Como si nada hubiera pasado
Abre los ojos.
Oye, despierta.
Link abrió un ojo y un rayo de sol impactó de lleno.
—Ya era hora. Muévete, nos han convocado.
Se había quedado dormido en su campamento en Hebra, mientras iba tras el Dragón Blanco. Aún no había conseguido alcanzarla, ni una sola vez desde que había descubierto quién era y qué significaban las lágrimas que había derramado por todo Hyrule. Desde ese momento la había buscado y perseguido sin descanso, su idea era lanzarse desde una de las torres sheikah y llegar hasta ella de alguna manera. Había averiguado que su vuelo seguía un cierto patrón, como el de los demás dragones, pero aún no había podido alcanzarla por diversos motivos: caminos bloqueados, tropezaba con problemas o con alguien que necesitaba ayuda.
Se estiró y buscó sus armas. Extraño, no estaban donde las había dejado.
—¿Todavía estás ahí? Los jóvenes sois un desastre, de esa manera no llegaréis a nada. ¡Levántate y mueve el culo si no quieres acabar fuera!
Se frotó los ojos, ¿quién demonios le hablaba así? ¿Acaso habían rodeado su campamento los de la patrulla?
—Link, vamos, nos han llamado a la plaza central. Al parecer viene el mismo rey de Hyrule.
—¿Towen?
Tuvo que frotarse los ojos un par de veces. Era imposible, Towen pertenecía a un pasado lejano, tras el Cataclismo no volvió a verle nunca más. El corazón se le aceleró al comprobar que no estaba en Hebra. No estaban sus cosas y lo más raro de todo: su brazo volvía a ser normal y a estar en su sitio, como si nada. Estaba en una de las barracas que había compartido una eternidad atrás, cuando se alistó en el ejército de Hyrule.
Temblando y un poco entumecido se puso en pie. Estaba en la barraca, sin duda alguna. Había más camas a su lado, pero los demás soldados ya se habían puesto en marcha. A los pies de su catre estaba la túnica de soldado: blanca, con el crespón real en rojo. Y también las piezas de su armadura. No, debía estar dormido, no podía ser. Levantó la vista y vio a Towen hacer señas, muy nervioso. Link se llevó la mano a la cabeza y notó un golpe que le dolió con una sacudida que le hizo tambalearse. Se lo habían limpiado y vendado, y seguramente bajo el vendaje había puntos. No entendía nada, pero no podía quedarse quieto, así que se vistió y se puso la armadura.
Al salir a plena luz del sol, toda su antigua patrulla estaba en formación, lanzas firmes en las manos. El capitán pasaba revista, y les avisaba de que el rey de Hyrule les había convocado cerca de la plaza central, en la ciudadela.
Como si su cuerpo hubiese tomado el control, se dejó llevar y marchó con la patrulla, comandada por su capitán. También él era una sombra del pasado, la última vez que lo vio intentaba defender las murallas de Hatelia, sangraba por un costado, pero… todo eso pertenecía a un momento tan lejano que casi no parecía real.
En la plaza hacía mucho calor. El sol de mediodía golpeaba con fuerza, y la armadura le asfixiaba. Era una de las cosas que agradeció cuando fue nombrado el caballero guardián de Zelda, ya no tenía que llevarla puesta por obligación, siempre terminaba cociéndose dentro como un cangrejo en una cazuela. De repente, mientras se debatía entre el dolor del golpe en la cabeza y el calor, apareció una hilera de soldados con el uniforme de la guardia real. Era imposible: custodiaban al rey Rhoam de Hyrule.
El rey comenzó a hablar, dando un discurso de los suyos, Link había escuchado muchos así. Debía estar dentro de un espejismo, aunque era tan real que daba miedo. Daba igual, antes o después hallaría una manera de librarse y todo volvería a la normalidad.
—Como sabéis, mi hija y única heredera al trono de Hyrule ya ha cumplido diecisiete años y alcanzará la mayoría de edad la próxima primavera.
Estas palabras del rey sí consiguieron captar su atención. Otro imposible. El Cataclismo se desató el mismo día en que Zelda cumplía diecisiete años, así que, nunca llegó a celebrarse un evento así en Hyrule. ¿Estaban todos locos?
—… y, por tanto, esta celebración será muy importante. Llegarán pretendientes de muchos lugares, los caminos han de ser seguros y estar limpios de monstruos. Confío en nuestro ejército para esto.
