copa. Aquello era el tema del momento en los pasillos de la escuela, sobre todo porque el equipo representante no había tenido un buen inicio de torneo.
Y era por eso mismo que Sora no podía darse el lujo de tentar a la suerte.
Sigilosamente ingresó al área de los laboratorios, que para ese momento estaban completamente desiertos. Un largo y oscuro pasillo, con puertas en ambos lados, le recibió. Caminó un poco pero parecía no estar segura a qué salón ingresar, así que sacó su terminal para mandar un mensaje.
Apenas estaba por empezar a teclear cuando una puerta se abrió de pronto y una mano salió del interior y la tomó por el brazo.
Lo único que se pudo escuchar fue como su espalda golpeó la pared y su quejido fue interrumpido por un par de labios que arremetían contra los de ella de una manera hambrienta, feroz y, siendo sinceros, un poco torpes en su afán de ser salvajes.
Sin embargo, aquello le dejó de importar cuando Tai la apretó más entre la pared del oscuro salón y su cuerpo. Sus labios respondían ya de la misma manera y su mente empezó a hacer corto circuito cuando sintió que sus manos, que cuando la asaltó por sorpresa se habían instalado en sus mejillas, ahora viajaban peligrosamente por su contorno: primero rozaron su cuello, sus hombros y después…
—ghhh… ¡No te pases de listo!
Taichi rió cínicamente con esa voz gruesa y agitada que siempre le quedaba después de besarla. A Sora aquel sonido le pareció intoxicante. Mientras volvía a acordarse de como respirar, el capitán del equipo de fútbol soccer, presionó su frente contra la de ella.
—¿Y si nos trae más suerte?
A pesar de que Sora sabía perfectamente que Taichi apenas y podía verla, sólo supo responder a aquello girando los ojos. Sin embargo aún seguía felizmente atrapada entre la pared y el cuerpo de su mejor amigo, quien finalmente había estacionado sus traviesas manos en su cintura y ahora jugaba con la orilla inferior de su blusa.
El roce de los dígitos de Tai en su vientre le estremeció toda la espina dorsal. Electricidad recorrió su espalda de arriba a abajo.
Sora se mordió el labio pensando en las posibilidades. Definitivamente, hace un par de meses no se hubiera imaginado estar debatiéndose aquellos escenarios en su mente.
Todo había pasado demasiado rápido. El inicio del torneo había sido terrible: empates, derrotas y lesiones habían caído sobre el equipo cuál plagas apocalípticas. Todo lo que podía salir mal, lo había hecho. Era algo particularmente frustrante para Taichi porque aquel era su último año en el instituto antes de ir a la universidad y de verdad deseaba tener una despedida del equipo mucho más significativa que haber sido goleados por el último lugar de la tabla después de que su portero titular hubiera tenido que abandonar la cancha por una intoxicación alimentaria.
—¡¿Qué clase de idiota se embuta tres órdenes de bolitas de pulpo del puesto más barato de la ciudad antes de un partido?! —Taichi se desahogó sobre todo el fiasco con Sora la mañana de su último partido entre bloques.
—¿Aún hay posibilidad de que puedan entrar a las eliminatorias? —le preguntó la pelirroja mientras practicaban pases entre ellos dos.
—Mmmm, veamos…
Sora observó a Taichi, próximo estudiante de universidad, hacer cuentas con los dedos y murmurar para sí mismo: "si a 2 le quitas 1, pero subes el número al siguiente y el de al lado le pide prestado… no, espera, ¿cuánto llevaba?"
Una eternidad después, Sora obtuvo respuesta:
—... técnicamente si —Finalmente respondió—. Solo tenemos que golear por diferencia de cinco goles a nuestro próximo oponente y el primer lugar de la tabla tiene que perder por tres.
Misión imposible. El mejor equipo de la temporada llevaba el torneo invicto.
Sora y Taichi caminaron juntos por el pasillo de laboratorios hacia las canchas donde se jugaría el determinante encuentro. Ella estaba bastante preocupada porque Tai definitivamente iba desganado y con la moral por el suelo.
