La jefa de estudios seguía refunfuñando cuando dos horas más tarde Cesáreo, el panzudo conserje, se coló por la puerta abierta del despacho.
-Camino, preguntan por ti.
Al apartarse, su acompañante entró.
-Soy Maite Zaldúa, la profesora de plástica.
Era una mujer de regular estatura y melena negra y ondulada. Gruesos mechones se desbordaban por los lados de una felpa de vivos colores. Completaba el conjunto con un vestido asimétrico, con un pronunciado escote en V y ligero vuelo que la hacía parecer más joven de lo que insinuaba su voz, profunda y con una entonación musical. Unos labios maquillados en un contundente color rojo resaltaban una boca amplia, de la que no se caía una sonrisa radiante a pesar de que se apoyaba con alguna dificultad en una muleta.
Camino, que solía ser muy discreta con su atuendo y maquillaje, hizo un esfuerzo para disimular el repaso que acababa de darle a la visitante, y se levantó de su puesto de trabajo para saludarla.
-Camino Pasamar, jefa de estudios - le alargó la mano, aún algo sorprendida por el aspecto de la aparición.
Maite tenía la mano derecha ocupada por la muleta, así que la eludió y se acercó, plantándole dos besos en las mejillas ante los que la más joven dio un respingo. Cesáreo hizo una mueca de diversión desde la puerta, y se marchó.
Camino se apartó, ligeramente molesta por tanta familiaridad. Se culpó internamente por su torpeza al ofrecerle la mano, y le aproximó una silla, que Maite ocupó. Inmediatamente volvió a interponer su mesa entre las dos, tratando de recuperar la compostura y la iniciativa de la conversación.
-Como la esperábamos desde hace tiempo - Camino no pudo evitar el retintín en su voz mientras le alargaba una carpeta, - tengo aquí preparada toda la información que necesita: horarios, listas de clase,... Después del recreo puede presentarse con su tutoría, es un grupo que necesita atención inmediata.
-Espero poder ofrecérsela, pero antes tenemos que hablar de la ubicación de mis clases... Por mi asignatura, necesito un aula luminosa; además, como podrá imaginar, no estoy en condiciones de subir escaleras ni corretear entre un edificio y otro - Maite hizo un gesto amplio con la mano, sonriendo mientras mostraba la muleta. - Y por favor, no me llames de usted. Vamos a ser compañeras.
-Este es un instituto antiguo, no hay ascensor y ya ha visto que tiene varios pabellones. Alterar la ubicación de todos los grupos es un trastorno considerable- Camino frunció el ceño, mostrando su oposición.
-¿Prefiere que vaya dando traspiés con las muletas, y me caiga por las escaleras? Eso sí que sería un trastorno considerable. Sobre todo para mí, claro- Maite no abandonó la sonrisa, pero su voz sonó muy firme. No pensaba ceder. - Tener un aula fija, luminosa y accesible, creo que es una demanda razonable. No es mi culpa si la escuela no tiene las instalaciones adecuadas.
Camino calló. Efectivamente, las instalaciones eran mejorables, y esa era una de las batallas permanentes entre Carmen y la administración, de la que ella había sido indignada testigo. Por norma, se preciaba de procurar siempre el bienestar de sus compañeros, intentando paliar las carencias; pero le molestaba que alguien se las recordara, sobre todo cuando ni siquiera había empezado a trabajar.
No podía negar que esa forma de llegar con exigencias le había sentado mal, y no intentó ocultar el antagonismo con esa mujer. Quizá fuera por su excesiva familiaridad al tratarla, o por el tono burlón que le recordaba a otros compañeros que habían dejado mal recuerdo. Quizá fuera la forma directa en que expresaba sus deseos y la miraban sus ojos descarados, de un color que no había podido precisar. O quizá fuera todo ello.
Según Carmen, reaccionaba así cuando alguien desafiaba su pulsión controladora, resultado de un afán perfeccionista extremo. Inspiró lentamente, intentando controlar los prejuicios y rebajar la tensión. De hecho, sí que existía un aula específica de dibujo, pero utilizarla generaba más circulación de alumnos por los pasillos, con el desorden consiguiente, por lo que procuraba evitarlo. En esta ocasión tendría que hacerlo.
-Veré lo que puedo hacer. Mientras, si me rellenas estos formularios...
Camino agradeció que Carmen apareciera justo a tiempo para hacer de cicerone a Maite por las dependencias de la escuela, librándola de su presencia. Al acabar la mañana, la directora la buscó.
-Pues a mí me ha caído bien. Parece una mujer muy dispuesta y con energía, justo lo que necesitamos aquí. ¿A ti no te lo parece?
-Llamativa y desvergonzada, eso es lo que me ha parecido - Carmen miró a Camino con sorpresa y una pizca de diversión.
-¿Por eso no te has ofrecido a ayudarla a buscar casa? Siempre lo haces con los nuevos.
-No creí que se quedara en el pueblo, no parecía muy contenta de estar aquí. Además de que, gracias a ella, tengo que cambiar los horarios para adjudicarle el aula de dibujo. ¡Planazo para esta tarde!
-Pues se queda, al menos hasta que pueda volver a conducir. La he mandado a hablar con Rosina, a ver si le queda algo en alquiler.
Camino relajó la expresión de enfado, y miró con picardía a su amiga.
-¿La has dejado en manos de Rosina? Para esta noche ya le habrá sonsacado toda su vida, y hasta el número de zapato que calza.
-¿Por qué te crees que lo he hecho? Ese es el plan, cariño. ¿O te parece mal que quiera saber en manos de quién pongo a mis gorrioncillos? - guiñó la directora, con la confianza que da no sólo el tiempo, sino la coincidencia en forma de pensar.
Camino le devolvió la mirada, afectuosa, con sus ojos pardos, almendrados. Carmen había sido primero su profesora, luego su confidente, más tarde su jefa y ahora era todo eso y además su amiga, y no podía estar más de acuerdo con ella.
-Me temo que será otra de tantas hippies que pasan por aquí quejándose del aburrimiento de la vida del pueblo, y que dedican el año a beber y fumar, para luego marcharse sin pena ni gloria.
La directora se sonrió.
-Ya veremos.
