Salto de fe

Capítulo I: El roce.

Su piel se erizó rápidamente con el cambio de temperatura; afuera se había puesto repentinamente ventoso. Aoi dejó algunas de las compras en la cocina, y el muchacho detrás de ella depositó el resto de ellas a su lado. Inosuke emitió un suspiro enfurruñado mientras se quitaba la bufanda que ella misma le había enredado en el cuello antes de salir.

—Deja de hacer eso, si no te abrigas vas a enfermarte.— Le reprochó, revisando que no hubiera extraviado ninguna verdura en el camino de regreso.

—Bah, eso es para débiles ¡El rey de la montaña no se enferma nunca!

Graciosamente, se paró en mitad de la cocina con las piernas separadas y los brazos en jarra sobre sus caderas estrechas. Aoi giró los ojos pero terminó riéndose. Inosuke tenía la habilidad de salir airoso de sus riñas al hacerla reír con su hilarante comportamiento.

—¡Bien, bien, rey de la montaña! — Aceptó, acomodando los mechones de su cabello que había desordenado al intentar arrancarse la prenda. — Ahora sí, todo arreglado.

Inosuke hizo un mohín, casi como si fuera un niño, y se le colorearon las mejillas ante la cercanía de la joven. Era un poco tonto, debido a que ellos ya habían intercambiado algo un poco menos casto que unas breves caricias. Él aún recordaba la calidez de sus muslos friccionando contra los suyos. Pero allí estaba, súbitamente tímido.

Se abofeteó mentalmente y apenas ella le dio la espalda mientras contaba las zanahorias, él se acercó por detrás silenciosamente. Aoi se giró por instinto: él estaba cerniéndose sobre ella, quién se apoyaba en el borde de la mesa. Inosuke le sonrió socarrón antes de depositar un beso cálido en la porción de piel entre su oreja y su cuello. Aoi cerró los ojos, avergonzada y expectante ante su tacto osado y seductor. El efímero contacto de su boca caliente y húmeda, con los dientes brevemente rozando su piel, hacía que todo pensamiento coherente huyera de su mente en un instante. Antes de retirarse, Inosuke lamió el lugar besado y volvió a sonreírle antes de salir de la cocina sin emitir ni una palabra.

Tan rápido como parecía un niño, se convertía en hombre y le aflojaba las rodillas.

Aoi respiró de nuevo, sin saber que había estado conteniendo la respiración mientras parecía ser absorbida por la energía del muchacho, solo para llevar su mano al pecho tratando se acompasar el latido que se había saltado. Le tomó un instante recuperarse, acunando su rostro arrebolado entre sus manos. Se dio la vuelta para volver a su tarea mundana cuando se dio cuenta.

—¡Inosuke, devuelve esas zanahorias ahora!

Y volvía a ser un crío.

Su relación había brotado en los pasillos de esa finca, en algún momento que no podían determinar con exactitud. Con el tiempo, luego de la batalla final, Inosuke empezaba a rondarla. Asumió inicialmente que estaba pérdido y tratando de procesar los fallecimientos de sus allegados; y quizá la acechaba de manera protectora.

Ese comportamiento se había mantenido, salvo que en aquellos momentos Inosuke la acompañaba prácticamente a cualquier lado, se ocupaba de que no faltara nada en la finca, tomaba los trabajos pesados y entre una cosa y la otra la apretujaba un poco contra cualquier superficie lo bastante resistente. Aoi se sonrojaba cada vez como si fuera la primera. Esa era su forma de cortejarla, pensó.

Eran besos robados, lo más atrevido había sido sobarle el trasero con descaro en una oportunidad. La mayoría eran meros acercamientos llenos de algo que Aoi definió como atracción; la tensión sexual acumulada entre ellos era tan densa que no podían evitar orbitar sobre sí mismos.

Ella no le había permitido volver a tocarla como la única vez que apareció en su futón, a pesar de que tomaba toda su voluntad no ceder, mandar todo al demonio y derretirse entre sus brazos. Había esperado una suerte de berrinche por limitar su contacto, pero contra todo pronóstico el cazador de demonios había parecido pensarlo un instante antes de aceptarlo sin más. Aoi se riñó a sí misma, Inosuke nunca le había demostrado otra cosa que no fuera respeto por sus decisiones dentro de la pareja que habían formado, aunque debiera explicarle sus razones por la falta de contexto.