No podía dejar que saliera así a jugar. Tenía que buscar la manera de motivarlo, como fuera. Mientras caminaban lado a lado, Sora lo miró de reojo.
A veces le resultaba un tanto irreal que aquel chico y ella fuesen mejores amigos ya por más de una década. Crecer junto a él había sido toda una aventura y realmente no estaba lista para que sus caminos se separasen. No es que Tai o ella fuesen a irse fuera de Tokio pero por primera vez en sus vidas no estudiarían en la misma escuela.
No se verían para comer todos los días, ni se pasarían los apuntes mutuamente. No tendrían su locker el uno al lado del otro ni tampoco se esperarían a la salida para caminar de regreso a casa juntos después de sus prácticas de soccer y tenis.
Tal vez había sido la aplastante nostalgia del momento, o que la puerta al final del pasillo que daba hacia las canchas deportivas parecía estar cada vez más cerca. Tal vez también jugó el hecho de que, al observarlo, se había dado cuenta que su mejor amigo se había convertido en un chico bastante bien parecido.
Tal vez solo deseaba desearle suerte.
Pero fuese lo que fuese que motivó a Sora, de repente la pelirroja solo alcanzó a jalarle del brazo para girarle hacia ella y estirarse a besarlo sin avisar más. Fue un beso no muy corto ni muy largo y aunque sus bocas solo se presionaron juntas, por dentro, el estómago de Sora dio vuelcos y volteretas como cuando la adrenalina es demasiada en algún juego mecánico.
Y ni qué decir del pobre de Taichi, que antes de aquel asalto seguía haciendo cuentas. Cualquier tipo de conocimiento de aritmética fue borrado de su cerebro para poder sobregrabar en aquel espacio el cúmulo de sensaciones que los tersos labios de su mejor amiga le estaban permitiendo experimentar.
Estar besando a Sora, o más bien que Sora lo estuviese besando a él, era lo más surreal que jamás le había pasado y aquello era decir mucho. Lo poco de su cerebro que no se había hecho gelatina recordó la breve temporada en secundaria cuando estuvo idiotamente enamorado de ella y lo mucho que había imaginado ese momento.
Pero, cuando Sora dejó de estar parada en puntillas y se separó de él, deseó haber tenido una mejor capacidad de reacción. Se había quedado como estatua, con las manos colgando a los costados y con una cara de what sobre rostro.
—Para la suerte —Atinó a decirle la pelirroja.
Tai cambió la cara de bobo por una sonrisa autosuficiente y levantó los hombros.
—Vaya, Sora, si tanto querías besarme tan solo me lo hubieras dicho. No había necesidad de que te inventaras tal excusa.
Y fue así como el capitán Taichi Yagami salió a jugar con un beso de buena fortuna y un puntapié en la espinilla por engreído. Quién diría que sería con esa misma pierna con la anotaría 4 de los 5 goles que necesitaban para pasar. Afortunadamente los astros se habían también finalmente alineado y alcanzaron los puntos suficientes para pasar a la siguiente fase.
Entonces, había sido más que obvio que, después de que contra todo pronóstico, lograran colarse a las eliminatorias, Taichi y Sora decidieran tratar de mantener la racha. Todos los días de juego se citaban en el pasillo de los laboratorios y entraban al primero que estuviese abierto para besuquearse. También habían descubierto que mientras más tiempo le dedicaran a la sesión, mejores resultados había.
El equipo de Taichi había estado destrozando a quienes les pusieran enfrente: marcadores irreales, penales regalados, pelotas que entraban a la portería sin una explicación física coherente. Era una locura.
Y ahora tocaba jugar por el campeonato. Tai necesitaba toda la suerte que pudiera obtener.
El capitán tomó a Sora por la cintura y, sin despegar nunca sus labios de los de ella, la levantó del suelo para sentarla sobre una de las mesas de trabajo del laboratorio de física.
Definitivamente habían obtenido bastante práctica las últimas semanas y el nerviosismo propio de los primeros encuentros se había desvanecido.
