11 de mayo de 1985

Eamon se encontraba en el patio trasero del orfanato, un espacio vasto que había sido testigo de risas y juegos, pero ahora, solo albergaba el eco de sus propios pensamientos. Las manos temblorosas del joven se entrelazaban mientras jugaba distraídamente con una pequeña piedra que había encontrado en el suelo, la frotaba contra la palma de su mano, como buscando el consuelo de algo tangible. Había intentado practicar su magia; levitar una piedra era un juego de niños para él, y sin embargo no podía concentrarse lo suficiente en estos momentos.

Un susurro interior, tan leve como el roce de una pluma, inició su cadena de pensamientos. 'Henry…' Aquella simple palabra desató una oleada de emociones en él. El canto de los pájaros en el fondo se volvía una melodía distante, y el murmullo del viento en las hojas le susurraba recuerdos y preocupaciones.

'¿Por qué Henry? ¿Por qué ahora?' Se preguntó, cerrando los ojos por un instante. Visualizó la noche en la que Henry cayó enfermo, la palidez de su piel, la fiebre que ardía en su frente. A pesar de que su amigo estaba inconsciente, Eamon sentía que podía escuchar sus susurros entrecortados, como mensajes confusos que trataba desesperadamente de descifrar.

La brisa acarició su rostro, trayendo consigo el aroma característico del patio, tierra y verde fresco. A pesar de estar rodeado de naturaleza, el mundo de Eamon se sentía limitado, atrapado entre las paredes invisibles de la preocupación y la incertidumbre.

Otro susurro emergió, esta vez más inquisitivo: '¿Y si Henry no despierta? ¿Y si todo esto es más profundo de lo que parece? ¿Y si el orfanato, con sus secretos y sus sombras, tiene algo que ver?' Aunque estos pensamientos eran aterradores, Eamon no podía evitar que invadieran su mente, intercalándose entre sus recuerdos y sus esperanzas.

Con cada susurro, con cada pensamiento, Eamon articulaba en su mente respuestas, soluciones, posibilidades. Pero todas ellas parecían diluirse en el vasto océano de incertidumbre que lo rodeaba.

Eamon observó cómo la puerta trasera del orfanato se movía lentamente, permitiendo la entrada de la brisa fresca del atardecer. La silueta de la directora Collins apareció en el umbral, y al percatarse de su presencia, Eamon se levantó de inmediato, limpiándose las manos en los pantalones. La expresión en el rostro de la directora, siempre tan compuesta, mostraba una mezcla de preocupación y un cansancio que Eamon nunca había visto antes.

"Eamon", dijo ella en un tono que buscaba ser reconfortante, aunque la seriedad subyacente era evidente. "Los médicos han estado en contacto con nosotros. Henry está en observación. No ha habido un cambio significativo."

El pecho de Eamon se sintió apretado. Aunque aliviado por la noticia de que Henry no había empeorado, la incertidumbre seguía atormentándolo.

"Directora Collins", comenzó con cautela, "entiendo que quizás no sea el mejor momento, pero, ¿sería posible... visitar a Henry?"

La directora Collins pareció considerarlo por un momento. "Los hospitales pueden ser lugares abrumadores, Eamon. Y no estoy segura de sí es el mejor ambiente para alguien de tu edad, especialmente considerando todo lo que has pasado."

Eamon tragó saliva, luchando contra la emoción que amenazaba con superarlo. "Lo entiendo, pero siento que debo estar allí, para él. Henry... él es mi amigo. Y he escuchado que tener seres queridos cerca puede ayudar. Quizás sí solo escucha mi voz..."

Una sombra pasó por el rostro de la Sra. Collins, y sus ojos, que solían ser tan penetrantes y decididos, parecían ocultar algo. ¿Duda? ¿Compasión? Era difícil de decir. "Si los médicos lo permiten, y con ciertas condiciones, quizás puedas verlo. Pero no te prometo nada."

Eamon asintió, sintiendo que un pequeño peso se levantaba de sus hombros. "Gracias, directora Collins. Haré lo que sea necesario."

Ella le dedicó una pequeña sonrisa. "Lo sé, Eamon. Ve y prepárate. Si todo va bien, podrás verlo pronto."

El joven sintió que la esperanza volvía a él, aunque en medio de un mar de incertidumbre. La directora Collins, por su parte, volvió al interior del orfanato, dejando a Eamon con sus pensamientos y esperanzas en el patio iluminado por la luz de la tarde.


12 de mayo de 1985

El edificio del hospital, con su fachada blanca, deslumbraba bajo los rayos del atardecer. Aunque Eamon había estado en hospitales anteriormente, cada visita lo llenaba de una sensación de inquietud. La mano de la directora Collins reposaba con firmeza sobre su hombro, guiándolo hacia la entrada principal.

Dentro, un olor esterilizado, casi metálico, lo saludó. Las voces apagadas de enfermeras, médicos y visitantes formaban una cacofonía constante. Suaves zumbidos que se alzaban por momentos, solo para ser reducidos a una monotonia total, daban característica al lugar. La directora Collins condujo a Eamon por diversos pasillos hasta llegar a una habitación apartada del bullicio.