Todos sus compañeros de filas lanzaron un "sí" protocolario al unísono. Después, el rey se marchó y todos rompieron filas. Él se dejó llevar, de nuevo sus pies arrastrándole al lado de Towen.
—Tienes muy mala cara, Link. ¿Es por el golpe? No debiste lanzarte contra ese petrarock tú solo, ya te lo advertimos.
—Es un cabezadura —carcajeó Dod a su lado.
—¿Dod? ¿Tú también estás aquí? —preguntó, cada vez más confundido.
—¿Y dónde diablos querías que estuviese? Towen, tenemos que llevarlo otra vez a la enfermería.
—Si lo hacemos no podrá venir con nosotros a la ciudadela. ¡Nos han dado el día libre, Link! —Towen empezó a golpear a un enemigo invisible con los puños, celebrándolo.
—Y, además, Towen ha descubierto una taberna donde podríamos colarnos. Hacen la vista gorda con los cadetes como nosotros.
—¿Por qué íbamos a colarnos en ningún sitio? —preguntó él. La visión de ese mundo tenía reglas muy extrañas.
—Pues porque sólo yo he cumplido los dieciocho… me veo obligado a ir con bebés como vosotros —dijo Dod, sacando pecho.
—Yo tengo veintitrés —afirmó Link. Aún recordaba su último cumpleaños, Zelda tuvo la ocurrencia de invitar a media aldea y se pasó una noche entera haciendo un pastel gigantesco, acabó agotada y prometiendo que el próximo cumpleaños sería más privado y él tendría que conformarse con una magdalena.
—¡Menudo bromista! —carcajeó Towen —no te hagas el duro porque te has lanzado contra un petrarock…
—Sólo necesita probar una buena cerveza, verás cómo se espabila…
Pronto se vieron envueltos en las callejuelas retorcidas de la Ciudadela. Casi las había olvidado, además de que tras su despertar en la Fuente de la Vida, tenía recuerdos muy confusos y borrosos de su vida cien años atrás, antes del Cataclismo.
—¡Apartaos, abrid paso! ¡Tú, muévete!
Towen tiró de su pechera y lo apretó contra la pared de una casa. Un séquito viajaba en dirección al castillo: varios guardias reales montados y un carruaje. Y por la ventana del carruaje…
—¡Zelda! —exclamó. En lo que duró una fracción de segundo, ella miró por la ventana del carro, como en un acto reflejo.
—¿Eres imbécil o qué? —Towen le tapó la boca y lo aprisionó contra la pared. Él intentaba zafarse sin éxito y terminó rindiéndose.
—Todos nos miran, menudo espectáculo —resopló Dod a su lado —adiós a los planes de colarnos en ningún sitio.
—Pero… era Zelda —balbuceó él. Haberla visto, aunque hubiera sido un segundo había hecho que su corazón diese un vuelco y latiese casi con violencia. Hacía tantos días que la seguía… y creyó que jamás la volvería a ver. No a la Zelda que él conocía.
—No hagan caso señorías, ya nos llevamos a nuestro amigo —Towen lo arrastró hasta un callejón secundario para alejarlo de la muchedumbre. Allí lo obligó a sentarse y beber agua.
—Uno no va por ahí gritando el nombre de la princesa a su antojo. Y menos si se trata de un soldado —resopló Dod, nervioso.
—Está mareado, es por el golpe —justificó Towen.
—Y créeme, todos querríamos gritar su nombre —prosiguió Dod, que seguía caminando de un lado a otro con nerviosismo —no eres el único que se ha fijado en ella. Pero pronto se casará con un extranjero y se acabó la fantasía.
—No va a casarse con ningún extranjero —dijo él. Sólo era una visión. Si ella se iba a casar con alguien sería con… bueno. Estaba casi seguro de que ella aceptaría si él se lo pidiese. A veces se le había pasado por la cabeza la idea de pedírselo.
—Bien, bien, cabezadura. Te llevaremos a que te dé el aire y después volveremos al cuartel… no estás para muchos trotes.
Link llevaba ya tres días atrapado en la visión, y no había dado con ninguna pista para salir de ella.
Todo parecía siniestramente real: la comida, la gente, los entrenamientos… todo era así antes de que él empuñase la Espada Maestra.