No podía evitar compararlo con el adolescente que era casi dos años atrás, levantándola de los tobillos en su victoria. Aún tenía algo de eso, recordó, pues tampoco había titubeado para asirla y llevarla a la cama a rastras cuando había estado herida.

Desde la óptica del autoproclamado rey de la montaña las cosas tampoco eran tan sencillas. Lo desconcertaba en ocasiones lo diferente que Aoi se mostraba en un instante. Podía ser la sanadora determinada que nada asustaba, que hacía torniquetes y operaba a personas al borde de la muerte y las salvaba. O la médica fuerte que apretaba los labios cuando perdía a un paciente apreciado. Luego era la cuidadora de las niñas, que casi eran preadolescentes para entonces, jugando con ellas y enseñándoles matemáticas por las tardes. Cuando podía, salía su versión juguetona y bromista; que usualmente llevaba a su versión favorita: la Aoi amorosa que le peinaba el cabello con afecto.

Cuando nadie los observaba, le gustaba aguijonear esa versión de ella. Disfrutaba ver como se le subían los colores al rostro cuando la besaba sin previo aviso. La risa de Aoi se había convertido para él en un incentivo para ser mejor. Siempre había afirmado serlo, pero incluso la perfección podía mejorar.

No estaba del todo seguro de cuándo su cerebro conectó todo y cayó en cuenta de que ella le gustaba. Había pensado en ella como una compañera cazadora, la muchacha irritante que iba detrás de él dándole órdenes. En algún momento mientras lo mandaba de nuevo a la cama tras recuperarse de las heridas que el demonio del bosque de Rui le había causado, el pensamiento de que le agradaba que se preocupara por él le pasó por su golpeada cabeza.

Aoi le llevaba comida a la cama, y aunque detestaba estar quieto, disfrutaba ser mimado por ella. Después de todo, la sanadora le revisaba las heridas, le daba deliciosos guisados, y ocasionalmente le deslizaba un postre si no hacía escándalo para tomar su medicina. Bien podría decir que su comida la hizo ser percibida como más que sólo otra cazadora. Era cálida, pero de una manera diferente a la que Shinobu era.

Pequeños momentos, como destellos, habían ocurrido entre ellos por aquella época. Aoi remendando su ropa, lavando su cabeza de jabalí, burlándose de él por una pequeñez e insistiendo para que tomara los brebajes más amargos. En medio de eso hubo un recuerdo particular que hizo que se diera cuenta de que ella le atraía: fue una oportunidad en que Aoi le vendaba el pecho tras una fea cortada en las costillas. De pie, con ella a sus espaldas, pasaba las vendas alrededor del torso. Los dedos tibios rozando su piel y el aliento de ella entre sus omoplatos lo habían puesto nervioso de un modo distinto; su piel se estremecía. No había peligro, ni amenazas, pero se sentía inquieto. Ella terminó rápidamente, pero la sensación de sus dedos ágiles no lo abandonaba. Se rascó, sobó y pellizcó… pero la sensación no se esfumaba.

Siempre se había guiado de su agudo sentido del tacto, después de todo.

El retorno luego de la batalla final había sido duro y la encargada de curar sus heridas fue ella. Luchó para no desplomarse a sus pies pues la fuerza le fallaba mas no el orgullo. Otra vez el aliento cálido, los dedos ágiles, el contacto tibio y la sensación de agitación. Pero más allá de eso, verla a la cara era una nueva forma de volver a casa. Allí fue que entendió.

Tras los acontecimientos bélicos vinieron días un poco más tranquilos. Desde la declaración de la muchacha de que podía comer todo en aquella bandeja redonda, la puso a prueba. Siempre que iba a ver la cocina, había algo en ella como había prometido. Aoi le sonreía cuando lo encontraba en los pasillos y esa inquietud se asentó en su estómago. Pensó que era hambre, y trató de llenarlo con comida… pero no alcanzaba. La mañana que se fueron, muy temprano, había llenado su tazón de deliciosas bellotas esperando que ella entendiera su inquietud que había migrado desde un cosquilleo a ganas casi irrefrenables de acercarse a ella. Aquello había desencadenado un malentendido y le llevó mucha frustración innecesaria.

