Disclaimer: Historia que sabemos, nada de lo que puedan reconocer es mío.
Advertencia: Esta es un fic que menciona temas delicados, como guerra, abuso, desnudos, alcohol...
Dedico este fic a Jin. , quien tiene un gusto más particular al drama, sin abandonar el romance. Estabas en mis pendientes, D.
Al caer las armas
MissKaro
Parte I
Estimada Elsa.
Escribo estas líneas esperando antecedan a mi próximo arribo a Arendelle. Desconozco las circunstancias que me recibirán, consciente de los sucesos que han acontecido en nuestras vidas, mas ambos sabemos que tenemos un asunto pendiente, y podré recuperarme en tus tierras.
Atentamente, Hans.
..
Con una exhalación, Elsa dobló la carta que había estado leyendo en voz alta, moderando gran parte de los sentimientos que le producía el texto.
La única misiva escrita y…
—Su actitud no es distinta —sentenció resignada. Pese a su escueto y veladamente arrogante mensaje, lo presentía.
Tragó con desesperanza, sintiendo los miembros pesados por las desventuras a ocurrir. Estaba plenamente segura de las consecuencias que podría suponer la falta de cambio en Hans. La vida a partir de entonces sería más sencilla si se hubiese alterado algo, y en verdad deseaba que las oscuras nubes dejaran de cernirse sobre ellos.
Su hermana se movió de su asiento, para colocarse junto a ella en el sofá y apretar su hombro suavemente.
—Lamento que sea esa la aplicable, de todas las posibilidades que habías considerado —le consoló, trayendo a colación una de las muchas charlas que habían tenido sobre el sureño, no tan escaso en sus conversaciones del pasado año. —Pero confío en que sabrán manejarlo. No sonó tan condescendiente o desinteresado como habríamos creído.
Elsa hizo un amago de sonrisa.
Ni siquiera había sido cortés deseando su bienestar.
—Realmente buscas animarme con un tema tan pequeño en comparación a los problemas actuales. De todos. Deberíamos pensar, en su lugar, en que la guerra por fin ha terminado. —Agitó la carta. —Y lo que sea que pueda suceder, al menos debería estar satisfecha que no soy viuda y, como yo, como Kristoff, es uno más en la lista de los sobrevivientes.
Anna apretó los labios, reconociendo la mención de tópico delicado. Su mano abandonó su hombro y cerró ambos puños sobre su falda.
—Hay problemas más grandes, pero la vida está conformada por cientos de partes y no debemos olvidarnos de ninguna. Tanto como las dificultades de tu matrimonio no desaparecerán por centrarse en el final del conflicto, este tampoco se irá si momentáneamente miramos al otro lado. Nada se detiene ni desaparece cual magia.
Sin duda, una de las experiencias más graves que podría haber enfrentado su hermana como reina, era una guerra. Antes poseía madurez, mas había envejecido años debido a los eventos del reciente lustro, del mismo modo que ella lo hiciera.
Aunque tenía el consuelo que Anna no había ido al campo de batalla fuera; cosa que ella, Kristoff o Hans, sí.
De solo pensarlo, sus emociones se desbordaron, potentes como estaban aquellos días. Las lágrimas cayeron por su rostro, sin poder detenerlas, mientras unas imágenes imposibles de borrar, y otras irreales, se asomaban en su cabeza.
(Todavía pasaba, no tan seguido.)
Igual que otras veces, su hermana le abrazó. Elsa la apretó con una fuerza que rompería sus huesos, contenta de tenerla respirando, sana y salva a su lado. Incluso susurró un agradecimiento porque su indeseado esposo no hubiese perecido. No lo odiaba, ni siquiera por el año de su coronación, verse obligada a desposarlo, o porque él le hubiera salvado la vida por un motivo egoísta.
Ese sentimiento era tan crudo como la estúpida guerra padecida.
Y hacerlo implicaría…
Se apartó de su hermana, necesitando la alternativa que le daba seguridad, que Anna conocía muy bien. Si antes huía de su habitación, en la actualidad era el único sitio que le daba calma.
El cuerpo humano tenía una manera maravillosa de soportar ciertos tipos de dolor, enfrentándose a momentos clave de su existencia.
Entre gemidos, sin hacer mucho por resistir, Elsa se preguntaba cómo podría salir con vida de ese padecer que la atravesaba entera, aunque se concentrara en un solo lugar. Solo quería ceder y dejar que perdiera todo el aliento, para conseguir la ansiada paz, lejos de la pesadilla que llevaba años viviendo. No temía a la muerte, sonaba placentera.