Por la ventana de su barraca se podía ver la torre oeste. Él sabía que los aposentos de Zelda estaban ahí. Era imposible que un cadete común lo supiese, pero él sabía mucho más que los demás. No era real, pero aún le latía el corazón con fuerza ante la perspectiva de verla. Ella lo había mirado por la ventana, ¿y si ella también estaba atrapada en la visión?
—Link, tienes visita —anunció el cabo de guardia.
Él estaba a cargo de limpiar las mesas del comedor de toda la patrulla y aún le quedaba casi todo el trabajo.
—¿Quién es?
—Tu padre. Su patrulla ha vuelto del Dominio Zora.
Link sintió como si su corazón hubiera dejado de latir. Claro, cómo no. No se trataba sólo de sus antiguos compañeros, ni de Zelda, eran todos. Todos estaban allí: su padre y también todos los demás.
No sabía qué hacer, las piernas le temblaban y le hacían tambalearse. No era real, sólo era una visión de la que debía escapar. Tal vez era una treta de los zonnan, puede que también ellos intentasen manipular el tiempo. Prunia decía que jugar con el tiempo era muy peligroso y que el pasado no podía cambiarse o sucederían hechos caóticos e inesperados.
—Hijo —saludó su padre. Sujetaba el casco en una mano y con la otra releía un trozo de pergamino, seguramente un informe que tenía que entregar.
—Padre…
Era tan real… tuvo que tragar varias veces, no podía ser. ¿Y si el pasado sí podía cambiarse? A lo mejor él estaba ahí para cambiarlo para impedir que papá y todo el mundo muriese, a lo mejor, los zonnan habían terminado por dominar la magia temporal. Ojalá pudiera ponerse en contacto con Rauru.
—Me han dicho que te golpeaste —dijo, apenas levantando la mirada del papel para inspeccionarle.
—No es nada —Link se llevó la mano a la cabeza, los puntos aún seguían ahí.
—Me alegro —dibujó una sonrisa fugaz.
Link sintió el deseo de abrazarle, de gritar papá, de decirle que empezase a buscar un escondite, pues el Cataclismo no se había producido cuando debía, pero no debía tardar demasiado. En lugar de eso, aguardó en su sitio. Cuando estaban de servicio no se permitían muestras de afecto, era una norma que él le había enseñado desde muy niño: siempre en posición.
—He conseguido agendar una misión especial para ti —dijo él, plegando el pergamino al fin —acompáñame.
Caminaron por un pasillo y entraron en una de las salas que sólo utilizaban los capitanes y los oficiales. Sobre la mesa, había un uniforme de la guardia real: las botas altas y blancas, la casaca de terciopelo con bordes dorados y la boina.
—¿Y esto?
—He conseguido que te hagan una prueba dentro de la guardia. Los demás oficiales hablan muy bien de ti, también tu capitán. Derrotar tú solo a un petrarock y evitar que destrozase una aldea no es una hazaña menor. El rey quiere a los soldados más hábiles cerca.
Link recordó cómo se hizo con la Espada Maestra. Fue así, una misión tras otra, un monstruo tras otro. Era el más joven e inexperto, pero fue el propio rey de Hyrule quien decidió otorgarle ese peso.
—¿No estás contento? —su padre lo miró con una arruga de preocupación.
—Sí, lo estoy.
—Bien, cámbiate, un oficial te dirá en qué consiste tu primer servicio.
—¿Y tú? ¿Te marchas tan pronto?
—He de dar parte —suspiró —pero estaré unos días en la aldea, con tu madre. Si libras esperamos tu visita.
El nudo de su garganta se volvió insoportable al pensar en su madre. No sabía si podía… ¿qué se le dice a una madre cuando pensabas que no volverías a verla nunca más? Él ni siquiera había podido llorar su muerte como era debido, porque la había olvidado para luego recordarla.
—Anímate —su padre palmeó su espalda, devolviéndole a la realidad —te veré pronto.
Urbosa y Revali estaban allí. Los vio a lo lejos, en el patio, venían de hablar con el rey de Hyrule. Por supuesto, Mipha y Daruk también tendrían que estar vivos en ese retorcido universo, y Link no sabía cómo sentirse ni cómo actuar. Tenía que explicarles todo para que se pusieran a salvo, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo para no parecer un lunático ni para crear una paradoja temporal de las que hablaba Prunia. Los demás ni siquiera lo conocían aún, debía empezar con Mipha, ella creería cualquier cosa que él le dijese.
