Disclaimer. Los personajes de Kimetsu no Yaiba NO me pertenecen, sino a la mangaka Koyoharu Gotouge.
Comentarios. Mientras estaba escribiendo el próximo capítulo de "Escarcha primaveral", se me vino esto a la cabeza y tuve que escribirlo sí porque sí o no podría continuar avanzando jaja. Tiene que ver con la historia mencionada, pero no es necesario leer una u otra para entender ambas. A diferencia de lo que he plasmado en Escarcha, que está desde la perspectiva de Kanae (y así será cuando aparezca Sanemi en el siguiente capítulo) donde ella está viva, este capítulo único está desde la perspectiva de Sanemi y su odio al amanecer, irónico para ser un cazador.
En fin, que no dilato más esto y espero que les guste a todos aquellos que se pasen por aquí…
¡A leer!
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Capítulo único
Aurora Floral
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La conmemoración de su última despedida ha llegado a su fin, pero el cielo sigue tan nublado como esa mañana. A punto de reventar y bañarlos con la lluvia pero sin llegar a hacerlo.
Sanemi escucha demasiado vívidos los llantos a su alrededor, sobre todo de la pequeña Kochō, cuyos hombros ahora sienten el peso de toda la salud de la cofradía. Su pequeño cuerpo tiembla, lo denota por su postura y la vibración en sus hombros, tan emocional como doloroso.
Las niñas de la Finca Mariposa también lloran, excepto ella, Tsuyuri Kanao, de quién sabe que han criado como una hermana más dentro de ese estrecho vínculo que Kanae logró forjar entre todas, pues era ella el lazo que siempre las unió a todas, lo sabía bien.
Un vínculo que para él ha perdido todo brillo y color posible. No existe más. Extraviado. Esfumado. La mariposa imperial ha agitado sus alas y volado más allá de lo que cualquiera puede alcanzar en vida.
Ni siquiera quiere recordar sus últimas palabras, pero las recuerda tal cual, cada sílaba y la entonación con la que fueron pronunciadas, con los suaves labios moviéndose al compás del viento, como un aleteo. Su semblante pétreo se endurece aún más cuando aprieta la mandíbula y se aparta sin repartir despedidas.
No es de esos, nunca se despide y nunca nadie lo ha visto de buen humor, nunca nadie lo ha visto en su estado de relajación. No alguien que esté vivo al menos. Ya no más. La imagen de Masachika se pasea como un espejismo por su mente, dice algo y se ríe mientras él se sonroja hasta las raíces de sus albinos cabellos antes de devolverle un comentario mordaz que solo hace que se ría más.
Algo sobre Kanae, seguro. Algo sobre la relación entre ambos. Algo sobre sus comportamientos hacia ella y la postura que toma cuando ella está cerca.
Chasquea la lengua y pasa junto a Tomioka. Eso no mejora su humor. Himejima está silencioso y medita como es lo habitual, pero algo ha cambiado en el viento en torno a él, puede sentir eso. El dolor. Uzui está de misión y él acaba de salir de un corto periodo en la Finca luego de que se le infectara una herida.
Ojalá no hubiera estado tan cerca. Por primera vez desea haber sido precavido con sus cortes para utilizar su sangre. Ojalá haber podido acompañarle a su patrulla y evitar la pérdida de otro cazador.
Ojalá.
Es un pensamiento burdo y ruin que ya no tiene sentido en su cabeza ni en su universo. Ya no existe más.
Oyakata-sama lo mira con esa única pupila sana, pero no quiere escuchar palabra alguna de nadie. El consuelo no servirá, ¿cuántas veces no lo ha tenido sin que de verdad haga mella en él? Ha perdido mucho y por eso necesita estar solo con sus memorias revueltas.
Para cuando cae la noche, él sigue recostado sobre la piedra con las manos detrás de la nuca. Mira al cielo con el desinterés impregnando sus pupilas. No quiere pensar en nada pero sigue pensando en todo lo sucedido. Sus ojos de un violeta intenso ahora parecen negros bajo la nocturnidad, no hay luz en ellos. Desea irse a cazar como cuando aún no conocía la cofradía, cuando no conocía a Masachika.
Cuando aún no la conocía a ella.
El simple pensamiento es un puñal y se da cuenta de que no ha sido buena idea quedarse allí contemplando el manto oscuro del cielo repleto de estrellas. La noche es fresca y la inmensidad oscura con puntos iluminados evoca la melena obsidiana y lisa de Kanae.
Casi se siente estirar la mano hacia ese cielo, delineando las formas iluminadas en su superficie con el índice, casi sintiendo el tacto sedoso entre los dedos como aquella vez en la cual en un impulso enredó las manos en su cabello.
La mirada idílica de Kanae lo bañó con sus ojos de lirio antes de descender a su mano terca, con los nudillos enraizados a sus hebras de noche. Sanemi gruñó y retiró su extremidad con lentitud por haber sido descubierto en el acto, no tenía caso apurarse. No era porque temía que ella sintiese el tirón doloroso en su cuero cabelludo si él hacia un movimiento brusco, claro que no…
—Deberías cortarte el cabello, así evitarías que entorpeciera en tus misiones.