Las imágenes de su vida que se habían colado a sus ojos no eran tan gratas como para lamentarse dejarla.
¿Y si se rendía?, pensó antes de permitir que la bruma dominara su mente.
…hasta que Hans apareció.
En medio de la oscuridad que la envolvía, su rostro surgió, dándole color a esa agua donde había caído, vencida finalmente.
¿Qué hacía salvándola?, consiguió preguntarse, notando que la abrazaba para llevarla a la superficie, donde flotó junto con él, mareada por el intenso sol en sobre sus cabezas, el tormentoso oleaje y el desagradable sabor del agua saliendo de su boca.
La cosa lacerante que pesaba, se volvía muda conforme contaminaba cada espacio de sí misma, olvidándose y permaneciendo allí.
—No te atrevas a morir, que me culparán por terminar de matarte —resolló él entre jadeos. —Esta es mi oportunidad de resarcirme. No creas que estoy aquí porque me importas.
Le haría un favor si la dejaba hundirse. Ya no quería más, era tiempo de abandonar esa batalla. Estaba harta.
—¿Ves que no le importas a la gente, a menos que sirvas? Ni por ser princesa. Eres un peón más. Tus aliados… ni siquiera se preocupan por tu cuerpo… para dárselo a tu estúpida hermana.
Tuvo fuerzas para enfadarse.
—No… es…
Hans lanzó una exclamación mientras ella se sentía resbalar.
—¿Estás despierta? —Él volvió a acomodarla. —Eres… no hay palabras, Elsa. Has recibido una bala, cerca del corazón, y te mantienes consciente. Solo para replicar por la reinita.
—Mátame —rogó, sintiendo un temblor recorrerla.
De pronto empezó a tener frío, como en su añorado Ahtohallan.
—No me sirves muerta, no hasta que estés, en una habitación, y en una cama, con testigos. Yo de héroe.
Una sensación intensa la sacudió por completo, callando la voz del pelirrojo.
…
El estornudo había dolido como los mil demonios.
Sobrevivía a la guerra y sucedía eso…
Era para reír de la ironía, pensó Hans contristado, limpiándose la nariz lastimada de resequedad. Débil en resistencia por los meses en el frente, como por las heridas sufridas en el último combate, fácilmente había sucumbido a un simple resfriado, que estaba colmando su cordura más que las semanas en cama.
Sin haber terminado de sanar las costillas, una pequeña tos era como un arma de tortura de la Inquisición, martirizándole al límite de tentarle a drogarse con láudano y aceptar lo que vendría.
No creía resistir más. Debía estar pagando su larga lista de pecados.
…Y solo por ello no se quejaba.
Nadie podía saberlo, aún, si sus planes de amigarse con su esposa se cumplían, pero finalmente había admitido el terrible hombre que había sido. Sus acciones pasadas eran las de un hombre ruin y ya no se sentía a gusto sabiéndose responsable de conductas excusadas por su egoísmo.
De cara a la espantosa guerra, sus ojos se habían abierto. Un derramamiento estúpido de sangre, de la cual una cantidad teñía sus manos a pesar de las llagas que consiguiera por restregarse, había sido el método para comprender el horror de la naturaleza humana, motivado por poder.
Él había sido así.
Se avergonzaba sobremanera.
Qué no haría por regresar el tiempo y aconsejar al joven Hans sobre actos pérfidos hacia los otros, razones suficientes de recriminar a la persona que salía en el espejo.
La cual no debería vivir, a diferencia de cientos y miles de inocentes fallecidos a raíz de los enfrentamientos; y que, sin embargo, comprendía lo hacía porque debía pagar el mal que había hecho. La muerte era un alivio inmerecido para él.
Sorprendido estaba con El Creador por no privarle de algún miembro y solo llevar a cuestas heridas físicas que sanaban lentamente, y memorias imborrables de las que solo él sabía.
No obstante, eso le hacía preocuparse por la mujer emparentada a él a la fuerza. Ella era una persona buena, con intenciones nobles, y tendría estragos por las desagradables vivencias de aquellos eternos años.
Era injusto que Elsa pasara por algo similar.
Lamentablemente no era un asunto para lo que él tuviera solución, limitándole a hacer lo que estaba en sus manos… Otorgarle libertad.
¿Cómo osaran casarle, y él prestarse a, con un hombre que había querido matarla para arrebatarle un nimio trono?
Debía liberarla del ser que la había rescatado para fines viles y luego despojado de…
Apretó los dientes, lleno de impotencia.