—Espabilad —dijo el oficial mayor de la guardia, refiriéndose a Link y a otros dos soldados jóvenes que estaban con él —os explicaré en qué consiste el servicio.
—¡Sí, señor! —dijeron los tres al unísono. Sus dos compañeros con más firmeza que Link, que se sentía aturdido casi todo el tiempo.
—Su alteza, la princesa de Hyrule necesita hacer una visita al laboratorio real, al noroeste del castillo. La misión consiste en escoltarla y facilitar un paso seguro. Impa de los sheikah también irá con ella, aun así, es conveniente que lleve una pequeña escolta, como siempre. Esperad en el patio, no se demorará demasiado, ¿entendido?
Con la cabeza gacha aguardó cerca de la puerta que había dicho el oficial. Él intentó alejarse un poco, no era lo correcto y el Link de más de cien años atrás jamás lo habría hecho, pero esa persona había cambiado tanto que no podría reconocerla, así que se apartó para poner oído a la conversación entre Revali y Urbosa.
—…el rey piensa que aún es cuestión de tiempo —murmuró Urbosa.
—No hay ningún indicio de que el Cataclismo vaya a suceder. Quiero decir, es lógico que me hayan elegido a mí entre los orni para formar ese grupo que ha propuesto su majestad, pero… no veo necesidad alguna.
—La habrá más pronto que tarde.
—Pues que se ocupe quien deba hacerlo, ¿no debería la princesa ser autosuficiente?
—Aún es joven, necesita tiempo.
—No creo que el tiempo sea el problema. El problema es que ella no-
—¡Calla, cabeza de serrín! Ahí viene.
Zelda apareció como si procediese de un espejismo. Su cabello largo se balanceaba por debajo de la cintura. Esa especie de diadema o corona lucía en su frente y llevaba el vestido largo y azul. Ni siquiera llevaba su ropa de campo, la que solía usar para ir al laboratorio. Sus ojos estaban vacíos, los mismos que él aprendió a comprender, pues estaban llenos de frustración, tristeza y soledad. No parecía ella, aunque era lo más cerca de ella que había conseguido estar desde que la perdió en ese vacío oscuro.
La princesa pasó de largo sin mirar a nadie, e Impa pidió a Link y a los otros soldados que preparasen un carruaje, pues su alteza no llevaba ropa de montar.
—Si vuelvo a oírte dudar de su alteza o decir esas bobadas para que lleguen a sus oídos, aprenderás por qué las gerudo somos tan temidas —rugió Urbosa, antes de desaparecer en el interior del castillo. Revali puso los ojos en blanco y la siguió.
Link custodiaba el carruaje a caballo, portando una alabarda de la guardia. Menuda estupidez de protección, no había ningún peligro de ahí al laboratorio. Es más, así lo único que conseguían era llamar la atención.
Una vez en el laboratorio se moría de ganas por estar más cerca, o por poder oír cualquier información que proviniese de Impa y Zelda. También era surrealista ver a Impa de joven, en dos ocasiones estuvo a punto de llamarla "Pay", así que decidió que lo mejor era cerrar el pico para no seguir metiendo la pata. Fueron los otros dos los que entraron al laboratorio con ellas, a él le tocó quedarse afuera, montando guardia, para su desgracia.
Era aburridísimo montar guardia, casi lo había olvidado. ¿Así iba a ser su vida? Horas incontables portando una lanza, siguiendo a personas con las que no podía hablar y a las que no debía escuchar. Ser la sombra de una mujer que poco a poco se había hecho un hueco tan importante en su corazón hasta que lo llenó todo y no había nada más… Una mujer a la que no debía tocar y que jamás podría ser nada suyo. ¿Habría podido soportarlo durante años? Apenas podía soportar esa hora de espera, inmóvil, como un muñeco.
Justo en ese momento salió ella, como una exhalación, tragando bocanadas como si le faltase el aire. La había visto muchas veces así, años atrás, sólo él había sido testigo directo de lo infeliz y presionada que se sentía, atrapada en un rol para el que no se sentía válida, con el peso de ser la única salvación de todo el mundo.
—Alteza… —susurró.
—Estoy bien, sólo necesito un poco de aire —dijo ella, sin mirarle, aún temblando.