Ahora le daban rienda suelta a lo que su cuerpo les pedía sin pensarlo demasiado. Sora rápidamente rodeó la cintura de Tai con sus piernas cuando él pidió permiso para instalarse entre ellas. Mantenía a su mejor amiga cerca al tenerla bien estrechada por la cintura mientras su mano libre se paseaba desde su nuca hasta su cuello, dejando un camino de deliciosos escalofríos en la piel de Sora. Los besos eran cada vez más profundos, más húmedos y más atrevidos; Sora no pudo evitar soltar un jadeo de satisfacción cuando Tai mordió su labio con lascivia.
Claro que aunque ambos mantenían la excusa de seguir con aquello para no comprometer la racha de buenos resultados, sus encuentros no habían pasado sin dejar estragos de algún tipo en su mente y en su corazón. No era raro que ambos, en su propio tiempo, se encontraran pensando en el otro y en escenarios en los que realmente se permitían bajar las murallas y enamorarse. A pesar de que aún no lo comprendían con exactitud, tanto Tai como Sora anhelaban algún tipo de claridad en su situación, alguna señal de que tal vez imaginaban lo mismo.
Lamentablemente los dos también compartían la bonita característica de ser muy cabezotas: cada uno creía erróneamente que el otro solo estaba interesado en el juego o en la adrenalina del momento y ninguno quería arriesgarse a arruinar la amistad que tanto valoraban al forzar una conversación que pudiera ser incómoda.
Así que, en medio de sus besos disfrazados de superstición, la verdad siguió quedándose atrapada.
En lo que ambos sí estaban inadvertidamente de acuerdo era en aprovechar todo el tiempo que tenían a su favor, por lo que cuando la campana sonó, refunfuñaron casi al unísono. Sora, despeinada y acalorada, rápidamente le empujó fuera de aquella posición comprometedora, se bajó de la mesita y se reajustó la altura de su falda.
—Hoy sabes a durazno —Tai se dio cuenta mientras se relamía los labios y la veía adecentarse.
—El sabor de tu refresco favorito.
Antes de salir, y enternecido por el detalle del gloss, Tai le regaló un beso más. Inseguro de si alguna vez volvería a hacerlo, primero la tomó delicadamente por la barbilla y la levantó hacia él. Intentó que aquel último beso fuera más bien suave, paciente y tierno, como si estuvieran ambos disfrutando del último pedazo de un caramelo que se deshacía lentamente en sus bocas. Cuando abrieron los ojos, se encontraron con la mirada intensa de uno sobre el otro…
…y la campana volvió a sonar.
—¡Vete ya o llegarás tarde! —Sora le urgió, quebrando el hechizo. Taichi decidió salir lo más rápido que pudo de ahí, no sin antes voltear hacia ella un segundo más, antes de correr hacia los vestidores.
Sora, en cambio, tuvo que esperar unos minutos para que su corazón tuviera tiempo de volver a su ritmo normal antes de ir a buscar al resto de sus amigos.
~•~
Cuando Sora llegó a las gradas rápidamente se puso a buscar la cabellera pelirroja de Koushiro entre el gentío que se había dado cita aquella tarde. Usar a su amigo como punto de referencia para encontrar a sus amigos rápidamente era un truco que nunca le fallaba.
Sin embargo, había demasiados asistentes, entre padres de familia, profesores, directivos y muchísimos alumnos de todos los institutos que habían participado en el torneo. Empezó a desesperarse un poco hasta que finalmente pudo encontrarles en los asientos más cercanos al campo.
—¡Sora! ¡Casi no llegas! —le saludó Mimi al verla mientras palmeaba el espacio vació a su lado con emoción—. Te guardé un asiento.
—Sí, lo lamento, se me estaba haciendo un poco tarde.
Mientras iba poniéndose al tanto de las conversaciones que sucedían en el grupo también empezó a buscar a Taichi con la mirada. No fue difícil encontrarlo pues estaba en el área de la banca con el resto de su equipo, estirando y ¿...hablando con otra chica?