El tono fue arisco, las palabras molestas. Su expresión se contorsionó en una arruga desagradable, como si de verdad estuviese pensando que sus hebras entorpecían su trabajo; sin embargo, no había nada más lejos de la realidad que eso. Se dio asco a sí mismo por decirle semejante barbarie, pero ella simplemente le sonrió, con la cabeza ladeada y esos ojos brillantes que hacían que su corazón se saltara un latido.
—No lo ha hecho hasta ahora. Es mi símbolo.
Respondió ella, enigmática. Sanemi quiso preguntarle a qué se refería, pero la mariposa se levantó. La brisa meció la impresionante melena oscura frente a sus ojos violeta, embotando sus pensamientos con el olor a flores que desprendía de ella. Deseó volver a enredar sus cabellos entre sus hebras.
Maldita fuese.
El Pilar del Viento termina de delinear la estrella en el cielo y aprieta el puño, como si así puede alcanzar el ala de aquella mariposa que siempre ve cuando parpadea. Aquellas estrellas que siguen perfilando en el firmamento son destellos de sus ojos cálidos y vivos, faroles de luz eterna en una noche de tormenta, lámparas que se han quedado guindadas en un corazón que va en vías de hacerse piedra.
El viento le trae su olor y lo tensa, pero se relaja después. En su inconsciencia cierra los ojos y recuerda otra vez.
Veía el amanecer, por sexta vez después de una misión.
—¿Te inquieta?
Su dulce voz sonó apaciguada a su lado, tímida como nunca antes la había oído. Sanemi solo acertó en virar la cabeza al costado y contemplar su perfil perlado mientras los rayos del amanecer la coloreaban entera. Kanae no lo miraba, pero sabía que ella era consciente de sus pupilas fijas sobre ella.
Sabía a lo que se refería. Aquel fatídico amanecer, en el cual se dio cuenta de que la asesina de la mayoría de sus hermanos fue su madre convertida en un demonio, fue el culpable de que odiara contemplar la salida del sol y se abstuviese de admirarlo durante mucho tiempo, periodo que tambaleó cuando ella se durmió con la cabeza apoyada sobre su hombro a escasos minutos del alba.
Recordó la sensación cálida, la temperatura de su cuerpo junto al de él y su respiración acompasada. ¿Cómo había podido estar tan relajada cuando él estaba tan tenso con solo el roce de sus cabellos sobre su brazo? Había movido la mano, casi por inercia, para colocar los mechones detrás de su oreja sin la intención de despertarla.
Así había visto su primer amanecer después de años.
—Está en el pasado —respondió luego de meditarlo.
Fue su turno de mirar hacia el horizonte tiñéndose de la tonalidad de la aurora, consciente de que Kanae lo volteó a mirar justo cuando él apartó los ojos de ella. La vio sonreír de soslayo, comprensiva, antes de apegarse más a él y rozar su haori contra el propio. Sanemi respiró hondo y giró lentamente la cabeza hacia su semblante, otra vez.
La iluminación de la alborada creaba sombras sobre su suave rostro. La sonrisa se mantenía en los labios tiernos. Sus ojos iluminaban sin descanso un camino directo, abriéndose paso a través de su coraza y llegando a la profundidad de su alma, besando las cicatrices con el brillo imperecedero de sus alas revoloteando a su alrededor.
Sanemi sintió el vuelco al corazón, la presión en la boca de su estómago, deseando beber el elixir vital que se encontraba en esos labios siempre sonrientes... Pero había perdido mucho, había recorrido un camino solitario que debía seguir así. Debía proteger con la vida a todos aquellos a los que quería.
Endureció el semblante de nuevo y apartó la mirada, intentando calmarse, gruñendo. Un momento de debilidad. El aire se volvió errático a su alrededor, furioso, pero el efecto bálsamo de su toque delicado sobre su brazo, sirvió para calmarlo en el acto. Se odio por ello, porque solo con su presencia ya se sentía lo suficientemente tambaleante en su decisión.
Él debía protegerla, no apegarse a ella como una polilla a la luz. No desear que le sonriera por siempre. No anhelar que le llenara con su voz. No esperar nada a cambio.
A duras penas puede recordar su reacción al recibir la noticia de su deceso. La rabia, la furia, la cólera. La sangre precipitándose furiosa por sus arterias. Es una nube rojiza, una neblina sofocante en su memoria. Quiso entrenar sin permiso y se abrió las heridas con el viento tan violento que se alzó a su alrededor.
Se lleva la mano hasta el interior de la manga contraria. Las dos figuras de las horquillas todavía siguen allí. Una de flor de melocotón y otra de mariposa imperial. Pensó que la describían bien, todavía lo piensa, siendo que Kanae siempre fue la columna de todos aquellos que conforman la Finca Mariposa, el enlace entre la fuerza y la suavidad, la vía entre la belleza y la determinación resplandeciente en sus pupilas amables.