No debía, pero él ya no era la misma persona que antaño. Se acercó hasta ella, la sostuvo y le ofreció su cantimplora. Ella la aceptó y miró perpleja primero a la cantimplora y después a él.
—Un trago y respirar, será suficiente —aseguró él, si sentirse intimidado por su ceño fruncido, ni por esa fachada que en otra época sí le había intimidado.
Ella obedeció, con el interrogante aún en su cara. Respiró profundo y volvió a dar un trago. Mucho más calmada, le devolvió la cantimplora.
—Gracias —murmuró, sin mirarle.
—Aquí atrás hay una brisa agradable, alteza —dijo él, mostrando el muro posterior del laboratorio —el aire fresco suele servir para despejar la cabeza.
Una vez más, ella siguió el consejo y se apartó un poco, donde había un aire fresco que mecía la hierba verde y alta de la pradera. Él la siguió a unos metros y se quedó a cierta distancia, era tan absurdo…
—No te había visto antes en la guardia —dijo ella, tras un rato de silencio, mientras observaba el horizonte.
—Es mi primer día, alteza.
—Que me hayas visto así antes no es asunto tuyo —dijo, a la defensiva —espero que te enseñen eso en la academia de oficiales.
—Por lo que a mí respecta, no he visto nada.
Ella se giró para observarle por primera vez con detenimiento. Link pensó que debería gritarle a la cara que no debía tragar ninguna piedra mágica si se presentaba la ocasión. Debería decirle que no debía sacrificarse nunca más. Debería decirle que ella no es menos que los demás, que se esfuerza más que nadie, que Hyrule le importa más que a nadie, y que cuando los demás supiesen todo eso, ya sería tarde para reconocer su valía. Pero que existía un futuro en el que sí podía redimirse, un futuro en el que podía sonreír, brillar como el sol, hacer bromas y ser ella misma. Y hallaría la paz. Sería un futuro en el que él mataría a ese nuevo enemigo que pretendía quebrantarla.
—Gritaste mi nombre, el otro día —ella se giró repentinamente, ocultándole su expresión adrede.
—No… no pensé que lo recordaríais, alteza.
—La gente no va por ahí gritando mi nombre.
—Sois la princesa, no sería tan extraño.
—Pero lo es —vio cómo ella apretaba los puños —¿cuál es tu nombre?
—Soy Link.
Volvió a ser llamado para la guardia real varias veces. Siempre era para escoltar a la princesa.
Una visita en la ciudadela. Otra al templo. Varias al laboratorio. Nunca demasiado lejos. Los demás escoltas variaban, pero él siempre estaba ahí, lo que le hizo darse cuenta de que seguramente ella había solicitado su presencia.
De todos modos, y a pesar de que sentía que su destino estaría ligado al de ella estuviesen en el mundo irreal que fuese, esa cercanía era insuficiente. Empezaba a ser insoportable andar ese camino lento que habían recorrido juntos tanto tiempo atrás. La necesitaba ya, a ella, a su Zelda. Y también en este mundo la sentía como algo inalcanzable.
Esa mañana Link se hallaba limpiando las sillas de los caballos cuando su capitán fue a decirle que tenía el día libre. No tuvo que pensarlo dos veces, ensilló a su caballo y puso rumbo a la aldea. El viento silbaba en sus oídos y el corazón le latía agitado en el pecho.
La aldea parecía más pequeña, como si alguien la hubiera encogido. Mabe nunca fue muy grande, sobre todo al estar tan cerca de la ciudadela, pero ahora Link sentía como si las casas fuesen más pequeñas y estuviera todo mucho más cerca que en sus recuerdos. Dejó al caballo atado en el cobertizo. Cruzó la cerca, reconoció el pequeño huerto con tomates y otros vegetales. Un olor familiar, el guiso de ternera, se le metió en la nariz. Se plantó en la puerta con las piernas temblando, iba a golpear su madera cuando ésta se abrió. Su padre estaba al otro lado, masticaba algo que seguramente había robado de la cocina y le hizo pasar haciendo un gesto con el brazo.
—Siéntate, aún no hemos empezado el almuerzo —dijo su padre, que ocupó su sitio habitual en la mesa.
Él entró husmeándolo todo, cada cuadro colgado en la pared, los ramilletes de orégano y otras hierbas secándose junto a la ventana, las flores frescas que su madre ponía en un jarrón siempre que papá estaba en casa y había vuelto de sus misiones.
