El cielo cubierto de nubes y la persistente llovizna ocultaban la salida del sol. En pie sobre una atalaya de rocas, con la guarida del Dracguar a la vista, Seifer Almasydejó vagar su mirada por el perímetro de seguridad que mentalmente había trazado, girando sobre sí mismo despacio para mejor abarcar todo el terreno.
Con gesto adusto, se pasó la mano por la cara para despejarla del exceso de agua y apartó de sus ojos los mechones de cabello que rozaban su piel aquí y allá. Libre de su particular estilo ordenado, su cabello era más largo de lo que parecía normalmente, y, decididamente, más molesto.
De todas formas, su pelo era solo una pequeña incomodidad entre muchas otras bastante más acuciantes y problemáticas. Estaba empapado. Eso era suficiente para cabrearle en uno de sus mejores días y, definitivamente, este no era uno de ellos. Le escocían las múltiples quemaduras provocadas por el hielo, los arañazos y los golpes le recordaban su presencia con punzadas inmisericordes a cada movimiento que hacía y el hambre le provocaba aguijonazos en el estómago.
Y continuaba lloviendo.
El frío le había calado ya hasta los huesos y el viento que soplaba a través del páramo, haciendo que en ocasiones la lluvia cayera en rachas horizontales, contribuía a enfriar su cuerpo todavía más.
Pero un SeeD estaba entrenado para soportar todo eso y mucho más.
Lo que más trabajo le estaba costando digerir en su actual situación era el hecho de que acababa de amanecer, lo cual significaba no solo que los equipos de intervención que Squall había solicitado llevaban tres horas de retraso, sino también que su examen había terminado hacía una hora como poco, y ése era exactamente el tiempo que el equipo estándar de recogida llevaba perdido.
Un equipo ausente podía tener explicación. Dos equipos ausentes eran una cuestión bastante más difícil de explicar, pero añadir a esos dos equipos un operativo de emergencia perdido tornaba cualquier posible explicación en algo imposible.
¿Habría cancelado el director su examen?
Con un par de ágiles saltos Seifer descendió de su atalaya de piedras y bajó por entre las rocas hasta alcanzar el punto por el que habían abandonado la guarida del Dracguar. Cerca, bajo una repisa de roca natural, Squall descansaba con su espalda apoyada sobre la pared de piedra y los brazos cruzados sobre el pecho en un intento de mantener el calor corporal. Seifer se aproximó, pisando fuerte para ventilar parte de su malhumor, sus botas de combate arrancando ominosos crujidos del suelo lleno de grava, pero el comandante no abrió los ojos, y eso era otra mala señal.
-Squall –Seifer acompañó su interpelación con un toquecito con el pie en la pierna de su compañero. Cuando Squall no reaccionó, se agachó a su lado y le sacudió por el hombro- Squall –repitió con más énfaiss.
El comandante abrió los ojos y giró la cabeza para mirarle.
-Los equipos no han llegado. Ni el de recogida, ni el de rescate, ni el que autorizaste para eliminar el Dracguar. –esperó un momento hasta que le pareció que Squall había asimilado la información- Ya ha amanecido –concluyó.
Squall se lo quedó mirando fijamente con una expresión de incomprensión, como si le estuviera hablando en una lengua desconocida. Cuando Seifer ya comenzaba a plantearse incómodos interrogantes acerca de sus mermadas capacidades, la expresión en su rostro cambió levemente, tornándose más dura. Apartando la mirada de Seifer, fijándola en algún punto en el horizonte, Squall apretó los labios en una fina línea e inspiró lenta y profundamente.
-Creo que –comenzó, con voz cascada. En lugar de aclararse la garganta como haría cualquier otro, continuó hablando sin más. Su indiferencia por las convenciones sociales llegaba hasta ese punto y Seifer lo encontraba a partes iguales curioso y digno de admiración- nuestra mejor opción es permanecer aquí y esperar, en caso de que podamos garantizar nuestra supervivencia con lo que tenemos.
¿Era esa la forma en la que Squall le daba a entender que no estaba capacitado para recorrer una larga, o ninguna, distancia? Otro pensamiento cruzó su mente a la velocidad del relámpago, dejando una impronta difícil de ignorar.
