Disclaimer: Los personajes y el mundo en que se desenvuelven son, con algunas excepciones, propiedad de R.R Martin y no reclamo ninguna autoría sobre ellos
JAIME:
Jaime Lannister tenía ganas de gritar, el yelmo blanco tras el que ocultaba su rostro apenas disimulaba su respiración entrecortada mientras que sus piernas estaban a punto de ceder dentro de su armadura. Las palabras del heraldo real resonaban a lo largo de la sala del trono, pero esto ocurría solo porque la acústica del salón estaba pensada para que el más mínimo susurro se escuchara en todos los rincones, el potente vozarrón que Jaime estaba acostumbrado a escuchar se había transformado en un murmullo patético, casi tan penoso como el rostro demacrado del heraldo. Jaime simpatizaba con el hombre, ambos estaban obligados a cumplir su deber, por más despreciable que este fuera.
Acusaciones, listas y listas interminables de pruebas y testigos (la mayoría proporcionados por esa serpiente malnacida de Varys), una que otra palabra de Pycell... las palabras se arremolinaban en la cabeza del joven caballero formando pensamientos incoherentes que le hacían doler la cabeza. Le recordaban las duras lecciones de lectura que le había impuesto su padre a los ocho años cuando el maestre le habían informado que Jaime tenía serias dificultades para aprender, un recuerdo amargo que se volvía dulce como la miel cuando lo comparaba con el presente. Últimamente Jaime se había vuelto un experto en refugiarse en sus recuerdos, en "escaparse hacia adentro", desafortunadamente, su lucides volvió en el peor momento posible.
- …y es por esto que, Rhaella de la casa Targaryen, Hija de Jaherys II y Sheara Targaryen y reina consorte... es... es formalmente acusada por su hermano y esposo, su Alteza Aerys de la Casa Targaryen, segundo de su nombre, rey de los Ándalos y los Rhoynar y los Primeros Hombres, señor de los Siete Reinos y Protector del Reino... de los crímenes de infidelidad y alta traición a la corona, y deberá...- por un momento pareció que las palabras no le iban a salir- Y deber deberá compadecer en l-la Fortaleza Roja para ser juzgada, o de lo contrario ser declarada culpable de todos los cargos y... co-condenada... a muerte.
Aplausos
No todos eran lamebotas del rey, la mayoría temían las consecuencias de ser vistos mostrando simpatía por la reina, pero los motivos y las consecuencias de los señores a Jaime Lannister le importaban un bledo, de buena gana los hubiera matado a todos.
- ... Siendo este el ultimo asunto del día, se da por terminada la asamblea. Dad paso a su Alteza Aerys de la Casa Targaryen, el segundo de su nombre, rey de los Ándalos y los Rhoynar y los Primeros Hombres, señor de los Siete Reinos y Protector del Reino.
El rey bajó lentamente del trono dejando un rastro de manchas de sangre de los cortes que se había hecho durante la audiencia. Ser Jonothor Darry se adelantó y fué abriendo paso entre la multitud para que pasara el monarca, un guardia real ejemplar que le había repetido en varias ocasiones que los maltratos sufridos por la reina de parte del rey no eran de su incumbencia y que debía limitarse a obedecer sus votos.
- ¿¡No juramos protegerla a ella también!?- Le había respondido en una ocasión, harto de escuchar los golpes y los llantos. Darry se había limitado a responderle con resignación:
- Si, pero no de él
Sus otros hermanos se sumaron a la procesión, Ser Arthur Dayne, Ser Lewyn Martell y Ser Oswell Whent se colocaron a los lados del monarca en una formación protectora. Esos tres eran tan aliados de Rhaegar como se podía serlo y parecían haber decidido que lo mejor era esperar pacientemente a que el príncipe ascendiera al trono mientras que Rhaella era otro sacrificio más que debían aceptar. A la derecha del propio rey, iba el Lord Comandante Gerold Hightower, un hombre obediente que habría dado su vida sin pensárselo dos veces para salvar a la reina, así como también la hubiera ejecutado con sus propias manos si Aerys le daba la orden. En momentos como aquellos la hermandad que compartía con esos hombres le importaba un bledo y feliz los hubiera matado a los cinco. El único de los siete que parecía sufrir tanto, o incluso más que el propio Jaime era Ser Barristan Selmy, cuyo rostro inexpresivo era traicionado por las gotas de sangre que escurrían entre sus dedos debido a la fuerza con la que agarraba la empuñadura de su espada envainada. Al joven caballero, esa visión le causaba pavor. ¿Barristan estaría pensando en el Valle Oscuro? ¿Se estaría culpando de haber salvado al rey? ¿Se estaría cuestionando sus votos? esa última pregunta también le causaba pavor, pero la pregunta más aterradora era ¿Qué podía hacer un novato como Jaime, si un veterano como Barristan el Bravo demostraba tal grado de impotencia? Jaime se apresuró a imitarlo y se posiciono en la retaguardia de la formación, con algo de suerte ambos pasarían desapercibidos mientras el monarca hablaba con el Lord Comandante
- Ser Gerold
- ¿Alteza?- se apresuro a responder el Toro Blanco
- Ese imbécil tartamudo del heraldo es un traidor. Apresadlo
- Como ordene
- Llevadlo a las celdas engras, y enviadme a uno de los piromantes.