—¡Link! ¿Cómo estás, hijo?
Esta vez, en lugar de guardarse las palabras, las hundió sobre el hombro de su madre. "Te quiero, te he echado de menos." La abrazó con fuerza y sintió que las lágrimas eran imposibles de contener, así que las escondió tan bien como pudo, aferrándose a ella.
—Ya sabía yo que en esos barracones sólo os darían porquerías de comer y echarías de menos a tu madre…
—La comida no está mal… —suspiró su padre con suficiencia, desde la mesa.
—Mamá —murmuró, con apenas un hilo de voz. Parecía irreal, era tal y como la recordaba.
—¿Qué es esto? ¿Una herida? ¡Querido, no me habías dicho que tu hijo estaba mal! ¿Por qué me lo has ocultado? —protestó ella, increpando a su padre mientras examinaba los puntos de su cabeza.
—Es un rasguño sin importancia, los críos curan bien esos golpes, a su edad tienen la cabeza llena de serrín —resopló su padre, robando otro pellizco a la hogaza de pan.
Casi en un parpadeo los tres almorzaron, juntos, en la misma mesa de su infancia. Link se sentía tan confuso y feliz al mismo tiempo que parecía como si no hubiera llegado a paladear bien el guiso de su madre. Después hablaron un rato, ella contando cosas de la aldea, papá sobre su misión en el Dominio Zora. Link sentía que tenía que ir allí en cuanto pudiese, sabía que allí había esperándole otro reencuentro tan intenso como el de sus padres.
—¿Cómo te va con los cadetes? —preguntó entonces su madre.
—Bien, no es difícil.
Era ridículo, no quería hablarle de eso. Esa no era su vida. Su vida era su casa en Hatelia, la escuela que habían levantado allí. Los niños jugando a ser soldados con palos mientras Symon los perseguía y obligaba a estudiar Historia. Su vida era el levantamiento de Fuerte Vigía, el telescopio de Prunia, las nuevas torres sheikah, las patrullas anti-monstruos. El enriquecimiento de las postas, las reconstrucciones. Cómo Zelda había tenido la idea de que Karid ofreciese materiales casi en cualquier rincón de Hyrule, para que la gente levantase sus casas y aldeas. Su vida era ella, lo que sentía por ella, ojalá pudiera contarles a sus padres que había conseguido ser feliz a pesar de haberles perdido, y que en ella había encontrado de nuevo significado a la palabra familia.
De repente sintió una punzada dolorosa y amarga en el estómago. Zelda había desaparecido para siempre, era un dragón, no había vuelta atrás y no tenía forma de restaurar todo lo que habían conseguido ni de volver con ella. ¿Por qué estaba atrapado en este mundo? ¿Lo habrían enviado allí los zonnan? Pasaban los días y seguía sin respuestas. Necesitaba respuestas y necesitaba a Zelda.
—¿Estás bien? No te habrá sentado mal la comida, Link… —su madre le puso la mano en la frente, como si tuviera fiebre.
—No es nada, sólo estoy un poco cansado.
—Y harías bien en echarte un rato, más tarde iremos a por leña —dijo su padre, guiñándole un ojo.
Tras varios días, Link estaba de vuelta en las caballerizas reales. Cabalgaba en el atardecer con una sonrisa amarga en los labios. En ese mundo tenía el mayor de los regalos posibles: recuperar a todos sus amigos, a sus seres queridos, todo lo que alguna vez le había importado. Pero al mismo tiempo, no podía compartir con ellos ninguna de las cosas que le habían pasado, ni tampoco podía encontrar el consuelo que necesitaba, porque un dolor profundo anidaba dentro de él, se hacía oscuro y pesado, y cada día era más difícil ignorarlo.
Al fin había entendido esa frase extraña que Impa decía a veces: "nosotros no somos nosotros sin nuestras cicatrices." Él aún las tenía, las cicatrices, le quemaban en el costado, en el estómago y en la garganta. Le hacían derramar lágrimas a veces, cuando en mitad de la noche creía oír el aullido del Dragón Blanco, un agudo lamento que viajaba sobrevolando las cumbres de las montañas y que le atravesaba el alma.
