Esposo de cuidado
Spy x Family © Tatsuya Endo
Sinopsis: Loid Forger podría no comprender lo que Yor estaba experimentando, pero eso no detenía su deseo de cuidar a su esposa, y eso estaba perfectamente bien.
Esposo de cuidado
A Yor: ¿Podrías buscarme en la puerta de la escuela?
Loid Forger no se sorprendía cuando recibía mensajes inesperados de su esposa durante los días en que ambos estaban ocupados. Él era un programador freelance que pasaba sus días trabajando para diferentes clientes, mientras que ella era una profesora de educación física muy solicitada.
Sin embargo, el mensaje de Yor le hizo fruncir el ceño. Normalmente, ella tomaría el transporte público o regresaría a casa con algún compañero después de su trabajo en la escuela. Luego, juntos harían las compras diarias y volverían al departamento antes de que cayera la noche.
Loid decidió no darle vueltas al asunto y bajó las escaleras hasta llegar a su coche, un regalo del tío de su madre cuando cumplió la mayoría de edad. El trayecto hacia la escuela secundaria donde trabajaba Yor era corto, apenas unos diez minutos. Cuando llegó allí, quedó sorprendido al verla corriendo hacia él tan pronto como le hizo señas.
De inmediato, notó que Yor tenía los hombros caídos y una expresión extraña en el rostro.
No hubo ningún comentario alegre por parte de ella al entrar en el asiento de copiloto. Solo un rápido beso en la mejilla antes de desplomarse contra el respaldo, suspirando con evidente cansancio. Loid se preguntó si todo tenía que ver con el trabajo. Entendían la importancia de apoyarse en sus carreras.
Loid solía hablarle de su programación del día y de los nuevos clientes que habían llegado a través de sus redes sociales. Por su parte, él encontraba maravilloso cómo Yor se dedicaba a educar y cuidar a sus estudiantes, incluso si solo era en una clase deportiva. Pero en ese momento, algo estaba perturbando a su esposa.
Entonces, Loid decidió abordar el tema del trabajo.
—¿Cómo fue tu día en la escuela? —preguntó, con la esperanza de obtener más información.
—Como el día estaba agradable, dejé que los chicos jugaran fútbol y las chicas al hockey. No hicieron mucho más —respondió Yor mientras parecía distraerse con su teléfono, acompañando sus palabras con una mueca incómoda—. Además, tienen un pequeño examen la próxima semana, así que deben preocuparse por eso.
Aunque todo eso sonaba como parte de la rutina que solían comentar día a día, Loid sabía que estaba evitando una conversación más profunda.
—Yor —dijo, poniendo fin a la tensión—. ¿Por qué me llamaste?
—¿Por qué te llamé? —repitió ella, cansada—. Son esos días.
Se miraron por unos segundos. Loid aún no arrancaba el vehículo del estacionamiento de la escuela, y la zona empezaba a vaciarse. Apenas había algunos alumnos en la parada del transporte público y algún que otro profesor merodeando cuando la voz de Yor salió con dolor, algo que el joven ciertamente no esperaba.
—Son esos días. Son los que más odio.
Al darse cuenta de lo que insinuaba y de la incomodidad en el rostro de Yor, Loid supo lo que debía hacer. Le dio un tierno beso en la frente y condujo hacia su departamento, donde tendría todo preparado para aliviar su dolor.
Mientras, Yor se recostaba en el asiento del copiloto con cada vez más dolor y una creciente incomodidad. Eso solo hizo que Loid pensara que su pareja había sido sorprendida por el ciclo menstrual mientras estaba en el trabajo, ya que no recordaba ningún comentario del tema durante su desayuno en la mañana.
Loid Forger podría no ser una persona que experimentara la menstruación, pero no era un idiota y tenía conocimientos básicos sobre el asunto. Sabía que esos días podían ser incómodos y dolorosos, sin embargo, hasta el momento su esposa nunca se había quejado, al menos no de esa manera. Si era honesto consigo mismo, era la primera vez desde que la conocía que la veía tan abatida.
Su pensamiento se reforzó aún más cuando, al llegar al departamento, Yor intentó dar unos pasos y comenzó a lagrimear de dolor. Loid no podía evitar sentir preocupación y se acercó, ofreciéndole llevarla estilo nupcial hasta arriba.
