Capítulo 4: Los desaparecidos

Emilie Agreste no era feliz. Habían pasado tres días desde que Jumper había enviado a la mitad de la ciudad a otros universos, tres días desde que Misterbug y Lady Noir habían desaparecido a causa de los poderes de Zoé, tres días desde la última vez que había visto a su hijo. Había estado tan centrada en el hecho de que los héroes habían sido separados que no se había detenido a pensar que aquella chica iba a la misma escuela que su hijo y ahora, a pesar de que mantenía la comunicación con Jumper, parecía que había abierto demasiados universos y rastrear a su hijo y a los héroes era más complicado de lo que creía. Esa tarde Paris iba a hacer una pequeña ceremonia en nombre de los desaparecidos, alguna clase de conmemoración con la intención de subir la moral.

Ella no quería participar, quería quedarse en casa, transformada en Hawk Moth y atenta a cualquier nueva noticia que pudiera traer a Adrien de regreso a casa. Sus bonitos ojos verdes mostraban dos bolsas negras por debajo de ellos y a medida que se movía por la ciudad en dirección a la escuela François Dupont, se daba cuenta de que no era la única. Chloe, la hija del alcalde también había desaparecido, y aunque los parisinos lloraban a sus héroes caídos, rezando porque estuvieran aún luchando, aquellos que habían perdido a sus hijos eran quienes parecían más devastados. Habría sido una excelente oportunidad para akumatizarlos si su propio hijo no estuviera entre los desaparecidos.

–Estoy segura de que Adrien está bien señora Agreste–Nathalie parecía ser quien mejor la comprendía y no era para menos. Desde que Gabriel había "desaparecido" ambas habían colaborado felizmente para criar al chico. Como actriz Emilie tenía que pasar largas jornadas de trabajo fuera de la ciudad, negando a intervenir de forma negativa en la educación de su hijo había contratado a Nathalie con la intención de que recibiera educación privada, desde que se habían conocido había existido un acuerdo tácito entre ambas de proteger al chico que había reforzado lo suficiente la confianza en ellas como para que confiaran la una en la otra ciegamente. Emilie tenía la impresión de que había algo más allí pero nunca había querido conocer la verdad detrás de sus sospechas.

–Podría estar herido, nadie sabe a donde fueron enviadas las victimas de Jumper, ni ella misma lo sabe–respondió en el mismo tono de voz bajo, elevando una de sus manos hasta su frente, sus ojos fijándose en el anillo en su dedo anular. En otro tiempo jamás habría hecho nada de aquello, en otro tiempo se habría horrorizado por las cosas que hacía; en otro tiempo Gabriel aún estaba con ella.

–Jumper lo está buscando, lo hizo a él y a los héroes una prioridad–Emilie sabía que tenía razón, pero seguía teniendo esa sensación en su corazón de que las cosas no eran tan sencillas. Sus ojos se desviaron hacia el exterior, observando como Paris avanzaba frente a sus ojos desde el otro lado de la ventanilla y guardó silencio. Los padres de los demás alumnos ya estaban atravesando la entrada del colegio cuando ella llegó. El auto llamó la atención de algunos presentes, pero aquella sorpresa no duró mucho; muchos la conocían claro, pero en aquel momento Emilie Agreste no era la noticia que todos esperaban recibir.

Cuando la rubia entró sus ojos pasaron de rostro en rostro, de grupo en grupo. Algunos de los niños no habían sido tocados y estaban allí como un cruel recordatorio de que algunos se habían salvado, quizá como una forma de demostrar que no habían olvidado a los desaparecidos. Ella dejó escapar un suspiro, sus ojos bajando hasta el suelo con actitud derrotada. Aquello era su culpa, su propio miedo y dolor eran el resultado de sus propias acciones y ahora tenía la terrible sospecha de que se había estado equivocando todo ese tiempo.

–¿Señora Agreste?–la voz suave la sacó de sus pensamientos, provocando que elevara la mirada hasta posarla frente a la pareja a su lado. Sabine Dupain-Cheng era una mujer de baja estatura, tenía esa expresión perpetua en su rostro de quien sabe más de lo que debería, pero sus modales eran tan suaves, tan encantadores que a pesar de que la había visto pocas veces seguía creando el efecto de que se conocían de toda la vida. Ella también mostraba bolsas negras debajo de sus ojos y a pesar de que sonreía había una ausencia de luz en su mirada que solo significaba una cosa.

–Lamento mucho lo de Marinette–le dijo, una de sus manos estirándose para colocarse sobre el hombro de la mujer. En aquel momento la entendía más que nunca, y aunque era consciente de que aquello era su culpa, también sabía que habría elegido otro camino de haberlo encontrado.