-Espera, espera, espera un momento –Squall le miró con una ceja levemente enarcada- ¿Piensas utilizar al Dracguar como protección? –el comandante asintió casi imperceptiblemente- ¿Contra otros monstruos o contra seres humanos? –conocía la respuesta, pero había cuestiones que era necesario clarificar lo máximo posible, aunque solo fuera para tener algo que decir delante de un tribunal en un no tan hipotético futuro en el que todo se fuera a la mierda.
La única respuesta de Squall fue un leve encogimiento de hombros.
-Squall –Seifer inspiró profundamente, tratando de armarse de paciencia- Estás al mando aquí. Y no solo eso. Eres el oficial de mayor rango del Jardín de Balamb y mi examinador –el recalcitrante comandante ni siquiera parpadeó, aparentemente poco impresionado por el hecho de que le recordara su estatus. Seifer comprendió que esta era una de esas ocasiones en las que Squall necesitaba que le pintaran el cuadro lo más específica y exactamente posible-. Solicito instrucciones. Apenas puedes moverte. ¿Qué debo hacer si aparece alguno de los equipos? ¿Qué debo hacer en caso de que nos ataque alguna criatura? –su tono de voz había ido subiendo acorde con su indignación. Oh, sí. Cómo le sacaba el León de Balamb de sus casillas sin hacer nada, simplemente ahí sentado, mirándole como si el raro fuera él- ¿Y qué cojones hago si el Dracguar trepa esta jodida ladera rocosa y se pone a masticarme la cabeza?
-Observas. Luchas. Mueres. –contestó Squall, dejando traslucir su irritación en el énfasis con el que pronunció cada palabra- Mientras tanto, no me molestes con bobadas.
Seifer pensó que, como mínimo, se merecía una ovación con el público en pie por no partirle la cara en ese mismo momento a su compañero.
-Hazme sitio –gruñó, uniendo acción y palabra y sentándose junto a Squall, empujándole sin miramientos hasta que ambos pudieron disfrutar de la protección de la cornisa. Más o menos- ¿Crees que el director envió los equipos? –preguntó cuando finalmente encontró una posición relativamente cómoda sobre la dura roca.
-Estoy seguro de que los envió –contestó Squall- Todas las conversaciones con el centro de comunicaciones quedan grabadas y habría demasiados testigos en la sala como para que él pudiera permitirse el lujo de actuar de otra manera.
-La cuestión entonces es, ¿con qué ordenes los envió? –una súbita idea cruzó su mente- ¿Crees posible que enviara también el puñetero helicóptero?
Squall se encogió de hombros, con un gesto de dolor, y cerró los ojos sin contestar. El comandante tenía tan mal aspecto que Seifer no necesita tocarle para saber que tenía fiebre. La cuestión no era "si", sino "cuánta".
-Genial. –murmuró entre dientes- Si salimos de esta espero recibir como mínimo una mención de honor. Joder. Mierda de examen. Maldita sea mi puta suerte –y se contuvo antes de soltar un lastimero "¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?".
-No te quejes tanto. Durante mi examen me persiguió un monstruo mecánico gigantesco con forma de araña, capaz de regenerarse, por calles demasiado estrechas para su tamaño. –Squall se estremeció y le miró directamente a los ojos antes de añadir- Además, mi jefe de equipo era un cabrón.
Ese último comentario hizo que Seifer soltara una carcajada.
-Aquel examen fue un paseo, comparado con esto –Seifer carraspeó y se meneó un poco en el sitio. Squall se apartó ligeramente para concederle más espacio- Hablando de mi examen, y sólo para confirmar, ¿ha terminado?
Squall asintió. Parte de su cuerpo estaba ahora bajo la lluvia, pero el comandante no hizo ningún movimiento para resguardarse.
-¿Puedo preguntarte cuáles son los criterios que se tendrán en cuenta para la evaluación?
-Estaban en el dossier.
-No me dieron ningún dossier. –contestó Seifer.
Squall le miró con el ceño fruncido, pero, fiel a su naturaleza, contestó a la pregunta principal sin perderse en los interrogantes secundarios.
-Seguimiento de las instrucciones y cumplimiento de los objetivos. Manejo del arma de tu competencia. Limpieza en la ejecución y en el aspecto. Iniciativa. Control. Orientación. Los ítems físicos habituales. Corrección.