Estaba decidido a darle la cara, para pedirle perdón y finalizar con ese sinsentido de la forma correcta, ofreciendo lo único que tenía en sus manos.
De otro modo, no iría a Arendelle.
Quizás, analizó de repente, era por ello que aún caminaba en la tierra. No existía otra razón; no creía en segundas oportunidades, si bien planeaba redimirse de sus fallos, pues las únicas en las que podía pensar era en comenzar de nuevo con la incomparable mujer que tenía por esposa, a la cual muchos habrían llamado —y aprovechado con orgullo— suya.
Había tenido mucha suerte y la había tirado a la basura.
¿O no era muy tar…?
Negó, parando ilusiones sin fundamento ni válidas en lo que a ella competía. Había perdido el momento para hacerlo bien, tenía que dejarla ser feliz ahora que su mundo estaba mejor. Sería egoísta de su parte retenerla, buscando una redención que no merecía.
Era tiempo de hacer lo correcto y ser un hombre mejor.
En los libros de historia se hablaría de muchos motivos o sabrían definir con conveniente mediocridad la razón de la guerra, pero nada cambiaría el hecho de que había aparecido como el villano de las historias, moviendo la vida de muchos en maneras que Elsa no terminaría nunca de definir.
Esperaba que el conflicto no escalara como el de un hombrecito que a principios de siglo había salido de Francia para imponerse en territorio europeo, aunque podía estar colocando sus esperanzas en vano; desconocía los planes que los países vecinos tuvieran y cada suceso que transcurría modificaba cualquier panorama a la vista.
A ese tiempo, una parte del centro y norte de Europa ya se enfrentaba, y le parecía demasiado.
Sin embargo, en esos instantes no podía pensar en las vicisitudes a su alrededor, cuando sus circunstancias se empeoraban con el correr de los minutos.
Habría preferido morir ahogada en el fondo del océano a encontrarse pronunciando votos de mentira para formar una alianza, cuya utilidad podría ser una ilusión.
Otra cosa sería más agradable que convertirse en la esposa del pérfido individuo frente a ella. Hans Westergård.
Cuan risible era que se casara con el hombre que precisamente le había salvado de esa muerte que prefería.
No quería casarse con Hans, pero no tenía otra opción. Con ese matrimonio, las Islas y Arendelle formarían un pacto poderoso que aspiraba a ayudar al término de la guerra. No podía hacerse de otra forma; para los Westergård la única en que el vínculo se consideraba fuerte y "confiable" era el parentesco; y lamentablemente el soltero sobreviviente de la Familia Real era Hans.
Sabía que necesitaban de ellos, tanto como estos de su reino; los sureños tenían mejor preparación en el tema bélico y eran los que ofrecían un trato sin demasiadas exigencias. No podían ser quisquillosos por el pasado con Hans —aunque quedaran a mano al enviarles comida por las afectaciones sufridas al cultivo tras la helada de ella, tanto como el castigo dado al pelirrojo—, mas tampoco les regalarían el apoyo sin beneficiarse de algún modo, a su propia agenda (y Anna ni ella querían estar en deuda más adelante).
Por otra parte, ella seguía sin utilizar su magia, no solo por los rezagos de su herida o conocer sus propias limitaciones como humana, sino avergonzada de usar su don para la guerra, aun creyendo que iba en favor de la justicia. Ni otra magia les ayudaría; los Espíritus restantes nunca estaría ahí para ella, porque no participaban en eso, como habían dejado claro después de su historia con los Northuldra.
Asimismo, Anna no quería que regresara de nuevo por el miedo a perderla. Le había dicho que sus manos no eran tan rápidas como una bala o una explosión.
Y… solo para sí había de admitir que temblaba ante la idea de reincorporarse al campo de batalla, a pesar de no estar en la zona más cruda, según le habían dicho.
Ante esa perspectiva, probablemente había una situación que superaba su aversión al matrimonio con Hans, del cual justo en ese segundo le pedían aceptar.
Lo hizo, sintiendo que su propia lengua la envenenaba al pronunciar su acuerdo; lo que fue suficiente distracción para no concentrarse en la fugaz unión de los labios de él sobre los suyos.
Era una tontería besarse, porque todos los presentes sabían con certeza la falsedad de esa ceremonia. No porque fuese fingido el papeleo, solo los sentimientos. Por no olvidar que, más allá de la falta de entendimiento entre los esponsales y el sencillo evento, se sentía la tensión lúgubre de los acontecimientos fuera, ni sabiendo que la magia de Elsa conseguía mantener a Arendelle protegido de muchos ataques (barrera puesta al principio de ese tormento… no inviolable).