–Estoy segura de que están bien–fue la optimista respuesta que recibió–Marinette, Adrien, Chloe y los demás, estoy segura de que Misterbug y Lady Noir, donde sea que estén, encontrarán la forma de solucionar esto…–Emilie notó como la voz de la mujer temblaba levemente y se preguntó si aquellas palabras de esperanza eran para ella o para si misma. Sus dedos apretaron levemente el hombro bajo su mano y asintió. Por primera vez Emilie deseó de todo corazón que tuviera razón.

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"¿Estás segura de que esto es una buena idea mi lady?" Chat Noir tecleaba rápidamente, intentando con sus palabras encontrar algún camino que pudiera hacer cambiar de opinión a la muchacha. Tenía sus dudas, y aunque comprendía la decisión, lo último que deseaba era que Ladybug resultara lastimada por exceso de confianza.

"No tenemos otra opción, no podemos dejarlos deambular sin vigilancia y transformados por Paris. Descuida, estaré bien" fue la respuesta que recibió. Era la novena vez que había visto esas mismas palabras en diferente orden en la última hora, y aunque Chat Noir quería refutar aquello era un camino sin salida. No tenía más opción que confiar en que tuviera razón. Ladeó el rostro entonces, mirando al muchacho vestido de rojo con curiosidad, tenía que admitir que quería saber si eran la misma persona, físicamente tenían la misma altura y era innegable que el traje era idéntico al que había usado alguna vez, incluso el nombre graciosillo que le había puesto Ladybug estaba siendo utilizado allí.

–No sé quiénes sean, y no sé qué pretenden hacer aquí, pero si esto es una trampa…–empezó–si de alguna forma lastiman a Ladybug, será mejor que existan universos infinitos, porque los cazaré como ratones–no había esperado una réplica, se había movido para salir de la alcantarilla y aprendió el camino a casa, manteniendo siempre a Misterbug dentro de su rango de visión. El otro iba un par de pasos atrás, moviendo la cabeza de un lado a otro como si buscara a algo o alguien, estudiando las calles de Paris. En algún punto dejó de hacerlo y Chat Noir se sorprendió al darse cuenta de que ya no le seguía, sino que, en su lugar, se movía a la par de él como si conociera el camino, quizá ladybug tenía razón, pensó, tal vez si eran la misma persona.

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–Plagg…garras fuera–Lady Noir no había argumentado acerca de aquella decisión, no porque de verdad pensara que fueran las mismas personas sino porque realmente no tenían una mejor opción, no conocían a nadie allí, y si es que de verdad estaban atrapados en un universo alterno, el hecho de que se pusieran a disposición de los héroes locales era la mejor de las alternativas, ella había visto las catástrofes que Zas podía causar cuando usaba sus habilidades sin un portador y aunque no estaba muy segura de ello, podía imaginar que su presencia allí también alteraba de alguna forma el fino balance del universo o universos.

Cuando había salido de las alcantarillas, moviéndose detrás de ladybug con la intención de dejarla guiar lo único que había pensado era que parís lucía familiar, no había cambios que pudiera notar a simple vista, incluso reconocía las calles y sus negocios, aunque algunos de ellos tenían un nombre diferente. Había preguntado por la alcaldesa y se había enterado de que, en realidad, era un alcalde. Los cambios eran sutiles, no se trataba de nada demasiado grande y, aún así, allí estaban. No se había percatado de en que dirección iban hasta que, finalmente, ladybug había aterrizado en la terraza de su casa y Lady Noir se había dado cuenta de que conocía el lugar, si bien estaba decorada de una forma un poco diferente, la realidad era que seguía siendo un lugar conocido, con aroma a comida, a pan y a pasteles. Esa había sido la señal de que aquello era real. No existía forma de que Hawk Moth supiera su identidad secreta, ni siquiera Misterbug lo sabía, por eso se había detransformado, con cierto miedo cierto, pero apostando por la posibilidad de que aquello fuera lo correcto.

Ladybug no la decepcionó. Los ojos azules de la muchacha se detuvieron sobre ella, recorriéndola de la cabeza a los pies como si estuviera jugando a encontrar las 7 diferencias, Marinette no pudo evitar sentirse expuesta y su mano fue directamente a la larga trenza en su espalda, pasándola por encima de su hombro para jugar con la punta en un gesto nervioso. Plagg flotaba a su alrededor, sus pequeñas manitas sosteniendo un trozo de queso que había extraído del interior de su bolso azul. Marinette esperó hasta que, por fin, Ladybug mostró una sonrisa y asintió.