—Solo lo sentí y comenzó a dolerme —admitió Yor cuando se encontró segura en el abrazo de su esposo—. No entiendo cómo no me di cuenta.
Loid podía percibir que su esposa no estaba contenta con aceptar el dolor. En la mayoría de las ocasiones era valiente y luchaba contra cualquier adversidad con fuerza y determinación.
—¿A veces simplemente no duele más? —le preguntó con la mayor lógica que pudo reunir—. No deberías sentirte mal por eso.
—Es solo que nunca me dolía antes —renegó la mujer—. Podía soportarlo.
Cuando Loid quiso decir algo más, notó cómo Yor se enroscó contra su cuerpo y decidió dejarlo así. Hizo malabarismos para entrar al departamento, pero lo logró y la llevó a la sala de estar, donde después le ofreció un poco de medicación y la hizo esperar mientras él preparaba un baño caliente.
—¡Loid! —escuchó que lo llamaban mientras terminaba de calibrar las canillas del agua.
—¿Yor…? —preguntó en voz alta, de inmediato dejó el baño y pasó a la sala de estar—. ¿Qué sucede?
—¿Entrarás a la ducha…? —exclamó ella con voz quedada. Su esposo notó que parecía más cansada a cada instante—. ¿Entrarás conmigo a la ducha?
—Claro —respondió Loid.
Los siguientes minutos consistieron en Loid buscando ropa, toallas y teniendo a mano la caja de tampones para cuando salieran de la ducha. De hecho, el joven agradeció compartir ese momento con su esposa, ya que les permitió relajarse y crear un buen ambiente. Durante ese tiempo, compartieron anécdotas del día, se rieron de las ocurrencias graciosas de los estudiantes, e incluso Loid pudo agregar una historia sobre un posible cliente que necesitaba sus servicios.
—¿De verdad parecía una frutilla? —preguntó Yor entre risas—. No puedo creerlo.
—Lo juro, Yor. Lo juro —comentó Loid con una risa terminando de secar su cabello. La ducha había terminado—. Sergie Ostosky era su nombre.
—¿Y piensas que podría pagarte bien?
—Sí, supongo. Solo tuvimos una pequeña charla, no es nada seguro.
En el momento en que Yor estaba a punto de agregar algo más, el dolor pareció abrazarla de nuevo y flaqueó, cayendo al suelo con las manos por delante para evitar lastimarse. Loid corrió hacia ella y se agachó preocupado.
—¡Yor, qué susto…! —inquirió ansioso—. ¿Qué te pasó?
Sin embargo, un sonido angustioso de parte de Yor lo hizo detenerse en seco, y cuando la miró, vio cómo su alegre rostro se transformaba en uno cargado de angustia.
—Loid —murmuró ella.
Su esposo permaneció en silencio, observándola con atención.
—¿Por qué me está pasando esto? —se preguntó Yor con dolor—. Antes no me ocurría. Supongo que debí entrenar para soportarlo, ¿por qué ahora...?
Loid se mantuvo en silencio, entendiendo que, a veces, lo más importante era brindar apoyo emocional sin necesidad de palabras. Se sentó junto a Yor en el baño mojado, acariciando su cabello y permitiendo que ella liberara todas sus emociones.
Sabía que su papel en esa situación era estar ahí para ella, cuidándola y haciéndole sentir que podía relajarse y descansar.
Pasaron un tiempo en silencio, compartiendo en calma. Finalmente, Yor rompió el silencio con una expresión más serena en su rostro.
—Gracias. Lo siento por hacerte preocupar así —le dijo con sinceridad.
—No tienes porqué disculparte —exclamó él mientras le daba un beso en la frente—. Nunca podré experimentar el dolor que sientes, pero al menos tengo que acompañarte.
—Sabes que eso te hace especial, ¿no? —señaló Yor con bastante seriedad—. No muchas parejas se preocupan por sus esposas así.
La última oración pareció remover algo dentro de la mente de Loid, porque desvió la mirada. Recuerdos de su madre sin poder levantarse de la cama por el dolor menstrual, su padre quejándose cuando veía las toallas usadas en el cesto del baño o alguna sábana teñida de rojo por un descuido nocturno.