Ahora Aoi ya no sólo le sonreía en los pasillos, a veces le lanzaba un beso al aire y se escapaba de su tacto; pero siempre que la atrapaba entre sus brazos ella se reía de una manera que lo hacía sentir bien. Inosuke desarrolló el hábito de acariciarla, aunque fuera de maneras sutiles que Aoi no le prohibiría en su pudor. Le pasaba la punta de la nariz por la piel del cuello, las mejillas y su propia nariz más pequeña y respingada. Normalmente eso bastaba para que ella olvidara sus enojos.

Estaba pensando justo en usar esa estrategia cuando la muchacha lo alcanzó, le quitó la zanahoria de la boca y le dio un suave golpe en la frente, sacándolo de su ensimismamiento. Desde su lugar sentado en el suelo, lucía gloriosa ataviada con su delantal blanco que se ceñía su cintura. Ella lo riñó por robar comida y él sólo sonrió burlón. Levantó la vista y le sacó la lengua.

—Nos casamos en una semana — Le recordó, levantándose del suelo.

—Aún tengo tiempo para arrepentirme, entonces. — Frunciendo los labios y empujándolo suavemente, agregó: — Compórtate, Inosuke.

Ella mordió la zanahoria que había recuperado, sonriendo al saberse ganadora y volvió por dónde había venido. Inosuke no supo que le excitaba más; si la actitud desafiante y seductora que Aoi ponía casi sin saber lo que le provocaba o el trasero de la sanadora que se erguía presumido mientras ella se retiraba.

Una semana aún para apretujar ese trasero de nuevo en toda ley, se repitió.

—Bueeeeen día, ¿cómo va? — Exclamó Tengen Uzui al adentrarse en la finca de las mariposas.

Lo recibió una de las más pequeñas, Naho, si no se equivocaba. Ella lo guió dentro de la finca aunque él ya había estado allí lo suficiente como para conocer esos pasillos de memoria.

—¿A quién viene a ver? ¡Lo siento! Asumí que venía por las vitaminas prenatales. — Notó la muchachita, avergonzada. — Debí preguntarle antes, lo siento mucho.

—No pasa nada, sí, vengo por eso pero también quiero ver a los tortolitos.

Naho se rió, los preparativos del festejo estaban completados. Faltaba la parte del banquete que no podía prepararse con anticipación. Estaba contenta. El ambiente en la finca era de festividad, y todos parecían efervecer en cualquier rincón de la finca. Pero había mucho trabajo, también, de modo que debía volver rápidamente a su puesto en la enfermería.

—¡Oh, Inosuke! — Llamó ella al cazador quién parecía ir camino de salida.

—¡Eh, Uzui! — Saludó él, despidiendo a la pequeña rápidamente.

—¿Cómo estás, nervioso por lo que viene? ¡Espero que sea una boda extravagante!

Tengen acompañó al más joven hasta fuera de la finca, dónde él se había dispuesto a entrenar. Si bien los demonios estaban presuntamente extintos, no era excusa para holgazanear. De todos modos, el chico era inquieto. Dudaba que pudiera quedarse en un sitio sin hacer nada con toda esa energía. Lo que no se esperaba era que del otro lado del campo estuviera la prometida.

—¡Epa! — Exclamó, sonriente. — ¿Entrenando, chica?

—Oh, señor Uzui. — Saludó, intentando componer su vestimenta.

Lucía muy desarreglada, con el uniforme a arremangado y el cabello alborotado por el movimiento. Su respiración estaba más acompasada que poco antes, aunque su rostro mantenía el sonrojo típico de la actividad física. Avergonzada por ser encontrada en esa situación, sucia y transpirada, procuró arreglarse tímidamente.

—Ten, Aoi. — Inosuke le acercó un vaso lleno del agua que había traído para ella.

—Oh, muchas gracias.