Mientras ataba el caballo en la cuadra, pensó que a lo mejor alguien había intervenido usando los poderes temporales. Sonnia, la esposa de Rauru, los tenía… y a lo mejor había podido hacer algo antes de morir. A lo mejor había sido Mineru, a lo mejor habían podido cambiar el futuro y por eso él estaba desplazado en esa realidad. Link pensó que tal vez debería empezar a asumir que ese sería su nuevo mundo, en lugar de obsesionarse con hallar una puerta de salida. Sí, ese mundo era mucho mejor, sin duda. Sus padres estaban vivos, Mipha estaba viva, todo Hyrule estaba en pie y Zelda era humana, no había tenido que sacrificarse ni vagar convertida en un ser inmortal y solitario por toda la eternidad. Era una realidad deseada, debería sentirse agradecido. Ojalá esta vez sí perdiese la memoria, de esa manera podría volver a empezar. Las cosas siempre pasan cuando uno no las desea.
—¿Qué tal por Mabe, Link? —saludó Towen, que acudió al establo al verle llegar.
—Todo en orden, la familia en orden —sonrió él. Sí, sólo era cuestión de intentarlo, podría llegar a acostumbrarse a esta nueva realidad.
—Pues no te relajes demasiado, porque tenemos trabajo.
—¿En serio? ¿Alguna expedición importante?
—¡Qué va! Un evento multitudinario. Todo se ha acelerado en cuestión de días —sonrió Towen —estoy seguro de que tendremos una buena recompensa.
—¿Qué evento?
—¡La princesa se casa! En tres días… es una locura, tenemos toneladas de trabajo que hacer.
—No, mientes —dijo él, sintiendo un rechazo casi físico. Towen debía estar bromeando.
—¿Qué? ¡Claro que no! Seguro que te llaman para que formes parte de la escolta real, ya sabemos que eres su favorito —bromeó Towen, guiñando un ojo.
—Es imposible. Ella no. No… no te creo.
—El rey ha elegido un buen pretendiente para ella, al parecer la ha convencido porque piensa que a lo mejor ese cambio sirve para despertar su poder. Una boda real siempre ha de ser una buena noticia en Hyrule.
—Deja de decir estupideces —Link apretó los puños.
—¿Estás bien? Pensaba que ya te habías recuperado del golpe…
—¡Mientes!
Link salió corriendo de allí, con la sangre hirviendo, apenas alcanzándole la cabeza. Trató de serenarse por un momento, sólo necesitaba el caballo, así que volvió corriendo a la cuadra, y ante los ojos atónitos de Towen lo ensilló y salió al galope sin decir nada e ignorando por completo a su amigo.
Tenía que encontrar a Zelda y explicarle todo, de ese modo ella lo comprendería y detendría esa locura. Y podrían volver por donde lo habían dejado, él se prometía a sí mismo ser paciente, como lo había sido cien años atrás, volverían a conocerse poco a poco y terminarían estando juntos, como en su realidad. Sólo necesitaba ganar el tiempo necesario.
Sabía deslizarse en el castillo sin ser visto. Conocía cada rincón, pasadizo y puesto de guardia. Aún se sentía acelerado y eso le hacía jadear, hacía que sus manos doliesen cuando se puso a trepar la torre Oeste al caer la noche. El estómago se le retorcía de hambre y de algo más a lo que no podía ponerle nombre, pero que también le hacía sentir como si le faltase el aire. "Agua y respirar", eso le aconsejaba él a Zelda… era un consejo imposible para él en esos momentos.
Saltó por la ventana, los aposentos de Zelda estaban a oscuras. Ella no tardaría en llegar tras la cena, esperaba que no estuviera acompañada por doncellas de cámara. Por si acaso, es escondió tras una cortina y de manera atropellada intentó elaborar un plan. La única posibilidad era contarle toda la verdad, quién era él y de dónde venía.
Su corazón volvió a golpear con fuerza cuando oyó la puerta abrirse y luego cerrarse. Zelda despedía al servicio, al fin, estaba sola. Él aguardó unos segundos antes de descubrir la cortina y aparecer ante ella. Dio un chillido que él apaciguó tapándole la boca con velocidad, mientras la atrapaba para que no escapase.
—¡Tranquila! Soy yo, Link, no he venido a hacerte daño.
Ella lo miró con unos ojos que no había visto nunca, con miedo y desconfianza. Por supuesto, debía parecer un loco de atar.
—Voy a soltarte, por favor, no grites, deja que me explique.
Zelda asintió y aflojó la tensión un poco. Él la soltó y liberó su boca.