Suspiró al plasmar su última firma, toda vez que observaba a su hermana se retiraba con una parte de los asistentes; ello para colocar su signatura en los documentos preparados, junto a continuar estratégicas reuniones que se sucedían diariamente, las cuales le robaban el sueño y los momentos de acompañar a su pequeño hijo, mientras su marido seguía lejos luchando con otros hombres.
Hans le dio un adusto asentimiento antes de dirigirse a la sala contigua, donde había refrigerios para el que a esas alturas pudiera probar bocado, inclusive cuando los alimentos eran escasos. Que lo eran; al comienzo de todo, su hermana y ella habían decidido no ser excesivas, pareciéndoles grosero conservar costumbres que burlaban el vivir de otros… luego, habían venido los meses difíciles, que les habían enseñado otras cosas.
Elsa no se acercó a la habitación. Decidió seguir sin ingerir alimento, ya habituada a largas horas así. No solo ocurría en esa fatídica fecha, sino la guerra le había robado el apetito, limitándola a dárselo a alguien más o a comer para no morir… los días que su mente no le engatusaba para permitir que eso ocurriera.
Mirando a la nada, acomodándose en una esquina, se preguntó si los demás participantes de combates, en su regreso, experimentaban las mismas sensaciones que ella. Era otra; apagada, inútil y cansada de existir, con ganas de querer cambiar y satisfecha de no hacerlo, porque no conocía ni su propia cabeza y porque ser la de antaño no le ayudaría a sobrevivir en el mundo actual.
(También sabía que no volvería a su antiguo yo.)
No tenía a nadie de confianza para consultarle, si se atrevía a compartir esas ridiculeces que podían ser particulares. A ninguno de los "veteranos" que había conocido, le parecía suceder lo que a ella, aunque los frecuentaba casi nunca.
Tal vez Kristoff podría ser alguien con quien hablar de su postura, mas era consciente de que podría no regresar.
Hans… La actual persona a su alcance, estaba fuera de discusión.
Y preocuparse por un tema insignificante, en contraste con la realidad, era digno de reproche, se decía.
Lo mismo se repitió a lo largo de la hora, silenciosa y apartada en el rincón. Estuvo cual florero, sinónimo de su presente; inservible y solo una imagen, pues tampoco entraba a las reuniones, dado que las dos veces que lo había intentado, en discusiones, inconscientemente se había movido para ocultarse, recordando vivencias del campo de batalla.
Acceder al matrimonio con Hans había sido su forma de contribuir, negándose a los intentos de Anna de disuadirla para buscar otra solución.
A metros de distancia, atisbó al sujeto involucrado en ello, su esposo, y le dio la grata impresión que estaba beodo. La dejaría sola, aplacando la pequeña duda que tenía de la consumación, pese a que él asegurara que no deseaba permanecer casado con ella y anularían la boda en el futuro, aduciendo no querer el recordatorio constante del trono perdido por no ser paciente.
El pensamiento le invitó a sonreír, tal como lo hizo notar que el alcohol estaba volviendo ligero al pelirrojo, sacándole risas con los de su círculo.
Lucía jovial y sintió curiosidad de la relajación que producía el licor. ¿Sería lo mismo para ella?
Aparentemente lo fue, cuando probó un vaso de aquavit y este trajo alivio a su maltrecho ser, atrapándola también con su color amarillo sol, opuesto a la oscuridad que suponía la guerra.
Saboreaba su segundo vaso al acercarse un hombre de la comitiva de la Familia Real sureña, quien la miró con el ceño poco amistoso.
—Debería de estarse retirando para prepararse a su marido —le informó en tono condescendiente, insinuando la falta de importancia de ella. Ridículo a su parecer; él era un duque, un estatus inferior al de princesa, en ambos territorios.
Elsa arrugó la nariz por la intromisión en un tema íntimo. Respondió al impertinente volviendo a tomar despreocupada, disfrutando de la calidez que le daba la bebida. Al terminarla, con parsimonia, usó su vaso vacío para brindar en su dirección.
—¿Su hermana no le ha compartido que los acuerdos no se firmarían si no compartían el lecho?
Ella rio entre dientes.
Hasta Hans lo había dicho, pero había comentado que fingirían esa noche. Se indignaría si cuestionaban su virilidad al revisarla a ella, aunque cuando se necesitara para la anulación la haría responsable, cosa que no le importaba.
