Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada.


Todos habían visto diferentes cosas antes de su muerte, habían estado en diferentes contextos y se habían ido en distintos momentos de la batalla, pero aún así todos vieron lo mismo después del final, una brillante luz que les provocó querer cubrirse la cara.

Casi de inmediato sintieron frío, mucho frío.

Después de morir, ninguno pensó en revivir. Menos revivir en Cocytos. Menos revivir doscientos cuarenta y tres años después, más o menos. Mucho menos pasar casi un año ahí, simplemente existiendo. Durante su estadía en el Inframundo, la orden dorada del siglo XVIII se dedicó a hablar entre ellos, intentando entender cómo o por qué estaban vivos de nuevo, los diez, completa y absolutamente vivimos, enterrados bajo el hielo eterno de la prisión diseñada para ellos.

Con el paso del tiempo creyeron que morirían de aburrimiento, siempre viendo el desértico y triste paisaje, con las visitas regulares de un espectro, sí, pero básicamente sólo el desierto helado, al menos hasta que lograron subir a la superficie y retomar sus vidas tal y como las habían dejado.

O casi.

Habían pasado más de doscientos cuarenta y tres años desde que sus vidas se vieron interrumpidas frente a una guerra mítica. No obstante, sólo habían sido ellos quienes habían visto el final; el mundo había continuado girando y moviéndose. Cambiando y cambiando.

Se habían percatado de eso desde el primer momento en el que llegaron a Santuario, cuando vieron esa enorme cosa de metal llamada avión justo sobre sus cabezas.

Ese día, Shura se había encargado de guiarlos hasta los modernos doce templos, dejándolos en sus respectivos hogares, al cuidado de los actuales santos de oro. Todos se habían reunido horas después de su llegada en Virgo, para hablar de sus impresiones, de cómo había cambiado su vida de un momento a otro.

—... Sólo debemos adaptarnos —declaró Écarlate con aire de suficiencia—. Hablé con Milo, nuestros sucesores no se ven tan mal…

—Hay gemelos en Géminis.

—¿Y estas seguro de que ambos existen? —preguntó con precaución Ox, sólo para asegurarse de que no resultara que uno de los gemelos sólo existía en la cabeza posterior del otro.

—Me aseguré de eso.

Caín se había asegurado en el primer segundo que vio a Kanon y Saga en la entrada de Géminis. Sin anunciar nada, había golpeado a ambos en la parte posterior de sus cabezas, garantizando así que ambos existieran y de que ninguno tuviera un gemelo parásito en la cabeza.

—Propongo que compartamos nuestros descubrimiento —sugirió Cardinale. Cuando llegó a Piscis descubrió una serie de productos de cuidado personal que lo descolcaron, no sabía que en el futuro la gente cuidara tanto su imagen.

La sugerencia de Cardinale fue tomada como buena, justo lo que los ayudaría a sobrevivir al complicado futuro. No eran ingenuos, el mundo había cambiado tanto en esos más de doscientos años, debían estar preparados, y sobre todo, saber el nuevo ambiente hostil en el que vivirían.

Era momento de ponerse observadores y averiguar cómo funcionaba ese nuevo mundo.

Y era momento de ver cómo tomaron algunos aspectos del futuro.


Comentarios:

¡Gracias por leer!

Hemos regresado al universo del Santuario. Después de meditarlo, y para no perder la continuidad con mis otras publicaciones, he decidido publicar algo de este universo cada veinticinco entradas; también porque no quiero saturarme y saturar. Honestamente, tengo varias cosas pendientes y lo que menos quiero es publicar algo a medias sólo por cumplir con la agenda, o concentrarme sólo en una cosa.

Esta historia tiene diez partes, partes pequeñas, cortitas, sobre algunas de las observaciones de los santos de oro del pasado. No van en orden cronológico, pero terminan dónde termina la historia que lo empezó todo ("Elecciones").

Actualizaciones cada 24 o 48 horas (si el trabajo lo permite u.u).