—¿Qué has venido a hacer? ¿Qué pretendes?
—No es lo que piensas —dijo él, levantando la palma de las manos en son de paz —no quiero… mancillarte ni nada parecido.
—¿Con qué derecho vienes aquí? ¿Cómo has entrado? —ella recorrió la habitación con la vista, por si había alguien más dentro.
—Tengo que explicártelo, no puedo esperar más para hacerlo. Tienes que creerme… sé que tú también has notado algo raro, por eso has pedido que sea tu escolta todas estas últimas veces.
—¡Estás loco!
—Te lo explicaré, será rápido. Yo vengo de-
Justo en ese momento la puerta se abrió con un estruendo. Dos guardias cayeron sobre él antes de que pudiera darse cuenta, y aunque intentó librarse, al ver a Zelda aliviada pidiéndoles que se lo llevaran de allí sus piernas y brazos dejaron de moverse, de responder.
Desde entonces, sólo podía sentir la oscuridad y la humedad de un calabozo.
A lo lejos, sonaba una campana. También había fuegos artificiales, o eso pensaba. Los sheikah solían prepararlos en sus celebraciones.
Sólo necesitaba un instante para explicarle todo a ella, pero era tarde, debía estar ya casada, los vítores que resonaban en las paredes del calabozo le hacían saber que ya no podía hacer nada por evitar eso.
—Tú, levanta.
—No… —murmuró él. Le dolía mucho la cabeza, estaba entumecido y tenía frío.
—¡Levanta!
—No, es imposible que acabe así, debíamos empezar otra vez de nuevo, juntos —insistió él.
—Ayúdame a levantarlo, Rotver.
¿Rotver?
Link abrió un ojo y el sol lo deslumbró, obligándole a cerrarlo de nuevo.
—No tengo ni idea de cómo se ha arrastrado hasta aquí arriba, le pedí a Josha que lo vigilase.
—¿Prunia? —titubeó, atreviéndose a abrir los ojos. Vio sus gafas redondas observándole con preocupación.
—A la de tres —dijo ella.
Tras su cuenta atrás, Link sintió que lo levantaban del suelo y entre dos lo obligaban a ir escaleras abajo.
—¿Dónde estoy?
—Te has encaramado al telescopio, como un imbécil —protestó ella.
—A lo mejor quería ver al Dragón Blanco, ha pasado muy cerca esta vez —dedujo Rotver.
Link se desprendió de ellos y se enderezó. Fuerte Vigía.
—Me duele mucho la cabeza —dijo, llevándose la mano ahí. Tenía dolor y puntos, los que le habían dado por luchar contra el petrarock, aún no se habían curado.
—¿Cómo no va a dolerte? Menudo golpe te has dado. Ya te dije que no era buena idea volar hacia el dragón desde Fuerte Vigía. Tienes que buscar una de las torres de las montañas. Pero tú, como siempre, haces lo que te viene en gana… ¡y luego te escapas! Eres el peor paciente que he tenido jamás —se quejó Prunia.
Link titubeó, la fuerza fue abandonando sus piernas y cayó de nuevo sobre los sheikah, que continuaron conduciéndole escaleras abajo.
—Estaba en Hyrule —dijo él.
—Y aún lo estás, amigo —carcajeó Rotver.
—No —Link agitó la cabeza, su sueño había sido muy real… ¿no? —Zelda.
—Lo sabemos, nos lo contaste todo —suspiró Prunia —pero has de pensar un poco más antes de lanzarte así a buscarla o no podré curar tus huesos la próxima vez.
—Iba a casarse… —prosiguió él.
—¿Con quién? ¿Con un apuesto dragón? —dijo Prunia, soltando una risotada.
—No deberías bromear con eso, Prunia, mira lo afectado que está el chico —intervino Rotver.
Los sheikah lo dejaron en la cama y Prunia lo obligó a tomar una poción fuerte, de las que se usan para dormir el dolor.
—He tenido un sueño, parecía muy real —murmuró, justo antes de que Prunia bajase las luces y se dispusiese a dejarle allí, recuperándose.
—¿En él te reunías con su alteza? —preguntó Prunia, ya no parecía tan enfadada.
—No. Volvía a volar muy lejos de mí.
—Entonces olvídate y descansa, Linky. Aún tienes mucho que hacer y estoy segura de que podrás conseguirlo.