–Es como verse en un espejo, uno que muestra opciones, pero espejo al final del día–Marinette se miró entonces desde sus zapatos planos y blancos hasta la chaqueta de cuero que siempre llevaba. Había sido un regalo de Alya y desde que esta se la había dado por su cumpleaños siempre la usaba–Ladybug fuera–la escuchó murmurar.

Tenía razón, era como verse en un espejo que mostraba otras realidades. Eran idénticas excepto por pequeños detalles. La Marinette de ese mundo llevaba el pelo un poco más corto y peinado en dos coletas bajas que enmarcaban su rostro, en lugar de una chaqueta de cuello llevaba un sencillo pero bonito abrigo con mangas a los codos. Tenía una expresión amigable en su rostro y parecía genuinamente aliviada de haber acertado.

–Esto ya me está dando dolor de cabeza–se quejó Plagg entonces, rompiendo el silencio que se instaló entre las muchachas mientras elevaba una pequeña mano a su cabeza. Fue una bonita Kwami roja quien le respondió, flotando por un instante alrededor de él como si lo estuviera estudiando, examinándolo de abajo hacia arriba antes de detenerse frente al Kwami negro.

–Se exactamente a que te refieres–respondió la pequeña Kwami. Lo que siguió fue una pequeña carcajada por parte de las dos muchachas antes de que ambas criaturas empezaran a hablar entre ellas. A grandes rasgos parecía que se estuvieran poniendo al día y a prueba, cada uno a su manera, como si no aceptaran la presencia del otro porque no era exactamente el amigo que conocían y, sin embargo, les tomó realmente poco tiempo empezar las pequeñas discusiones que Marinette conocía tan bien. Aquello empezaba a ser más bizarro y surrealista de lo que había pensado.

–Será mejor que entremos–ofreció la chica de las coletas, caminando hasta la trampilla para luego agacharse y abrirla. No necesitó repetirlo, la otra parecía menos recelosa ahora y podía apostar que había cierta curiosidad en saber que detalles similares compartían de sus vidas como civil. Marinette esperó a que tanto Kwami como portadora entraran antes de hacer lo mismo, bajando las escaleras. Lady Noir (ahora Marinette) se había sentado en la silla rosa que había cerca de la ventana y Marinette procedió a sentarse también cerca, sin tener idea de como romper aquel silencio que se estaba instalando entre ellas.

–¿Marinette?– Ninguna de ellas fue capaz de decir cuál de los Kwami llamó pero ambas reaccionaron por instinto, rostros girándose, grandes ojos azules fijándose en las criaturas mientras un "¿sí?" se escuchaba, como el efecto del eco de una cueva, ambas voces idénticas respondiendo al mismo llamado. Las chicas se miraron un momento, su ceño frunciéndose levemente antes de volver a reír.

–Creo que necesitamos llamarte de otra forma–dijo Marinette. Al instante notó como la nariz ajena se arrugó–lo sé, lo entiendo, pero sería muy confuso si no lo hacemos–suspiró–podemos acortar el nombre a Marie…

–¿No podrías solo llamarme Lady Noir?–preguntó la otra, sus labios inflándose en un mohín que le recordó mucho a los gestos de Chat Noir. Marinette sonrió sin pretenderlo.

–Lo siento, no sabemos cuanto tiempo estén aquí, me gustaría prometer que será rápido, pero el amuleto milagroso no los regresó a su universo, creo que sería lo mejor si pudiera utilizar un apodo…sería muy raro si me escucharan hablando con Marinette…más raro de lo normal.

–Está bien–cedió la muchacha al fin, levemente enfurruñada en su asiento. Marinette ladeó el rostro levemente mientras la observaba, incapaz de evitar el preguntarse como sería la vida de la muchacha en aquella realidad cuando, de repente, la vio ponerse de pie. Era extraño verse a si misma de aquella manera, se veía más esbelta, quizá porque todo lo que llevaba era monocromático salvo por la pequeña cartera azul que colgaba de su costado. Marinette nunca había usado chaquetas de cuero, aunque tenía que admitir que aquella se veían bien, tampoco había llevado nunca el pelo tan largo. Tan centrada estaba en notar las diferencias en ella, desde los pantalones ajustados y oscuros hasta la trenza que empezaba en la coronilla y bajaba por su espalda que no se percató de sobre que cosa se inclinaba hasta que, por fin, el rostro ajeno se giró hacia ella, una sonrisa divertida dibujándose en sus labios mientras llevaba sus manos a su propia cintura–¿Por qué tienes tantas fotos de Adrien Agreste?–preguntó, con un tonito que daba a entender que lo sabía perfectamente–¿Eres fan de sus películas?

Marinette enrojeció con fuerza y, un segundo después escuchó a la otra reír. Desde la esquina de la habitación dos pequeñas criaturas observaban la escena, evitando que el cojín que Marinette había tomado para lanzar los golpeara.