Abandonó al hombre en busca de más que beber, mareándose un poco al espiar sobre su hombro para comprobar que no la seguía; lo hacía con la mirada y minutos después rompió su espacio personal para insistir, repitiéndolo otras ocasiones.
Lo ignoró.
No obstante, un tiempo más tarde él no era el único. Se añadieron tres molestias, que la orillaron a recluirse en su dormitorio, prácticamente tras escoltarla.
Casi nada le sorprendió que al cabo de un rato Hans entrara a trompicones a su habitación, maldiciendo a su gente.
Soltó una risotada al verlo caer en la cómoda, abrazando con fuerza dos botellas en su pecho.
—¿Tienes planeado compartir? —inquirió divertida, con la mayor cordialidad mostrada hacia él.
Hans se encogió de hombros, parándose para tirarse en la cama.
—No… vasos —farfulló, quitándole el tapón ya abierto a una de las botellas de vidrio.
—Nadie lo sabrá.
Borracho como estaba, él fue servicial al colocar la boca del recipiente entre sus labios, demostrando ser más tolerable en tales circunstancias.
Ella tuvo un largo alivio al ingerir el líquido, sintiéndose bien al obtener otro trato amable de Hans, quien limpió el costado donde había escurrido una gota del alcohol anónimo, para chupar el dedo implicado.
Se le escapó una risita, imitada por él, antes de aceptar más de la rara atención, sin pararle o indicarle que podía tomar un trago.
Que sería el error de esa noche, consideraría en retrospectiva, reflexionando respecto al día de su boda.
Ella había acaparado la botella y la falta de razón en los dos, al igual que la camaradería, les animaría a llevar a cabo el acto que planeaban no cometer en su matrimonio.
Lo sabría por pequeños recuerdos que completaban la evidencia de la mañana siguiente. De algún modo, conseguirían hacer funcionar sus cuerpos para copular, dejándole a ella con sensibilidad en el sitio donde sangraba mensualmente y quemaduras entre los muslos, aunque sin la nota de sangre que correspondía a la perdida de la virginidad.
Así mismo, la imprecación de él al despertarse respaldaría sus sospechas.
No mencionaría lo evidente; empero, al levantarse de la cama como un resorte, él anunciaría la repentina decisión de ir a la guerra de nuevo (ese mismo día), cambiando sus planes… como señalando lo ocurrido.
Pasmada por la realidad, se quedaría callada y solo se aliviaría de sobremanera.
La principal razón no eran los hechos, sino descubrir que los fantasmas de la guerra no le habían perseguido los sueños de esa noche.
…
Hans no tenía algún sitio al que llamar hogar.
Siendo franco, no tenía ni un ápice de idea de lo que era eso, solo conocía el significado del término. En sus treinta y tres años de vida no creía haber tenido un lugar que se asemejara a las descripciones típicas, manifestando la realidad de su patética existencia.
Sin embargo, Arendelle se acercaba bastante a lo que se podía definir como hogar, con la notable característica de no ser para él. Por ahora, era el único sitio donde lo recibirían decentemente, a pesar de no tolerarle, brindándole la suficiente paz para recuperarse.
Antes no lo habría ni pensado, mas con el suceder de la guerra en los meses recientes se encontraba imaginando lo que sería establecerse ahí, reforzándolo ahora mismo. Debido a la magia de Elsa, la imagen de Arendelle era pulcra y alejada de los escenarios en sus pesadillas, incluso si en el pueblo habían tenido una.
Las Islas del Sur no estaban muy magulladas por la guerra, pero contenía más demonios de él, de los que había en ese reino noruego.
No habiendo cambiado demasiado, sería egoísta y procuraría extender su estancia lo más que pudiera, no necesariamente en el castillo, para sanar lo que necesitaba y podía.
De momento fingiría haber vuelto a casa —cosa que muchos podían hacer y les envidiaba—, hasta recordar que ni siquiera quería estar respirando. Él tenía que ser una baja de la guerra, no un supuesto héroe superviviente que recibía miradas de desaliento de los familiares aguardando caras amadas.
Cuando menos ninguno de los habitantes le dirigió expresiones de lástima por la falta de bienvenida de su esposa al muelle, en tanto un vacío carruaje expuesto le esperaba. De todos los que volvían con él en ese barco, era el único sin un pariente ansioso de verle.
Agradecía que todos se centraran en sus propias vidas.
Con la garganta cerrada, añoró un hogar.
(Ese era su castigo por la clase de persona en que se había convertido.)