Entrecerró los ojos, tratando de enfocar mejor. No estaba segura de quién era, aunque definitivamente se le hacía conocida. Tai y aquella chica seguían platicando al mismo tiempo que se sonreían un tanto nostálgicos. Ahogó un respingo cuando vio como Tai y ella se abrazaron con fuerza cuando el entrenador le pidió a su capitán que dejara de perder el tiempo y se acercara a oír las instrucciones.
—Mimi —La aludida interrumpió su conversación con Koushiro sobre cómo hacía falta un Transformer de un coche bonito en la saga para atender a Sora—, ¿tú sabes quién es ella?
—¿No la recuerdas? Es Mochizuki-san. Estuvo en su salón el primer año del instituto, se transfirió cuando se fue a vivir fuera de la ciudad —fue Koushiro quien le respondió.
—¡Cierto! Yo tampoco la reconocí al instante. Uy, recuerdo que vivía enamorada de Taichi.
—De hecho, creo que llegaron a salir antes de que ella se mudara —Sora y Mimi voltearon a ver con ojos gigantes a Koushiro, quien rápidamente se dio cuenta del error que había cometido al seguir comentando el chisme—. Ehm, iré a conseguir algo de beber antes de que empiece el juego, ya vengo.
—¡No huyas! —Mimi se levantó tras de él y empezó a bombardearlo con más preguntas mientras ambos se fueron alejando hacia el área de snacks.
Sora se quedó sentada en las gradas, a su lado el ruido normal de decenas de personas hablando se fue difuminando hacia el fondo mientras en su mente se reproducían todo tipo de escenas imaginarias sobre la cita de Taichi y Meiko Mochizuki de hace casi tres años atrás.
¿Por qué Tai nunca le había contado al respecto? ¿Qué hacía Meiko allí aquella tarde? ¿Qué había causado que se abrazaran de esa manera? Sora se colocó una de sus manos sobre el pecho para intentar calmar su corazón desbocado y su respiración agitada. Pronto, aquella angustia se convirtió en indignación; cruzó los brazos sobre su pecho y se hundió en su asiento al mismo tiempo que el árbitro pitaba el inicio del partido.
~•~
—¡No puede ser! —gritó Daisuke, golpeando uno de los tubos de la estructura de las gradas metálicas y asustando a Miyako en el proceso.
—Tranquilízate, ¿quieres? Dios, es solo un juego.
Daisuke giró los ojos y se enfocó de nuevo hacia la cancha donde un jugador del equipo contrario se quejaba de una falta. El primer tiempo estaba por terminar y el partido había estado increíblemente apretado. Ambos bandos habían tenido varias oportunidades claras frente a la portería pero parecía ser que era uno de esos días en los que la pelota simplemente se rehusaba a cooperar.
Mientras el jugador caído era atendido, algunos aprovechaban para hidratarse, entre ellos Taichi.
Sora, que se había mantenido enfurruñada en su asiento, lo siguió con la mirada mientras él se rociaba un poco de agua sobre el cabello y se sacudía el exceso como si fuera un cachorro. Cuando se sintió menos acalorado, Tai levantó la vista hacia su mejor amiga y le lanzó una sonrisa cómplice al mismo tiempo que con los ojos señalaba el área de los laboratorios.
Sora no pudo evitar bufar en voz alta.
Sin embargo, cuando se marcó el final del primer tiempo y se fueron al descanso, Sora se levantó de su asiento y escapó sutilmente hacia donde sabía que Taichi le estaría esperando. Cuando entró al salón en el que habían estado tonteando por la mañana, lo encontró sentado sobre el escritorio principal.
—¡Qué fiasco! —se quejó mientras pasaba sus manos por su rostro—. No entiendo qué está pasando.
—Tal vez estás distraído. Yo también lo estaría si el chico con el que solía salir estuviera viéndome jugar.
Taichi, que ya se había acercado a ella para iniciar para lo que la había citado, se quedó congelado en su sitio, confundido.
—¿De qué estás hablando?