–¿Crees que estarán bien?–preguntó Tikki.

–No te preocupes, estoy seguro de que todo saldrá bien–prometió, ocultando sus propias dudas mientras veía a su portadora lanzar de regreso el cojín, el miraculous de la destrucción brillando levemente en su dedo.

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–¿Entonces dices que este lugar eres modelo?–preguntó Adrien, sus manos sosteniendo una fotografía en la que se veía al muchacho posando. El Adrien de ese mundo le había dicho que era parte de la portada de una revista y, aunque había salido en muchas por su rol como actor, aún se le hacía difícil de creer que allí era un modelo.

–Así es–asintió el otro. Adrien podía sentir su mirada puesta sobre él, fija en la parte visible de sus orejas donde se vislumbraban los miraculous. Tikki se había mostrado ligeramente cohibida por la personalidad de este Plagg quien, para ganar su confianza y demostrar sus buenas intenciones había optado por ofrecerle un trozo de queso apestoso que había logrado que la Kwami riera, negara y se apartara con gesto juguetón. Poco después habían conseguido una bandeja con bocadillos y ahora ambas criaturas permanecían en una esquina de la habitación, Tikki escuchando todas las hazañas de un Plagg claramente dispuesto a entretenerla vanagloriadnos de sí mismo–Es divertido, pero también me quita mucho tiempo–terminó de admitir.

Aquel mundo era un lugar extraño y familiar al mismo tiempo. La ciudad era idéntica a la que él conocía salvo por pequeños detalles y aunque aquella habitación era tan grande como la recordaba, también era cierto que carecía de algunos detalles. El escritorio estaba cubierto de libros y tareas a medio hacer, pero en donde él había tenido una foto con todos sus amigos Adrien había colocado una con su madre. Verla le devolvió calor a su corazón antes de que el resto de la habitación le llamara la atención.

–¿Cómo es tu mundo?–preguntó Adrien, sus palabras provocando que los Kwami guardaran silencio para escuchar la conversación.

–Pues muy parecido a este, con pequeños detalles diferentes, por ejemplo, tenemos una alcaldesa–mencionó, elevando la verde mirada hacia el techo–Soy actor, supongo que porque solía acompañar a mamá en sus viajes mientras grababa y…–Adrien se detuvo. El chico delante de él había cambiado su expresión tan drásticamente cuando lo escuchó que se asustó, preguntándose si había dicho algo malo. Los ojos verdes del otro estaban abiertos con una expresión de sorpresa que pronto se había transformado en algo melancólico, había algo allí que reconoció en si mismo y que encajó rápidamente en su interior, helando el calor que había sentido antes.

–¿Mamá…estás con ella en ese lugar?–a su pregunta el muchacho asintió, cruzando un brazo sobre su pecho, sujetando el brazo contrario en un gesto nervioso.

–Lo siento–no necesitaba que se lo dijera, saltaba a la vista que su madre no estaba allí, quizá estaba viajando, aunque era extraño que no lo llevara con él, probablemente lo dejaba con Nathalie mientras este iba a la escuela para no interferir con sus horarios. La habitación se llenó de un silencio incomodo por un largo rato y ninguno de los dos fue capaz de romperlo. Fueron los golpes en la puerta lo que consiguieron que aquel silencio finalmente se interrumpiera y la familiar voz de Nathalie anunció desde el otro lado que cenarían en una hora.

–Escucha…–empezó entonces el rubio, negando con la cabeza con la intención de apartar los pensamientos de su mente–Tienes que tener cuidado mientras estés aquí, papá suele estar muy ocupado por su trabajo pero…

Adrien no llegó a enterarse de que era el resto de la frase. Su cabeza se había detenido en la mención de su padre, un padre que había desaparecido de su vida y al que extrañaba con locura, cuya voz apenas recordaba. Era como sentir que se ahoga, su mano se elevó hasta su pecho y sus labios se separaron, respirando con rapidez mientras Tikki volaba hacia él, preguntándole si estaba bien. Adrien seguía sin escuchar, incluso cuando hizo algo tan impulsivo como salir por la puerta de la habitación en un acto que le provocó un infarto al otro chico, ni siquiera se percató de si caminaba o corría, solo se movía, acercándose a una habitación que conocía bien, su madre usaba el despacho de su padre para ensayar sus líneas con él. Su mano tembló cuando se estiró para abrir la puerta, incluso dudó un poco.

Nunca sabría decir de donde vino el valor que lo llevó a abrir la puerta justo ante los ojos aterrorizados de un rubio idéntico a él. Lo único que su mente podía registrar era la imagen de su padre delante de él, mirándolo con una ceja arqueada y una expresión de profunda irritación.