-Hoy se incorpora la nueva de plástica – resopló la joven jefa de estudios, haciendo que su flequillo se apartara de los ojos.- Ya le vale, llevamos un mes sin profesora.
-La culpa no es suya, Camino – Carmen, la directora, tan elegante y calmada como siempre, arrancó el ordenador mientras se sentaba en la mesa del pequeño despacho que compartían. Pelirroja y de cutis luminoso, llenaba el espacio con su presencia, como si hubiera nacido para dirigir la escuela, y Camino se sentía muy afortunada de ver cómo lo hacía y aprender de ella.- Si la administración enviara los reemplazos en tiempo y forma, los niños no estarían desatendidos.
Los cinco minutos que todos los días compartían la directora del instituto y su más cercana colaboradora les servían a ambas más para arrancar con buen estado de ánimo la jornada que para planificar el trabajo. Ese martes de octubre, sin embargo, un nubarrón sobrevolaba a la eficiente joven. Siempre le ocurría cuando algo escapaba a su control, generándole inseguridad, y la nueva profesora era un elemento sorpresa que no sabía cómo encajaría en el ecosistema bien conocido de Acacias.
-Ya, pero es que ni siquiera ha llamado, y no contenta con incorporarse tarde, solicitó los días de mudanza – Camino siguió refunfuñando.
-Es su derecho. No iba a venir a trabajar con un pie roto.
-Qué casualidad, romperse un pie justo el día antes de empezar el curso- la joven no pudo evitar un retintín incrédulo en su voz y su gesto.
-Igual quería celebrar el final de las vacaciones de una forma especial- insinuó con picardía Carmen, burlándose más de las quejas de su compañera que de otra cosa.
-Ya, ¿y lo de la mudanza? Es un abuso. No creo que me caiga bien alguien con tan pocas ganas de trabajar – Camino se cruzó de brazos, y frunció el ceño, apretando los labios en un gesto de tozudez que provocó la risa de Carmen.
-Pensé que ya te habrías acostumbrado a que no todo el mundo sea una abejita laboriosa como tú. Te conozco desde hace tanto que se me olvida lo joven que eres, y que todavía esperas cosas de la gente – la directora, y a pesar de ello también amiga de la otra mujer, no pudo evitar sonreír al ver su mohín, que tanto recordaba a una rabieta infantil. Sus propias arruguitas alrededor de sus ojos dieron prueba de que su buen humor era habitual. -De todas formas, no te adelantes y dale una oportunidad. ¿Quién sabe? Igual te sorprende.
-No quiero sorpresas ni dramas en mi vida, Carmen. Una vida aburrida es una buena vida-sentenció.
