La delgada línea a lo desconocido

Por Ladygon

Capítulo 4: Humanos con alas.

El cielo estaba muy claro y el sol fuerte, esto lastimó los ojos delicados de Crowley, así que Aziraphale tuvo que tomar las riendas de la dirección. El demonio cerró los ojos y no los podía abrir. Empezaron a zigzaguear por el aire, mientras el ángel trataba de mantenerlos todo lo posible. No podían caer en la ciudad, por eso Aziraphale se esforzó en llevarlo a una zona boscosa donde pudieran estar a salvo. Cayeron rápido al suelo y el golpe les dolió mucho.

—Crowley querido, ¿estás bien?

Crowley estaba muy confundido. Abrió los ojos y miró hacia arriba. Vio las ramas de un árbol. Fue cuando se interpuso un rostro maravilloso.

—Angel…

—Querido…

Entonces vio los ojos acuosos de su angelito y algo se removió en su anterior. Se levantó rápido del suelo, revolviendo su cabeza producto del movimiento.

—¡Auch! —se quejó.

Aziraphale se acercó a él preocupado por el dolor del demonio. Puso su mano en la frente de su demonio como si estuviera revisando la temperatura.

—Ángel —susurró Crowley—. ¿Qué está pasando?

Aziraphale solo agitó la cabeza sin saber qué responderle. Se vio angustiado al no tener ningún poder para cuidar a su amado.

—Ángel, no pongas esa cara, estoy bien.

—¿Cómo puedes decir eso, si ni siquiera sabemos dónde estamos?

Crowley lo vio con esa mirada solo para su ángel bello.

—Lo importante es que estamos bien y juntos —dijo el demonio.

—Eres tan romántico querido mío, pero eso no quita el embrollo en el que estamos.

—Lo sé. ¿A qué es entretenido?

Su ángel sonrió y él sintió que el mundo se podía caer sobre su cabeza, siempre y cuando tuviera esa sonrisa.

—Te amo, ángel.

—Yo también te amo, querido mío.

Ahora venía el beso. Ni siquiera lo pensaron, ni sus mentes funcionaban correctamente en ese instante, porque solo querían estar juntos. Se abrazaron y los besos comenzaron a caldear el ambiente.

—Espera, espera, querido —dijo Aziraphale—. Debemos averiguar dónde estamos.

—En la Tierra, eso es suficiente.

—¿Lo crees?

—Por supuesto y que estemos juntos, no necesitamos nada más.

—¿Qué haremos? No tenemos nuestros poderes.

—Lo primero es salir de este lugar y escondernos.

—Está bien, eso haremos, estamos muy descubiertos y no podemos esconder las alas.

—Tenemos las túnicas, podríamos ver si pueden cubrirlas un poco —dijo Crowley.

Intentaron hacer eso. Crowley ayudó a su amado a sacarse la túnica y sus ojos de serpiente bailaban sobre el cuerpo grueso de Aziraphale.

—Estás muy bello ángel —comentó sin aguantarse.

Las mejillas de Aziraphale se tiñeron de un rubor dulce.

—No digas eso ahora, hay asuntos más urgentes —regañó Aziraphale.

—Ya, ya, está bien —dijo Crowley medio fastidiado con la situación.

No tenían de otra que esconderse, mientras pasaba toda la locura de la cual eran protagonistas. Debían pensar eso, porque podrían buscarlos por todas partes. Lo mejor era esconderse en el bosque.

Sabían que comenzarían a pasar frío. Extraño, sería la primera vez en su vida que el ángel experimentaría tal cosa. No sabía a lo que se estaban enfrentando. Eran humanos, no tan humanos como podían ser.

—No entiendo la razón de dejarnos humanos, pero con alas —dijo Aziraphale.

—¿Un castigo?

—Puede ser, entonces sería temporal. Quizás nos devuelvan los poderes.

—El único que podría devolvernos los poderes es Dios. Quizás debamos cortarnos las alas.