-¿Limpieza en el aspecto? ¿El Jardín de Balamb quiere que demos una imagen de elegancia mercenaria o algo así? –la culpa la tenían todas esas portadas de los "héroes" de la guerra, que habían disparado el número de solicitudes de admisión- ¿Y corrección? ¿En serio?
-Los chicos malos tienen más que demostrar.
-¿Y bien? ¿Estoy aprobado?
-En lo que a mí respecta, sí.
-Al fin podré tachar "aprobar el puñetero examen de promoción" de mi lista de cosas pendientes.
-Enhorabuena.
-Gracias.
A este intercambio le siguieron unos minutos de silencio durante los cuales Seifer dejó vagar su mente, perdido en sus propias conjeturas acerca de las consecuencias que los hechos de las últimas horas podrían tener para su futuro inmediato. Más allá de las dudas sobre si finalmente llegaría el día en el que asistiera a su propia graduación como SeeD, su principal preocupación debería haber sido quién y por qué estaban intentando matarle, si es que la teoría de Squall era cierta. Pero la realidad era que la preocupación que ocupaba su mente en mayor medida era el penoso estado en que se encontraba su antiguo rival. Squall necesitaba asistencia médica lo antes posible, o se arriesgaba a perder el brazo, o incluso la vida. Y era increíble lo mucho que eso le importaba.
Maldita fuera aquella condenada reunión nocturna después de recibir su indulto que había cambiado su forma de ver a Squall Leonhart para siempre.
-¿Queda algo de agua?
Seifer se giró para alcanzarle la única botella que había conseguido rescatar de los restos del finado vehículo y se encontró con que Squall le escrutaba atentamente.
-¿Qué? –su voz sonó excesivamente a la defensiva incluso a sus propios oídos- ¿Se me ha quedado la marca de la almohada en la cara?
Squall tomó la botella que le ofrecía y dio un trago antes de contestar.
-¿Quién puede ser, Seifer? ¿Y por qué?
El interpelado dejó escapar un resoplido y sacudió la cabeza en una negativa. Ojalá lo supiera. Tener un nombre que maldecir y una cara contra la que planear represalias aliviaría su tensión en gran medida.
-Soy el perro de la Bruja. Tengo enemigos en todos y cada uno de los continentes y le caigo mal a gran parte de la población del planeta. Escoge. –terminó por contestar.
Squall rechazó su argumento meneando la cabeza antes incluso de que terminara de hablar.
-De acuerdo con mi experiencia, este tipo de amaños para fingir una muerte accidental suelen implicar que la víctima posee información sensible que puede perjudicar severamente a alguien en una posición de poder.
-¿De acuerdo con tu experiencia? –Seifer dejó escapar una risa de incredulidad- ¿Tu experiencia en qué? ¿Leyendo novela negra?
-Desde el final de la guerra he tenido acceso a numerosos expedientes clasificados. –Squall elaboró su argumento- Resultan… altamente esclarecedores. Podrían haberte sacado de circulación fácilmente, dejándote aprobar tu examen y destinándote a la más abrupta cordillera de Trabia o a Fisherman's Horizon, y allí serías olvidado en un par de meses. Pero están intentando eliminarte y además tienen prisa por hacerlo, y ése es uno de los cursos de acción con más posibilidades de salir mal, sobre todo si no quieren que sus nombres salgan a la luz. Será fácil seguir el rastro de ese helicóptero y ver quien dio las órdenes. Por mucho que hayan tratado de borrar sus huellas, la gestión administrativa militar es trazable incluso por omisión. Bendito papeleo, y me sorprende ser yo el que lo diga… ¿qué te pasa? –se interrumpió Squall a sí mismo, frunciendo el ceño.
Seifer pensó que se arriesgaba a recibir un puñetazo si le contestaba que se había quedado con la boca abierta porque no había creído al taciturno comandante capaz de juntar tantas palabras seguidas. Bendito Hyne, Squall estaba pensando en voz alta delante de sus narices… si le hubieran dicho que algún día presenciaría algo semejante, se hubiera reído con ganas.