Bebió lentamente por pudor. No contaba con que se encontraría con el antiguo pilar en su patio, con ella hecha un manojo desordenado y azorada. Avergonzada dejó el vaso a un costado y tras ofrecerle un poco a su visitante lo dejó sobre la bandeja que a tal fin habían traído.

—¿Viene por las vitaminas para Hinatsuru y Suna?— Consultó. —Si es así, ya las tengo listas.

—Chica, no me trates de usted; ya tienes edad para estar casada y ya no soy un pilar. — Le recordó, sonriendo. — Bien, te espero aquí.

Ella asintió, nunca se acostumbraría a la informalidad del antiguo pilar. Abandonó el recinto dónde había estado entrenando para dirigirse a la boticaria, dónde había apartado las vitaminas prenatales de las kunoichis. Por su parte Tengen se sentó en el borde del patio, aunque por su estatura era un poco incómodo.

—Oye, Inosuke. — Le llamó — Es hora de que tengamos la charla.

Uzui sonrió como sólo él podía hacerlo, de costado y con una picardía que sólo le prometía diversión. El menor de ambos lo observó confuso.

—¿Estás bien o qué? Ya estamos charlando. — Apuntó, pero separó sus piernas en una postura de pelea que ya conocía.

—No me vengas con bravuconerías. — Uzui le pusó la mano en la cabeza y lo despeinó.

De los tres muchachos Inosuke era quizá el que mejor le caía, era sincero pero torpe; y le recordaba un poco a él en lo que a espíritu de lucha se trataba. Era como un hermano pequeño que debía guiar, en cierto punto. Inosuke se relajó tras su camaradería y se sentó desordenadamente frente a él.

—Bien, escúpelo.

—¡Me gusta esa actitud! — Rió. — Bien ¿Ya has dormido con Aoi?

Fue un largo instante en qué Inosuke se quedó quieto, callado y se atoró. No por vergüenza, sino por lo inusual de la pregunta.

—¿Te refieres a dormir, o si tuvimos sexo?

—Sexo, chico. "Dormir" es la forma educada, como "hacer el amor" y "compartir el lecho". — Giró los ojos.

—¿Y eso a tí qué te importa? — Inquirió, tirando su peso hacia atrás.

—Tomo eso como un no.

El silencio por parte de Inosuke se lo confirmó.

—No te deja ¿cierto? — lanzó una carcajada corta. — Es normal, Aoi es una muchacha de bien; me extrañaría que te lo hubiera permitido.

Él lo miró a través de su flequillo oscuro y estiró el cuello hacia atrás antes de suspirar y volverse hacia el antiguo pilar.

—¿Y qué con eso? ¿Qué quieres? — Masculló.

—Instruirte en el arte de hacerle el amor a una mujer. — Uzui contestó, acercándose al muchacho. — ¿O quieres avergonzarte a ti mismo en tu noche de bodas?

Una parte de él quería patearlo, gritarle que el rey de la montaña no necesitaba consejos de ese estilo y que estaría bien por su cuenta. Pero dudó. Uzui tenía no una, sino tres esposas y todas ellas parecían estar muy enamoradas de él. Inosuke apretó los labios pero se mantuvo callado, con las mejillas arreboladas por la incomodidad. Sí, bien, lo escucharía ¡pero se reservaba el derecho a ignorarlo!

—Te escucho.

Los siguiente diez minutos Uzui resumió lo importante en lo que él consideraba "mantener a una mujer bien atendida". Inosuke habría gustado poder decir que eran tonterías, pero sonaban muy coherentes a sus oídos.

Dejala acabar primero, siempre. Esa era la regla número uno, Tengen advirtió. Si ella no acaba antes, probablemente no puedas hacerla acabar cuando tu propio ritmo disminuya. La segunda norma de oro de Uzui, quién se consideraba amplio conocedor del cuerpo femenino, era que el sexo no era lo más importante: acariciar primero y después era lo primordial.

La cara del muchacho con máscara de jabalí debió haber hablado por sí misma dado que el mayor aclaró:

—Primero debes acariciarla para prepararla, sino no disfrutará y no cumplirás la primera regla. — Explicó. — Después, para que se sientan verdaderamente amadas ¿comprendes?

