Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada.
8. Relaciones Románticas.
A diferencia de los demás, Izō había tenido la fortuna (o el infortunio, dependiendo de a quien se le preguntara) de estar pasando por su tercera vida. La segunda había sido en Japón, viviendo sin ninguna razón aparente hasta que Shura llegó a su vida para darle algo de sentido, y terminar con ella.
Ahora estaba vivo de nuevo; tenía otra oportunidad para beber con sus camaradas en lugar de beber por ellos, y lo más importante, podía salir al mundo exterior. Durante su segunda vida se había mantenido en Japón, encerrado lejos de la sociedad, sólo dedicado a entrenar a Shura hasta convertirlo en el perfecto santo de Capricornio.
Había algunas cosas que conocía, por supuesto, pero lo demás básicamente era desconocido y nuevo para él, como para el resto. A eso se le sumaba el hecho de que pese a su seriedad, Izō disfrutaba de las discusiones y conclusiones apresuradas de sus amigos, incluso le daba gracia ver a Gestalt atacar todo lo nuevo y desconocido.
Así que aprovechando el momento, Izō se sumergió en toda la información que podía obtener del futuro, sumándola a algunas cosas que ya conocía.
Sabía, por ejemplo, de las grandes ciudades atascadas de gente, pero no imaginó que fueran tan sucias, olieran tan mal y fueran tan ruidosas. Sabía que la gente hablaba diferente, sabía que se entretenía diferente, sabía que vivían de forma diferente, y sabía que se relacionaban de forma diferente, pero no imaginó que tanto.
Al estar en el Santuario pudo apreciar cómo funcionaban las relaciones entre los chicos y chicas. Y no podía hacer nada más que escandalizarse.
Shun de Andrómeda y June de Camaleón, de las pocas parejas oficiales dentro del Santuario, por ejemplo, eran perfectos para ver cómo habían cambiado las cosas. Los jóvenes solían pasear juntos a menudo, solos, sin que ella tuviera una dama de compañía para evitar malas interpretaciones de parte de otros; sus muestras de afecto eran a veces públicas, para escándalo de todos los demás, se tomaban de la mano, se besaban las mejillas, se abrazaban y hablaban de sus planes a solas. Izō incluso había visto a la joven salir del templo de Virgo a tempranas horas, dando la impresión de que había pasado la noche ahí.
Usualmente solía escandalizarse tanto al verlos juntos, que las visitas mensuales de Shunrei no hacían más que escandalizarlo aún más, puesto que la joven pelinegra era la pareja de Shiryu, y también solía acompañar a su novio en sus entrenamientos, sin ninguna compañía extra.
No le interesaba lo que los jóvenes hicieran en su tiempo libre, o con quienes se relacionaran, pero era escandaloso que con el paso de los años se dejaran de lado los buenos modales y costumbres.
—Sólo no entiendo por qué Shaka y el maestro de June no deciden formalizar la relación entre sus alumnos. El honor de June se está viendo manchado.
Se quejó con Shijima una tarde de martes. Había bajado para pedirle a su amigo alguna hierba que lo ayudara a preparar un buen té cuando encontró a los jóvenes a punto de entrar al jardín de los Sales Gemelos, para tener un almuerzo al aire libre, solos. Apenas había visto a Shijima, para su suerte preparándose un té, había decidido manifestar algunas de sus preocupaciones.
—Ya que June es una guerrera, me atrevería a decir que su honor depende de otro tipo de cuestiones.
Preocupaciones que, por supuesto, no fueron vistas como relevantes por su amigo. Desde antes de que revivieran Izō había visto que Shijima tenía otra clase de pensamiento, más liberal, lo que le había permitido adaptarse de mejor forma. El pelirrojo no tenía problemas para consumir las cosas que el futuro le había dado.
—Sí, pero también es una mujer. Su honor como mujer puede verse manchado.
—Sólo son dos chicos disfrutando de su juventud —desestimó Shijima, después de darle un sorbo a su té—. Apenas tienen dieciséis años.
—¡Dieciséis años! ¡Por Athena! Ya deberían estar casados —remarcó Izō, bastante alborotado por no tomar en cuenta ese factor antes—. Si llega a los diecisiete será demasiado mayor como para formalizar algo.
Mientras Izō armaba un pequeño tumulto consigo mismo, Shijima mantuvo una pequeña sonrisa mientras recargaba su cabeza sobre su mano derecha.
—Izō, eres demasiado anticuado.
—Soy un hombre de más de doscientos años, Shijima, claro que soy anticuado.
—Sí, pero no lo pareces. Razón de más para no actuar. Mucha gente piensa que tenemos la edad de nuestros sucesores, relájate un poco. Así son las cosas ahora.
Izō bufó.
Así eran las cosas ahora. Con el paso de los días esa simple frase rondó por su cabeza una y otra vez. La caja mágica le mostró que efectivamente, así eran las cosas ahora; no había charlas entre padres, no había matrimonios a una edad apropiada o un buen cortejo. Las personas sólo salían con otras, después terminaban por un trato de mutuo acuerdo y a los días iniciaban otra relación.
Era tan extraño. Era tan confuso. Era tan futurista.
Dedujo que tal vez no lo comprendía porque él era un santo de Athena, dedicado en cuerpo y alma a su diosa, su joven diosa que una tarde, mientras él miraba los aviones pasar, se acercó a él con una sonrisa para hablar sobre las relaciones humanas.
—... no me molesta como se relacionen ustedes, quiero que vivan lo más normal posible —le dijo la diosa cuando él preguntó por la boda de sus jóvenes subordinados, boda ficticia, por supuesto, ninguno de sus amigos estaba preparado para semejante paso—. Así que… si hay alguna persona que te llame la atención, algún santo de bronce, plata… u oro…
—No hay santos femeninos de oro —apuntó Izō rápidamente, sin dejar de mirar al cielo.
—Lo sé —murmuró Saori—. Pero eso no debe detener al amor…
Al escuchar a su diosa, Izō bajó la mirada y miró a la chica con notable confusión. Ella estaba intentando decirle algo, podía presentarlo, pero no entendía qué.
Saori, por su parte, se sonrojó levemente. Ella sólo quería ver un buen romance desarrollarse entre sus filas. Nada del noviazgo de Shun con June o Shunrei con Shiryu, no, ella quería algo más… de tintes masculinos. Algo que pareciera prohibido para todos los demás, excepto para ella
—Supongo —comentó Izō después de unos segundos, decidiendo ignorar la mirada sugerente que le dio la joven—... que el amor es diferente ahora.
—Por supuesto —concedió ella—. Las relaciones ahora son diferentes.
¿Qué tan diferentes eran, además de lo que ya había visto? No sabía por qué, pero Izō ya no querías averiguarlo.