-Nada, nada –se apresuró a contestar- Se me colapsó un grupo neuronal al escuchar la mención a Fisherman's Horizon. Ya sabes, deformación profesional. Estoy trabajando en ello–Squall arqueó las cejas, más asombrado que molesto por su ridículo argumento- Continúa, soy todo oídos.
El comandante, con su pragmatismo habitual, pareció decidir que no merecía la pena insistir en el asunto, y continuó:
-Existen pocos sujetos más peligrosos que un político tratando de alcanzar las máximas cotas de poder a su alcance. Uno de ellos es un militar reconvertido en político apuntando hacia esas mismas alturas. El actual Frente Unido de Galbadia está constituido al menos en sus tres cuartas partes por veteranos de la Guerra de la Bruja, oficiales todavía en activo y miembros de los antiguos Grupos de Inteligencia. El Partido por la Democracia cuenta con la misma fauna, en una proporción sólo un poco menor. Cualquiera de sus gerifaltes pudo haber trabajado a tus órdenes durante la Guerra, o tú a las suyas en algún tipo de ofensiva, proyecto o lo que fuera. Algo sórdido, ilegal, que sólo se pudiera llevar a cabo en tiempos de guerra, al amparo de la impunidad que garantizan las leyes marciales, pero que resultara tan truculento que pudiera pasarles factura al llegar la paz. –Squall se pasó la lengua por los labios y añadió- Quizás me estoy dejando llevar demasiado. Ahora mismo me cuesta pensar con claridad.
No eran razonamientos de tan alto nivel como para que Seifer no los hubiera podido hacer por sí mismo antes. Eso sí, Squall estaba poniendo el foco sobre los beligerantes nuevos partidos que dominaban la actual esfera política de Galbadia, mientras que Seifer seguía centrando sus sospechas en las antipatías que provocaba en el seno de los Jardines. Que su invisible enemigo fuera un miembro de la comunidad de la que Seifer formaba parte o no, marcaba una diferencia capital que merecía la pena sopesar con detenimiento, pero seguía sin poder centrarse en dilucidar una supuesta conspiración en su contra cuando Squall estaba ante él, maltrecho y sin fuerzas para blandir su sable pistola.
-¿Tienes un vínculo establecido con Rinoa, sí o no?
Squall frunció el ceño, pero Seifer continuó hablando antes de que tuviera ocasión de replicar.
-No lo pregunto por mera curiosidad, ni por invadir tu esfera privada. Simplemente, el vínculo podría sernos de utilidad ahora mismo.
El comandante se le quedó mirando en silencio durante un largo minuto, y Seifer se preguntó si sufriría daños permanentes en la piel por soportar semejante mirada a pecho descubierto.
-No –contestó al fin Squall- No lo tengo.
-¿En serio? –la sorpresa le hizo hablar más alto de lo que él mismo esperaba. Había estado tan seguro de que iba a recibir una respuesta afirmativa que no fue capaz de reaccionar con su acostumbrada elocuencia- No me jodas, Squall. ¿Estáis juntos o no?
-Nuestro matrimonio marcha bien, si eso es lo que estás preguntando-replicó Squall con irritación- Pero no soy su caballero. No existe vínculo espiritual alguno, ni de contención ni de ninguna otra naturaleza, entre nosotros.
Seifer tuvo que contenerse para no espetarle que la felicidad de su matrimonio le importaba un pimiento. Su opinión acerca de Rinoa era mala, en el mejor de los casos. Todavía se preguntaba qué había visto Squall en ella además de una cara y una sonrisa bonita. En su humilde opinión, eran una pareja desequilibrada y espantosa y uno de los pocos argumentos que, bajo su punto de vista, podrían explicar la química entre ellos sería la necesidad de establecer un vínculo bruja-caballero que ayudara a la joven bruja a mantener bajo control su poder.
-¿Por qué? –preguntó Seifer en un susurro cargado de énfasis- ¿Os habéis vuelto los dos locos?
Antes de que Squall tuviera ocasión de contestar con alguno de sus típicos comentarios lapidarios para mandar a la gente a paseo, el sonido de varios vehículos a motor aproximándose desvió la atención de ambos. Seifer se incorporó a toda prisa y atisbó entre las rocas, sin hacerse visible.