De tener un hogar, en la entrada al castillo habrían estado más personas y su mujer habría saltado a sus brazos en vez de observarlo con aprensión, esperando descorteses acciones como la mayor parte del tiempo, a excepción de su noche de bodas.
Y estuvo a punto de mostrarse sarcástico, como manera de protegerse ante la vorágine de emociones que lo sobrepasaban, pero se mordió la lengua, a sabiendas de que era momento de ser genuino y trabajar en el cambio, por difícil que fuese.
Se tomó unos minutos en contemplarla, sintiendo que en el ambiente se acumulaba una tensión por el desconocimiento de cómo tratar al otro, máxime porque su último intercambio había sido incómodo, después de una noche retozando en los brazos del otro, sin haberlo premeditado.
Reconoció que se veía cambiada a meses atrás, tenía un brillo distinto, con una determinación más prominente en sus orbes cerúleos, bajo los que permanecían las bolsas violáceas de antes. También había ganado peso desde la última vez, en la cual su aspecto macilento gritaba las dificultades frente a ella.
El término de la guerra podría haberla ayudado, ya lucía mejor esa apariencia bella que nadie era capaz de negar. Le faltaba recuperar su ilusión etérea, que arrancaba temblores a sus enemigos, sin que supieran su incapacidad de dañar terriblemente a alguien que odiaba, como a él —hasta en combate se había refrenado, procurando ser lo más sensata y contenida posible, para no herir de gravedad, aunque el frío tendía a acabar la vida de quienes estaban debilitados—.
Hans inspiró, reuniendo un valor que no le caracterizaba. Se acercó tentativamente, buscando no incrementar su rígida postura, muestra de la insensatez de fugazmente creer que tendría una segunda oportunidad.
—Me agrada verte bien —dijo con suavidad, de los nervios movido a rascar cerca de sus patillas.
Algo en la mirada de ella sucedió y parte de su enderezamiento se relajó.
—Agradezco que estés con vida. —Sus palabras sonaron sinceras, teniendo un efecto aterciopelado en su corazón, ciertamente conmovido de todo. —Te dejaste crecer el cabello.
Rio entre dientes, recordando los bajos cortes decididos por él, queriendo evitar piojos.
—Mi cabeza lo agradecerá este invierno.
Ella asintió y esbozó una tentativa sonrisa.
—No sabría decirte cómo es. Soy la única que…
Él se frotó lo barbilla, todavía con algo de nervios, sin importar que el intercambio estaba yendo de forma aceptable.
—Está bien, tampoco detesto el frío; en realidad es más aceptable que el calor, para mí.
—De acuerdo.
—Y quizás en los cinco meses que quedan cambiaré de opinión y me lo cortaré de nuevo, era práctico.
—Es cierto.
Hizo un sonido de aquiescencia.
—De hecho, creo que tendré que hacer algo similar… —Ella calló, con la mano suspendida en el largo mechón de cabello que había sujetado sobre su hombro, cuya extensión podía rozar su trasero.
—En cualquier estilo lucirás espléndida —opinó, para llenar el silencio, sin moverse por la curiosidad de lo que la habría detenido. —Mas sería una pena. Claro está, si es de tu agrado y utilidad.
Elsa se mostró ligeramente azorada.
—Gracias. Y… —ella gesticuló con su mano, tras soltar su pelo— podríamos seguir deliberando respecto al tema mucho más, pero puede ser en otro momento. Quería decirte que se te ha preparado un baño en la habitación que conecta a la mía, eh, la tuya. Cuando termines, tenemos que hablar, te veré como… ¿en media hora?
Agradeció que ella tuviera la seguridad para traer a colación el asunto pendiente.
—Puede ser menos, no tardaré. ¿Conversaremos en cuál habitación?
—Estaré en mi dormitorio.
Ella se ruborizó, desviando la mirada. No pudo evitar imaginarse que recordaba el último acontecimiento mutuo sucedido allí. ¿Tendría más memorias que él?
—Gracias.
—No hay de qué.
Él negó.
—No. Gracias por no cerrarme las puertas, podías hacerlo… o rechazar la insolente proposición mía de venir, ahora que no es necesario.
Elsa abrió los ojos estupefacta, sin insultarle su incredulidad, antes de componer su expresión.
—No lo habría hecho, no importa si las circunstancias no fuesen las actuales. Ya no quiero enfrentamientos.
Suspiró.
—Ni yo, Elsa, ni yo.
Su esposa asintió, yéndose hacia un pasillo diferente al que él se dispuso a tomar. No preguntó por su baúl, por el hábito de la aristocracia hacia las visitas, aun si llevaba meses, o años, dedicándose a mover las cosas por su cuenta, queriendo demostrar en el campo que era fuerte.