No, no del todo, pero asintió como si lo hiciera.

La tercera norma inviolable para que tu mujer no se vaya con el lechero, comentó con humor, era explorar.

—Eso no ayuda. — Espetó Inosuke.

—Mira, vas a tener toda la vida para tener sexo con ella. Explora, y déjala hacer lo que quiera: el sexo debe ser divertido o no sirve. — Se encogió de hombros. — Pero eso es más bien para el futuro, cuando desarrollen confianza. Ahora, un recordatorio para la primera noche: normalmente a las chicas les duele, así que ve despacio, no te avergüences.

—Eso ya lo sabía. — Se infló el pecho. — No voy a hacer tal cosa.

Uzui le golpeó el hombro y antes de que Aoi se acercara demasiado agregó:

—Encargate de tí mismo antes, o estarás demasiado emocionado para todo lo anterior. — Le guiñó un ojo y antes de que protestara se levantó, recibiendo a Aoi.

Ella le dio dos pequeños frascos con pastillas herboristas de color verde y con un agradable olor. La sanadora le explicó cómo debían continuar ingiriéndolas y le recordó con su mejor tono profesional que debían concurrir a control dos semanas más tarde.

—¿Están durmiendo lo suficiente? — Aoi preguntó mientras acompañaban al ex pilar hasta la entrada de la finca.

—Todo el día, Makio las consiente demasiado.

—No hay tal cosa como demasiado cuando una mujer está encinta. — Reprendió con gentileza.

Tengen sonrió y se despidió de la pareja, con el muchacho enfurruñado un poco más atrás que la sanadora.

—Los veré pronto ¡Portense bien! — Se burló.

Aoi hizo una expresión de desconcierto por la inusual despedida y se giró hacia su prometido que ya estaba retornando a su lugar de entrenamiento.

—Vamos, aún queda tiempo hasta el almuerzo. — Le indicó.

Inosuke había comenzado a entrenarla para mejorar su composición física y destreza. Luego del incidente con los tipos que tan seriamente la habían lastimado ella quería poder defenderse tan bien como pudiera sólo con su cuerpo. No podía depender de su espada y tampoco era demasiado buena en esgrima de todos modos.

Por ser su prometido él no había tenido ninguna contemplación. Arremetía contra ella como había advertido: sin miramientos. Y vaya que tenía fuerza.

Las primeras veces que entrenaban Aoi terminaba en el suelo en menos de un minuto. Ahora, al menos, podía sostenerle el ritmo un poco más. Inosuke se paró detrás de ella, corrigiendo su postura con una suavidad que era muy difícil asociar a su persona. Con firmeza él apoyó su palma en la espalda femenina y la obligó a distribuir su peso correctamente.

—Si peleas con los puños desnudos, es diferente a con la espada. — Recordó. — Eres pequeña, así que si asumimos que enfrentarás siempre enemigos más grandes debes hacer de tu debilidad tu fortaleza: debes ser rápida, y apostar por los golpes únicos.

Ella lo escuchó, pero a veces su mente divagaba. El aliento de su compañero justo detrás de ella, con todo el calor que irradiaba, era en definitiva una distracción.

— Apunta a lo vital, sin piedad. — insistió. — Impulso, fuerza y velocidad. No tienes el físico para abatir un tipo grande, pero si el conocimiento médico. Si sabes dónde hacer daño, no lo pienses.

Aoi sabía que Inosuke no se había perdonado aún no haber estado ahí para defenderla, y ella había encontrado en este entrenamiento una doble utilidad: fortalecerse para evitar esas situaciones de nuevo y darle un alivio a la culpa en el corazón y orgullo del cazador. Al final del entrenamiento, como un ritual, ella le tomaba suavemente el rostro y le besaba con mucha suavidad; trataba de transmitirle todo su afecto. Inosuke se había convertido en algo esencial en su vida, y la asustaba un poco.


No sé por qué, si FF me odia o qué, pero el capítulo se había subido mal.

Pronto les traigo el siguiente capitulo.

Espero que les guste.