Allí yacía Henry, tan quieto y pálido que, por un breve instante, Eamon tuvo miedo de acercarse. Las sábanas blancas contrastaban con su piel, y los diversos monitores y cables que rodeaban su cama emitían pitidos y luces intermitentes, testigos mudos de su frágil estado. A pesar del temor, Eamon se acercó con pasos lentos y se sentó en la silla al lado de la cama, tomando suavemente la mano de Henry, que se sentía fría y débil.

Mientras Eamon intentaba conectar con Henry, la directora Collins conversaba en voz baja con un par de médicos afuera. Eamon decidió levantarse y con el oído pegado a la puerta entreabierta, logró captar fragmentos dispersos de su conversación.

"... niveles estables, pero es ese caso, …los Wentworth..."

"… último niño, Julián, ¿no?... mejoría al decimotercer día. Pero luego, ese chico tan activo terminó..." Hubo una pausa, un silencio inquietante, no había ruido de murmullos o algo que indicara que la conversación continuaba, y luego alguien cambió de tema sin concluir el pensamiento.

"Hay quienes dicen que es una maldición, pero esos son solo cuentos de viejas. Mi abuela solía contarme esas historias", murmuró uno de los médicos.

La voz de la directora Collins interrumpió, firme y clara: "Todo eso son bobadas. Henry es fuerte. Estará bien."

La conversación se detuvo ahí. Eamon se quedó pensativo, tratando de encajar las piezas sueltas de lo que acababa de escuchar, sintiendo un manto de confusión envolverlo. ¿Qué era eso de los Wentworth? ¿Y qué le había pasado a ese tal Julián? Con el corazón latiendo fuertemente, regresó a la silla junto a Henry, determinado a estar a su lado en esta misteriosa y perturbadora situación.

Después de lo que parecieron horas, la directora Collins regresó a la habitación, su expresión notablemente más tensa y desgastada que antes de su encuentro con los médicos. Se sentó junto a Eamon y tomó una profunda inhalación antes de hablar. "Eamon", comenzó con un tono intentando ser calmado, "Henry está en las mejores manos posibles. Están haciendo todo lo que pueden por él". A pesar de sus palabras, había un matiz en su mirada, una profunda preocupación, que revelaba que las cosas eran más complicadas de lo que dejaba entrever. Eamon, recordando los retazos de conversación que había escuchado, sintió un nudo en el estómago, intuyendo que había verdades ocultas detrás de la situación de Henry.


19 de mayo de 1985

Eamon caminó por los corredores del hospital, cada paso resonando con el peso de trece largos días. Trece días en los que Henry había permanecido atrapado en un sueño del que no podía despertar. Cada día que pasaba, Eamon había marcado en un calendario, recordando las palabras de los médicos sobre Julián y aquel misterioso "decimotercer día".

A lo largo de estos días, había desarrollado una rutina: despertar, hacer algunas tareas, visitar el hospital y marcar el día en su calendario. Cada marca representaba una jornada más de esperanza y, al mismo tiempo, un recordatorio del misterioso curso que esta enfermedad, o maldición, parecía tomar.

'El decimotercer día... ¿Había algo especial en ese número? ¿Alguna vieja leyenda o cuento que hubiera escuchado antes?' Sus pensamientos daban vueltas en su mente, tejiendo patrones e insinuaciones. 'Siete y trece, números mágicos,' susurraban en su mente. 'La magia debe estar involucrada de alguna manera, incluso si no sé cómo.'

Mientras caminaba, se dejó envolver por las sombras de sus pensamientos, tan profundas y envolventes que casi perdió de vista el propósito de su visita. Necesitaba ver a Henry, asegurarse de que estaba bien.

Eamon caminaba lentamente por el corredor del hospital, cada paso resonando con la tensión de los días que Henry había estado inconsciente. Las luces del pasillo proyectaban sombras irregulares en las paredes, y el suave zumbido del ambiente parecía susurrar secretos incompresibles que solo él podía oír.

A medida que se acercaba a la habitación de Henry, un movimiento a su izquierda atrajo su atención. Desde su posición, Eamon pudo vislumbrar, en el reflejo de una ventana, una figura alta y esbelta que parecía estar saliendo sigilosamente de la habitación de Henry. El desconocido vestía un abrigo largo y oscuro, y un sombrero que ocultaba su rostro.

Lo que sorprendió a Eamon no fue solo la presencia de esta figura, sino la total indiferencia del personal del hospital. Una enfermera pasó directamente por el lado de la figura sin siquiera mirarla, como si no existiera o fuera invisible a sus ojos. Eamon sintió un escalofrío. ¿Por qué puedo verlo cuando nadie más parece hacerlo? se preguntó.

Sin darse cuenta, la figura ya había desaparecido al final del pasillo, y Eamon, con una mezcla de temor y curiosidad, se apresuró a entrar en la habitación de Henry.