Sora suspiró mientras hacía rebotar su pie derecho sobre el piso de manera ansiosa. No quería pelear con él en ese momento, sobre todo porque además solo contaban con unos cuantos minutos, pero al mismo tiempo si tenía que pasar el resto del partido imaginándose todo tipo de teorías sobre Tai y Meiko, iba a volverse loca.
—¿Saliste o no con Meiko Mochizuki en el primer año del instituto?
Taichi parecía que intentaba hacer memoria y aquello solo la enfureció más. ¿Por qué se esforzaba tanto en ocultarlo?
—¿A qué viene eso ahora, Sora? —la voz de Tai sonaba más gruesa y ronca. Se notaba que estaba empezando a molestarse también.
—¿Por qué no puedes contestarme?
—¡Solo quiero entender…! —Tai se dio cuenta que había empezado a subir la voz pero rápidamente se intentó controlar—. Meiko es solo una vieja amiga. Claro, salimos algunas veces por un helado o a caminar antes de que se mudara, pero como amigos.
—N-no parecía eso cuando se abrazaron.
El rostro de Tai era como una montaña rusa. De la confusión había pasado a la frustración y ahora en sus labios apretados empezaba a querer dibujarse una especie de sonrisa.
—Estás celosa —no dijo aquello como una pregunta.
Sora abrió la boca para rebatirle, pero las palabras simplemente escapaban de su mente. Lo peor era que tenía enfrente a Tai con un semblante desafiante y de superioridad.
—Esto… esto es un juego para ti —finalmente le contestó, tratando de tragarse el nudo en la garganta que empezaba a ahogarla—. Muy bien, lo acepto, estoy celosa. Si el punto de todo esto era ver quién caía primero, entonces ganaste. Felicidades.
Sora se dio la media vuelta, dispuesta a marcharse a casa y no salir de su habitación en un largo tiempo; sin embargo fue detenida por el agarre de Tai sobre su muñeca. Aún así se negó a voltear a verle pues ya tenía lágrimas acumulándose en la comisura de sus ojos y quería mantener intacto lo poco que quedaba de su maltrecho orgullo.
—Por favor, déjame irme.
—¿Podemos ya hablar en serio? —preguntó Yagami, de nuevo el tono de su voz sonaba severo—. Por supuesto que esto no ha sido un juego para mí. ¿Cómo puedes pensar eso?
—Tai, por favor…
—¡Sora! —intentó girarla nuevamente pero la pelirroja podía ser igual de terca que él—. Siempre haces esto. Te enojas conmigo por cosas que jamás he dicho o porque malinterpretas la manera en que digo o hago algo. Es increíblemente frustrante.
El pecho de Sora se comprimió dolorosamente cuando Tai la soltó y su brazo regresó a su costado por acción de la gravedad. Aunque aún no se atrevía a verlo podía escuchar su respiración agitada justo tras de ella, chocando contra su cuello.
—Tú empezaste con ésto —acusó con voz tenue—. Y como siempre soy yo quien terminará pidiéndote disculpas. No sé qué pienses tú, pero me parece que el que siempre termina perdiendo en este juego en el que llevamos años metidos, soy yo.
—Tai…
Sora no estaba segura que decir pero su cuerpo estaba pidiendo a gritos que se girara a encararlo. Muy dentro de ella sabía que su mejor amigo tenía razón pues constantemente solía enfadarse hasta por las cosas más pequeñas. Recordó aquella vez en que Tai le había regalado un broche para el cabello y ella pensó que eso significaba que no le gustaba su peinado. Se había enojado tanto que había durado semanas sin dirigirle la palabra.
Pensar en ello, después de tantos años, le mostraba lo ridículo del asunto. ¿De verdad era posible que estuviera sucediendo lo mismo en aquel momento?
No podía evitar sentirse herida pero Tai tenía razón en que ella había sido quien había iniciado con todo aquello.
—Tengo que regresar ya… —Tai anunció con un suspiro resignado.
Podía notar como los engranajes del cerebro de Sora estaban trabajando a marchas forzadas pero realmente no contaba con más tiempo. No solo por el hecho de que pronto se acabaría el descanso, también la escuela llegaba a su fin y pronto tendrían que tomar caminos separados.