Alza las horquillas hacia el cielo, imaginándose cómo se verían en su cabello, pero es complicado porque no puede ver su rostro, como si le da la espalda a propósito, así que cierra los ojos y sueña.
Evoca su último momento juntos.
—Debes tener más cuidado.
El susurro fue cauteloso, amable y dulce. Era de noche y casi todos dormían, pero ella decidió ir a cambiar sus vendajes a esas horas. Sanemi observó su ceño concentrado y sus labios finos en una línea profesional. Era consciente (demasiado consciente) de los roces distraídos que sus dedos brindaban sobre su piel llena de cicatrices mientras ella hacía su labor, ajena a la tensión que un solo toque suyo causaba en él.
Odiaba y amaba esa sensación al tenerla cerca.
Pero permanecía rígido, siempre con la coraza, mostrando la dureza de su semblante a todos, incluso a ella, aunque sus ojos indudablemente lo delataban, traicionaban su postura.
—Siempre he cazado con mi sangre, lo sabes —espetó con la tonada hosca justo cuando ella se alejó de él para sentarse a acomodar el restante de vendas y las medicinas vertidas en su curación.
—Testarudo.
Ella entornó los ojos, él pudo verla casi divertida por su proceder. Quedaba expuesto frente a su presencia, pero evitó sonrojarse como cuando lo obligaba a comer. Se sentía reprendido, pero la sensación cálida se quedó resguardada en su pecho.
Entonces ella se levantó, lentamente.
Fue un impulso, un acto egoísta y nada planeado, pero cuando alzó su mano y cubrió la muñeca fina con sus dedos en un gesto rápido pero sutil, no hubo vuelta atrás. Vio algo pasar por su mirada, luego se quedó la incertidumbre mientras él tragaba saliva, sintiendo su pecho pesado y los pensamientos arremolinados.
Kanae, sin embargo, no se movió de sitio ni despegó sus ojos de los de él. Los dedos del Pilar del Viento se sentían ardientes en torno a su piel porcelánica.
—¿Vendrás mañana a cambiar mis vendajes a esta hora? —Fue una interrogante murmullada en la que tuvo que resistir acariciar su piel con el pulgar para no asustarla.
No obstante, pronto se dio cuenta de lo que su corazón planeó antes de decírselo a su cabeza.
¿Qué mierda estaba preguntando? Quiso cortarse a sí mismo por su loca osadía, por sus pensamientos henchidos de sentimientos que no debía sacar a relucir. Sabía perfectamente que ella no vendría porque…
—Vendré mañana, a esta hora —dijo ella, más suave de lo normal mientras los dedos de su mano libre se movían hasta el agarre tenue que él ejercía sobre su muñeca.
Rozó los nudillos masculinos con las yemas, con cariño y delicadeza. Sanemi ocultó su suspiro detrás de un semblante adusto que amenazaba con hacerse añicos cuando ella le miró. Él fue soltando su muñeca, pero los dedos de Kanae siguieron rozando los de Sanemi, como un aleteo inquieto que imitaba el repiqueteo de su corazón.
Él siguió su movimiento, rozando sus yemas contra las ajenas, casi hipnotizado con su mirada.
—¿Mañana?
Pidió confirmación, casi anhelante. Ella le sonrió, asintiendo.
—Mañana.
Su toque se alejó de él con un último roce. Ambos sabían que él no necesitaba ningún otro cambio de vendas al siguiente día, pero no importó.
Shinazugawa abre los ojos justo cuando el cielo está cambiando de color. Se ha quedado dormido sobre esa piedra, pero no siente ni una pizca de dolor físico, porque el dolor interno es mayor.
Se sienta con lentitud y observa el panorama ante sus ojos.
El amanecer.
Su mirada se agria, su rostro se contorsiona en una expresión de molestia. La furia vuelve a corroerlo porque no siente el peso de Kanae a su costado, porque no está a su lado, porque no volverá a verla.
Oculta el nudo de su garganta tras un grito de guerra lleno de ira.
No debería odiar los amaneceres, porque significa que los demonios no pueden hacer daño a nadie, porque aquellos que protege están resguardados desde que el sol despunta en el horizonte.
No debería odiar los amaneceres, pero los odia de todas maneras. Odia este con más énfasis que nunca antes. Odia que las lágrimas se acumulen en sus ojos porque no puede ser débil. Tiene que proteger a muchos, tiene que proteger a Genya.
—Realmente te odio —susurra ronco y con rabia hacia el cielo antes de levantarse.
Pero no se sabe si se dirige a la aurora o solo a la mariposa que lo ha dejado desamparado al amanecer.
«Realmente te amo.»
Y para mañana ya Kanae estaba a punto de dejar el mundo de los vivos. Auch. Pobre Sanemi.
¡Gracias por leer! Agradecería sus comentarios y apreciaciones en caso de que lo crea necesario.