—Lo sé, él solía hacer eso con mi madre —respondió en voz baja, como si hablara consigo mismo—. Nunca estaba allí, incluso cuando ella decía que no podía hacer mucho contra el dolor.
Yor entendió qué estaba pensando en su padre, quien había sido un hombre sin corazón ni compasión. Ella le dio un suave apretón en la mano y dijo con cariño.
—Tu padre era un idiota, y tú heredaste la compasión y el amor de tu madre. Eso es lo que te hace especial.
Loid asintió y decidió que era mejor no traer más a colación los recuerdos de su infancia. Una vez que las lágrimas de Yor cesaron, él la ayudó a vestirse. Le dio una de sus camisetas anchas y una sudadera de sus años universitarios, prendas gastadas, pero cómodas, ideales tanto para su estado como para el clima primaveral que reinaba en esa época.
Después de abandonar el baño, Loid sugirió que Yor se relajara aún más con un masaje. Su esposa aceptó con una sonrisa agradecida, y él comenzó a masajearla con cuidado, aplicando la presión justa para aliviar la tensión acumulada.
La mirada de Yor se fue alejando de su estado doloroso y se volvió más relajada, lo que alivió a Loid.
A medida que pasaba el rato, ambos volvían la atención a sus teléfonos. Yor descubrió algunas notificaciones menores y decidió revisar sus redes sociales. Mientras tanto, Loid se dio cuenta de que se había olvidado de que era el día de tenis semanal con algunos compañeros de trabajo. Comprobó la hora y confirmó que todavía podría llegar a tiempo si se apuraba.
El joven esposo estaba por abrir la boca para hablar, pero Yor fue más rápida.
—Sylvia pregunta si asistirás al partido.
—¿Eh? —respondió, confundido por un momento.
—Hoy juegas tenis, ¿no es así? —le recordó Yor—. Todavía estás a tiempo para ir.
Loid se quedó en silencio por un instante, tanteando sus opciones. Luego, tomó una decisión.
—No iré —anunció con firmeza.
—¿Eh? —Yor no podía creer lo que estaba escuchando—. ¿No irás?
—Exacto, no me apetece ir. No quiero estar allí pensando en ti, en cómo te sientes —confesó sin rodeos mientras atraía a Yor hacia su regazo y comenzaba a mordisquear su cuello—. Prefiero quedarme contigo.
Yor sonrió ante su respuesta y sus caricias, sabiendo que tenía un apoyo inquebrantable en su esposo, incluso en algo tan personal como su ciclo menstrual. Además, debía admitir que adoraba ver el lado más cariñoso y dependiente de él. Se sentía doblemente amada en esos momentos.
De pronto, sintió cómo las manos de Loid comenzaron a explorar bajo sus prendas, acercándose a un contacto más íntimo. Cambiaron de posición en el sofá, y ahora ella estaba en su regazo. Cuando vio la mirada de su esposo, supo lo que implicaba.
—No estoy en el mejor momento para jugar.
Loid tomó aire mientras la miraba directamente a los ojos.
—No te presionaré, pero sabes tan bien como yo los beneficios que puede tener para reducir tu dolor.
Ella no pudo evitar reírse. Loid nunca dejaba de preocuparse por ella, incluso después de haberla atendido durante todo ese tiempo. Siempre la ponía en primer lugar, y eso era algo que amaba de él.
—Podríamos, sí —dijo con una sonrisa que hizo que las cejas de Loid se alzaran—. Pero antes, me gustaría cenar algo.
—¿Quieres que prepare algo o…? —preguntó Loid, tomando su teléfono—. Podríamos pedir comida.
Yor sujetó el teléfono en la mano de Loid, jugueteando.
—La comida a domicilio nos dará un tiempo para jugar. Además, tengo que agradecerte por cuidarme.
La sonrisa de Loid se expandió en su cara y después pedir comida, dejó que Yor cuidara de él.
Nota de la autora: Ayer pasé por uno de los peores dolores de mi vida, debo decir, y estuve hoy viernes bastante cansada. Tanto que, si no fuera por mi pareja y mi manera de canalizar el dolor, esta historia no hubiera salido.
Esto también es para tratar un tema como lo es el ciclo femenino, aunque no sé si acabe logrando eso.
Ciao.