Ser Jaime Lannisteral que llamaban el Joven Leon y quien se había convertido en el hombre más joven en llevar una capa blanca, se descubrió a si mismo pensando... que quizás... que quizás sus votos empezaban a importarle un bledo, porque al parecer, de buena gana hubiera matado al rey.
RHAELLA:
La reina observaba con melancolía como las gárgolas que adornaban los jardines y murallas del castillo se zambullían y reemergían de entre la niebla marina. Era un espectáculo fascinante que daba vida a las retorcidas estatuas de Rocadragón y daban al castillo un aire aún más sombrío cuando era de noche. En el pasado, Rhaella lo había considerado un espectaculo cautivante, en ese momento sin embargo, le parecía una cruel metáfora de su situación. Tal como las gárgolas, sus pesares parecían haberse ocultado en la bruma para atraparla, pero en realidad no se habían movido del lugar, era ella la que había olvidado que siempre habían estado allí. Su marido había sido astuto, mucho más de lo que le había dado crédito desde que la locura lo había consumido. Todavía recordaba las palabras del eunuco.
- Zarpad lo antes posible alteza- El rostro de Varys se torcía en una convincente mueca de preocupación- Vuestro esposo ha estado visitando el gremio de los piromantes cada vez con más frecuencia, y las cosas que me han contado mis pajaritos son de peor que os podéis imaginar. Rocadragón es el asentamiento de vuestro hijo, allí estaréis protegida hasta que vuestro esposo se allá calmado.
- No puedo irme lord Varys, ¿Qué clase de madre dejaría solo a su hijo en un momento como este?
- Alteza, el príncipe Vyseris os espera abordo de la nave "Syrax", todo está preparado para que partáis de forma discreta e inmediata
La vida en la corte la había hecho desconfiada de todos aquellos a los que en el pasado había considerado amigos, pero Varys se había ganado la confianza de Rhaella cuando el rey le había ordenado investigar a Ser Bonifer Hasty. En vez de entregar a su buen amigo, el eunuco lo había escondido en las Tierras de los Ríos y hasta los había ayudado a intercambiar algunas cartas. El agradecimiento que sentía sumado al miedo genuino que sentía por la nueva obsesión de Aerys con el fuego Valyrio la habían convencido de dar el paso que sería su perdición. Ya en el barco había comenzado a tener sus dudas, pero cuando vio a propio Bonifer esperándola desconcertado en los muelles de Rocadragon, supo que algo horrible iba a pasar. El golpe maestro llegó al día siguiente y entonces, todas las piezas cayeron en su lugar. La carta dirigida al castellano de Rocadragón acusaba a Rhaella de infidelidad con Ser Bonifer Hasty (y muchos otros que a esa altura ya deberían estar muertos), además de traición a la corona por llevarse a Vyseris sin consentimiento del rey. Ella había enviado una docena de cuervos tratando de explicar el malentendido, pero la única respuesta de Desembarco del Rey había sido un esquife viejo con órdenes de escoltarla devuelta a la Fortaleza Roja. La nave era indigna y ni siquiera traía un miembro de la Guardia Real para escoltarla a ella y al príncipe. Otra maniobra de Aerys, la reina no podía aceptar viajar en tales condiciones mientras que rechazando la orden se vería aún más culpable. El castellano la mantuvo a salvo con el pretexto de que su deber le impedía entregar a un miembro de la casa Targaryen. Su esposo podía derribar esa débil excusa con una simple orden, aun así, Rhaella agradecía de corazón el coraje del pobre castellano. Otra persona que aún estaba dispuesta a ayudarla era el propio Bonifer, que tras enterarse de como lo habían usado como pretexto para arruinar su reputacion le imploraba huir a las Ciudades Libres mientras él iba a la corte para desmentir las acusaciones, algo que sin duda alguna terminaría en su muerte y en la captura de Rhaella más temprano que tarde. No le quedaba nada, salvo la deshonra de tomar su propia vida, o morir de forma todavía más deshonrosa en desembarco del rey. No le quedaban fuerzas ni para rezar con Bonifer en el septo de Rocadragón, estaba cansada y le dolía pensar en su hijo Rhaegar que en esos momentos se hallaba lejos en Harrenhall, y de lo cerca que había estado de cambiarlo todo para mejor. Volvió a mirar hacia afuera y deseó que la oscuridad y las tinieblas la pudieran esconder también a ella.