-Se aproximan una docena de vehículos. A esta distancia no puedo estar seguro al cien por cien, pero diría que son de los nuestros. Espera aquí –indicó al ver que Squall se incorporaba con el auxilio de la pared de piedra y echaba mano a su sable pistola- Me acercaré algo más.
-No te dejes ver.
Seifer asintió.
-Y tú no te muevas de aquí. No estás en condiciones, Squall. –al no recibir más respuesta que una expresión impasible, Seifer recalcó- No. Te. Muevas. De. Aquí. Leonhart.
Y corrió ladera rocosa abajo para tratar de alcanzar una buena posición antes de que los vehículos se aproximaran demasiado. Tuvo ocasión de verlos llegar, y, por si no hubiera sido capaz de identificar los modelos ni de ver el emblema del Jardín de Balamb en las carrocerías, con solo observar su táctica de aproximación y el despliegue frente a la guarida del Dracguar le hubiera bastado para identificarlos como SeeDs.
Seifer hizo un rápido recuento de los mercenarios que se estaban reuniendo a una distancia prudencial de la guarida, mientras el Dracguar en la entrada de la cueva venteaba el aire. Dieciséis SeeDs. Cuatro equipos. Bien.
Fijándose en los individuos, sólo consiguió reconocer a tres, y ninguno de ellos formaba parte del círculo de amistades de Squall, ni del suyo. Era extraño que en una misión que implicaba su rescate, ni Zell, ni Quistis, ni Viento, ni Trueno se hubieran presentado voluntarios. Y Rinoa tampoco estaba allí. Extraño al cuadrado, entonces.
El Dracguar dio un paso fuera de la cueva y soltó un espectacular bramido de advertencia. Los Seeds se desplegaron con velocidad, aprestaron sus armas y…
Y el Dracguar acudió con la cabeza baja, agitándola de vez en cuando como haría un perro que tuviera un cangrejo enganchado en su hocico. Se detuvo a un par de metros del SeeD más avanzado y se quedó allí refunfuñando levemente y arañando el terreno con sus garras, mientras el Seed, con toda la tranquilidad del mundo, utilizaba un transmisor de mano para entablar comunicación con el Jardín como si fuera algo cotidiano que una bestia asesina de varias toneladas estuviera plantada y bufando frente a él.
"Lo pusieron ahí. Lo pusieron ahí para el examen" una niebla de rabia y odio comenzaba a eclipsar su entendimiento, y su mano ya se cerraba sobre la empuñadura de su sable pistola, cuando un movimiento cerca de los vehículos llamó su atención. Un SeeD se había quedado junto a los todo-terreno y ahora se movía hacia la posición Seifer buscando un mejor ángulo para ver lo que sucedía con la bestia. No se acercó lo suficiente como para ponerse a su alcance, pero sí lo bastante como para que Seifer lo reconociera, a pesar del cabello corto, de las cicatrices que desfiguraban el lado izquierdo de su cara allá donde los fragmentos de un explosivo le habían alcanzado durante la revuelta del 16 de mayo en Timber, y a pesar de no llevar ya su típico sombrero de cowboy.
Irvine Kinneas.
De todo el grupo del antiguo orfanato junto al mar, quizás, el que menos conocía y el que menos confianza le inspiraba. Tras tantos años antagonizando a Squall, Seifer había aprendido a apreciar la forma directa en la que el comandante le expresaba su desagrado o su desaprobación, y la determinación con la que le plantaba cara. La gente como Kinneas que ocultaban sus verdaderos pensamientos con bromas y respuestas ingeniosas y que rehuían las confrontaciones le sacaban de quicio.
Dando un rodeo, Seifer se situó a su espalda, a distancia suficiente para no ser detectado y poco a poco, se fue aproximando. Irvine estaba distraído con el Dracguar y el despliegue de manual realizado frente a la cueva, así que sería sencillo acercarse lo suficiente para…
Aún estaba demasiado lejos cuando Irvine se dio la vuelta como un rayo, la boquilla de su rifle apuntando directamente a su cabeza.
-¡No dispares! –susurró Seifer, tratando de no gritar para no descubrirse- ¡Soy yo, maldita sea! ¡No dispares!
Irvine apartó durante un segundo los ojos del punto de mira, pero no bajó su rifle.
-Seifer… ¿qué diablos estás haciendo aquí?