—¡No digas eso! —chilló Aziraphale, tomando sus alas entre sus manos en forma de protección.

—Yo solo digo. Será muy difícil esconderlas en el mundo humano.

—Ya ves que nos sirvieron para escapar, sino estaríamos en graves apuros ahora mismo.

—¿Más de lo que estamos?

—Por supuesto, ¿no viste que casi nos linchas como si fuéramos unos… criminales? ¡Fue horrible!

—No creo que quisieran lincharnos, parecían fascinados.

—Eso fue porque teníamos alas y nos la hubieran arrancado si nos alcanzan.

—No todos los días ves un ángel y un demonio juntos, volando por los aires.

—Aaaaah, ¡qué vamos a hacer! —chilló el ángel.

—Primero, debemos pasar la noche y luego veremos. Quizás podamos regresar a nuestras casas.

—¿Existirán todavía? Ni siquiera sé qué año es.

—Buena pregunta, debemos averiguar qué año es, pero al juzgar por los celulares, no hubo mucho cambio.

—Estoy triste. ¿Cómo estarán mis queridos libros?

—Deben estar bien, no pueden hacer nada si ese lugar es tuyo. Lo mismo con mi departamento, ni siquiera sé cómo están mis plantas.

—¡Oh! Querido, ¡qué desconsiderado de mi parte! Tus plantas debieron morir y yo preocupado por mis libros.

Crowley dio una hermosa sonrisa, al ver a su adorado tan afectado por sus plantas. En realidad sus plantas debían estar muertas en estos momentos. Esto sería muy triste para él, sin que pudieran hacer nada al respecto a causa de no tener ningún poder para revivirlas.

El viento se estaba volviendo muy helado, el lugar oscuro los escondía muy bien, en especial, porque no quería que nadie los viera de esa forma. Se acurrucaron debajo de un árbol y se cubrieron con sus enormes alas. Descubrieron que así estarían más abrigados y no pasarían tanto frío esa noche.

Crowley, pese a todo lo que estaban pasando, encontró esa forma de estar con Aziraphale maravillosa y la iba a disfrutar el mayor tiempo posible. Por eso lo abrazó fuerte al permanecer a su lado. Permanecieron así toda la noche en completo regocijo.

Cuando el sol salió y los rayos cayeron en su rostro, Aziraphale despertó dando cuenta que Crowley seguía bien dormido como la serpiente que era. El ángel sonrió a su demonio y se inclinó para darle un beso, para así despertarlo con dulzura. El demonio se removió con pereza, pero siguió durmiendo. El ángel sintió un tic en su rostro poco convencional al respecto.

—¡Crowley! ¡Despierta perezoso!

—¿Qué? ¿Eh?

—Que despiertes te digo.

Por fin Crowley abrió los ojos y se levantó asustado.

—¿Vinieron? —preguntó el demonio.

—¿Vinieron? ¿Quiénes?

—Los humanos que nos siguen.

—No, nadie.

—Eso es bueno, podemos volver a nuestras casas entonces.

—¿Tú crees que sea posible?

—¿Por qué no? No, nos están buscando.

—¿Cómo lo sabes? Nuestros rostros lo tienen grabados y nosotros no tenemos nuestros poderes como para disfrazarnos.

Eso era cierto, deberían tener cuidado cuando anduvieran por las calles de Londres, porque si eso sucedía no podrían escapar.

Caminaron hacia la ciudad. Debían buscar un indicio de civilización, primeramente, para poder ubicarse. Así como estaban, no lograrían salir del bosque.

—Parece que estamos perdidos —dijo Aziraphale.

—¿Tú crees?

—Y pensar que teníamos excelente sentido de la orientación.

—Esto es una porquería —reclamó Crowley.

—Lo sé querido, siento lo mismo que tú, pero qué le vamos hacer.

—Tratemos de llegar a algún lugar para comenzar.

—Me parece bien.