Tampoco inquirió al respecto porque en Arendelle quedaban bastante fuerza masculina sin dolencias, pues no toda la población de su sexo había participado en la guerra… o perecido, como le platicara Ryder —días antes de su matrimonio con Elsa, al encontrarle cuando él cabalgara lejos para despejarse—. Arendelle era un pueblo que, por su historia, evitaba lo más posible la división, y tenían la suerte que la reina les había dado la opción de elegir. Eso, previo a lanzarse sobre el pasado de los Northuldra con los arendellianos (lo cual explicara el ser amable con él, consciente de su identidad).
Hans estaba seguro que Elsa había participado en la guerra con el objetivo de detener esa incansable búsqueda de poder, enfocada en evitar un daño como el hecho por su abuelo; además de que los países les machacaran hasta no poder mantenerse apartados, poniendo en peligro a su gente, que no podría proteger ni con toda la extensión de su magia.
No solo en peligro, en realidad. El suceso que había suscitado su involucramiento activo había sido el atrevimiento de sus "enemigos" (o "aliados", al presente seguía dudando si había intervenido alguien de su bando para forzar a Elsa); un hombre había ingresado a Arendelle de alguna manera, envenenado pozos y ganado, provocando enfermedad y muerte en habitantes del reino. Durante una temporada habían sufrido, resistiendo con la ayuda de los Northuldra, expertos en la autosuficiencia limitada, y posteriormente un sector había querido unirse a la lucha para detener o enfrentar a los culpables de sus malestares.
(Obviamente Elsa no se uniría por venganza.)
Muy diferente habría sido todo si los Espíritus restantes se hubieran entrometido, no que se habían negado porque beneficiar a cualquier bando habría sido apoyar una lucha cuyo único afán era el poder, mismo que los corrompiera cuatro décadas atrás.
Todo el asunto habría sido corto y el presente distinto.
Se frotó los ojos con los dedos de una mano, recordándose que no valía la pena pensar en los hubiera, especialmente con las batallas finalizadas.
Al quitarse la mano del rostro, en su periferia notó un par de ojitos marrones observándole en la rendija de una puerta, cerca de la altura de la perilla.
Se sorprendió al recordar la edad que tendría el hijo de Anna, a quien no había visto en sus visitas anteriores, pero sabía era el único habitante infantil del lugar. Quizás embarazada su madre al estallido de la guerra, el niño tendría los mismos años del conflicto.
¿Cómo habría sido para él (y otros) aquello? Su padre se había ido a luchar, dejándole con una madre que tenía fuertes e ineludibles responsabilidades.
Le dio un sabor amargo imaginárselo, lo que le llevó a querer saludarlo, a diferencia de lo que habría hecho otrora, que sería ignorarlo.
—Hola —pronunció en tono calmo, inseguro de si le recibiría bien las palabras.
El pequeño se mostró asustado de verse atrapado y cerró de golpe. Iba a dejarlo ser, si no hubiese escuchado los gritos dentro de la habitación.
—¡Olaf, me vio y me habló! ¿Qué hago!
Sonrió divertido, sin oír la respuesta del muñeco de nieve creado por Elsa.
La puerta se abrió de nuevo y el niño se asomó, inicialmente ocultando la mirada con su flequillo de tonalidades rubias y castañas.
—Hola —murmuró tímido el menor, animándose a levantar el rostro. —¿Eres amigo de mamá, tía o padre? Ya se han ido… los señores del trabajo de mamá.
Debido a que se divorciaría de Elsa y lo confundiría, o porque no era su lugar darle explicación, optó por la respuesta sencilla.
—Soy Hans, conozco a tu mamá y a tu tía. ¿Cómo te llamas?
—Agnarr. Mucho gusto.
El chiquillo volvió a esconderse en su guariada. Y cuando no apareció nuevamente, Hans decidió continuar con su cometido.
En el dormitorio se aseó de forma rápida, no animado en demorar dentro de la tina, ansioso de la conversación que se avecinaba; si bien tranquilo en un aspecto, y este era que concluiría su matrimonio sin enemistad con Elsa. Sospechaba que su banal charla en el vestíbulo había sido un indicio al cordial intercambio en la próxima hora.
Tal vez ese había sido parte del objetivo de no morir. Mejorar su imagen a ojos de ella sin duda valía el no deseado palpitar de su pecho.
Listo, se dirigió a la puerta que solo había abierto cuando nauseabundo escapaba del error de una noche. Llamó suavemente, porque si algo le había dejado la guerra era odiar los ruidos sonoros y súbitos.