Sin embargo, odiaba que todo tuviera que terminar así.
Empezó a caminar hacia la salida del salón, pasando a lado de la figura de piedra que era Sora y rozando su hombro a propósito. Recorrió el pasillo a pasos lentos, de verdad sentía que le habían drenado toda la energía del cuerpo, e imaginando la paliza que se le venía encima. Miró el reloj de manecillas que estaba arriba de la puerta que conducía al exterior y se dio cuenta que afortunadamente aún contaba con un par de minutos para intentar alejar su mente de Sora y tratar de concentrarse en el juego.
Estaba casi lográndolo cuando escuchó la puerta del laboratorio abrirse y a Sora correr hacia él.
Iba a reclamarle su falta de sentido del tiempo cuando la pelirroja simplemente enganchó sus brazos en su cuello y lo besó. Al contrario de aquel primer beso, que habían compartido justo en aquel mismo punto, ahora su capacidad de reacción fue inmediata y, sin pensarlo mucho, le correspondió con resignación al mismo tiempo que la aferraba lo más que podía a él.
Aquel era el problema, pensó Tai con las dos neuronas que aún hacían conexión dentro de su cabeza, él simplemente no podía decirle que no.
Sora enterraba sus dedos en su cabello húmedo por el sudor mientras él le estrechaba por la cintura y profundizaba el encuentro de sus labios. Sintiendo sobre ellos el tic tac del segundero del reloj, fueron alentando el ritmo poco a poco hasta detenerse. Sin embargo, ninguno intentó separarse ni medio milímetro del otro.
—Perdóname —murmuró Sora sobre su mejilla—. Es solo que… me asusto con facilidad.
—¿Y de qué tienes miedo?
—De no ser suficiente —aceptó. Era la primera vez que lo decía en voz alta.
Tic-tac, tic-tac
—Para mi siempre lo has sido, Sora.
—Es a veces difícil de creer.
Tai la miró a los ojos con intriga. Los suyos, Sora notó, brillaban como si estuvieran hechos del más delicioso chocolate derretido.
—¿Cómo te lo puedo demostrar?
Ambos saltaron fuera de sus cuerpos cuando la campana volvió a sonar. Tai realmente estaba debatiéndose sobre si mandar al demonio el partido y resolver su situación con Sora de una vez por todas. Tal vez esa podría ser la manera de convencerla de lo que siempre había sentido por ella. Estaba a punto de decirle que se fueran de allí juntos cuando el entrenador abrió furiosamente la puerta tras su espalda.
—¡Yagami!
~•~
El segundo tiempo también había sido intenso, por decir lo menos. Ambos bandos estaban ya cansados y las faltas y golpes estaban a la orden del día. Quedaban solo unos minutos más en el reloj y la idea de tener que jugar tiempos extras era simplemente impensable para los dos equipos.
Sora observaba nerviosa, al punto de morderse las uñas, como Tai salía de entre dos jugadores contrarios con el balón aún en sus pies. Circuló hacia la banda pero cuando logró hacerle creer al resto de la defensa que iría hacia la orilla, cambió su dirección abruptamente hacia el centro, donde otro de sus compañeros estaba libre para prácticamente solo empujar el balón hacia en interior de la portería.
Toda la grada se puso de pie, impacientes por sacar de su pecho el grito de gol que ya se les había negado por tanto tiempo. Tai se preparó para centrar el balón y entonces sintió la barrida tras de él golpearle el tobillo de lleno. El momentum que llevaba le hizo rodar por el campo dramáticamente mientras su grito de dolor resonaba por el campo escolar mezclado con el jadeo colectivo de la audiencia.
—¡Tai! —gritó Sora mientras trataba de bajar corriendo hacia la orilla de la grada.
De inmediato el árbitro pitó la pausa para poder sancionar al jugador contrario con una muy merecida expulsión y un penalti a favor del equipo local. Los reclamos no se hicieron esperar e incluso se suscitaron algunos empujones alrededor de Tai, quien seguía quejándose del dolor mientras era revisado por su entrenador.
