Maite se derrumbó en una silla del bar. Estiró su pierna izquierda para comprobar el estado de su dolorido tobillo. Cerró los ojos y suspiró: la hinchazón daba miedo, y lo peor era la palpitación interna, la sensación de que la piel le iba a estallar.
Sofía observó preocupada la tumefacción. Ni corta ni perezosa arrimó otra silla para acomodar con mimo la extremidad lesionada. Maite la miró agradecida, pero enseguida percibió la desaprobación en los ojos de la camarera, que se acercaba con una libreta en la mano.
Era una señora enjuta, de pelo castaño, tez morena y decisiones rápidas. En un segundo valoró la situación: el tobillo inflamado, el aspecto de las forasteras y las ganancias del día. Valía la pena hacer la vista gorda a cambio de ingresar en caja el precio de dos cenas y, posiblemente por la hora que era, dos desayunos.
-¿Qué les pongo?- preguntó forzando una sonrisa.
-Una clara con limón y... - Sofía interrogó a Maite.
-Un agua con gas, si tienen.
-Por supuesto que tenemos - saltó, puntillosa. -Aquí les dejo la carta.
Sofía y Maite intercambiaron una mirada de diversión por el gesto orgulloso de la camarera, y ojearon el menú. Más que hambre, tenían mucha sed y necesidad de descanso, pero el hostal donde se estaban alojando no ofrecía servicio de comidas, así que el bar "El siglo" había sido parada obligada antes de retirarse a dormir.
-Aquí están las bebidas, ¿han decidido ya? - la camarera vació con soltura la bandeja y sacó la libreta, donde anotó una ración de ensaladilla, otra de estofado y los cogollos con ajitos. Marchó tras la barra, mientras las comensales trataban de relajarse en el bar, escasamente animado por una clientela casi por entero masculina.
-Estoy hecha polvo - confesó Maite, aunque no hacía falta. - No sé si me duele más el pie o la cabeza.
-No has debido pasarte toda la tarde andando. No estás bien. Cuando lleguemos a la habitación, te daré un masaje - ofreció Sofía.
-Quería solucionar el tema del alquiler. Si llego a saber que la de la inmobiliaria era una cacatúa y una cotilla, y que sólo me iba a enseñar zulos o palomares... - en la voz de Maite asomaban tanto el enfado como el agotamiento.
-Bueno, el segundo que hemos visto no estaba tan mal...
-Sí, pero con dos tramos de escaleras, tú me dirás cómo me las iba a apañar cuanto te vayas. Me siento fatal por que hayas tenido que venir a ayudarme, Sofi, y dejar solos a los niños; quiero arreglármelas por mi cuenta lo antes posible.
Sofía hizo un gesto quitándole importancia al asunto.
-Ya me gustaría que estuviéramos más cerca para echarte una mano, pero no te agobies: ellos están bien con el padre. ¡Piensa en positivo!: tu pie irá mejorando y pronto podrás moverte mejor. Siempre te ha gustado andar y hacer ejercicio. Lo que tienes que hacer es buscar un fisioterapeuta para acelerar la rehabilitación.
-¿Un fisio, en este pueblo? Dudo que haya. Le tenía que haber preguntado a Rosina.
-¿La de la inmobiliaria? Claro, le podrías haber preguntado si hubiera dejado de hablar en algún momento. Entre intentar averiguar tu edad y estado civil, y contarnos su vida y milagros, no ha parado. Cuando se ha enterado de que vas a ser compañera de su marido, creí que iba a adoptarte.
Ambas rieron, sin darse cuenta de que la camarera seguía disimuladamente su conversación desde la barra.
-¡Felicia, ponme otra caña! - bramó un lugareño desde otra mesa, y la camarera aprovechó el paseo para servir las raciones que habían pedido minutos antes.
-Por lo menos ella ha intentado ser agradable- continuó la conversación Maite. -No como la arpía que me ha recibido esta mañana: ha sido más tiesa que el esparto. En un momento dado creí que iba a empezar a escupir fuego por la boca.
-Es la jefa de estudios, ¿no? Seguro que se llama "Borde" de apellido- guiñó, burlona.
-No, pero sí que tiene un apellido rimbombante. No me he quedado con él, pero sonaba a rica heredera. Seguro que es una señoritinga del pueblo. Y encima, mi jefa directa - con los años Maite había aprendido a domar su vena contestataria, que solía aparecer en ácidos comentarios cuando presenciaba una injusticia. Sin llegar a tanto, esa mañana había sentido que la juzgaban y condenaban por no sabía qué grave delito, y no estaba dispuesta a consentirlo.
-Todavía no he conocido a un jefe que realmente sea buena gente, por eso me alegro tanto de poder teletrabajar: así por lo menos no le veo la cara al mío-aseveró Sofía.
-Tampoco es así siempre. La directora, Carmen, me ha parecido encantadora y me ha ayudado bastante. Pero la otra... -Maite no podía quitarse el mal sabor de boca de ese primer encuentro. Y tampoco entendía por qué le estaba dando tantas vueltas. De costumbre, le importaba bastante poco la opinión de los demás. Sería que estaba más sensible. O quizá que le había sorprendido una expresión tan adusta en un rostro tan hermoso.- Uff, ha hecho un comentario que... como si insinuara que soy una vaga, que he querido estar de baja a propósito. Me han dado ganas de decirle que yo ya estaba trabajando cuando ella jugaba a las muñecas.
-¿Tan joven es? ¿Ninguna posibilidad? - alzó las cejas Sofía, insinuante, queriendo relajar el ambiente.
-Una yogurina total. No va a haber nada que rascar en este pueblo, ya te lo digo yo. Ni ganas.
Maite aceptó el cambio de tema hacia asuntos más livianos, y las risas volvieron a la mesa a la par que desaparecían las viandas. Sin alargar mucho la sobremesa, agotadas, las forasteras pagaron y se despidieron de la camarera, que no había dejado de mirarlas con expresión inescrutable.
Antes de salir por la puerta, una fotografía enmarcada atrajo la atención de Maite: un hombre atractivo y una mujer, a la que enseguida reconoció como Felicia, la camarera, posaban ataviados con delantales, ante la barra de ese mismo bar. Cada uno de ellos rodeaba con su brazo a un adolescente: un chico alto y de sonrisa confiada, y una joven de flequillo castaño, ojos almendrados y expresión tímida.
-Mierda.