Allí, para su asombro, encontró a Henry despierto. Sus ojos, aunque un poco nublados, se posaron en Eamon con reconocimiento. Eamon, inundado por el alivio, casi olvidó por un momento la figura misteriosa. Pero el inquietante encuentro seguía latente en su mente.

"Henry", susurró Eamon, tratando de controlar la emoción en su voz. "¿Estás bien? ¿Quién era ese hombre?"

Henry parpadeó varias veces, como si intentara enfocar su visión. "No sé de quién hablas", murmuró, pero había una sombra de duda en sus palabras, como si estuviera tratando de recordar algo que estaba justo fuera de su alcance.

Antes de que pudieran continuar su conversación, la habitación se llenó con el murmullo de voces y la entrada apresurada de los médicos. Comenzaron a examinar a Henry, haciendo una serie de pruebas y preguntas para determinar su condición. Las luces parpadearon, las máquinas emitieron pitidos y el aire se llenó de una mezcla de alivio y perplejidad.

A través del bullicio, Eamon se mantuvo al lado de Henry, observando con interés cada movimiento y escuchando cada palabra. Había algo familiar en los términos y procedimientos, un eco de su vida pasada. Pero, en ese momento, la técnica y la jerga médica eran secundarias. Lo único que importaba era que Henry, su más cercano amigo, había regresado de un lugar oscuro y distante, y ahora estaba allí, vivo y consciente.

Por un momento, todos los temores, todas las incertidumbres, quedaron en segundo plano. Eamon solo podía sentir gratitud y felicidad.

Eamon salió del cuarto de Henry, dejando a los médicos ocupados realizando las pruebas que confirmarían la mejoría de su amigo. Durante días, había estado preocupado por la salud de Henry, y finalmente verlo despierto y recuperándose lo alivió enormemente. Sin embargo, un susurro fugaz y misterioso se deslizó en su mente, como una brisa que apenas rozó su conciencia. "La mujer...", susurró en su interior.

De pronto, como un relámpago de lucidez, Eamon se dio cuenta de algo crucial. '¿Cómo no lo pensé antes? Estoy en el hospital, debería encontrar a la mujer que me dejó en el orfanato'. Su preocupación por Henry había nublado su búsqueda de respuestas, pero ahora tenía una oportunidad única.


Eamon sabía que debía ser discreto al buscar a la misteriosa mujer que había dejado en el orfanato. Sus pasos lo llevaron por los pasillos del hospital, una maraña de corredores y habitaciones en las que las vidas de las personas se cruzaban en un constante flujo. La tarea parecía abrumadora, pero Eamon estaba decidido.

El pretexto del baño se formó en su mente. Era una excusa común y nadie sospecharía de un niño que simplemente necesitaba un momento de privacidad. La Directora Collins asintió con comprensión cuando le pidió permiso y Eamon se apresuró a dirigirse hacia los baños del hospital.

Sin embargo, en lugar de entrar en los baños, Eamon cambió de rumbo en el último momento. Sus pies lo llevaron por un pasillo diferente, uno que lo llevaba más lejos de la vista de la Directora Collins y los médicos que atendían a Henry. Mientras caminaba, Eamon estaba absorto en sus pensamientos y susurros internos.

Su búsqueda termino llevándolo a una puerta entreabierta. Una habitación de hospital, pero no una cualquiera. La puerta tenía una placa que decía "Sala de Pacientes". Eamon sintió una corazonada. ¿Podría ser que la misteriosa mujer estuviera aquí?

Con cautela, empujó la puerta entreabierta y entró en la habitación. Lo que vio lo dejó sin aliento. La mujer yacía allí, con los ojos cerrados en un profundo sueño. Eamon notó los detalles de su apariencia: su cabello oscuro y liso caía en cascada sobre sus hombros. Parecía ser relativamente joven, aunque su rostro estaba marcado por la fatiga y la preocupación. Su piel pálida parecía aún más inmaculada en contraste con la bata de hospital que llevaba. Era una presencia enigmática que lo dejó intrigado y desconcertado.

'No se parece en nada a mi…tal vez en verdad no eres mi madre' penso Eamon con un poco de decepción.

Se acercó a la cama, sus sentidos agudizándose a medida que un zumbido, más allá del ambiental al que había acostumbrado, se hacía presente. Fue entonces cuando notó el detalle más sorprendente: un anillo dorado en la mano de la mujer. 'estoy seguro que eso no estaba ahí antes' Eamon noto mientras lo miró detenidamente.

Con delicadeza, retiro el anillo de la tierna mano de aquella misteriosa mujer, detallando con fascinación una inscripción en su interior: 'Rootes Depe, Hevene Endelees'.

Las palabras resonaron en su mente como un eco distante. No sabía qué significaban, pero estaba seguro de que eran importantes. Sin pensarlo dos veces, Eamon pronunció las palabras en voz alta, como si quisiera invocar algo. Y, en un abrir y cerrar de ojos, él mismo desapareció de la habitación. Como si nunca hubiera estado allí en primer lugar.