—¿Estará bien? —le preguntó preocupada Mimi a Koushiro, quien ni siquiera alcanzó a ver la jugada porque estaba revisando algunos pendientes en el móvil justo en ese momento.
—Espero que sí. Creo que se vio peor de lo que realmente fue.
Mimi suspiró aliviada al ver que Kou había tenido razón (como siempre), cuando Tai finalmente se puso de pie y levantó el pulgar hacia donde estaban todos sus amigos. Pronto la grada empezó a aplaudirle para infundirle ánimos y también para pedir que fuera él quien se encargara de cobrar el penal.
Tai se acomodó frente al balón. Tirar penales era una de sus especialidades pero en aquel momento realmente se encontraba aún bastante adolorido y muy nervioso. Aquello podía significar retirarse como un héroe o como uno más, sin pena ni gloria.
Miró hacia el portero rival, tratando de lanzarle una mirada retadora para descomponerlo pero no estaba seguro de estar lográndolo. Entonces volteó hacia las gradas y se concentró en la figura de Sora, quien prácticamente colgaba de la orilla del barandal, como si quisiera meterse a la cancha también.
Y lo único que pudo pensar es que tenía que meter el maldito balón para poder acabar con todo aquello y poder ir a resolver su situación con Sora lo más pronto posible. En los segundos que le tomó correr para impactar el balón, reprodujo en su mente cómo podría verse el futuro juntos y lo maravilloso que aquello podría ser.
¡Pum!
—¡GOOOOOOOOOL!
La grada explotó eufórica al mismo tiempo que todos los jugadores se lanzaron hacia Taichi para abrazarle. Rápidamente el capitán se perdió entre sus compañeros que se habían abalanzado sobre él, tirándole al suelo.
En las gradas, Sora había dejado su garganta. Había gritado el gol como nunca mientras se abrazaba y brincaba con Mimi, haciendo temblar la delicada estructura metálica (para horror de Miyako). Cuándo Tai emergió de entre el tumulto de festejos, simplemente señaló a Sora y le lanzó un guiño cómplice, antes de regresar a su posición para reanudar lo poco que quedaba del partido.
—¡Te dedicó el gol! —Mimi exclamó eufórica y con una voz más aguda de lo normal. Sora entonces se dio cuenta que todos sus amigos la estaban mirando contentos—. ¡Ay, siempre han sido tan tiernos! ¡Qué envidia me dan!
El comentario de Mimi revolvió todo tipo de sentimientos en ella, pero el que más sobresalió fue el orgullo. No pudo evitar sonreír, verdaderamente se sentía orgullosa de ser parte de la vida de Tai por tanto tiempo. Se sentía afortunada de tenerlo como mejor amigo y de que siempre la empujara a ser mejor, incluso a veces diciéndole sus verdades y haciéndola enfrentar sus inseguridades.
No estaba segura de que pasaría después pero ahora estaba convencida que quería más. Quería seguir a su lado, sin importar que la temporada del instituto ya estuviera por acabar. Quería poder tomarle la mano frente a todos y ser asquerosamente cursis.
Quería seguir creciendo a su lado.
Su corazón dio un vuelco cuando el árbitro pitó el final del partido y el campo se volvió loco. Nuevamente Taichi fue asediado por sus compañeros y su entrenador, pero antes de que pudieran darle alcance, él corrió hacia las gradas al mismo tiempo que Sora saltaba también hacia la cancha.
Sin pensarlo demasiado, saltó a sus brazos y Tai la recibió para darle vueltas en el aire. Sin importarles más, se besaron frente a toda la multitud, que seguía gritando enloquecida.
Aquel momento épico fue interrumpido cuando los compañeros de Tai los bañaron a ambos con el agua helada de la hielera y los rodearon para seguir saltando y festejando juntos el triunfo de su último juego de fútbol.
Notas de la autora:
Hasta que terminé de editar esto me di cuenta que jamás incluí a Yamato jajajaja ups!