Siguieron caminando, no importando si estaban perdidos o no. Lo mejor era estar en movimiento. Caminar no les haría ningún mal al respecto, solo debían tener cuidado con cualquier cosa que se les cruzara.

Pasó un tiempo, hasta que por fin divisaron una carretera entre medio de los árboles, y se miraron para luego salir corriendo hasta ese lugar. Quedaron parados, se veía desierta con poco tránsito, así que no se movieron como esperando que apareciera algún vehículo para pedir un aventón.

No apareció nada. Desilusionados caminaron por el centro del camino. Iban con la cabeza gacha y el ánimo por los suelos. Nadie pasó por horas. Ya estaban a punto de darse por vencidos y volver al bosque, cuando apareció un vehículo. Aziraphale se alegró y corrió a su encuentro para detenerlo. Crowley lo siguió y pudieron detenerlo.

—Hola, ¿cómo está? ¿Nos podría llevar? —dijo Aziraphale muy rápido y sin aire por correr.

—¿Están bien? —preguntó el hombre de mediana edad.

—Tenemos un poco de hambre, pero nada de otro mundo —explicó Aziraphale con su acostumbrada alegría.

Crowley había olvidado el hambre, en especial, el de Aziraphale, porque el hambre de su ángel era de antología y ni siquiera se lo había dicho para no preocuparlo.

Subieron al vehículo hacia la ciudad, eso los puso entre feliz y ansiosos. Aziraphale estaba muy nervioso, así que Crowley buscó su mano por debajo de los asientos traseros, donde estaban sentados. El ángel al sentir su mano en la suya, le sonrió con dulzura. El demonio sintió esa sonrisa como si fuera el sol sobre su rostro.

El conductor los veía por el asiento retrovisor, de vez en cuando. Eso le llamó la atención a Crowley y no le gustaba mucho esa reacción, porque significaba que podía delatarlos con algún policía más adelante.

—Ángel, no quiero preocuparte —le susurró al oído—, pero si ves algo extraño o peligroso, debes correr.

—¿Eh? ¿A qué te refieres?

—El chofer, nos mira extraño.

—¿Tú crees?

—Pues claro que lo creo, sino no te diría.

Hizo una mueca preocupado, lo que dio el efecto esperado para Crowley. Si estaban los dos enfocados, nada malo les sucedería.

El vehículo siguió los pasos de la carretera, sin problemas, todavía no estaban en ninguna provincia poblada. Así que podían estar tranquilos por un rato, pese al enorme bulto que se les veía en sus espaldas.

—Todo estará bien ángel.

—Eso espero, Crowley, eso espero.

Siguieron unos metros más, pero tuvieron la mala suerte de ver un policía en motocicleta. Aziraphale bajó la cabeza con miedo. El demonio solo miró el peligro y deseó tener sus poderes.

—Tranquilo, no pasará nada —dijo Crowley.

Los nervios de Aziraphale andaban por los aires. El dolor en la boca de su estómago comenzó a ser intenso y a cada momento aumentaba sin saber cómo aliviarlo. Se sintió mal del estómago como si quisiera descargar algo dentro de él.

—Creo que debo salir de aquí —gimió el ángel.

Se estaba poniendo amarillo y luego cambió de color cuando se llevó la mano a la boca.

—¡Deténganse! —gritó Crowley.

Apretó el hombro del chofer y este reaccionó al ver lo que estaba sucediendo en el asiento de atrás. Logró detenerse justo a tiempo para que Aziraphale saliera a vomitar. Como no tenía nada en el estómago, solo vomitó bilis blanca. Las lágrimas saltaron de los ojos del ángel en su esfuerzo único jamás experimentado antes.

Crowley se puso nervioso, porque el policía se estaba acercando a ellos y debían apartarse antes de que los vieran. Lo tomó de la cintura y lo ayudó a levantarse para separarse del vehículo y de la patrulla, así poder ir a los árboles que estaban a los lados para esconderse.

Fin capítulo 4.-