Elsa abrió y lo miró mordiéndose los labios, cerrándole el paso.
—Podemos usar otra ubicación —sugirió, viendo tormenta en los mares cerúleos de su rostro.
Se maldijo. Tenía pocas memorias de la noche compartida, pero supuso que había sido diferente a los tropiezos de su cabeza, desmintiendo la impresión de hacía un rato.
—No, es solo… —Elsa suspiró. —Tiene que ser aquí.
Su esposa se pasó las manos por la cara.
Tuvo el impulso de confortarla, combatiendo el hecho de que no tenía idea de cómo hacerlo efectivamente. Él le había causado aflicción y nadie le había enseñado bien lo que competía a los sentimientos propios o de terceros, ni el bien ajeno.
No se sorprendía de querer calmarla; había pensado tanto en ella los últimos meses que era una costumbre.
—Entra, por favor.
Elsa descubrió su rostro y se apartó para que pudiera ingresar al dormitorio, lo cual hizo sin dejar de observarla, indeciso por la ansiedad en su faz.
—Estoy bien, Hans.
Él frunció el ceño entonces, dándose vuelta. Rápido notó que la distribución había cambiado, experimentando un sentimiento agudo al contemplarlo.
…
A Elsa se le ocurría que saltaba la línea dentro de la vida y la muerte por la intensidad de la sensación que la había apartado de la voz de Hans.
Su cuerpo debilitado por la guerra no estaba listo para soportar ese suplicio, empujándose al máximo para resistir con ese latido que representaba todo de ella, y sentía que se iba del mundo hasta volver a él debido al punzante dolor que incrementaba con el pasar del tiempo.
—No… no… —gorjeó estremecida y mareada, sintiendo la garganta quemar con fuego ácido.
Alguien tomó su mano, que Elsa apretó a ciegas. Luego su cuerpo dio su más grande aliento.
Y llegó el silencio.
¿Cómo se describía cuando el alma se paralizaba y dejabas de existir? No existían palabras para equiparar justo ese momento, en el que se sentía en el limbo al más allá, con un pitido bramando en sus oídos y una serie de luces llevándose su visión, descolocándola de la tierra.
Aun así, muerta, pudo llorar y gritar, no aceptando ese destino. Había cambiado de opinión. No renegaría de vivir, pero…
Con un jadeo, volvió el mundo caótico, mientras desvanecida hacía lo posible por agitar sus brazos y no ser ignorada.
Lloró, lloró y lloró.
La emoción en su primera visita a Ahtohallan palidecía a lo que sintió en ese instante. La felicidad era mil veces mayor y todavía más, el poder vibrante en sus venas era para ponerla de rodillas de tan grande y pesado que era.
—Alteza, se encuentra bien.
—¿Qué? —soltó rasposamente, aliviada de esa respuesta. La única que quería, junto a esa maravillosa muestra de vida.
Su corazón estaba pleno.
—¡Oh, Elsa! Creí que te perdía… que él…
…
Con las rodillas trémulas, Hans imaginó durante un segundo en lo peor; sin embargo, tan pronto lo hizo, recordó tantas cosas que su mente se revolvió.
—Oh, Elsa —se encontró pronunciando débilmente, caminando hacia la cama que había protagonizado una noche que cambiaba todo lo planeado.
Al lado de ella se detuvo, contemplando con temor y asombro la evidencia de lo sucedido, hasta dar un paso más y sentir que se desarmaba.
—Johannes.
Casi gruñó cuando Elsa dijo su nombre completo a su derecha, pero decidió no hacer nada brusco que arruinara la atmósfera en la habitación.
—¿Qué? —respondió en un susurro.
—No, no tú.
Perdió el habla y lo único que pudo hacer fue mantener la mirada en el diminuto cobrizo que dormía apaciblemente.
Su hijo.
NA:
¿Cómo van? Yo sé que me arrepentiré de publicar este fic sin haberlo terminado, pero ya quería publicar algo antes del fin de año ja,ja. Otra vez llego con el matrimonio, saben que adoro el asunto, aunque esta vez lo mezclé con otros temas, y me decanté por usar un formato de shortfic.
Esto significa que habrán espacios que llenarán ustedes y verán los de mayor significado para su sanación y su relación. Ojalá que lo preparado sea de agrado de ustedes, me exageré unas cosas, pero fue el camino usado para este universo.
Sin más, gracias por la lectura. Me animará saber sus opiniones.
Besos, Karo.