ELIA:
Las torres de Harrenhall se erguían imponentes como dedos negros que rasgaban el cielo. Solo eso era imponente, el resto era solo piedras rotas y barro. Bajo la lluvia primaveral (o de falsa primavera, como le había explicado el maestre) los hermosos pendones con los emblemas las casas nobles de Poniente colgaban pesados e inmóviles, la gigantesca estructura de madera pensada para cobijar a cientos de señores, damas y caballeros yacía a medio construir junto a la arena donde se iban a llevar a cabo las justas que se había inundado y convertido en un charco de barro. Y en eso también se había convertido el plan, en un gran esqueleto de madera abandonado, hundida en el barro de la lluvia, una promesa efímera que se había resultado tan falsa como el final del invierno. El torneo había muerto antes de lograr cualquier tipo de convocatoria relevante, Martell, Connington, Whent... Elia consideraba que los aliados de su esposo eran pocos y dispersos, demasiado débiles para desafiar a su suegro, quien además usaría algo como eso de excusa para nombrar a Viserys como el nuevo heredero. Era el momento de hacer nuevos planes y de actuar, pero Rhaegar solo parecía capaz de mirar al vacío por la ventana de la habitación que les había ofrecido Lord Whent. Elia estaba sentada en un regio sillón de terciopelo rojo con un libro de leyes en sus manos. Su cuerpo todavía estaba débil por el nacimiento de Aegon, pero su mente estaba tan lucida como siempre. Sin apartar la vista del patio embarrado, Rhaegar hablo por primera vez desde que les había llegado el pergamino con la noticia.
-Partiré de inmediato a Desembarco del Rey, debo estar presente antes de que llegue mi madre.
-Un juicio por combate seria tu muerte esposo -cerro el libro y lo puso en su regazo.
-Nunca he dicho tal cosa -Le espeto Rhaegar sin apartar la vista del patio
-Te conozco mi señor, ves en ti a Baelor Rompelanzas, pero los Capas Blancas no son lo eran en ese entonces. Hightower te matará sin pensárselo dos veces.
-Si mal no recuerdo, sus votos le impiden hacerme daño
-Si mal no recuerdo, sus votos son primero con tu padre- Respondió irritada- Tu padre quiere que pelees, claramente montó esta farsa para poder matarte, o al menos desheredarte. - Rhaegar se volteó,
- Entonces, ¿Qué hago? Como reina, mi madre debe ser defendida por un miembro de la familia real o por los capas blancas, mi padre hará pelear al niño Lannister contra el Toro Blanco o la Espada del Amanecer.
- Es peor de lo que crees mi señor, si Rhaella elije un juicio por combate tu padre estaría en su derecho de pedir un juicio de siete, los siete caballeros de la guardia real estarían obligados a pelear por él.
El rostro de Rhaegar acuso el golpe, claramente no había visto venir esa parte del complot, pero frente, pero a la hora de enfrentarse al presente sus planes eran limitados. Elia había llegado a resentirlo profundamente por esto, pero no podía evitar sentir lastima por él. Celebrar un Gran Consejo disfrazándolo de torneo había sido una idea brillante, los señores estaban hartos de Aerys, pero les asustaba la perspectiva de una guerra civil, una transición pacífica era lo mejor que podían esperar en las circunstancias actuales. Nadie pensó por un momento que, en vez de gritar y cortarse con el trono, Aerys respondería con una jugada maestra que pondría la atención del reino lejos de Harrenhall. Ahora el príncipe estaba obligado a enfrentarse al rey en Desembarco del Rey o peor aún, quedar como cobarde que no defendió a su propia madre frente al resto del reino. Rhaegar como siempre se mostraba melancólico, pero Elia estaba furiosa de sobra por los dos. La acusación, además de falsa e injusta, dejaba en claro que hasta la mujer más poderosa de los Siete Reino era propiedad de su esposo, ellos podían buscar la felicidad con otras mujeres, pero una esposa estaba obligada a ser fiel bajo pena de muerte. Los compendios de leyes y antecedentes mostraban un panorama devastador para una mujer acusada por su esposo, una larga lista de sentencias a muerte que apenas se habían reducido durante los tiempos de las reinas Alysaine y Myriah Martell. Por más que Elia detestara admitirlo, aquel acto barbárico y sanguinario que los hombres llamaban juicio por combate era la mejor opción que tenía una mujer acusada ¿Podía confiar que su esposo vencería a las capas blancas? Ella había prometido, sobornado y amenazado a espaldas de su esposo con el fin de asegurar que ganara el Gran Torneo de Harrenhall, después de todo había demasiado en juego para confiar tan solo en sus habilidades. No, no sería un duelo cortes, sino un baño de sangre, como el juicio de Maegor el Cruel en el que, salvo por el propio Maegor, habían muerto tanto los acusadores como los... como los... ¿Defensores?
- Rhaegar... ¿Cuántos cuervos quedan en el castillo? - El hombre tardo unos segundos en apartar la vista de la ventana, su voz estaba cargada de perplejidad
- Casi todos, no tuvimos tiempo de enviar las invitaciones al torneo. ¿Quieres enviar un mensaje?
- Quiero enviar siete, todos duplicados. Y quiero que sacrifiquen a todos los demás, nadie puede enterarse de lo que estamos a punto de hacer.
